viernes, 23 de diciembre de 2016

el viaje de mi vida

Vivir en Europa es un lujo y un placer, primero por todo lo que funciona, y segundo por todo lo que permite a sus ciudadanos. Uno puede viajar como loco entre lugares interesantísimos, cruzar 7 países en 6 horas y monedas (por ejemplo así), aprender idiomas, probar comidas fenomenales, ver paisajes que te sacan el hipo, y así todo el día.
Pero un servidor, a pesar de tener casi toda Europa recorrida (me quedan Ucrania, Islandia, Chipre, Rumania, Bielorrusia y Moldavia), el triste hecho es que poco y nada sabe de su propio país, Argentina. Esto debe ser corregido y estoy en eso.
Para empezar, la Patagonia. Así que por un modesto costo diario equivalente a mis dos riñones y la córnea del ojo izquierdo me alquilé un lujoso Renault Clio y me lancé a la siguiente ruta (como Google Maps no acepta tantos destinos, lo tuve que dividir en 3):

Primera parte del periplo, los primeros 6 días:


Segunda parte, los siguientes 3 días:


Y la tercera y última parte, otros 4 días:


Para empezar, quería visitar tantos parques nacionales como fuera posible, y con un poco de tiempo y mucho ripio logré visitar cuatro:
  • el Parque Nacional Los Alerces, el único que por algún motivo me cobraron algo (ARS 90, algo así como EUR 5,50) para entrar. Estoy de acuerdo con que cobren algún tipo de entrada, cánon, o como se llame. Son lugares que, si bien pagamos con nuestros impuestos, hay que mantener y supervisar, y están en áreas más que remotas. Tiene una superficie de unas 265000 hectáreas (algo más grande que Luxemburgo) y es una belleza de proporciones increíbles. Este parque ya lo visité en 1995 o algo así en un viaje por trabajo, cuando me mandaron a ayudar con un inventario del supermercado La Anónima en la ciudad de Esquel.
  • el Parque Nacional Perito Moreno, que no hay que confundir con el Glaciar Perito Moreno (mucho más al sur), o el pueblo (a unos 20 km del Lago Buenos Aires/Gral. Carrera). Este parque queda justo a la misma latitud que la ciudad de Puerto Deseado pero pegado a la cordillera. Es el menos visitado de todos los que hay en Argentina, con apenas 1000 visitantes por año. De hecho, ese día hubo, además de los guardaparques e investigadores, otros dos autos de visitantes además del mío. Lo que sí había era un viento de esos que le dan fama a la Patagonia: que si se te vuela una bufanda, en tres minutos la ven pasar por Comodoro Rivadavia.
  • el Parque Nacional Monte León, al sureste de la provincia de Santa Cruz, donde hay principalmente lobos marinos de un pelo y pingüinos de Magallanes. Este fue el punto más al sur de todo mi recorrido, prácticamente enfrente de las Malvinas (aunque eso sería Río Gallegos).
  • el Parque Nacional Bosques Petrificados de Jaramillo, que a pesar de que queda en el medio de la reverenda nada (y nada es lo que abunda ahí abajo), es bastante famoso y, después de haberlo visitado, es obvio por qué.
Para no hacer esto tedioso paro acá y la próxima describo los cuatro parques con algún pormenor y fotitos. Pero lo que sí quiero comentar antes de cortarla por hoy es que hay algo que uno tiene que aceptar en viajes de este tipo, y es que no se puede visitar todo. Una vez estuve en Malta y, si bien es un país de apenas 316 km², uno se puede pasar varias semanas ahí si quiere visitar absolutamente todo. Con esto en mente, acepté saltearme cosas que pueden parecer esenciales como El Chaltén, El Calafate, el Glaciar Perito Moreno y cosas así. ¿Lo lamento? Terriblemente, sin dudas, pero si mi vida no se va al tacho creo que alguna vez podré tildar ese casillero, cámara en mano, ojos y mente abiertos, corazón sobrecargado de emoción.
En estos 12 días le metí 6208 km al pobre Clio, de los cuales 1500 km fueron de un ripio bastante agresivo. Unos 456 litros de nafta súper circularon por ese motor, que gracias a la exención de impuestos por debajo del paralelo 42 significaron "solamente" unos €400. A €75 por día de alquiler, el auto fue el costo más grande, de lejos. En hoteles gasté €550 y en comida y demás (todos los días una linda cena) solamente €240. Saldo: una bicoca para lo bien que lo pasé y lo bien que le hizo a mi alma. Y como no puedo evitar ser yo, acá una fotito simbólica...

martes, 20 de diciembre de 2016

¿por qué?... la yapa

Mi memoria me decía que no era todo, pero no le hice caso. Acá tá...

