jueves, 2 de octubre de 2014

el tour de Francia

Desde que Novia está en mi vida se acabó la joda. Está buena la imagen de rebelde a lo Lorenzo Lamas en Renegado, pero eso de agarrar la moto y desaparecer de la faz de la tierra por dos semanas no va. Además, ya estamos grandes... o sea viejos.
Sin embargo algún dios se apiadó de un servidor y la hermana de Novia nos invitó a pasar unos días en el sur de Holanda al lado del mar. Novia se entusiasmó mucho pero uno, que nació en Mar del Plata, nop. Así que aclarada la situación, y jugados ciertos ases que no vienen al caso (por no revolver mierda), decidimos pasarnos un fin de semana en París, de ahí a los Países Bajos, y después ella se iba a un concierto con la otra hermana mientras yo me ocupaba de reducir a jirones las Michelin Pilot Power que tiene mi moto, en colaboración con los Alpes franceses. Cosa que me tomó una semana.
Para empezar, el jueves salí del trabajo lo más temprano que pude y manejé sin pena ni gloria a Nancy, a exactos 499 km de Múnich y unos 340 km de París. Nancy fue una parada de conveniencia y resultó ser una ciudad preciosa con mucho potencial para pasarse unos 2 ó 3 días tranquilamente. Ambiente tranquilo y mucho para ver.
El viernes salí apenas terminé el desayuno y llegué a París al mediodía. Como era muy temprano para registrarse en el hotel me fui a dar una vuelta. Siempre soñé con manejar en moto en París, no sé, me parece surreal. Y no decepcionó. Lo primero que hice fue hacer la parada obligatoria en el Trocadéro para sacar la foto de la moto con la torre de fondo. De ahí (previo heladito) me fui a dar una vuelta o tres al Arco del Triunfo, que es famoso porque está rodado por un cruce de 8 calles donde, según me advirtieron los alarmistas, todo el mundo se la pone. Menos los franceses, que tienen su estilo para manejar. Lo que esos alarmistas se olvidaron de avisarme fue que ellos nunca manejaron en el centro de Buenos Aires. En comparación, el tránsito en París es más tranquilo que escuchar un partido de ajedrez por radio, y alrededor del Arco de Triunfo apenas si sube un puesto en la escala, hasta la categoría de aburrido.


De ahí me fui a La Défense, y para entonces ya era tiempo de ir al hotel. Además necesitaba una ducha porque hacía bastante calor. El hotel era un viejo sueño mío de otras veces que estuve en París. Queda en la Île Saint-Louis, a pocos minutos de Notre-Dame pero tranquilo, y caro como la gran siete. €200 la noche, para ser exactos, sin desayuno. Pero vale cada centavo, sobre todo cuando uno se fija que cualquier hotel pedorro en París cuesta fácil €100, y eso en la periferia. En el centro una habitación chica cuesta tranquilamente €150, y la que tuvimos tenía unos hermosos 18 m² y un aire acondicionado para darle un resfrío a King Kong. O sea, por un 30% más estábamos en una ubicación privilegiada, cómodos y contentos. De los €50 uno se olvida, de las ratas no. Y además, hay algunas cosas que no tienen precio, entre ellas el atardecer en París...


Algo inesperado fue el estacionamiento. Debajo de Notre-Dame hay uno que los fines de semana está relativamente desocupado, y tienen una promoción de €15 para las motos, que en cualquier otro lado saldría el triple. Bingo. Incluso lo pude reservar en internet y pagar con tarjeta. Recomendación por si alguien me sigue el paso: imprimir el comprobante en francés. Ya se imaginarán por qué.
Novia aterrizó en CDG a las 11 de la noche y la fui a buscar en la moto. Como ese era el plan desde el principio, vino solamente con un bolsito como equipaje de mano y una cartera. El sábado y el domingo fue sacar ampollas en los pies y comer como cerdos, pero cerdos finolis. Entre otros lugares, fuimos a un restaurante cerca del hotel donde la comida era tan rica que era inverosímil. La cocina francesa es más pretenciosa y complicada que la italiana y la verdad que prefiero la última, pero hay cosas que son memorables y la cena del domingo fue un lujo increíble de calidad y sabores. El precio, para lo que recordamos, razonable, a €40 por cabeza.
Visitamos la torre, Montparnasse, Sacre-Coeur, Notre-Dame y todo lo que pudimos meter en 3 días y las ampollas de los pies.


