sábado, 13 de febrero de 2010

no leer

Fue mi semana más difícil desde que volví en diciembre de casa. Mucho lío en el trabajo, una pelea fea con Sabine, la depre.
Extraño tanto la vida. Pararme en la azotea de casa a mirar los autos pasar, chiquititos. La lluvia. El sol. Los olores. La arena y el mar. Extraño querer.
Hoy me desperté muy mal, producto de la semana difícil que tuve estoy más deprimido. Venía sintiéndome un poco mejor, un poco nomás, pero algo es algo, pero la tensión del trabajo se cobró su cuota. Estoy medio enfermo y con las defensas muy bajas, tratando de no caer del todo; igual la siesta de cuatro horas la dormí, como si mi cuerpo se resistiera a aceptar que esto no es una pesadilla, que la realidad está acá, donde me siento mal.
Es la una de la mañana y... yo qué sé. No sé ni lo que quería escribir. De pronto me vino esto de sentarme a la compu y escribir algo. Supongo que a manera de catarsis. Novia, por tercera vez, lloró por mí, porque yo no puedo. Me dijo que le es muy difícil, que no puede, que no es lo suficientemente buena o fuerte para enfrentar esta situación. Y la entiendo, porque yo tampoco puedo.
Extraño tanto la vida. Tanto. Tanto.

miércoles, 3 de febrero de 2010

23 páginas

Como comenté hace algunos días, Novia me regaló "El Diario de Anne Frank", y lo estoy leyendo. Es sabido que, excepto en porquerías como las que escribe Dan Brown, los libros siempre nos generan respuestas, reflexiones, reacciones. Pero éste es obviamente uno de los libros más fuertes de los que me acuerde. Y más así cuando el lector (un servidor) vive reside en Alemania.
El título de esto que escribo hoy se refiere a las páginas que me faltaban el jueves pasado para terminar el libro. Desde que pasé la mitad de las 350 páginas me di cuenta que inconcientemente iba leyendo más lento, y cada vez me sentía más triste; sabía que me iba acercando al final. No el final del libro, sino a un final mucho más lamentable: el de Anne. El viernes, en mi hora del almuerzo, me dí cuenta que en realidad el diario termina 22 páginas antes del final del libro. Esas últimas 22 páginas son los hechos recolectados a partir del arresto de la familia, proporcionado por testigos y demás, incluyendo a Otto Frank, el papá de Anne, que fue el único que sobrevivió. Sin embargo, a pesar de que su historia es conocida, no creo que muchos de nosotros sepamos exactamente cómo terminó más allá del diario, así que lo voy a contar acá.
A eso de las 10 y media de la mañana del 4 de agosto de 1944, después de dos años y un mes, las ocho personas que estaban escondidas en Prinsengracht 263, Ámsterdam, fueron arrestadas por el oficial de turno Karl Joseph Silberbauer (SS) y tres agentes (nazis) holandeses. Se los separó, y un mes más tarde fueron enviados a Auschwitz y otros campos de concentración. Anne y su hermana Margot son finalmente enviadas al de Bergen-Belsen, donde contraen tifus y mueren, primero Margot, y unos tres días más tarde Anne. Era el 4 de abril de 1945. Once días más tarde, el campo fue liberado.

A veces, cuando me quejo de los alemanes, no falta el idiota que en lugar de preguntarme por qué no me gustan, prejuzga y asume que mis experiencias son las mismas que las de él/ella e intenta convencerme de que estoy equivocado. Son dos los argumentos típicos que escucho:
- no todos son así,
- gente así hay en todos lados.
Respecto al primer punto, es cierto. ¿Y? ¿De qué sirve? Cualquiera con dos dedos de frente sabe los usos y limitaciones de una generalización, y hay que tener el intelecto de un gusano de seda para asumir que se puede juzgar a un individuo basado en el grupo, o viceversa. Conozco alemanes buenos, amables, con los que se puede charlar. Lamentablemente son tan representativos como las personas con heterocromía iridium.
En cuanto a lo segundo, no es cierto. Por suerte. Es más, creo que hay que escarbar en los estratos más podridos de la sociedad argentina para encontrar la escala de valores que veo día a día aplicada acá. Qué asco.
Por si fuera poco, la foto de la mujer que trabajaba de guardia en Bergen-Belsen (a mitad de página del enlace que puse más arriba) no me impactó para nada. Si así fuera, no podría ir al supermercado, a la oficina donde renuevo mi visa, al dentista, a... Pucha, con la mufa generalizada que hay acá, no podría ni salir de mi casa.
En realidad, me hubiera gustado dejar esta entrada en lo de Anne Frank y punto, pero estos días ando muy desilusionado con un tema y necesitaba ventear; lo del libro le añadió más leña al fuego. Resulta que, a falta de un entorno social más adecuado, estoy en la búsqueda de un terapeuta que me pueda ayudar con pautas de conducta que me ayuden a sentirme mejor. Para esto es un requisito, no indispensable pero sí muy deseable, que el profesional en cuestión hable español. Desafortunadamente, hasta ahora estuve con dos doctoras que, o tenían más despelotes que yo en la sabiola, o me reprocharon como si la depresión me la hubiera buscado, de puro estúpido. Lo peor, obviamente, es que puede ser así, pero lo que necesito y es claro es alguien que me escuche y, recién ahí, hable. Y que lo haga con tacto.
Casualmente este fin de semana estuvo en casa aquella amiga de mi cena en Hamburgo, la inteligente. Ella tiene la teoría de que las mujeres terapeutas se hacen tales para decirles a los demás lo que tienen que hacer, mientras que los hombres son más científicos, les importa un bledo en sí que alguien sufra: simplemente les resulta fascinante la mente humana. En su experiencia, es mejor ir con un terapeuta hombre que con una mujer. Interesante, aunque no tengo la menor idea de si es verdad. Acepto sugerencias.