sábado, 17 de agosto de 2019

blanco sobre negro

Hoy cumplí 549 meses, y hace exactamente 169 años murió el General San Martín en Bulogne-sur-Mer, en el noroeste de Francia. Estuve ahí hace un par de años; hay una estatua hermosa sobre la avenida que recorre la franja costera y una de las dos únicas estatuas en toda Francia dedicadas a la libertad, donde el prócer está por encima. También existe todavía la casa donde nuestro prócer vivió por dos años hasta su muerte en 1850, que fue comprada por nuestro gobierno en 1926 y desde 1928 conservada por un empleado de la Embajada Argentina en Francia a modo de cuidador de faro, aunque con un poco más de comodidades.
San Martín también tiene una estatua en mi ciudad, Mar del Plata, en el medio de la Plaza... ¿cómo no?... San Martín. Es una estatua enorme y se lo ve al hombre con capa al viento, oteando al noreste, como si extrañara la Europa donde se fogueó como soldado, pero también vigilando, por si a algún otro imperialista se le ocurriera siquiera pensar en intentarlo de nuevo.
San Martín se fue del país en 1824 para nunca más volver, salvo por el intento truncado de 1826 para asistir a Rivadavia en la guerra con Brasil. En aquel entonces, en Argentina no existía el edificio del Congreso que hoy conocemos, que recién se comenzó a construir en 1896. Apenas hubo un edificio previo a ese, encargado por Mitre en 1862 e inaugurado en 1864, mucho más modesto que el que vemos hoy en día. Tampoco existían los semáforos, Tinder o el peronismo. Los caballos no se taraban con feisbuc mientras esperaban que volviera a bajar un puente levadizo, y cuando un chico tenía un berrinche se solucionaba sin traumas. Los perros comían sobras y un resfrío mataba millones.
Uno puede leer libros sobre la época, retroceder en el tiempo con la mente y comparar el ahora y el antes, lo cual lleva inevitablemente a una pregunta que ya mencioné hace unos días: ¿cómo le explico? Si San Martín, que hizo lo que hizo y logró lo que logró, se levantara de la su lugar de descanso y en todo su derecho nos demandara explicaciones, cómo mierda le justificamos que nosotros hicimos los hicimos, logramos lo que logramos, y votamos a los que votamos.
El presidente actual no es santo de mi devoción ni mucho menos; aunque estuviera en coma alcohólico me sobrarían facultades para darme cuenta de que la está errando con la política económica. En un mundo ideal, con opciones válidas, él ni siquiera aparecería en el radar de mi intención de voto; pero en el contexto político argentino 2019 es lo que queda en el cedazo. Votar a cualquier otro es allanarle el camino a un futuro muy, muy triste, donde la mitad de los argentinos se ven tocando el bombo con una mano y tendiendo la otra, cual pichones esperando que mamá vuelva al nido con la comida en el pico. El tema es que la comida no es infinita, ni sale de la nada, ni se hace sola. Yo traje comida: tengo un capital y lo quiero invertir, quiero hacer algo, quiero ponerlo a trabajar, y eso deriva directamente en trabajo para los que ponen el músculo. Pero ellos apagaron (les apagaron) el cerebro, votaron a quien votaron, y ahora yo vendo lo que hice y me voy. O por lo menos es la idea.
Los que vienen odian a la gente que lee, odian a los que tienen capital porque no los pueden arrear. Libros no. Y si hay libros, que hablen de cómo una frustrada actriz resentida podía completar un partido de golf en 16 tiros y otras maravillas, cuyo único punto de comparación hoy en día es un impresentable enquistado en Corea del Norte. Para arrear se necesita a alguien que arree, perros que hagan el trabajo sucio, y seres de inteligencia bovina que opten por seguirlos, de cuyas filas se destilan los mejores perros y que a su vez cuidan que su buen pastor siga en su puesto. El peronismo engendra pobreza, y la pobreza engendra peronismo.
En la construcción que estoy haciendo tengo un primer oficial que no terminó la primaria y obviamente trabaja desde muy joven. Se cuenta, muy lamentablemente, entre las hordas de chicos que crecieron en plena cleptocracia y como recibió algunos beneficios la vota, pero con la suerte de haber tenido a alguien que le enseñó a hacer buen uso de sus no pocas habilidades. Ama lo que hace y tiene una ética de trabajo impresionante, y se nota en los resultados. Hemos estado hablando varias semanas sobre los candidatos y la situación argentina y nuestras diferencias, desde el respeto y la apertura mutua. Creo que los dos aprendemos mucho del otro; es una experiencia excelente y, por lo menos de mi parte, muy necesitada.
En nuestras charlas hemos cruzado información que va desde el me-cago-en-cuándo-cumple-años-la-compañera-Santa-Evita hasta Macri-es-un-gato, cosa que hasta ahora no encontré quién me explique el porqué de la analogía En algunos tramos de nuestras charlas nos trabamos en detalles que, en mi experiencia, son inútiles, como la cantidad de planes de un gobierno u otro, y la famosa causa de los cuadernos. Cuando todo está dicho y hecho, mi propuesta (si tuviera los fondos, por supuesto) es la siguiente: llevarlo a 10 países de los tantos que estuve, algunos con partidos populistas (ni hablar personalistas) en el poder, y el resto con otra clase de gobiernos, sin decirle cuál es cuál. Al final del viaje, preguntarle en cuáles le gustaría vivir, y comparar con los gobiernos a cargo. Todos sabemos el resultado. Sin embargo, uno no es de una u otra religión, del calibre o naturaleza que sea, por ponerse a razonar honestamente sobre las cosas, por seguir la evidencia, nos lleve a donde nos lleve. De hecho, en el caso de las religiones es simplemente fe, que es creer en algo sin evidencia; en el caso de los gobiernos es mucho peor: es necedad, que es creer en algo en contra de la evidencia.
Analicemos el populismo. Hay pocas cosas demostradas en el campo de la macroeconomía y la política: en casos de crisis la mitad de los "expertos" recomiendan austeridad, la otra mitad aumentar el gasto. Y ese es solamente un ejemplo, y nada irrelevante. Pero entre las pocas cosas que sí se saben es que el populismo es nocivo. Ignorar esto es lisa y llanamente necedad. Es negar la realidad a la vista de prueba en contrario. Nadie a aparecido con una prueba de que no existe tal o cual dios, pero la prueba de que el peronismo es la versión argentina de algo muy malo le salta a la cara a cualquiera que sin prejuicios mire de cerca el tema. Ergo, los argumentos, la lógica o el sentido común son tan útiles para cambiar las opiniones de sus adeptos como un martillo hidráulico lo es para pintar La Gioconda.
En inglés, cuando uno quiere dejar algo en claro dice black on white, negro sobre blanco, igual que en alemán schwarz auf weiß. En castellano es blanco sobre negro. Como sea, cuando alguien no quiere encontrar la verdad sino encontrarse en la verdad, no importa en qué color se presenten los argumentos. Cualquier discusión constructiva se hace inviable.
Hay un dicho que dice que el esclavo no sueña con ser libre, sueña con ser amo. En otra época habrá sido literalmente válido; hoy en día es un anacronismo que debería dejarse en los anales de la infamia junto con el patriarcado y demás estupideces que hemos tenido en la adolescencia de nuestra civilización. Dejémonos de joder y empecemos a progresar.

