lunes, 31 de diciembre de 2018

arreglándomelas

No quiero terminar el año sin dejar un par de cosas escritas. Sin intentar dramatizar ni exagerar, me están complicando la existencia y como no tengo ni terapeuta, ni amigos, ni casi familia, la única que me queda es escribirlo acá, y por suerte de alguna forma siento que me ayuda. Así que ahí voy.
Estoy aterrado. Trabajé muchos años, y estudié muchos años también para conseguir cada vez mejores trabajos, y gané cierto dinero que ahora intento usar para construirme una jubilación. Nunca le voy a pedir a mi país que me lleve en andas durante mi vejez porque a) no lo necesito y b) no creo merecerlo. Gracias que me pagó mis estudios en la universidad pública y gratuita y hasta una beca me dio. Creo que una vez ya lo mencioné, pero el Estado me dio una beca cuando estaba cursando el último año de la carrera y al año siguiente me la renovaron, así que los llamé para avisar que ya me había recibido y que no correspondía que me la pagaran. Honesto de mierda. Es el día de hoy que me hace sentir bien haber hecho eso y puedo mirar a la cara a cualquier evasor y putearlo sin hipocresía.
Pero la agencia recaudadora de impuestos, al margen de una presión tributaria de niveles caníbales y una distorsión sistemática de la relación entre origen y uso de los recursos, tiene algo más que me molesta: el impuesto a la riqueza, que no es otra cosa que tratar de cobrar a un residente por los bienes que posea. Mi punto es, que cuando yo gané ese dinero trabajando, ya me cobraron impuestos, e incluso en Argentina se cobra impuesto a las ganancias, aunque sea un sueldo por un trabajo en relación de dependencia. Pero estoy divagando... Decía, ese dinero que gané y del cual ya mordieron un lindo pedazo lo uso para comprar bienes y servicios sobre los que una vez más tengo que pagar impuestos, básicamente el famoso IVA. O sea, ya está. El bien llegó a mí y se acabó.
Eeeeh... no.
Ahora que lo tengo, tengo que pagar por tenerlo. No por venderlo o usufructuarlo. No, no... por tenerlo. O sea, en Argentina no se venden las cosas: se alquilan. Al estado, parece. Y si bien hay algunos matices para charlar, con detalles más o menos atenuantes o agravantes (anticipos, excepciones, amortizaciones, mínimo no imponible, etc.), el hecho es que te cobran ese impuesto.
Me jode, pero hasta acá llego con este tema. De verdad que no hay nada para hacer. Así son las cosas y si no me gusta me voy...
No encuentro novia, pero a diferencia de otros escenarios, acá me temo que no hay. Y de apoco estoy emepzando a temer que no hay acá y no hay allá. Y no sé dónde. Y mis amigos no están en esta ciudad, y mi familia no puede cubrir ese lado de mis emociones, aunque fuera una gran familia. La relación con mi mamá está decayendo porque estoy empezando a entender muchas cosas que, sumadas con mi incapacidad de revolear bajo la alfombra lo que me moleste, no ayudan a ser muy paciente, más bien lo contrario. Cuando se equivoca se emperra y uno quiere empujarla a admitir lo que está haciendo mal y las cosas se pudren; la necedad funciona así. No va. Mi hermana, con lo buena que es, de los dos es la más loca y difícil de tratar. Su incapacidad de articular sus emociones hacen que haya dos posibles escenarios: explosión atómica o llanto, y ninguna de las dos son lo que necesito. Y hay situaciones en el día a día en las que me gustaría tener a alguien a quién preguntarle qué hacer, cómo lidiar, cómo responder, cuál es el protocolo. Pero no hay y me siento verdaderamente solo, peor, de hecho, que en Alemania, donde me sentía solo por que estaba solo. Acá me siento solo a pesar de no estarlo. Es choto.
Corté, o mejor dicho, puse en suspenso la relación con mi mejor amigo en Alemania porque sentí que no se llenaban los principios sobre los que creo que se basa una amistad, en particular el que postula que un amigo tiene que apoyar a otro amigo; no digo defenderlo ciegamente, pero sí estar a su lado dentro de cierto margen. Pasó una situación entre una persona y yo, y este amigo mío me explicó que la opinión de esta otra persona y la mía eran igual de válidas para él. Lo que pasó con esa otra persona fue una situación muy intensa, muy llena de maldad y en la que sentí que me estaban torturando gratuitamente, sin beneficio para ninguna de las partes. Con mucho esfuerzo y a un precio muy alto, tanto económico como psicológico, logré no bajar al nivel del que me atacaba y mantenerme en un nivel entre neutro y constructivo. Pero mi mejor amigo me puso al nivel del que me estaba haciendo la vida muy, muy cuesta arriba. Estoy consciente de que a veces me afecta demasiado lo que dicen los demás, pero creo que todo esto cayó bien dentro de lo no aceptable, y estoy perfectamente habilitado a espetarle un buen esperaba más de vos.
Como dije la vez pasada, lo de mi madre se está complicando. La convivencia de estos meses, sumado a mi estrés por todos los trámites que tengo que hacer y las cosas que tengo que organizar, la actitud diferente con la que me vine, de mudanza en lugar de visita, más el hecho de que la doña se está haciendo vieja, no hace más que agravar las características de su personalidad y que estoy empezando a descubrir. Son cosas que antes pensaba que eran mi culpa, o circunstanciales, o excepcionales, o normales... pero no lo son, y si bien puedo "solucionar" el problema yéndome, ella es mi madre y quiero que esté bien y disfrute la vida en lugar de boicotearse de esa manera. Pero no le veo solución. Parece que cuando uno se vuelve viejo se aferra más a la idea de que no puede cambiar. Una lástima, y un insulto para los que nos esforzamos en irnos a la cama dejando al mundo mejor de lo que estaba cuando nos levantamos, o aunque sea mejor de lo que sería si no hubiéramos estado ahí.
Es un final oscuro, gris, un poco deprimente, dirán. Y a lo mejor tienen razón. Pero nadie me preguntó si yo quería pasar por todo esto; algunas cosas me las revolearon en el camino y arreglátela. Otras me las revoleé yo solito. Otras por estúpido. Como sea, estimado 2019, agarrate por que ahí vengo.

domingo, 16 de diciembre de 2018

pienso, luego exhausto

El balcón de casa siempre me gustó tanto y me pareció tan... místico, no sé, tan lindo y apacible, a pesar de estar en una esquina con un tránsito enloquecido y enloquecedor; ese balcón tan lindo ahora no lo puedo disfrutar tanto. Nada cambió físicamente; los despelotes en mi vida y la cantidad de cosas a resolver, sí.
Por amor a la objetividad, podría ponerme a pensar en esos jugadores de rugby que cayeron en los Andes en octubre del '72. Hace poco, uno de ellos comentaba en un reportaje que en semejantes circunstancias se aprende a reconocer la importancia de las pequeñas cosas en la vida y cómo se mejora la perspectiva con los años. A pesar de la cantidad de vuelos que llevo hechos nunca me caí en avión, pero ese golpe de perspectiva me pasó con la depresión. Sería (y no soy) un idiota matriculado si no me hubiera llevado aunque sea algo de sabiduría de toda la mierda por la que pasé.
Pero el hecho es que si me pongo a pensar, tanto si comparo como si no, veo que los líos que me apestan la existencia estos días no son tan graves. En definitiva, se trata de un departamento que compré sin mirar donde debía (humedades varias), la bendita DNRPA masturbándose con los trámites para patentar la moto y el auto y por lo cual están juntando polvo y óxido en una cochera, los detalles de las cabañas que quiero construir, y algunas otras cuestiones menores pero que mi cabeza no deja de rumiar al respecto.
Así que si uno se calló con el avión en los Andes o tuvo depresión, sabe ahora no solamente no hacerse problema sino hasta agradecer que eso sea lo peor que le está pasando.
Y sin embargo...
Mi mente no se caracteriza por ser de esas que pueden dejar cosas de lado y relajarse. Cualquier persona que apenas me conoce me dice "pensás demasiado" al poco tiempo de compartir un par de charlas. Lo que necesitaba. Andá a cagar. Y tenés razón.
También está lo mi autoestima. Más o menos todo lo bueno que me pasó en mi vida, todos los logros que obtuve o alcancé, cada instancia en la que los planetas se alinearon en mi favor, tuve una excusa para racionalizar el porqué no me lo merecía, sea el hito en sí, sea las felicitaciones que le siguieron. Ya fuera por suerte, porque otro hizo las cosas por mí, porque los que me felicitaban no tenían idea de lo fácil que fue la tarea en realidad, o de lo inútiles que eran mis competidores, o de la enorme ayuda que recibí de alguien, etc. Por poner un ejemplo, cuando me recibí de ingeniero había mucha más gente del lado de mi compañero de trabajo final que del mío. Obvio: a mí nadie me quiere, ¿por qué iban a venir? Otro ejemplo: la disertación de mi doctorado fue un circo en la que los que me evaluaban estaban más preocupados por exhibir su inteligencia que en hacerme a mí demostrar la mía. ¿Más ejemplos? Las fotos que saco, los viajes que organizo, los proyectos que sincronizo, los idiomas que hablo... En inglés se llama overachiever, típico de alguien que intenta compensar su imagen deficiente con logros tangibles para paliar el sufrimiento que le provoca la baja opinión que tiene de sí mismo. Y por supuesto esos logros son siempre insuficientes para compensar semejante visión, que tiene la propiedad de metastatizar hacia cada aspecto de la personalidad y el desempeño. Dicho en criollo, soy una mierda desde cualquier punto de vista y ningún logro me va a probar lo contrario. Cualquiera que opine diferente no tiene la información "objetiva" que yo tengo.
Fácil, ¿no?
En suma, como no estoy cumpliendo con un trabajo de 9 a 5 ni estoy con un proyecto que demande una gran carga horaria, mi cabeza está libre de ponerse a pensar en otras cosas, las que no se escriben en un curriculum vitae,  como el que no puedo deshacer mi equipaje, que al margen de mi magra familia estoy completamente solo (todos mis amigos se fueron de mi ciudad) y que el tema pareja tiene toda la pinta de no resolverse jamás. Sobre este último punto quisiera no explayarme ni detenerme, pero hasta ahora puedo con todo derecho pensar que a mí no me toco. Ya sea por los pedos que tengo, que me hacen tenerle miedo a ciertos comportamientos que otros o pasan por alto o toleran, ya sea porque realmente no se fabricó mi media naranja, o ya sea porque... pfff... qué sé yo. Y al haberme mudado de esa inmunda Múnich a mi hermosa Mar del Plata no solamente no sé debajo de qué piedra buscar, sino que me está empezando a agarrar el miedo a que lo que encuentre sea muy pedorro. Los indicios están ahí.
Me levanta el espíritu saber que el amor es el amor, y por más que los números y las condiciones no se den, uno nunca sabe y en el momento menos pensado puede caer srta correcta y volarme los patos. Bienvenida.

