sábado, 26 de noviembre de 2011

el arte de ser humano

Dicen que la inteligencia de una persona se puede medir por su capacidad de aprender de sus errores. Creo que esto en los últimos años se ha hecho popular y de alguna manera todos lo incorporamos a nuestra visión, y más o menos lo cultivamos. Pero como método de volverse más sabio y adaptarse a los rigores de la vida, no es el único. Aprender es la base del progreso como seres humanos y en mi modo de ver, irme a la cama cada día sin haber aprendido algo me hace preguntarme para qué me levanté. Es por eso que intento no solamente aprender de mi errores sino también de mis aciertos, pero no me llevó demasiado tiempo ni esfuerzo darme cuenta que eso tiene la limitación obvia de que abarca mi vida y nada más, un colectivo más bien acotado de experiencias, un menú de apenas un par de páginas. Y tengo hambre.
La conclusión lógica es entonces mirar afuera del propio ombligo y ver dónde la pegan y dónde la pifian los demás.
Este es un decálogo de cosas (científicas o no) que aprendí de los alemanes en el plano humano. Para entender esta paradoja, la técnica es muy fácil: uno mira lo que ellos hacen, y hace lo contrario. Garantía de progreso personal...

  1. No reírse de los propios chistes. Uno no es tan gracioso como piensa. Pasar la vida mirando con cara de elefante estreñido cuando los demás hablan y celebrando las propias palabras es patético.

  2. Asumir que uno puede estar en el medio, o de más, o inoportuno, o indeseado. No soy la luz de la vida de nadie, o un faro estoico contra la barbarie e ignorancia. Aprender a callarse/irse/correrse a tiempo evita que aquellos que piensan que soy un idiota se saquen la duda.

  3. Cuando alguien tiene un problema, está en el piso o desesperado, no festejarlo. No reírme. No hacerle preguntas o comentarios para que le quede claro lo gracioso que me resulta la situación. Eso es perverso. El sufrimiento de los demás no es para disfrutar ni está ahí para entretenerme o sacarme del tedio de mi patética existencia. Como ser humano, soy una masa informe de sensaciones y sentimientos que no tengo por qué controlar ni mantener a raya, más que la decencia mínima de no herir a los demás. Ofrecer ayuda, empatía, misericordia, no son debilidades execrables que hay que extirpar de la personalidad como a un tumor, sino lo que nos define como humanos.

  4. Puedo estar equivocado. Escuchar a los demás, ponerse en sus zapatos, mirarlos a los ojos, es el único sistema que funciona. Ignorar, ya sea por falta de conocimiento o por desprecio, es imperdonable. Hace daño al prójimo y a uno mismo. Deteriora al mundo, que ya tiene suficiente mierda. Hay que evitar por todos los medios encerrarse en uno mismo, y en su lugar abrirse a la posibilidad de que entendí algo mal y estoy actuando basado en premisas equivocadas y cometiendo una injusticia sobre alguien. Y los demás no tienen la culpa de mi estupidez, arrogancia y limitaciones. Es cierto que la primera impresión es la que cuenta, pero no quiere decir que sea la correcta.

  5. A veces, le toca al otro. En la esquina, en la puerta angosta, en la cola del supermercado, en la conversación.

  6. Mi frustración es mía. Si no soy bueno con la frustración, o tengo demasiada, no es culpa de cada pobre idiota que se me cruza, a menos que me la haya causado con su malicia, que es inaceptable. Hay que aprender a diferenciar entre lo que me saca de quicio y los que me sacan de quicio.

  7. Sonreír. Es gratis, nos hace sentir mejor, a nosotros mismos y a los demás. Poner cara de orto es de imbéciles sin talentos y que necesitan impresionar.

  8. Ejercer autoridad es muy difícil. Mientras más baja la calidad del individuo investido con autoridad, más mierda es en su ejercicio. Su función en la vida es ejercer esa autoridad, no servir a los demás. Es importante acordarse de esto. La justicia no juega ningún papel.

  9. Mis hijos son mi problema. Si están frustrados, encaprichados, enojados o felices, el vecino no tiene por qué escucharlos y sufrir mi incapacidad para educarlos. Mis hijos no tienen más derechos que los demás, ni son especiales, ni únicos, ni sagrados, ni más valiosos. Son míos y por eso daría la vida por ellos sin el más mínimo asomo de duda, pero eso no los convierte en perfectos. A veces la cagan, y hasta que alcancen cierto punto de madurez, no es su responsabilidad. Es mía.

  10. ... Se me ocurren infinidad de cosas más, como no ser necio, no ser falso, ser consecuente entre lo que pensamos, decimos y hacemos, y así. Pero lo quise parar en diez. No me gusta tardar demasiado entre la idea y la publicación de la entrada porque le quita realismo.

En fin, el invierno se acerca y el humor se modifica.
3 semanas, 2 días y 9 horas.