jueves, 13 de octubre de 2016

coágulos que se mueven

Murió alguien a quien quería mucho; un familiar. Hace ya un par de años, en realidad, pero de casualidad encontré una foto de él y me volvieron a la mente cosas, situaciones, sensaciones y sentimientos. Cosas que no debería haber hecho o dicho, cosas que sí debería haber hecho o dicho. Pero dentro de todo, en la gran cajonera que es una relación entre dos seres humanos, esos dos cajoncitos tienen una marca de agua bastante baja.
Hoy estoy solo, a un punto que la depresión asoma, como oliendo la oportunidad de volver a una época de esplendor, donde un día gris era un carnaval comparado a los días malos. Mi trabajo, por un lado, es resistir, pero como nunca fue mi fuerte simplemente sentarme a ver como me pasan por encima, ni siquiera sentarme a ver como intentan pasarme por encima, aunque fallen, tengo la necesidad, la oportunidad y por eso el deber de agarrar el toro por las astas y hacer todo lo posible para equiparme para lidiar con esto de mejor manera, más constructivo. El truco más efectivo para lidiar con la depresión siempre es detectar las señales a tiempo y hacer algo antes de que se aproxime siquiera, pero una vez que está acá, como está acá en este mismo instante, tengo que hacer algo, si no para que se vaya, aunque sea para llevarla mejor. Ya se irá cuando sea el momento.
Hay un par de cosas que en la vida de una persona tienen que funcionar. Ojalá fueran tres, por elegancia, pero en realidad es un número equis que depende de las prioridades de cada uno. Sin embargo, es claro que uno necesita ciertas satisfacciones en la vida, aunque sean chiquitas o insignificantes para otras personas. Pequeños triunfos, soplos de aire fresco, deseos cumplidos. Pueden venir del trabajo, de las relaciones con la familia, con los amigos, o con la sociedad en general. Cuando estas cosas fallan surgen los pasatiempos, las aficiones, con una magnitud que está en función del presupuesto: viajar, pintar, ir al teatro. Algunas de esas cosas son realmente placenteras, pero en mi teoría el disparador que hace falta es la insatisfacción en áreas más elementales de la vida, que son, realmente, las relaciones. Cuando estas no funcionan uno dirige la mirada hacia otras cosas. Busca un amante, algo que le alborote el gallinero, que lo haga sentir vivo. Puede ser destructivo o constructivo. Drogas sería un ejemplo de lo primero, algún tipo de arte lo segundo, con o sin talento.
Lo mío son las fotos. La cámara me permite crear, y crear cosas lindas. Me da prestigio entre mis familiares y amigos, que lo disfruto, no lo niego, pero realmente lo hago por y para mí, porque de veras que admiro la luz y las cosas que hace, y capturarla exitosamente en una foto es como hacerle trampa al universo y sus leyes y congelar el tiempo en ese instante preciso, con esa combinación exacta de botones y rueditas que controlan los ajustes de la cámara. Es haber buscado y encontrado el momento y lugar adecuado para componer una imagen. Cuando uno saca una foto pone en movimiento el conocimiento acumulado por un montón de seres humanos que se devanaron los sesos para poner en nuestras manos ese pedazo de tecnología, ese pincel electrónico, donde capturamos el momento que vimos en nuestra mente a través de nuestros ojos. Clic. Magia. Mirá lo que vi. Alucinante. Y años después podemos revivir el lugar y el momento que anidaron ese instante que retratamos en la foto, y las sensaciones resurgen junto con los recuerdos, y nos acarician viejos sentimientos. Y cuando uno está en mi condición... para todo lo demás existen las tarjetas de crédito.
Ojalá tuviera la confianza que tienen los que ven mis fotos regularmente para dedicarme de lleno al tema y cultivar una profesión, vivir de esto. Como con tantas otras cosas, una buena idea, igual que un talento, necesita ser llevada a la práctica para poder convertirse en rentable. De hecho, ideas mediocres, bien ejecutadas, tienen mucha más rentabilidad que ideas excelentes pero mal implementadas. Ejemplos sobran.
Mis fotos son buenas, lo sé. De hecho, son excelentes, de veras. Tengo ojo, tengo el equipo, tengo las oportunidades. Y las uso. Pero hoy en día mucha gente tiene cámaras y hay combinaciones de botones y ajustes en programas de edición que hacen que las fotos salten a los ojos del que las mira y los impacten, aunque no tengan ningún mérito artístico. Esto desgasta el sentido estético, como el sexo desgasta el hacer el amor con alguien. Además, al margen del optimismo que esos bien intencionados practican cuando me insisten en comercializar lo que hago, la realidad es que un porcentaje ínfimo de nosotros compra imágenes. Pagar por una foto es un sinsentido enorme, y más en estos días de internet, con una disponibilidad tan grande de material gratis. El desafío se vuelve mucho más grande si uno quiere florecer en la maleza, digamos.


