lunes, 23 de noviembre de 2015

un día cualquiera

Alicudi, girada 90° a la izquierda. Agua. Mar, para ser específicos. Música, o lo que se conoce como "italiano": la vecina de enfrente diciéndole gritándole a los hijos que se despierten para ir a la escuela. Ah... sí... ahora me acuerdo: estoy en Cefalù. Sonrío: empieza un nuevo día. Son las 7.
Me levanto y voy casi corriendo hasta el balconcito de mi dormitorio y miro enfrente; más de una vez casi me paso de largo y voy a parar al agua. Y sí, no era un sueño, es Alicudi, la más septentrional del archipiélago de las Islas Eolias. La más chiquita y modesta, la menos habitada o visitada. El que me alquiló el departamento me dijo que cuando se ven las islas a la mañana muy claramente, el agua del mar no está tan transparente, y viceversa: si no se ven las islas es porque va a ser un día espectacular para bucear. Y en ocho semanas no le erró nunca la predicción.
Así parado en ropa interior y con medio cuerpo afuera, a la derecha veo el faro y el sol saliendo sobre el muelle del puerto nuevo. A veces hago fotos, a veces miro y me regodeo de placer, a veces tengo hambre y compiti, los deberes para el curso de italiano.
Bajo a ducharme. La ducha es más chiquita que una cabina de teléfono así que para lavarme los pies tengo que contorsionarme. Es lo único que no me gusta de este departamento. Pasado el trámite, me visto, agarro la mochila con la carpeta de italiano y salgo.
Un gato se ha tomado la confianza de dormir en el asiento de la moto, así que cada mañana la encuentro llena de pelos blancos. Mientras no me arañe nada lo dejo, pero si encuentro algo rajuñado ese gato va a ser Purina Gati. Igual lo saludo, pero de puro formal. No me cae bien; nunca me contesta, gracias si me mira de vez en cuando. Una vez ya lo saqué carpiendo porque encontré huellas de sus patas sobre el tanque.
Voy a la derecha hasta el principio de la calle, donde una señora ya grande barre un poco y el marido fuma y mira tele. Nunca los vi haciendo otra cosa. Y siempre con la puerta abierta. De ahí a la izquierda, camino 20 metros y doblo a la derecha, hago 10 metros y voy a la izquierda, a subir a la Piazza del Duomo. Este callejoncito es el más lindo, con un empedrado con un motivo romboidal y los balcones con ropa y sábanas colgadas que parecen que estuvieran ahí de decoración, como una planta de plástico. Y los faroles de alumbrado. Y las Vespa con los gatos durmiendo en el reposapies.
En la piazza queda el café de Yesica y Pablo, donde me cobran lo mismo que a los locales, o sea, el precio de la barra. Vincenzo, el mozo, ya sabe lo que quiero y apenas me ve doblar la esquina me grita ciao ragazzo! y corre a preparármelo: un cappuccino y una espiral con uva o al cioccolatto, porque la sfogliatella napolitana es más difícil de encontrar. Me siento a hacer los deberes de la escuela de italiano, que generalmente me llevan 15 ó 20 minutos, y como el curso recién empieza a las 9 uso el rato para leer un libro, aunque a veces Vincenzo me da charla mientras acomoda los sobrecitos de azúcar. Critica a los alemanes y más aun a los franceses, me aconseja a dónde ir con la moto, a dónde no, charlamos de la vida en Cefalù, la gente... en fin, lo normal.
Mientras tanto, en las mesas de alrededor los muchachos (el más joven hace mucho que se jubiló) analizan la vida y discuten si los ángeles tienen ombligo. Los turistas, a medida que agosto pasa al olvido, son cada vez menos frecuentes. O duermen hasta más tarde =P
Después me voy a la escuela. En 3 minutos cruzo el centro viejo y veo a los gatos en trance religioso mirando las carretillas de los pescadores llenas de mercadería pescada esa madrugada. Es alucinante ver a los sicilianos gritando sus ofertas a los cuatro vientos. También hay un par de horticultores con sus APE haciendo lo mismo, aunque sin la procesión de gatos. Van por el centro y sus clientes se asoman por los balcones y les bajan una especie de canasto atado a una soga con algo de dinero. El vendedor estaciona, prepara el pedido, toma el dinero y pone el vuelto y la mercadería en el canasto y la señora desde el balcón lo iza.
Los repartidores también pasan como abejas ocupadas, con pan (los de horno a leña son los más preciados), harina, pasticcini, y quién sabe cuántas cosas más. Al mediodía, cuando termina la lección de italiano, llega la dura tarea de decidir qué almorzar. Normalmente engaño al estómago con una arancina siciliana o una porción de pizza, poco pero a propósito, así dejo lugar para el helado de sete veli y vaniglia, no sea que se me arruine la figura.
Las tardes se reparten entre un paseo en moto por el interior de la isla, recolectando clavos con las cubiertas y fotos increíbles, o yendo a la playa, o a pasear sin rumbo fijo, a menudo con la cámara.
A la noche, si hay con quién, voy a un restaurante. Si no hay compañía, voy a un restaurante. Muy raras las veces que cocino o me arreglo con algo simple, aunque las hay. Pero más que nada me gusta relajarme y dejarme sorprender por lo que el cocinero de turno quiera preparar. Si estoy solo me relajo con un libro mientras espero la comida o el postre. El tiramisú lleva las de ganar.
A veces me junto con algunos compañeros a algún pueblo cerca para variar, pero Cefalù tiene oferta de sobra. Antes de ir a dormir no puedo evitar asomarme al balcón un rato, como para charlar con el mar, o asegurarme que todavía está ahí y hacerle prometerme que va a estar ahí a la mañana. Me acuesto con una sonrisa, y así me duermo.

