domingo, 23 de abril de 2023

la alegría de vivir

¿De dónde la sacan algunos? Yo la tenía, creo, y a las patadas y desprecios me la extirparon. No recuerdo bien cuándo fue, o siquiera si la tuve alguna vez, pero ahora no está. No es que me desborde la convicción, pero creo que alguna vez sí la tuve, y de hecho recuerdo bien que de a ratos la disfrutaba. De esto hace mucho. La veo en otros y es algo que envidio profundamente. Como estar enamorados. Es simplemente volverse invulnerable a la merda cotidiana, como que se nos caiga una tostada (del lado de la mermelada, obviamente) y ni nos fijemos. Esas cositas a mí no solamente logran afectarme, sino que catalizan una cascada de ira y frustración acumulada que me pueden entre cagar el día y sumir profundamente en los pensamientos más obscuros.
La alegría de vivir, entonces, no la tengo. No disfruto dormir, no disfruto bañarme, no disfruto salir a la calle, manejar, interactuar con la gente, y casi no tengo ganas de hacer cosas que antes eran el motor de mi día: fotografiar, andar en moto, salir a caminar, y gracias al estado espantoso de mi hígado, comer.
A algunas personas no les gustan las arañas, a otras los gatos, a mí los humanos. Me falta lucidez, lo sé perfectamente (quizás es ese justamente mi rasgo más lúcido), pero me siento una pelotita en la rueda de una ruleta perfectamente aceitada: no paro de girar y dar vueltas y rebotar anímicamente, incapaz de saber para dónde ir, ni por qué posible motivo. Entiendo también que algo estoy haciendo mal en mi búsqueda de pareja, pero no estoy seguro de qué es, y de las cosas que sí sé que hago y me juegan en contra, algunas simplemente no tengo ninguna intención de cambiarlas, porque soy consciente de que de los 8.000 millones de personas en este mundo, la mayoría están equivocadas y yo no. Así de fácil y pseudo arrogante es el asunto. Me rehúso a pensar que debo perseguir a una mujer para merecer su atención, que tengo que pagar la salida o que se comporte como una criatura de 4 años con sus correspondientes berrinches, o que tengo que tener sexo a la primera o segunda vez que nos vemos porque "a esta edad no estamos para vueltas". No te da para pagarme un café pero sí para desnudarte en frente de un extraño casi total... ¿en serio tu culo es más barato que un café?
Esta radicalización en mi forma de ver estos temas viene, en gran parte, de haber incorporado a un perro a mi vida. Si bien le enseñé a dar la patita, a esperar que le dé permiso para empezar a comer y hasta a levantar una botella de plástico del suelo y tirarla en un tacho de basura, cada puto día aprendo más de él que lo que jamás podría yo enseñarle. Es tanto lo que le debo que aunque fuera Connor MacLeod no podría devolvérselo. Ni él jamás me lo pediría.
Y llegó Mateo. Hace 2 semanas volvía a casa, exactamente a esta hora, exactamente de este mismo café, y un perro cruzó la calle corriendo con una correa al cuello y bastante asustado. Nadie lo reclamó así que me lo llevé, y mientras una vecina lo publicaba a ver si alguien lo reclamaba, durante los siguientes días gasté una pequeña fortuna recauchutándolo: baño, pulguicida, antiparasitario, vacunas, comida, veterinario, radiografía (fractura incompleta de la pata delantera izquierda) y muchos mimos, salvo las veces que el hijo de su soberana madre se trepó a mi cama o se pasó al asiento del conductor cuando lo dejé dos minutos en el auto y entré al supermercado. En ambos casos le expliqué que iba a arrancarle una oreja y hacérsela comer si volvía a mandarse una de esas. Parece haber entendido.
Los primeros días fue muy difícil. Estar con dos perros, uno de ellos hecho polvo, depre, abandonado, perdido, que no me conoce y no sabé a qué atenerse, y el otro celoso y descolocado, en esta situación no es fácil, sobre todo para un idiota como yo que no sé cómo navegarla. Con ayuda de algunos consejos de internet y una amiga, Perro está mucho más cómodo con la situación y Mateo ya se relajó... demasiado, podría pensarse mirando las atribuciones que se toma. Y aunque es un bombón, educado, cariñoso, simpático, y estamos mucho mejor, la realidad es que desbarató la rutina y afectó la relación maravillosa que tengo con Perro, y eso me molesta. Es raro, porque Perro está a un metro de mí, como siempre, pero lo extraño; extraño lo nuestro, nuestra intimidad, nuestras ceremonias, sentarme en un café a leer un libro y él chusmeando 360°. No puedo salir tranquilo a la plaza y jugar con él, o llevarlo a la playa, o sentarme a hacerle mimos o peinarlo, porque Mateo enseguida busca su cuota de atención. Desde el primer día que lo tengo en adopción, pero ya van 2 semanas y se va haciendo largo el tema. Mateo solo: no brainer. Pero tengo a Perro, que lo elegí, me comprometí y me enamoré y no quiero cambiar nada. Y no hablemos de las diferencias de carácter e intelecto, porque sonaría a que me estoy quejando de Mateo, que no tengo motivos. Es simplemente que es un perro hermoso, pero no es Perro. Y no es un pastor australiano, que no son perros, son cruza de bufones con ángeles con pelos en lugar de plumas.
Por suerte, a pesar de haber sido abandonado y herido por un auto, todavía tiene la alegría de vivir, y confío en que la va a conservar cuando alguien lo adopte definitivamente.