domingo, 9 de diciembre de 2018

remándola... a pie

Depresión. La estoy peleando.
Haber venido a casa tiene muchas ventajas, pero también, aunque todo fuera rosa (no lo es), el simple hecho de cambiarme de ambiente supone un esfuerzo mental en las cosas más cotidianas, esfuerzo que no está pasando desapercibido por mi peor amiga.
No tengo amigos. Ninguno. Tengo a mi familia, que es muy reducida, y prácticamente la totalidad de los seres humanos que conformaban mi círculo social se fueron o se perdieron en el tiempo. Hay una chica con la que cursé un par de materias en la universidad y con la que nos dimos un par de besos; salimos un par de veces a pasear a Perro pero muy rápido me encontré no sólo con las limitaciones que en su momento hicieron que la relación de mi lado no prosperara, sino con las limitaciones de una mujer en un ambiente como el que se vive en Argentina, con una visión más sesgada de la realidad, donde uno no puede detenerse a evaluar el origen de un huevo para decidir si lo compra o no, porque tiene que evaluar cómo mierda llega a fin de mes y comer tres veces por día. Simplemente, las cuestiones que ocupaban mi mente hasta hace tres meses acá no juegan ningún rol. La gente tiene que ocuparse de cosas más básicas y ponerme a hablar con alguien de mis preocupaciones es como hablarles en alemán. La depresión, el medio ambiente, la educación de Perro, las leyes... todo se ve desde una óptica más desesperada. La gente no tiene interés o tiempo de informarse de esas cosas, y no sabría qué hacer con esa información.
Por otro lado, y esto sí que es nuevo, estoy descubriendo que mi mamá es una fuente de estrés y mal ejemplo que nunca había notado. Es sabido que cuando uno hace psicoterapia de cualquier tipo (conductiva, analítica, chocolate amargo o frutilla) la mayor parte de la mierda que descubre se puede desandar el camino hasta llegar a la infancia, y muchas veces como principal protagonista la madre. Incluso los padres perfectos le arruinan algo a sus hijos, mucho más lo hacen los padres reales y en condiciones reales. En mi caso estoy descubriendo cosas bastante feas. Reconozco que ex-novia no me dejó en el mejor de los estados; estoy sensible, harto de discusiones y posturas inflexibles o de víctima, paranoia y otras cosas más. La extensión del daño al que estoy siendo sometido día a día ya raya la tortura, y en mi estado tengo poco con qué procesarla, hacerle frente o sencilla y sumariamente irme a la mierda. Es una situación difícil.
Malas respuestas, apuros, intimación, acoso, disconformidad, quejas constantes por los motivos más irrelevantes, una visión distorsionada y desagradecida y a partir de la cual juzga lapidariamente a los demás... Una parte muy mala de esto es que reconozco muchas de esas conductas: yo también las hago, y ni siquiera puedo argumentar que en menor medida. Y es tentador echarle la culpa a ella porque de algún lado las saqué, a lo cual se le sumó los alemanes con su modelo de rigidez y por supuesto mi propia naturaleza, forjada por algunas experiencias que no veo qué mierda de bueno podría aprender de ellas. Pero, de toda esta mierda, al margen de que no estoy bien por la depre, también se le suma el descubrir que mi estimada madre muchas veces es un sorete cómo se conduce con los demás.
En lo social, entonces, a mi mamá le va muy mal y a mí no me va mucho mejor. Pero como decía, por más que suene a tentador, a fruta que cuelga bajo, me temo que no deja de ser cierto. Las aprendí de ella en gran medida. Las incorporé como si fueran una forma de ir por la vida. Y no dan muy buen resultado. De hecho, dan un resultado de mierda.
Esto de no tener amigos con quién charlar, el cambio de ambiente a un lugar en el que nunca me fue fácil (aunque nunca me fue fácil en ningún lado, hay que decirlo) y la introspección en la que me estoy metiendo, hacen que me de cuenta que necesito un guía, alguien que me diga qué hacer o pensar, me reeduque para saber cómo actuar mejor, más sereno, más productivo. Y no se me ocurre nadie. Estoy perdido, no sé ni dónde es arriba. Me siento mal conmigo mismo y me da pena ver lo que veo en el espejo. Es horrible pensar que esto pueda seguir así.
Como una forma de salir de lo que sea que estoy, trato de desafiar mis posturas más básicas y así ver si algo bueno sale. Empezando por asumir la culpa de todo, aunque ni remotamente lo sea, para examinar las situaciones que vivo de manera que no se me escape si pude haber hecho esto o aquello un poco mejor. Echarle la culpa al otro siempre nos corta la posibilidad de mejorar; nos exime de responsabilidad e introspección, y por eso ni hablar de cambiar algo. Ejemplos sobran.
Para condimentar todo esto, la estimada Dirección Nacional del Registro de la Propiedad Automotor está formada por un ejército de imbéciles atrincherados, lelos, ineficientes, ignorantes, desidiosos e irrespetuosos del tiempo ajeno, desagradecidos de tener un trabajo al que deberían honrar y velar por su profesionalización. Esto viene a colación porque todavía, después de 10 días y una pila de fotocopias como para hacerle de contrapeso a la guía de teléfonos de Nueva York (sí, sí... fotocopias, de esas que se hacen con una fotocopiadora, de las que todavía existen en el 2018 como testimonio de la calidad con la que los japoneses fabrican las cosas), todavía no se dignaron a darme las patentes del auto y de la moto y dejar de masturbarse con sus sellitos, sus formularios 01, 03, ceta, constancias, cédula azul, cédula verde, informes, verificaciones, certificados, declaraciones juradas, denuncias, transferencias y los mocos rayados que sea que los estimula sexualmente cuando se meten en la ducha y se toquetean.
NECESITO andar en moto.
Me voy a pasear a Perro.

lunes, 26 de noviembre de 2018

mi amigo Tobías

Siempre quise un perro. ¿Quién no? Cualquier chico y la mayoría de los adultos nos enternecemos con un cachorro. Pero vivíamos en departamento así que me tuve que conformar con un hámster, que por supuesto se escapó a los pocos meses para ser encontrado flotando en la rejilla del lavadero, probablemente ahogado después de agotarse tratando de salir.
Era tan bonito. Me enseñó las primeras nociones de realmente compartir algo con alguien (mi hermana), y de las obligaciones que trae el hacerse cargo de una vida. A pesar de la furia propia de mi carácter hice lo posible para respetarlo y no obligarlo a hacer lo que yo quería, sino a observarlo y aprender de él. Por un lado entiendo que es un berrinche propio de todos los chicos eso de querer forzar a la mascota a hacer algo, pero en mí se sumaba ese enojo con la vida que se generaba en el divorcio de mis padres y una educación férrea y autoritaria en la que mis sentimientos no sólo no contaban, sino que ni siquiera se me explicó ni remotamente cómo lidiar con ellos. Literalmente, no aprendí a escucharme y mucho menos a aceptarme, con las consecuencias que son fáciles de ver ahora en mi vida adulta: intolerancia, perfeccionismo, depresión. Esta furia es algo que me marca en todo lo que emprendo, sean relaciones, aficiones, trabajos... lo que sea. Siempre tuve problemas para saber cómo me siento y articularlo antes de que me explote la paciencia. Pero más allá de la explicación detrás del fenómeno, siempre fue evidente, tanto para mí como para los que me rodean, que tengo que lidiar mejor con ese aspecto de mi personalidad que dificulta tragarse la píldora de mi compañía. Sí, soy un ser humano excepcional... para bien y para mal. Los cinco años de terapia que hice, motivados por la depresión y focalizados en sacarme de ella, se concentraron en conocerme y saber primero porqué llegué a mi situación y, una vez logrado esto, en cómo salir. Esta furia, entonces, es la que apenas ahora estoy aprendiendo a domar. Y vaya si hace falta.
El año pasado lo pasé lidiando con una loca que daba para encerrarla en un agujero y tirar el agujero, pero que tenía un perro. Un pastor australiano con casi más pedos que ella misma, pero un tesoro de criatura que me inspiró a pensar que quizás había llegado el momento, que no solamente estaba listo para comprar un perro, sino que además me hizo darme cuenta de que de hecho lo necesitaba. Y así es como Tobías llegó a mi vida. Y contrario a mi hábito de hacer un eterno preludio, voy a contar lo que obtuve de él y darme palmadas a mí mismo por haber tomado la decisión correcta.


Tobías se alegra de verme. Cada vez. Siempre. Cuando llego de viaje, después de haberlo dejado tres días con alguien para poder ir a BsAs a hacer trámites, o cuando bajo 2 minutos a atender al cartero, él me recibe como si hubiera llegado Papá Noel. Dicen que los perros no tienen referencia del tiempo, y en este aspecto parece que efectivamente es así. No importa si me voy un momento o un rato largo, para él es una alegría enorme verme volver y no se guarda nada para hacérmelo saber.
Tobías es incondicionalmente leal. No solamente responde a mis comandos como ningún otro perro de su edad (salvo que el dueño sea un entrenador profesional), sino que tiene un instinto para complacerme que es abrumador. Pareciera que su existencia dependiera de mi aprobación. Pero al margen de que yo le dé algo para hacer, él simplemente me adoptó como su amo y a la mierda el resto del mundo. Si estamos jugando, los que nos rodean pueden llamarlo hasta quedar afónicos y él ni siquiera pestañea. Es ajeno a casi cualquier distracción y solamente a mí me mira a los ojos y me mantiene la mirada. Soy el único que le puede tocar las orejas o las patitas a mi antojo y ni se le ocurre irse.
Tobías no tiene rencor. A lo sumo alguna desconfianza o miedo cuando lo reté fuerte por alguna macana que hizo, pero sistemáticamente se recupera de cosas que a mí me han hecho abandonar relaciones, sea de amistad o de noviazgo; y no le toma mucho tiempo. Tengo que reconocer que lo envidio, pero aprendo.
Me soporta mis berrinches, mi agresividad, mis reacciones dominadas por la furia, fuera de proporción o que no son conducentes a mejorar su comportamiento. Me refiero a dos situaciones en particular que son de vida o muerte: cuando salimos a pasear y come algo del piso, y cuando baja a la calle, donde están los autos. Conozco, entiendo y practico el principio de conservar la calma cuando hace esas cosas; la prioridad es que deje de hacerlo o que venga hacia mí, y no confunda mi grito con reto sino que lo tome como urgencia. Que sepa que no lo voy a castigar y así logre que deje lo que se lleva a la boca o que vuelva a subir a la vereda. Todo muy lindo, entiendo la pedagogía y confío en los expertos. Lo que no logro del todo, todavía, es dominar el pánico que me produce el mero pensar en que le pase algo. También acepto que prefiero dañar nuestra relación antes que lo pise un auto o se envenene. Pero quiero mejorar: quisiera lograr estar en ese punto en que logro tener toda su confianza y venga a mí cuando lo llamo, sea en el tono que sea. Hemos mejorado mucho, tanto él como yo. Puedo decir sin vanidad que me siento mejor conmigo mismo al ser capaz de desechar gran parte de esa furia que tanto me daña y controlar aquella parte que todavía conservo. Creo, dicho sea de paso, que no es realista esperar que se vaya completamente, algo así como un jedi que completa su entrenamiento. Pero el camino en esa dirección me está haciendo mejor persona y hasta el hecho de aceptar mis limitaciones al respecto hacen que me acepte un poco más a mí mismo así como soy, que es exactamente como me acepta Tobías. No solamente me acepta: me adora, al punto de que me pone hasta incómodo y desafía mi capacidad de aceptar la responsabilidad que significa, y "sé" positivamente que lo voy a defraudar. Pero también sé que él va a estar ahí y me va a perdonar.
Como resultado de todo eso, Tobías básicamente me está convirtiendo en un mejor ser humano, uno más empático, paciente, tierno, dedicado, responsable y con prioridades más claras. Me comporto mejor no solamente con él sino con mis prójimos humanos. Su capacidad para dejar de lado las ofensas y seguir con su vida, una mejor vida, es un modelo a copiar.

sábado, 17 de noviembre de 2018

llueve, llueve, llueve

45. No hay vuelta atrás.
Sentado en el café al que me gusta ir todas las mañanas, miro a una de las empleadas, de esas que generalmente están detrás de la barra pero a veces sale a atender mesas cuando el local se llena.
Debe tener unos 25 años, y según la luz es linda o muy linda. La cara es de esas que los rasgos parecen estar amontonados en un área más chica de lo normal, ojos al frente, nariz linda y labios de los que uno sueña que lo besen. Se largó a llover muy fuerte y parece que va a durar hasta la tarde.


