viernes, 28 de noviembre de 2008

7 días, 17 horas, 24 minutos

No es difícil adivinar a qué se refiere el título: es lo que me falta para despegar a casa. O mejor dicho, lo que le falta a mi cuerpo, porque todo el resto ya se fue. Y ahora mi cuerpo está bastante inquieto buscando el resto de mí para informarle que todavía estamos acá, que no nos fuimos, y que sería mucho mejor si nos concentráramos en el trabajo en lugar de soñar inútilmente, que no va a adelantar la partida ni por un segundo.
¡¡¡ME-QUIE-RO-IR!!!...
No es que me olvide de que hay gente que, por más tiempo incluso, espera un transplante de hígado, la llegada de un amigo que hace años que no ve, o un soldado que se fue a la guerra, o la condena de muerte, o el juicio que determina si va a ser padre y madre o no; pero todo eso no logra situarme en perspectiva y ayudarme a sobrellevar la espera. Simplemente hacen que, además de estar ansioso por mi propia espera, también piense en toda esa gente y les desee lo mejor.
Grrrrr... ¡quiero ir a casa!

jueves, 20 de noviembre de 2008

desvaríos

Se dice que el mundo es lo que es. No estoy de acuerdo: el mundo es lo que nosotros hacemos de él.
Cuando estaba en la universidad en Argentina y me faltaba año y monedas para completar los estudios de ingeniero mecánico, el gobierno ofreció una beca por un año en donde los principales criterios parecían ser la situación socioeconómica de los postulantes y su desempeño académico. En mi caso, en ambos campos calificaba bastante alto, mientras que un amigo calificaba más bien bajo, sobre todo en lo económico. Es decir, yo tenía muy buenas notas y vivía holgado, mientras que sus notas no eran tan buenas y reciclaba la yerba para el mate.
Por alguna extraña razón, y sin jamás ocultar nada en la entrevista, me otorgaron la beca mientras que a él no. El dinero lo usé siempre para libros de la universidad que de otra forma pedía prestados o sacaba de la biblioteca.
El año pasó y cuando faltaba poco para que la mensualidad se terminara, recibí una carta del gobierno ofreciéndome renovar la beca por otro año. El tema era que yo terminaba en 1 ó 2 meses más, y eso significaba tomar dinero por casi un año que no me correspondía, ya que incluso tenía el contrato firmado para empezar a trabajar en una petrolera en cuanto diera el coloquio. Ergo, la rechacé.
La sorpresa vino cuando lo comenté entre mis conocidos, gente de la que me jactaba y enorgullecía de haber seleccionado con cuidado, gente a la que consideraba normal (que no es lo mismo que común, como me hizo entender mi abuelo), honesta, trabajadora, etc. Casi la mitad de ellos me sugirió aceptar la beca, ya que era dinero y no lo podía rechazar y todos lo hacen y nadie se iba a enterar y...
A principios de los '90 Tato dio su monólogo número 2000, y después de hacer un repaso de los últimos 30 años desde que comenzó, comentó que a pesar de lo estipulado por su libretista (en aquel tiempo Santiago Varela) de que no nos merecemos los gobiernos que tenemos, él sí creía que algo de culpa tenemos. Me atrevo a disentir, o a ir más allá diciendo que tenemos exactamente lo que nos merecemos. Esto, por supuesto, depende de cada uno, pero en el colectivo, como nación, creo que no podemos esperar otra cosa; sería ingenuo esperar que nuestros administradores fueran loables si los que proveemos lo administrado no estamos a la altura de las circunstancias. Creo que la gente debe pensar que los políticos vienen de Marte, o de algún otro lado que no tiene nada que ver con ellos, cuando en realidad son nuestros vecinos, conciudadanos, colegas, conocidos. Son argentinos comunes, fueron a nuestras mismas escuelas, escucharon a los mismos profesores, convivieron con nosotros, por lo tanto no son, en principio, tan diferentes, o con diferentes recursos. Con la diferencia que ellos hacen algo y el resto miramos. O peor, nos olvidamos de las referencias normales y nos volvemos comunes. Empezamos a no pagar los impuestos porque es tirar la plata; a cruzar la calle por cualquier lado, total nadie mira; a tirar el papelito en la calle, si todos lo hacen...
Las normas no son ocurrencias despóticas, son el fruto de la experiencia. Mucha gente cree firmemente que las reglas están para romperse, y se festejan a sí mismos como se festejan esa bola de inútiles en Hollywood una vez al año dándose premios entre sí.
Pero hay un detalle que se les escapa: el derecho a protestar. No es tan obvio como el perjuicio que les hacemos a los que sí se apegan a la idea de vivir en un estado de derecho, o el perjuicio moral que nos hacemos a nosotros mismos, pero existe. Cuando viajo en tren sin pagar, convencido de su justa causa; cuando me robo (porque es robar) una lapicera de la oficina; cuando paso un semáforo en rojo o no freno en la esquina para dejar pasar al peatón... estoy perdiendo el derecho a protestar. Un político corrupto, o cualquier corrupto, siempre se convence a sí mismo de que lo que hace es justo, y que la ley está mal hecha y él o ella se merece lo que obtiene y los demás se merecen el perjuicio de lo que se les está quitando o negando o perjudicando.
No se necesita ser Mozart para detectar una falsa nota, pero hay que ser honesto (y como en el embarazo: no hay medias tintas) para tener derecho a quejarse, a demandar algo mejor. Yo (con lo que me revienta empezar una oración con esta palabra) decido conscientemente cuando rompo las reglas, cuando la diferencia entre la ley y la justicia es tan grande que no lo soporto y elijo la justicia. Pero me aguanto las consecuencias y no protesto y, sobre todo, no miento si me agarran.
Por supuesto que no soy perfecto, ni siquiera es mi objetivo serlo, pero sí lo es acostarme cada noche con la ilusión de que soy un poquitito mejor que cuando me levanté en la mañana, aunque me haya mandado alguna; me quedo pensando en cómo no repetir el mismo error, cómo compensar a alguien si es que lo dañé. Y si alguien me hace algo, trato de buscarle una justificación para su proceder y comprenderlo, para no quedarme con malos sentimientos. A veces no lo logro, pero la idea es intentarlo.
¿Cuántas guerras (ni hablar peleas) se evitarían si algunos más hicieran eso?

