martes, 20 de abril de 2010

el todopoderoso

El tema de la depresión no es fácil. Hace más de dos años que me la diagnosticaron oficialmente, y quién sabe cuánto hacía que se venía cocinando. Ya probé 6 medicamentos diferentes y ahora entiendo esa frase de que a veces es peor el remedio que la enfermedad. O casi. Porque en realidad, ninguna de esas pastillas hicieron diferencia, más que joderme la relación con Novia en una u otra manera, y en algún caso casi me mataron. Literalmente.
Una de las características de mi depresión (no sé en otros) es que mis procesos cognitivos se volvieron más básicos, es decir, no elaboro tanto las cosas ni tengo la capacidad de abstraerme y sacar conclusiones o resolver cuestiones abstractas, y que en el pasado me encantaba elaborar y rumiar en mi cabeza hasta dar con alguna veta que me permitía avanzar en el conocimiento de lo que rodea, sea gente, cosas, naturaleza... lo que fuera. Lo noto, sobre todo, cuando leo cosas que escribía cuando empecé en el blog. Al margen de que todavía coincida con lo que escribí, o en cómo lo plasmé, me queda esa sensación de haberme hundido en un lodo de tristeza e inoperancia cuando intento escribir algo con ese nivel de profundidad o elaboración. La cabeza simplemente no me da. El alma no me da. Las ganas, la fuerza, la motivación, la inspiración; todo me falta. Ni me acuerdo cuándo fue la última vez que me ilusioné o excité con algo, o cuándo disfruté de una tarde, o de la compañía de alguien (siempre me siento incómodo y me quiero ir), o del lugar donde estaba, o la hora del día, o de la cama...
Una pregunta que me estuvo dando vueltas en la cabeza por unos meses es con quién hablar. Tengo buenos amigos, gente que ha pasado la prueba de carácter; del mío, porque a pesar de conocerme bien eligieron estar a mi lado y soportarme a cambio de disfrutar de lo que sea que ellos vean en mí. Pero de alguna manera en los últimos meses me siento inhibido de hablar con ellos, ya sea por la latitud de temas que normalmente tratamos, por la distancia, porque no quiero preocuparlos ya que sé que no pueden hacer nada, por los problemas por los que ellos estén pasando y no me da por complicarles todavía más la existencia, o simplemente porque tengo miedo de molestarlos o de que se cansen de mí y de mi depresión.
Hace pocas semanas me topé con un blog que me funciona como de catalizador, porque quien escribe tira preguntas al lector que en mí, en este momento, resultan ser las correctas. En general, el autor se contesta y de eso se trata el blog, pero en mi caso también hago el ejercicio de buscar las respuestas por mí mismo, en mí mismo. De alguna manera el esfuerzo es positivo y me mueve en la dirección correcta. O mejor dicho, me mueve, que ya es bastante.
En mis cavilaciones, me di cuenta de que perdí la fe en casi todo, síntoma propio de la depresión. Para qué hablar con un amigo, si no me va a poder ayudar. Para qué intentarlo, si no vale la pena. Para qué siquiera llamarlo, si seguro no me puede atender. Además, necesito encontrar a alguien todopoderoso, que sepa lo que vale la pena intentar y lo que no, que me conozca lo suficientemente bien, que sepa cómo estimularme y cómo persuadirme; que me entienda sin explicar tanto y que comparta mis puntos de vista, o si no, que los respete. Y que me pueda ayudar.
Pero nadie de mi familia, ni amigos, ni conocidos cumple con todos los requisitos. No soy religioso, por lo que no me sirve engrupirme.
Hasta que el otro día me desperté a la mañana y me quedé, como muchas veces, espantado de lo que veo en el espejo que está al costado de la cama. Tengo uno de esos armarios de pared a pared, con 6 puertas, de las cuales las dos centrales son un espejo de piso a techo; cuando me despierto y me siento en la cama para ponerme las medias, por ejemplo, quedo de frente y me veo en toda mi "plenitud". Ya con eso empiezo mi día. Como Novia se despierta antes para usar el baño a sus anchas y sin molestias, estoy solo conmigo mismo frente a mí mismo. No hay día que esta situación no me deprima, por la diferencia que veo entre lo que me mira desde ese espejo ahora y lo que veía hace nada más un par de años. Y no tiene nada que ver con la edad o el paso del tiempo. Ojalá fuera solamente eso, porque a falta de opciones sería más fácil de aceptar. Como el tamaño de la nariz, o el invierno. Muchas veces reflexioné sobre el abismo que separa mi imagen actual de la que veía antes de deprimirme, pero la pregunta de con quién hablar recién ahora encuentra su respuesta: conmigo. Nadie es todopoderoso, pero todos somos el todopoderoso propio. Aunque no lo sepamos, porque nunca nos pusimos a pensar en eso, porque nos metieron caca en la cabeza, o porque estamos en situaciones que nos impiden confiar en nosotros mismos y escucharnos. De la misma forma que el cerebro produce cosas como endorfinas o adrenalina para aliviar el dolor físico cuando se necesita, también construye un universo que es el resultado de procesar con la mente lo que percibimos con los sentidos y que para nosotros es la verdad. De la misma forma que cuando estamos sanos y con las defensas altas podemos soportar un poco de frío sin enfermarnos, una percepción positiva de la vida nos permite encarar las pequeñas batallas diarias sin desanimarnos. Pero si estamos cansados, pesimistas, y encima esas batallas no son tan pequeñas, la cosa se complica. La energía se va drenando y, no sólo no alcanza a reponerse, sino que encima la producción también va bajando. Y viene la gripe. O la depresión.
También puede suceder que en algunos casos nos pase un camión por encima, y con sistema inmunológico a toda máquina o no, nos hace pomada. Y necesitamos tiempo para curarnos y reponernos. Necesitamos que nos cuiden, que nos protejan, para que nuestro cuerpo tenga un respiro y pueda reconstituirse. La mente no es diferente. Y ahí es donde estoy vulnerable. Mi propia historia en términos objetivos, mezclada con mi percepción subjetiva, me han puesto donde estoy y no veo el camino. Estoy estático, sin necesidad, capacidad o ambición de moverme. Y se hace un círculo vicioso. Necesito una mano y no la encuentro, porque tampoco la busco, y los que me quieren y se preocupan por mí y podrían ayudarme, que son una masa considerable de gente puestos todos juntos, están lejos y desperdigados. Y los que están cerca, en demasiados casos, no sirven más que para hacer jabón.
Cuando pienso en todo lo que tengo que hacer para salir de esta situación, me siento como alguien tratando de armar una carpa de circo solo. Hay tantos temas que tratar, tantas decisiones que tomar y tantas cuestiones que cambiar o ajustar todas juntas, que no sé por dónde empezar y no me siento en condiciones de hacerlo. Lo peor de todo es que, además de sentir que se me pasa la vida, le estoy arruinando a Novia la suya, y eso no es justo (como si justo o injusto tuvieran alguna importancia en este mundo).
Me voy a almorzar.

