martes, 10 de mayo de 2016

alucinado

Hay libros y hay óperas. La etimología del idioma español nos cuenta que la palabra ópera se origina en el italiano opera y que a su vez deriva del latín opera, plural del neutro opus, que quiere decir trabajo, obra. En el caso de "La voz del Gran Jefe", de Felipe Pigna, 2014, Editorial Planeta, decir que es un libro es como decir que el Titanic es un bote, o el Teatro Colón un edificio. La magnitud de tiempo y esfuerzo que debe haber dedicado a escribirlo es inimaginable. Y esa es nada más que la punta del témpano. El trabajo de recopilación previo, más el trazar una línea temporal que permita organizar y analizar toda la información y que conduzca a la apreciación del personaje en estudio... y encima semejante personaje, tan móvil geográficamente y activo desde todo punto de vista. No sé, impresionante es poco. Por diferentes motivos me llevó cerca de un mes y medio leer las primeras 100 páginas, pero apenas tres semanas las siguientes 400. Primero se me hizo tedioso, después interesante, y sobre el final no lo podía dejar. Es más, se me hizo corto.
Es que el asunto empieza con una descripción tan detallada y llena de referencias del contexto de la época en que nació San Martín, que la cabeza me daba vueltas y no podía digerir todo y tenía que hacer pausas, buscar en otras fuentes, comparar, no sé, situarme. Pero después empieza a seguir la vida de San Martín, como las motos en el Tour de France, tratando de evitar distraerse con toda la riqueza histórica de lo que sucedía en esos días con el nacimiento de Argentina, tratando de documentar cada episodio, y sobre todo, y esto es lo que más aporta este libro, dando detalle del contexto en que la cabeza de San Martín tuvo que tomar las decisiones que tomó. Es decir, no se limita a enumerar, sino que se mete en la intimidad y en la mente del susodicho al tiempo que pinta el panorama que se vivía en la época, para evitar el típico error de juzgar esas decisiones desde la perspectiva actual y moderna.
En fin, quedé extasiado, agotado, y desasnado (hasta donde se puede).
Por supuesto, no es perfecto. Como lo leí con tanta atención, y en más de un caso lo releí, encontré errores o, por lo menos, cosas raras. El primero, referido a la incongruencia de las medidas del barco en el que fue destinado San Martín, ya lo mencioné la vez pasada. Otro mucho más relevante es el uso (eso sí, esporádico) del adjetivo americano para referirse a alguien de Estados Unidos, algo que es lamentablemente demasiado común; pero en un libro de esta naturaleza, que narra una parte de la epopeya necesaria para lograr la independencia de tantas naciones americanas, no se puede dejar pasar. Así, en la página 188-189 se refiere al "médico americano Dr. Guillermo Colsberry", y en algún otro lado que no me viene a la cabeza.
Otros errores son más de digitación. Un par de ejemplos: en la página 348 dice que "El rumor, que tiene su origen en uno de libelos que lanzaban los alvearistas..." obviamente se comieron el "los" antes de "libelos". En la página 410 dice "peruanos, chiles y argentinos" cuando obviamente debería decir "chilenos". Y en la página 496 habla de "en la causa da América no ven más que...", o sea, "da" en lugar de "de".
Algo que no sé si achacar a error de digitación o al desconocimiento es que en muchas partes se usa "", así con acento, en lugar de "mi", sin acento (página 417: "creyendo de mí deber hacer el último sacrificio", o página 448: "su presencia sería el término de mí poder"). Uno es un pronombre personal y el otro un pronombre posesivo, y si bien se entiende claramente por el contexto, a mí en lo personal me interrumpe el flujo de la lectura toparme con algo así.
Una que es más difícil de entender, parece, porque la veo por todas partes y también en este libro, es el uso de "solo" en lugar de "sólo", el cual lleva acento en aquellos casos en los que reemplaza a "solamente". A veces, y sólo a veces, se puede entender la oración por el contexto, pero a veces cambia totalmente el sentido de una frase, al punto de ser peligroso. Por ejemplo, en la página 332 escribía San Martín "anhelo solo el bien de mis semejantes" lo cual, así como es transcribió, implica que él era el único con semejante anhelo y no, como me animo a intuir, que era ese su único deseo, hablando, claro, en sentido figurado. Primero pensé que esto era producto de que el español de hace 200 años no es el mismo que ahora y las cartas fueron reproducidas sin corrección, pero viendo el original veo que no es así. Si uno quisiera leer las cartas que escribió San Martín y cualquiera en su época, se volvería loco. Basta como muestra que casi nadie, hasta donde pude ver, usaba la i griega como conjunción ("y") sino la i latina. ("i").
Hay dos casos especiales que me encantaría subrayar. El primero de ellos, en mi opinión, es una tontería que parece que en estos tiempos de globalización se presentan como el precio inevitable a pagar por tanta comunicación: los anglicismos, sobre todo los inútiles, no sólo porque existen los respectivos vocablos en nuestro idioma, sino porque además las palabras que se usan como resultado de castellanizar una palabra en inglés, de hecho ya tienen su significado específico en español. En este caso me estoy refiriendo al uso de la palabra "locación" en la página 172, cuando pretende referirse a una localidad o lugar. En español, "locación" es un término jurídico para referirse por ejemplo al alquiler de un inmueble, y se celebra entre locador (dueño del inmueble) y locatario (quien usa del inmueble a cambio, en general, de un pago). También existe el concepto de locación de servicios, etc. Esta palabra es muy amada en la jerga de la filmación y fotografía, pero en mi opinión sigue siendo no solamente innecesaria por la disponibilidad de vocablos en nuestro idioma, sino además errónea por la acepción única que ya posee. En fin, lamentable.
El segundo caso especial, y con esto cierro, es el uso de un término que tengo que confesar es la primera vez que lo leo: "afroargentino". Esto me hace acordar de "afro-americano", que es el término la mayor parte de las veces incorrecto con el que uno se refiere a las personas negras cuando tiene cola de paja. Por ejemplo, tengo un amigo inglés, nacido en Inglaterra, que es negro. No es ni americano ni africano. Es negro. Black, que le dicen. Y llamarlo otra cosa es más racista de lo que se quiere admitir. Ahora, por qué Felipe Pigna decidió usar este término, no lo sé, pero viendo lo que es capaz de realizar y la dedicación y minuciosidad con que escribió este libro y otros que tengo de él, le debo por lo menos la oportunidad de explicármelo, para lo cual le escribí un mensaje de correo electrónico. Si me lo contesta (no creo ser el único que le escribe) lo pondré acá. Cierto es que estrictamente una persona puede ser nacida en África y naturalizarse argentino, con lo cual el término es aplicable, pero nunca escuché "europeoargentino", "asiáticocolombiano" o alguna de esas. En una película muy vieja uno dijo una vez que es racista pensar que el negro es culpable solamente por ser negro, pero también lo es pensar que es inocente por ser negro. Soy un entusiasta de llamar a las cosas por su nombre.

