viernes, 27 de julio de 2012

conclusiones

Viajé durante exactamente 17 días. Ni una hora más ni menos. Salí de mi oficina en Múnich el 9 de mayo a las 4 y media de la tarde, y volví a mi casa el 26 de mayo a las 4 y media de la tarde.
En total hice 6760 km.
Gasté 414 litros de combustible.
Pasé 95 horas andando en la moto.
Alcancé una velocidad máxima de 202 km/h, según mi GPS (y no fue en la Autobahn alemana).
Tomé 7 barcos transbordadores.
Usé completamente una cubierta trasera y la mitad de una delantera.
Dormí en:
  - 9 Bed & Breakfast
  - 3 casas de amigos (en una, Dublín, 2 noches)
  - 3 hoteles
  - 1 barco
Gasté 2272,60 euros, de los cuales fueron:
  - €726,88 en combustible
  - €672,51 en alojamiento
  - €543,21 en comida, entradas a museos, postales y tonterías
  - €330,10 en transbordadores
La moto me dio exactamente cero problemas y no gastó una sola gota de aceite.
Durante el viaje conocí drogadictos, soñadores varios, gerentes de banco, una pareja de médicos argentinos que cayeron con el auto en una zanja y quedaron con las ruedas derechas en el aire, una señora que durante la 2da guerra mundial decodificaba mensajes alemanes para los ingleses, un corredor en bicicleta que se financia tocando el piano de cola que lleva en su camión, un escalador de montañas que estuvo en el Everest, una señora que cría vacas, y una serie interminable de personajes que pululan por este mundo. Y aunque quedaron anónimos, no quiero dejar de mencionar a los cinco conductores a los que les debo la vida, que en los primeros dos días de manejar por la izquierda en Inglaterra frenaron en lugar de pasarme por encima, como legalmente nadie les hubiera podido recriminar.

Dicen que del árbol de las intenciones salen muchas flores, pero pocos frutos.
Hay que salir a perseguir los sueños, hay que tener un amante. No uno que nos degrade porque engañamos a nuestra pareja, sino uno que nos excite la imaginación. No estamos muertos hasta que cierren el cajón.

El hospedaje que más me gustó: el hotel Ceilidh-Donia en Edimburgo, un lugar donde sentí que alguien se preocupaba por mi bienestar. No fue el único, pero fue el que además me ofreció el mejor desayuno =)

El paisaje que más me gustó: el que está al norte del Trossachs National Park, por la A82, en Escocia.

La ruta que más disfruté: sin ninguna duda la N59 entre el Kylemore Lough y Westport. Si bien hay ondulaciones en el asfalto, las curvas son perfectas, el paisaje es brutalmente hermoso y no hay nadie cortando la inspiración.

La comida que más disfruté: tuve la suerte de estar en lugares paquetes, refinados, exclusivos y caros, con una comida muy rica. Pero la mejor velada la tuve en Tramore probando por primera vez fish & chips. Con vinagre y sal, como se debe. Los compré en un puesto y me los llevé a un banco en la playa, y me los comí mientras atardecía y subía la marea.

El mejor lugar que visité: el museo del Titanic, en Belfast. Tuve suerte porque lo abrieron apenas en marzo. Me pareció un poco caro a £13,50, pero después de la visita me pareció que yo los estafé a ellos.

La persona más interesante: el empleado del Castillo Culzean, en el sur oeste de Escocia. Sabía vida y obra de todos los que habitaron el castillo, sus dueños y los arquitectos que participaron de su construcción, y hasta la historia familiar de esos arquitectos. Y sobre todo: amaba contarlo y me contestó todas las preguntas. Ojalá hubiera más profesores de historia como él.

Me quedó colgado:
- el dique donde se construyó el Titanic.
- el centro oeste de Inglaterra y el centro norte de Gales. Dicen que los Cotswolds y el Peak District National Park son impresionantes.
- París. Ya estuve algunas veces, pero quiero dar una vuelta al Arco de Triunfo en la moto. Pensaba pasar a la ida o a la vuelta pero pude acomodar las cosas.
- las islas al oeste de Escocia, sobre todo la isla Skye. No es que me muera por conocerlas, pero va a ser la excusa perfecta para volver por esos rumbos.
Hubo muchos castillos que me hubiera gustado visitar, y muchas otras rutas que quisiera haber recorrido, pero el viaje fue un placer y superó todo lo que esperaba. Me relajé, saqué lindas fotos y conocí un poco más de esta parte del mundo que, si las cosas siguen así, alguna vez voy a tener que dejar. Espero poder cumplir con algunas otras ideas que tengo antes de que ese momento llegue. En eso estoy.

