sábado, 30 de diciembre de 2017

siendo honestos

Hace ya más de un par de años entré en mi quinta década de vida, y me vi enfrentado al hecho de que físicamente las mujeres sufren más el paso del tiempo y la gravedad que los hombres, por lo menos con los estándares estéticos y de atractivo sexual que imperan en esta época. Quizás haya sido así siempre, pero yo no estaba así que puedo hablar solamente por lo que pasa ahora.
Como sea, me atrae mucho más una nena de 20 años que una de 40. Estoy exagerando, obviamente, porque como decía mi padre, irse a la cama con alguien es fácil, levantarse a la mañana es el desafío. Lo que separa la paja del trigo, pun intended. Hace años que acepté las razones evolutivas en las diferencias entre hombres y mujeres, y no me torturo ni me siento culpable ni me doy asco por ser cómo soy. Al contrario, a pesar de mi programación genética me comporto bastante aceptablemente, lo cual es puro mérito mío y de mis valores morales. Empezando por la regla de oro (no hagas lo que no te gusta que te hagan) y el respeto por mí mismo y por los demás. El resto decanta solo. Eso no quita que aprecie un buen traste o un par de tetas, que me de vuelta a mirar, etc., pero no son un dictador de mi comportamiento, sino más bien una voz; fuerte, pero sólo una voz entre muchas otras dentro de mi cabeza (esto da para mucho, pero voy a tratar de seguir con la línea de lo que quería escribir hoy).
Tengo el desagrado de conocer hombres que consideran a las mujeres como estacionamientos públicos para sus penes, que creen que hay mujeres decentes y respetables (sus mamás y hermanas, dice el dicho), y "de esas", de las que valen menos, y por eso uno puede descargar sus instintos en ellas. Chicas que podrían ser sus hijas, que de hecho son las hijas de alguien, pero que son descartables, irrespetables, a las que uno puede explotar sin miramientos. Otra característica marcada en el perfil de estos ejemplares execrables es que se vuelven más inmundos con la edad, hasta el punto en que a medida que se van poniendo viejos van paralelamente bajando la edad de las mujeres a las que miran y dirigen sus esfuerzos. Esos son los hombres que hacen que me dan asco, que me hacen pensar que este es mi planeta y quiero que se bajen. Esos hombres que pueden llegar a hacerme sentir avergonzado de compartir el 99,9% de su carga genética. Larga vida al 0,1%.
Una vez superado todo este entramado de observaciones y sentimientos, mi cerebrito empezó a buscar explicaciones de por qué últimamente me atrae mucho la idea de encontrar una novia notablemente más joven que yo, como mínimo 10 años más joven, 15 ó 20 mejor. ¿Soy un cerdo? ¿Un decrépito que quiero demostrar que "todavía puedo"? ¿Un degenerado? ¿Un delirante, quizás? Puede ser, pero tengo otra teoría.
Empecemos por lo obvio: lo que se ve. La juventud es más bella que la vejez, y si encima uno es predominantemente visual y estético, esto pesa. Yo soy fotógrafo de alma, soy un enamorado de la luz, los colores y las formas, y vivo mirando al mundo a través de la cámara aunque no la tenga conmigo en ese momento. Pero hay otras métricas más objetivas que resultan de la juventud, como agilidad, fuerza o velocidad, aunque tengo que reconocer que me importan un bledo. Ver algo o a alguien lindo me produce placer. Una amiga me dijo recientemente la clave de por qué, pero a pesar de que eso también da para un artículo completo, quisiera concentrarme en el asunto acá. Tiene mucha importancia.
Soy una persona sensible, y cuando mi mundo se derrumbó durante mi infancia, me las vi negras y sin elementos para absorber lo que pasaba. Era demasiado y nadie tenía tiempo para tomarme de la mano y acompañarme, hacerme de guía y ayudarme. Necesitaba una figura que me dijera qué estaba pasando (y qué no), hacia dónde ir, y cómo sobrellevarlo. Como cualquier chico de 4 años me eché la culpa a mí mismo, me hice responsable de las cosas que pasaban a mi alrededor sin mi participación, pero yo eso no lo sabía. A medida que fui creciendo, miraba siempre hacia atrás tratando de ver qué fue lo que salió mal y en dónde se había originado, y ver cómo podía evitarlo en mi vida. Así fue como empecé a tenerle miedo a todo, a ver cómo las cosas, si las dejaba estar, podían derivar en algo catastrófico. Todo esto es la explicación de lo que me dijo esta buena amiga: le tengo miedo a las pequeñas máculas que ensucien la perfección y pureza de mi realidad. Me pasa con las personas, con las cosas, con las situaciones, con las relaciones.
Por un lado sé que soy exigente, que pido mucho, empezando por mí mismo, y que exijo mucho de los demás en términos de rendimiento y de paciencia, porque también los pongo a prueba. Por otro lado estoy perfectamente al tanto de los temas de mi infancia. Pero lo que no había hecho hasta ahora era unir los puntos, establecer una relación causa efecto entre estas dos cosas. Ahora la tengo.
Lo que sucede, entonces, después de algunas relaciones fallidas y mi edad, es que me doy cuenta que subconscientemente estoy buscando una chica joven para tener la sensación de empezar de nuevo. No solamente busco la piel que una mujer de mi edad no puede ofrecerme, ni tetas que desafíen la gravedad o evitar los pedos típicos de quien está en su segunda vuelta, y probablemente con hijos. Busco reivindicarme y contar con la inocencia que creo que tiene una chica de veintitantos y sentirme a salvo y cuidado. Es que tengo la sensación de que desde que me gustan las mujeres y busco lo que busco, nunca lo encontré realmente y debo confesar que todavía quiero vivirlo; como si no hubiera crecido mentalmente, lo cual dicho sea de paso, es mi creencia que no lo hice y no creo que tenga nada de malo. Es casi estúpido, pero es lo que es y no me da vergüenza admitirlo, porque como dije, no estoy buscando una muñequita que se abra de piernas sin complicaciones: busco una compañera para mi vida que pueda ofrecerme una luz de bondad, pureza y menos cinismo, que es inevitable desarrollar cuando uno acumula años, experiencias, y ya se decepcionó un par de veces.

martes, 26 de diciembre de 2017

10... 3... veremos

Desperdiciando mi vida mirando videos en internet encontré uno que proponía un desafío: consistía en hacer 100 lagartijas durante 30 días, y sacarse una foto antes y después. Básicamente, la idea es mostrar resultados concretos en un tiempo relativamente corto y con eso entusiasmar a la plebe como yo, los cerdos que como todo deporte ejercitamos el pestañeo.
Así que manos a la obra. El 24 hice... 10. No, no 100 como decía el desafío, pero es que llegué a 7 y las cosas se pusieron interesantes. Interesantes como en "me duele todo y mis brazos están de huelga" interesantes. La 8 y la 9 las parí, y la 10 no sé de dónde la saqué. Llegó el 25 y descubrí lo difícil que puede ser levantarse de la cama si uno no puede usar los hombros, la espalda o los brazos. Es realmente un desafío. A la tarde se me había pasado un poco el dolor y las contracturas así que decidí intentar otras 10 lagartijas.
Nop.
No hay brazos. Siguen en huelga.
Ok, a la noche, cerca de la media noche, de hecho, hice 3. Entonces descubrí que por más que los libros de medicina digan que tenemos 639 músculos, yo conté 4000, de los cuales me dolían 3999. Me fui a dormir. Eso fue anoche, y por cómo me siento creo que hoy me voy a "olvidar" de probar.
Espero mañana recuperar un poco de mi dignidad y lograr las 10 que debería. A este ritmo, las 100 lagartijas diarias van a tardar un poco en llegar.

viernes, 22 de diciembre de 2017

in loving memory

Ya sé, lo podría haber escrito en castellano, pero aguántenme un cachito que me invento un par de excusas.
Estoy catalogando mis fotos, todas las fotos desde septiembre de 2001 que tuve a mi alcance por primera vez en una cámara digital. Tengo algo de 40 000, de las cuales muchísimas (más de la mitad, creo) son basura y las voy borrando. Ya voy por mayo de 2012 y borré unas 10 000 fotos.
La cosa que en aquel momento andaba por el Reino Unido con la moto y observé en algunos parques una linda costumbre. Por ejemplo en Cardiff, Gales, o en Edimburgo, Escocia, hay bancos de plaza con plaquitas dedicadas a algún ser querido fallecido. Supongo que será un hábito de la gente por esos lados, y la verdad que se leen carteles muy lindos y que transpiran amor y nostalgia por el ser que se fue. Algunos son simplemente profundos, otro también hacen mella extra porque me llegan de una manera persona, apelando a algo que me está sucediendo en este momento. En ese viaje fotografíe algunos que me tocaron más personalmente, y hoy encontré este:


Este banco en especial estaba en el Calton Hill, en el caminito que va subiendo del lado del observatorio, un lugar donde uno tiene vistas muy lindas de Edimburgo y de las sierras que la rodean. Algo que le envidio a John, entonces, son dos cosas: que encontró paz, y que la encontró en un lugar en particular, un lugar concreto al que él podía volver, supongo. Tan así sería que su familia estaba al tanto de ese lugar, y los habrá llevado alguna vez. Lo busqué en google, a John, pero no encontré nada. No me maté, lo reconozco. Sin embargo lo envidio y espero encontrar mi paz, en lo posible dentro de mí.
Mejor me voy a caminar.

[varias horas después...]
Llovió como la gran p... Me tuve que refugiar en un café. El capuchino estaba increíble.

jueves, 21 de diciembre de 2017

4, 7 y 11


Uno de mis mejores amigos en Argentina, de esos que uno puede llamar las 24 hs sin ninguna vergüenza ni miedo a recriminación, tenía un hermano. El viernes a la tarde se pegó un tiro. La mezcla de un arma a su disposición, alcohol y una depresión sin detectar fue más fuerte que tres hijas y una familia de adultos que no saben cómo llenar semejante vacío. Porque uno, como ser humano, está diseñado para enterrar padres y abuelos, no hijos, hermanos o amigos (no de 42 años).
En otro contexto esto ya sería una noticia devastadora, algo que a uno lo sienta de culo y lo deja ahí tirado hasta que... no sé hasta qué, recién pasó y ahora estamos todos mirándonos las caras sin saber siquiera cuándo parar de llorar. Pero en mi caso hay un detalle más: yo también tengo depresión. Ver un ataúd a dos metros de mí y a toda la familia llorar alrededor, no pude más que pensar que ese podría haber sido yo, y esa podría haber sido mi familia. Mirando atrás con la mayor honestidad que puedo, recuerdo todas las veces que pensé que nada valía la pena. Había momentos en que vivir dolía. Las tareas más minúsculas, como respirar o ducharse, parecían superfluas y sin sentido, que no valían la pena el esfuerzo, y que si todos íbamos a ser comida de gusanos, para qué molestarse. La comida no tenía sabor y el sueño era el único momento de descanso en el que podía quedarme inconsciente y olvidarme de que estaba sumergido en semejante miseria. Llorar, en ese contexto, llorar de dolor, o de tristeza o por empatía, era una promesa de un lujo que me parecía más lejano que una Ferrari (o una galaxia, para el caso) para mi cumpleaños.
Hoy todo eso es historia, fresca, pero historia. El miedo a una recaída existe, y por buenos motivos, pero tengo un arsenal a mi disposición para que no ocurra. Si ocurre, no sé lo que va a pasar; siempre predigo que una segunda vuelta no sobrevivo, así que hago todo lo posible para no verme enfrentado a eso, para no llegar a esa posibilidad.
Algo que contribuye a catalogar el 2017 como un año de mierda fue Novia, la cual me consumió esfuerzo, tiempo y recursos que podría haber puesto a disposición, si no mía, aunque sea de los que amo, o aunque sea podría haberlos dilapidado sin más en lugar de haberlos tirado en alguien que se llevó mi energía que tanto necesito sin siquiera darse cuenta del daño que provocó.
Prueba de esto es el mensaje de audio de 15 minutos que recibí ayer. Durante prácticamente la totalidad de la relación, unos 7 meses, fui su respirador artificial, su techo y su comida. La mantuve lejos de drogas, malas influencias, de matarse, de comer demasiado o de no comer en lo absoluto por días, la ayudé con cosas que no podía pagar o encontrar a alguien que las hiciera por ella, pagué por cosas que ella necesitaba o cubrí su parte en cosas que hacíamos juntos, y un etcétera bastante considerable. Todas cosas que para alguien que mira desde afuera hubieran dejado un cabeceo aprobatorio muy atrás en el espejo retrovisor, para adentrarse en el territorio de la pena y el preguntarse si no seré medio idiota, hasta llegar a la certeza de que soy bastante idiota y me estoy dejando usar.
Hay básicamente tres motivos por las que uno puede sospechar que alguien lo usa: porque la otra persona está verdaderamente usándolo, y con malicia; porque lo está usando sin darse cuenta; o por un malentendido. Decidí desde un principio descartar la primera posibilidad y asumir que la verdad reside en algún punto entre la segunda y la tercera opción.
En el mensaje de ayer se ve una persona que asume una pelea, un desentendimiento entre dos personas pensantes y centradas. No ve el reguero de destrucción que dejó a su paso, el costo emocional que tuve que pagar para sobrevivir a semejante montaña rusa (voy a ignorar el económico, que haciende a varios miles de euros, o el de tiempo y esfuerzo). Me habló una persona que cree que nos podemos sentar a hablar y aclarar las cosas, o que yo puedo acercarme a ella a un radio de menos de 1000 km sin que me corra un frío por la espalda.
No.
Es.
El.
Caso.
Voy a tomar toda la distancia que pueda, voy a tratar de reconstruirme como pueda, asimilando las lecciones que pueda, y voy a tratar de cuidarme más la próxima vez, si es que el universo me tira un hueso.
Algo me dejó dando vueltas en la cabeza el funeral de ayer, y no será muy original pero vale la pena reflexionar al respecto, a riesgo de sonar redundante o estúpido: la vida es corta, y no disfrutarla dentro de las posibilidades es una irresponsabilidad. Es faltarle el respeto a aquellos que la tienen mucho más difícil y no bajan los brazos. No sé por qué se mató este muchacho, probablemente nunca lo sepa, pero sí estoy agradecido de que mis propios pseudo intentos no se concretaron y estoy acá para levantar cabeza y seguir tratando de disfrutar el tiempo que tengo y dejar un buen recuerdo a los que me rodean.