Saliendo de Caleta Olivia por la ruta nacional 3, que va pegada a la costa, se ve un paisaje increíble. Yo pensaba que solamente se encontraba agua de ese color en lugares como la costa de Croacia, o de Sicilia, o en los folletos de las agencias de viajes. Las pelotas. En la costa argentina, bien al sur, allá donde la civilización apenas asoma y el océano atlántico tiene piedra libre, también. Si no, mirá:


Es lindo, ¿no?... No. Era. Cuando uno mira en detalle, entrecierra los ojos hasta que forman una rendija (manera chota de mirar el mundo si las hay, pero necesaria a veces), ve cosas como esta:


O sea, gente arruinándola para el resto. Gente siendo gente. Estúpidos, que quiero pensar que son contados, de esos que se creen que la basura desaparece del mundo una vez que desaparece de su campo visual. Los mismos idiotas que, con su cerebrito bonsai, llegan hasta el siguiente razonamiento: si tiro la latita por la ventana del tren, no ensucio el tren. Y me ahorro tener que pararme y caminar hasta el final del vagón, donde está el tacho de basura. La misma mentalidad de unas viejas estúpidas, de esas que caminan agarradas del brazo, que me vieron una vez caerme en la moto (por suerte iba a paso de hombre y lo único lastimado fue mi orgullo) y me dijeron que las motos son muy peligrosas y que la vendiera. ¿A quién? me preguntó mi cerebro. Para el que compra la moto, ¿no es peligrosa? Esa mentalidad acotada, con un poder de mantener una línea de razonamiento que se acaba cuando llega la siguiente respiración, es un cáncer que hay que erradicar. No es aceptable. No me interesa si los que (no) piensan así se extinguen o aprenden a pensar, la cosa que se termine esta complacencia con uno mismo y con los demás. Nunca levanté ni levantaría un dedo contra otra persona, pero a esos les deseo la extinción. Deshonran la vida, los dones de la naturaleza, el privilegio de estar vivos, e insultan a los que se rompen el traste y sacrifican su vida para que otros, contemporáneos o futuros, tengan un mundo mejor. Lamentablemente Darwin es muy lento en algunos contextos.
Y la corto antes de que alguien me tire una zapatilla, pero no sin el postre:

