martes, 8 de diciembre de 2009

viernes 4 de diciembre en adelante

Según la compu son las 18:44, según yo es de noche y asquerosamente frío. Pero no, porque estoy en un Airbus 340 a mitad del océano atlántico yendo para casa. Todo es paneles de plástico blanco, con curvas y luces que intentan disminuir el efecto del hecho de que estoy en una lata con alas. Voy a aterrizar en muchas, aburridas y embotadas horas pero, a pesar de ser casi las 9 de la noche, va a ser todavía un poquito de día y van a hacer unos 20 grados. Lamentablemente me duele la cabezota, vaya uno a saber por qué. Me late que es por haber usado la computadora por casi una hora y media sin anteojos mientras estaba en el vuelo de conexión a Madrid. Ahora, por las dudas y para ver si ayuda, sí me puse los anteojos.
Sabine se quedó en Alemania. Pobre, adelanté el vuelo una semana y obviamente ella me extraña. Ese sentimiento, para mí, es un lujo como tantos otros que ya ni me acuerdo de cómo eran. La depre, la depre...
martes 8
Estoy en El Cóndor, el café cerca de casa, frente a la plaza Mitre. Hace un par de días que llegué y la perspectiva es otra. Alemania es un mal recuerdo, una llaga, una mierda que me pasó y de la cual, aunque sea por ahora solamente, estoy seguro, a salvo. Estar acá es volver a estar con locos, cobardes, charlatanes y buscavidas. Seres humanos, que le dicen.
El sábado, a 4 horas de haber llegado a casa, fui al acto de fin de año del jardín de infantes de mis sobrinos. Cosas pasaron que hicieron que me surgieran dos listas en la cabeza, casi como una lista de palabras clave que uno usa a la hora de buscar una tesis doctoral el índice por temas de una biblioteca:

Amor, abrazo, payasos, sonrisas, valores, cariño, dulzura, inocencia, sacrificio, solidaridad, emoción, espontaneidad.

Precisión, cálculo, autoridad, control, orden, comodidad, puntualidad.

Aparentemente, según la ecuación que me pasó Pablo estas dos listas parece que tienden a ser mutuamente excluyente. Dejando de lado semejante misterio, pensaba en cómo se trastocan los valores cuando uno por fin puede ver las dos caras de la moneda, ¿no? De pronto un auto estacionado en la senda peatonal no se me hace tan fulminantemente inaceptable. De pronto una estación de trenes inmaculada no es tan clara señal de progreso. Cosas por las que pasa uno cuando llega al fondo de su capacidad de aguante y tiene que replantearse por qué vale la pena llorar y por qué no. Quizás, ahora que lo pienso, una estación inmaculada sí es progreso. Me voy a corregir: una senda peatonal libre de autos estacionados no es signo de progreso. Ejemplo fácil por ser la simple oposición al otro y que me ahorra tener que pensar, pero cuando los únicos ejemplos que se me ocurren tienen que ver con la calidad de la gente, se me hace difícil no sulfurarme y despotricar, y el día está demasiado lindo para encarar esos menesteres. Mejor disfrutarlo. Y ya que estamos, una afirmación que me está dando vueltas en la cabeza desde hace más de un rato: no estoy deprimido. Soy infeliz. Tengo que irme de ese agujero humano que es Alemania. tengo que buscar la felicidad. Me olvidé de mí, de mis necesidades más importantes y profundas. Me las olvidé de veras; ya no sé lo que quiero, ni mucho menos qué es lo que tengo que hacer para conseguirlo. Estoy muy, muy, pero muy desorientado.
Me dí cuenta en estos días lo mal que me hacen dos cosas a mi relación con Sabine (o quien sea que sea mi pareja): por un lado, el no poder comunicarme con ella apropiadamente. No hablamos el mismo idioma, y eso es un obstáculo muy difícil de salvar completamente. Todos mis amigos con parejas de otro idioma pasan por lo mismo. Es terriblemente difícil lograr el nivel de fluidez en la comunicación que uno logra en el idioma natal, sea de ida o de vuelta, para expresarse o para entender. Las sutilezas del idioma enriquecen la comunicación, y cuando faltan se nota. Por otro lado, la depresión se expresa a nivel orgánico afectando las tres funciones básicas de un mamífero: el sueño, el hambre y el sexo. En esas tres cosas estoy mal. En lo que atañe a mi relación de pareja, el asunto clave es, por supuesto, el sexual. Estoy totalmente inhibido, desinteresado del tema, como si fuera que mis niveles de testosterona se hubieran ido al segundo subsuelo. Como ejemplo me permito usar a mi ex-novia, que me encontré el sábado y con la que charlamos un buen rato. La señorita tiene un lomardo que para qué te cuento, y en los 6 años y medio que hace que nos separamos y en los que conservamos una sana y respetuosa amistad, nunca dejé de apreciar su belleza exterior; tarea difícil como pocas, si me preguntan =P. Sin embargo, en el último año, desde que la depre me afecta más profundamente de lo deseable, si bien sigo encontrándola linda, ya no despierta en mí ninguna respuesta instintiva. Es como si la utilidad sexual de un cuerpo femenino hubiera desaparecido. No es una situación muy agradable, más que nada porque también me pasa con Sabine, y con ella sí que tendría que pasar algo. La pobre anda caminando por las paredes a veces y yo no tengo forma de... ayudarla. Esto, por supuesto, nos afecta. Mi padre, que es un clásico ejemplo de "haz lo que digo, mas no lo que hago", me explicó una vez que una buena vida sexual no asegura la estabilidad de la pareja, pero una mala vida sexual sí la puede afectar mucho. Tenía razón, porque mi falta de hambre por Sabine me hace dudar de mis sentimientos, que de por sí ya están absolutamente disminuidos por la depresión. Lindo cóctel.
Y acá estoy, en casa, empezando de a poco a vivir de nuevo, sintiendo el viento en la cara, disfrutando más y más de las cosas más mundanas y cotidianas, empezando lentamente a saborear el viejo y querido sentimiento de estar vivo, de estar con gente, de que me miren a los ojos, de que reconozcan mi existencia, de que agradezcan el dejar pasar o sostener una puerta, de escuchar sonrisas, gritos, hasta quejas. Sí, Argentina no es un paraíso, pero qué C-A-R-A-J-O me importa!!!!!!!!!!!!!!