sábado, 16 de diciembre de 2017

tormenta de verano

Todos tenemos una historia para contar y todos queremos contarla. Y eso significa que necesitamos una voz. En mi caso, a falta de algo mejor (un púlpito, un micrófono) esa voz es este blog. Empezó hace ya 10 años, un mes y dos días, y apenas si alguien sabe que existe, igual que apenas si alguien sabe que yo existo.
Son las 5 de una tarde de tormenta en Mar del Plata. Almorcé con mi hermana, mis sobrinos y mi mamá, y todo indica que eso es lo más cerca que jamás voy a estar de una familia propia. En donde resido desde hace más de una década, la soledad es un flagelo auto-infligido, y donde hay una necesidad hay alguien tratando de lucrar con la desesperación del prójimo. Así es como pululan como hongos sitios de citas donde uno subscribe, publica su foto y algún detalle de su persona, y espera que alguien lo contacte mientras estudia el perfil de las posibles candidatas. Soy vegetariana, voy a escalar o hago cerámica son apenas una muestra de las idioteces con las que uno tiene que torturar sus ojos para muy, muy de vez en cuando llegar a alguien que se salga de la foto 10x15 de la que son capaces los alemanes de pintar de sí mismos. Entiendo la ley de rendimiento decreciente y que, como los que viajan mucho, cada vez es más difícil sorprenderme, pero realmente es patético el estado de la humanidad.
Hay que reconocer que entre toda esa masa de almas solas se distinguen bien fácil las diferentes mentalidades: están los que buscan sexo, los que no quieren estar solos, y los que buscan un genuino compañero de vida, y todos los estados intermedios. Almas perdidas en su mayoría, gente como yo que o no se cruza en su día a día con posibles candidatos, ya sea por su profesión, su lugar de residencia, timidez o lo que sea, o que simplemente han sido decepcionados a tal punto en el pasado que prefieren un poco de filtro antes de comprometerse con alguien, una barrera de formalidad que les ayude a deshacerse de falsos positivos.
Por un lado quisiera tomarme mi tiempo para volver a intentar una relación. Siento que sería lo mejor y que lo necesito, por respeto a mí mismo, incluso, y para darme tiempo a digerir la tragedia que fue este año y empezar con más optimismo la próxima relación, sin tanto equipaje. Además, simplemente no tengo fuerza para más locuras. Estoy exhausto. Pero por otro lado necesito la compañía, sacarme el sabor amargo de la boca; distracción, si se quiere. Suena feo, pero es así. Quizá podría llamarlo ayuda.
Por lo pronto no estoy haciendo nada, no me voy a subscribir a esas páginas, pero la idea está y el miedo (a la soledad), sabemos, es el peor de los consejeros.
Lo que sí estoy haciendo es uniendo los puntos. ¿Lo qué? Los puntos, las cosas que parece que no tuvieran conexión pero en mi cabeza la tienen. Pensaba por ejemplo en la lluvia y en cuánto me gusta, y en que me inspira a reflexionar. Ese ruido blanco que hace y que se ve tanto como se oye... La tormenta que hay afuera, por una cosa o por otra, me inspiró a escribir esto. Y miraba la tele y cómo la protagonista se muda de ciudad y todos en el trabajo se despedían diciéndole algo a una cámara hogareña que uno de los compañeros del trabajo llevó a la oficina, y yo pensaba que para hablarle al aparatito, la única forma de que funcione es poder olvidarse de la cámara y una de las formas es hacer una introspección en los sentimientos, sacarlos y ponerlos en palabras. Y se me ocurrió, ya que tantas veces me pregunto por qué escribo acá, que eso es precisamente lo que hago: observar qué siento y... bueno, sentirlo. Una de las cosas que me llevó a la depresión y a la que tengo y tendré siempre tendencia es mi desconexión de lo que pasa adentro mío. Empezó cuando era chiquito y mi universo se estaba deshaciendo en migajas delante de mis ojos, y cuando uno no puede lidiar con lo que siente se repliega, se aleja de los sentimientos malos. Lamentablemente el proceso no se vuelve selectivo: uno simplemente deja de sentir, o mejor dicho, de prestarle atención a lo que siente. Es un mecanismo de supervivencia, pero la línea que nos conecta con nuestro interior no es fácil de restablecer.
Así que acá estoy, en una tarde de tormenta en Mar del Plata, escuchando a Bryan Adams y escribiendo en mi blog.

soñar, que es gratis

A veces me pregunto cómo hace la gente normal, digamos alguien de mi edad, cuarenta y algo, que pasó por la facultad, conoció a alguien, se casó y con un par de hijos (el más grande ya en la secundaria), y ahora se frota las manos pensando en la moto que se va a comprar y los viajes que va a hacer cuando los chicos por fin se vayan a la universidad. Esa persona no piensa en la soledad, ni en lo hermoso y embriagador que es el olor de la piel de la mujer que adora cuando se despierta después de haberse macerado toda la noche en las sábanas. No se le cruza por la cabeza la extensión y aridez de media cama vacía, ni se plantea la posibilidad de que así sea hasta el último día. Ni se detiene en lo patético que puede resultar desayunar escuchando la radio en lugar de charlando con alguien. La ausencia de chistes o juegos, de rutinas cómplices, de preguntas cuyas respuestas ya sabemos pero queremos simplemente sentirnos conectados con el otro. La soledad es lo mejor que hay cuando eso es lo que se necesita, pero es lo más cruel que existe cuando uno busca un compañero de ruta. Desde tirarse un pedito hasta reflexionar sobre los misterios de la vida en aquella esquina, desde decidir el color para pintar una pared hasta criar hijos en esta otra.
Dicen que uno no valora lo que tiene hasta que lo pierde. Pues uno será imbécil, porque lo que es yo, trato de valorar todo cuando lo tengo sin esperar a perderlo. Eso a veces me juega en contra porque me hago películas sobre lo que podría pasar o porque me impulsa a tolerar cosas que no debería, pero en general me hace apreciar mucho lo que tengo y ser agradecido con la vida.
Algo que siempre me faltó fue la motivación de acostarme con tantas mujeres como fuera posible. Nunca busqué sexo: hay gente que simplemente quiere masturbarse haciendo uso de otro ser humano como si fuera un palmito, donde para obtener kilo y medio comestible se tira abajo un árbol entero. Le importa un bledo los sueños, las ilusiones, la inocencia del otro, sus sentimientos... nada. Son gente que disfruta la caza, el engaño, la burla, la mentira, el personificar algo que no es, la marca al costado de la cabina. En mi caso, ni siquiera busco novia. Decir que busco esposa hace sonar alarmas, así que lo puedo describir como que busco más bien una compañera de vida, e idealmente de por vida. La historia con Novia empezó tan linda porque fue muy genuina: nada de sitios de internet con foto y "me gusta el sushi", sino pura y hermosa coincidencia en lugar y tiempo de dos personas que se atrajeron. Lamentablemente nuestros pedos se trenzaron, y por primera vez en mi vida debo dejar a un lado mi miedo a sonar apologista o a que estoy buscando excusas, y reconocer que sus pedos son tantos y profundos que es muy difícil que eso no le suceda a cualquiera que se meta con ella. Y cómo duele pensar en eso, caramba, como meter el alma en un rallador de queso. Porque cuando todo está dicho y hecho, la verdad es que llegué a quererla mucho y solamente quiero su bien. Me duele horriblemente admitir y aceptar que yo no tengo la fortaleza, la habilidad o lo que haga falta para sobrevivir al lado de semejante tornado emocional. Con sus altibajos anímicos, su agresividad, su pesimismo, su falta de análisis de las verdaderas posibilidades que la realidad le ofrece... un desastre esperando con ansias a que le suelten la correa. Todas esas características están presentes en todos nosotros, en mí quizás más que en la media y seguramente más de lo que me gustaría, pero en ella abundan hasta un nivel con el cual es muy difícil convivir.
¿Y ahora? Las opciones, sin ningún orden en particular, son quedarme en Alemania, o en Europa, o volverme a Argentina, o ir a cualquier otro lado. Buscar trabajo de ingeniero, insistir con los tours en moto, incursionar en la fotografía profesional, o cualquier otra cosa. Hay dos cuestiones que me marcan a la hora de tomar decisiones: el trabajo me tiene que inspirar además de dar de comer holgadamente, y lo que es más importante, no quiero quedarme solo. No es solamente miedo a la soledad sino que también es una decisión: quiero estar en pareja. Y no cualquier pareja: quiero encontrar el amor de mi vida. No tengo ninguna duda de que eso es lo que quiero. Despertarme con ella e irme a dormir con ella. Hacerle su café a la mañana y cepillarnos los dientes a la noche. Alguien que me valore, me lo demuestre, con quien pueda hablar y a quien disfrute mirando, y podamos planear un futuro juntos. Si me encontrara la lámpara y pudiera pedirle tres deseos al ñato embotellado adentro, es muy fácil: vivir en Mar del Plata, cerca de la única familia que tengo, encontrar una marplatense con cerebro, belleza y valores morales, un trabajo creativo que me permita administrar mi tiempo.
Por ahora estoy en un híbrido entre el limbo y el infierno, solo y sin lograr siquiera encontrar una ocupación rentable que no me dispare la depresión, que como rottweiler, mejor que siga durmiendo.

lunes, 11 de diciembre de 2017

quizás la fiebre (ojalá)