sábado, 14 de noviembre de 2015

"No facciamo cose brutte"

me dijo el mozo cuando le elogié el cappuccino. Y tenía razón.
Un físico hace un par de años comentó que el universo no sólo es más complicado de lo que imaginamos; es más complicado de lo que podemos imaginar. Sicilia, en lo que a mi respecta, no solo es más linda de lo que esperaba: es más linda de lo que podía esperar. Creo que, técnicamente, estoy enamorado de Sicilia. No me quiero ir. Que no quiero ir a Alemania no es ninguna novedad y no hace falta ni mencionarlo, pero esta vez simplemente no quiero irme de Sicilia. Como si tener un boleto con punto de partida en Sicilia y punto de arribo en cualquier otro lado fuera un certificado médico de demencia, un no-hay-vuelta-atrás, un dejalo-que-no-tiene-remedio. Está cucú. Alejate, a ver si es contagioso.
Pero voy a volver. No puedo no volver. Sencillamente no puedo. No sería vida, sería esclavitud.
Si tuviera más habilidad con las palabras podría usarlas para expresar cuánto estoy disfrutando Sicilia, cuánto me significa y me gusta estar acá. Pero versos, canciones, suspiros, sonidos u olores apenas alcanzar a representar aspectos de Sicilia; todas esas cosas se quedan cortas. Lo que sí domino, me atrevo a proponer, son las imágenes. Así que acá van algunas de reciente horneada:

ventana al mar, de mi primer departamento en Cefalù

atardecer en Cefalù

detalle de una pared

fuente en Castelbuono

Castelbuono desde el Castello

callejón en Palermo

Chiesa di San Domenico, Palermo

noche en Cefalù

sábanas colgadas frente a un farol

Agrigento

Scala dei Turchi

atardecer en Marsala

volviendo de Corleone

después de la lluvia, Cefalù

viejito paseando en Cefalù

postales

trapos secándose

miércoles, 11 de noviembre de 2015

CH

Estoy asquerosamente enfermo, con un poco de fiebre, dolor de garganta, cansancio y qué sé yo qué más. Así que me voy a limitar a citar a Christopher Hitchens por algo que viene muy a mano en este momento y que debería ser tatuado en la metafórica base del cerebro de todos:
He says he doesn’t need the supernatural to find purpose in the universe, but seeks a life “that partakes even in a little friendship, love, irony, humour, parenthood, literature, and music, and the chance to take part in battles for the liberation of others.” (Hitch-22, p.331)
Así, en inglés. Y es tan precioso y escrito por alguien con un dominio tan sobresaliente del idioma, que no voy a tratar de traducirlo.
Lo único que se me ocurre agregar es ser buen hijo.
Me voy a cenar.

