jueves, 31 de diciembre de 2015

aprendiendo a enseñar

La nobleza de mi sobrino más chico me maravilla una y otra vez, al punto de avergonzarme de lo que soy cuando miro en sus ojos chispeantes de vida y alegría y veo mi reflejo marchito, medio envejecido mal. Un poco cansado, también. Un poco pisado, diría alguno que sabe las cosas por las que pasé. No me las doy de víctima, sé que hay gente mucho peor, pero rosa, lo que se dice rosa, no la tuve.
Pero mi sobrino es una de esas criaturas que iluminan la habitación en donde entran. Parece que su alma tuviera una lamparita de 60W en lugar de la normal de 40W. Un poco la edad, seguro, pero es más que eso. A algunos les toca. Tiene la sonrisa tan fácil, y no es nunca mal intencionado. Comparte sin que se lo pidan, y cuando se lo piden te da todo, no solamente la mitad. Si hay algo que me da paz en este mundo es él. Sentarme cerca y mirarlo cuando ve tele, ver cómo disfruta la vida, hasta cómo intuye que lo estoy mirando y empieza a sonreír, sin mirarme, cómplice, compañero, atorrante.
Cómo le duele si lo reto, porque quiere que lo quiera, caerme bien. Todavía le cuesta entender la diferencia entre reto y decepción. Algo que a mí nunca me enseñaron y tuve que aprender de grande; y no es lo mismo. Así que trato de que le quede claro que, no importa lo que pase, yo lo quiero y lo voy a proteger y estar ahí para lo que necesite. Tiene un muy buen padre, así que tan, tan difícil no es el trabajo, pero igual lo quiero encarar si hace falta.
Algo que él no sabe, que es un secreto de todos los que estamos alrededor de él y del hermano, es que uno aprende de ellos tanto como ellos de nosotros. Leer y escribir, matemática, cruzar la calle donde corresponde... eso es lo fácil. Perdonar, compartir, sonreír, esperar, abrazar... eso va y viene en una dinámica que es imposible entre dos adultos. Yo, con la falta de padre y la educación rígida que recibí a cambio, que sobrecompensó no mis carencias, sino los miedos de quienes me tomaron bajo su ala, estoy más que superado con la tarea de ser un buen tío, y si no uso esta oportunidad para entrenarme para la paternidad, sería un imbécil diplomado.
A mi sobrino mayor, que ahora tiene 10, hace un par de días le conté cómo me vomitó encima dos veces en 15 minutos el día lo que lo conocí. De la misma manera, cuando los dos sean mayores, les voy a invitar un buen asado para agradecerles todo lo que me están enseñando.