Una cosa (bueno, muchas cosas) aprendí de la depresión: el sentido de la vida es una ilusión. Y sin esa ilusión nos sentimos para la mierda, no hay vuelta. Justamente la ilusión es lo que la depresión hace mierda (y viceversa), y si uno no presta atención también destruye la capacidad para ilusionarse, para entusiasmarse con cosas que no sabe si de hecho lo van a hacer feliz pero que seguro entibian el alma, como un simple viaje, una caminata, un helado. O una relación. Sin esa capacidad para ilusionarse uno no puede más que recurrir a variables objetivas: precio, peso, potencia, pros y contras... lo que sea. Muy triste.
Estoy enfermo. De la garganta, ya que preguntan. De qué otra cosa. La tristeza de que no haya funcionado con Novia es enorme, por ahora abrumadora. Las tensiones previas al viaje se cobraron su parte de mi sistema inmunológico, como siempre, y finalmente me quebré también físicamente. Estoy a ibuprofeno, té, sin hablar y tratando de no moverme mucho, aunque ayer acepté la invitación de unos amigos de mi mamá para ir a Balcarce a almorzar. La ruta es hermosa, pasando por Laguna de los Padres y Puerta del Abra, con un sol lindísimo y 20 grados. Para estar enfermo, no se podía pedir más.
Pero a la noche tuve un poco de fiebre y mezclada con la tristeza, la desesperanza que me invade estos días y la sensación de estar muy, pero muy perdido... es demasiado. Ayer me cayó la ficha de algo que ya había hablado con otras personas pero con Novia quedó más definido, como que antes era una posibilidad, pero ahora explica mucho: no tengo un objetivo. Al no ilusionarme, no tengo objetivos de ningún tipo. Con lo que pasó el mes pasado con el imbécil de pseudo socio que me había elegido y su preciosa capacidad para recibir crítica, pero más que nada con su reacción y las cosas que me dijo, como no soy de teflón empecé a pensar que de veras soy un inútil. Y con la patética imitación de autoestima que tengo, esta sensación es muy difícil de sacudírmela. Pero ayer no sé qué pasó, la cosa es que cristalizó en mi cabeza. Me dí cuenta que no es una cuestión de capacidad sino de dirección y motivación.
Ahora la pregunta es: ¿dónde encuentro esas cosas? La respuesta obvia es: dentro de mí. 'Ta, gracias. No me sirve. Ya sé que están ahí, la pregunta es cómo me pongo en contacto con ellas. De hecho, ahora que lo pienso, no estoy seguro de que estén ahí, a lo mejor están tan adormecidas como para no contar más que las ganas de tomarme un vaso de agua, y eso no es suficiente para tomar decisiones de vida.
En el pasado, una ruptura me hacía extrañar, lamentar decisiones, mirar hacia atrás con cariño y el futuro con esperanza. Hoy me encuentro cabizbajo, apaleado, triste porque estoy consciente de que Novia está sola, peleando por su vida con pocos elementos, o peor, con elementos equivocados. Me siento para la mierda por dejarla sola, pero tengo que protegerme. Me estaba arrastrando como un vórtice en el agua y me iba a hacer arruinarme la vida. Desde hace años le estoy huyendo a la depresión y por primera vez sentía cómo me estaba alcanzando. Fuera de maneras muy lentas de morir, no creo que le tenga más miedo a otra cosa. Y Novia necesita de ayuda más capaz que la mía, y yo necesito una persona más agradecida por mi presencia en su vida. Aunque supongo que su situación se define justamente por cosas como no ser capaz de valorar a aquellos que nos ayudan. No le funciona ese dispositivo IFF (identificador amigo/enemigo) que todos tendríamos que tener. Lo sé, estuve ahí cuando estaba con la depresión. Era un poco diferente, pero algo de eso había. La depresión vino, más que contra mi voluntad, sin preguntar, pero a base de voluntad me la saqué e hice algo muy inteligente: aprendí. Es lo mejor que uno puede hacer cuando le pasa mierda, y algo bueno me quedó. Pero así y todo no estoy a la altura de las circunstancias. No puedo con ella, y a cambio de poco voy a morir en el intento, lo cual es una pena.
Volviendo al asunto de qué hacer con mi vida, tengo que reconocer que nunca realmente me planteé grandes logros para mi 9-a-5 sino para lo que hago con el resto, un poco la mentalidad que tanto critican los franceses a los alemanes: los primeros trabajan para vivir, los segundos viven para trabajar. Pero ese 9-a-5 me estaba matando, y tengo miedo a errarla otra vez. Como pinta mi vida, muy probablemente sin hijos, y fallando estrepitosamente en encontrar el amor, mi 9-a-5 tiene que darme alguna satisfacción.
Y por ahora no me queda más que un susurrado "y en eso estoy".

viernes, 8 de diciembre de 2017

la historia más bella

o cómo el amor es solamente el 50% de una relación

Se terminó. Novia hermosa, herida, usada, descartada, confundida, rechazada y demasiadas pocas veces amada, finalmente logró que me sonara una alarma interior avisándome que esto iba a acabar mal si no la terminaba ahora. Nuestra relación, como tantas veces pasa, fue infectada por las heridas que ambos trajimos, esos miedos que uno adopta a medida que la vida lo va apaleando. Hay personas que siguen como si nunca les hubiera pasado algo malo; son como ángeles, almas especiales que siempre mantienen su inocencia. Pero ni Novia ni yo somos así. En mi caso, incluso, siempre me encontré con que yo era el más complicado en la relación, el que requería más paciencia del el otro, el que imponía más rigor y rigidez, el que daba más miedo a la ella de turno a decir o hacer algo que disparara una reacción desproporcionada de mi parte.
Sin embargo, tuve suerte. Siempre me amaron lo suficiente como para superar esa etapa de adaptación en la que la aprenden la mayor parte de las estupideces que me disparan y la relación se asienta en un nivel donde ambos podemos disfrutarla, gozamos de capacidad de maniobra y de los beneficios de estar con alguien en quien podemos, sobre todo, confiar; esa palabra es la clave que hace que uno baje la guardia, se relaje y le permita al otro ejercer su condición humana y cometer errores (que son inevitables), ser uno mismo, sacarse la máscara sin miedo al rechazo... amar y ser amado.
Pero a diferencia de otras veces en las que hubo incompatibilidades que me hicieron separarme, como en cualquier relación normal, esta vez nuestras locuras gangrenaron nuestro amor. Y cuando digo nuestras lo hago más con la intención y el deber de tomar responsabilidad por la parte que me corresponde, y no tanto porque realmente crea que si esa parte no hubiera estado hubiera hecho alguna diferencia. Por primera vez en mi vida siento que hice demasiado por ella en lugar de la acostumbrada sensación de que soy una mierda de persona y que no supe apreciar lo que tenía hasta que lo perdí. Es una nueva (ohhhh... la felicidad) clase de impotencia. La frase que tomó más vigencia a las pocas semanas de estar con ella fue: no importa lo que diga... no importa lo que haga... está mal, y eso se convirtió prácticamente en un sello de nuestra relación.
Novia tiene lo que se llama un flor de problema: está rota. La quebraron de chiquita, la arruinaron. Y cuando me la dieron en brazos hace unos meses fue evidente, no tardó nada en manifestarse. La tomé en mi seno, la abracé, la besé, comencé a amarla. Y llegué a amarla mucho, pero ella no supo qué hacer con eso e hizo lo que cualquiera hubiera hecho: desconfió, me combatió, me sometió a pruebas de todo tipo, me escudriñó, me atacó para ver si contraatacaba, me traicionó, insultó, torturó. Y si todo esto le suena a alguien muy mezcla de medieval y melodramático, ese alguien se puede ir a LPQLP. Que se tome el colectivo ese que vuelve 7 meses en el tiempo y se ponga en mis zapatos. Después hablamos.
Y en lugar de dejarla me sostuve al mástil del amor y la comprensión y capeé como pude sus embestidas, a veces con éxito, a veces no, pero siempre con cicatrices, moretones, fracturas. El hecho de que uno comprenda los mecanismos y motivaciones de los ataques de la persona que ama, no hace que esos ataques sean menos certeros e hirientes. Solamente ayuda con la rabia, pero no con el dolor.
Finalmente, el lunes a la noche, unas horas antes de tomarme el avión a casa, ese que me saca de Adolfland y me trae a mi delirio de paraíso (sí, Cristina y sus secuaces no pudieron sacarle eso), logró asustarme. Finalmente, la diferencia entre lo que uno no quiere hacer y lo que uno hace cuando lo empujan fue demasiado chiquita, tan chica que la distancia fue académica y ni vale la pena considerarla. Entra en el margen de error de la medición y todo se podría haber ido cuesta abajo muy, muy rápido. Falta de los instintos miserables son lo único que me mantuvo del lado recuperable de la situación, no tanto una sobrehumana capacidad para lidiar con ella o algún tipo de titánico autocontrol. Recomendación: tomar distancia. Ella se hunde y en sus manotazos de ahogada me va a llevar a mí para abajo. Sin quererlo, sin mala intención, pero va a terminar por arruinarme la vida hasta el punto en que ya no pueda volver. Por primera vez en los años que llevo en ese mierdero humano que es Alemania, quería subirme al avión no para ir a casa, sino para alejarme de Novia. Si me confundía de avión y terminaba en Kamchatka me hubiera dado exactamente igual. La malicia y la agresividad con las que me atacó no me dejaron opción y la única que me quedó fue hacer exactamente lo que sus miedos interiores temían: que la dejara. La eché de casa, la eyecté de mi vida, la expulsé. No más.
Y pensar que hace apenas medio año estábamos en un estacionamiento en Innsbruck dándonos el beso más lindo en la historia de la humanidad. Supongo que su apreciación de que no fue un verdadero beso porque no hubo lengua (eso es lo que evita como actriz) debería haberme dado la pauta de lo que me esperaba, pero no supe o, mucho me temo, no quise verlo. Maldita soledad y sus consejos.
La novia más inteligente que jamás tuve, una de las más hermosas a la vista, si no la más, y con la que compartimos muchos gustos... podría haber sido la historia más bella y en lugar de eso fue la más cruel. Y si no fuera por mi sentido común, podría haber sido la más destructiva.
La voy a extrañar. Ya la extraño. Los abrazos al acostarnos y despertarnos. El olor de su pelo. El prepararle la bolsa de agua caliente antes de ir a dormir. Sus opiniones de vegetariana. Sus análisis que tanto me ayudaron a esforzarme por verme a mí mismo desde una nueva óptica. Piet... Piet...

viernes, 24 de noviembre de 2017

sono stato a Piacenza

Estoy harto de este sentimiento de que debo indemnizar al mundo por mi existencia. Primero porque me hacía pis encima y olía, después por el pecado original del que me anoticiaron en la escuela católica, después por mis propios pecados; mientras crecía entendí que también era por mi carácter fuerte, después por ser argentino, después por ser extranjero, después por tener miedo, ahora por existir. En mis primeras novias creía haber encontrado a alguien que me iba a aceptar, quizás guiar en el camino de mejorar, e incluso inspirarme para encontrar la paz que tanto necesitaba y que todavía no alcanzo, pero tantas veces pasaron cosas que me hicieron sentir mal de ser yo mismo, con mis defectos y limitaciones. No hay nada peor que recibir una crítica fundamentada, sobre todo si es algo en lo que hemos estado trabajando y creíamos haber tenido cierto éxito en forma de algún progreso. Esas recaídas nos duelen, nos hacen sentir fracasados, impotentes, frustrados. Con nosotros mismos. Y si encima herimos a alguien que nos importa, empezamos a creer que todos esos que nos rechazaron o criticaron en el pasado, tenían razón.
Casi permanentemente tengo la sensación de no merecer el aire que respiro, los títulos que ostento, el dinero que guardo, las amistades que atesoro, la moto que manejo. Y mucho menos cualquier tipo de elogio. Siento que los que me conocen me soportan a pesar de mis infinitos y imperdonables defectos, y que los que no me soportan tienen toda la razón y es cuestión de tiempo para que de ese grupo sean todos.
A veces, sobre todo ahora que fue su cumpleaños y me recuerda que no es inmortal, tengo miedo de que la única que realmente me quiere es mi mamá, mientras que el resto del mundo se mantiene a la distancia necesaria. Me pregunto cómo se siente estar cerca de mí.
Cada tanto se me da por ir a EICMA, la muestra de motos en Milán que se hace todos los años a principios de noviembre. Esta vez decidí darle una vuelta de rosca y en lugar de hacer como otras veces, que iba y volvía prácticamente en el día, fui un par de días antes y me quedé un par de días después. En total visité Brescia, Milán y Piacenza. Milán, aunque ya había estado varias veces, siempre me había resultado insulsa, pero esta vez se ve que algo por fin me corrió el velo y entendí por qué hay que admirarla. No voy a decir si el asesino fue el mayordomo; me limito a recomendar una visita. En eso estaba la semana pasada y me encontré descubriendo Piacenza, al norte de Italia, y mientras caminaba vi una iglesia chiquita y linda, como todas las iglesias en Italia. Cuantos artistas desconocidos nos han regalado su saber hacer con las maravillas, chiquitas y grandes, que se encuentran de a miles en las iglesias.
Entré y me senté al fondo para poder observar la arquitectura y los feligreses. Me encanta observar a la gente y jugar a adivinar sus motivaciones para estar ahí. En la fila de adelante, unos asientos a la izquierda, había un señor muy mayor y también muy alto para los 80 o más años que me pareció que tenía. Estaba vestido muy elegante pero como sin proponérselo. Tenía un perfil agradable, honesto, decidido. Miró la hora, pero se quedó sentado. No me quedó claro si estaba esperando a alguien, quizás a la esposa que terminara la confesión, o si tenía que ir a algún lado, o si simplemente tuvo curiosidad de ver la hora, como a veces hacemos por reflejo. El reloj era de aguja y tenía un par de décadas, seguro. Cuadrante de oro, brazalete de cuero. Elegante y acertado para la circunstancia. Sin fecha ni cosas raras: horas y minutos, y listo. El hombre tenía una bufanda negra que le combinaba con el abrigo, camisa blanca y un pulóver azul.
Salí de la iglesia preguntándome cómo me veré yo a su edad, si llego. Y qué recuerdos tendré. Si estaré satisfecho de mi vida, o si todavía estaré luchando esta sensación de vacío que últimamente me hace tanta sombra. ¿Habré escrito alguna poesía? ¿Algún libro, por fin? Hace muchas lunas, cuando abrieron el Spinetto Shopping en Buenos Aires, trabajé vendiendo postres helados y en mis ratos de ocio experimenté escribiendo algunas estupideces en verso, algunas no demasiado feas. Quedaría muy linda la anécdota si dijera que ahí y entonces me picó lo de escribir, pero la realidad es que lo hago desde que tengo 8 años o algo así.
Me preguntaba, entonces, si habré escrito algún libro. Espero que sí. Sería estúpido haber estado en tantos lugares y llevarme lo que sea que haya aprendido, sin haberlo compartido con nadie. No es que mis conocimientos o experiencias sean tan valiosas, pero son mías, y de puro vanidoso quisiera saber que alguien aprendió algo que vino de mí, de mi visión del mundo y de las cosas.