La última: los sueños de un chico se mueven con alas que se alimentan de polvo de estrellas. Los sueños de un hombre tienen ruedas, y necesitan súper sin plomo.

sábado, 21 de julio de 2012

8va parte: Róterdam - Múnich

Mi primera interacción con las autoridades neerlandesas fue la señorita policía que me controló el pasaporte, ya que el Reino Unido no es parte del tratado de Schengen. Después de mirar la moto (o lo que se podía ver debajo de la capa de mugre) empezó a hojear mi pasaporte. Le llamó la atención que no fuera europeo, pero lo que la congeló fue cuando vio mi visa de residencia en Alemania. Aunque ya había visto la cubierta donde dice "República Argentina", volvió a mirarla, y a mí, y de nuevo al pasaporte, hasta que ya no se pudo aguantar más y me preguntó:
Policía - a ver si entiendo bien: ¿usted es argentino y se mudó a vivir a Alemania?
Martincito -
Policía con cara de que le acabo de confesar que tengo un tumor cerebral (única plausible explicación para hacer semejante cosa) y me quedan horas de vida: - ¡¿POR QUÉ?!



Después de ese trámite dejé atrás Europort y apunté a Róterdam. Estuve en los Países Bajos muchas veces pero casi siempre me limité a Ámsterdam y solamente un par de veces conocí otras ciudades como La Haya, Nijmegen, Eindhoven o Maastricht, pero nunca Róterdam.
Honestamente, no me perdí nada. Después de 15 minutos de navegar en el laberinto de avenidas, túneles y puentes característicos de las ciudades neerlandesas, me dí por rendido y llamé a Novia para que, desde su papel de operador a lo Matrix, se fijara un poco en internet dónde estaban las cosas que tuvieran algún valor turístico o de curiosidad. Después de un rato me llamó para confirmarme que Róterdam es una ciudad de cero a nulo atractivo turístico y es más bien un apéndice necesario donde alojar a las decenas de miles de personas (casi 90 mil) que trabajan en o relacionadas con el puerto y sus actividades. Un puerto de casi 125 km² con sus propias centrales eléctricas, plantas procesadoras de residuos, purificadoras de agua, etc., etc., etc.
Aceptada la realidad, y como estaba solamente a 300 km de la casa de un amigo donde pensaba pasar la noche, y como él recién sale del trabajo a las 5 de la tarde, tenía casi 5 horas para matar que decidí dividirlas entre la playa de Scheveningen, en La Haya, y un almuerzo tranquilo en el centro de... cómo no, Ámsterdam.

 para refugiarse del buen viento que había, esta vaquita de San Antonio decidió acomodarse entre los dedos de mi pie izquierdo

 papas fritas y vleeskroketten

el restaurante queda en un patio interior compartido con un museo

A eso de las tres de la tarde y pipón como estaba salí para Recke, donde visité a un amigo, charlamos hasta que nos venció el cansancio y me quedé a dormir en su casa. El sábado a la mañana, por última vez, cargué mis cosas en la moto e hice los 675 km hasta Múnich de un saque, parando solamente una vez para llenar el tanque. Me lo tomé tranquilo, disfrutando la Autobahn a unos modestos 140 km/h, con lo que tardé 5 horas y media en el trámite.
Cansado y satisfecho, di por cumplido mi objetivo número uno de este viaje: volver vivo y entero.

viernes, 20 de julio de 2012

7ma parte: Bankfoot - Róterdam

A veces, cuando estoy preocupado por algo, es como que se me sube tanto en la lista de prioridades que me pongo de bastante mal humor cuando algo o alguien se me suma a la lista de obstáculos para conseguir lo que quiero. Rara vez me doy por vencido, pero a cambio mi ánimo se torna, según me contaron, volcánico. Las cosas que hay que escuchar...