El lunes salimos para los Países Bajos con una pausa en Lille para que la jefa estirase sus hermosas piernas. Una hora más y estábamos en Cadzand, nuestro destino. Los holandeses son conocidos por lo... emmm... "ahorrativos" que son, y en la construcción de casas para alquiler se esmeran con el tema del ahorro. La verdad que era medio como estar en un hostal, pero bueno, era lo que había y a caballo regalado...
Yo me quedé hasta el jueves y ahí empecé mis verdaderas vacaciones en moto. Novia se quedó un día más y después viajó a lo de la otra hermana cerca de Fráncfort a pasar el fin de semana, y por último en tren de vuelta a sus pagos cerca de Múnich. Mientras tanto...
El primer destino no era el siguiente hotel, sino uno mucho más importante: la ahora llamada Casa San Martín, en Boulogne-sur-Mer, el lugar donde vivió por dos años hasta que falleció el General don José de San Martín. Hay muchos artículos en internet y libros donde uno puede consultar rápido el papel que jugó esta casa, pero para mí el asunto era poner pie en ella y honrar la memoria de ese hombre que me inspira desde que tengo memoria.
Primero que nada contacté al curador del museo, el Señor Luis A. Brusaca, quien me respondió muy amablemente y me asesoró sobre horarios y días de visita. Cuando llegué el martes a la mañana él estaba ahí y me dio un repaso de los suceso que acontecieron y las idas y venidas a las que parece que están destinadas todas las cosas que son en menor o mayor medida argentinas. Muy interesante, y ningún argentino que se precie y se acerque hasta París debería permitirse obviar esta visita.
Saqué muchas fotos, pero esta fue de algo que me puso la piel de gallina: es el lugar donde murió. El reloj en la pared de la izquierda marca las 3 de tarde de aquel 17 de agosto de 1850.


Ese jueves hice noche en Trun, un pueblito en la municipalidad de Orne, en Normandía. Como siguiendo con la temática histórica, la idea al día siguiente era pasar por las playas del desembarco del Día D, aquel 6 de junio de 1944. No sé si era lo que leí sobre el lugar, pero olía a muerte. Hay cementerios por todas partes, con cruces blancas y bien cuidados. Esos son los que tienen las tumbas de los aliados. Hay otros cementerios, prácticamente abandonados, grises y sin marcas. Esos son los los alemanes.
El viernes también visité el famoso Mont-Saint-Michel, ese peñasco/monasterio a 600 metros de la costa, que cuando baja la marea se puede alcanzar a pie.


Soñé con visitar ese lugar por mucho tiempo, pero lamentablemente es demasiado turístico. Se podría caminar por el lugar en 20 minutos, pero en lugar de eso uno se la pasa dos horas esquivando gente y al final lo único que quiere es salir y tomar una bocanada de aire. Qué lástima.
Pero lo que no decepcionó, al contrario, fue Saint-Maló. Hice noche en la ciudad vieja intra-muros, que es básicamente una fortificación concebida para resistir los ataques ingleses. Qué ironía que le de el nombre a nuestras queridas islas. Y el atardecer tenía poco que envidiarle al de París.


