miércoles, 9 de febrero de 2011

lo que me gusta

Hace muuucho tiempo alguien (creo que Luisa, pero tengo mucha fiaca como para ponerme a buscar) me preguntaron por 6 cosas que me gustan. Con el fin de semana atroz que tuve en mi guerra con la cocina*, no me acuerdo qué contesté... ni tampoco cómo me llamo, para ser honesto.

*cambié la cocina y para eso tuve que desmontar la vieja, ir a comprar la nueva (que pesa 140 kg), subirla a mi departamento y comenzar la operación de montaje. Batallas perdidas, batallas ganadas, la cocina está siendo instalada. Tengo cortes, ampollas, agujeros, arañazos y demás cicatrices que prueban sin lugar a dudas mi total inoperancia a la hora de usar herramientas. Pero soy cabeza dura y quiero aprender, así que sigo.

En fin, hoy me levanté de buen humor y empecé a acordarme de algunas cosas que me gustan:
- esperar el cole, mirando a la gente y pensando quiénes son, qué hacen, a dónde van, cómo se sienten...
- la lluvia. Mucha gente se siente miserable cuando llueve, yo me alegro, la disfruto como si fuera dulce de leche.
- caminar con los ojos cerrados. Durante un tiempo viví en Buenos Aires y tenía que tomar el Roca para ir al trabajo, y empecé a caminar desde la boletería, en una punta del andén, hasta el final en la otra punta, con los ojos cerrados tratando de guiarme con las marcas para ciegos en el hormigón. A partir de entonces empecé a descubrir qué poderosos son los sentidos cuando uno les presta atención. Se puede oír y oler muchas cosas que están siempre ahí pero las obviamos. Ahora camino a obscuras cada vez que puedo. Cuando voy de la cochera (en el subsuelo) a casa, no prendo la luz, y cosas así.
- mirar el cielo, las estrellas, las nubes, lo que sea que hay ahí arriba y que poco tiene que ver con lo que hay ahí abajo. Una vez leí que para qué buscar inteligencia en el espacio exterior, si todavía queda por demostrar si existe aquí mismo, en la Tierra. Pero ironías aparte, lo que más me gusta de mirar para arriba y ver las estrellas es esa sensación de insignificancia que minimiza tanto mi existencia, que me hace sentir afortunado de tenerla y la valoro y me inspira a vivir. Hoy por hoy eso es un bien intangible de valor incalculable.
- oler la piel de mi novia. Dicen que la memoria olfativa es la más fuerte, y a mí me gusta alimentarla. Lo disfruto muchísimo y es un momento de tanta intimidad que no admite otra relación que la de pareja (creo).
- conversar de madrugada. En psicología le llaman la hora triste, ese rato después de la medianoche en el que el biorritmo desciende a su mínimo diario y uno se relaja, se entristece un poco, y se abre. Yo la llamo la hora de la verdad. Además, estar a las 2 de la mañana con alguien ya significa algo.

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Encontré este escrito a medio hacer de hace casi 2 años y decidí redondearlo y publicarlo. La lista sigue vigente.