lunes, 9 de noviembre de 2015

mi día de la marmota

Hay una película un poco vieja (1993) que en castellano la titularon "Hechizo del tiempo" o a veces (y más fielmente al título original en inglés) "El día de la marmota", protagonizada espectacularmente por Bill Murray. Me salteo una sinopsis porque seguramente todo el mundo la vio y el que no... ¡debería! En fin, el otro día estaba tratando de explicarle a alguien qué es lo que estoy haciendo con mi vida en este momento y me vino a la cabeza esa película. Pensándolo un poco, es perfecto, casi como que busqué que me pasara. De hecho me acuerdo que cuando la vi pensé en cuánto me gustaría que a mí me pasara algo así: estar varado en un lugar, de una manera preso pero al mismo tiempo libre, en una forma totalmente distinta a lo que uno cree que es la libertad, esas situaciones donde uno acepta las circunstancias con filosofía y hace lo mejor que se puede, o se rinde y se pierde una oportunidad espectacular.
La diferencia con Phil, el protagonista, es que yo buscaba esto, así que despojado de los delirios de grandeza con que él comienza, no me tomé una licencia de las reglas que dictan que todo tiene consecuencias y me dediqué de lleno a lo que vine a hacer: curarme, reencontrarme, tranquilizarme, indemnizarme, dedicarme a mí mismo en lugar de usarme y al final tratar de dejar atrás lo que me hizo daño y solamente llevarme lo que me agregó. O sea, progresar. Y estoy teniendo éxitos.
Hoy salí a disfrutar del sol un poco a pie y otro poco caminando, y terminé en la playa de Castel di Tusa, 25 km al este de Cefalù, con la moto descansando a la sombra y yo con las patas desparramadas y leyendo un libro. Las cubiertas están para tirar y como desempleado no quiero reventarme €300, así que para estirarlas un poco estoy manejando como una ancianita yendo a la iglesia el domingo, que se traduce en un placer total y en la avergonzante experiencia de que me pase hasta el heladero.
Así que tirado así como estaba se me cruzaron un par de cosas por la cabeza que, si no hubiera logrado aprender a apreciar los buenos momentos de la vida, hubieran pasado sin pena ni gloria. A saber:
- encontré partes de mis orígenes, en Lipari, para ser exactos. Me estremece de pensarlo. De todos los lugares del mundo con los que me gustaría sentirme identificado, de los que me gustaría ser parte, donde me gustaría que me enterraran (y no solamente por antojo sino por pertenencia), Lipari es más lindo que todo el resto, por afano.
- manejé con mi moto en París. Ya lo sé, es una tontería, pero París es una ciudad alucinante, y ahora que lo pienso, lo mismo con Roma. Me di una vuelta alrededor del Coliseo de puro alucinante que es pensar en lo significativa que es esa ciudad para nuestra civilización, y en lo afortunado que soy en poder haber hecho algo así. Lo de París, sin embargo, me quedó más marcado y me acuerdo la sonrisa de oreja a oreja y la cara de estúpido que tenía cuando lo hice. Me acuerdo que estaba tan atontado mirando la torre Eiffel por encima del tablero de la moto, que la bocina del auto de atrás me sacó de mi trance y me hizo darme cuenta que el semáforo se había puesto verde.
- mi sobrino me vomitó encima. Así es, el cretino tenía apenas unos meses y fui a casa a pasar las fiestas. Mi hermana me lo pasó con la advertencia de que recién había comido y no lo inclinara (como si me hubiera pasado una pecera). Dicho y hecho. Subimos, me cambié la remera, lo tomé otra vez a upa, y otra vez me vomitó. Alguna vez aspiro a devolverle el favor, pero por ahora tiene nada más que 10 años y temo que no va a apreciar el chiste.
- anduve a 292 km/h en moto. Manejé un auto de €200 000. Conocí, charlé, interrogué, compartí un café (a solas, todo para mí) con el cerebro detrás de un auto de dos millones de euros. Metí mi nariz en el múltiple de admisión de un auto de Fórmula 1 durante el primer encendido, en donde se hacen. Piloteé un avión. Nadé en Oslo con un frío que cuando salí del agua hubiera sido de lo más desafiante identificarme como hombre.
- compartí una cena en una terraza al mar en una colina en Sicilia, durante el atardecer, con un músico-terapeuta alemán y una directora de escuela suiza, ambos dos seres humanos que en muy poco tiempo se han ganado mi cariño y aprecio intelectual y humano, que parecen disfrutar de mi compañía, y con los que me dí el gusto de discutir dónde reside, si la hay, el alma. Todo mientras compartíamos aceitunas, vino, pan fresco, pescado a la sartén en aceite de oliva, limón y hierbas. Y pasticcini de postre. Y había estrellas fugaces. Y las islas Eolias deseándonos las buenas noches.
No solamente la estoy pasando bien; también estoy disfrutando los momentos que pasé, que me dice un pajarito que es incluso más importante.