Mientras me comía el celebratorio cereal con frutas y yogurt pensaba... ¿qué me atrae de ella? Digo, lo obvio, obviamente, me atrae: el cuerpo, la cara, el pelo, su juventud, frescura... Obvio, decía. Pero hay más. Así que cuando llegué a mi cotidiano capuchino con una medialuna es que se me prendió la lamparita. Le vengo dando vueltas al asunto desde hace un tiempo, desde que estuve en Croacia el año pasado con un grupo de degenerados que rondaban los 55 y miraban pendejas de máximo la mitad de su edad. Pero volviendo al presente, lo que se reveló fue que no es el apetito sexual por carne fresca y crocante. Sería disculpable pensar que es eso, pero no. O sea, es eso, pero hay más.
Lo que extraño no es tanto la carne joven de una chica sino los sentimientos que tuve cuando la experimenté de joven. Yo joven. Esa sensación de que me iba a explotar la cabeza y el pecho tanto como los genitales. Hoy, después de las decepciones de la vida, uno se guarda en lo sentimental, o se parapeta, o simplemente se quema y ya no es capaz de abrirse o de sentir como antes. Y la novedad pasó, y para empeorarla, ir a la cama con alguien es un trámite, no un evento. Como cargar la SUBE o meter la clave en el cajero automático.
Según leí, a mi edad tengo la décima parte de la carga hormonal de un chico de la mitad de edad y se nota no sólo en que soy menos calentón, sino que en general estoy muchísimo más interesado en saber lo que me puede ofrecer una mujer linda en términos de compañía, complicidad, intereses comunes, capacidad intelectual, amor y todas esas cosas que siempre me interesaron pero costaba verlas si mis hormonas ponían la música a todo volumen mientras intentaba descular a la persona que recién había conocido. Es difícil ser hombre. Ojalá alguien me lo hubiera explicado.
Extraño el darse tiempo. En aquella época era una mezcla de genuina inocencia, interés por conocerla primero, miedo a un embarazo no deseado y hasta coágulos religiosos. Extraño muchísimo el ir explorándose de a poco, sin quemar etapas, disfrutando las cosas como el que disfruta la lluvia en lugar de apurarse a llegar. Extraño esa sensación de que se alinearon los planetas con esa persona, que hay una chispa que nos da calidez en lugar de un fogonazo, tan cegador como infructuoso. Extraño gustarse de veras, pensarla todo el día, anticipar lo que se viene, planear la tortura. Y extraño sentirme legítimamente vulnerable, sabiendo que me estoy resbalando por el tobogán de los sentimientos que se hacen cada vez más grandes con o sin mi aprobación.
Extraño un beso bajo la lluvia. Quedarse charlando hasta tarde como si la solución a todos los problemas del mundo pasara solamente por hablarlos entre nosotros dos. Verla en penumbras tirada en la cama. Y descubrir que de chicos veíamos los mismos dibujitos.
Así que eso: o asumo mi relativa vejez para lo que busco y claudico, o persigo molinos de viento.
Mientras tanto, y anticipándose a lo que decía el pronóstico, salió el sol.

domingo, 11 de noviembre de 2018

delirios de primavera

Sé que soy demasiado nostálgico, y cualquier revisión de mi vida encontraría que no pocas de mis dificultades se originaron en esa característica de mi visión de la vida, pero igual no puedo dejar de pensar que quiero dejar el mundo mejor de lo que lo encontré, y quiero que alguien lo note y piense en mí cuando disfrute de los beneficios de mi existencia.
En el siglo XVIII Montesquieu afirmaba:
"Las leyes son relaciones necesarias que se derivan de la naturaleza de las cosas."
Esto coincide un poco con lo que escribió Borges para Clarín unos 250 años más tarde, a propósito del retorno de la democracia y las elecciones para presidente en Argentina:
"Mi Utopía sigue siendo un país, o todo el planeta, sin Estado o con un mínimo de Estado, pero entiendo no sin tristeza que esa Utopía es prematura y que todavía nos faltan algunos siglos. Cuando cada hombre sea justo, podremos prescindir de la justicia, de los códigos y de los gobiernos. Por ahora son males necesarios."
Siempre lo pensé. Y voy más allá: la democracia no es el mejor de los sistemas. Darle a un ciudadano común la batuta, aunque sea indirecta ("el pueblo no gobierna sino por medio de sus representantes"), para decidir en temas de economía, salud o seguridad, por poner algunos ejemplos no menores, es tan estúpido como elegir por factores como simpatía al doctor que haga un transplante de corazón. Y ahí es donde entra el muy bastardeado concepto de elitismo. Si necesito un transplante, quiero al mejor doctor, no al que le parezca a la mayoría. Si estoy en un avión al que le falló un motor, quiero al mejor piloto, no el que todos votaron por hacer la mejor campaña. La democracia será una buena idea, pero ha probado no ser aplicable a un mundo donde cualquier imbécil, ladrón o ignorante puede acceder a un cargo sin examen previo de sus facultades. Basta con convencer a la mitad más uno y voilà!... presidente. Aunque no sepa escribir, quién fue Roca o por qué el populismo no es bueno. Y acá estoy, en la democracia argentina, tratando de construirme un futuro. Es más, tratando de construirme un presente.
Por un lado miro lo que dejé, todavía demasiado fresco en la memoria como para hacer la vista gorda cuando algo me lo recuerda. La limpieza, el orden, el bienestar económico, un estado que busca crear las condiciones para el emprendimiento privado, previsor, estructurado, organizado. Por el otro, por esa inercia que uno acumula en 16 años de ausencia, tengo que lidiar con mis delirios de que cuando alguien me dice que viene a las 4, va a estar a las 4 y 5 a más tardar, o va a avisar con suficiente antelación. O que si sopla una brisa, la plaza no va a aparecer cubierta de envoltorios de plástico y papel. Que no va a pasar un policía con el arma reglamentaria colgando del cinto, en una moto sin patente, espejos o silencioso de escape, y sin portar casco, por el medio de una plaza llena de chicos a no menos de 30 km/h. Y precisamente ése es el que tendría que estar controlando que los demás no hagan precisamente eso. Pero ¿en serio es un delirio? Escucho siempre que "este país" es así, que no estamos en el primer mundo, que no va a cambiar nunca.
El 16 de agosto de 2002, cuando me bajé del avión en Arlanda, el aeropuerto de Estocolmo, salí de la terminal y quise cruzar la calle, todos los autos pararon inmediatamente apenas me acerqué al cordón de la vereda. En la primera de mis vueltas a casa, el 27 de diciembre de ese mismo año, comenzó una aventura muy peligrosa: lograr ese comportamiento en Argentina. Empecé a cruzar en las esquinas exclusivamente, a respetar los semáforos a rajatabla, a no parar porque vinieran autos, a no dejarme amedrentar, y no ceder mis derechos. Porque, por si no lo saben, la ley de tránsito argentina es excelente (tiene defectos, sí, pero en general es muy buena) e incluso no difiere en mucho de la ley de tránsito sueca.
Y me putearon. Y me insultaron. Y me tiraron el auto encima. Y se enojaron.
Y pararon.
Porque resultó que por la crisis del corralito muchos fueron, aprendieron y volvieron. Y comenzaron a jugarse la vida igual que yo y a intentar mejorar cosas como esta, sobre todo, que son gratis. Y resulta que hoy, 2018, uno puede cruzar la calle casi sin mirar, solamente por una cuestión de sentido común, pero ya no miedo. No hubo que cambiar ninguna ley, ni gastar un peso, ni hacer demostraciones que pisan los derechos de los demás, ni descuartizar el idioma con pseudo-neologismos. Está todo ahí, escrito en la Ley; solamente hay que hacerle caso. Hay que hacer lo que en mi opinión es lo que distingue a un país avanzado de uno que es una payasada: achicar la distancia entre la teoría y la práctica. De chiquito circulaba una frase: "las reglas están para romperlas". Qué imbécil el que la dijo, qué imbécil era yo por considerarla, y qué imbécil el que lo haga. Por suerte (y mucho esfuerzo y espíritu de superación) mejoré, y por suerte también lo hicieron muchísimos argentinos. Somos legión. Y podemos mejorar más. Apenas está empezando. Pero es que hay tanto por hacer...
Y yo acá con mi proyecto de construir unas cabañas y sacarles renta. Las quiero hacer bien, duraderas y cómodas, Quiero pagar todos los impuestos que deba, quiero obedecer todas las reglas y pedir y obtener todos los permisos que hacen falta. Y después, si el mercado da, quiero obtener beneficios. No quiero que el Estado argentino me exprima como a un limón viejo para pagarle a vagos que no aportan nada a la sociedad pero que son los primeros en hacer ruido cuando la prebenda, el clientelismo y la cleptocracia son desmantelados por un poder judicial haciendo lo que se le paga por hacer, por respetar la misma razón de su existencia. Sólo así puedo pensar en reinvertir, generar empleo, ampliar, innovar... progresar. Yo y los que afecte mi emprendimiento.
El tiempo dirá; yo estoy haciendo mi parte.
Y conste que no mencioné el tema novia.