El tema es que tenía una moto sin perfil en la cubierta trasera. Esto es peligroso (puede reventar en cualquier momento, puede hidroplanear más fácil, puede derrapar sin aviso) y además ilegal. En Europa en general se exige una profundidad mínima de 1,6 mm en cualquier punto del dibujo de la cubierta, y técnicamente 1 mm es el límite a partir del cual se compromete la integridad de la cubierta y su aptitud para aguantar eventuales impactos o la fuerza centrífuga cuando se circula a alta velocidad. Yo no tenía nada. Ni goma. Mientras desayunaba hablé por teléfono con Novia y mirando en internet me ubicó un concesionario de Kawasaki en Edimburgo, a donde yo iba, pero a 90 km de donde estaba. Cuando fui a pagar el hotel, delante de mí había un hombre que me contó que él tenía un negocio de motos, pero a 200 km en la otra dirección. La dueña del hotel oyó y me dijo que su hermano tenía una Kawasaki, y que el lugar donde él compraba sus cosas era cerca. Lo llamó por teléfono y por supuesto no estaba, sino que atendió la hija de 6 años. Después de que la muy turra se dignara a pasarle el teléfono a la madre, pudimos enterarnos que el lugar estaba en Dunfermline, unos 60 km y en dirección a Edimburgo, así que ni siquiera me tenía que desviar.
Con los huevos a medio camino entre la garganta y el escroto, y manejando como una abuelita volviendo de la iglesia, llegué al lugar justo antes de que abrieran. En definitiva, esto fue lo que pasó:

 Pirelli Angel ST, unos 2000 km después de cumplirse su vida útil

 Dunfermline Motor Cycles (aka ¡¡¡gracias, muchachos!!!)

Dunlop Sportmax Qualifier nuevita
(media hora y 143£ después)

Un detalle de esta cubierta es que no es legal en Alemania. El tema es que, a diferencia de cualquier otro lugar de este planeta (con la irrelevante excepción de la Isla de Man y poco más) en Alemania existen tramos de autopista sin límites de velocidad, por lo que las autoridades alemanas consideran que las exigencias en los neumáticos son más altas. Es por eso que existen organismos técnicos (TÜV, Dekra) que, después de muchas pruebas, elaboran una lista de qué cubiertas y qué vehículos son compatibles entre sí. La Dunlop que me pusieron no está en esa lista, lo que significa que cuando entre en Alemania teóricamente estoy cometiendo un delito y si pasa algo mi seguro puede lavarse las manos. Me ne frega un cazzo.
Por fin, a las 11 de la mañana me tiré el lance de registrarme en el hotel, un par de horas antes de lo permitido, y los dueños eran tan amables que me dieron la habitación y me ayudaron con todo. Edimburgo es una ciudad especial. De todos los lugares que conozco (y esto incluye 24 países europeos) en cuestión de lo definida de la personalidad de una ciudad, pondría a París en primer lugar y a Estocolmo en segundo, aunque Estocolmo es caótica por la simple razón de que es una colección de 13 islas de roca muy dura y los suecos han hecho un muy buen trabajo en hacerlas habitables y a su gusto, pero la naturaleza es lo que es. Tercera en esa lista pondría a Berlín, que quizás me gusta tanto porque es un poco de imperfección y humanismo en una país con el factor humano de Auschwitz. Hay ciudades que tienen lugares para visitar, como el London Eye en Londres, o el Vaticano en Roma, pero Edimburgo tiene personalidad, coherencia, como París. Tiene lugares de sueño para pasear como la Ramsay Garden, el West Princes Street Gardens, o el café The Dome donde sentarse a disfrutar algo rico. Si uno quiere relajarse y tomar solcito y ver la ciudad con un poco de altura, está el Regent Gardens, con monumentos, cartelitos explicativos y bancos con placas dedicatorias de amor a los que ya no están.

Ramsey Garden, a la vuelta del castillo de Edimburgo

 el café/restaurante The Dome, que aunque parezca raro no es caro

el N Bridge visto desde el Regent Park

el labrador del hotel, siempre robándole los anteojos
o los zapatos a Max, el dueño

Edimburgo tiene, incluso, imperfecciones, como lo demostró el dueño del hotel al avisarme que si dejaba la moto afuera durante la noche me la podían robar. El tipo me prestó una cadena y candado y me dejó que estacionara la moto delante de su camioneta. Así como la pusimos, la única forma de llevársela era con helicóptero.
Mientras Edimburgo desaparecía en los espejos retrovisores me planteaba cómo iba a llegar a mi último destino del viaje, la última cosa que tenía en mente visitar antes de dejar la isla: el Muro de Adriano. Finalmente me decidí por seguir la A68 hasta Corbridge y de ahí la B6318 que en esa zona más o menos va paralela al Muro. Pero primero pasé por este menhir que muestra el punto en que la A68 abandona Escocia para meterse en Inglaterra:

