martes, 26 de junio de 2012

2da parte: Dover - Rosslare

Desembarcar en Inglaterra tiene varias connotaciones, pero me voy a limitar a la parte turística y dejar la geopolítica para otro día. Lo primero que uno tiene que entender es que el clima es una cagada. Así, sin vueltas, ni anestesia, ni delicadezas. Una reverenda cagada. Llueve, después llueve un poco más, y después llueve un poco menos. Y vuelve a empezar. Esto es así en la isla británica y en la irlandesa, y esperar otra cosa es delirar. Con esto en mente programé el viaje y no me sorprendió ni molestó que al bajar del barco estuviera todo sistemáticamente impregnado de agua.
Lo que tampoco me sorprendió fue que manejan por la izquierda, como en muchas islas (Australia, Japón, Nueva Zelanda, etc.) y aunque me mentalicé lo más que pude, en la primera rotonda que me encontré casi termino abajo de un Mercedes Actros. El gorila que manejaba la tenía clara con turistas despistados y no solamente frenó sino que se disculpó (¿o fue un saludo?), como si lidiar con mi idiotez fuera su responsabilidad. De cualquier forma, a él y los que le sucedieron en las siguientes 48 horas, les estoy agradecido. Si hubiera dependido solamente de mis habilidades, literalmente me hubiera matado.



Después de pasar el control de seguridad (los ingleses tienen muchos controles) por fin puse camino al hotel que había elegido en Petworth, un caserío a unos 100 km al sur de Londres. El sur de Inglaterra es un lugar muy pintoresco pero muy poblado. Son 22 millones en poco espacio y se nota. Las autoridades inglesas son fanáticas de poner foto-radares, y eso combinado con los "bong" de alerta que usa mi navegador cada vez que estoy por pasar por donde podría haber una cámara, era como manejar con un nene de 4 años aprendiendo a tocar el piano, metido adentro de mi cabeza (es que tengo auriculares para escuchar las instrucciones del navegador, música, etc.).
El hotel, uno de esos famosos Bed & Breakfast, era lindísimo. El único bar de pueblo con unas 5 habitaciones en el primer piso. Lo sorprendente de la cuestión fue la comida...

 pechugas de pollo con espárragos, salsa de tomate y pesto (increíblemente rico)

 helado de vainilla de Bourbon en un "vaso" de chocolate blanco y frutos del bosque (sin palabras)

Estuve dos veces en Londres y, para mi gusto, la verdad es que en lo culinario los ingleses no se destacan. Hay que ir a restaurantes extranjeros para encontrar algo que valga la pena, así que la verdad que me llevé una grata sorpresa. Por otro lado, a la mañana siguiente el dueño me comentó que era mitad griego...
En fin, después de un desayuno livianito...

panceta, champiñones, huevo a la plancha, salchicha, tomate asado, pan y café (también conocido como adiósalhígado)

 ... arranqué para uno de esos lugares que uno tiene en esa lista mental de cosas que hay que tildar: Stonehenge. Iba a poner una foto pero para ser honesto es igual a todas las que uno puede encontrar por ahí. A cambio, pongo una que representa muy bien la clase de caminos que tomé, porque sabía que tenía todo el día para hacer unos pocos cientos de kilómetros y quise respirar el aire del campo y no los gases de autopista...


La verdad que el lugar no es ni tan místico como las agencias de viajes lo quieren dibujar, ni tan pedorro como muchos quejosos proponen, simplemente porque es más modesto y simple de lo que uno quisiera: no hay espíritus de druidas caminando por ahí semi-transparentes, ni atardeceres con sombras reveladoras de los misterios del universo. Lo que sí está claro es que nadie tiene ni la más puta idea de qué hacen esos cascotes ahí, ni porqué alguien se tomó el laburo (enorme) de construir semejante cosa. Y lo que todavía menos gente sabe es que hay cientos de semejantes armatostes repartidos por la región. Por qué Stonehenge es tan famoso, sólo Walt Disney lo sabrá.
Como mi siguiente reservación de hotel era en Cárdif, se me ocurrió visitar Bath, una ciudad muy muy pintoresca con una arquitectura georgiana y una urbanización muy cuidada y integrada con la geografía. Una de esas cosa que no son famosas pero que valen la pena una escapada.
Otra parada que hice fue en Bristol, pero por algún misterio que todavía se me escapa no le encontré ningún atractivo y después de media hora de caminar en círculos volví a la ruta.
Cárdif, capital de Gales, es una ciudad que respira a otro ritmo que las ciudades inglesas. Se nota el despojo de poder (transferido, voluntariamente o no, a Londres) y las ansias de su gente de conservar su cultura. De dónde saqué todo esto no lo sé, simplemente es una de esas sensaciones que no me pude sacar de encima. Estuve en Cárdif menos 24 horas, pero no pude dejar de pensar en eso. En lo turístico, tiene mucho para visitar, aunque no me quedaría más de 3 días en la ciudad misma sino que preferiría visitar el resto de este hermosísimo pseudo país de 20 mil km² y tres millones de personas, 10% de los cuales viven en su algo-así-como capital.