sábado, 4 de noviembre de 2017

€648,71

A fines de septiembre se me metió en la cabeza comprar un lente gran angular para mi cámara. Después de investigar un poco sobre el tema, me decidí por uno que cuesta unos €1000 en un negocio y unos €900 en los vendedores en internet. Pero antes de darle el ok a la compra, decidí dejar el tema reposar una noche en mi cabeza. Lamentablemente, siendo como soy, ya en la cama saqué el teléfono y me puse a ver una vez más, y encontré una oferta increíble por €648,71. Así y todo dejé pasar la noche, y al día siguiente ya decidido lo compré.
Cuatro semanas más tarde, con las pelotas por el piso y después de muchas llamadas al servicio de atención al cliente, por fin recibí un paquete... con un monitor de 32 pulgadas. Lo mandé de vuelta, cancelé mi compra, y entretanto me compré otro lente en otro lugar, por suerte a muy buen precio. Finalmente, después de casi 6 semanas, recibí mi dinero de vuelta.
Estaba emprendiendo la nada fácil tarea de tornar una actividad por la que siento pasión en algo que me dé de comer, y se pinchó simple y llanamente porque el imbécil que acepté de socio decidió tomarse a pecho su título de imbécil y no dejar pasar un minuto más sin que el mundo se entere. Y aunque sé que el mundo está lleno de estos, este me tocó a mí y me arruinó básicamente el año. Así que ahora no sé a) qué mierda hacer con mi vida y b) qué mierda hacer con todo el trabajo y dinero que invertí hasta ahora. Creo que un rollito y un poco de vaselina están a la orden del día.
En cuanto al tema pareja, estoy... realmente no sé cómo describir la situación. Estoy con una persona que tiene tantos o más conflictos que yo, externos e internos, que la convierten en un desafío constante, que le quitan casi toda posibilidad de relajación y diversión al estar juntos, y hasta llegan momentos en que hacen mella en casi todo lo que atesoro en mi día a día. Es inteligente, linda, y tengo la ventaja de que, me guste o no, conozco todo lo que se puede conocer de una pareja en cuestiones íntimas y mayormente me he repuesto de casi todos los pedos mentales que eso me activa. Pero es una chiflada que no sabe cómo vivir la vida, no tiene casi contacto con la realidad, tiene un empleo que esporádicamente le da de comer y un perro que le quita mucha libertad de decisión. En situaciones de estrés se tensa de una forma que no sé qué hacer con ella: me ataca, me cuestiona y me tensiona de una forma que ya es insalubre. Confunde el amor que le regalo con deber de asistirla y atajarla cada vez que toma una mala decisión. Es desgastante.
Y lo último y no por eso menos importante es que estoy viviendo en Alemania. Múnich. Con todos sus encantos. No me voy a poner a enumerarlos ahora porque, realmente, no me dan ganas. Tener que vivirlos ya es suficiente, no necesito refregármelos.
Resumiendo: me levanto, uso el baño, quizás me ducho... a veces lo hago durante el día o antes de acostarme. Me preparo un café y una tostada. Después del desayuno lavo las cosas o las meto en el lavaplatos. ¿Y ahora? YouTube o Google tienen algunas cosas útiles para informarse sobre temas que a uno le interesan, cosas que surgen en la cabeza en algún momento y encuentra un rato para chusmearlas. También leo, en este momento una novela en italiano que me sirve para aceitar lo que aprendí. Almuerzo solo o con alguien que tenga un rato en el trabajo. Salgo a caminar, quizás al supermercado. Si el día está lindo encuentro una excusa para ir en moto a algún lado.
Cuando se vienen las 7 de la tarde empiezo a pensar en la cena, como algo, veo alguna película, me lavo los dientes y me voy a dormir.
Hoy por hoy, los €648,71 que me devolvieron por el lente gran angular que nunca me llegó son lo más excitante a lo que puedo aspirar. No construí una casa, ni fundé una empresa, ni cuido un jardín. No tengo hijos, y parece que nunca los voy a tener. No me voy a perder ninguna noche de sueño para pasear por el comedor hasta que se duerman, ni me van a pedir consejo, ni plata, ni las llaves del auto. No los voy a inscribir en ningún colegio. No voy a ir a su casamiento. No voy a tener nietos. Voy a celebrar mi cumpleaños solo y no voy a recibir regalos. No voy a ser más importante ni dejar más huella que un cambio de dirección de una brisa. Mis cosas irán a un depósito por un tiempo, después al ejército de salvación, y finalmente a la basura. No dejé nada, no me llevo nada conmigo. Como si nunca hubiera existido.

domingo, 29 de octubre de 2017

el más acá

Una cosa es ser local y la otra visitante. Incluso visitante permanente. Ámsterdam. Mar del Plata. Múnich. En Ámsterdam me siento que tengo infinidad de posibilidades para ir a caminar y ver cosas interesantes, descubrir rincones raros, fotogénicos, ya sea en invierno o en verano. Es uno de esos lugares donde se pueden hacer fotos alucinantes con la luz más pedorra. Al revés que Múnich, donde los días más soleados apenas inspiran a poner la cámara en la mochila antes de salir, para volver a sacarla solamente cuando vuelvo a casa. Mar del Plata, en cambio, no la juzgo en esos términos. Es, simplemente, casa. Con todo lo que eso representa: el lugar donde me extrañan, el lugar donde crecí, el lugar acostumbrado, donde casi no hay sorpresas, y sin embargo nunca es aburrido porque hay historias. A Mar del Plata la perdono, incluso la defiendo. Es totalmente subjetivo. Las convicciones toman prioridad frente a la evidencia.
Es común escuchar que hay que tomar distancia de lo cotidiano para poder apreciar lo que damos por sentado y que a veces hasta fastidio nos causa. Mirar es crecer, y la distancia nos permite ejercitar ese lujo y, con suerte, ver qué cosas no son tan comunes como pensamos y a otros incluso les falta enormemente. Y a nosotros, que nos sobra, nos irrita. Y esto va en ambos sentidos. Hay cosas que a uno le fascinan pero a otro le rompen la paciencia. Y esto es perfectamente legítimo.
También hay cosas que no tienen nada que ver con los demás, como mi estado actual. No es culpa de nadie, por empezar, y se centra en mi descontento con el trabajo que tenía, lo que hecho luz a otros aspectos de mi vida: apenas pasados los 40 años no formé familia propia, mi trabajo era irrelevante, y en definitiva esto se proyecta sobre muchas otras cosas. Algo que ahora recién veo es cómo la fotografía me ayuda a canalizar las olas de creatividad que tengo y me descarga la necesidad de plasmar y dejar para la posteridad todo los sentimientos que no logro poner al servicio de nada ni de nadie.
Hace poco leí a alguien que decía: "...tuve un profesor que me enseñó sobre la importancia de estar en una búsqueda permanente. No conformarse con un título colgado. Una persona que se asombra hasta con lo más sencillo. Capaz de aprender de una flor o una nube. Alguien que a cada segundo descubre un tesoro escondido en lo cotidiano. Creo que es el secreto de una vida emocionante y de huir de la monotonía de las certezas".
Todo esto tenía estos días en la cabeza mientras trataba de digerir una gran decepción. Una persona en vías de ser amigo mostró sus verdaderos colores, y en el proceso de entender lo que pasó terminé destapando la olla de uno de los defectos más dañinos que un ser humano puede tener: la incapacidad de recibir crítica. Esa olla parece ser la Argentina.
Cuando me preguntan cómo es la experiencia de vivir en Alemania, o qué pienso de los alemanes, encantado me pongo cómodo en la silla, me froto las manos y hablo horas y horas de la caca que son como personas. Y lo sostengo. No me retracto, porque cada vez que intenté darles un changüí la realidad me sopapeó hasta que se me aflojaron las amalgamas de las muelas. Pero estas criaturas tan eficientes de 9 a 5 y tan deficientes como seres humanos, tienen una ventaja espectacular: escuchar una crítica sin esconderse en que uno "hiere sus sentimientos". Mi teoría personal al respecto es que no hay tales sentimientos para herir, pero eso, en este asunto, es una ventaja. El punto es que escuchan. Estarán dispuestos a mejorar o no, serán unas bestias (porque ahí está la contracara: ellos emiten sus críticas sin mayores delicadezas), pero no se lo toman personal. Patalean, intentan justificarse, echarle la culpa a otro, lo niegan... pero no se ofenden. Y a la hora de criticar algo que hiciste, no te dicen que sos un inútil: critican lo que hiciste y nada más. Y eso es bueno.
Argentina, 2017: criticale a alguien su ortografía (nada al nivel de Borges, sino algo tan básico como escribir el propio nombre sin faltas) amerita respuestas del tipo "hablás como si fueras Bill Gates", "demostrás no ser apto ni para servir un café" o "te voy a cagar a trompadas". Estas no son elucubraciones mías, son transcripciones de respuestas reales. Eso sí, corregí las faltas de ortografía que tenía para incluirlas acá. Con teclado alemán me las arreglo para poner acentos, abrir signos de admiración e interrogación, etc. Aparentemente eso no es posible en un teclado argentino. Y si pregunto, incluso pidiendo disculpas por mi ignorancia a modo de introducción, soy un arrogante, inútil, y que merece ser apaleado. No critiqué sus decisiones en temas de trabajo, no emití opinión sobre su esposa o hijos, mucho menos de la madre. Su ortografía.
En el proceso de ver qué hago con esta persona hice lo que cualquiera hubiera hecho: le pregunté a otros. Les pasé copia de lo que escribí (por suerte todo fue por e-mail, así que está completamente documentado y no puedo hacer trampa) a gente de varias nacionalidades viviendo en Alemania, a alemanes viviendo en Argentina, y cualquier combinación de nacionalidad y residencia más o menos relevante. Conclusión unánime: tengo razón, no hice nada malo, y el tipo es un cavernícola. Dicho eso, dos de los "encuestados", casualmente argentinos viviendo en Argentina, me decían lo difícil que es criticar a alguien ahí, y que ellos en principio tampoco les hubiera gustado lo que escribí, por dos motivos: porque tenía razón (con lo cual puse en evidencia la incapacidad) y porque tienen la piel hecha de papel de arroz y copos de nieve. Lo admiten, lo lamentan, pero así son las cosas.