El puerto de Saint-Maló con la ciudad vieja de fondo... una belleza. Toda la ciudad está rodeada de un muro de unos 5 metros de espesor y 10 metros de alto. Una historia interesante fue el ataque que intentó una coalición anglo-holandesa el 26 de noviembre de 1693, cuando trataron de volar una torre del muro acercando un barco cargado de pólvora. La marea era demasiado baja, o el barco iba demasiado cargado, así que encalló y no pasó nada.


Después seguí viaje al sur, con el objetivo final de llegar al área de Grenoble, un lugar de rutas tan lindas que Kawasaki va muy seguido ahí a hacer las propagandas de sus motos. Me llevó un par de días, porque el sábado hice noche en Treignac, en un restaurante hotel que realmente hizo honor a la fama de los franceses de rehusarse a hablar otra cosa que no sea francés. Además de que los últimos 200 km llovió como si fuera la última vez.
El resto del viaje fue literalmente sobre las nubes, entre los 1000 y 2500 metros en los Alpes franceses. El domingo por fin pude tomar rutas secundarias y desplegar toda la potencia de la moto y ejercitar mis habilidades. A la noche hice escala en Gap, un nombre que a mí no me decía nada, pero resultó tener un centro histórico tan chiquito como agradable.



El lunes a la noche me quedé en Morzine, un pueblo lleno de negocios con equipo de esquí y bicicletas todo terreno. El hotel pedorro, con desayuno pedorro, pero precio pedorro (barato). Como dice un amigo, si pagás maníes...
El martes de camino a Múnich pasé por Génova, la capital de los relojes Suizos, un lugar donde uno puede reconocer al personal de servicio porque andan en Mercedes, mientras que sus señores se dejan manejar en Bentley y demás, a menos que ese día se le antoje una de las Ferrari. Todo está tan limpio, tan ordenado... aséptico. Los jardines parecen cuidados por manicura, las calles y los edificios limpiados con cepillo de dientes. Ciudades como Múnich o hasta Luxemburgo parecen favelas al lado de Génova. Me dieron muchas, muchas ganas de irme, y rápido. Aunque no demasiado rápido, porque pasarse 10 km/h del límite en la ciudad puede costar un riñón. Siempre tan espirituales los Suizos.
Así que llegué a casa a las 6 de la tarde, después de salir lo más rápido posible de Suiza, hacer un poco de autopista en Francia y Alemania, y comer algo en la ruta.
Repasando, dormí en:
  - 1 Bed & Breakfast
  - 1 casa que alquiló la hermana de Novia
  - 6 hoteles
Gasté 1882,31 euros, de los cuales fueron:
  - €451,01 en combustible (en 4765 km)
  - €829,10 en alojamiento (incluye el hotel carísimo en París)
  - €547 en comida, entradas a museos, postales y tonterías
  - €55,20 en peajes, más que nada en Francia, pero la mayor parte fueron los €30 del túnel en el Mont Blanc
Y para no andar innovando, la moto me dio exactamente cero problemas y no gastó una sola gota de aceite. A diferencia del viaje a Irlanda, la cubierta trasera sobrevivió, pero la cambié cuando llegué. De hecho, le quedaba apenas una pátina de goma sobre la tela. Misión cumplida.
Entre los muchos bichos con los que tuve que lidiar hubo ratas, ardillas, gatos, perros, burros, caballos, vacas, y mujeres al volante. De lejos, pero en serio de lejos, las mujeres fueron lo más peligroso de todo. Me importa un bledo el género de la persona que maneja, lo que me interesa es su idoneidad. Y el hecho persiste, en que estadísticamente las mujeres simplemente no tienen la mentalidad o el entrenamiento que hace falta para guiar una tonelada y media autopropulsada en forma confiable en la vía pública. Y no me rompan con que no generalice.
En fin, pasado el exabrupto (perdón), el viaje fue bárbaro, las francesas están buenísimas y sobre todo femeninas, los Alpes son alucinantes como siempre, y andar en moto es lo mejor que se puede hacer con la ropa puesta. Junto con el dulce de leche, claro está.