Hoy cumplí 549 meses, y hace exactamente 169 años murió el General San Martín en Bulogne-sur-Mer, en el noroeste de Francia. Estuve ahí hace un par de años; hay una estatua hermosa sobre la avenida que recorre la franja costera y una de las dos únicas estatuas en toda Francia dedicadas a la libertad, donde el prócer está por encima. También existe todavía la casa donde nuestro prócer vivió por dos años hasta su muerte en 1850, que fue comprada por nuestro gobierno en 1926 y desde 1928 conservada por un empleado de la Embajada Argentina en Francia a modo de cuidador de faro, aunque con un poco más de comodidades.
San Martín también tiene una estatua en mi ciudad, Mar del Plata, en el medio de la Plaza... ¿cómo no?... San Martín. Es una estatua enorme y se lo ve al hombre con capa al viento, oteando al noreste, como si extrañara la Europa donde se fogueó como soldado, pero también vigilando, por si a algún otro imperialista se le ocurriera siquiera pensar en intentarlo de nuevo.
San Martín se fue del país en 1824 para nunca más volver, salvo por el intento truncado de 1826 para asistir a Rivadavia en la guerra con Brasil. En aquel entonces, en Argentina no existía el edificio del Congreso que hoy conocemos, que recién se comenzó a construir en 1896. Apenas hubo un edificio previo a ese, encargado por Mitre en 1862 e inaugurado en 1864, mucho más modesto que el que vemos hoy en día. Tampoco existían los semáforos, Tinder o el peronismo. Los caballos no se taraban con feisbuc mientras esperaban que volviera a bajar un puente levadizo, y cuando un chico tenía un berrinche se solucionaba sin traumas. Los perros comían sobras y un resfrío mataba millones.
Uno puede leer libros sobre la época, retroceder en el tiempo con la mente y comparar el ahora y el antes, lo cual lleva inevitablemente a una pregunta que ya mencioné hace unos días: ¿cómo le explico? Si San Martín, que hizo lo que hizo y logró lo que logró, se levantara de la su lugar de descanso y en todo su derecho nos demandara explicaciones, cómo mierda le justificamos que nosotros hicimos los hicimos, logramos lo que logramos, y votamos a los que votamos.
El presidente actual no es santo de mi devoción ni mucho menos; aunque estuviera en coma alcohólico me sobrarían facultades para darme cuenta de que la está errando con la política económica. En un mundo ideal, con opciones válidas, él ni siquiera aparecería en el radar de mi intención de voto; pero en el contexto político argentino 2019 es lo que queda en el cedazo. Votar a cualquier otro es allanarle el camino a un futuro muy, muy triste, donde la mitad de los argentinos se ven tocando el bombo con una mano y tendiendo la otra, cual pichones esperando que mamá vuelva al nido con la comida en el pico. El tema es que la comida no es infinita, ni sale de la nada, ni se hace sola. Yo traje comida: tengo un capital y lo quiero invertir, quiero hacer algo, quiero ponerlo a trabajar, y eso deriva directamente en trabajo para los que ponen el músculo. Pero ellos apagaron (les apagaron) el cerebro, votaron a quien votaron, y ahora yo vendo lo que hice y me voy. O por lo menos es la idea.
Los que vienen odian a la gente que lee, odian a los que tienen capital porque no los pueden arrear. Libros no. Y si hay libros, que hablen de cómo una frustrada actriz resentida podía completar un partido de golf en 16 tiros y otras maravillas, cuyo único punto de comparación hoy en día es un impresentable enquistado en Corea del Norte. Para arrear se necesita a alguien que arree, perros que hagan el trabajo sucio, y seres de inteligencia bovina que opten por seguirlos, de cuyas filas se destilan los mejores perros y que a su vez cuidan que su buen pastor siga en su puesto. El peronismo engendra pobreza, y la pobreza engendra peronismo.
En la construcción que estoy haciendo tengo un primer oficial que no terminó la primaria y obviamente trabaja desde muy joven. Se cuenta, muy lamentablemente, entre las hordas de chicos que crecieron en plena cleptocracia y como recibió algunos beneficios la vota, pero con la suerte de haber tenido a alguien que le enseñó a hacer buen uso de sus no pocas habilidades. Ama lo que hace y tiene una ética de trabajo impresionante, y se nota en los resultados. Hemos estado hablando varias semanas sobre los candidatos y la situación argentina y nuestras diferencias, desde el respeto y la apertura mutua. Creo que los dos aprendemos mucho del otro; es una experiencia excelente y, por lo menos de mi parte, muy necesitada.
En nuestras charlas hemos cruzado información que va desde el me-cago-en-cuándo-cumple-años-la-compañera-Santa-Evita hasta Macri-es-un-gato, cosa que hasta ahora no encontré quién me explique el porqué de la analogía En algunos tramos de nuestras charlas nos trabamos en detalles que, en mi experiencia, son inútiles, como la cantidad de planes de un gobierno u otro, y la famosa causa de los cuadernos. Cuando todo está dicho y hecho, mi propuesta (si tuviera los fondos, por supuesto) es la siguiente: llevarlo a 10 países de los tantos que estuve, algunos con partidos populistas (ni hablar personalistas) en el poder, y el resto con otra clase de gobiernos, sin decirle cuál es cuál. Al final del viaje, preguntarle en cuáles le gustaría vivir, y comparar con los gobiernos a cargo. Todos sabemos el resultado. Sin embargo, uno no es de una u otra religión, del calibre o naturaleza que sea, por ponerse a razonar honestamente sobre las cosas, por seguir la evidencia, nos lleve a donde nos lleve. De hecho, en el caso de las religiones es simplemente fe, que es creer en algo sin evidencia; en el caso de los gobiernos es mucho peor: es necedad, que es creer en algo en contra de la evidencia.
Analicemos el populismo. Hay pocas cosas demostradas en el campo de la macroeconomía y la política: en casos de crisis la mitad de los "expertos" recomiendan austeridad, la otra mitad aumentar el gasto. Y ese es solamente un ejemplo, y nada irrelevante. Pero entre las pocas cosas que sí se saben es que el populismo es nocivo. Ignorar esto es lisa y llanamente necedad. Es negar la realidad a la vista de prueba en contrario. Nadie a aparecido con una prueba de que no existe tal o cual dios, pero la prueba de que el peronismo es la versión argentina de algo muy malo le salta a la cara a cualquiera que sin prejuicios mire de cerca el tema. Ergo, los argumentos, la lógica o el sentido común son tan útiles para cambiar las opiniones de sus adeptos como un martillo hidráulico lo es para pintar La Gioconda.
En inglés, cuando uno quiere dejar algo en claro dice black on white, negro sobre blanco, igual que en alemán schwarz auf weiß. En castellano es blanco sobre negro. Como sea, cuando alguien no quiere encontrar la verdad sino encontrarse en la verdad, no importa en qué color se presenten los argumentos. Cualquier discusión constructiva se hace inviable.
Hay un dicho que dice que el esclavo no sueña con ser libre, sueña con ser amo. En otra época habrá sido literalmente válido; hoy en día es un anacronismo que debería dejarse en los anales de la infamia junto con el patriarcado y demás estupideces que hemos tenido en la adolescencia de nuestra civilización. Dejémonos de joder y empecemos a progresar.
sábado, 17 de agosto de 2019
blanco sobre negro
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