sábado, 21 de octubre de 2017

joderse

Cada vez que mire los créditos al final de una película voy a pensar en ella, o cuando vea a alguien encender un cigarrillo. Y cuando me ocupe de la ropa para lavar, que la dejo en la canasta amarilla de plástico que me regaló.
Extraño pasear a Piet (su pastor australiano) a la mañana mientras ella duerme. Extraño hasta juntar los regalitos del perro con la bolsita biodegradable, o escribir en el blog con él acostado a mis pies, calentito, a veces roncando o moviéndose porque está soñando. Y extraño el tiki-tiki de las pesuñas en el parqué caminando detrás mío observando todo lo que hago, sobre todo cuando salgo al balcón y él quiere (c)husmear el viento y los vecinos.
Por ella como más ensalada, y me lavo los dientes más seguido.
A veces huelo mi reloj porque lo usó muchas veces cuando me fui de viaje y guarda su perfume. O por lo menos eso es lo que me parece.
Pienso en ella cuando como el müsli que me regaló, o cuando veo House of Cards, con Kevin Spacey.
Uno pensaría que se hace más fácil terminar una relación cuando se tiene práctica, cuando ya pasó antes y uno aprendió lo que viene, ya entendió que el tiempo todo lo cura (mentira). Pero es como cualquier dolor: no hay forma de acostumbrarse. No hay forma de hacerlo más tenue, más llevadero, menos penetrante. No se puede evitar esa sensación de estar cayendo en el vacío sin nadie que te pueda tender una mano.
Me miro al espejo y veo un hombre bueno, potable a la luz del día (me han dicho), con buen corazón, respetuoso, modales, buena educación y un par de títulos, temple, inteligencia, principios. Pero nadie me quiere, al menos nadie que quiera pasar tiempo conmigo y sin lastimarme, alguien decente, estable mentalmente, inteligente. Y sí, linda.
Ya sé, ya pasé otras veces por toda esta diatriba de mi vida romántica, pero soy todo oídos si alguien tiene una solución más original que la acostumbrada.

miércoles, 27 de septiembre de 2017

Piet

Tormentas.
Chicos.
Bicicletas.
Chicos en bicicletas.
Bicicletas de lado en el piso.
Cantantes.
Hombres de pelo negro.
Almohadas.
Carteles.
Tela movida por el viento.
Cajas.
Cochecitos para bebé.
Tachos de basura.
Aplausos.
Patines.

Esta es una lista para nada exhaustiva de las cosas a las que Piet, el pastor australiano de Novia, les tiene miedo terror. Los primeros 10 meses de su vida pasaron en una casita del conurbano de Fulda, Alemania, con una pareja de adolescentes drogadictos, ella embarazada, él cajero de supermercado. "Relajado y tranquilo", decía el aviso en el diario... Quién sabe lo que vivió ese perrito en esos 10 meses pero hoy, con 8 años cumplidos (unos 55, en años humanos), todavía se aterra de todas esas cosas y muchas otras más. De dónde las sacó, no se sabe.


La diferencia con Novia es que conozco su historia. Incluso más de lo que me gustaría. Y más de lo que puedo digerir, también. Y no puedo quejarme de que me haya mentido: entre otras perlas, en su momento me advirtió que el perro era más importante que cualquier ser humano y que siempre lo iba a ser. Por si no me quedó claro. Un par de meses después se hizo evidente que lo de ella era levantar muros, atrincherarse, protegerse. Conociendo lo que conozco, no puedo culparla. Novia aprendió que Hombre es Enemigo. Hombre se atrae con lo que está a la vista. Hombre es, best case scenario, compañía de a ratos, fuente de recursos que la necesidad da derecho a explotar, sin un atisbo de dignidad. Y todos sabemos que una cosa es tener las partes y otra el todo. Una bolsa de piecitas de rompecabezas no es una foto de un atardecer.
A cinco meses de relación y apenas he logrado que se relaje un poco. Bajó la guardia, según dice, pero los beneficios se me escapan. Me ama como nunca amó, dice, y confía en mí como nunca confió. Mmm... ¿y? Yo no soy el padre que la golpeó ni la basureó. Tampoco soy el padre que tendría que hacerse cargo de ella; soy el novio. Tampoco me merezco cómo me trata. Ni soy invulnerable a su malicia penetrante cuando emergen la amargura y el enojo que la consumen. No las generé, provoqué, o empeoré. Muy al contrario.
Últimamente logré crear las condiciones adecuadas para que salgan a la superficie algunas cosas que, realmente me hicieron ver que a veces puede llegar a ser un ser humano bastante deplorable, más allá de la tolerancia que a cada uno le pueda surgir ejercitar en función de lo que sienta por el otro. Estoy hablando de cosas que no son simplemente defectos como fumar, ser impuntual o desordenado, tener depresión o un lunar en la nariz. Estoy hablando de esas cosas que sirven para separar la paja del trigo, lo bueno de lo malo. Criterios objetivos hasta donde creamos en la objetividad. Cosas como comentarios gratuitamente hirientes, falta de capacidad para pedir perdón cuando pedir perdón es lo único adecuado, o una necedad que bordea la neurosis. Paranoia, al lado de todo esto, es casi apenas un condimento.
Llegó la hora de separarnos, el tema es lograrlo sin drama o cosas de las que después uno se arrepiente. Veremos que grado de madurez y control agregué a mi personalidad, herencia de la depresión y la edad.

miércoles, 13 de septiembre de 2017

dónde me meto

Desentrañar lo que mueve a una persona a hacer las cosas que hace es fascinante, pero requiere de mucho trabajo. Uno necesita motivación, y sobre todo necesita deshacerse de preconceptos. Obviamente esto es lo ideal, pero como seres humanos no solamente no podemos evitar tener un preconcepto aunque sea, sino que lo necesitamos a modo de punto de partida en el proceso de apendizaje. Lo que sí hay que evitar es agarrarnos a ese punto de partida sin la modestia para decir "esto es lo que pienso, ahora lo comparo con lo que la realidad me sugiere". O sea, un poco de empirismo, esa cualidad que hace tan útil al método científico. No importa las deducciones ni las presuposiciones, sino lo que la realidad es. No enamorarse de una idea, por más que coincida con nuestra visión de las cosas, sino aceptar que es una visión sesgada y parcial, evitando caer en la necedad.
Hasta ahí todo bien, suena bonito, bien intencionado, razonable. Pero ¿qué pasa cuando uno tiene esas presuposiciones tan metidas en la cabeza, de chiquito, sin opción a protestar, a preguntar, a cotejar? Las religiones son un buen ejemplo. A uno le meten que la virgen, que la montaña, que el crucifijo... hasta donde me concierne, el mismísimo Francisco tiene tanta prueba de todo eso como de Campanita, el hada de Peter Pan. No tiene ni el teléfono, ni la dirección, ni siquiera el correo electrónico de ese dios al que le han construido tantos templos. Empiezan diciéndonos que no toquemos la olla caliente, que no molestemos al perro enojado, y que hay un cielo y un infierno, y uno, con el cerebro esponja de un chico de 4 años, mete todo en el mismo canasto y, habiendo cotejado los dos primeros, infiere que el tercero también es verdad. Y acá estamos.
Un servidor tiene metido en la cabeza que una mujer que se acuesta con un hombre es una puta, no merece consideración, y si la oportunidad surge, echarle un buen escupitajo también. De chico no fui uno de esos chicos alegres que sonreían todo el tiempo. Como dice la canción, me dijeron que cerrara la boca apenas aprendí a hablar. No puedo argumentar que la vida me amargó y me robó la inocencia. Nunca la pude disfrutar. Colegio católico, elitista y de varones solamente, una abuela amargada y borderline cruel, un padre que se fue, un chico inteligente y sensible cuyo mundo se derrumbó apenas tuvo conciencia de lo que es el mundo. Ni siquiera me dejaron tocar las miguitas, ni hablar de tratar de volver a juntarlas y ver qué podía armar con lo que me quedó. Tuve que empezar de cero, con años de retraso respecto a mis coetáneos, y sin nadie a quién preguntarle. Mi mamá tardó un lustro en recuperarse del divorcio, mis abuelos estaban mucho más ocupados en que yo no saliera como mi padre que en que saliera bueno, y yo intentaba desarrollarme y ver de dónde puedo agarrarme que no se vaya a hacer añicos por pensar siquiera en depositar algo de confianza. No es extraño entonces que me haya volcado a las ciencias exactas, donde las cosas son difíciles de aprender pero claras, repetibles, inmutables. Seguras.
Como esas adolescentes que aprovechan cualquier superficie reflectante para mirarse y sentirse seguras de que se ven bien, cuando me veo reflejado en alguna vidriera pienso "¿qué hago con eso?" o "¿dónde lo meto?", porque realmente no sé qué hacer conmigo. Vender el departamento me liberó económicamente, por lo menos por algunos años. Renunciar a mi trabajo de 9 a 5 liberó mis días. Pero ahora que el polvo se asienta veo que no me liberé de mis fantasmas, mis miedos, mis creencias inculcadas. De hecho, me veo todavía más enfrentado a ellas, la situación es más nítida, y es tremendo. Ahora que no tengo que preocuparme por cosas esenciales pero mundanas, la cuestión se puso en foco y me siento totalmente indefenso para afrontarlas. Es muy frustrante.
Novia me desafía en tantos sentidos que es abrumador, y de hecho es también peligroso. Siento que no puedo con todo y la depresión se frota las manos. Perro, cuestiones psicológicas, familia, sociedad, vivienda, y en general su actitud hacia la vida, que no es que sea mala, sino que es tan diferente, tan poco convencional, y una cosa más a la que ajustarme, junto con que es vegetariana, y que come básicamente una vez al día.
Por ahora esta relación se siente como un poema que no rima. Busco y busco la forma de que funcione, pero en el fondo lo veo casi imposible. Ojalá no hubiera casi, así sería más fácil tomar una decisión. U ojalá rimara, así podría disfrutarlo.
Algo que testifica sutil pero irrefutablemente mi situación es el hecho de que no puedo tener un perro. En Europa no pienso quedarme, me siento agobiado, con gente por todos lados, todos ocupados con sus teléfonos en lugar de con su vida. En Argentina no me veo, por lo menos por ahora. Pero de uno a otro lugar viajo, y llevar un perro intercontinentalmente es una pesadilla. Ni siquiera podría irme a algún lado en moto por unos días. No tengo un solo amigo con el que pueda contar incondicionalmente para cuidar de mi perro si lo tuviera. Eso es el resultado de una persona que no tiene hogar. El hogar no es una casa, un lugar físico: es donde a uno lo extrañan, donde están los afectos, que si bien siguen con su vida y sus cosas y mirándose el ombligo, lo tienen a uno allá en algún lugar del pensamiento y de vez en cuando charlan con otro de "qué estará haciendo..." o "viste que fue a tal lado" o "se viene el cumpleaños de...". Esa gente existe en mi vida, están, pero desparramadas en dos universos tan diferentes que me agota pensar en compararlos.
No sé, esto así no está funcionando.
Leyendo la introducción al libro "Little Kids and their Big Dogs", de Andy Seliverstoff, no puedo evitar envidiarlo. Por más que nadie es realmente merecedor de envidia (uno no ve los sacrificios para llegar a donde están), el hecho es que el tipo por lo menos encontró su propósito, lo que disfruta y lo que lo mueve. Yo, mientras tanto, acá estoy, sentado escribiendo y maullando como un imbécil.