Edición al día siguiente...
Ayer me quedaron un par de cosas por escribir pero no tuve tiempo en todo el día. Lo que quería era explicar un poco en qué consiste la depresión, más allá de las causas, curas y demás yerbas.
Una forma de explicarlo es compararlo con una separación amorosa. Cuando uno se separa de (lo que en ese momento cree ser) el amor de su vida, empieza un proceso en el cual hay que entender primero que la separación, el fin de la relación, efectivamente sucede. Esto toma un par de días porque es el tiempo en el que uno pueda dar vuelta atrás, agarrar el teléfono y mediante disculpas, llantos y lo que haga falta todavía salvar la relación. Pero este in crescendo tiene un límite y entonces viene el punto de no retorno, aquel donde nos cae la ficha de que esa persona ya no está más a nuestro lado. Durante unos días la vida pierde sentido, todo nos recuerda a la persona que ya no está, al vacío que quedó, y duele y perfora el corazón que se marchita. Con el paso de los días comenzamos a levantarnos de alguna manera, a rehacer o reinventar nuestra vida, a partir de lo cual el tiempo hace lo suyo.
A diferencia de la pérdida de un ser amado, la depresión es perderse a sí mismo y no saberlo. El efecto es el mismo pero más duradero. Estar deprimido es caer en ese estado entre el punto de no retorno del que hablaba más arriba y el momento en que empezamos a recuperarnos. En ese limbo espantoso se mueve uno por meses, años, sin saber siquiera por qué.
Desde hace unos días estoy con una recaída y no sé el motivo. Tengo una idea de posibles causas pero creo que en realidad es que todas contribuyen. Quizás el catalizador fue una estúpida alemana que me dedicó una ópera matinal por no haberme parado en la baldosa que ella consideraba correcta, supongo. O alguna otra terrible y condenable acción de mi parte. Un episodio que en otra persona más saludable hubiera sido simplemente empezar el día con la pata izquierda, en mí provoca estragos. La especialidad de estos animales alemanes es definitivamente hacer leña del árbol caído.
De cualquier forma, espero que este bajón pase pronto, porque ya estoy empezando a tener ideas raras.

martes, 13 de abril de 2010

frase del día

Dicen que esta frase la dijo el oncólogo brasileño Drauzio Varella*:

"En el mundo actual, se está invirtiendo cinco veces más en medicamentos para la virilidad masculina y silicona para mujeres, que en la cura del Alzheimer. De aquí a algunos años, tendremos viejas de tetas grandes y viejos con pene duro, pero ninguno de ellos se acordará para qué sirven."

