martes, 18 de mayo de 2010

en el fondo

Venir al trabajo es como los 110 metros con obstáculos, excepto que son 4,7 km que con la ayuda de mi japonesa amiga los he transformado en 6 minutos 30 segundos. Y sin pasar semáforos en amarillo, que conste. Ahora bien, en ese corto tiempo y esa relativamente corta distancia dejo atrás a cientos de conductores alemanes que, como el gas, ocupan todo el espacio disponible. Y ya te imaginás de qué clase de gas hablo.
A la vuelta es lo mismo. Y cuando voy al cine. O a tomar un café. O al parque, al lago, a las montañas. Al centro comercial, el restaurante mongol, la pileta, Stuttgart, el supermercado, al baño, a estacionar el auto, al médico, a la cantina del trabajo, a alquilar una película, a hacerme cortar el pelo... o a lo que sea. Siempre, siempre está lleno de alemanes.
La parte positiva de esto es que en el fondo los quiero mucho. La ya famosa simpatía de estos seres, su aspecto bonachón, su semblante relajado y afectuoso, siempre dispuestos a ayudar, siempre agradecidos y, sobre todas las cosas, su humildad infinita que los hace siempre ceder el paso. Y ni hablar de su paciencia, ya que son perfectamente conscientes de que viven en el primer mundo y hay gente que está realmente jodida y por eso no se quejan nunca. Una masa vivir acá, un deleite, un placer. Orgasmo social. Jolgorio y algarabía sin límites ni restricciones. Y no quiero terminar este párrafo sin mencionar la típica flexibilidad y adaptabilidad que los caracteriza.
En fin, a pesar de todo esto, quisiera por un momento tomar mi motito y dirigir los 160 caballos hacia algún destino (en un radio de 20 km, como mucho) que me permita relajarme y disfrutar de mi vida sin recibir recriminaciones o que me estén respirando en la nuca. Se aceptan sugerencias.

domingo, 16 de mayo de 2010

su real culo

Como americanos, la realeza y sus derivados se nos hacen casi payasezcos. Una vez en Estocolmo pasaba por la puerta de uno de los palacios caminando con unos amigos brasileños, y por educación evitamos reírnos en la cara de gente estirada bajando de autos con chofer, con bandas azules cruzadas al cuello y medallas en la solapa, condes, barones, príncipes y sus derivaciones femeninas, mirándonos como si sus deposiciones no olieran (a veces me sorprende lo fino que soy). Sin embargo, en Europa esto es algo aceptado, en algunos casos con orgullo, en otros con resignación, como si de un mal necesario se tratase. Hace unos años Gasalla comentaba en un monólogo que la corona inglesa se desprendía del avión real para achicar los gastos, por lo cual la Reina desde ese momento iba a tener que conformarse con poner su real culo en los asientos de primera clase de la British Airways. El tipo, con su eventual cara de piedra, siguió hablando mientras mi mamá y yo llorábamos de la risa en la cocina de casa. Después, cuando me iba a dormir, me puse a pensar qué clase de sociedad mantiene lo que una cierta Laura llama "parásitos sociales", es decir, la realeza. Eso, sumado a otros eventos que han interlazado la historia de Argentina e Inglaterra, me llevaron a la solemne promesa de algún día visitar esas tierras para poder formarme una impresión más acabada y realista que la que se puede extraer de los libros.
Y finalmente se dio. El jueves de la semana anterior tomé el Lufthansa de Múnich a Heathrow con la intención de pasarme 4 días y 3 noches en Londres, a modo de primer viaje introductorio en la tierra de los ingleses. Curiosamente, todo el jueves y hasta el viernes al mediodía el clima estuvo espectacular, rozando los 20 grados y con cielo despejado. El resto de los días hasta el domingo que nos fuimos fue el típico clima lluvioso y frío que uno espera de Londres.
Algunas fotos...

El parlamento...

Un desayuno...

Las famosas cabinas telefónicas...

o el autobús...

El Royal Albert Hall...

El viejo y querido Tower Bridge, a veces erróneamente referido como el Puente de Londres (que existe, y está 600 metros río arriba, pero es horrible)...

Uno de esos soldados que tiene que estar parado como un muñeco en la puerta de algún edificio famoso, en este caso la Torre de Londres, donde se guardan las joyas de la corona, entre ellas el diamante Cullinan I, de 530 quilates...

El RR de la reina, pero esta vez transportaba a alguien más...


En fin, cumplimos con todos los destinos tradicionales, excepto quizás el Museo Británico y el London Eye, que si bien lo vimos, no tuvimos la oportunidad de darnos una vuelta (en el sentido literal) porque había una cola que llegaba a Edimburgo, más o menos. Espero poder visitar Londres otra vez y cumplir con esas dos cosas.
El corolario de este viaje es bastante interesante. Los ingleses, a pesar de su incapacidad para entender conceptos bastante básicos y generalmente aceptados como "propiedad privada" y "no hagas lo que no te gusta que te hagan", son gente amable, educada, agradable. Lejos (a 2 horas en avión, para ser exactos) están los empujones al intentar salir del subte, la ignorancia activa, la arrogancia y el odio mutuo. Tienen, a la postre, todos los defectos que cualquier sociedad moderna tiene, y muchas de sus virtudes. Me imagino viviendo en Londres sin mucho esfuerzo. Es caro, pero lindo.
Lo peor de todo el viaje, como siempre, fue volver. No por la nube de cenizas que tenía cerrado el aeropuerto de Múnich y que nos obligó a volar a Stuttgart, alquilar un auto y llegar a casa a las 2 de la mañana en lugar de a las 5 de la tarde. No. Lo peor fue volver a estar entre criaturas que, en la escala social, se sitúan justo detrás del plancton. Esta vez hasta mis suegros, alemanes de pura cepa, estaban de mal humor de escucharlos quejarse, y Novia ni te cuento. Y yo... preguntándome qué cuernos hago acá, como si no supiera ya la respuesta.

viernes, 14 de mayo de 2010

cómo era...

...poner la música tan fuerte que no escucho mi propia voz y puedo cantar y gritar y sentir el aire en mis pulmones y la alegría de estar vivo.
...hacer el amor, sin preocuparme de las pastillas que me inhiben o me castran.
...oler el aire justo antes de llover, y disfrutar el aroma del pasto mojado después del aguacero.
...mirar al que está al lado mío en la parada del cole y que me mire con una sonrisa.
...sentirse considerado.
...creer que hoy puede ser un día que valga el esfuerzo de levantarse de la cama.
...equivocarse sin acusaciones ni humillaciones.
...no tener miedo de hablarle a los demás.
...tener prójimos.
...un gesto de amor entre extraños.
...compartir un ascensor sin sentirse incómodo.

Dicen que no ofende el que quiere, sino el que puede. Qué idiotez es pensar que uno puede vivir en un mundo interno sin verse afectado por lo que le rodea.