mi última foto, abandonando Escocia

El primer fuerte que encontré fue el de Cilurnum, pero ahí lo único que sobrevive son las instalaciones para los soldados y no el muro en sí, que es lo que yo tenía en la cabeza desde que la película The Eagle of the Ninth. El de la tienda de recuerdos me dijo que en ese lugar solamente se conservaban unos 10 pies del muro, pero si seguía unas 8 millas al oeste iba a encontrar Vercovicium, el siguiente fuerte, donde había kilómetros del muro.
Un Magnum de chocolate blanco y 9£ después pude por fin contemplar un pedazo de los 113 km de piedras que hace 2130 años el emperador romano Adriano mandó a colocar para demarcar uno de los límites más lejanos del imperio con las tribus bárbaras. Un tilde en mi lista de cosas para hacer antes de morirme. Siguiente parada: Hull, para tomarme el transbordador nocturno a Róterdam. Era este transbordador de 180€ con cabina doble con ducha, o manejar otros 1000 km y de todos modos pagar un hotel. Llegué a Hull a las 5 y media de la tarde, un par de horas antes del embarque, y los negocios ya estaban cerrados. Encontré un café donde engañar al estómago con un pedacito de torta antes de zarpar y la chica de la caja me explicó que ahí el día termina a las 5 de la tarde en que todo el mundo se va a su casa. Una ciudad fantasma.

cabina con vista al mar ;)

El cruce dura once horas. El barco zarpa 8 y media de la noche (9 y media en el continente) y llega 8 y media de la mañana. Hay casino, cine, restaurantes, bares y toda clase de posibilidades a bordo para no aburrirse como una ostra, pero para uno que está viejo y cansado lo mejor es irse a dormir, así que a las 11 me fui a leer una revista de motos que me compré y puse el despertador a las 7 y media de la mañana.
Sin embargo, la empresa dueña de la línea naviera tenía otros planes... Por empezar: ¿se ve ese redondel en el techo al lado la lámpara, en la foto de arriba? Es un altoparlante. A las 6 y media de la mañana pusieron un mensaje (después de poner una melodía extra irritante) donde explicaban que por la módica suma de 10 millones de euros uno podía desayunar en el restaurante del barco, y por única y exclusiva vez, por otros 5 millones de euros podíamos deleitarnos con noséquémierda bufé. Ok. Después de recuperar señal de electrocardiograma volví a cerrar mis ojitos. Media hora después lo mismo. y media hora después, además del mismo mensaje de mierda, sonó mi despertador. A estas alturas, y juro que fue inconsciente, pensé en el Titanic.
Me levanté, junté mis porquerías y después de ver como llegábamos a la inmensidad que es el puerto de Róterdam, me puse lo más cerca que pude la entrada a la cubierta donde estaba la moto. Se terminó lo que se daba.

jueves, 19 de julio de 2012

6ta parte: Inverness - Bankfoot

A pesar (¡ja! empecé una oración con una preposición) de que la A82 hasta Inverness se me hizo una de las rutas más lindas, lo que siguió fue de lejos lo más agradable del viaje, casi diría el motivo para este viaje: manejar en los paisajes más majestuosos y lo más vacíos que se pueda.



Saliendo de Inverness encaré al norte con el objetivo de llegar hasta el extremo de la isla, y si el tiempo daba y el clima acompañaba, incluso hasta John O'Groats, el fin del mundo. Con lo que no conté otra vez fue esos castillos impresionantes que algunos se tomaron la molestia de hacer y otros de conservar, como por ejemplo el de Dunrobin, lo cual me "obligó" a parar y sacar fotos...

 la entrada al castillo

visto desde la tierra...

 ...y visto desde la costa
(a mi espalda está el mar del Norte y, más allá, Noruega)

Siguiendo para arriba llegué a donde un conocido me dijo que era el final de todo, no-más-Escocia, señor: John O'Groats. Me avisó que, si bien es una especie de logro psicológico llegar hasta ahí, en sí no hay nada para ver o hacer más que pegar la vuelta y volver por donde se vino. La realidad fue mejor que eso porque vi unos acantilados brutales en tamaño y variedad de formaciones.

llegando a John O'Groats
 
los acantilados más alucinantes del viaje; lástima que el viento frío del mar del norte, al juntarse con el aire cálido sobre la isla, prácticamente garantiza un cielo encapotado permanente

A partir de este punto salí directo en dirección oeste siguiendo la costa, y cuando llegué a Tongue doblé al sur, siempre siguiendo la A836, porque el paisaje me pareció más lindo. Esta parte era la que me ilusionaba más: un territorio totalmente vacío de humanos, cuya ruta principal es de un solo carril, apenas 3 metros de ancho, con banquinas cada 100 metros para permitir que los que vienen en la dirección contraria puedan pasar, o para que adelanten los que van más rápido. En promedio, creo que vi un vehículo cada 20 minutos.


