viernes, 18 de julio de 2014

el lado verde del pasto

Hay esos días.
Novia es una chica que tuvo la mala leche de vivir su love life en Alemania, donde los señoritos son... ¿cómo expresarlo delicadamente?... sub-óptimos. Con potencial para mejorar. Con margen para arriba. Con capacidades desaprovechadas. Creo que se entiende el punto, ¿no?
La cosa es que cada vez que el asunto se pone tenso entre nosotros ella vuelve a sus viejos modos en los que se cierra y se vuelve inabordable. No solamente eso, sino que proyecta en mí todo lo que aprendió de sus relaciones pasadas, en las que su novio de turno no se interesaba un cuerno por ella, salvo a la hora de usarla como alternativa a las manualidades bajo la ducha.
Cuando este punto llega, empieza a imaginarse (y a creer en lo que se imagina) que yo no confío en ella, que me tiene que pedir permiso para hacer esto o aquello, que todo lo lindo que vivimos hasta ahora no existió, que estoy con ella por el dinero (creo que cabe aclarar que tengo más que ella), y púas por el estilo. Una foto de la realidad donde se distorsiona la imagen, se viran los colores y se desplaza el foco. Pedazos se cortan arbitrariamente y se agregan de otras fotos donde más le quede cómodo.
Anoche fue la segunda vez que pasó en los casi 8 meses de relación, y estoy extenuado. Cuando me levanté, ella ya se había ido al trabajo y me dejó una nota pidiendo perdón. Y yo no estoy seguro de poder, no por la herida en sí, que casi no es tal, sino por el agotamiento que me produce proteger a una persona de sí misma.
Lo irónico es que yo pido lo mismo de ella por mis miedos, ese monstruo que despertó en enero. Pero eso no lo hace más fácil.
Y entre esto y la depresión, a veces estar del lado verde del pasto no parece la mejor opción.

A propósito, para los menos observadores, cambié la foto de la página. La anterior era de un remolcador en el puerto de Hull, en Inglaterra. Esta es de los acantilados al sur de Mar del Plata.