domingo, 14 de octubre de 2018

ya es hora

Hasta donde me da la cabeza, en el circuito normal del dinero uno cobra su sueldo por su trabajo, lo gasta en productos o servicios que hacen empresas o personas, y el precio que uno paga va a la fabricación de esos productos o gastos de esos servicios y así se puede seguir fabricando y pagando sueldos, con lo que vuelta a empezar. Obviamente en el camino quedan impuestos con los que se cubren educación, salud y seguridad. Hay muchas variantes, desviaciones y perversiones de este circuito, pero en definitiva de eso se trata.
Una crisis económica consiste en que algunos de esos pasos se pervierten y hay una fuga, con lo que se empieza a perder empleos, impuestos para cubrir lo que no es privado, y así se empieza una espiral descendiente que hay que parar y revertir. Básicamente, disminuye lo que entra, aumenta lo que sale, o una combinación de los dos. Y acá se pone bueno, porque los economistas, por lo que pude entender del tema en mi corta vida, se pueden clasificar en dos escuelas: los que dicen que hay que aumentar la obra pública, para lo cual no queda otra que endeudarse (porque la recaudación bajó), y los que dicen que hay que ponerse austero, eliminar todo lo que pueda catalogarse de superfluo y esperar a que la tormenta pase. O sea, el primero es proactivo y busca inyectarle movimiento a la rueda de la economía, mientras que el segundo método suena más racional aunque pasivo.
Como dejo entrever, entonces, la economía es para mí una cuestión que pertenece a la misma estantería de la biblioteca donde uno guarda los libros de "Harry Potter" o de "Alicia en el País de las Maravillas". Es magia negra, y hablando con gente que vive del tema y se compra Ferraris más seguido de lo que mi mamá se compra corpiños, tengo razón. De las dos escuelas de pensamiento uno encuentra gente muy inteligente y que aporta datos estadísticos o anecdóticos, válidos o estúpidos, para inclinarse por incrementar o disminuir el gasto del estado buscando promover el eslabón del empleo, con lo que se espera aumentar la recaudación y reasumir el buen curso, o disminuir los gastos y esperar a que las cuentas cierren.
Yo, que nací en 1973, lo vengo escuchando alternativamente de distintos ministros de economía y a veces hasta del mismo. O sea: nadie tiene la más perra idea de cómo sacarnos del horno.
Adelantando el reloj a 2018 me encuentro en Mar del Plata, Argentina, después de una estadía de 16 años en lo que se acostumbra llamar el primer mundo, donde la gente vive un poco mejor, dicen. Y en algunas cosas es indiscutible que así es. Y como yo no soy ministro de economía, ni siquiera un dotado financista, ni Merlín, no voy a intentar decirle a nadie qué podemos hacer para revertir la ensalada en la que estamos. No puedo siquiera empezar a discutir cómo puede curarse el cáncer, o eliminar la corrupción, el hambre o la guerra. Estas utopías tan deseables están fuera del alcance de alguien sentado al teclado de la computadora con la intención de encontrar un amor que le dé mariposas en el estómago, ir a comer con la familia, pasear al perro por la costa cuando sale el sol, y andar en moto si encuentra el rato. La vida es demasiado corta y hay que elegir las batallas. Algunos tienen la vocación política; yo no. Tampoco, aunque sé la solución, me voy a meter en temas de los que hay forma de mejorar pero requieren inversión. Ejemplo fácil: mejorar las calles. Hace falta dinero para pavimentar y no hay.
Pero hay algunas cosas en las que sí puedo contribuir. Hay cosas que son gratis y, mejor todavía, no cuestan siquiera un esfuerzo extra. Limpiar una plaza puede hacerse (y se hace) con una convocatoria en feisbuc o alguna de esas idioteces sociales que, así como un reloj roto da la hora correcta dos veces al día, también pueden usarse de forma útil. Pero eso hay que hacerlo, y las cosas a las que me voy a referir cuestan mucho menos, o a veces nada, o el resultado es enorme comparado con la inversión de tiempo y trabajo. Es una lista cortita de cosas que pasan en mi ciudad, por ejemplo, y que lo único que hace falta es querer hacerlas, como llegar puntual. Cuesta exactamente el mismo trabajo llegar tarde que llegar temprano, y una vez que uno se acostumbra, llegar a tiempo. Así que acá voy, sin orden particular.
La mayoría de las motos hacen ruido, no porque así salgan de fábrica, sino porque los asociales que las compran porque no pueden pagarse un auto (a nadie le fascina andar en moto en invierno o cuando llueve) resulta que sí se pueden gastar plata al reverendo pedo en cambiarle un escape nuevo y perfectamente funcional, que cumple con las normas medioambientales y acústicas, por una mierda de tubo sobrevaluado, sin verificación técnica, sin el menor rédito en términos de potencia (y si lo tuviera, es tan ínfimo en las prestaciones como usar medias más finas para ahorrar peso) pero que hace un ruido infernal y priva al prójimo en 100 metros a la redonda de tener una conversación, dormir en la privacidad de su casa, o pensar en disfrutar de un momento de paz. Y la solución es controlar. Estoy en el punto en que creo que la policía tiene órdenes de no hacer su trabajo, no hacer cumplir la ley, no preocuparse por si el ciudadano común recibe aquello por lo que paga, ese ciudadano que sangra los impuestos y con eso el sueldo de los legisladores que votaron las leyes y el de los policías que deberían hacer que se cumplan. Si nos ponemos a pensar, con tanto policía tomando mate o revisando el último chistecito que recibió por uatsap, la solución es tan simple que la furia me inunda. Para colmo, no solamente tiene el beneficio de que pararíamos esta locura, sino que se recaudaría preciados recursos en multas, además del efecto secundario pero casi más importante que es meterle en la cabeza a esos imbéciles con la motito que Argentina es un lugar donde la mayoría queremos vivir en un estado de derecho, donde las leyes se hacen para regular la convivencia y sin ellas y el respeto que merecen la cosa no funciona. Es decir, aplicar los recursos ociosos en ocuparse de este tema tiene el triple efecto de solucionar un tema inmediato, mejorar el futuro (educando) y mejorando los recursos disponibles. Basta sentarse en la peluquería a esperar el turno, ponerse a hablar con el que está al lado, que resultó que era policía de la provincia, para que mencione que se les da 4 litros de combustible por patrulla por día. Es decir, si van a robar un banco lleven tanque lleno y listo, el botín es suyo. LRPMQLRMP. Y esto sin mencionar que en los ratos de inactividad del turno de un policía, se le da una tarea que además de mantenerlos ocupados y ganarse el sueldo, les da un sentido de utilidad y orgullo en su trabajo.
Resumiendo, es una medida que no cuesta nada y beneficia como se la vea. No tengo idea de los números, pero seguro que en un día de implementar esto en Mar del Plata se labrarían 1000 infracciones. Un decibelímetro arranca de los USD 20 (uso esa moneda para que esto no pierda vigencia al día siguiente de su publicación) y se pueden comprar 10 de esos y calibrarlos seguido con un procedimiento muy simple. Entiendo lo que explican normas como la IRAM 4071/73 y lo relativamente complicado de su implementación (que en realidad no lo es), pero de lo que estoy hablando acá es de niveles insoportablemente fastidiosos, no del número exacto de dB. E incluso en ese escenario, la VTV (otra que hay que controlar) lo puede hacer tranquilamente. Conclusión: no hay razones para no hacer esto, solamente excusas que no valen ni la saliva con la que se dicen.
Tengo otra: las alarmas. ¿Cuántos de nosotros no escuchamos 50 veces por día la famosa "pi pi pí, X28 activada"? ¿Y para qué, digo yo? Y no apenas audible, más bien tipo sirena de bombardeo de la Segunda Guerra Mundial. En Europa, por ejemplo, está completamente prohibido el ruido al conectar o desconectar una alarma. En Alemania, pionera en este tipo de cosas, el artículo 38 del código de tránsito estipula esa prohibición. Entiendo que esto no es tan fácil eliminar por el simple problema de la oportunidad de un policía de pasar justo cuando alguien cierra su auto, pero todavía está la VTV o cualquier oportunidad en que un auto es inspeccionado. En esto, todavía más que con los escapes, la legislación está atrasada. Y ni hablar las falsas activaciones, ya sea por viento, por una puta moto que pasa cerca con el escape libre, o por el pedo de un ratón. Para no andar repitiendo lo que a esta altura es vox populi, acá un articulito (en inglés) para despuntar el vicio al que le interese.
Y ya sin entrar en detalle y extrapolando a partir de los ejemplos que dí: los autos mal estacionados (sobre todo los que están en la vereda), la vigencia o falta de VTV (que incluiría el control de ruido), el uso del cinturón de seguridad/casco, el no uso de celular al manejar, la basura, los perros en la playa... Hoy por hoy la policía, vista desde afuera, parece pasiva, imperturbada y desinteresada en estas cosas. No tienen derecho a eso. Se les paga por ser exactamente ellos los que se ocupen de traducir las leyes en realidad para los que se cagan en las normas. Esa es la barrera de defensa que organizamos los que sí queremos vivir civilizadamente. Sobre todo en una Argentina que viene de más de una década de anestesiado, desmantelamiento o desarticulación de los organismos de control, no es optativo, ni una función más: es el motivo por el cual existe el poder de policía. Es hora de que se vayan enterando.

domingo, 7 de octubre de 2018

nubes de algodón

Paseando por Mar del Plata para sacarle el jugo al solcito, miré para arriba y ahí estaban unas viejas amigas: las nubes de algodón. En Alemania, hasta las nubes son feas. Son grises, no tienen forma definida, son como pútridas, sin alma, sin bondad, sin buenas intenciones casi, arrogantes. Acá (y para ser honesto, en muchos otros lugares) las nubes son lo que tienen que ser: esos cuerpos como de algodón y con formas de oveja, de galletitas, de países, de viejas narigudas y cosas así. Me acuerdo una vez en Jona, al sureste de Zúrich, que vi una nube que era una ballena azul. Pero volviendo a las nubes marplatenses, ellas vienen, nos dejan su lluvia y siguen su camino. Así las cosas, funcionan. Son nubes.


Lo interesante y relevante del asunto es que miré para arriba. A medida que pasan los días estoy logrando relajarme a un punto en que volví a mirar al cielo y a disfrutar el aire, el sol, las nubes... y cuando las noches no estén tan repodridamente frías, las estrellas. No puedo esperar a eso, porque hasta ahora no soporto el frío en cuanto se mete el sol o hasta cuando lo tapa una nube. Hace un frío que te parte, digamos.
Como un vampiro pero al revés, me escondo cuando oscurece y aprovecho todo lo que puedo del resto del día para cumplir mis funciones con Perro y que pueda pasear, hacer ejercicio, ir al baño y básicamente desentumecerse de estar la mayor parte del tiempo en un departamento, el pobrecito. Es un pastor, no fue hecho para mirar paredes.
Por mi parte, si bien me siento un poco ocioso, que como demasiado, o que no hago lo suficiente con vistas al futuro, en realidad estoy recomponiendo mi sistema nervioso después de la tunda que fueron los últimos dos meses previos a poner perro y culo en el avión. La ansiedad y los miedos fueron mucho más perniciosos que las complicaciones de esos estúpidos alemanes que, sin lograr cambiar mi opinión (al contrario, confirmarla), no hay que subestimar nunca su capacidad de cagarte el día.
Los temas para escribir acá se me amontonan en la cabeza, pero serenidad interior es lo último que tengo. Tanta cosa pasa, es un tiempo de tantos cambios, que me es imposible poner los patitos en fila y profundizar en algo en particular. Muy especialmente, y esto siempre es clave para tomarle el pulso a mi estado mental es la fotografía, y el hecho es que ni sé donde está la cámara en este momento. No me acuerdo ni dónde está guardada. No es preocupante per se, son etapas, pero es indicativo, aunque de nuevo el frío es un factor atenuante para no sobrestimar el síntoma.
En fin. Mi contenedor llegó al puerto de BsAs a principio de semana y ahora es cuestión de esperar que me llame el despachante para ir a hacer acto de presencia cuando lo abren. No entendí bien para qué pero da lo mismo. El proyecto de las cabañas sigue su curso, con la arquitecta tramitando los miles de permisos y aprobaciones ante diferentes organismos, proveedores de servicios y unas cuantas rémoras sociales, impositivas y burocráticas. Esto me da tiempo para pensar en los detalles, como por ejemplo el nombre del lugar, o los precios que me gustaría implementar, o la clase de servicio a ofrecer. Miro la competencia, busco ideas, dejo volar la imaginación, saco fotos de cosas que me parecen inspiradoras. De a poco, con paciencia, va tomando forma y me voy entusiasmando. Mejor que eso: voy recuperando la ilusión de hacer este proyecto, lo que me mueve desde hace años a tomar ciertas decisiones.
En el plano económico, si bien en algún momento (ya en el 2015) había hecho un borrador de plan de negocios, ahora las cosas van tomando forma y hay que ir definiendo detalles. No basta con tirar arena para arriba y ver para que lado se la lleva el viento, dárselas de arúspice o de economista; lo que llevo aprendido de tanto viaje es muy útil y esencial, pero no suficiente. Tengo que empezar a leer sobre el tema.Y si mi cabezota encuentra un poco de paz, casi como el ojo de un huracán, quién sabe... a lo mejor sale algo muy lindo.