* Por ahí (internet) circula que el tipo ganó el Nobel de medicina, pero en la página de los Nobel no figura, lo cual no hace la frase falsa. Y aunque el tipo no la haya dicho, o aunque los números no sean exactos, ni siquiera correctos, o aunque el tipo ni siquiera exista, me dejó pensando una vez más en las incoherencias que existen en el mundo, donde pasan cosas todavía peores que el tema al que hace referencia la frase de arriba. Por eso la puse.

Esta entrada la tenía escrita hace unos días, pero quería redondearla con comentarios míos sobre cosas que se me ocurre que están fuera de lugar y se relacionan con la frase. Lamentablemente tengo otras cosas en la cabeza y todos los ejemplos que se me ocurren son vagos y no los puedo volcar en letra como corresponde. Ando con la cabeza en otra cosa y escribir como por ejemplo lo hacía hace un año, directamente no me sale. La explicación, supongo, viene en otra entrada.

jueves, 8 de abril de 2010

por ahí

En Semana Santa en Alemania, en lugar de tener jueves y viernes santo, tienen solamente el viernes, pero a cambio también tienen el lunes feriado. En principio me quiero guardar la mayor cantidad posible de vacaciones para ir a casa, pero igual me tomé el jueves y el martes, y en total tuve 6 días libres que usé para irme en moto, solo, al sur de Francia. El viaje lo planeé con etapas de unos 400 km por día, cosa de poder disfrutar la moto un rato y las ciudades por las que paso otro rato.
El itinerario (donde hice noche) fue así: Múnich -> Besançon -> Le Malzieu-Ville -> Avignon -> Niza -> Sondrio -> Múnich. En el camino visité Lyon, Millau (donde está el viaducto), Aix en Provence, Saint Tropez, Cannes, Mónaco, Saint Moritz y vaya uno a saber qué más.
El mejor hotel de los 5 en los que estuve fue el de la segunda noche, en Le Malzieu-Ville, en un lugar que apenas figura en el mapa. Los dueños son un matrimonio jubilado, que después de tener hotel en París por 30 años vendieron todo y se mudaron a este lugar, compraron una granja con una casa vieja y la remodelaron y convirtieron en este hotelcito con solamente 6 habitaciones y lugar para 10 personas en total. No tienen empleados, son nada más que ellos dos, y nunca cierran, salvo para navidad para pasarlo con la familia. Cada habitación es una maravilla de gusto y dedicación y atención al detalle, y la comida es casera, del mercado local, y no tienen ni congelador ni microondas. Y se nota. Todo es espectacularmente fresco y rico. La habitación en sí no fue cara, 60€, pero la cena costó 26€, y valió cada centavo. Eso sí, el resto de los días me llené en el desayuno y comí apenas un sandwich o algo así. El presupuesto no era estrecho pero tampoco infinito. Como perla me sale mencionar que de postre esa noche comí un queso batido con crema y mezclado con mermelada casera de frambuesa. Mi paladar, después de eso, quedó en el séptimo cielo.
El navegador que compramos con Novia resultó una basura irritante que se salvó de terminar su corta existencia en la bahía de Saint Tropez porque me acordé que la mitad la pagó Novia, que si no ya estaría haciendo las funciones de coral. Tiene una pantalla táctil que interpreta lo que se le da la reverenda gana y hay que andar tipeando las cosas cinco veces hasta que se le canta entender a dónde uno quiere ir. Esta semana lo llevo a ver si me lo cambian por algo más útil, como una bolita de papel usado, por ejemplo. O una birome vieja.
Volviendo a lo del viaje, de los 6 días que estuve fuera, 2 llovieron, no mucho pero lo suficiente para molestar y que no hubiera posibilidad de sacar buenas fotos, y los otros 4 días me la pasé arriba de la moto disfrutando las rutas fantásticas del sur de Francia y la costa azul. Incluso hice videos con la cámara montada en el frente de la moto. A modo de muestra, acá van algunas de las fotos que saqué:

Unos km antes de salir de Alemania...


Un rato después de llegar al primer hotel en Besançon, Francia...
(¿se nota la diferencia? ¿eh? ¿eh?)


En el centro de Lyon...


En Pont du Gard, un acueducto construido por los romanos en el año 19 antes de Cristo. Mide como 250 metros de largo y unos 50 de alto. Es GRANDE. Es increíble que los tanos hayan podido hacer semejante obra hace 2000 años...


El famoso Puente de Avignon...


Un mercado en Aix en Provence... (¡ñam, ñam!)


Saint Tropez, con sus botecitos y yates de recontralujo, todos apiñados...


Mansiones en la costa azul (esta es chiquitita, más bien un ranchito; había otras...)