sábado, 17 de diciembre de 2016

servilletas de papel

Siguiendo un poco con la onda ecológica, hace muchas lunas que vengo con un tema en la cabeza que quiero volcar acá y ahora encontré el tiempo para saldar esta deuda: el desperdicio diario.
No soy un ecologista, no ando abrazando árboles, no reciclo las velas, ni como chorizo de tofu; ni siquiera me molesta desafiar la imperturbabilidad de la cadena alimenticia. Pero odio el desperdicio. Acá quiero detenerme por un momento: odiar es un sentimiento interno. No depende de lo que nos pase o lo que nos hagan, sino de nosotros mismos. Es como el amor, pero no el contrario (eso sería el miedo). El odio, si bien nos es generado por algo o alguien que nos daña o perjudica, por nuestras propias frustraciones y una suerte de marchitamiento de nuestra alma, es un sentimiento interno. Hay personas que no pueden odiar, como hay personas que no pueden amar. Odiar daña al odiador, no al odiado... en lo más mínimo.
No odio casi nada, entonces, pero el desperdicio tiene membresía de platino en un club muy selecto al que ni siquiera los alemanitos pueden asomar la nariz.
Así que para vivir la vida de una forma a mi criterio más aceptable, hay cosas que hago que prácticamente no influyen en mi existencia diaria ni significan prácticamente esfuerzo, y sin embargo creo que tienen su efecto positivo en el medio ambiente. Voy a tratar, a modo de aporte social, de listar todo lo que pueda de esas pequeñas cositas que ayudan a reducir substancialmente el desperdicio que generamos muchas veces sin darnos cuentas.
Entonces...
  • servilletas: hoy la publicidad nos enseña que para limpiarnos la comisura de los labios o una gota de agua en la cocina necesitamos una servilleta entera, de esas de 20x20 cm o algo así. La realidad es que una puntita alcanza. De hecho, hay varios trucos para maximizar el servicio que nos puede dar una humilde servilleta. A ver:
    • se puede cortar: resulta que el papel tiene fibras que van en una cierta dirección, y si uno la siente o sabe cuál es, puede cortar la servilleta con los dedos en una línea bastante recta. Así obtiene pedazos más chiquitos y a la medida de la tarea.
    • otra forma es separar las capas de las servilletas: en Argentina son medio berretas y de una capa, pero hay muchas que son de dos o incluso tres, y si uno tiene ganas se puede entretener un buen rato desdoblándolas y separando esas capas (a veces hay que soplar, como si fuera un diente de león), para después doblarlas individualmente y así obtener pedazos que parecen servilletas normales. Yo sé que esto parece demasiado laburo, pero en mi caso particular me encanta hacerlo mientras miro tele o hablo por teléfono. Este origami pedorro me relaja. Sí, sí.
    • una que hago mucho, pero hay que ser un poco cara dura, es juntar enseguida las servilletas que me dan en un bar cuando pido algo. No hablo de robar servilletas, sino que hoy en día parece que pedís un café y te ponen una servilleta entre taza y plato. Pedís una medialuna y pum, servilleta. Pedís un cubierto y ¿en qué te lo envuelven? Bingo, en otra servilleta. Y encima te dejan un servilletero para que agarres las que se te ocurra. Pues bien, si las servilletas que te traen con tus cosas están en buen estado, antes de que se ensucien las apilo y me las guardo, porque ponerlas en el servilletero sería anti-higiénico. Así que me quedan para casa. Jamás tomo una servilleta del servilletero para llevarme. Eso es robar. Punto.
    • en los comedores escolares o del trabajo, agarrar lo que haga falta, no más. Muchas veces donde yo trabajaba la gente agarraba un puñado (7 u 8) para después limpiarse la comisura con la punta de una y todo a la basura. Eso es una pelotudez de proporciones bíblicas. Esto es cortar árboles, hacerlos pulpa, mezclarlos con agua, etc. para después simplemente echar el producto a un tacho de basura, que hay que recolectar, separar, reciclar, etc.
    Resultado de todo esto: en lugar de comprar servilletas una vez por mes, ahora compro una vez por año, como mucho.
  • azúcar: en cualquier café donde uno se sienta hay azúcar en sobrecitos. Esto es una locura. No conozco las desventajas de poner azucareros en cuanto a higiene, pero no se me ocurre que la haya si están bien diseñados. Han servido toda la vida y a algún vivo de esos que hacen estudios de mercado se le ocurrió la estupidez de fraccionar así en esos sobres de 6,25 gramos. Al reverendo do-pe. Pero bueno, sobre esto no hay control, salvo el que quiera hacerle el comentario al mozo o dueño del lugar para que cambie el sistema. Sin embargo, cuando no hay más remedio que usar sobrecito, todavía queda un pequeño espacio para contribuir: si uno no consume todo el contenido, puede guardarlo para la próxima. Basta con tomarse la costumbre de abrir el sobrecito solamente por la punta y enrollarlo después de verter lo que se necesita, y guardárselo para la próxima. Para evitar que pierda, mejor en un bolsillo de esos que presionan el contenido y lo mantienen chato, como los bolsillos para tarjetas de crédito o algo así. El asunto no es menor: una bolsa de un kilo de azúcar cuesta 9 veces menos que 1 kilo fraccionado en sobre, sin contar el transporte, el papel de los sobres, la energía de empacarlos así, el almacenaje, etc.
  • electricidad: fácil, apagar la luz cuando no se usa.
  • agua: fácil, no tirar el agua. Esto es serio, no tenemos tanta agua como parece, y extraerla, purificarla y distribuirla es un esfuerzo enorme, tanto que la mayor parte, repito, la mayor parte de los seres humanos no tienen acceso a agua potable. Duchas cortas, lavarropas lleno, no lavar el auto salvo que sea realmente necesario, lavar los platos de forma inteligente (los lavavajillas antes usaban mucha agua, hoy en día son más eficientes que el lavado a mano siempre que se los use más o menos llenos), cuidar lo que se tira al desagüe, etc.

O sea, todo esto es puro sentido común, nada que cueste ni dinero, ni esfuerzo, ni tiempo. Un poco de hábito, quizás. Como tratar bien al prójimo. O pensar antes de hablar. O de actuar.

¿por qué?