jueves, 7 de septiembre de 2017

querido Papá Noél

Quisiera un autito de carreras, una pelota de fútbol y una pelopincho.
Ya que estamos, también quisiera una novia linda, inteligente, decente y que me trate bien; que no crea que estar tensa le da piedra libre para contestar para el orto, basurearme o despreciarme. Que le sea posible confiar en otro ser humano y no solamente en perros y caballos. Que sea capaz de distinguir lo que es irrelevante de lo que no a la hora de juzgar y condenar a los demás. Que cuando se mande cagadas no se encierre en su metro cuadrado, lo fortifique hasta las pelotas y salga recién cuando se le acaba el oxígeno. Que construya puentes, no muros. Que no se preocupe tanto en asegurarse su supervivencia en caso de que nos separemos, sino que se preocupe más en cómo permanecer juntos.
No tiene que ser la más linda, tipo mamá de publicidad de pañales. Ni la más inteligente; con que pueda masticar chicle y caminar al mismo tiempo ya tenemos esperanzas.
También quisiera una dirección. No la de Kate Beckinsale, o de Batman. No esa clase de dirección. Quisiera una dirección para mi vida, un sentido. No tiene que ser algo que redefina nuestra visión cosmológica de las cosas, que nos permita manipular partículas elementales, o cosas así. Simplemente algo en lo que pueda aplicar y dedicar mi vida. Algo que me permita dejar un legado útil.
Estaba sentado en un bar atendido por una señora luminosa, tomando mi capuchino y un cornetto con chocolate. El mejor capuchino que recuerdo. Esta señora, después de un rato, se reveló como italiana. Su sonrisa vertía luz en el ambiente como uno de esos frasquitos con aceite con esencia de vainilla o lavanda, de esos que tienen los palitos que sobresalen. Miraba a los ojos cuando hablaba con alguien, escuchaba con atención, preguntaba con una sonrisa. En eso entró un alemán a decirle que estaba haciendo un documental de la inmigración en el país y quería saber por qué se sentía a gusto en Alemania. Como todos sabemos (excepto los alemanes), uno está acá por dinero. Cuando ese es el motivo, unos y otros lo mencionan a regañadientes. Al visitante, da vergüenza; al local, molesta. En el caso de los alemanes, por doble motivo: porque argumentan que les quitan puestos de trabajo a otros alemanes, pero más que nada porque no hay otra razón para un ser humano para venir a esta picadora de almas. Nadie está acá porque se siente a gusto con ellos, comprendido, aceptado o cómodo. La calidez no saben ni cómo se deletrea. La empatía viene de la culpa, aunque me pregunto si no viene en realidad de decir que se sienten culpables, más que del sentirse realmente.
En esta realidad, los alemanes salen a la calle a interceptar cualquier inmigrante establecido con éxito (el dueño de un bar, un padre de familia, un taxista) y le piden que exprima su cerebro y, salvo por la seguridad económica, diga qué mierda es lo que lo mantiene acá. Ahí es cuando uno menciona cosas como la seguridad, la infraestructura, la variedad de oportunidades. Y sí, no son irrelevantes, pero todos sabemos que si uno tiene para comer, se aguanta muchas cosas con tal de estar en su casa, con los suyos. Porque "los suyos" son lo más valioso que uno tiene en la vida, y lo único que en definitiva importa. Muy a pesar de los presupuestos publicitarios usados para asociar celulares, autos o cosméticos con satisfacción y felicidad. A Thatcher se la comieron los gusanos igual que a Aurora, mi vecina del 6to piso de 94 años, cuando nos dejó. Se fue y se llevó sus historias como maestra de primaria, sus tostadas, sus cuidados cuando mi mamá tenía que salir y no nos podía dejar solos. Cómo la extraño.
El tema, entonces, es que uno tiene que rasquetear el fondo de la cacerola para encontrar algo que decir cuando le preguntan qué mierda hace acá, si no es la seguridad económica.
Dirección, decía. Qué hago con mi vida. Tengo ahorros. Tengo salud. Tengo familia. Tengo títulos. Tengo idiomas. No tengo hogar Hogar. Mi novia, tengo que aceptarlo, es un tiro al aire; veo un futuro con ella, pero el presente es convulsionado y tormentoso. Ambos traemos una historia a la relación y tenemos mucho trabajo por delante para resolver esas incompatibilidades. Y ni siquiera sé cómo resolverlas. Mi trabajo como guía de tours en moto es exigente en formas que no había previsto, y con mi falta de energía se me hace muy cuesta arriba dedicarle ganas y esfuerzo al tema. Y tiempo. Familia propia, formada por mí, no tengo, y la que tengo está lejos.
Las circunstancias no son malas, lo admito, pero no significa que yo sepa qué hacer con ellas. Estoy rasqueteando el fondo de la cacerola para ver si encuentro qué es lo que me mueve.
Es hora de tomar una dirección, un camino, y seguirlo. Y qué pocas ganas que tengo de hacerlo. Así que Papá Noél, si no te molesta, ponete las pilas y ayudame.

jueves, 10 de agosto de 2017

muerte

En marzo, cuando el colectivo ese se pasó el semáforo en rojo y se me vino encima, la vi de cerca. El susto me hizo gritar, como cuando a uno le dan uno de esos sustos para sacarle el hipo.
Una vez, en el 2006, en la calle me apuntaron con un arma, y no en chiste. El tipo era un desequilibrado que se bajó del auto a matonearme porque cometí la insolencia de cruzar por la senda esquina y hacer uso de la prioridad que tiene el peatón. Por supuesto que tuve miedo.
Un par de veces, andando en moto, me pasé de frenada en una curva y terminé al borde de un precipicio, con las piernas temblando tanto que no podía bajarme y sostenerme.


Pero el domingo 30 de julio último Novia tuvo un ataque de estrés y después de muchas discusiones se acostó en la cama, conmigo al lado observándola. En un momento me miró a los ojos y vi la muerte. A 10 cm de distancia o menos. Esos ojos azules que pueden hacer perder la cabeza a un hombre, pueden también infundir terror. No de miedo a morir, sino de ver a la muerte misma a los ojos. De temer por la vida de alguien a quien queremos. Sabía lo que estaba pensando, pero mi... ¿cabeza?... me decía que estaba equivocado, que no podía ser, que eran delirios míos mezclados con dramatismo.
Cuando habló, lo hizo con voz fría y afilada. Me pidió que la mate. Que la estrangule. Y que cuidara de su perro. Me lo dijo con alivio, sin miedo, sin dudas, sin recriminaciones. Con súplica, para que termine con su agonía.
Y no puedo decir que no comparta su deseo. Yo estuve ahí. Sé como es. Sé cómo se siente. Sé que es negocio. Porque la muerte no es lo peor que nos puede pasar; morir por dentro y seguir respirando sí que lo es.
Todavía siento escalofríos.

sábado, 29 de julio de 2017

el precio de la decencia

Algo en mí es diferente. Claro, eso "sabemos" todos de nosotros mismos. Todos creemos y queremos ser especiales, pero de lo que hablo es de lo siguiente: soy decente. De esa decencia de la que hablaba Morgan Freeman en "La Hoguera de las Vanidades" cuando decía: "Let me tell you what justice is. Justice is the law, and the law is man's feeble attempt to set down the principles of decency. Decency! And decency is not a deal. It isn't an angle, or a contract, or a hustle! Decency... decency is what your grandmother taught you. It's in your bones! Now you go home. Go home and be decent people. Be decent."
Creo que el tipo la pegó en el clavo. En mi caso, no soy perfectamente decente, pero lo intento. A veces me quedo corto y hago cosas ruines, deshonestas o malintencionadas, a veces también me paso. Lo primero es humano, y aunque lo segundo también, las diferencias de las consecuencias son fundamentales cuando uno se pasa de estricto y exagera: en la mayoría de los casos me dificultan la existencia, y en algunos hasta me arruinan la vida.
Ejemplo: en los 43 años que llevo en este planeta, más de una vez alguna chica me invitó a pasar a su casa después de apenas un café o una cena, y sistemáticamente me negué. Me enseñaron que si quiero masturbarme use la manito y no a otro ser humano. Una mujer (o un hombre, para el caso, pero me voy a concentrar en mi tema) es más que agujeritos y tetas; tiene historia, deseos, ilusiones, pasiones, necesidades, alma. Eso de "dos adultos consintiendo" nunca me convenció. Uno puede consentir y tener sexo con alguien por un millón de razones, y en mi experiencia el tener sexo es la menos común, sobre todo en el caso de las mujeres. Soledad, cercanía, soledad, consuelo, soledad, desesperación, soledad, embriaguez, soledad, desilusión, soledad.
Volviendo a lo que dijo Morgan Freeman, lo que mi abuela me enseñó fue absolutamente fuera de proporción y no se ajustaba a la realidad. El mundo era blanco o negro, y en general negro. Me enseñó que los errores son imperdonables, que si hacía algo tan raro como equivocarme mientras intentaba aprender, iba a perder los beneficios de su amor. No solamente de su amor: iba a ser inamable. "Vas a ser como tu padre", "te vamos a dar en adopción", "te vamos a mandar a un internado"... son algunas de las joyitas que forman el cimiento sobre el que se construyó mi autoestima.
Cuando uno se cría así, no solamente se trauma horriblemente, sino que forma filas con semejante pensamiento y lo aplica a los demás. Hete aquí el segundo problema: le tengo miedo a todo lo que esté afuera de esa zona de confort, una zona del tamaño de una estampilla. No miedo, terror. Mi definición de decencia, entonces, es la que puede alcanzar uno de esos mutantes de los X-Men que desde que nacieron lo tienen en una pecera y lo alimentan pasándole la comida por abajo de la puerta. Jamás han sido expuestos al mundo y, sí, no la han cagado, pero no han acertado. No han vivido en la realidad. En mi cabecita, la decencia y la pureza (en el sentido de intocado) se solapan, y cada día aprendo que en la vida real esto no es así. Como dice Fabio Volo tantas veces en Il giorno in più: la vida no es lo que nos sucede, sino lo que hacemos con lo que nos sucede. La diferencia no es sutil o de semántica: es fundamental y trascendente, porque distingue los cascotazos que nos tira la vida, de lo que hace nuestra naturaleza con ello. Nadie nace con un manual de instrucciones bajo el brazo, ni siquiera la barrita de pan. Ni un folleto explicativo, ni una etiqueta para lavar con agua fría y no planchar, ni mucho menos con un vale para la próxima vuelta. Todos nos la tenemos que ver con el mundo como está y con lo que nos armaron nuestros padres y nuestras experiencias, y uno va haciendo camino al andar. A veces nos va bien y tenemos suerte. A veces la vida es una lechuza y nosotros el ratoncito: nos traga enteros y después escupe los huesos. Pero en todo caso el planeta sigue girando, y con suerte alguno se para a darnos un abrazo. En definitiva, pocos grados de blanco o de negro existen, y casi todos somos grados de gris. El maniobrar con eso es el arte de vivir en paz con uno mismo y con los demás.
En mi caso, a pesar de exagerar con algunos temas, me gusta mucho ser decente. Veo cómo otras personas tratan a los demás y me alegro de ser de los que salen perdiendo, si por "perdiendo" se entiende ceder, dejar pasar "oportunidades" como las de tener sexo con chicas que en realidad piden amor a gritos, o aunque sea un hombro en el que apoyarse por 5 minutos. En esas contadas ocasiones en que cedí al instinto pensado que era obcecado y necio y debía probar porque todos lo hacían y me estaba perdiendo de algo, la realidad es que solamente obtuve unos minutos de satisfacción inmediata a fuerza de cerrar los ojos a mis verdaderas necesidades y a las de la otra persona. Y eso me cuesta perdonármelo, aunque ellas lo hayan hecho. La realidad es que el único motivo por el que cedí es porque estaba buscando la conexión que no podía lograr y creí que ese podía ser un camino. No lo es. Nunca lo es.
El precio de ser decente, hoy en día, es que uno se la pasa bastante solo y hay pocas oportunidades de encontrar un alma en resonancia con la que aunque sea putear un poco juntos. Los indecentes sencillamente cogen más y por ende se reproducen más. Evolutivamente, la decencia es una desventaja. Moriré más satisfecho, pero sin descendencia. Ese es el precio a pagar por ser decente. Y me da tristeza, no lo puedo evitar. Será arrogante de mi parte. Pues bien, soy decente y arrogante.