Me voy a cenar. Una linda pizza quattro formaggi tiene sus minutos contados.

martes, 4 de octubre de 2016

la vuelta (y van...)

Cada vez que paso por Suiza me surge la misma pregunta: los que envidian a los suizos por su nivel de vida, ¿tienen alguna idea de lo que están hablando? Siempre se usa a Suiza como ejemplo de país del primer mundo, de desarrollo, de país "en serio"; pero la mayoría de los que esgrimen este argumento a lo sumo escucharon hablar de Suiza, quizá leyeron, pero muy pocos estuvieron ahí más que de paso, al mejor cambiando de avión o de tren. Alguna caminata por Zúrich, noche de hotel y el siguiente país en uno de esos famosos visite-16-países-en-10-días que adornan las vidrieras de las agencias de viajes. Y ni hablar de los que tiene experiencia de primera mano viviendo en Suiza, sumergiéndose en su cultura, rozándose con el día a día y en definitiva viendo las dos caras de la moneda. Esto de recomendarla como la panacea suprema, entonces, es como alabar una hamburguesa con queso porque te saca el hambre. A nadie se le ocurriría sugerir siquiera que hay que alimentarse de hamburguesas, pero no estoy seguro de que muchos de esos apologistas realmente tengan idea de lo que están diciendo, o lo que significa vivir en Suiza o, más precisamente, residir ahí mientras uno trata de vivir. Porque una cosa es tener el recibo de la electricidad a tu nombre y con dirección en Suiza (o donde sea), y otra muy diferente es llevar adelante una vida, con todo lo que eso implica: relaciones satisfactorias, que nos hagan crecer, desarrollarnos, que nos apoyen cuando los necesitamos, que nos necesiten, que nos cultiven. Que el vecino sea un prójimo, no un espía enemigo.
Es fácil pensar que porque en un lugar tienen lo que en otro falta, el segundo tiene que aspirar al primero. En Argentina falta el orden, la rectitud, la puntualidad. Estas son cosas que en Suiza sobran. Y no es una metáfora: sobran. Pero eso no quiere decir que debamos volvernos como los suizos. En mi corta experiencia, nadie debería volverse como los suizos. En los tres meses que pasé viviendo y trabajando ahí, extrañé de corazón Alemania, esos simpáticos, bonachones y reconfortantes alemanes con su vocecita dulce y sus maneras alegres y relajadas. El país de la joda, digamos. Del viva la pepa.
En Suiza, a los pichones de bache se los lleva amablemente del brazo hasta el costado de la ruta y se los ejecuta de un tiro en la nuca. La impuntualidad es la lepra. La arquitectura tiene la calidez del nitrógeno líquido. Cualquier cosa que se asome (no ya salirse) de las reglas se guillotina inmediatamente y sin pensarlo. No vaya a ser cosa que sea contagioso.
Y en el centro del centro de todo eso está Saint Moritz: un lugar donde manejar un Mercedes-Benz te hace beneficiario de los programas de ayuda social, un Rolex es vulgar y una habitación de hotel llega a los USD 35 000 la noche. En Múnich, una ciudad cara, un tontería dulce en una buena confitería cuesta 2 euros. ¿En Saint Moritz? 8. ¿Es mejor, tiene mejor gusto, saca más el hambre, es más grande, tiene propiedades curativas del cáncer? No. Es una tontería dulce de una panadería.
Y la pregunta estúpida del millón: ¿los sueldos son acordes? En general, sí, con el consabido beneficio de que la capacidad de ahorro, por muy modesta que sea en términos relativos, implica mucho en términos absolutos. Pero el dinero compra una casa, no un hogar. Compra sexo, no amor. Y hasta compra entretenimiento, pero ni en pedo la felicidad.
Nogracias. Así, todo junto, sin una sombra de duda.
Así, con estas cosas en la cabeza crucé los Alpes, y al final de una mini-maratón llegué a las 7 de la tarde con la moto a Génova, con ese poco de lluvia que empezó apenas media hora antes pero más que suficiente para empaparme soberanamente. Un rato más tarde me embarqué en el transbordador en que voy a pasar casi un día de mi vida. Ahora mismo estoy, de hecho, navegando entre Roma y Córsica, esperando que las siguientes 8 horas y media se pasen como pedo hasta que amarremos en Palermo y pueda pisar de nuevo Sicilia. Cefalù, con todos sus defectos y carencias, me espera con los brazos abiertos. Y el sentimiento es mutuo.