sábado, 29 de septiembre de 2018

citas

Cualquier tonto inteligente puede hacer una máquina más rápida, complicada o cara. Hace falta un toque de genialidad y bastante coraje para animarse a ir en la dirección contraria.
Es una variación de algo que dijo Einstein. No sé a qué se refería porque cuando se cita esta frase, como tantas veces, falta el contexto. Pero a mí me vino a la cabeza porque tengo tanto atravesado y no puedo darle un hilo de coherencia y mis pensamientos, que se formen en fila, ordenaditos alfabéticamente o algo así y salgan de a uno de mi cerebro a las manos, de ahí al teclado y finalmente se escriban acá.
Si bien tengo la cabeza llena del papelerío que tengo que hacer para cuando llegue mi contenedor con mis cosas, la verdad que prefiero dejar ese tema para cuando no me quede más remedio que ocuparme de eso y hablar de otra cosa. Después de todo, cada formulario, certificado y visado que tenía que hacer ya fue hecho y ahora es cosa de esperar unos días.
El tema principal, entonces, es un viejo amigo mío: novia. Pareja. Compañera de vida, aventuras y cascotazos del destino. Como he dicho, estoy en Tinder, y al margen del análisis que mencioné la otra vez sobre lo acotado del mercado en donde vivo, a veces pasa que alguna señorita viaja a Mar del Plata, Tinder me la presenta, arrastro a la derecha, y después ella vuelve a sus pagos sin haberse enterado y un servidor se queda acá llorando por los rincones.
En fin, resulta que la cornuda esta, además de ser bastante potable a los ojos, tiene un perfil en un par de redes sociales que muestran que tiene la cabeza rellenada con cerebro, en lugar de acelga y aserrín, como parece que tienen la mayoría. Además de las fotos no tan huecas, pocas propias (y las que hay, se agradecen, por los ojazos que tiene), y alguna cosa divertida, también incluye citas de alguno que dijo algo que uno tiene atravesado y no logra expresarlo con elocuencia, elegancia y efecto. Por ejemplo:
El día está bonito; hágame el favor de morirse. - Jaime Sabines
Muy delicado. O si no este otro:
No confío en las palabras.
Incluso cuestiono los actos.
Pero nunca dudo de los patrones.
Pero el que más me alucina es este:
El diablo me susurró al oído: "no podrás aguantar la tormenta."
Y yo le contesté: "yo soy la tormenta."
Genial. Pero algo que leí estos días y que no encuentro otra vez para copiarlo acá tiene que ver con las relaciones. Decía que uno no elige en el amor, como si no fuera un rayo que te parte los huesos y te deja estaqueado en la mitad del patio. Me pegó fuerte. Es como que uno puede descartar a Julieta o elegir a Nadia, como no se elije la lluvia que te moje hasta la médula cuando salís de un concierto. Porque cuando una llega que tee mueve el piso, es como que ya está, captura los sentidos y a la mierda el delirio de elegir.
Estoy con todas las antenas paradas, un poco desesperado, se podría decir, para encontrar pareja y eso no es demasiado bueno. Es cierto que uno tampoco debe caer en el ostracismo y después quejarse de que está solo, sino más bien propiciar las cosas tratando de salir un poco y mirando, pero tampoco arrastrase a todos lados y considerando a cada una que pasa. No hay que dejar que la desesperación o el miedo a la soledad nos lleven a los brazos de la persona equivocada.
Hace ya un tiempo que me di cuenta que busco a alguien que me electrifique. Ya sé que es un poco delirante y muy difícil de encontrar, tan así que la mayoría elige quedarse con lo que tiene y detener la búsqueda, meter los galgos de vuelta en el canil o meterles un tiro y enterrarlos para no escucharlos gemir siquiera cuando huelan algo, y sentar cabeza pensando que a eso se llega. Yo quiero eso, quiero sentar cabeza, pero quiero que sea con alguien que me parta como un rayo. De alguna manera creo que en la sabiduría adquirida con los años (porque quiero pensar que me volví más sabio) recorrí un círculo que se está cerrando y me dice que lo que buscaba cuando recién empezaba con esto, cuando era adolescente y arrogante y creía que tenía todo el tiempo del mundo y rechazaba candidatas por cualquier excusa, en definitiva tenía razón, más como un reloj roto que da bien la hora dos veces al día, que por saber lo que hacía. Pero tenía razón. Hay que buscar y no conformarse con encontrar una parada cómoda y calentita. Hay que ir hasta el final de la línea y dar todo por ese amor enorme, gigante, electrificante, que te parte la vida en dos: un antes que ya no importa sino por el hecho de haberte traído hasta ahí, y un después, ese después juntos en el que no pensamos porque no nos preocupa, porque el presente es todo lo que necesitamos y bailamos de felicidad no a pesar de la lluvia, sino precisamente porque llueve.
Y la última de hoy:
La libertad de Ser quien uno es, deja afuera todo tipo de concesiones. Es la libertad más honesta y la que más cara se paga.
Desprenderse de la mirada del otro, del deseo del otro, del consejo del otro, de la búsqueda del otro, genera bronca y el esfuerzo, para quien la ejerce, de poder delimitar su espacio a los codazos, para que el otro no se meta.
No cualquiera soporta que alguien no necesite de uno para nada. Ser necesitado es un mimo para un Ego que se alimenta con palmaditas en la espalda.
Ser lo que uno quiera y de la forma que a uno se le cante, es un desgarro que el otro no perdona fácilmente. No hay mayor incomodidad que la libertad ajena. Lo que late adentro de esa incomodidad no son celos, es envidia.
El otro no solo quiere lo que vos podés, sino que además, le molesta que vos puedas y el no. Muchas veces es ahí, dónde se encuentra la respuesta al alejamiento de muchos.

- Lorena Pronsky

domingo, 23 de septiembre de 2018

tengo miedo

Volver a casa no fue una decisión impulsiva ni producto de una idea delirante: me tomó años analizar mi situación, la del lugar donde estaba y la del lugar al que volvía con lo mejor de mis habilidades, y llegar a la conclusión de que era aproximadamente lo mejor que podía hacer con mi vida.
Y ahora acá estoy. Llegué hace unos 15 días y de inmediato empecé a lidiar con las cosas que acá son diferentes de Alemania; algunas peores y algunas mejores, pero todas me sacan el sueño en alguna medida. Por ejemplo, en Alemania, y en particular en Múnich, hay muchos solteros. El "mercado" para buscar a alguien para potencial pareja es muy amplio y la gente tiene cultura. Múnich es muy central en Europa y se gana bien, y el resultado es que la gente viaja y se embebe de otras sociedades y aprende. Mar del Plata está en un país que literalmente es la anteúltima parada antes del fin del mundo, y la ciudad en sí es un tercio de Múnich. Y la siguiente ciudad que valga la pena mencionar es BsAs. Para abajo, nada. Estamos a la orilla del mar y tenemos una naturaleza privilegiada, pero el hecho es que acá se vive bastante aislado y en una burbuja. No es una situación excepcional y en muchos lugares del mundo se vive así; no es un reproche. Pero es una realidad y una limitación: la gente simplemente es más cerrada y las mujeres con potencial para ser mi pareja tienen su vida ya formada. Puedo aspirar a una segunda vuelta, lo cual en sí no es malo, pero en general están rayadas, como si necesitaran esa característica por encima de la locura que ya tienen cuando son una fresquitas y crocantes adolescentes argentinas.
Otro aspecto es mis amistades o, en general, mi entorno social: en Múnich era común una cena con 6 personas y 10 pasaportes a la mesa, desde Australia hasta Escocia, Nigeria, EE. UU., Grecia o Rusia. Semejante rejunte es como un concentrado vitamínico para el alma y el cerebro. Uno no solamente aprende cosas a las que no tuvo acceso en su cultura, también aprende a aprender, a callarse la boca y observar cuando se topa con algo diferente. Las charlas van desde el típico Trump hasta la metagenética, las inversiones de las compañías de reaseguros, cómo la bioquímica apoya o derriba las hipótesis deístas, o si Bali vale más la pena visitar que París. Ninguno de los que estábamos a la mesa había visitado menos de 20 países, algunos 50 y uno en particular estaba arriba de 120. Con ese bagaje de información y experiencias, la cabeza se transforma, el alma se alimenta y los sentidos se agudizan. Uno se ubica mejor en el mundo, la vida es más interesante y ese lugar que uno llama hogar se mirar y ve con otros ojos. Entre otras cosas, uno empieza a valorar detalles que daba por sobreentendidos y a no preocuparse por otros que pensaba que eran endémicos de su realidad exclusivamente. La famosa frase "en este país..." se cae de nuestro vocabulario.
En lo económico, si bien estoy bien dotado para encarar lo que tengo en mente, es normal que cuando uno emprende algo tenga miedo, noches sin dormir y dudas en sus decisiones. Pero en mi caso, con todo lo que estoy barajando simultáneamente, es como que el dinero es la menor de mis preocupaciones. Para colmo, el departamento que había comprado para vivir está en un estado bastante deplorable y gracias al dolo de la empresa que me lo vendió, aunque lamentablemente tengo que admitir que también tengo mi parte de inocencia y estupidez; debería haber mirado con otros ojos y no dejarme cegar por unos porcelanatos bonitos y pintura nueva. Y sobre todo, no debería haber creído una sola palabra del delincuente que me apalabró.
Volviendo a lo de la pareja, el otro día hablaba con una amiga y le explicaba que no es tanto la situación actual lo que me preocupa. No es la primera vez que estoy sin novia y es tolerable. Lo que me jode son las perspectivas. Dejé Alemania entre otras cosas infeliz por mi situación sentimental. Ya lograr un vínculo honesto y profundo con las personas es casi imposible, y estaba en un lugar donde las personas no abundan. Está lleno de alemanes, pero de personas... Así que decidí venir a un lugar donde mi alma quiere estar, venciendo o por lo menos combatiendo miedos pero con la esperanza de encontrar a alguien. Y será que es invierno pero hasta ahora, al margen de no poder mirar dentro de nadie, ni siquiera vi una mujer que me impacte visualmente. Quizás sea superficial, pero tengo un límite inferior del que no puedo pasarme aunque quisiera.
Y acá estoy, disfrutando el cambio favorable mientras la moneda argentina una vez se cae como una jirafa recién nacida tratando de bajar una montaña en patines. Y subí 3 ó 4 kilos disfrutando las medialunas, el dulce de leche, las milanesas, la pizza, las empanadas y todo lo que tenga harina, chocolate y azúcar. Estoy aflojando, pero las últimas 3 ó 4 semanas han sido demasiado chifladas como para preocuparme por comer bien. Pero va a mejorar.

sábado, 15 de septiembre de 2018

fáquin Lufthansa

Entre pitos y flautas, en los últimos 15 años debo haber volado unas 100 veces. Los intercontinentales fueron con Iberia en la mitad de los casos, y con Air France, KLM, British, Alitalia o Lufthansa en el resto. Dentro de Europa, por estar basado en Alemania, la mitad habrán sido con Lufthansa.
La aerolínea alemana se caracteriza por una sensación (y un precio) de ofrecer un mejor servicio, con aviones más limpios, nuevos y luminosos, además de mejor entretenimiento a bordo, comida, atención y esas cosas.
Anoche se suponía que era mi último vuelo intercontinental por algún tiempo, de Fráncfort a BsAs. El famoso LH510, por muchos años la ruta más larga del mundo con 11500 km, que solamente podía cubrir la versión ER del Boeing 747. Después salió el Airbus A380 y hoy Boeing tiene el 747-8i, por ejemplo, que tienen autonomía de sobra con sus 15000 km.
El puto avión no despegó. Hace 3 días que estoy de hotel en hotel, y en particular hoy en el más pedorro que Lufthansa estimó que merezco. No lo voy a nombrar porque el personal se esmera y el precio es acorde, pero el día de vida que Lufthansa me robó no lo recupero más.
Por fin llegó el momento de intentarlo de nuevo, el despegue, y esta vez lo logramos. De hecho, hace 5 días que llegué a Argentina. Con una mezcla de buena suerte e inteligencia logré que me pusieran en clase business, pero como le dije a la que me hizo el check-in: no me devuelve mi día de vida ni me compensa el trastorno.
Tengo que reconocer, y seguro se nota en el texto, que cuando escribí los párrafos anteriores estaba muy enojado y molesto, clavado en un hotel sin aire acondicionado, con 32°C afuera y sin alimento para el perro. Sin mencionar que el hotel quedaba a 15 minutos a pie de la estación de tren interurbano, con el cual había que pagar €10 para ir a la civilización.
Hoy, dos semanas después, estoy en casa. No fue fácil. No es fácil. Una cosa era venir de vacaciones, con nostalgia y sabiendo que me voy otra vez, y otra es ver todo lo que no me gusta y saber que me lo voy a tener que aguantar por los próximos dos años, por decir un número. Es que la gente, por supuesto, de ambos lados del Atlántico me preguntan cuál es mi idea, qué es lo que voy a hacer, de qué voy a vivir y todo eso. Y les contesto siempre lo mismo: que en mi cabeza tengo los siguientes año y medio a dos años ocupados con hacer una inversión en unas cabañas, y después de eso no sé, está abierto. Una de las posibilidades que están es volver a irme a Europa, en lo posible no a Alemania, sería idiota, por decirlo delicadamente. Por mi relación con ex me surge siempre la idea de Luxemburgo, que me encanta por muchas razones y me provoca rechazo por pocas. Veremos.
Volviendo a lo de Lufthansa, y pesar del título de esta entrada el hecho es que viajé en clase business y viajé más que bien. De hecho, abordé (casi último, como siempre), me senté, me puse a ver una película, trajeron una buenísima cena, terminé la peli, me dormí, y cuando me desperté faltaban apenas dos horas para aterrizar. Entre desayuno y preparativos todo se pasó rapidísimo y dormí espectacular, sin calambres ni todas esas cosas que incluso en la clase business de Iberia me pasó. Supongo que se debió a dos factores: la calidad del asiento y los auriculares con cancelación de ruido.
Como sea, viajé bien y llegué bien, aunque un día más tarde. Dentro de todo no me puedo quejar, hay gente en este mundo que tiene verdaderos problemas y yo, "gracias" a la depresión, aprendí a distinguir un poco mejor la importancia de las cosas.

viernes, 10 de agosto de 2018

feliz cumplemeses

En 4 semanas y un par de horas me estoy subiendo al avión a casa, con perro, cámara, computadora, algunas cosas esenciales y el resto, incluidos auto y moto, metido en un contenedor y siguiéndome en barco. La cantidad de papeles que estoy arreglando y las entidades a las que tengo que contactar por una cosa o por otra es impresionante. Estoy abrumado, pero sé en qué dirección ir así que ahí voy. Y eso de este lado. Cuando llegue a allá abajo es lo mismo pero al revés. Y va a ser otro baile, probablemente más complicado y peleado, porque allá tienen otras expectativas. Sobre todo con la nacionalización de los vehículos. El resto creo que va a ser trivial, pero los vehículos...


