martes, 19 de mayo de 2009

un lugar en el mundo

El otro día leí que un profesor rural de alguna provincia del centro-norte argentino dijo a sus alumnos: "Hacer patria es levantarse más temprano para ir a trabajar, o a estudiar. Tirar el boleto del colectivo en el tacho de basura o guardárselo en el bolsillo hasta encontrar uno." No es más complicado que eso, y los beneficios superan a las enumeraciones.

Al no estar en casa me formo una idea de la vida basado en los diarios que leo en internet o en lo que me cuentan por teléfono los que están allá:
- asesinan de tres balazos a un hombre que se resistió al robo de su auto,
- ataque antisemita de grupos de izquierda,
- con un pico de rating despiden a Lilita de "El Gran Cuñado",
- en otro acto de campaña, Kirchner pidió a los bancos que bajen las tasas,
- Cristina salió en defensa del uso de los fondos de la ANSeS.

Repasemos.
La del robo del auto ya es música de fondo, como la radio AM que uno pone a la mañana mientras desayuna y ojea el diario. Que hayan matado a su dueño apenas nos hace levantar una ceja y pestañear una vez más lento de lo normal.
Pobres imbéciles con deficiencias de autoestima e intelecto hay en todos lados, pero me cuesta pensar que con los líos que hay para solucionar antes de llegar a la esquina de la cuadra de la casa, alguien se tome el trabajo de ponerse a pensar en Israel. Sobre todo gente que probablemente sepan de historia tanto como yo de cambiar pañales.
Aparentemente el país está en plena forma, porque El Gran Cuñado llega a la tapa de los diarios.
Los bancos, como cualquier otra empresa, son entes de beneficio y desarrollo social cuyos accionistas se levantan cada mañana pensando "¿qué puedo hacer hoy por mi prójimo?". O algo así.
Sin calificar a la persona, que posiblemente tenga menos respeto que yo (o el periodista) por su investidura, hablar de nuestra presidente por su nombre de pila me parece una falta de respeto, y parece que se acepta como si tal cosa. Dicen que la institución no la hacen sus integrantes; pero las instituciones funcionan en la medida que aquellos lo hagan, y la opinión sobre cómo desarrollar su labor corresponde a los ciudadanos en general, aunque estos invistieran dicha responsabilidad en miembros con una particular formación que les permita emitir una opinión mejor fundamentada y más objetiva. Y aunque la integrante de más alto perfil y con mayor responsabilidad no haga honor a su investidura, no nos da derecho a nosotros a imitarla. Cristina Fernández de Kirchner es, con todas las salvedades que se me ocurran, mi presidente. Quiero vivir en un estado de derecho, donde las leyes estén al servicio efectivo de sus ciudadanos, y para eso debo empezar por mí mismo y las cuestiones más básicas.

Ahora comparemos.
Residiendo en Alemania, es muy raro que lea un diario. Por varias razones:
- en general me importa un pomo lo que les pase a estos... entes;
- las cosas que los lleva a quejarse son irrisorias, no solamente en términos comparativos con países con verdaderos problemas, sino también en términos objetivos;
- los diarios, al contrario de lo que uno podría pensar de "los alemanes", son tan tarados, llenos de caca, chauvinistas, superficiales, pendencieros y tendenciosos como en cualquier otro lado;
- en la mayoría de las ocasiones, la vida vista desde la óptica de esta sociedad no me cautiva particularmente, no solamente por su necesidad de parametrizar todo, sino también por la necesidad de hacerlo en último término en dinero. A veces también escriben cosas interesantes, pero lo hacen más como un ejercicio de retórica que como un dogma de vida.
¿Qué hago entonces? ¿Dónde me meto? Parece que mi vida consiste en decidir entre durar y transcurrir, ganar dinero y gastármelo en estupideces que no me hacen más feliz, o vivir (en el mejor y más amplio sentido) y sobrevivir (a que me maten por sacarme la cámara).
Por lo pronto voy a casa a ver si le doy un respiro o mejor dicho un aliento cálido a mi alma. Me quedo tres semanas, durante las cuales pienso no hacer nada, excepto familia, casa, playa... sí, aunque haga frío, porque también tiene su encanto.

jueves, 14 de mayo de 2009

cuando sentir se vuelve peligroso

Una de las bases que me propongo mantener en este diario es la diversidad. No quiero focalizarme en algo y devenir en un especialista en un tema y en un ignorante en todo el resto. Este es mi espacio, me sigue, me refleja, y por lo tanto me juego con cada cosa que escribo. Por eso evito darle demasiada atención a temas que en realidad son muy importantes, pero que no quiero que invadan este espacio hasta ahogarlo.
Pero hoy voy a volver sobre un tema (no, no los alemanes...) que despertó mucha reacción y me parece que algunas cosas quedaron sin decir, así que me remito simplemente a transcribir un extracto del libro "Cuando estuvimos muertos", de Joan Montane. Dice así:

Nuestro comportamiento, siempre atento a no exteriorizar sentimientos y necesidades que pudieran poner de relieve cualquier detalle de lo acontecido en el pasado, se fue desvirtuando hasta convertir la realidad interior en un escenario donde sólo tenía cabida una supervivencia emocional basada en no sentir. O sentir lo menos posible. El peligro de estos comportamientos está en la gran dificultad que entraña desprenderse de ellos cuando se intuye que su función ya no es útil. Nadie es tan preclaro como para darse cuenta de estar desarrollando una conducta autodestructiva anclada en una supervivencia que se originó en el pasado. Por si esto no fuera suficiente, la negación y el engaño se encargan de desbaratar cualquier posibilidad de cambio.