Ya sobre el final del día llegué a Loggie, un caserío cerca de Ullapool donde no había nada de nada, excepto dos Border Collies para jugar a tirar y recuperar. Los dos perros me recibieron como si me quisieran de toda la vida, y la dueña, una mujer rústica pero amable, no pudo disimular su escepticismo al principio que logré que deviniera en una charla sobre la vida en los Highlands. Un lujo poder hablar con esa persona.
En la mañana del martes (ya 22 de mayo), mientras preparaba mis cachivaches para salir, me dí cuenta de que la cubierta trasera de la moto ya no tenía nada de perfil y que no iba a completar el viaje. Calculo que una muñeca derecha un poco pesada y las brutalidades del pavimento irlandés pueden haber tenido algo que ver, así que decidí tomármelo con calma hasta llegar a Edimburgo y ver de conseguir una cubierta nueva.
Lo que sí no iba a poder dejar de ver eran dos cosas: el castillo Eilean Donan, donde se filmó parte de la película "Highlander, el inmortal" de 1986 con Christopher Lambert y Sean Connery, y el viaducto Gelnfinnan, que se usó en tres de las películas de Harry Potter. Para entonces, la cubierta de atrás ya estaba con electrocardiograma plano. Llegué a Bankfoot, dejé las cosas en la caja de zapatos que me dieron por habitación (el baño en Upperlands de veras que era más grande) y empecé a hacer llamadas y averiguaciones para ver de dónde iba a sacar un repuesto ya...

puesta de sol sobre Ullapool

miércoles, 18 de julio de 2012

5ta parte: Dublín - Inverness

Dejar Dublín no fue fácil. Pasé dos días hermosos con Novia y un conocido/amigo argentino, su hermana y su novia italiana que habla español. Y francés. E inglés. O sea...



Novia se tomó el cole al aeropuerto y yo salí para Larne, al norte, para tomar el 6to y ante último transbordador de este viaje, esta vez a Troon, en Escocia. Mi destino del día: Ayr, un pueblito con un B&B con una reputación de la gran siete. Lo interesante es que después de 3 días seguidos de lluvia en Belfast y Dublín, 10 km al norte de Dublín salió el sol y así quedó hasta que terminé el viaje. Ni una gota de agua. Es como si el clima irlandés hubiera tenido algo en contra de Novia, pobre. El cruce del Canal del Norte fue rápido y relajado. Salió a las 5 y media de la tarde y con la ayuda de un cafecito y sacando fotos por la borda las dos horas se pasaron enseguida.

llegando a Troon, en la costa suroeste de Escocia

Cuando desembarqué me llevó solamente 20 minutos llegar a Ayr y lo primero que hice fue preguntar dónde podía cenar. Entre pitos y flautas eran más de las 8 de la noche y el bagre empezaba a picar. Resultó que había un hotel enfrente con un restaurante aparentemente famoso en la zona, y la verdad que no era difícil ver por qué. La comida era espectacularmente rica, los precios adecuados, el servicio amable y profesional, y el ambiente era tan pero tan recalcitrantemente escocés (en el buen sentido) que si hubiera entrado Sean Connery hubiera calzado perfecto. Lo más alucinante de la cena fue el postre, que por supuesto fotografié...

chis queic con chocolate blanco y Baileys =)

A la mañana siguiente, además de mi rutina de comer como un elefante etíope, saqué un par de fotos y me quedó grabada esta del la entrada del hotel:

 como para que no te queden dudas de lo escocés del asunto...

Antes de encarar para el norte, seguí la sugerencia de un amigo inglés y fui a visitar el Castillo Culzean (se pronuncia "culín", como si la "z" no estuviera). Para cualquiera que le interese, ya sabe a quién preguntarle más datos. Lo único que puedo decir es que no solamente vale la pena visitarlo, sino que es mejor todavía hacerse socio del National Trust for Scotland, que por el precio de 2 ó 3 visitas, da acceso por un año a todos los lugares bajo su administración. Una ganga. Y creo que encima incluye el estacionamiento.
Al mediodía salí para Inverness, siguiente parada y la segunda y última de este viaje que elegí exclusivamente por su ubicación, no porque me interese visitarla. Escocia es un país relativamente despoblado; si tenemos en cuenta que 2 de los 5 millones de escoceses viven en Edimburgo, la densidad de población en el resto del país es apenas 38 hab./km², comparado con los 218 de Alemania, que viven bastante uniformemente distribuidos. Esto se traduce en que tienen grandes extensiones prácticamente vacías de pueblos o siquiera caseríos...