miércoles, 19 de noviembre de 2008

las rusas II

Nikita y Melba se están convirtiendo en mis dos compañeritas y concubinas, y como cualquier hembra (humana o similar) tienen sus rayes. Por ejemplo, cuando les tengo que cambiar el colchón de viruta en la jaula, Melba se pone tan histérica que ha llegado a morderme. Nikita, como siempre, se adapta y disfruta la aventura. La curiosidad que tiene es más fuerte que cualquier susto que yo le pueda ocasionar.
Por otro lado, Nikita es un estómago caminando. Desde el día en que las traje me propuse mantener ciertas rutinas con ellas, porque son animalitos muy frágiles y, como cualquiera de nosotros, necesitan un cierto grado de estabilidad, de vez en cuando condimentado con cambio o aventura.
Las señoritas viven en un terrario de 1 metro de largo por 50 cm de ancho y 35 de alto. Para darles más para jugar puse un estante con una rampita así pueden subir y bajar, saltar, trepar y todo lo que a estos bichos les gusta. Para forzarlos un poco a que hagan ejercicio, la comida se la dejo siempre en ese lugar.
La cosa es que todos los días cuando llego del trabajo a eso de las 6 ó 7 de la tarde las saco un rato de la jaula y las dejo caminar un poco por mi falda y remera. Les encanta treparse hasta mis hombros y esperar que las baje con la mano, para volver a treparse. Después de unos 15 minutos las vuelvo a poner en el terrario donde viven.
Resulta que las muy cerdas ya se dieron cuenta que mientras las tengo fuera del terrario aprovecho para poner algo especial para comer (un pedazo de manzana, yogurt, yogurt seco, heno, comida para gatos, etc.) así que en cuanto las dejo otra vez en su lugar, las dos corren y trepan al estante para olisquear qué es lo que les dejé. No solamente eso: si no encuentran nada cada una por su lado, van y se huelen el hocico una a otra para ver si la otra encontró algo. Como último recurso, si todavía no identifican nada, ¡se paran en dos patas y me miran! Entonces les doy algo y me lo tienen que sacar de la mano, para lo cual las hago traspirar un poco cosa de que hagan ejercicio. Nikita es más ágil y generalmente puede agarrar cosas más alto, pero Melba es más grande y se lo saca =( Entonces tengo que sacárselo a Melba y devolvérselo a Nikita, que tiene cara de "¿y yo qué hice?". En el momento le doy otra cosa a Melba y siempre, pero siempre baja la rampa, se mete en el túnel, sale por la otra punta y corre a la esquina a comer.
Cuando las traje las pesé en una de esas balanzas que distinguen hasta el gramo; Melba pesaba 21 y Nikita 20 gramos. Ahora engordaron 6 gramos cada una, están cada día más inteligentes y más en confianza conmigo.

martes, 11 de noviembre de 2008

VI

Mi amiga Luisa me pidió que contara 6 cosas que me hacen feliz. ¿Por qué no 5?... ¿O 7, para el caso? El 7 es un número famoso, bien asociado con el mayor best-seller de todos los tiempos (o por lo menos desde 1456 a esta parte), gracias a Gutenberg. O 12. Pero no, fueron 6. A ver qué sale:

1. estar con mi familia. Son, como toda familia que se precie, un hato de locos con peleas, códigos, vendettas, preferencias, defectos y virtudes. O sea, humanos. Y los quiero y los odio más que a ninguna otra cosa.