miércoles, 30 de diciembre de 2015

sueño resucitado

Mirando atrás, tratando de entender el significado de los pasos que di en los últimos meses, de ordenarlos y valorarlos dentro del proceso que intenté comenzar, me doy cuenta que todo esto es más importante de lo que pensaba. Que abarca más que cambiar de trabajo y se extiende a cambiar de vida. Y dadas las posibilidades, a elegir qué vida quiero. Ni más ni menos.
Dejar el trabajo en Alemania, dejar Alemania, ir a Italia a aprender italiano, aislarme en Sicilia y dejarme impregnar por ella y por lo tanto purgar mi sistema de toda la mierda que vengo absorbiendo en los últimos 12 años, tomar distancia de mi relación con Novia, tomar distancia incluso del 90% de mis posesiones materiales... lo único que estoy experimentando, y aumenta cada día, es claridad mental. No miro atrás con nostalgia, o con arrepentimiento, o con culpa; no extraño, no lamento, no desprecio.
Por ejemplo, haberme separado de mis muebles, máquina de café, auto, equipo de juegos/video/música, ropa... vaya uno a saber qué más, no me significó más que liberación. No tengo que limpiarlas, ordenarlas, cuidarlas de ningún modo. No ocupan lugar en mi mente y, por eso, en mi vida. Y mi vida, con esa disminución, se enriqueció. Leo más. Miro más. Saco más fotos. Porque sí, no soy un monje, así que es más claro que nunca que hay 3 cosas que me gustan mucho y las voy a soltar solamente si no me queda más remedio: la cámara, la moto y la computadora, que la necesito primordialmente para procesar las fotos, y me facilita mucho el tema de escribir a otros (correo electrónico) y el poder cuidar de en este espacio, entre otras cosas.
Además, haber aprendido un poco de italiano me llena de orgullo. Ahora que estoy en casa, en Mar del Plata, tengo esa sensación que no disfrutaba desde hace más de 20 años, antes de que la muerte de mi abuelo cambiara todo: seguridad. Tengo a mi familia, que son pocos pero están bien, y este fin de semana, en una de esas raras ocasiones en que se alinean los planetas, mis dos mejores amigos estaban acá, siendo que normalmente uno está a 500 y el otro a 3000 km. El de la casa de comidas de acá a la vuelta pregunta por mí, la portera me deja usar su conexión de internet porque sí, el verdulero me corta el peceto como a mí me gusta para que mi mamá me haga las milanesas, como el helado como debe ser (acá iba a insertar un comentario ácido despreciando el helado que se consigue en Alemania, pero me lo guardo), disfruto de las fiestas como se supone que se disfruta cualquier cosa: con familia y amigos. En suma, vivo la vida como sé vivirla, sin pretensiones estúpidas, sin lujos, sin carencias graves. Cada día que pasa me siento más lejos de los últimos 12 años. Cada día me siento más desconectado de todo eso que dejé en mi departamento en Alemania, más confundido a la hora de buscar un motivo para volver a ir allá. Justificar lo injustificable.
Algo que me impactó muchísimo y no vi venir fue los efectos del descenso del trono por parte de la esquizofrénica-demente-paranoica-imbécil-dictadora-traidora-hijademilputas que se engrapó al poder y, salvo por contadísimas excepciones, lo arruinó salvajemente. En el trabajo al que renuncié hace poco, en cada sala de reuniones (que son cientos, porque éramos 27000 empleados repartidos en unos 50 edificios) hay una lámina plastificada donde dice cómo llevar a cabo una discusión productiva. Esta yegua de emperatriz, que por fin logramos bajar institucionalmente, parece que la tomó como referencia para hacer exactamente lo contrario en casa paso del camino. Al lado de su forma de hacer las cosas, la pax romana era una colonia de vacaciones para gente que consideraba a los teletubbies demasiado agresivos. Y no sólo eso: sus medidas económicas, además de tornar al país en un hazmerreír de estabilidad y confiabilidad, convirtieron (por dar un ejemplo) algo tan banal y sobreentendido como pagar un hotel con tarjeta de crédito en un ejercicio de sentirse estúpido, viendo cómo cada centavo pagado acá se traducía en un 50% debitado de mi cuenta en Alemania.
Podría escribir muchas, muchas páginas sobre esto, pero a lo que quiero llegar es a que llegó un punto en que volver a Argentina, a casa, a CASA, a intentarlo acá, a empezar de nuevo, hubiera sido lo más idiota sobre la faz de la tierra. Y de pronto, de un plumazo, literalmente, Argentina volvió a mi horizonte, como un bailarín que se retira después de los aplausos y vuelve al escenario patinando y deteniéndose en el medio con un ¡ta raaaa!. El cepo, chau. Las restricciones a las importaciones, chau. El taladro mental que significaba tenerla en Cadena Nacional con su diarrea oral, chau. De pronto el país está nuevamente en las manos de su dueños: los argentinos, para que hagamos lo que sabemos hacer mejor: cagarlo. Pero dejando de lado la ironía, la gente, y más significativamente, yo, estamos de pronto con esperanza y tenemos ganas de intentarlo y ver si se puede lograr nuevamente lo que nuestros abuelos lograron: salir adelante. Porque en Argentina, como en pocos lados en este planeta, está todo dado para salir adelante.
Y eso significa que vender todo y volver a casa es una posibilidad real, no solamente un deseo que sangra en la cama de un hospital, conectado a un respirador que espera a ser desenchufado. Deja de ser una pesadilla y vuelve a ser un sueño.

martes, 22 de diciembre de 2015

vida inteligente

El teléfono, por supuesto.
Los aros.
El corte de pelo.
El gorro.
El tatuaje.
El cigarrillo.
El pantalón.
Las zapatillas con la lengüeta afuera del pantalón.
Parece una receta de cocina, si no fuera porque es casi una vulgaridad no echar mano a estos elementos para buscar atención, expresar personalidad; como los que creen que tienen que contestar 7 preguntas para que el vendedor pueda llegar al café que están dispuestos a aceptar. ¿Descafeinado? ¿grande, mediano o chico? ¿con vainilla o caramelo? ¿con o sin leche? ¿normal, descremada o de soja? ¿para tomar acá o para llevar? ¿azúcar o edulcorante? Y entonces sí, un feca. Lejos quedaron los tiempos en que entrábamos al bar con un amigo y le hacíamos la v (con el dedo índice y el mayor) y la c (con el índice y el pulgar) al negro (digo, al señor por demás pigmentado, eventualmente del NOA) de la barra y voilà. Ahora somos todos imbéciles y tenemos que hablar con el "barista". Esmarfon en mano, por supuesto. Y sin mirarnos.
Dependiendo del día y el lugar, esto puede verse entre chicos de secundaria, padres e hijos saliendo "juntos" (pero muy separados), o simplemente gente sentada en el tren o el colectivo.
El programa ese SETI podría dar vuelta los telescopios y empezar a ver si encontramos vida inteligente acá, en este planeta.