panorámica de la A82 antes de llegar al Lago Leven
¿alguien dijo Patagonia?

 más A82, la mejor ruta que pasé en Escocia; bien asfaltada, curvas amplias y menos tránsito que en la luna

El motivo de haber elegido Inverness para pasar la noche era que quería recorrer el famoso Lago Ness, y aunque uno se las dé de escéptico y la mar en coche, no pude evitar desilusionarme por no ver al famoso Nahuelito local. Me sentía medio estúpido escudriñando el agua constantemente en lugar de mirar por dónde manejaba, pero es que uno se da manija, ¿vio?

de fondo el famoso Loch Ness; el único monstruo que vi fue en el espejo esa mañana

En cuanto a Inverness, la verdad que fue el lugar más triste y tieso de todo el viaje, como si hubieran tenido duelo nacional o algo. Esta ciudad está en la desembocadura del río Ness, que conecta el lago con el Mar del Norte, pero más que eso no hay para decir. El B&B era limpio, barato y cómodamente situado, pero insípido, como la ciudad. El día estaba nublado cuando llegué, pero el sol a la mañana siguiente no arregló demasiado las cosas. Casi que hubiera convenido que siguiera nublado, para quedarme aunque sea con la duda.

 
Inverness... nada para recalcar

miércoles, 11 de julio de 2012

4ta parte: Westport - Dublín

El desayuno en Westport fue el usual fusilamiento al hígado. Descontando el primer y último día del viaje, en que salía y entraba a Alemania, este iba a ser una de las etapas donde iba a cubrir más distancia de un tirón: 470 km.


Como siempre, salí temprano para aprovechar el día. Siguiendo la recomendación de la doña de turno, encaré para la isla Achill por el camino más al norte, con un clima que no se decidía. Pero para cuando llegué al extremo de la isla me encontré con esto...


No sé qué es lo que parece en la foto, pero eso no es chiquito. Es una bestialidad de lugar, con agua verde azul transparente, 500 metros de playa desierta y un camino casi de cornisa que a veces está a 200 metros sobre el agua. Lo que más me sorprendió fue que a pesar de estar en un lugar que uno podría catalogar como "en el culo del mundo", había una señal de celular perfecta, así que llamé a alguien para contarle donde estaba. El camino de vuelta, esta vez por la costa sur de la isla Achill a... bueno, la otra isla, la de Irlanda, fue igual de espectacular. Después de parar para ir al baño, comprar postales y cargar combustible, empecé la parte pesada del día por la N59 y N15 al noreste. El paisaje fue más monótono que lo que había visto hasta ahora pero para nada aburrido, y de todos modos un poco de cambio viene bien para no mal acostumbrarse.
Una de las cosas que más me llamó de atención fue el cruce de la República de Irlanda a Irlanda del Norte. Nada. Niente. Cero. La única señal de que pasé de un lugar al otro fue que los límites de velocidad ya no estaban en km/h sino en millas/hora. Por lo demás, fue mucho más irrelevante que cruzar la Gral. Paz en Buenos Aires. Después de unos km unas millas se notó que el estado de las calles era mejor y había un poco más de inversión en infraestructura.
A eso de las 6 de la tarde llegué al hotel, que era una especie de mansión de mediados de los 1800s, con chimenea en cada habitación y muchos otros detalles de lujo. Fue el hotel más caro de todo el viaje pero quise experimentar algo así. La cena sola me salió £32, más que lo que pagué por varios de los otros hoteles. La habitación tenía chimenea (prendida) y el baño era más grande que algunas de las habitaciones donde estuve en otros hoteles.

el camino de entrada al hotel en Upperlands

El miércoles seguí la rutina de siempre: levantarme temprano, meter todo lo que quepa en el estómago y salir. Teóricamente tenía nada más que 70 km hasta Belfast, la siguiente parada, pero se convirtieron en 170 porque primero fue a visitar el famoso Giant's Causeway, una formación de rocas originadas en lava que se enfrió de una manera especial por el agua y todo eso. Esto no es un blog de geología así que...

