martes, 30 de septiembre de 2008

las rusas

En vista de mis reticencias para con la sociedad alemana, he decidido traerme a vivir a casa a dos chicas rusas. Lo hablé con mi novia y está muy entusiasmada, y hasta quiere ayudarme a elegirlas. Las quiero jovencitas, así se acostumbran a estar en compañía mutua y no dependen tanto de mí, que voy a estar en el trabajo todo el día. Quizás a la noche podamos jugar los tres juntos.
Sí, la redacción es maliciosa =P. Lo que quiero es tener un par de hámsteres de la raza Roborovsky, o hámster enano. Al contrario que el hámster dorado, que necesita vivir solo a riesgo de ponerse muy agresivo, los hámster enanos son sociables y hasta necesitan compañeros de la misma especie, y para no terminar con una jaula llena de hámsteres, es mejor comprar del mismo sexo, y si son hembras mejor, ya que es más raro que peleen (al contrario que otras especies, como los humanos). Son muy chiquititos, máximo 5 cm de adultos, y muy inquietos, así que para sentirse a gusto necesitan mucho espacio, lugares donde trepar y esconderse, además de juguetes para entretenerse.


Lo que tengo que tener cuidado es de dónde los dejo para navidad cuando me voy a casa, así que si no consigo arreglar eso los compro recién en enero cuando vuelvo. Los hámster tienden naturalmente a ser miedosos, y si uno no los manipula todos los días un ratito, se desacostumbran y pueden llegar a morder si uno intenta agarrarlos y el animalito está asustado.
Cuando era chico mi hermana y yo tuvimos uno, pero a los 6 meses se escapó y se ahogó en el desagüe del lavarropas. Después tuvimos otro y ese estuvo con nosotros 3 años hasta que murió de viejito. Más tarde, cuando viví solo, tuve 1 y se escapó al poco tiempo, y luego otro que un día al volver del trabajo lo encontré muerto en la jaula, a las pocas semanas de comprarlo. No sé qué hice mal, pero es el día de hoy que me mortifica pensar en el pobre bichito. Esta vez estoy recabando mucha información de internet así me comporto de forma más responsable. Voy a elegir el hábitat con cuidado y a darles todo lo que necesitan sin escatimar, y por supuesto cariño.
En fin, en eso estoy.

martes, 16 de septiembre de 2008

paréntesis

Esta bitácora (ahora sí, no pienso usar más la palabreja "blog"... ¡ja!) se transformó un poco en algo que al principio no buscaba. Cuando empecé a escribir, este era un espacio donde nadie me conocía, a nadie respondía, y en nadie pensaba o le dirigía lo escrito. Ahora, por más que lo intente se dificulta. Hice amigos y los aprecio, y en el ánimo de cuidarlos como se merecen mantengo la temática dentro de lo que creo que puede parecer interesante de leer, cuando la intención inicial era la de ser algo interesante de escribir.
Hoy, sólo por hoy, con su permiso y las disculpas del caso, voy a apagar el micrófono y voy a cantar para mí.

Tengo miedo. La tristeza, depresión, bajón o socavón que tengo en el alma recibió una dosis de vitaminas. No el alma: la tristeza. Cada vez que salgo de este agujero de reglas y limpieza y orden, y me encuentro con el lado humano del mundo (todo el resto que conozco) siento una paz inmediata que me da calor y me hace volver a sentir, a vivir. Cuando tengo que volver a donde vivo (evito hasta el nombre, para no hacerle honores) siento como la piel que está siendo depilada al arrancar la cera. Mi alma ya se pegó al nuevo lugar y cuando tengo que volver la cera se arranca y me duele. Y ese es sólo el principio, porque el dolor no es sólo por la tristeza de abandonar lo que me hacía sentir vivo otra vez, sino por el destino que me espera.
Hace un par de años o más que dejé de disfrutar lo que vivía; ahora, ni siquiera me siento vivo.
Anteanoche, domingo, salí de lo de mi novia para irme a casa. Llovía, hacía un frío inusual y no había prácticamente nadie en la calle. La luz del semáforo se reflejaba en el pavimento mojado. El limpiaparabrisas era un sonido monótono y relajante. Decidí encender la radio y encontré música linda, de esa que uno se acuerda la letra pero prefiere escuchar en silencio, con sonrisa cómplice. Pensé en mi destino, mi departamento chiquito en Munich, amoblado con mucha paciencia y esfuerzo, en mi situación laboral y en la maravilla de persona que encontré y que me ama. De pronto me sentí bien. Fueron los mejores 10 minutos de los últimos... No me acuerdo.
Estar acá me está matando y tengo que encontrar una solución. Es la primera vez en mi vida que digo "no puedo más" y me lo creo. Que me lo digo a mí mismo, como suplicándome que me vaya. Pero ahora ya no estoy solo. Con toda la confusión que me invade, la quiero. Ya no estoy solo y no tengo derecho a tomar semejante decisión por mí mismo. Por suerte siento que lo que gano es infinitamente más que lo que pierdo.
A veces me pregunto cómo será el día en que mi alma vuelva a despertarse. Me imagino un viejo motor (de un tractor, o de un generador) que no ha sido usado en años, quizás olvidado en un rincón de un granero, cubierto de paja y herramientas oxidadas. Entonces es encontrado, restaurado y vuelto a poner en funcionamiento aunque sea para trabajos ocasionales, como por esa clase de gente que siente amor hacia las cosas viejas porque pertenecen a una época en la que ellos no estaban y los hace sentir conectados con ese tiempo pasado que no pudieron disfrutar.
¿Cómo me sentiré? ¿Cómo era disfrutar los besos, sentir mariposas en el estómago, entusiasmarse por el día que comienza, querer hablar con alguien? ¿Cómo era pararse a mirar un atardecer y perderse en alegorías, esperanzas, expectativas, planes de casorio, viajes, proyectos? ¿Y andar en bicicleta sin "Fahrradhelm", sin 27 cambios, sin llantas de aleación, como si andar en bicicleta fuera lindo y simplemente lindo?
Siento que me elevé por los aires y me dejé llevar por el viento. Abro los ojos y sigo acá.
Mejor me voy a almorzar antes de que las panteras aullando en mi estómago se maten entre sí.