domingo, 8 de noviembre de 2015

reflejos

son las 3 y algo de la tarde. Estoy sentado en la cama con la compu en la falda. El sol se refleja en el mar y entra por entre las rendijas de la puerta del balcón y se proyecta en el techo. El reflejo juega, se difracta y se entremezcla con la textura de la pared mientras las olas hacen el wuuush wuuush rítmico que erosiona el cansancio y las tensiones de cualquier alma.
Vengo de la piazza del duomo, me acabo de tomar un helado de sete veli y vaniglia. Cefalù disfruta un otoño que muchas otras ciudades llamarían verano, y los privilegiados que por una razón u otra nos resistimos a irnos, lo aceptamos con los brazos abiertos, con la cámara en mano y con la campera en la mochila, porque que a la noche refresca, refresca. Muchos hoteles, cafés y restaurantes, negocios de recuerdos para turistas y botes de excursiones ya se despidieron por este año y cerraron. Sus dueños están limpiando y frotándose las manos en anticipo de un descanso en algún lado del norte de Italia o en donde sea que sus parientes estén desperdigados, emigrados hace algunas décadas a lugares donde el encanto de Sicilia no haga tanto honor a eso de "la otra cara de la moneda".
Después de 9 semanas acá, en pocos días me voy. Falta poco para mi cumple y lo quiero pasar con gente que me quiere, aunque algunos den por sentado que lo sé y no se ocupen demasiado de recordármelo. El miércoles por la noche probablemente me tomo el barco de Palermo que arriba a Nápoles el jueves a la mañana. La idea es manejar unos 500 km a Arezzo, una ciudad en Toscana, y pernoctar, y así descansado y tranquilo hacer el tramo a Múnich. Por ahí estiro la cosa y hago escala en Bolzano o algo así, pero la idea es básicamente estar en Múnich el fin de semana. Veremos.
Los reflejos en el techo siguen bailando en el cielo raso de mi habitación. Me siento muy, pero muy afortunado de poder disfrutar de estar acá, y no puedo dejar de preguntarme si una persona de esas millonarias de las que todos leímos en alguna publicación estúpida, se pueden detener a pensar en estas cosas chiquitas que nos ofrece la existencia. Me refiero a alguien que se levanta un domingo y tiene que decidir si saca la Ferrari 328 GTB u hoy tiene ganas de algo más moderno y le echa el ojo a las llaves de su 458 Spider. Esa persona ¿disfruta de los reflejos del sol en el agua?