En el último tramo del viaje, el que va de Niza a Múnich, casi no saqué ninguna foto, por varios motivos: el paisaje no era tan interesante, por lo menos comparado con lo que llevaba visto; estaba cansado y quería nada más llegar; cruzando los alpes me caí en la nieve. A la moto no le pasó nada, apenas un rasponcito de nada, pero mi orgullo resultó severamente dañado. Cualquiera que se compre una moto y pretenda no caerse comete dos errores: vive una fantasía inexistente, y tiene la actitud incorrecta, lo cual puede matarlo. Por eso, cada vez que me subo a la moto soy consciente de que me puedo matar, y en consecuencia manejo con mucho cuidado. Pero por más que uno lo intente, hay situaciones desconocidas y que resultan de la acumulación de errores y factores, y ahí pasan los accidentes. En mi defensa, hace 15 años que no me caía en la moto por error mío, pero esta vez fue casi diría necesario. Para aprender, me refiero. Una vez más el navegador me mandó por donde se le dió la gana y yo subestimé el hecho de que no estamos en verano, sino apenas a principios de la primavera, así que cuando salí de Sondrio para hacer el último tramo a Múnich me encontré cruzando los alpes a 2200 m de altura, en lugar de a 1000 metros como lo había planeado, y encontré nieve en la ruta, nieve ya pisada por autos y por eso compacta y con cero agarre. Por suerte iba muy pero muy lento, unos 3 km/h (más lento no podía ir porque perdía el equilibrio), y apenas toqué la nieve me fui al suelo. Un camionero que venía atrás se bajó enseguida a ayudarme a levantar la moto, y después de recuperarme del susto seguí mi camino, esta vez a 1 km/h y con los pies abajo. El parche de nieve tendría unos 150 metros de largo, y tardé unos 20 minutos en cruzarlo, haciendo pausas y descansando, no solamente del esfuerzo físico de aguantar la moto, sino también de la adrenalina y el susto que tenía, porque la situación era bastante fea. Pero al final lo logré y pasé sin caerme. Me siento orgulloso de haber aprendido la lección y ahora sé que la próxima vez que encuentre nieve casi seguro que no me voy a caer. Pero mi orgullo herido sigue ahí =( En fin...
Por lo menos el accidente pasó en el punto más alto del cruce, así que sabía que era tan estúpido seguir como volver, y seguí, y no encontré más nieve. De hecho la ruta desde ahí hasta que crucé la frontera con Austria era una preciosura de curva y contracurva siguiendo el cauce de un río. Ahhhhh... nirvana motociclística... ¿qué más se puede pedir?
Eso, qué más. Por ejemplo, que la depresión no hubiera venido conmigo al viaje. Que se hubiera quedado en Múnich. O que se hubiera perdido. Pero no, ahí estaba, vivita y coleando. Es justamente en estas situaciones, cuando todo está bien, cuando el dinero sobra y las preocupaciones típicas de su falta se evaporan, uno está en un lugar lindo, sin extrañar nada, sin sentir que nada falta, cuando los planetas se alinean y uno por fin se encuentra a solas consigo mismo, es cuando se pone en evidencia lo que está mal. Y soy yo mismo lo que está mal. Estoy deprimido, sin posibilidades de disfrutar las cosas buenas que me pasan. Siento hambre, frío, sueño, y poco o nada más. Menudo descubrimiento. No es que no lo supiera, pero tenía la esperanza de que me diera un respiro con semejante viaje. Apenas lo tuve en el km 837, cuando iba a Avignon, que me puse a cantar, solo, a los gritos, con la voz retumbando adentro del casco. Me duró un rato y listo.
Pero valió la pena. Conocí lugares con los que soñaba algún día en estar, aunque sea de paso, y aunque sea sabiendo que no pertenezco a esos ambientes de glamour (palabra estúpida y sin sentido si las hay). Hice un viaje en moto de casi 3000 km y sobreviví, lo cual no es poco. Conocí cultura y gente y cosas grandes de la genialidad humana y de la naturaleza. All in all, un buen momento de mi vida.
Y sí, ya estoy planeando el siguiente... ;-)

miércoles, 7 de abril de 2010

(sin título)

Estuve de viaje por lugares chetos y quiero escribir sobre el asunto, pero ahora estoy en el trabajo y tengo uno de esos momentos donde me siento en el ojo de un huracán, donde mis despioles en la cabeza parece que se anularan mutuamente y puedo disfrutar de un instante de paz, donde no me preocupo no por el pasado ni por el futuro, que no existen, y me concentro en el presente. Y en ese presente el sol entra por la ventana de la oficina, por entre las hojas de la cortina, y da sombras muy agradables sobre los escritorios vacíos, las sillas, las computadoras, mi taza para el café (que la lavo conscientemente todos los días, no como algunos que gracias si la lavan una vez al mes).
La realidad llama, y tengo que ir al supermercado a comprar un par de cosas. Mañana espero poder escribir sobre el viaje.