la manzanita viajera

¿Y qué mocos hace esta manzana acá? Pues está disfrutando de sus últimos momentos en el alfeizar de la ventana de mi habitación en el hotel. La historia de esta manzana es interesante. Nació en Nueva Zelanda, desde donde fue embarcada vía vaya-uno-a-saber, donde aterrizó en un estante de Edeka, una cadena de supermercados en Alemania, donde Novia la compró. Como yo no sabía si me iba a agarrar hambre, la llevé conmigo en este viaje por el país teutón, Holanda, Bélgica, Francia, Inglaterra y Gales, donde fue finalmente pelada, cortada en pedacitos y comida. O sea, la tipa tiene más kilometraje que Marco Polo.
El sábado después de desayunar (igual que el de Petworth, más una especia de tortilla de papa y una rodaja de morcilla asada) salí camino al puerto de Fishguard para cruzar a Irlanda. Como tenía mucho tiempo y ganas, en lugar de salir directo para el oeste por la M4, agarré para el norte por la A470 y crucé el parque nacional Brecon Beacons. Recién ahí doblé a la izquierda y apunté a la costa. Pero cuando estaba más o menos por Haverfordwest vi que era demasiado temprano (esta vez me apuré un poco para no perder el transbordador) y decidí tomar las calles más chiquitas posibles y así ver la costa, y valió la pena.


Finalmente llegué a Fishguard y tomé el barco.


En 3 horas por fin iba a pisar Irlanda.

viernes, 22 de junio de 2012

1ra parte: Múnich - Dover

[mientras escucho "It's Not Goodbye", de la película "Sweet November"]
Desde que tengo moto siempre quise hacer viajes, escaparme, salir de mi "comfort-zone" y expandir horizontes. Ver qué hay más allá de mi mundo conocido.
Más fácil decir que hacer, sobre todo cuando uno viene de un lugar que queda lejos, un país en la punta de un sub-continente relativamente homogéneo, sin dinero y sin tiempo. De a poco las cosas cambiaron, y ahora me puedo cumplir algunas promesas que me hice a mí mismo. Lo que en inglés le llaman bucket list, cosas que uno tiene que hacer, lugares que visitar, antes de ir a tocar el arpa.
En los próximos días voy a escribir mi viaje por 9 países, casi 7000 km, 14 días en la ruta solo con mi moto. Sin más preámbulo...



Primero que nada había que salir del continente y eso, en este planeta lujosamente húmedo, significa tomarse un transbordador. Empecé el miércoles 9 de mayo a eso de las 4 de la tarde, cuando por fin pude escaparme del trabajo sin levantar mucho polvo. Después de 6 horas manejando, pasé la noche en la casa de un amigo en Aachen y a la mañana siguiente salí para Calais. Pasé Holanda sin pena ni gloria e hice una parada técnica en Brujas, Bélgica.



La parada fue porque en el equipaje me olvidé de poner zapatos cómodos para caminar, así que aproveché que me quedaba de paso y visité la ciudad para ver la torre desde la que salta (con "ayuda") el tipo de la película. Y ya que estamos en el tema... ¡aguante Clémence Poésy!
Pero bueno, como no podía ser de otra manera, perdí el transbordador Calais-Dover que había reservado para las 2 y 20 de la tarde y tuve que tomar el siguiente una hora después. Nada trágico, y además me entretuve charlando con unos holandeses que se iban 15 días a Gales también en moto.
El cruce estuvo bueno, aunque el barco estaba lleno de alemanes. El toque de color llegó, cómo no, de la mano de un grupo de unos 30 argentinos haciendo uno de esos tours de 10 países en 10 días que les gusta hacer a las agencias de viajes. Se pusieron a cantar y bailar tango en la cubierta de popa y la gente aplaudía. Los alemanes no, por supuesto. Verboten aplaudir.
En conclusión, al desembarcar en Dover marqué un nuevo récord personal: en menos de 8 horas puse pie y ruedas en 5 países: Alemania, Holanda, Bélgica, Francia e Inglaterra.