Viajar expande los horizontes del alma, dicen, y si es por lugares de la magnitud de la patagonia, además desintoxica. Y más si sos bicho de ciudad, como un servidor. Después de todo, la patagonia tiene la superficie de Alemania y Francia sumadas, y la población no llega a la de Mar del Plata. La mente vuela y las ideas vienen y van sin más obstáculos que los internos, que también se disuelven a medida que los días pasan y uno baja las revoluciones. Uno se pone a pensar en la sociedad que deja atrás y en las cosas que la hacen funcionar, y cómo: sus relaciones, sus excesos, sus banalidades, las cosas que se toman como vienen, sin cuestionar, o esas otras que se cuestionan más por ignorancia y proyección de frustraciones y pedos internos que porque realmente alguien sepa cómo hacerlas de otra forma. Pero me estoy yendo de tema.
Hay cosas que son fenomenales para una sociedad. Uno podría mirar un país bien desarrollado y con prácticamente todos los temas resueltos, como Suiza, y hacer una especie de inventario de lo que tienen: aeropuertos, hospitales, policías, maestros, piletas de natación, autopistas, queso, televisores, teléfonos, vacas, pasto, y así hasta cubrir toda la tabla periódica. Pero todo esto, salvo el pasto, cuesta plata. Cantidades ingentes, de hecho: internet, bibliotecas, educación, seguridad, salud... son cosas caras que requieren una enorme inversión.
Hay otras, en cambio, que son gratis. No cuestan nada de nada y tienen puras ventajas; no ocupan lugar, no hay que mantenerlas, no requieren siquiera infraestructura, pero sí requieren quizás lo más difícil que se le puede pedir a un ser humano: mentalidad.
Por ejemplo: poner la basura en donde corresponde. No digo tratarla (reciclarla, usarla como combustible, reusarla, etc.) porque eso a veces se compensa económicamente, y a veces no; el beneficio es simplemente ambiental, que no es poco. Pero poner la basura en un tacho es gratis. En Suiza y en Argentina. Y sin embargo...


Esto (43° 53' 2,4" S / 65° 50' 44,3" O) era una estación de servicio. Están los pozos con los tanques, los baños, las estaciones con las bombas de carga, la oficina del despachante, el estacionamiento para camiones, las huellas de acceso y egreso... todo. Supongo que hace unos 20 años la cosa no funcionó más, se dejó de usar y se desmanteló. Hasta cierto punto. Porque la cantidad, clase y estado de la basura en este lugar sugiere que es usado para deshacerse de lo que a varios les sobra, convirtiendo el paraje simultáneamente en un imán y en un surtidor al viento de porquerías.


Revisando las fotos se ven repuestos de autos, botellas de vidrio, bolsas de basura doméstica, pilas (inconcebible), botellas de plástico, filtros de aceite (inconcebible²), juntas de tapas de cilindros de un motor, bolsas de plástico, ovejas muertas (había varias), lonas, botellas de medicamentos, latas de aerosoles, bidones, esponjas, cubiertas de autos o camiones, latas de aluminio, pomos (creo que de dentífrico, circuitos electrónicos, y otras cosas que no puse. Y esto, para el que se molestó en mirar las coordenadas que puse más arriba, en una de las zonas de la Patagonia más ventosas que hay. No hay nada que contenga la basura que levanta el viento. Hasta donde daba la vista, unos 500 metros a la redonda, el lugar es un chiquero.
Pero esto no fue lo peor. Acá va otra: en la provincia de Santa Cruz, yendo desde Tres Lagos a Comandante Luis Piedrabuena por la ruta nacional 288, unos 4 km antes de que se empalme con la ruta 3 (49° 57' 55,1" S / 68° 58' 4,8" O), uno se encuentra con esta escena:



Son muchas, muchas hectáreas cubiertas de basura de toda clase: colchones, televisores, lavarropas y otros electrodomésticos, bolsas, cajas, pañales, sillas, muebles en general, partes de autos, bicicletas y quién sabe qué más. La situación es tan patética que parece que los que no vienen a dejar su mierda en este lugar, vienen a buscar la de otros, como esta gente:


No tengo la objetividad para saber si lo que se ve exclusivamente de las fotos refleja la realidad y transmite lo que sentí ante semejante vista. Es una experiencia devastadora, que rompe el corazón, que corta la respiración. Tan innecesario, tan criminal, tan gratuitamente estúpido, negligente, horroroso, y lo peor: evitable. Tan fácilmente evitable. Más adelante, tomando hacia el sur por la ruta 3 está el Parque Nacional Monte León, donde visitantes tanto argentinos como extranjeros se deleitan viendo fauna marina (sobre todo pingüinos de magallanes) y, si tienen mala pata, algún puma. Linda combinación: un orgullo monumental haber nacido en un país donde esos animales hermosos deciden anidar, y una vergüenza más grande pertenecer a la misma sociedad donde otros animales, más inmundos y bestias, hacen semejante cosa. ¿Con qué necesidad? ¿Y dónde están las autoridades en todo esto? ¿No lo ven? ¿No les interesa?
Mecacho.