domingo, 25 de junio de 2017

un abrazo

Cuando la conocí pensé que sería arrogante; después de todo, es actriz y de una belleza extraordinaria. Llegué a su departamento (que anunció para alquilar) y entonces empezó a explicarme algo de los roperos, y de cómo iba a tener tanto lugar para guardar lo que quisiera. Y me mostró el resto, y nos sentamos a tomar un té. Se sentó cerca, demasiado para mi timidez. Será cultural, pero era demasiado cerca. Y nos sonreímos y nos entendimos. Nos conectamos.
Con los encuentros esa distancia se achicó más, aunque estuviéramos cada uno en otro país. Simplemente no teníamos suficiente el uno del otro. Así que por algún motivo que no puedo explicar (todo es tan confuso ahora cuando miro atrás) simplemente nos abrazamos. Y el mundanal ruido se apagó. Y las preocupaciones. Y las dudas. Y las preguntas. Hasta las respuestas se apagaron. Todo fue paz, y se hizo adicción. ¿Quién puede resistirse al abrazo de un ángel? Algunos, as it turns out, pero yo no.
No sé si tengo la fuerza para atravesar las piedras en el camino. No sé si deba. No sé si sería una locura intentarlo, pero sé que no puedo dejarla así como está sin dejar mi impronta en su vida, sin mostrarle que habemos también algunos de los buenos y que el pasado no necesariamente nos permite determinar el futuro o siquiera estimarlo. El poder del cambio está en nosotros.
Siempre pensé que somos lo que hacemos, y es cierto en gran medida, pero lo que hacemos depende de las circunstancias y de las posibilidades que se nos ofrecen, que en algunos casos se reducen a mal o peor. Hace poco leí algo así como "no juzgues mis decisiones si no conociste cuáles eran mis opciones". Me cambió la vida.
Y la vida me tiene que cambiar, porque cuando era chico crecí con una abuela ponzoñosa que me inculcó intolerancia, prejuicios y sobre todo miedos que hoy (y desde hace muchos años) me están arruinando la vida, torturándome con planteos estúpidos e inútiles, viendo peligros donde no los hay, inventando historias, y encima de todo menospreciándome a mí mismo, dudando de mi valor en la vida de otra persona y limitándome. Tengo un dolor penetrante en el pecho, se siente como una mano que me oprime el corazón y los pulmones, y no me deja sentirme ni libre ni feliz, y todo por miedo.
Mi visión romántica de las cosas está muy bien y me encanta, la cultivo y la atesoro. Pero a veces se me va la mano idealizando y santificando cosas que no son tan sagradas como me inculcaron, sino que dependen de la situación y el valor que uno haya depositado en ellas. De hecho, a veces las personas tienen todas las buenas intenciones y las cosas les salen como la mierda. Otras veces intentamos que salgan bien apostando por ellas, y salen para la mierda. Esto no quita ni valor ni mérito al intento, y tampoco dicen nada malo del que lo intentó. Esto lo tengo que incorporar a mi vida y tirar a la mierda donde pertenecen todas esas cosas que hacen que condene a alguien por intentar buscar la felicidad allí donde creyó que la encontraría. En la vida real las cosas no son blancas o negras, santas o putas. Como en la medicina, la ignorancia no es la excepción, es la regla, y los grises somos todos. Cualquiera toma buenas decisiones con el diario del lunes, como dice mi mamá. Hay situaciones, la mayoría, de hecho, en donde uno no sabe ni dónde está parado y quiere un resultado y hace lo que le parece que lo va a llevar en esa dirección. Inevitablemente uno erra, en cuyo caso lo mejor que se puede hacer es aprender para la próxima. Más de eso no hay, y me hubiera gustado mucho, pero mucho, haberlo aprendido antes. Me gustaría en este momento tenerlo tan impreso indeleblemente en mi cabeza que cuando juzgo a los demás no me de miedo compartir sus vidas.
Supongo que yo también hago lo que puedo.
Sí, ya sé, empecé hablando de un abrazo, algo así como la continuación de lo que escribí sobre un beso, pero tantas cosas pasaron, mucho más importantes... Viejos monstruos al acecho despertaron y me están torturando, y no quiero morir sin haberme deshecho de ellos. Me lo debo.
Pero por si no quedó claro, cuando ella me abraza se apaga el mundo y se enciende la luz en mi interior.

jueves, 25 de mayo de 2017

un beso

Saber qué y quién es uno parece ser una de esas cosas tan pero tan difíciles, que se torna filosófico discutir por qué no se puede lograr.
Cuando era un adolescente, o a lo mejor incluso antes, llegué a la conclusión de que los demás valen, y que no puedo usarlos arbitrariamente por más que en algunas ocasiones den su consentimiento, más basado en ignorancia mezclada con necesidad de aceptación, cariño o amor, que en una decisión informada. Y acá estoy, muchos años después, rehusándome a puentear el vacío entre una relación y la siguiente con sexo. Y aparentemente, esto me convierte en un marciano.
Conocí una chica muy linda, actriz ella, en una circunstancia algo formal, pero que después de un par de encuentros ella agradeció una ayuda mía invitándome al teatro. Esto derivó en ambos abriéndonos más y más el uno al otro, hasta que después de algunas salidas más le di un beso cuando nos despedíamos. Un beso hermoso, muy suave, chiquito, de algunos segundos, sin lengua, sólo en los labios. Perfecto.
O no.
Como dije, la señorita en cuestión es actriz, y aparentemente lengua o no lengua es justamente lo que en su profesión distingue un beso personal de uno profesional. Y yo con mis sentimientos... Ya lo sé, soy un ridículo.
Desde hace años lucho por salir de las ataduras de una educación rígida e intolerante, a veces con éxito, más veces fallando asquerosamente mientras mis miedos sabotean mi existencia sin piedad. A veces siento que evolucionar duele más que ser despellejado vivo, pero sigo insistiendo. No por cabeza dura o estupidez sino porque me parece que no tengo opción.

domingo, 23 de abril de 2017

politraumatismo II

Por más que la tomografía no muestre nada raro, mi cabeza no está bien, eso no es nada nuevo. Pero en estos días la verdad que mi corazón tampoco. Al margen de mi queja general hacia la vida por no darme una compañera, en los últimos días se confabularon algunas cosas para que el panorama esté particularmente sombrío.
Hace poco comentaba sobre la palabra chongo y sobre quien me la presentó. Ayer intercambié una serie de mensajes en el teléfono con ella en los que intenté transmitirle que no me interesan los €20 que me debe del viaje a Croacia, sino encontrarme con ella para charlar. No good. Parece que esa característica tan propia de las mujeres argentinas de hacerse las difíciles está bien desarrollada en esta chica, y yo me siento demasiado viejo para estas gansadas. Por un lado sé que soy una buena persona, con cerebro, y ella es la que dijo que necesita tener conversaciones profundas y no encuentra con quién. Acá podría intercalar ahora-sé-por-qué pero la verdad es que yo también quiero eso, y si bien lo tengo en un par de amigos, una mujer es otra cosa. Así que yo me jodo. Ella puede ser que también, pero yo me jodo.
En la otra esquina, un amigo recientemente adquirido y que hace las veces de socio en mi nuevo emprendimiento de organizar tours en moto, se empacó. Quiero decir que se ofendió por un reclamo mío de algo que él hizo mal y no quiere admitirlo, así que ahora está haciendo una serie de chiquilinadas que ni siquiera puedo pretender estar sorprendido, porque era previsible. Tiene ese carácter y punto. Así es, y esto estaba destinado a pasar, y yo lo sabía todo el tiempo. Ni siquiera era un tema de probabilidades; como en la moto, que la pregunta no es si te vas a caer, sino cuándo.
Y en la última esquina libre de este cuadrilátero está mi mejor amigo acá en Múnich tratando de sacarse un quiste en forma de una tarambana y desagradecida que tiene por novia, que no sabe, y se resiste a apreciar, el tesoro que tiene en las manos. Así que esta semana cuando necesitaba mucho hablar con él, no lo tuve porque estaba embobado ocupado con ella. Si él hubiera estado feliz con alguien que lo quiere y lo aprecia como se merece, y lo cuida en consecuencia, me la como; pero quedarme sin mi mejor amigo porque la está pasando mal me saca de quicio. Sin mencionar que realmente lo necesitaba. Necesitaba más que nada alguien que, sabiendo casi todo de mí, me ayudara a analizar lo que me estaba pasando y me criticara y me hiciera ver dónde la estaba pifiando o pegando. Dónde plantarme y dónde ceder.
Como ya no hay esquinas libres, por ahí en el medio hay una polaca con la que salí antes de conocer a ex-novia y que me gusta bastante, pero simplemente no me llama. Me siento un idiota con mis mensajes e intentos de contacto y no quiero fastidiarla; pero un idiota solo y con ganas de que alguien me aprecie.
Por ahí también está mi amigote mejicano que vive en Stuttgart y cuya esposa es neurótica, paranoica y emocional, y nos está costando la amistad. Estoy siendo optimista, porque hace meses que no hablamos y me pone muy triste. Quiero mucho a este tipo y aprecio muchísimo sus opiniones y sus logros y sus puntos de vista, y lo extraño. Hace más de un año que tuvo una hija, lo cual lo mantiene más ocupado de lo que ya estaba, y a pesar de que hablamos de este tema y me dijo que lo comprende, la realidad es que no la conozco porque no he logrado convencer a mi culo de moverse e ir a la casa a verla. Es patético de mi parte, lo sé, y asumo mi parte de la culpa; pero el hecho sigue siendo que nos estamos separando, y él es parte de un muy pequeño grupo de personas que enriquecen mi vida sin peros.
Así que acá estoy, en mi esquina del cuadrilátero pensando que mi red social tiene muchos agujeros y no sé qué hacer. Quiero corregir lo que sea que esté haciendo mal pero no puedo identificar mis errores, aunque es cierto que a veces las cosas simplemente se descalabran y lo único que uno puede hacer es joderse, aprender y empezar de nuevo.

viernes, 21 de abril de 2017

politraumatismo


En los casi 14 años que llevo en Alemania nunca vi un vehículo motorizado pasar un semáforo en rojo. No me refiero a pegar la aceleradita cuando cambia de verde a amarillo, ni a bicicletas o peatones cruzando en babia mientras miran su balance de me gusta/no me gusta en feisbuc. Me refiero a ignorar olímpicamente un semáforo en un vehículo autopropulsado.
El 13 de marzo salgo de la cochera con la moto y hago los 300 metros hasta la calle principal. Ahí termina mi calle y se topa con una bastante transitada y con dos carriles en cada dirección, así que hay un semáforo. Estaba en rojo, así que esperé, primero en la línea. Cuando se puso en verde, arranqué despacito porque doblaba a la izquierda. Pero algo no estaba bien: en el rabillo del ojo vi un colectivo que no frenó y se me vino encima. En cosa de medio segundo tuve que decidir si seguía o frenaba. Si fui yo el que, por distracción o lo que sea, arrancó con el semáforo en rojo, el que viniera por la izquierda del colectivo no me hubiera visto, y por la derecha venían dos carriles más. Si el colectivo se mandó la cagada, ya estaba frenando. Así que me detuve y esperé, rogando que el impacto fuera lo más suave posible.
Me dio de lleno del lado izquierdo. Después de volar unos 5 metros a mi derecha junto con mi moto de 300 kg, aterrizamos sobre el lado derecho. Por haber ya estado en una caída hace algunos años levanté las piernas para que no quedaran abajo de la moto, y funcionó.
Resultado: moto destruida. La valija y el espejo izquierdos pulverizados, pero me salvaron la pierna de ese lado. El lado derecho estaba un poco "mejor", pero destruido. El frente del colectivo destruido, con el frontal roto y el parabrisas con una impresión de mi hombro y cabeza/casco. ¿Yo? Relativamente nada. No tengo un hueso roto pero muchos dolores, básicamente el hombro izquierdo, el pie y tobillo derechos, y algo menos en ambas cabezas de fémur, mano izquierda, rodillas, hombro derecho. Las radiografías no muestran nada roto y la tomografía dice que mi cerebro está en orden, palabras de la operadora de la máquina, no mías...
La policía determinó que hacía como mínimo 6 segundos que el semáforo estaba en rojo y no saben qué mierda le pasó al conductor para ignorarlo así. Tres pasajeros testificaron que estaba en rojo para el colectivo, y dos conductores que esperaban conmigo en el semáforo testificaron que estaba en verde para mí. Ese tipo no va a manejar nunca más en su vida profesionalmente en Alemania, y además de lo normal de pasarse un semáforo en rojo tiene un sumario por lesiones culposas.
Además de los cuidados médicos que he estado recibiendo, por consejo de mi médico de cabecera consulté con un terapeuta para ver cómo va el tema del trastorno de estrés postraumático. En principio, de los 3 criterios que deben cumplirse, muestro dos. Pero el tipo me aclaró que esto puede demorarse unos cuantos meses en aparecer. Gracias.
Martes último a la noche me acosté a dormir. En algún momento empecé a soñar con el puto colectivo que se me venía encima, y así nomás me tiré de la cama y salí corriendo, arrastrando la frazada, tropezándome con un sillón que tengo en la habitación, y reventándome la mano de una forma que no puedo aclarar porque estaba completamente obscuro y yo dormido, así que ni idea. Lo que sí sé es que mi pantorrilla izquierda tiene una abrasión de 20 cm y un moretón muy doloroso, y mi mano derecha no sirve para nada. No parece que me haya quebrado algo, pero no puedo abrirla ni cerrarla, no mucho menos hacer fuerza. Ayer después de dos días pude escribir algo, siempre y cuando la lapicera cooperara, nada de apoyar fuerte. Sin embargo, después de tres días ya puedo tocar pulgar con meñique, pero con un dolor que te corta la respiración.
Como mi médico está de vacaciones, recién el lunes puedo ir a verlo y que me la revise.
La puta que lo parió al mogólico que manejaba ese colectivo.