Mientras tanto, Perro tuvo su cumplemeses. Y no cualquier cumplemeses, sino 6 meses. O sea que está en el punto más alejado de su lugar de nacimiento, a 300 millones de km. Y en su caso es todavía más marcado porque nació en febrero, apenas un mes después del perihelio, o sea sobre el eje mayor de la elipse que la tierra recorre en su órbita.
El miércoles me desperté y así sentado en la cama, mientras él me miraba en la semi-obscuridad de la habitación, en lugar de felicitarlo me salió un "gracias". Gracias por estar ahí, por aceptarme y, me atrevo a decir, por quererme como soy. Gracias por buscarme por toda la casa cuando me pierde de vista, por acompañarme a todos lados o esperarme afuera en los que no se permite entrar con perros, y ponerse tan contento cuando vuelvo.
Gracias por dormirte siempre a menos de un metro de mí, y así hacerme sentir tan esencial, necesitado y apreciado, y de esa forma te volviste esencial y necesitado y apreciado para mí. Gracias por tenerme tanta paciencia al principio cuando estaba completamente abrumado por tu presencia, sin saber ni qué, ni cuándo ni cómo hacer las cosas y me desesperaba. Estoy aprendiendo que a veces no es cuestión de controlarse cuando la situación es desesperante, sino a ver que la situación no es desesperante y no hay nada para perder la calma. Él huele todo, y si yo estoy nervioso, él lo sabe y me lo hace saber.
Gracias por sacarme a pasear cuatro veces por día y alejarme de esta computadora, y por recordarme que en las cosas más sencillas, mundanas y cotidianas hay un montón por lo que alegrarse si uno se detiene a observar, oler y escuchar. Gracias por traerme la pelota, aunque sea toda baboseada, y por chupetearme la mano cuando sobresale de entre las frazadas y querés ir al baño a la mañana. Me encanta que te levantes instantáneamente cuando yo lo hago, y me sigas por toda la casa para asegurarte que no me voy a ir sin vos.
Vamos bien.

miércoles, 1 de agosto de 2018

los perfectos

Creo que no hace falta un prólogo o explicación: los alemanes me resultan desagradables. Dicho esto, una amiga que ya mencioné en el pasado me sugirió, y de a poco se va volviendo insistente, que escriba un libro al respecto. Ahora que estoy dejando este manicomio para meterme en otro, el asunto va cobrando cada vez más sentido.
Hay cosas de la vida cotidiana que son diferentes. El lego piensa que la diferencia entre vivir en un país desarrollado y uno subdesarrollado estriba en el salario, el sistema de transporte o el de salud, el precio de los electrónicos de consumo, o la limpieza de una estación de trenes. Y es cierto... hasta cierto punto. En mi experiencia, lo que distingue fundamentalmente a un país bananero (aunque no tenga bananas) de uno civilizado es la diferencia entre la teoría y la práctica. Uno puede ser más pobre, pero si vive en un estado de derecho se es más feliz y todo se vuelve más predecible, en el buen sentido. Uno conoce las reglas y sabe que se respetan y puede adaptarse. En una sociedad donde cada uno se cree más inteligente que los legisladores y hace lo que se le cante el traste... la cosa simplemente no funciona. Es un hecho.
Una prueba de esto es los Estados Unidos de América, donde la población que vive por debajo de la línea de la pobreza es más grande que la población total de Argentina. No es un país desarrollado como lo son Alemania, Suiza o Suecia, aunque los números lo sugieran. Esos números reflejan promedios y no la distribución de la riqueza, y por lo tanto no me asusta comparar ciertas regiones de EE.UU. con países por debajo de bananeros. Las diferencias entre el más pobre y el más rico en Alemania es muy chica comparada con Argentina, México o Brasil, por mencionar las tres más grandes economías latinoamericanas. Y las reglas no se aplican para todos igual. En Alemania, uno coimea (porque se coimea) para que algo suceda más rápido, más expeditivo, como en un hotel donde quiere que el botones esté más atento; mientras que en Argentina, uno coimea para que sucedan cosas que no deberían, como aprobar una construcción que no cumple los requisitos de seguridad. En los países desarrollados, entonces, el apartarse de las reglas es básicamente para lograr cosas que en sí van a ser logradas, nada más que más rápido. Es para sortear la burocracia. Es una cuestión de forma. En países bananeros, en cambio, es de fondo: se ignoran las reglas para hacer cosas que no deberían hacerse.
Esto tiene un efecto muy profundo en cómo se forma la mentalidad de la gente que vive en esas condiciones, y cambia las interacciones. El sistema toma mucha más preponderancia y en algunos casos extremos, típicamente en los países germanos, el humano queda incluso por debajo, totalmente supeditado. Si uno sangra y no es el horario, pues no se lo atiende y listo, y nadie es responsable y, en consecuencia, culpable. Como dijo el conductor del camión que salía a dar una vuelta con la caja llena de judíos y el escape adentro: "yo era solamente el conductor". Y se lo creía.


Volviendo a mi libro, una de las cosas que me frenaban considerar la sugerencia era primero que nada la falta de tiempo, pero también la falta de ganas. El motivo es simple: ponerme a hacer eso significa agarrar una espátula y escarbar mierda, y no tengo la fortaleza emocional para hacer eso.
Pero mi situación actual, la coyuntura de estar en un barrio de gente muy pudiente y con una mentalidad particular, ponen el tema del libro de vuelta sobre la mesa y me está atrayendo mucho la idea. Y acá es donde las cosas cotidianas que mencionaba más arriba se vuelven centrales. Sentado en un café, con un BMW 507 plateado y tapizado rojo, un Mercedes de los años 50, y un par de Ferraris estacionados en la puerta, escucho a sus dueños fanfarronear y me pregunto por qué algunas personas son tan pero tan estúpidas. Algo que el resto del mundo no sabe de los alemanes es que no escuchan, sino que esperan que el otro termine de hablar para decir su parte. Muchas veces observé cómo mi mamá y sus amigas hablan de nosotros, los hijos, sin escucharse mutuamente, sino solamente retrucando e intentando superar a la otra. "Mi hijo está en Roma"... "hay, el mío está en Venecia". Idiotas. Una vez se lo mencioné a mi mamá y desde entonces no lo hace. Eso me gusta de ella: tiene cerebro y se empeña en usarlo.
Los alemanes, decía, y me refiero específicamente a los ejemplares sentados alrededor mío en el café, eran el prototipo de pendeviejos con 3ra esposa, 30 años más joven, ellos en edad jubilatoria, pantalón de lino, camisa blanca con las mangas remangadas y 1 ó 2 botones de más sin abrochar, y pelo tirando a largo (sin ser Slash, de los Guns & Roses), teñido, enrulado en las puntas y peinado para atrás con gel. Siempre caminan con las llaves del auto en una mano, con el llavero colgando, para que se vea, y la billetera y el celular tamaño A4 en la otra. El 50% también lleva un pulóver sobre los hombros y el 100% el cuello de la remera polo levantado. La novia en cuestión, que lo más cerca que estuvo en su vida de leer algo fue por feisbuc, lleva tetas tupperware y se ríe de todo lo que el dueño amorcito dice. Nunca me sentí tan superior a gente con tanto más patrimonio que yo. Y no es desdeño o arrogancia; simplemente eran seres miserables tratando de compensar con cosas lo que les falta en el espíritu.
En fin, el libro va tomando forma en mi cabeza y quizás algún día me siente a escribirlo. Siempre pensé que esas películas de escritores que se van a algún lado a despejarse y recién ahí les sale algo, eran una manga de vagos llenos de excusas para no hacer nada. Pero como tantas veces en mi vida, veo que estaba equivocado: para escribir algo que valga dos pesos, uno tiene que escucharse a sí mismo y eso requiere determinadas condiciones externas que hay que buscar. Y quién sabe si las encontraré en Argentina. Por ahora, el título más adecuado parece ser el de la entrada de hoy.

lunes, 30 de julio de 2018

la mudanza

Una amiga se fue de vacaciones y me ofreció la casa para descansar, porque donde estoy tengo problemas con el idiota con el que comparto el departamento, así que necesito un lugar donde pueda sentirme seguro y relajarme. Ya van dos noches que paso acá y si bien durante el día estoy fenómeno, a la noche duermo malísimamente por todos los pensamientos que se aferran a mi cerebro y me zarandean toda la noche.
Pero... esta chica y su marido son lo que podría decirse clase alta. No digo millonarios, que quizás lo sean, pero la pasan bien. Tienen caballos, un Mercedes, trabajos alucinantes y un pasar muy, muy holgado. Él en particular. La cosa que se fueron de vacaciones y me ofrecieron su casa, y el marido insistió en que me diera el gusto y probara su auto, así que me dejó la llave: un Maserati Ghibli. Ahora bien, hay 2 motorizaciones, ambas V6: diésel de 275 caballos o naftero, en versiones de 330 o 409 caballos. El bicho en cuestión es el naftero más "débil", si se le puede llamar así a tanta potencia.
Hace un rato volví de dar una vuelta con el coso ese y estoy alucinado. Me puse muy nervioso cuando lo saqué, y no ayudó el que la cochera y la puerta de salida son 2 milésimas de milímetro más anchas que los espejos del auto, así que hay que sacarlo y entrarlo con vaselina, mientras que los 88 sensores de proximidad no dejan de hacer ruidos de todos los tonos posibles, más algunos que ahuyentaron a varios perros tres cuadras a la redonda. Pero no lo rayé =P
Pero no es solamente el auto. El lugar donde viven, por ejemplo... el comedor solo es más grande que todo mi departamento. La cocina tiene todos electrodomésticos con computadoras, teclas y qué sé yo qué, y en cada habitación hay baño en suite. Todo, desde el rallador de queso hasta el auto, cuesta 10 veces más que el ítem equivalente en mi casa. El frasco de 500 ml de aceite de oliva cuesta €14. La alfombra de 2x3 m en la esquina del comedor cuesta €3000. La estufa a leña (del tamaño de un secarropas chico y un poco más alta) está hecha a mano nada menos que en Liechtenstein, y cuesta €12000. Y así. Es agotador. Y el asunto sigue también con las medidas: la mesa donde comen ellos dos mide 120 x 230 cm. El sofá ocupa 7 metros cuadrados. El televisor es de 65 pulgadas.
Y no es solamente los números; los muebles en general son de un gusto impecable, aunque me atrevo a echar mano de mis prejuicios y asumir que eso se debe más a ella (mitad griega) que a él (100% alemán), pero en mi defensa quiero argumentar que a ella la conozco desde hace más de 10 años y de cuando era soltera, y el mobiliario en su mayoría le pertenece.
Todo esto está muy bien y podría perderme en más descripciones y detalles, pero el punto es que me estoy relajando. El que todo sea gratis (desde mi posición), ayuda a relajarme más todavía. El que el estúpido de 3 años con el que comparto mi departamento no esté presente, o que estoy a la vuelta de un parque hermosos, que las paredes sean tan gruesas que a los efectos prácticos es como no tener vecinos, que todo sea tan generoso sin ser decadente... Es simplemente cómodo. Al punto que hoy, después de varias, muchas, demasiadas semanas me senté a escribir, a para completar el cliché, con Perro durmiendo al lado. Necesitaba mucho este esta pausa Milka.
Algo que me está volviendo loco es el tema de la mudanza. Por un lado está la cuestión en sí de abandonar el lugar en el que me encuentro y adoptar otro, al margen (y eso fue lo que impulsó la decisión) de que el lugar que abandono sea Alemania y el lugar que adopto (ahora sí, por elección) sea Argentina, mi lugar natal. Pero las implicaciones de esa decisión me asedian, más a medida que se acerca el momento del viaje. No puedo dormir, paso cada noche con miles de pesadillas, transpiro, doy vueltas, me desvelo a mitad de la noche o no me puedo dormir cuando voy a la cama o me despierto a las 4.


