domingo, 30 de noviembre de 2014

me asustan

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Cualquier persona que tenga un cargo de poder, sobre todo en la administración pública y en la política, tiene que tener dos características bien ausentes en su personalidad: deseos de poder y miedos.
Cuando uno tiene deseos de poder, lo que quiere es amasar poder y ejercerlo para beneficio propio, para satisfacer deseos propios, y no para servir a los que lo invistieron con ese poder. Perpetuarse en su posición de poder se convierte entonces en prioritario respecto a cualquier otra tarea.
Los miedos, un poco solapados con lo anterior, llevan a las personas a sentir y después a actuar por enojo, por venganza, por odio. Y es bien conocido que no hay mejor manera de obtener la peor reacción de una persona que provocándole miedo. Garantizado que va a tomar una decisión, si no errónea, lejos de la mejor opción, la más constructiva.
Estas dos características son peores todavía que la corrupción y la soberbia, cosas que ensucian la función política, pero salvo casos extremos, no la anulan. Las anteriores, además de imposibilitar el normal desarrollo de la función asignada, convierten al funcionario de turno en una especie de tumor dañino que va deteriorando consigo todo lo que lo rodea.
Divino espectáculo.
Para no confundir virtud con circunstancia, quisiera aclarar que no tengo una opinión debidamente formada de la persona de Eva Duarte de Perón. Por supuesto que bajo ningún punto de vista pertenece en la misma categoría que un San Martín, como está en la payasada en la que pervirtieron la hermosura que podría haber sido el Museo del Bicentenario, atrás de la Casa Rosada. Aunque si nos ponemos a mirar, parece que hay algunos que piensan que es San Martín el que no puede aspirar a la misma categoría que ella.
Es obvio que la señora poseía las características que menciono al principio, más las dos que menciono después, pero no ocupaba oficialmente un cargo público, político o administrativo. Otra cosa que sus ciegos (nunca mejor usado) defensores ignoran olímpicamente es la naturaleza de sus acciones, con las que casos puntuales y a corto plazo eran "resueltos" (populismo, que le dicen), en lugar de un sustentable programa de desarrollo. O sea, caprichosa y arbitrariamente repartía pescado (ajeno, eso sí) en lugar de enseñar a hacer y usar la caña. ¿Que ayudó gente? Algunos salieron beneficiados, sin duda. ¿Que ayudó al país? No, lo cagó de arriba de un puente.
Pero incluso si ese no fuera el caso, desde que a la pobre el cáncer se la comió viva no ha parado el desfile de abanderados de la causa que sea que ella tenía, escudándose detrás de su nombre para enfilar y asegurarse votos.
No hay nada más fácil que arrear ganado. Y en lugar de dejar a un lado iconos que generan disputa se los fomenta. Para que vayamos de lado, como los cangrejos, que parece que se mueven pero en realidad siempre están igual o peor.
Qué lástima, carajo.

2 comentarios:

Laura Palisa dijo...

También me asusta. Me genera miedo, asco e impotencia. Y dale que va... y asi seguiremos con lo mismo bastante tiempo mas! :/

Martín dijo...

y eso es lo más triste, que seguiremos con lo mismo. Es de esas cosas que uno se cansa de combatir y contemporiza, y ese proceso nos hace sentir mal con nosotros mismos, como que pasamos a ser parte del problema. Recién llego de Sicilia y estas cosas se viven muy, muy de cerca.