miércoles, 19 de abril de 2017

chongo

No hay límites para aprender. La vida no extiende diplomas donde certifica que uno ya sabe lo suficiente y puede relajarse. Pero cuando uno está en el vértice de la parábola tiende a ver la diferencia entre algo que ya conoce y que simplemente tiene nombre nuevo, y lo que no conoce.
Chongo: aquella persona con la que se entabla una pseudo relación donde sólo hay atracción y otros factores, pero carencia de compromiso o de las responsabilidades de un noviazgo. Tal como sucede con el one-night-stand, el touch and go o el engaña pichanga, pero algo menos efímero. A un chongo no se le presenta ni a los hijos ni a los padres, ni a familiar alguno. Tampoco interesa saber nada de su familia. Se ven si ambos están disponibles; si no, todo bien. Los gastos son a medias. También permanece intacta la libertad de encontrar a otra persona y terminar la relación como chongos, o incluso continuarla simultáneamente.
El fin de semana estuve en Croacia con un grupo de 8 argentos y un alemán que conocí hace poco y me integraron a sus planes. La pasé bárbaro, sobre todo por el tema del idioma. Además fui en la moto (ellos fueron en dos autos) y este fue el primer viaje de la temporada, y estrené escape nuevo.
En el grupo había una fémina que me había movido el piso en su momento, más por carencias mías que por méritos de ella, pero como sea, me lo movió. Como hacen las hienas pero con diferentes técnicas, separé a la presa de la manada y le dediqué un poco de atención para que se abriera. Lamentablemente, lo que vino no era lo que esperaba, aunque sí lo que temía: una diatriba académica de sus "chongos" y los beneficios del tema, a lo cual yo escuché respetuosa y ceremoniosamente, dí las buenas noches y me fui a dormir. No me molesté siquiera en aclarar que mi desconocimiento de la palabra no implicaba desconocimiento del concepto, ni su conocimiento de la palabra implicaba conocimiento del concepto. O sea, para mí era el mismo perro con diferente collar, mientras que ella no tienen idea de lo que está haciendo con su culo; ni mucho menos lo que otros están haciendo con dicho culo.
Después del impacto inicial y "gracias" a mis experiencias previas, sumado a una buena dosis de terapia, decidí jugar con la presa. Como había otras féminas, las usé para distraer mi atención y sacarle la sensación de que ella era el centro de mi atención. No fue para generar celos, sino para evitar exceso de confianza, a la que tiene cierta tendencia. Y no solamente logré que no sepa que la estaba manipulando asquerosamente, sino que logré que crea que ella me estaba manipulando a mí. Hacía rato que no tenía oportunidad de hacer este tipo de tejes y manejes y la verdad que lo disfruté muchísimo, y me importa un bledo ser tildado de infantil.
No tengo idea de cómo va a seguir la historieta, pero conservar el high ground siempre es un buen resultado. Sin embargo...
¿Tengo razón? Digo, a lo mejor es más sano, más constructivo, y sin dudas más pragmático atender las necesidades físicas y emocionales entre dos personas adultas que consienten lo mismo, mientras uno y otro sigue a la búsqueda de la felicidad. Se cubren de la soledad, por lo menos en un plano superficial, mientras en lo profundo y en forma consciente siguen aspirando a algo más trascendente.
En lo personal, no me sale. Puedo, por calentura, soledad u otros factores, confundirme y hasta engañarme y terminar en la cama con alguien que no es la indicada para mí, pero tan pronto como me doy cuenta ya no puedo seguir. Incluso con el consentimiento de ella, simplemente no puedo usar a alguien para eso, ni dejarla usarme. No puedo y punto. Me sobran los dedos de una mano para contar las personas a las que permito tocarme, abrazarme o acariciarme, y me gusta eso de mí. Cuando toco a alguien lo hago con afecto, y por definición eso es algo cuyo uso se restringe. Es un recurso limitado, por más amor que sintamos por la humanidad y todos los Gandhi, mariposas y premios Nobel de la paz que llevemos en el alma. La esfera íntima es delicada, y soy de la teoría que dar demasiado acceso a ese rincón de nuestra existencia la daña, erosionándola, generando callos y, nos guste o no admitirlo, restándole valor al hacerla tan fácilmente accesible.
Pero puedo estar equivocado, no sería la primera vez, y a lo mejor es simplemente un pedo mío y de nadie más. Pero la espina la tengo, y el miedo a ser usado también. El simple hecho de que me lo haya contado tan abiertamente implica cero arrepentimiento, y el arrepentimiento viene de reconocer un error. Y sin eso no hay cambio posible, con lo cual a mí no me sirve.
Qué lástima, porque está buenísima.

viernes, 24 de febrero de 2017

11 segundos luz

Digamos que esta mañana nació un bebé, y en dos años ya es capaz de caminar a unos 5 km/h. Y sale a dar una vuelta. Y no vuelve. Y va, y sigue, sin parar, las 24 horas del día, los 365 días del año, hasta que muere de viejo a los 76 años, que es lo que dicen las estadísticas que vive un hombre nacido en Argentina. En ese tiempo va a haber recorrido 3 240 000 km. De hecho, 3 meses antes de cumplir los 11 años va a haber pasado por la luna. De llegar a Marte ni hablar; tardaría otros 1200 años en el mejor de los casos, cuando Marte alcanza su oposición respecto al Sol.
Esto y muchas otras cosas se turnan en mi cabeza para acceder a la capacidad de cómputo de mi cerebro. No para. Todo el día estoy preguntándome cosas, algunas más relevantes, otras académicas, y buscando respuestas. Es agotador. Fascinante... pero agotador.
La nostalgia es una de las características de las personas propensas a la depresión, y en mí no falta. El comparar mi vida con la de otros, tampoco. Claro, hay otros que tienen cáncer, viven en Sierra Leona o están en guerra, pero oh sorpresa no es en esos en los que pienso. Un fotón tardaría 11 segundos en cubrir esos 3 240 000 km. En esos pienso: en los que encontraron a su otra mitad, que no tuvieron que comerse 2 horas y media en el 54 para ir del trabajo a las clases nocturnas en la facultad. Los que no viven en Alemania. Los que están cerca de su familia. Los que se van a acostar a la noche con un mínimo de sensación de haber hecho algo por el prójimo o por el mundo. Y sobre todo, pero todo todo, pienso en los que se sienten amados.

jueves, 16 de febrero de 2017

la vida en moto

No hace ni tres semanas que escribí acá la última vez. Pensé que hacía más, y ya me estaba sintiendo culpable, como que lo tenía abandonado el asunto.
Pero hubo buenos motivos. Desde que llegué a Múnich estuve enfrascado en ver si podía organizar un recorrido en moto para los clientes de una empresa que se dedicó por una década a esto, hasta que el año pasado el dueño y alma del asunto murió. Él era el que convocaba, el que ideaba y el que realizaba los recorridos, y a pesar de los precios la gente viajaba. Lo conocí hace casi dos años y cuando vio que yo andaba mucho en moto por acá y por muchas áreas donde llevaba a sus clientes, más el hecho de que yo estaba trabajando para la empresa que fabricaba las motos que él conducía, me propuso formar parte del negocio. El año pasado empezamos a elucubrar juntos un modelo que nos permitiera bajar costos y expandir el mercado, pero cuando las cosas iban encaminadas tuvo un infarto y simplemente se fue. Esto, además de dejarme laboralmente sin perspectivas, también me afectó en lo personal, porque era un tipo muy querible y con el que era un placer tratar.
Al contrario que la mujer.
Por esas vueltas de la vida la mujer recibió una empresa vacía, sin activos tangibles prácticamente (la flota había sido vendida para renovación), pero con una base de clientes interesante. Así que en enero la contacté y desde entonces estuve tratando de organizar un viaje, algo que nos permitiera ponernos a prueba como equipo de trabajo. Lo interesante de esto es que lo que uno pensaría que es estresante fue lo interesante, mientras que lo que tendría que ser sobreentendido se transformó en una ridiculez.
Para trazar un recorrido uno tiene que tener en cuenta tantas cosas: el tamaño del grupo, los que lo integran, la geografía, el clima, la disponibilidad, calidad y precio del alojamiento, las atracciones, y un largo etcétera que cuando uno lleva muchos años haciéndolo se transforman en intuitivo y ya ni las tenés presentes en forma consciente. Pero hace falta mucha experiencia, y eso es raro, caro y en general simplemente no está disponible. Hablar un par de idiomas ayuda mucho, y saber tratar con clientes ni hablar. Y contrario a lo que indica el sentido común, esta mujer no solamente no lo vio, ni siquiera cuando se lo deletreé, sino que gastó toda la energía (la suya y la mía) en intentar establecerse como la referente en la materia. También intento venderme que era el alma oculta de la fiesta cuando su pareja hacía el negocio, la que digitaba todo desde atrás de bambalinas.
La confianza implica tomar decisiones sin experiencia. Pocas veces uno conoce con precisión todas las consecuencias e implicaciones, pero uno tiene que tomarlas. Hay una porción de datos que uno tiene y el resto se asumen basado en la experiencia. Cuando uno no conoce a alguien y tiene que confiar en su criterio, corre riesgos. En mi caso y después de apenas 3 semanas me empecé a dar cuenta que no era confianza en sus capacidades lo que me harían trabajar con esta doña: sería estupidez. Llana y sencilla. No es pecado no saber, pero sí hacer como que se sabe; el efecto Danning-Kruger. Llegó un punto en que tuve que empezar a barajar la idea de que ella en su cabeza está honestamente convencida de que puede hacer esto. Pero como no le llegué a tomar bronca, espero que le caiga la ficha antes de que le cueste demasiado caro. Porque al no poder vender esos intangibles de la empresa lo antes posible, está sangrando valor como una degollada. Y no lo asume. Pero lo me encendió la luz roja en mi sistema límbico fue más que nada que la agarré mintiéndome, y no una sino en varias oportunidades, y en cosas en las que básicamente no tenía necesidad, eran fácilmente comprobables o se apoyaban en que el que las dijo (el marido) se lo dijo sólo a ella y en oposición a lo que me expresó el a mí directamente. Y en casi todos los casos eran mentiras que implicaban hablar mal de alguien.
Por mi parte, estoy planeando viajes y yendo en la dirección que me había planteado con él. Clientes potenciales tengo, gente que me conoció haciendo lo que ellos están dispuestos a contratar, y también tengo muchísimas ideas para sacar esto adelante y amigos apoyándome. Y con respaldo económico también cuento, que no es un dato menor. No es que me sobre, pero algo tengo ahorrado.
Así que acá estoy, por fin encaminado después de andar tan perdido. De veras que me perdí, en algún punto del camino me solté la mano a mí mismo y empecé a dar vueltas como un bote sin timón. Ahora lo que necesito es encontrar pareja. Me encantaría encontrar amor romántico, una linda relación con ella, donde quiera que esté.