domingo, 9 de abril de 2023

el jardinero

No siempre tengo ganas o material para escribir sobre cosas importantes; a veces mi cabeza se entretiene con cosas más light, como el sentido de la vida. O el legado que uno deja. O saber si, cuando uno se va, el mundo está mejor o peor que si uno no hubiera estado.
El jardinero que viene a mi casa, por ejemplo. Vive ahí nomás, a 50 metros, tiene una esposa y una hija, y además de cortarme el pasto me ayuda con todo lo que surja: algún trabajo de pintura, revoque, plomería. Se da mano para casi todo, y además es una persona de esas que agregan, no que quitan. Es lindo charlar con él, es amable pero firme, tiene su carácter y respeta y se hace respetar. Y sobretodo está. Cuando lo necesito, está. Pero... no construyó la torre Eiffel. No cura el cáncer. No acabó con las guerras o el hambre, las violaciones, o la contaminación ambiental. Es, simplemente, un buen hombre. Ni más ni menos. En un mundo de retweets y marihuana para el desayuno y paraguas de 50.000 dólares, donde el número de seguidores de Instagram es mucho más relevante que los estudios y el nivel de competencia en una disciplina a la hora de opinar sobre algo, en ese mundo, este mundo, una buena persona es todo un hallazgo. Entiendo que el jardinero no va a dejar un algoritmo para predecir cosechas, o un puente, o un poema, pero cada día hace más lindas las vidas de (me animo a decir) cientos de personas cuidando y embelleciendo sus jardines. Su nombre no va a figurar en ningún libro, pero va a escribirse en muchos corazones, varios seguramente sin ser consientes de ello.
Y yo... ¿qué dejo? ¿a quién? Pero antes de eso: ahora que todavía estoy acá, ¿a quién le alegro el día, a quién acompaño? ¿Quién me extraña cuando no estoy? ¿Quién quisiera haber venido conmigo, o que no me haya ido? La respuesta hoy, 5 de abril de 2023, es: Perro. Seamos honestos: es poco. Hay gente que difícilmente entran en la categoría de seres humanos, basura de personas, soretes infradotados, resentidos, violentos, malintencionados, cuyos perros los quieren. Ese prontuario tienen los perros, ángeles con pelos en lugar de plumas, siempre listos para comerse nuestros pecados y devolver con amor el maltrato recibido. Yo no lo maltrato a Perro, pero el 99% del tiempo no me siento digno del amor que me profesa.
Mientras tanto, en un rincón del sur de este mundo, yo sigo intentando encontrar mi lugar en el mundo, y cada vez más tristemente convencido de que no es este, por lo menos no así, tan pero tan lleno de estúpidos. Rebosando de estúpidos. Gente con la inteligencia de un gorrión y su lucidez después de haberse chocado contra un ventanal, pero que ni siquiera lo sabe. Así de estúpidos. Y a los que siguen las reglas y respetan al prójimo los llaman estúpidos, por supuesto. O les pegan. O les roban. O los difaman.
Cuando vivía afuera tenía preocupaciones, deseos y aspiraciones como aprender francés, o mi admiración por lo dolorosamente lindos que son los gráficos de los Shoei X-Spirit III, o cómo podía mejorar mi fotografía, o qué lugares conocer que me iluminaran el alma. Hoy, como el 90% de los hijos de esta tierra azotada por el populismo, intento comer 3 veces por día, salir y volver a mi casa sin que me maten por sacarme el celular, y evitar enfermarme de la cabeza más de lo que estoy mientras navego una sociedad que ya casi no recuerda de qué se trata un estado de derecho. Por sí solas, cada una de estas tres cuestiones son horriblemente demandantes, mientras que la combinación consume toda la energía que como nación podríamos encauzar en progresar cultural, espiritual y tecnológicamente. En términos más individuales: si no sé si voy a cenar, o si voy a estar vivo para la cena, mucho menos me va a preocupar aprender a tocar el piano, o, como ya se viene viendo, la diferencia entre regalado y ganado. Muy triste.
Tan triste, de hecho, que mi histórica falta de alegría de vivir no da respiro. Cada vez tengo menos ganas de, justamente, respirar. Como siempre: entiendo que no vivo en el este de Ucrania, pero eso no quita que dentro de mi realidad próxima hay varias cosas que no funcionan, algunas por debajo de mi umbral del dolor, otras... En particular, dos asuntos: la falta de un estado de derecho, y el no encontrar amor romántico. Me afectan cada vez más y no sé si soy yo demasiado sensible o (como me dijo mi amiga súper inteligente) genéticamente indispuesto a ser feliz, o realmente son dos cosas para amargarse justificadamente. En lo personal, no me imagino una persona viviendo una vida plena con estas dos cosas sin resolver. Una puede ser (en mi experiencia, no creo), pero ambas... ni loco. No lo creo posible. No señor.
Mientras tanto, el jardinero se fue a visitar familia en Narcolandia, comer algún asado acompañado de más de un tinto y descansar de sus parques y máquina de cortar el pasto. Él, creo, sí vive una vida plena.