viernes, 2 de agosto de 2019

opción

Esta mañana, a las 5:02 en punto, estaba mirando el techo de mi pieza. Sin verlo, por supuesto; demasiado obscuro. Primer pensamiento del día: $15 400.
Ayer salí a dar una vuelta con Perro con la idea de sentarme en un café y leer un libro, pero cuando estaba a una cuadra pasó uno en bicicleta que resultó ser un conocido, así que nos fuimos juntos a tomar algo y charlar, y el libro quedó en el bolsillo. Mientras este chico me explicaba que gana unos decentes 15 000 pesos por un trabajo de 30 horas a la semana (de lunes a viernes, 6 horas por día) cocinando en un centro de día para ancianos, pasó una amiga suya que salió de trabajar, y nos contó que está trabajando en negro en una pizzería que abrió hace poco, 12 horas por día, horario partido, 6 días a la semana (72 horas por semana), y gana 15 430 pesos al mes. Son 600 pesos por día, que equivalen a 50 pesos la hora. Un euro.
Un euro.
¿Por qué?
Ahora mismo, mientras escribo, estoy tan asombrado que me cuesta seguir con las oraciones. Hay que ser un hijo de puta mayúsculo para pagar eso. Sacando las 8 horas que está durmiendo, compran las tres cuartas partes de la vida de una persona por migajas, evaden impuestos y condenan a ese empleado explotado a estar sin seguro de salud ni jubilación, pero te venden una pizza unipersonal por 370 pesos. Y me quita el sueño a mí, porque seguro que el degenerado que tomó esa decisión duerme fenómeno.
Profundizando un poco más, equivale a que si esa posición requiriera la carga horaria usual de 8 horas, 5 días a la semana, el sueldo sería de 8570 pesos. En economía eso se denomina "miseria". 400 pesos al día: una pizza.
Hijos de puta.
Si tiene que ir en colectivo al trabajo, horario partido, y suponiendo que con un colectivo por tramo se arregla, ahí se le van 100 pesos. Si quiere comer algo decente y nutritivo de almuerzo y cena, aunque sea hecho en casa, no necesita menos de 100 pesos por comida. O sea, con 100 pesos al día que le quedan, 5 días a la semana (2200 pesos por mes, o unos 45 euros) el dueño de esta pizzería espera que su empleada pueda vestirse, ir a la peluquería, pagar el alquiler, el gas, la luz, un seguro de salud y ahorrar para su jubilación. ¿Comprar un libro? ¿Ir al cine cada tanto? ¿Salir con una amiga a tomar un café un par de veces al mes?
Y por supuesto surge la pregunta: ¿por qué hay alguien trabajando en negro, a la vista de todo el mundo, a 200 metros de la municipalidad? ¿Los inspectores? Bien gracias, tomando mate, probablemente junto con los hijos de puta que tendrían que haber inspeccionado el edificio donde compré el departamento, que me lo cobraron como si estuviera hecho de californio (tarea para el hogar: ¿cuánto cuesta un gramo de californio?) y lo hicieron (mal) con cubiertas recicladas y sin respetar prácticamente ninguna normativa. Y ahí están los planos, en la municipalidad, sin que nadie haga algo.
Hijos de puta.
Los de la constructora, los inspectores, los jefes de los inspectores. Y los imbéciles de mis vecinos, que viven ahí hace 4 años y esperan que los problemas se evaporen, y nadie quiere ir a un abogado y pagar para accionar contra estos delincuentes de la constructora. En los pocos meses que llevo en el edificio ya puse en marcha una máquina con la que espero revertir la operación y hasta algún resarcimiento. No digan que no avisé. Me costó estrés, plata, tiempo y esfuerzo buscar a la gente apropiada, establecer relaciones, hacer averiguaciones y coordinar todo. Pero la "opción" de no hacer nada me iba a representar una pérdida económica 100 veces mayor y quedarme el resto de mi vida preguntándome si no debería haber hecho algo. O sea, "opción" las pelotas.
¿Qué más?...