Giant's Causeway

De ahí me fui a Belfast por la costa, que está catalogada como una de las rutas escénicas más lindas del mundo, y la verdad que no puedo desmentirlo. En Belfast me encontré con Novia, que voló de Múnich a Dublín y del aeropuerto se tomó un cole. Recorrimos la ciudad con un poco de llovizna y la verdad que mucho no nos impactó. La capital de Irlanda del Norte parece una ciudad industrial que ha visto mejores días, y el clima no ayuda a crear una buena atmósfera. Lo más interesante fue a la mañana siguiente que visitamos el museo del Titanic, que casualmente abrió este año en marzo y fue, sin exagerar, alucinante. Las £13,50 que pagamos parecieron caras en la boletería, pero a los 10 minutos de entrar se amortizaron, y el resto de las dos horas que pasamos ahí fueron de regalo. Lo recomiendo. Y si el clima acompaña, me imagino que un fin de semana sí vale la pena visitar la ciudad.

en el cartelito (abajo a la derecha) se leía:
"Titanic departing Queenstown. Taken by Frank Browne, shortly after 1.55pm on 11th April, this was the last photograph of the ship."

Después del museo Novia se tomó un cole a Dublín y yo la seguí en la moto. Ahí nos encontramos en el centro y nos quedamos 2 días en la casa de un amigo. El clima, otra vez, una porquería, pero aparentemente en Dublín acostumbra llover 8 días por semana, así que no fue sorpresa. Saqué muy pocas fotos por el clima, pero la pasé bien porque me la pasé hablando en mi idioma y con gente muy agradable, y para todo lo demás existe la tarjeta de crédito de las pelotas amarilla y naranja...

martes, 3 de julio de 2012

3ra parte: Rosslare - Westport

Desembarcar en Irlanda no fue tan traumático como en Inglaterra porque el asunto de manejar por la izquierda ya lo tenía dominado. Después de un par de sustos, me adapté al tema y no pensé mucho más en eso. Me habían dicho que si uno para a cargar combustible o algo así hay que prestar atención al reiniciar la marcha porque son los momentos en que uno hace las cosas de forma un poco automática, así que con ese consejo siempre en la cabeza evité posibles desastres. Mi prioridad número 1, 2 y 3 cuando viajo en moto es volver entero.


Después del cruce el tema era, otra vez, llegar al hotel a una hora decente. La habitación la reservé en un B&B en Tramore, para lo cual había dos posibles rutas: una 30 km más larga que la otra, pero la más corta tenía un transbordador incluido. Elegí la del transbordador, supongo que inspirado por el bigotudo de Camel. (que no les pase como a mí, que cada vez que empiezo a ver viejas propagandas argentinas me largo a llorar como un bebé)
Tramore resultó un lugar pintoresco aunque simple, sin más atractivo turístico que sus playas, pero me dio la oportunidad de darme uno de esos gustos que venía arrastrando desde hacía rato: probar el fish & chips... ¡rico! sobre todo con vinagre (sí, vinagre) y sal.

fish & chips

El desayuno fue el acostumbrado full Irish breakfast con todo, hasta milanesas de mamut creo que le puso la señora que me lo hizo. La doña era muy simpática y la habitación muy linda, pero le pregunté por la punta de un acantilado medio famoso y me dijo que era una caminata de media hora ida y vuelta, y me llevó 40 minutos solamente llegar hasta ahí, y había un alambrado porque el dueño del campo que da acceso al acantilado tiene las bolas por el piso de que los turistas le hagan un chiquero. Así que me volví otros 40 minutos puteando a la vieja por lo bajo. Dejé el hotel y me fui bordeando la costa. Hacía frío pero había un solcito lindísimo, perfecto para andar en moto porque uno puede ponerse el equipo completo y no sufrir el calor.
En algún momento y sin haberlo planificado pasé por Kinsale, una ciudad que en algún momento y por un tiempo fue colonia española, según me contó un tal Michael que andaba con su BMW R80 dando su vuelta dominguera. Resulta que los irlandeses, en un intento de sacarse a los ingleses de encima llamaron a los españoles para pedirles ayuda. En fin...
Lo que vino después fue una de esas rutas que quedan para siempre en la memoria. Se combinan la falta de otros vehículos, el clima, el estado emocional, la sensación de ser uno con la máquina, y qué sé yo cuántas cosas más. Fue después de pasar Glengariff, en la N71 yendo al Parque Nacional Kilarney: el Paso Caha. No es muy alto, apenas llegará a los 300 metros de altura. Tampoco está en muy buen estado, como casi todas las rutas en Irlanda. No es una cosa deslumbrante comparado con algunos pasos en los Alpes como el Passo dello Stelvio en la SS38 en Italia, o el Flüelapass en Suiza. Pero tenía 3 túneles pintorescos, por decir algún adjetivo, y un no-sé-qué y me gustó, y me quedó una sonrisa muy grande por un buen rato.
La segunda parte del día la pasé manejando por la costa suroeste de Irlanda ya hacia el norte, al hotelcito que me iba a alojar por esa noche y que fue uno de los dos que los elegí simplemente porque me quedaban de camino y no tanto por reputación o lo pintoresco que era. De hecho, este fue el único día que tuve lluvia de veras, pero duró solamente una media hora hasta que llegué al hotel que, efectivamente, estaba en el medio de la nada, allá donde la espalda pierde el nombre. Pero a pesar de lo básico y apartado del hotelcito, tenía una habitación linda, nueva, barata, y la cena en el bar de la planta baja fue excelente. Creo que comí una pechuga de pollo con papas fritas; lo más interesante fue la charla con los dos tipos que había, uno el típico borracho inofensivo, y el otro un guía de montaña que hizo el cerro Fitz Roy, en la Patagonia.
Así terminó mi domingo.
El lunes el cielo estaba despejado y tenía pensado ir a Loop Head, una península donde hay un faro y un acantilado bestial. Antes de llegar a ese faro tuve que tomarme otro transbordador (Tarber-Killimer) más para evitarme manejar 30 km hasta el final de una bahía y pasar por Limerick, una ciudad que me avisaron que no vale la pena para nada. Después de dejar el bajar del transbordador seguí por la costa, con paisajes como este...