2. ayudar. Será cursi, trillado, pasado de moda, obvio, etc., pero es que es lindo sentirse útil, sentir que no fue irrelevante haberse levantado de la cama, ni mucho menos que hubiese sido mejor quedarse ahí, tapado hasta la nariz.

3. vivir. Últimamente estoy reducido a pasar el tiempo, siempre lo estoy llenando con cosas nuevas hasta que sea la hora de las cotidianas/obligatorias como comer, ver una película o dormir, que tienen un horario definido y una duración determinada.

4. aprender. Lo que sea, sobre todo aprender de las personas lo que les gusta y lo que no, para hacer las primeras y evitar las segundas.

5. la música, la fotografía, la escultura. Es una conexión con otras vidas, vividas por personas que tuvieron el don de plasmarlas con ese invento genial que es el arte. Son emociones tangibles. Sin el arte, la ciencia sería un soberano asco y todos pensaríamos igual.

6. viajar. No solamente físicamente. Muchas veces un libro basta. La cuestión es entrar en otro mundo con pasaje de vuelta. Eso me fascina.

Realmente no puedo jurar que estas sean las 6 cosas al tope de mi lista, pero son las que me vinieron a la cabeza después de un día de esperar inspiración.

viernes, 7 de noviembre de 2008

cosas de la vida

...y otros desastres naturales, dijo Pablo (todos de pie y con el sombrero en la mano). Es que tengo tantas cosas en la cabezota que se me agolpan y, por un lado, no logro ordenar y separar los temas como para explayarme sobre uno en particular, y por otro lado no me da para amalgamarlos: no encuentro denominador común.
Pero así no vamos a ningún lado, mejor escribo de algo, aunque no tenga pies ni cabeza.
Para el que me conozca un poco, adivinar a qué me puedo estar refiriendo con lo de "desastres naturales" es más fácil que tener convulsiones de verle la trucha a la CFdeK. Es que por más que uno trate de hacer la vista gorda y agiornarse, es difícil, incluso para un animal como yo, caer tan, pero TAN bajo como los alemanes en el trato al prójimo. Hasta estoy sorprendido por el hecho de que después de 6 años viviendo en este zoológico decadente todavía me acuerdo de cómo se escribe la palabra "prójimo". Pero para no caer en la rutina voy a largar el tema acá. Así, sin más. Después de to', ¿pa'qué? ¡Pa'margarse más!, neeee, gracias...
La moto. El 19 de marzo me entregaron la BMW con su motor boxer de dos cilindros que no hace más que sacudirme, aturdirme y llevarme de un lugar a otro sin pena ni gloria. No más. He decidido venderla, porque emperrarse en un error (haberla comprado) es cometer otro más grande. No señor. Así que hace un par de semanas me largué a la búsqueda de una reemplazante, y sin mucho insomnio surgieron 3 candidatas, todas de 4 cilindros y 150 caballos, cardán, valijas y pantalla ajustable:
- BMW K1300GT
- Yamaha FJR1300
- Kawasaki GTR1400

A groso modo, la BMW cuesta un 30% más que las otras dos, y además es más fea que una patada en los genitales (qué fino me levanté hoy). La Yamaha la fui a probar y no me convenció del todo: deja mucho viento, sobre todo en el casco y con pasajera, y no me convenció para nada la calidad de los plásticos y demás, lo cual justifica un poco el sobreprecio de la alemana. La Kawa, en cambio, la fui a probar este martes... =)))))))) ¡No me alcanzan los chirimbolitos en el teclado para representar la sonrisota que tenía cuando me bajé del aparato ese! Qué belleza de moto, con algún que otro detalle estético que va en gustos, es una hermosura de vehículo para conducir y disfrutar, sin vibraciones, sin ruidos asquerosos, sin fuegos artificiales: contundencia pura. Para eso se inventaron las motos, no para ser prácticas, sino para disfrutar, y esa me hizo disfrutar. Conclusión: en marzo o abril me saco de encima el tractorcito gris y me compro la donna negra. Y todavía me queda vuelto.


Último asunto del día: el cumple de la creadora, aka "mami". Fue el 1ro de noviembre pero la llamé ya el viernes a la noche, después de medianoche en Alemania, aunque en Argentina (al menos en las provincias orientales, porque las occidentales se retobaron y no cambiaron ni mongo la hora) faltaban 3 horas para el día del cumpleaños. Después la llamé el sábado a la mañana, al mediodía, a media tarde y a la noche antes de irme a dormir. Todas las veces se puso contenta y me contó los regalos que iba recibiendo durante el día. La pasamos bárbaro, fue casi como estar ahí.