Cuando en la edad adulta se superan algunas barreras del pasado que nos impedían una visión más precisa de nuestra realidad, lo que suele ocurrir cuando tocamos fondo o ante una situación límite, puede darse el feliz acontecimiento de hallarnos ante un resquicio por donde penetrar y empezar a poner en orden nuestra vida. Sólo entonces vemos el largo y arduo camino que nos queda por recorrer. El enfrentamiento es inevitable. Se puede seguir encerrado a perpetuidad en una aséptica urna de supervivencia, pero más pronto que tarde la interrelación con el mundo provocará situaciones donde la confrontación exigirá argumentos. Entonces surge la impotencia para dar forma y sentido a lo que, en el fondo, sabemos que no lo tiene. Y eso es todo lo que sabemos.

Quienes entran en contacto con nosotros no tardan en intuir ciertas rarezas. Si el contacto es superficial, tal vez no se le dé importancia y logremos pasar desapercibidos (una de nuestras especialidades), pero si se trata, por ejemplo, de una relación de pareja, pronto se producirán colisiones emocionales que exigirán una actitud acorde con lo que se espera de la pareja. Es ahí donde nuestra ineficacia, casi siempre en forma de autodefensa, se pone de manifiesto. ¿Cómo explicarle a nuestra pareja que no entendemos lo que nos ocurre? ¿Cómo explicarle nada si ni siquiera sabemos qué es lo que no llegamos a entender?

Sacrificamos muchos aspectos del aprendizaje porque ya no nos fiábamos de nuestros sentimientos. No debíamos sentir. Dejamos de aprender, convirtiéndonos en muchos casos en seres miméticos. Nuestras acciones ya no nos proporcionaban los estímulos emocionales que nos permitieran catalogar las sensaciones que percibíamos en nuestro entorno. Lo bueno o malo, lo necesario o superfluo, lo útil o inútil. Todo ello empezó a ser asimilado por deducción o por comparación, pero ya no por sensación. Poco a poco fuimos desvinculándonos de los sentimientos reales. Nos protegimos hasta donde pudimos de todo lo malo que nos rodeaba, pero también lo bueno se vio afectado. Y lo necesario. Y lo útil. Hacíamos esto o aquello porque debía hacerse, porque lo hacían los demás, para no tener que pensar en lo correcto. Evitábamos pensar qué ocurría a nuestro alrededor; lo que ocurría con nosotros. Y los sentimientos, de esta forma, no se veían implicados. Entramos en una espiral de insensibilización, respecto a nosotros mismos, de la que ya no es fácil escapar por completo.

¿Cómo puede definirse lo bueno o correcto? La respuesta sólo puede ser una; mediante los mensajes que transmiten los sentimientos. Pero ¿qué ocurre cuando aprendes que no debes fiarte de esos sentimientos? ¿Qué ocurre cuando la única herramienta que se presume válida resulta no serlo?


Y acá estamos.

martes, 12 de mayo de 2009

despotricar por gusto

Como en algún momento dije, despotricar creativamente contra los alemanes me parece más aceptable que quejarse y listo. No soy un quejoso pasivo, de esos que levantan los brazos aspamentosamente y dos segundos después los bajan y siguen con lo que estaban. Cuando me quejo de algo, es porque ya estoy trabajando en la solución. Mi cerebro está consumiendo azúcar como nada para ver dónde encuentro el hueco, la oportunidad, la grieta, lo que sea que me ayude a hacer que las cosas resulten como las necesito.
Pero hay cosas que no se pueden cambiar, o por lo menos no en un marco de referencia, contexto, circunstancia. Como los alemanes, por ejemplo. Así que me quejo.
Puedo escribir los versos más tristes esta noche. Escribir por ejemplo, que los alemanes no se pudren cuando se mueren. Porque los gusanos tampoco los quieren. Que si tuviera que elegir entre un alemán y una rata me quedo con la rata; ocupan menos espacio. Que el muro de Berlín fue un buen intento, pero deberían haberlo hecho alrededor de todo el puto país. Y haberlo techado.
El día que pongan límite de velocidad en las autopistas, pueden volar todo el puto lugar a la mierda, poner una manguerita, llenar el agujero con agua y hacer un lago. El Lago Germania. Como en el compilado ese de Tato Bores, donde gente del futuro, con un código de barras tatuado en la frente se preguntaba si Argentina había sido real o un mito.
Air France tiene una oferta, aparentemente hasta el final de junio, para volar de Munich a casa por 562€, la mitad de lo que normalmente cuesta. Mi jefe, en agradecimiento por irme de su sector a otro, no me da vacaciones hasta julio. El pasaje para entonces cuesta 1233€. Ojalá disfrute sus vacaciones él también.


Ayúdame a decir la verdad delante de los fuertes y a no decir mentiras para ganarme el aplauso de los débiles.
Si me das fortuna, no me quites la razón.
Si me das éxito, no me quites la humildad.
Si me das humildad, no me quites la dignidad.
Ayúdame siempre a ver la otra cara de la medalla, no me dejes inculpar de traición a los demás por no pensar igual que yo.
Enséñame a querer a la gente como a mí mismo y a no juzgarme como a los demás. No me dejes caer en el orgullo si triunfo, ni en la desesperación si fracaso.
Más bien recuérdame que el fracaso es la experiencia que precede al triunfo.
Enséñame que perdonar es un signo de grandeza y que la venganza es una señal de bajeza.
Si me quitas el éxito, déjame fuerzas para aprender del fracaso, si yo ofendiera a la gente, dame valor para disculparme y si la gente me ofende, dame valor para perdonar.
Mahatma Gandhi