lunes, 14 de diciembre de 2015

11 000 metros

¡Ja! Siempre quise escribir desde un avión, como que le da un toque de clase al asunto, como cuando en las películas donde BondJamesBond va de una capital europea a otra. Le dan la información de la misión en Londres, se encuentra con el contacto en Praga, el malo se aloja en un hotel en París, se persiguen en Roma...
En mi caso, la historia es más modesta y consiste en ir a pasar la navidad a casa, y este Airbus 340-600 en la ruta IB6841 aterriza en Buenos Aires en un par de horas. Normalmente, viajar a casa implica embutirse en lo que podría resumidamente describirse como un potro de tortura, donde el espacio disponible es más honesto catalogarlo como "hendidura", el asiento (diseñado por el estudio MeCagoEnLaAnatomía) es solamente un poquito más duro que el mármol, y aunque el constructor lo define como "reclinable" yo lo definiría como "hijo de puta". Pero esta vez mis estimados amigos de Iberia me ofrecieron, por €500, un cambio de clase a business. Para los que no viajan mucho esto es para cortarte el hipo, pero no es así. Veamos: el pasaje en turista cuesta €1000 y comprende ida y vuelta de un tramo relativamente corto dentro de Europa hasta Madrid, unas dos horas, y uno larguísimo intercontinental de 12 horas. Un asiento de business ocupa el espacio físico de 5 asientos de turista, y el precio lo refleja. Digamos que de esos €1000, €80 son por cada tramo dentro de Europa, y €420 por cada tramos intercontinental. Ahora bien, el cambio que compré es solamente para el tramo Madrid-Buenos Aires, nada más. Los otros tres tramos se quedan como están. O sea que si bien el asiento en business cuesta 5 veces más que el de turista, me debería haber costado €1680 adicionales, no €500. O sea que obtuve un producto caro a un buen precio.
Pero la pregunta queda: ¿lo vale? Y acá es donde me remito a lo de "para los que no viajan mucho" por un lado, y el factor adicional que tiene el hecho de bajarse del avión sin sentirse que las articulaciones están llenas de arena, que la única forma de volver a mover la espalda es con un transplante de espina vertebral, o que las piernas tienen enrollado un colchón de agua cada una. En mi caso, como todavía tengo que depositar mis huesos por cinco horas y media en el Tiendaleón a Mar del Plata, se agradece sobremanera.
También hay aspectos prácticos y otros más subjetivos. En el primer grupo está el hecho de poder usar la sala VIP, que incluye internet, comida y otras amenidades. También el registro y embarque prioritario, lo cual generalmente excluye dos cosas: juntarse con la plebe y hacer cola. También el equipaje sale primero, lo cual en Ezeiza se agradece porque todavía hay que pasar por la aduana, lo cual lleva su tiempito. Y la comida a bordo es mucho más apetecible, aunque a mí me debe faltar sangre azul porque la de turista me la mando tranquilamente y la disfruto mucho. El asiento tiene una función de masaje, se reclina a 180° (te queda una camita de 1,90 m), te dan auriculares que no solamente te permite entender algo de los diálogos de la película, sino que además son con cancelación de ruido, las azafatas se toman su tiempo para atenderte, etc. Entre los aspectos más subjetivos está el que te tratan bastante mejor, hay un aire de exclusividad, aunque a mí eso siempre me hace sentir un poco incómodo. Por un lado no siento que me lo merezco, y por el otro no siento que los demás no se lo merezcan. Pero supongo que le están hablando a mi tarjeta de crédito, aunque también es obvio que atender a los 44 pasajeros relajados en el tercio delantero del avión es más satisfactorio que atender a los otros 340 hacinados en los otros 2 tercios.
En fin, parece que se viene el desayuno. Estamos en el sur de Brasil, legando a Misiones y, por lo que parece en el mapa, a punto de sobrevolar las cataratas, pero con la capa de nubes me parece que no va a poder ser esta vez. Ay, qué vida.