lunes, 27 de julio de 2015

mi pieza

La mesita de luz con la madera toda rayada, la carpeta de croché donde se apoya el velador que ya se cayó tantas veces que debe ser el décimo que tengo, y con una pantalla con la carta de navegación del puerto de Houston, Texas, que ya casi no se nota lo que es de vieja que está.
La alfombra que cubre un parqué virgen, ni siquiera pulido y nunca pisado, original de la obra.
La ventana de madera pintada de blanco, con vidrio casi de pared a pared y de piso a techo, y la cortina que siempre huele limpia. La persiana que después de varios intentos por fin cierra bien y no deja pasar la luz a la mañana.
El barco en miniatura en la vitrina, colgado sobre mi cama. Y la red para atrapar los malos sueños, que me compré en Mar de las Pampas. Y la cápsula de la sonoboya que me encanta tener, monumento a las cosas inútiles que uno guarda. El ropero embutido de tres puertas que ya no tiene el borde ese que no sé cómo se llama, y que da la sensación que uno puede meter lo que sea y nunca se llena.
La biblioteca con mis libros de la universidad y la versión arcaica de internet que es la enciclopedia Larousse. Y los trofeos de mis pocos logros deportivos.
El ruido del tránsito, las bocinas, los perros que ladran, los árboles movidos por el viento. Los autos estacionados, la gente que pasa, el sol reflejado en el piso del balcón. El benteveo que cantaba a la mañana pero ya hace mucho que no lo escucho.
Y la estrella indiscutida, el cero de mis coordenadas: mi cama. Es de madera, con una chapita de bronce de un lado que dice "timonel", y cerca de la cabecera otra con un velerito. Tiene punteras de metal para que no se dañe y muchas, muchas marcas y rayones por haber jugado con ella desde chico. El colchón que tiene ahora lo compré hace unos 15 años y ha visto muy poco uso, por eso que sigue ahí a pesar de ser tan viejo. Es de muy buena calidad, con resortes, relativamente duro. Mi cama tiene más de 30 años conmigo y es donde más seguro me siento en este mundo, donde nada ni nadie me toca y puedo estar solo con mis pensamientos. Donde siempre, siempre me encuentro a mí mismo. Si me acuesto sobre la panza y tengo la persiana abierta hasta la mitad, puedo chusmear la gente que pasa, los autos, los árboles...

viernes, 17 de julio de 2015

500/1000

Mirando las estadísticas, la esperanza de vida de una persona hoy en día es un número bastante cómodo si lo escribimos en meses: 1000. Lo que representa 83 años y 4 meses. Unos 30435 días, o 739 500 horas.
Todo eso de los cuales, hoy, 17 de julio de 2015, me comí la mitad. Así es: estadísticamente hablando, la primera mitad de mi vida acaba de pasar y empiezo con la segunda y última. No hay extensiones, ni vales, ni créditos dobles. Nada.


No tengo ni la más pálida idea de cuándo exactamente, ni dónde o por qué voy a morir, pero sí sé que tengo un gran poder en mis manos para disfrutar lo que me queda y hacer lo mejor de ese tiempo. La primera mitad fue mucho aprender, mucha educación, mucho estudio, mucho llegar a una estabilidad económica, mucho sembrar; y aunque eso no termina nunca, hay un punto donde uno tiene que ponerse un compromiso personal de dejar de pelear por seguir ascendiendo en la escala que sea, y empezar a tomarse más tiempo para disfrutar lo que ya logró juntar en el bolsillo, sea económico, emocional, de habilidades, de cosas que uno siempre tiene en el tintero (ese libro, ese viaje, ese beso)...
Quisiera estar más inspirado y escribir algo más contundente, pero el hecho es que este día me asusta. Es como cualquier otro, si no fuera porque... no lo es. De veras marca una distinción clara, un cambio de responsabilidades. Siempre me dediqué a sembrar, por supuesto que al mismo tiempo tratando de disfrutar la vida. Como cuando uno se compra una casa a crédito y trata de pagarla lo antes posible, pero sin dejar de comer y darse algún que otro gusto. Pero ahora se invierten las prioridades: las dos cosas siguen coexistiendo pero el cosechar de pronto se me hace más importante. Sigo sembrando, pero más para mantener lo ganado que para ganar más. Miro más para adentro de mi casa que para adentro de la de otro, preocupándome de lo que otros han conseguido. No es que lo haya hecho demasiado, pero creo que es un instinto usar a otros como referencia de nuestro desempeño, más allá de que haya o no envidia o buenas intenciones.
En fin, 500 meses. Me voy a andar en moto y esta noche cena con amigos.

viernes, 10 de julio de 2015

1987 Honda VF700C Supermagna


Desde la primera vez que la vi en algún rincón de Buenos Aires allá por 1994, la Honda Supermagna del '87/'88 se me incrustó en el corazón como una tachuela en la rueda un sábado a la noche cuando todos los talleres ya están cerrados. Así que pasé por una Kawasaki 440 Ltd de 1981 que la tuve unos 25 000 km, una Magna "común" de 1985 (25 000 km), una Suzuki Bandit GS600F de 2003 (36 000 km), una BMW R1200 RT de 2007 (7000 miserables y temblorosos km) y finalmente una Kawasaki 1400GTR de 2008 que todavía hoy, después de unos hermosos 97 000 km, acapara mis sonrisas.
Cada año, con la ñata contra el vidrio, miro en los anuncios la Supermagna. Cada año, el adulto y el niño en mí se pelean y el adulto ganó. Hasta ahora. Porque en febrero, con 60 cm de nieve, alquilé una camioneta y me fui de Múnich a Holanda y compré no una sino dos Supermagnas en un estado pasable por menos (€1600 cada una) de lo que en Alemania cuesta una en buen estado (unos €4000). La idea era vender una acá apenas llegara, para amortizar los costos extra como el registro, la homologación, el servicio, etc. Entre pitos y flautas la erogación total fue de €4600.
Anoche, por fin, vendí la roja por €2600.Y la anécdota es de lo mejor. Un tipo con acento de extranjero me llamó el fin de semana y arreglamos que la visitaba ayer a la tarde. Me tocó el timbre, bajé, y me encontré con tres sujetos de dudosa apariencia que como primera reacción pensé que con suerte solamente me iban a violar. Pero a medida que me acerqué a saludarlos y empezamos a charlar, me di cuenta de que era solamente la facha típica de motero y se confirmaba una vez más eso de "no juzgues un libro por la tapa". Después de la negociación, y mientras firmábamos el contrato de compra-venta y todo eso, me comentaron que eran arqueólogos húngaros que estaban trabajando en un yacimiento del siglo XI en Núremberg, a 160 km al norte de Múnich. ¡Arqueólogos! Y yo con miedo de que me robaran. Qué vergüenza.
Pero volviendo a lo de las motos, si ahora vendo la azul, que como está en mejor estado creo que le puedo sacar unos €2800, me queda una ganancia de €800. Y eso contando que este año me saqué uno de esos gustos que tenía atascados en la garganta y que solamente se podía hacer con un poco de plata de sobra, o mejor dicho, plata que podría haber usado para algo más útil, pero decidí darle rienda suelta a mi niño interior.
Ahora tengo una sonrisa, una moto azul que me fascina, y la esperanza de terminar este negocio/sueño con un final feliz.