 acantilados, de camino a Loop Head

Aunque no llovía, a medida que me iba acercando a la península se iba poniendo cada vez más nublado y sobre todo ventoso, y con el asfalto en estado más bien básico fue un desafío. Un descuido, en moto, significa caerse y la ayuda más cercana puede estar a muchos, muchos kilómetros. El faro y más que nada el acantilado valieron la pena el esfuerzo.

la mole de acantilado en Loop Head
(que tendría unos 100 metros de alto)

A partir de ahí y todo el resto del día el clima mejoró muchísimo y cuando pasé por Galway decidí parar y relajarme un rato porque iba un poco adelantado respecto a lo que pensé que me iba a llevar el viaje a Westport, mi destino del día y donde iba a pasar la noche. Galway es una ciudad muy linda y movida, con gente joven, un río bien cuidado que la cruza y muy lindos lugares para sacar fotos.
Cuando dejé la ciudad tuve otro de esos momentos Zen con la moto por la N59, desde Kylemore Abbey hasta Westport. A pesar de que por momentos la ruta estaba húmeda por alguna llovizna más temprano, y de que las ondulaciones del asfalto eran de terror, de alguna manera hice clic y me entusiasmé. Si no fuera porque ya eran las 7 de la tarde hubiera vuelto y lo hubiera hecho de nuevo. Fueron 40 gloriosos kilómetros.
En cuanto llegué a Westport dejé mis porquerías en la habitación y me fui a comer algo. La señora del hotel me recomendó no ir a la ciudad (derecha) sino al puerto (izquierda), más precisamente a The Helm, un bar/restaurante donde van los locales, lo cual generalmente es garantía de calidad a buenos precios. Me senté en una esquina, de frente al bar y como de espalda a la entrada. Pedí algo relativamente liviano porque vi que de postre había chis queic y quería probarla. Cuando terminé de comer esperé. Y esperé.
Y esperé...
Después de media hora, un tipo pasa y me pregunta si todo estaba bien (por supuesto que a la primera no le entendí y me tuvo que repetir la pregunta). Le conté que la comida estuvo muy buena, pero que hacía rato que quería pedir el postre y nadie me daba ni la hora. Se disculpó muy amablemente y me tomó mi orden. A los 30 segundos volvió con cara sombría, y me explicó que teníamos una crisis. Así es, la casa no tiene más chis queic. Pero en concepto de indemnización, me preguntó si aceptaría un plato con un poco de cada uno de los otros postres en la carta, y esto es lo que vino:


 - una torta que realmente no sé lo que era pero estaba riquísima
- helado de vainilla
- profiteroles
- una especie de brownie relleno de chocolate y bañado en una crema de chocolate, pa' que te quede claro

Y en un inglés/irlandés que apenas alcancé a pescar me preguntó si tomaba, a lo que contesté que no. Como si le hubiera hablado a la pared, desapareció y volvió con esto...


Digamos que dormí muuuuy bien.