Pero dejando todo eso de lado, la cuestión logística y burocrática de esta mudanza no es para nada simple. Muebles, artículos personales, electrónicos, vehículos, perro y un servidor... cada uno de esos ítems requiere diferentes medio, papeles y dinero que hay que coordinar para que sucedan en un lapso determinado. Es como Operación Tormenta del Desierto a pequeña escala. Del lado alemán, por suerte está, cómo no, lleno de alemanes y se soluciona con plata. Del lado argentino es un poco más difícil e impredecible, pero lo voy llevando. Todo va saliendo y de a poco se van alineando los planetas, pero no está siendo fácil y a veces estoy al límite o más allá. Ah, sí, me olvidaba: la depresión. Esa es una valija por la que Lufthansa no me cobra nada, no pesa nada (por lo menos no se puede medir en kilos) y no ocupa espacio, y sin embargo ahí está. Por momentos la siento más pesada que el contenedor de 40 pies donde meto todo, y por momentos es una pelotita de pimpón. Por ahora la llevo.
Así que acá estoy, saboreando una muestra gratis de la buena vida en lo que a dinero se refiere. Sin novia, pero con perro y moto y mucho que hacer para la mudanza. No veo la hora de sacar a los alemanes de mi vida y presentar a Perro a mis sobrinos.

jueves, 28 de junio de 2018

el debate del aborto

Voy a empezar por comentar mi posición: indefinida. El típico intento de justificación que uno esgrime es "es un tema complejo". Pero en este caso no se puede negar. No se puede poner en la misma bolsa el caso de una chica de 14 años violada, que el de una idiota de 24 que le gusta el sexo y pretende que el estado (léase los demás) paguen cuando se le pincha el preservativo, si es que lo hubo.
Hasta ahí todo bien, son dos situaciones que podemos tipificar a cada uno tendrá sus opiniones. Lo que no soporto y me dan ganas de tirar la toalla es cuando las partes esgrimen opiniones basadas en intereses puramente personales y claramente en contra de personas en otra situación, exhibiendo una empatía nula y una adhesión completa a los tres principios de convivencia que tanto daño hacen a la sociedad:
1. me cago,
2. me cago,
3. y me cago en el prójimo.
Los del otro lado, mientras tanto, me cagan el día cuando veo que sus opiniones están basadas en creencias indemostrables y, por ende, indiscutibles o siquiera argumentables, generalmente religiosas. Como si su dios les hubiera mandado un mensaje de correo electrónico (por favor pásenme el remitente).
Las cuestiones pragmáticas, como de si se puede dar a un bebé en adopción en lugar de abortarlo, ignorando el hecho de que ya hay más que suficientes chicos en adopción, no tiene un puto pelo que ver con el principio de si estamos aceptando el aborto como asesinato o como procedimiento médico, tan ético como extraer una muela. En su lugar se esgrimen cosas que en sí mismas no tienen ni pies ni cabeza. Hay muchos asesinatos, así que legalicémoslos y proveamos de balas de grueso calibre en forma gratuita, pagada por las obras sociales, porque así no hay intentos fallidos que engrosen las estadísticas de casos de gente con discapacidades.
No tengo idea lo que cuesta un aborto, pero cuando estaba haciendo cola en el Hospital Italiano una vez hace muchas lunas, vi un cartel que comentaba que prevenir la gripe cuesta 400 veces menos que curarla. Enseñarles a las chicas a respetarse, con lo cual la exigencia de respeto hacia los hombres nace automáticamente, o a los hombres a no verlas como un polvo en lugar de como a un ser con sentimientos y mucho más que un par de agujeros donde eyacular (y contárselo a los amigos), medidas contraceptivas (fucking iglesia católica, y no sé si alguna otra también), y cosas por el estilo. Tengo más de un amigo que en su puta vida han usado un preservativo, pero simplemente han tenido sexo con parejas estables, donde el vínculo de confianza significó por un lado hablar abiertamente de las alternativas (píldora, etc.) y el vínculo afectivo les proveyó el marco en el que aceptar la situación en caso de producirse un embarazo. Resumiendo (y acá me anoto): si la meto, me hago cargo. Estimadas: si abren las piernas, hay consecuencias. O ¿quién se los ocultó? Como a la mayoría, me encanta meterla. Me gusta tanto, que cada vez que lo hago me da tanto, pero tanto placer, que siento un orgasmo y eyaculo. Así que lo entiendo.
¿Querés simplemente garchar sin ningún vínculo emocional? Me parece fenómeno. Ba, honestamente me parece una idiotez de una calaña infradotada, pero como decía mi abuela: que cada uno haga de su culo un pito. Pun intended. Pero no le hagas pagar al resto de la sociedad por tus gustos o tu falta de previsión, como yo tampoco le hago pagar al resto de los contribuyentes mi estupidez no usando casco cuando salgo en la moto. Resumiendo otra vez: jo-de-te. En Argentina la ley, como la veo, está fenómena: ¿riesgo para la salud o resultado de violación? A la mierda el pendejo. Me da lástima, pero la naturaleza hace cosas peores así que move on que la vida es corta.
No agoté el tema ni a palos, ni tampoco tengo mucho más para decir sobre otros aspectos del asunto, ya sea porque desconozco los aspectos, o porque los conozco pero no sé qué pensar. Así que lo dejo acá, que ya embarré bastante la cancha y me saqué las ganas de despotricar. Casi.

martes, 19 de junio de 2018

Tinder&Co II

Es increíble que a pesar de la edad sigo abriendo la boca (o tipeando) antes de tiempo.
Tinder.
Después de un par de semanas en uso creo que puedo dar un diagnóstico más preciso de lo que significa poner el pellejo en internet y ver qué pasa. A veces hablo con alguien de la ventaja fundamental de usar un sistema como Tinder: elimina el guess work, pero a un precio: lo que uno sabe es que el otro gusta de uno, no si uno gusta, realmente gusta, del otro. A ver qué carajo quise decir.
Si tomo el subte con mi perro y una chica linda se pone a hablarme, no sé si es por genuino interés por el perro o lo usa un poco para romper el hielo y entablar conversación conmigo. En Tinder no hay dudas: arrastró el dedito a la derecha. El problema estriba en que, incluso en un breve contacto en el subte, uno ve a la otra persona a los ojos y en una situación honesta, genuina, espontánea. No es garantía de nada, pero por lo menos no hay lados visualmente ocultos. Se escucha la voz, el tono, la cadencia, quizás se ve caminar al otro, y muchas cosas más. Enseguida un puede determinar si se siente atraído o no a detenerse a conocer a esa persona, sacrificando tiempo que usaría para otros fines. En Tinder, si bien se dispone de un poquito más de información de las intenciones de la otra persona, se dispone de mucha menos información de si la otra persona es interesante para uno. Y eso comparándolo con un encuentro de un par de minutos en un subte, ni hablar de una charla en una fiesta de amigos, en un vuelo intercontinental, o en cualquier situación en la que el contexto invite a relajarse e intercambiar un poco de información.
El resultado es que uno termina saliendo a tomar un café con un montón de prospectos que inevitablemente en su mayoría son decepciones: una era boluda, la otra puta, la otra aburrida, una más era letárgica... y por supuesto que esas son las que les encontré un pelo al huevo así que no me preocupa si les gusté yo a ellas o no. Pero no faltó la que me gustó mucho y yo a ella no.
En un caso en particular tuvimos una cena hermosa, con sobremesa y promesas de vernos de nuevo, intercambio de número de teléfono y una despedida con sonrisas. Al día siguiente intercambiamos un par de mensajes, y una hora más tarde pareciera que como mínimo perdió el teléfono: baja de Tinder, sin respuesta a mensajes del teléfono ni atiende llamadas. Misterio.
Por supuesto que el mayor misterio no es que haya cambiado de opinión tan abruptamente; esto no es arrogancia, es simplemente confusión por lo bien que transcurrió la cena. El mayor interrogante que me surge es el porqué no me dijo "mirá, gracias, pero no, gracias". Suficiente. No tiene que mandarme flores ni un vale para tres sesiones de terapia para digerir la pérdida; ya somos grandecitos. Pero parece que nos hemos convertido en nada más que un puntito en una aplicación para el teléfono, sin las atribuciones de un ser humano. Alguien deja de gustarnos y lo desagraciamos desamigándolo en feisbuc, borrándolo de tinder (nótese la minúscula) y bloqueándolo en guatsap, y asunto terminado. Precioso.
Y yo acá pensando que estaba entablando relaciones con personas. Qué imbécil. Probablemente tendría que haber sospechado algo cuando vi que una gran parte de las mujeres "en oferta" ponían fotos que se correspondían con alguno de estos estereotipos:
- poniendo cara de pato, esa estupidez de darle un beso al aire cuando se sacan una foto,
- sacando la lengua, como para mostrar lo irreverente que son (¿?),
- haciendo la "v" con los dedos,
- desde arriba, poniendo los brazos por delante y apretando las tetas, para exagerar el escote,
- usando una de esas aplicaciones que agregan nariz y orejas de gatito a la cara,
- la peor de todas: esas imbéciles con la cabeza hacia atrás, sentadas con las rodillas juntitas (así, diminutivo) y la copa de champán en la mano, haciéndose las princesas, como si su mierda oliera diferente o el mundo les debiera algo.
Una vez filtradas las estúpidas más evidentes queda por supuesto el largo trayecto hasta el altar, por decirlo así. Y empieza encontrándose a charlar, con la excusa de tomar algo. Ahora pregunto: ¿siempre me toca pagar a mí? Hasta ahora salí con unas 5 ó 6 y salvo 2 de ellas con las que me sentí particularmente bien (y que coincidentemente les tuve que insistir que me dejen invitarlas) el resto asumió que era mi responsabilidad pagar. No fue una invitación de mi parte, ni una sugerencia de parte de ellas: dos adultos quedaron en encontrarse para conocerse. Y uno de ellos se supone que pague. ¿Alguien me puede explicar por qué?
Una de las cosas que más me irrita es la de las retrasadas mentales que exigen un "caballero" o ser tratadas como damas. Nou problem: si nunca estuviste casada, espero que seas virgen. Ahí empezamos a hablar. Pajeras. O como dijo la detective Kristin Ortega en la serie Altered Carbon a una periodista que le hizo una de esas preguntas capciosas: go fist yourself.
Cuando todo está dicho y hecho, una amiga que me aprecia mucho me dijo dos cosas que me retumban en la cabeza: "es increíble que un hombre así de atractivo esté solo y recurra a cosas como tinder", y "hay millones de mujeres o solas o con un imbécil, que matarían por conocerte". No soy suficientemente objetivo como para confirmar o rechazar un comentario así, pero desde donde estoy le veo su parte de razón.