lunes, 15 de septiembre de 2008

el descanso merecido

Después de batallar como un loco, por fin se acabaron las vacaciones y llega el merecido descanso en la oficina, con mi silla reclinable, la computadora y los alfajores que me trajo mi mamá para saborear. Ah, sí, y un poco de trabajo.
Es que fueron 3 semanas visitando lugares tan lindos y comiendo tanto, que las patas y la panza me quedaron a la miseria, por decirlo delicadamente. Pero acá estoy. Para bien y para mal, porque hace un par de días estaba parado 5 metros frente a la Gioconda, y ahora estoy devanándome los sesos por encontrar la forma de salir de este lugar, lo cual se me ocurre que va a ser más difícil que robarme el bendito cuadro.
No me gusta, No Me Gusta, NO ME GUSTA y NO-ME-GUS-TA este país. Creo que es la respuesta al grito de Mafalda cuando decía "¡paren el mundo que me quiero bajar!". Así me sentí cuando me metí en la manga para el AF1122 CDG-MUC el jueves a la noche: me estaba bajando del mundo.
Y no le erré.
En fin, voy a suponer que no tengo nada de lo cual despotricar acerca de este lugar y me voy a concentrar en el viaje. Material hay. (Para despotricar también.)
Por empezar, mami llegó el 20 de septiembre, y la fui a buscar al aeropuerto. Estaba fresca como una lechuga así que empezamos con todas las cosas que nos habían entusiasmado estas semanas de planear, reservar, comprar y vuelta a empezar. Fuimos al zoológico de Munich, al castillo de Neuschwantstein, al Nymphenburg, a la Marienplatz, o sea todo lo que pudimos en el tiempito que de hecho estuvimos en la ciudad y sus alrededores.
Viajes dentro del viaje hubo 3. El primero fue a Italia en auto, con hotel en Soave, pero donde pasamos medio día como mucho. Manejamos a Verona y vimos la ópera Aída, al Lago di Garda a conocer Bardolino, Sirmione y Tignale (uno más lindo que el otro), y fuimos en tren a Venecia. De todo, Venecia fue lo que más nos impactó, y el lugar por unanimidad al que volveríamos si hubiera que elegir. En retrospectiva pienso que Venecia no es un lugar en el que viviría; no me gustan las muchedumbres ni pagar precios de turista, y no hay alternativas. Pero pasar unas semanas como experiencia (un trabajo de verano o algo así) me fascinaría.


El siguiente lugar a donde fuimos fue Viena. Me gusta porque tiene todo lo que al turista promedio le gustaría ver, concentrado en un espacio relativamente chico para lo que es la ciudad. Se puede planear con antelación y uno prácticamente no necesita subirse a ningún transporte. La manzana no cae muy lejos del árbol, pero por lo menos en la superficie, en el trato diario, los austríacos (o vieneses, hasta donde pude ver en esta segunda visita) son mucho más sueltos que sus vecinos alemanes. Uno no tiene siempre la sensación de estar interactuando con máquinas. Fuimos a un concierto de música clásica en el Palacio Auersperg, con cantantes de ópera y todo. Una maravilla, y por 54 euros por persona, por lo que recibimos a cambio, un regalo. Éste es el lugar:


Después de 4 días nos volvimos a Munich a pasar el tiempo y a lo último nos fuimos en avión a París. Para ser honesto, al margen de la Donna Velata, de Corradini, en el Louvre, no sé qué contar. En los últimos años vi una pila de ciudades y tuve la oportunidad de conocer gente del lugar, charlar, hacer las compras cotidianas, usar los transportes públicos (no el bus de turistas), caminar de noche por barrios periféricos, etc., y París es la única ciudad por la que no me sentaría ni 5 minutos a pensar si me surge la oportunidad de mudarme ahí. No es ni la imponencia de la torre, ni la tranquilidad de Montmartre (a pesar de una superficial histeria, uno puede abstraerse y disfrutar del entorno), o la belleza arquitectónica o artística de muchos de sus rincones. En realidad sí es eso, pero la principal causa es la sensación de que existo, aunque sea para que me toquen bocina. Tengo la sensación de que esa ciudad espera por mí desde hace tiempo. No la París que todos ven, esperando y deseando en forma activa que yo vaya, sino la que yo llevo dentro, como si hubiera decidido mudarme allá hace mucho y ahora me voy dando cuenta. Suena fenómeno decir "vivo en Munich" o en Miami o en Tokyo, pero yo no pienso en qué tan "cool" es y la cara de alguien en casa cuando le diga que vivo en París. Es algo para mí, que lo saboreo internamente y me llena el alma de esperanza. Me siento tonto, porque sé que es trillado enamorarse de semejante ciudad, pero es así. Lamentablemente, estar con mis suegros me garantizó la constante disponibilidad de planes, sugerencias y exceso de organización hasta lograr transformar una visita como esta en algo estresante. Pareciera que los alemanes disfrutan más leyendo guías de viaje sobre una ciudad, que visitándola. Yo prefiero escuchar, palpar, oler y sentir. Cada loco con su tema. En cualquier caso, a este gato en el marco de la ventana en el barrio de Montmartre no le preocupaba nada:


Una de yapa: mi mamá buscando no-sé-qué-se-le-cayó en mi baño...