sábado, 7 de noviembre de 2015

si creyera en un dios

Para los que creen en un dios benevolente, piadoso y en general semejante a un pastor, existen momentos en los cuales su fe se ve puesta a prueba. En general pasa cuando un chico muere de cáncer, o hay una inundación y la gente pierde quizás todas sus posesiones, o cualquier otra cosa que no coincide con esa imagen que tienen de un dios que atesora de alguna manera su rebaño.
También puede pasar lo contrario, que gente no religiosa viva situaciones que escapan a la lógica que en general gobierna su vida, que desafían las probabilidades que uno está dispuesto a aceptar. Salir caminando de un accidente de avión, por ejemplo. O encontrar el amor. O ver un atardecer en el mar Adriático. Cosas que obligan a cualquier mente no necia a preguntarse si no hay algo, alguien, detrás de todo eso.
Yo me ubico en el segundo grupo. Estaba en el primero, y después de pasar por una escuela católica me pasé al segundo. Y a medida que progreso intelectual, moral y espiritualmente, me estoy dejando de hacer esas preguntas de una manera literal, sino más bien romántica. Retórica. Per codere.
Además, siendo la religión algo sembrado en nuestra psique a una edad tan temprana, no es algo que se borre así nomás, y las dudas perduran, en una dirección u otra. Pasarme al segundo grupo me pareció primero ser un objetivo, pero en realidad, ahora lo veo, fue solo un hito, un mojón, un paso adelante. Y tuvo varias ventajas, como que dejé de culpar a alguien de mis tragedias. Comencé a tomar las riendas de mi vida, al ver que el único responsable de ese porcentaje de cosas que dependen de mí era, ni más ni menos, yo. Lo cual, obviamente, cuando la cago me deja con muy pocas excusas; pero que es liberador, es liberador.
Por ejemplo, en lugar de recurrir a libros escritos por gente que nunca tuvo acceso a cosas hoy tan elementales como un diccionario (ni hablar de educación) y que creía que la lluvia o un resfrío eran castigos divinos, me entretengo con una enciclopedia (de papel, en serio, no como otras jijipedias que proliferan), o con un libro de algún tema o autor respetable, que me aporten intelectualmente.
Con la marea de cosas que se publican hoy en día es muy difícil separar la paja del trigo, e incluso después del tedioso asunto de determinar qué leer entre una jungla de aplicaciones para el teléfono, publicidad disfrazada de artículos serios, periodistas que se creen escritores, gente con teclado y procesador de texto que se cree que es lo que hace falta para escribir (como si un pincel y un tacho de pintura fueran todo lo que se necesita para pintar la Monalisa), todavía queda el desafío de encontrarlo. Físicamente. Porque incluso en las librerías hay que excavar como un arqueólogo que más que pedazos de jarrones rotos quiere una pedazo de historia.
Y en fin, acá estoy, leyendo "The God Delusion", de Richard Dawkins.
Modestamente, lo recomiendo.

martes, 3 de noviembre de 2015

notas...

...de mis últimas semanas desde que llegué a Sicilia.

Leí hace no mucho que un esclavo no sueña con la libertad, sueña con ser amo. De la misma forma, no puedo ver Italia sino a través de las cicatrices que me dejó el vivir en Alemania por más de una década, pero eso no me ciega de disfrutarla por lo que es estar acá, sin estar constantemente reviviendo lo que pasé allá. Llevo, al momento, 45 países visitados (debo alguna historieta al respecto). Sicilia es lo más hermoso que me puedo imaginar: la gente, la comida, los olores, los amaneceres, los atardeceres, los días, las noches, el sol, la lluvia, el idioma, las calles, las rutas, las ciudades, los pueblos... podría seguir listando cosas como idiota por páginas y páginas.

Estoy caminando más lento; pausado, casi. Cada paso es una oportunidad de disfrutar el suelo que piso, lo que estoy haciendo, el aire que estoy respirando, los sonidos que me llegan. Y son sonidos lindos.

Sonreír con los ojos. Esta mañana, alguien a quien respeto mucho me dijo que en las cinco semanas que hace que me conoce, hoy fue la primera vez que me ve sonreír con los ojos.

Me encontré. El viernes me corté el pelo y cuando volví a casa y me miré en el espejo del baño, me vi. A mí. Al Martín que conozco y extrañaba. Hay personas que tienen que retirarse a un rincón tranquilo para iniciar ese camino de introspección que todos necesitamos en diferentes aspectos, para poder conocerse mejor. En mi caso, ese camino ya lo recorrí hace mucho; lo que necesitaba era reencontrarme. Y acá estoy, parece, reencontrado. Estoy mejor.

No estoy tan agresivo. Soy una persona agresiva, de eso no hay discusión. Si la situación apremia, mi respuesta es agresiva. Pero como me conozco, si me puedo tomar un momento para reflexionar, puedo esperar a que se me pase el primer impulso y reaccionar más inteligentemente. Ya que no puedo cambiar mi naturaleza, aprendo a arar con los bueyes que tengo, o sea. Pero el ambiente influye, relaja, estimula. Para un lado o para el otro. Si uno no espera lo peor, no reacciona lo peor. Así que estoy como más paz-y-amor.

Camino más lento. =)