jueves, 5 de mayo de 2016

nada nuevo bajo el sol

La obra difícil y que debe ser valiente, firme y con circunspección emprendida, es corregir la idea confusa que el gobierno anterior había dejado impresa en la mente de la actual generación. No ha de suponerse, sin embargo, que esta dificultad consista tanto en la falta de conocimiento de los medios adecuados con que se ha de conseguir el fin, como en la peligrosa precipitación con que los gobiernos nuevos reforman los abusos que encuentran establecidos. Empezando con la libertad, el más ardiente de nuestros deseos, que debe otorgarse con sobriedad para que los sacrificios hechos con el propósito de ganarla no resulten inútiles. Todo pueblo civilizado está en estado de ser libre; pero el grado de libertad que un país goce, debe estar en proporción exacta al grado de su civilización; si el primero excede al último, no hay poder para salvarlo de la anarquía; y si sucede lo contrario, que el grado de civilización vaya más allá del monto de libertad que el pueblo posea, se sigue la opresión. [...] Es razonable que los gobiernos de Sud América sean libres; pero es necesario también que lo sean en la proporción establecida; el mayor triunfo de nuestros enemigos sería vernos alejar de esta medida.
En todas las ramas del bienestar público, aun en la economía doméstica, son necesarias grandes reformas. Puede decirse, en general, sin riesgo de equivocarse, aunque la expresión parezca prejuicio, que es esencial despojar a nuestras instituciones y costumbres de todo lo que sea kirchnerista [...]. Hacer estas reformas ex abrupto y sin discreta reflexión, sería también un error kirchnerista [...]. Por otro lado, nosotros debemos evitar el error de caer en tales equivocaciones e introducir gradualmente las mejoras que el país esté preparado para recibir [...].

Lo triste de todo esto es que este no es un texto mío escrito en base a lo que recojo de los distintos medios a mi disposición para mantenerme al tanto de la situación de mi país, como la radio, los diarios, los testimonios y conversaciones, y hasta lo que veo escalonadamente cuando estoy en casa. Este texto, de hecho, es una cita del capitán de la marina inglesa Basilio Hall en su libro El general San Martín en el Perú. Extractos del diario escrito en las costas de Chile, Perú y Méjico, en los años 1820, 1820 y 1822, Vaccaro, Buenos Aires, 1820, pág. 105, en su función de Protector del Perú, allá por 1821, refiriéndose al estado de la sociedad en Lima semanas después de que de la Serna se fuera a refugiar y reagrupar a Cuzco, en el interior del país. Esta cita, a su vez, la saqué de un libro alucinante de Felipe Pigna, "La voz del Gran Jefe", Planeta, pág. 379-380. Por supuesto, San Martín no se refería a los kirchneristas sino a los españoles; las dos instancias en que hace falta cambié yo las palabras, y lamentablemente el texto conserva toda su validez. Es casi un déjà vu que a uno le agarra al ver el monólogo número 2000 del inolvidable Tato Bores, ese domingo 9 de septiembre de 1990. Si uno reemplaza los nombres, todo encaja. Es para reírse y llorar al mismo tiempo.
En fin, volvamos a la programación habitual.