Pero en otras ocasiones el rarómetro simplemente explota. Como se puede ver en esta nota, la estupidez alcanza niveles estratosféricos y parece que no hay marcha atrás.
Pareciera ser que en algunas partes del mundo la gente está tan paranoica con vaya uno a saber qué, que piensan que cualquier foto en la que aparezca su imagen le roba de alguna manera intimidad. En alguna selva de este planeta hay una tribu que no les gusta que les saquen fotos porque creen que les roba el alma. En una ocasión le estaba sacando una foto en perspectiva a una valla de un jardín, y de la nada salió un hippie y me interpeló con que si él aparecía en alguna de las fotos. Además de la apariencia de haber derrochado su vida concienzudamente desde hacía rato, el pobre imbécil olía a murciélago fermentado y en la mano tenía una botella grande de cerveza a medio tomar. Cuando escuché la pregunta lo único que atiné a responder fue para qué quería saberlo, y me dijo que yo no tenía derecho a sacarle una foto. Realmente yo no tenía la menor idea de si él estaba o no en una foto, porque el sujeto que estaba fotografiando era la puta valla y si él estaba o no, me interesaba menos que el clima en Cambodia. En cualquier caso, más tarde en la computadora lo borraría o directamente lo recortaría.
Durante algunos meses le dediqué algunos ratos a pensar sobre el asunto de las fotos en la calle y fotografiar a personas con un teleobjetivo o un lente común, y si alguien tiene un real derecho a preocuparse por el asunto. Por un lado, como aficionado a la fotografía, intento ejercer un respeto a la intimidad y más que nada a la tranquilidad del sujeto. Si hay alguien en la mesa de al lado en un restaurante y la luz es perfecta y todo lo demás, pues me muerdo el mantel de mi mesa, me tomo el agua del florero y me la aguanto. No le puedo andar poniendo la cámara en la nariz a alguien solamente por alimentar mi afición. Pero si alguien está a diez o veinte metros de mí y se me canta apuntar la cámara, sin molestarlo (y me refiero de veras a no molestar, por más que sea "un segundito"), tengo todo el puto derecho a hacerlo. Lo que no tengo derecho en ningún caso es a lucrar con esa foto donde está la imagen precisa e identificable de esa persona (a menos que sea un contraluz o algo así donde no se la reconoce, por supuesto; o que me haya firmado el correspondiente papelito que no sé cómo se llama en español pero que en inglés le llaman waiver).
Lo gracioso de todo esto es que en la mayoría de los lugares del mundo que tuve la suerte de visitar, si quise sacarle una foto a una persona en forma evidente (más o menos el 0,1% de mis fotos), simplemente levanté mi cámara en gesto interrogativo y con una sonrisa, y el 99,999999% de las veces me devolvieron la sonrisa con gesto afirmativo. Si uno aproxima al sujeto con respeto, en la mayoría de los casos se siente halagado por haber despertado la atención de un artista, que en cualquier caso no interfiere en lo más mínimo con su vida. Y cuando digo "artista" me refiero a la intención, no al talento o mérito.
Hasta ahora, en mi experiencia, en dos lugares (y sé de uno más: EE.UU.) las personas se comportan como paranoicos: Alemania e Inglaterra. Y en mi experiencia, no es tanto una función del miedo a que les pongan las fotos de los hijos en una página pornográfica o algo así, sino pura y simple arrogancia esquizofrénica. El puro y bajísimo placer de imponer en los otros mi voluntad. Así veo el mundo, y los demás deben comportarse de acuerdo a mi visión. Entiendo que en esto de los blogs no andemos poniendo números de cuentas del banco y cosas así, pero estamos en un punto donde ni siquiera publicamos fotos de nuestras vacaciones. Y después, en Feisbuc, ponen hasta el diámetro de los agujeros de la nariz.
En definitiva, gracias a yanquilandia y sus excursiones petrolíferas donde mandan hordas de nenes de 18 años armados con una M-16 que pueden comprar en la esquina de su casa, pero no cerveza hasta 3 años más tarde, cada vez que tengo que volar a casa me tratan de terrorista con un equipo que incrementa en un lindo porcentaje el valor de mi
Gracias a los pedófilos no puedo practicar una actividad (que no hace nada a nadie) sin que me miren con asco. Aunque para ser honesto, lo único que hay que hacer por acá para que te miren con asco es ponerse en el campo visual de alguien. Y eso antes de que tengas la oportunidad de decirles que sos extranjero, en cuyo caso te miran como si les hubieras dicho que tenés ébola.
Gracias a los hijos de puta que esperan a la salida de los bancos en una 600 robada, resulta que mi ya pecaminoso gusto por las motos no solo me convierto en motoquero (término imbécil si los hay) sino también en motochorro, según un diario de demasiada circulación que literalmente se caga en el idioma. Esto se traduce en que en el centro de Buenos Aires no puedo ir a un restaurante con mi novia en moto, y en cualquier caso se supone que tengo que andar con un chaleco con el número de patente de mi moto, como en otros tiempos.
frustrado...
Que quede claro: adoro a la gente. Las motos están muy bien, los paisajes son muy lindos. Pero sin la gente que nos rodea, la vida sería un lugar muy miserable. Cada vez que fotografío a alguien, aunque sea un desconocido, estoy homenajeando ese concepto, y en mi experiencia así sucede con la gran mayoría de los que disfrutan saliendo a la calle con una cámara a ver qué encuentran.