martes, 5 de junio de 2018

Tinder&Co

El año pasado, antes de conocer a Psicópata, me anoté en uno de esos sitios donde uno cuenta quién o qué es, pone un par de fotos, agrega algunos criterios de lo que busca, y deja que el sistema le encuentre lo que el algoritmo considera coincidencias entre el pool de féminas tan desesperadas como uno. Previo pago de un canon, por supuesto, uno puede ponerse en contacto y arrancar de ahí.
Los hay de todos los gustos. Desde los gratuitos, hasta los 100 o más euros por mes, y mientras más paga uno, mejor la publicidad y los bombones de los afiches, aunque también menos probable el encontrar gente que busca sexo y punto, si bien también hay sitios especializados en eso, y nada baratos.
Bienvenidos a Tinder. En lugar de usar algoritmos de coincidencia, simplemente el usuario va como caminando en un supermercado virtual mirando fotos, leyendo dos oraciones, y en una fracción de segundo decidiendo si hay potencial o no. A la mierda el signo del zodíaco, los estudios, si le gustan los animales o si practica esquí. Lo único que limita la búsqueda es la ubicación geográfica. Y honestamente, me parece bien. Una plataforma como esta, como un buen mayordomo, no se nota. Es un puente, no un muro, como un buen mayordomo que lleva y trae cosas sin interponerse ni interrumpir. Cada muerte de obispo aparece algo de publicidad, y eso es todo. Queda en uno hacer de filtro, de algoritmo y de... humano. Me cago en esos sitios que dicen tener una fórmula para poner dos personas similares en contacto. Aunque no soy sociólogo, nunca encontré un denominador en las parejas exitosas más que la paciencia y el respeto.
Sin embargo... Como todo lo que hacemos, Tinder e internet en general es un reflejo de nuestra propia inteligencia. O estupidez. Abundan los ejemplos de adolescentes y no tanto con 700 coincidencias y otros tantos mensajes, con lo cual el puente ese que se supone que plataformas como Tinder tienden entre personas, se convierte en un basural. Cada individuo es una molécula más de pintura en el muro del ego. Patético.
Así que los que tenemos 2, 3 ó 4 coincidencias escribimos sopesando las palabras, midiendo los tiempos, tratando de conocer al otro, y ese otro no está en la misma longitud de onda. La decepción, entonces, es inevitable. Todos los esfuerzos que uno hace para sobrellevar los miedos que se originaron en relaciones pasadas son al reverendo pedo. Peeeeeedooooooo. No terminé: ppppppeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeddddddddddddddoooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooo.  Pedo, pedo, pedo. Sol do.
Así que acá estoy, back to square one.

viernes, 18 de mayo de 2018

4 escalones

Perro, mi amigo y compañero de 3 meses, está aprendiendo a lidiar con monstruos de todo tipo, desde chicos de 4 años que quieren tocarlo pero no saben medirse, hasta esos agujeros inconmensurables que se zambullen en las entrañas de la tierra: las escaleras. Y las rampas de entrada a estacionamientos subterráneos.
Primero vino 1 escalón: entradas de edificios o casas, desniveles, cordones de vereda, plazas, esas cosas. Incluso la puerta al balcón de mi departamento, que el marco sobresale unos 7 centímetros. Todo un desafío para un Godzilla bonsai como Perro.
Uno pensaría que un perro tiene que aprender a dar la patita, hacer sus necesidades afuera y no morder cables. Y es cierto. Pero mucho más importante es enseñarle a confiar en su amo, entender que nuevo no significa malo, y que siempre va a enfrentar las cosas de a dos: una bicicleta, un chorro de agua, otro perro, una escalera, un humano o un trueno. Con el tiempo aprenden que si al amo no se le mueve un pelo en determinada situación, al perro tampoco. Y en eso estamos. Tengo un amigo con el que me encuentro una vez por semana para almorzar, y me contaba cómo nota los cambios y la evolución en mi relación con Perro, cómo está mucho más pendiente de mí y de si voy o vengo. Aprendió que las entradas de cocheras subterráneas no ocultan dragones, o que caminar sobre una tapa de tormenta es irrelevante. Los respiraderos del subte son un desafío más grande (literalmente), pero va mejorando. También aprendió que cuando camino como un zombi (sin doblar las rodillas, los brazos extendidos, las manos colgando, gruñendo) se viene una tormenta de mimos y se pone loco de alegría. Lentamente va aprendiendo que no importa si vomita en la alfombra, que no lo voy a castigar. Cuando hace pis ahí sí me altero un poco, pero incluso entonces no dejo de ser civilizado con él y me limito a retarlo subiendo la voz. E incluso entonces sabe que no le voy a hacer daño y no me tiene miedo. Y cuando lo cepillo no tiene que moverse, o cuando me desvisto es porque me voy a duchar, y no tiene que llevarse mis chinelas.
Pero la moneda tiene dos caras, y Perro tranquilamente podría ser la reencarnación de Stephen Hawking por la capacidad que tiene de absorber cosas. Aprendió, por ejemplo, que cuando me pongo el pantalón de la moto me voy por tres horas y lo tengo que dejar en su cucha. Y que cuando agarro las llaves del auto vamos a... andar en auto, cosa que le revuelve el estómago, pobre. Eso también mejoró mucho, sobre todo desde que lo llevé en auto a ver caballos, a jugar en el campo, a un lago a meterse en el agua, y todas esas cosas que un perro adora. Pero si bien el miedo se le fue, el revoltijo de estómago se resiste, y por cruel que parezca la única solución es seguir metiéndolo en el auto y llevarlo a pasear.


Mientras tanto, esto que soy también aprende cosas que debería haberlas aprendido de chiquito pero no pudo ser: uno estaba con su cabeza en el culo (y todavía está), y la otra creciendo de sus propios pedos. Nada del otro mundo, pero el pato lo pagué yo. Así que ahora estoy empezando a aprender a controlarme, por ejemplo. La ira y la frustración no me ayudan en lo más mínimo cuando la cagada está hecha y tengo que concentrarme en ver cómo la soluciono, minimizo, o prevengo que pase otra vez. Si el perro hace pis en el comedor no es su culpa; no tiene malas intenciones, ni es vengativo, ni todo ese bagaje de idioteces que, tenemos que admitir, son muy humanas. Exclusivamente humanas, parece. Lo que el pobre perro tiene es pis, y lo que yo estoy aprendiendo a hacer es a mostrarle alternativas, educarlo, explicarle pacientemente a un ser que no entiende ningún idioma de los que hablo. Es un desafío alucinante y dependiendo mi buena predisposición, paciencia y trabajo, pueden resultar dos cosas: un perro chiflado y un dueño estúpido, o un perro alucinante y un dueño que logra crecer y evolucionar de sus propias limitaciones. Y creo que lo segundo es lo que está pasando, y  me alucina la alegría y el orgullo. Era algo que tenía pendiente hace tiempo y no sabía ni cómo abordarlo, y hay pocos jueces tan honestos como un perro.

domingo, 15 de abril de 2018

€250/kg


Les presento a Perro. Perro es un pastor australiano que recogí con casi 8 semanas. Estuve mirando un par de criadores y me dieron la sensación de que los perritos eran poco o nada más que mercadería, pero la señora que me vendió a Perro simplemente tiene una granja con 3 caballos, 5 gatos y 4 pastores australianos, y cada par de años la hembra queda embarazada y vende la mayoría de los cachorros. Son sus perros y los quiere y trata como tales así que están bien alimentados, reciben amor y cariño, y tienen un lugar limpio donde estar y jugar.
Otra cosa que me atrajo de esta señora es que la madre de los cachorros, a pesar de ser de raza pura, no tiene papeles. Al padre lo importó de Estados Unidos y él si tiene papeles, pero como la madre no, los cachorros tampoco tienen. Podría sacarlos, inscribirla y no sé qué más, pero no le interesa. Por eso también los vende más baratos, como un 30% menos que un criador con papeles y la mar en coche. Hay muchos que se dedican a exhibiciones, concursos y esas estupideces, como si el perro fuera un juguete. En mi opinión: que coleccionen estampillas.
Pero bueno, ahí está Perro, pobrecito, creciendo conmigo: la bestia de las relaciones interpersonales. Por un lado estoy luchado con todos los desafíos típicos que implica tener un perrito: limpiar atrás de él, alimentarlo adecuadamente, enseñarle a no ir al baño ahí donde esté, estimularlo, entrenarlo, etc. Pero por el otro estoy lidiando con lo más difícil: yo. Mis pedos, locuras, miedos. Mi resistencia bajísima a la frustración. Estoy intentando darle disciplina y estructura, pero sin ser autoritario y que el perro haga todo como un robot. No quiero que me tenga miedo. No le pegaría nunca, pero el otro día estaba tan frustrado que le pegué un grito, o mejor dicho, le  alcé la voz. Igual se asustó y por un par de horas se mostró intimidado, desconfiado. Ahora que me conoce más, incluso si lo reprimo levantándolo del pescuezo, se asusta por un rato pero viene a mí por mimos.
En definitiva, él está aprendiendo a vivir, yo estoy aprendiendo a enseñar. Me encanta, y muy en parte por eso es que me decidí a tener un perro, pero no quiero que él sufra como mi conejito de indias. Sería injusto y cruel. Es un perrito muy tierno, gentil y sensible, y estoy tratando de darle todo eso y al mismo tiempo enseñarle los límites (dónde no hacer pis, que cosas son para morder y qué cosas no) pero sin aplicar castigos. Dicen los que saben que los perros necesitan límites y reglas claras, que eso los ayuda a desarrollar su autoestima y a lidiar mejor con situaciones, pero la línea de lo que es una "respuesta proporcional" a lo que se intenta corregir es insondable para mí, por lo menos por ahora. Así que en eso estoy, en aprender. Una cosa en particular que sí aprendí de esta raza es que así como son de inteligentes (casi como un border collie o collie fronterizo) también son muy sensibles, y uno en lo posible no debe gritarles, sobre todo en este período crítico de cachorros donde el cerebro es una esponja y son más susceptibles de adquirir traumas. Obviamente esto incluye cualquier maltrato o trato fuerte, pero en particular los gritos los afectan.
Hasta ahora una vez le alcé la voz y otra vez lo tomé del lomo, como hacen las madres y que me habían dicho que estaba bien, pero el grito que pegó me asustó tanto que enseguida me puse a investigar más y esa excusa de que las madres lo hacen es relativa, porque lo hacen solamente cuando el cachorro es muy chiquito y después ya no. Así que por lo que sé ahora, nunca más lo voy a tomar así del cuello a menos que un experto me explique bien si es aceptable o no. Por lo que gritó, en mi opinión le dolió, y lastimarlo no es una opción. Espero haber pecado de ignorancia, pero ahora que tengo más información veo que es una crueldad y no no tengo ninguna intención de hacer eso. De hecho, me quedé tan mal que aunque alguien me dijera que sí es un buen método de hacerle entender que hizo algo mal, no creo poder volver a hacerlo. En cualquier caso, las dos veces que lo castigué se quedó claramente afligido y me tuvo miedo, y tuve que ser muy paciente y darle muchos mimos para que se le pasara, y así y todo le llevó unas 3 horas. Mirando en internet vi que otras razas de perros se recuperan en menos de un minuto, y además si el perro en particular es tímido, eso lo empeora, y este perro es tímido. Así que si algún dueño primerizo como yo lee esto, aprendan de mis errores.
Así que una cosa que hago cuando no me hace caso o daña algo o de alguna manera me siento frustrado con él es respirar hondo, recordarme a mí mismo la obviedad de que no lee mi mente ni tiene un manual de instrucciones de cómo vivir con humanos y sus pertenencias, y lo llamo con todo el cariño que puedo esbozar (si es falso se da cuenta, así que ojo) y espero lo que haga falta. Y funciona. Todas las veces. Funciona.
En fin, yo sabía muchas de estas características cuando decidí comprar un ejemplar de esta raza, así que no puedo más que asumir la responsabilidad y adaptarme y mejorar. Despertarme y ver su sonrisa casi tonta y su colita batiendo como loca es premio más que suficiente y, quién sabe, a lo mejor en un par de años los dos nos entendemos y llevamos bien.