Muchas, muchas veces me quedo pensando no solamente en lo hermoso que es Perro, sino también en el misterio de por qué me gusta, por qué me sigue gustando como me gusta a pesar de tenerlo hace ya 16 meses, por qué nunca logré que me guste una chica tanto salvo, quizás, Nadine; pero eso es trampa, porque al lado de ella Kate Beckinsale se ve como La Cosa de los 4 Fantásticos.
Así es que, después del tiempo que llevo disfrutando de la compañía y la locura de un pastor australiano, se me ocurrió algo. Yo tengo la teoría, muy arraigada en el rincón más profundo de mi cableado mental, de que a mí me tocaron un par de cartas bastante chotas para jugarle a la vida. No todas, tampoco es cuestión de prenderse a la moda de hacerse la víctima, pero algunas. 'Ta bien, tengo mi cerebro; pero esa carta juega para los dos lados. Como dijo Rabindranth Tagore: "una mente pura lógica es como una espada todo filo: lastima a quien la usa". Cuando me meto en este tema, el asunto que más fuerte me hace tic tic con el dedito en el hombro es el tema de no haber tenido padre, y lo que mis abuelos maternos hicieron con el material a su disposición cuando todavía no se había secado la tinta de la sentencia de divorcio. Uno trató de educarme como lo educaron a él, nacido cuando se hundió el Titanic. La otra concentró toda su miseria humana, y sin destilar ni diluir nos la metió por la garganta como si fuéramos ganso para foie gras. Sostuve y sostengo que fue más grande el daño que me provocó lo que me contaron que me hizo el ex-esposo de mi madre, que lo que él me hizo.
Escucho Time after time de Cindy Lauper y no logro pensar en nadie, no la asocio con ninguna persona. Amanece, y más que admirar los colores y sacar una linda foto, no puedo hacer otra cosa. Pero Perro me trae una dosis de belleza, interna y externa, que me es irreemplazable y no he logrado encontrar en otro lado, y a la que no puedo renunciar. Es esa botella fría que uno se apoya en el cuello antes de abrirla y tomársela en una tarde infernal de verano. Hoy por hoy es todo lo que tengo fuera de lo que se supone que tenga: techo, comida, y los pocos integrantes de mi familia, que me sobran los dedos de una mano para contarlos. Ni la moto puede darme alegrías en estas calles destruidas al punto de que estoy pensando en venderla por falta de oportunidades de usarla. La fotografía está en un camino intermedio, porque sacar semejante equipo y arriesgarme a que me lo roben me aterra, sin contar con que no estoy en Italia, donde hay, con varios órdenes de magnitud, más oportunidades fotográficas.
Me despierto cada día extrañando horriblemente el andar en moto por los Alpes. En el sopor del despertar, cuando el cerebro todavía no terminó de ponerse las pantuflas para salir de la cama, tengo esa oportunidad única en una cabeza como la mía, una rendija por donde puedo espiar y ver un destello de lo que llevo dentro, saber cómo me siento respecto a cosas de la vida: un lujo que a pesar de tanta terapia todavía se me escapa. Y extraño andar en moto en los Alpes. Extraño el orden, la limpieza, la puntualidad y un montón de cosas más cuyas ausencias se pueden sintetizar perfectamente en una palabra: desidia. Y es una enfermedad no solamente política sino absolutamente generalizada en todos los niveles. A nadie le importa nada, y no tienen idea de cómo hacerlo ni de lo que se pierden por no averiguarlo. Después de todo, nuestros políticos no crecen de un árbol especial, apartado del resto del jardín.
Podría seguir por días, y de hecho es lo que hice en esta entrada: escribir por días, buscando un par de momentos de paz para sentarme frente a la computadora y poner mis ideas en orden. Queda claro que si lo conseguí fue apenas. Pido las disculpas del caso.