jueves, 23 de febrero de 2012

un buen día para escribir

Hace exactamente un mes desde que escribí algo por última vez. Esto de trabajar todos los días laborables me está matando. Demasiado con manejar desde casa a la oficina a la mañana y de vuelta a la noche. Una locura. No sé quién lo habrá inventado pero era un idiota.
Pero en serio, ando medio enfermo. Cuando vine de Argentina ya estaba cachuzo y me recuperé, pero ahora con el cansancio mental en el trabajo y la falta de sueño el cuerpo me está pasando factura otra vez. Eso de volverse viejo no era chiste. Otro invento idiota.
Noticias interesantes del último mes... novia se compró una máquina de café del señor Clooney. Si, la cosa tiene una infraestructura de manipulación fabulosa y uno paga por eso, pero al final del día el café es espectacular. Lo mejor que he probado en el ámbito privado. Y la bendita máquina es una estupidez de operar y mantener, y hasta queda linda en la mesada de la cocina. Un día de estos le voy a dedicar una sesión de fotos como si fuera la Bundchen.
Por lo pronto, y viendo y considerando que tanto mi estómago como mi cabeza se rehúsan a cooperar, mejor me voy a casa.

Y ahora, pasados 6 días desde que empecé a escribir esto, puedo decir que me recompuse del hígado y los antibióticos que me dieron el lunes ya empezaron a hacer efecto, así que hoy después de más de 3 días de no salir de casa hoy voy a dar una vuelta para tomar aire. Hasta el hámster sufrió mis microbios y le dieron antibióticos, pobrecita.
Tenía un par de asuntos más o menos importantes que me gustaría discutir, pero la verdad que con el choque del tren ese en Buenos Aires no me dan ganas ni de criticar a los alemanes. Este tipo de cosas (me refiero a los accidentes que no son tales) me ponen muy triste porque en la abrumadora mayoría de los casos son eventos evitables con un poco o nada de esfuerzo económico, que es la excusa nacional (y no solamente en Argentina). Lo único que requieren es un esfuerzo mental y eso es, se ha probado, lo más difícil de conseguir.
Un ejemplo que está mucho más al alcance de la mano para alguien como yo es el uso del casco al manejar una moto. Lo único que requirió fue una toma de conciencia de mi parte, y ya me salvó la vida tres veces en los últimos 19 años. La primera vez fue a los pocos días de comprar mi primera moto, a unos 110 km/h en la ruta 2, unos 15 km antes de Chascomús, manejando de Buenos Aires a Mar del Plata. Había un puesto donde te regalaban botellitas de agua mineral Villa del Sur (la planta embotelladora sigue estando) y un viejo en un Renault 9 decidió que tenía prioridad para tomar la autopista desde un camino de tierra. Sus expectativas incluían, como es natural, que los que veníamos circulando por la autopista paráramos para que él pasara. Una gran lección de física y 3 días más tarde y pude caminar, pero los pedazos de carne que solían recubrir mi rodilla izquierda y mi codo derecho hoy pueden ser visitados de lunes a domingo las 24 horas en el km 103 de la ruta 2. Entrada libre y gratuita. Eso sí, cuidado que hay mucho tránsito. Pero lo interesante es que si no hubiera tenido el casco puesto, con suerte me hubiera matado.
Como soy bastante estúpido pero no como vidrio, no tuve ningún incidente digno de mención por unos 16 años, hasta que circulando a unos 20 km/h por al lado de un BMW estacionado a la derecha, el tipo decidió arrancar y dar una vuelta en U. Aparentemente el universo no creyó suficiente la lección de física sobre la imposibilidad de dos cuerpos ocupando el mismo espacio al mismo tiempo, así que mientras mi moto y el auto discutían sobre el tema (ganó el auto) yo salí volando y me golpeé la cabeza con el cordón de la vereda de enfrente. Por suerte para el cordón, llevaba casco. El chiste le costó 3000 euros al imbécil del auto: 2400 para arreglar la moto, 300 para comprarme un casco y 300 en indemnización (no estamos en EE.UU., que si no hubiera tenido que vender el hígado el pobre tarado, que todavía niega cualquier participación en el asunto).
La tercera y hasta ahora última en la lista fue apenas un mes más tarde en Saint Moritz, volviendo de un viaje por la Costa Azul. Como era a principios de abril todavía había nieve en los pasos alpinos y, a pesar de ir a unos 3 km/h y con las piernas abajo, no pude con los 340 kg de moto más equipaje y una rueda trasera que decidió pasar a la rueda delantera. Esta vez mi cabeza dejó un cráter en el puto parche de hielo que había abajo de la nieve, que confabuló asquerosamente con mis aires de Valentino Rossi para demostrarme, una vez más, que no hay que bajar la guardia cuando se hace cosas que lo pueden matar a uno mismo o a alguien más. ¡No es tan difícil!
En fin, 50 muertos y 600 heridos porque alguien decidió que tomar mate era más importante que hacer su trabajo.