lunes, 22 de febrero de 2021

reencontrándonos

Difícil. Venía cruzando por la plaza y a lo lejos vi una chica, irreconocible entre distancia y barbijo. Yo no paso desapercibido desde el momento en que salgo con Perro; es inevitable salvo que lo tiña de negro o algo así. A medida que nos acercábamos iba aumentando el volumen de los taconazos, hasta que a un par de metros alcé la cabeza y vi que era Doctora, muy, muy rígida ella y mirando firme para adelante. Me dio lástima, pero no de esa que se declara para hacer sentir mal a alguien sino de la que se siente adentro y dan granas de abrazar a la persona y ayudarla de alguna manera que se nos escapa. Me dio una pena genuina verla tan confundida y perdida. Estaba hermosa. Es hermosa. Pero también es destructiva. Mi mejor conjetura es que ella cree que la odio, que siento celos por lo que hizo para fin de año, o que no quiero verla porque estoy enojado.
Cierro los ojos: pulóver rosa de angora sobre una musculosa blanca, pantalón corto o minifalda de jean, pelo recogido en una cola descuidada, medias cortas y zapatillas blancas. Apenas maquillaje o joyería pero sí un reloj, de hombre. Mi reloj. Y una sonrisa entre pícara e inocente cuando me mira... Esta descripción es la mejor imagen que me puedo hacer de lo que me gustaría tener hoy, un domingo cualquiera, esperándome en algún lado para ir a caminar. Y la cara en esa imagen es la de Doctora, no puedo evitarlo aunque lo intente. Tampoco quiero evitarlo. Es que por más que trate de pegarme a mí mismo un sopapo en la nuca recordándome las cosas que me hizo, no puedo evitar verla algo así como a una almendra bañada en chocolate, excepto que en mi metáfora la almendra es algo lindo y el chocolate es una cobertura de mierda. Y las dos cosas no se mezclan. Lo malo sobre lo bueno, que en lugar de desmerecerlo es cuestión de escarbar, lavarla, sacudirla y, ahí sí, disfrutarla por el resto de mi vida.
Tengo la moto, el perro, la playa, la Bialetti, el amor y hasta el pito... todo lo que tengo estaría dispuesto a ponerlo a su disposición si la pobre idiota supiera valorarlo. Cómo extraño su olor, LPQLP.
Pasó de largo sin saludar, obviamente, y como yo a esta altura ya algo me conozco y sé que mis sentimientos están en una zona horaria con 12 horas de atraso, no me apuré en sacar conclusiones y esperé un poco para ver qué pasaba. Oh, sorpresa: no bien, pero tampoco tan mal como me temía. Live and learn.
Mientras tanto, mirando en Tinder & Co. veo que la oferta consta mayoritariamente de estúpidas sacando trompita a lo Moria Casán, o auto-fotos en el espejo del baño con el inodoro con la tapa abierta y sin haber hecho correr el agua, con fotos duplicadas, giradas 90°, en grupo (no sabés quién mierda es la que se "ofrece"), en culo, de paisajes, dándoselas de diosas y con la dirección del perfil de Instagram, con el pañuelo verde, con lenguaje inclusivo, de espaldas, drogándose, con media cabeza rapada, saltando, con la lengua afuera, con el dedo del medio levantado, sin texto (como si su sola imagen fuera tan cautivadora que no hacen falta palabras), con texto pero con faltas de ortografía, con el signo del zodíaco, el ascendente y la luna... cansa tanto encefalograma plano. Entiendo que es Tinder y uno no va a un carrito de choripán y pide coq au vin, pero algunas te la hacen difícil con dedicación, esfuerzo y consagración. Hacen de la idiotez un apostolado. Y no nos olvidemos de los travestis.
Lo que no te mata te hace moco algo, y te deja tan apaleado que te decís a vos mismo que eso te hace más fuerte. Pero por más sed que uno tenga, no debería tomar veneno. Tengo las pelotas por el piso de estar solo, Perro obviamente no alcanza, y la lógica conclusión de que soy defectuoso, estoy roto y no merezco amor va calando cada vez más.
Salgo a caminar con Perro y paso por la casa. Llego a la plaza y me acuerdo de cuando me encontraba con ella. Voy a la playa y me siento bajo la palmera donde íbamos juntos. Soy un idiota masoquista. Es veneno, estoy al tanto, pero me gustaría un bidón.
Carajo.
Estoy dándome cuenta de que una de las cosas más tristes que hay es darse por vencido. No pasa porque a uno le vaya mal una vez sino porque uno deja de ver la luz al final del túnel. Peor todavía: llega al punto donde cree que esa luz no existe, que el túnel es todo lo que hay y se resigna. Hace mucho que me pasa de ir caminando por la calle y ver una chica linda y una vocecita dentro de mi cabeza me dice "no, no,no mires... eso no es para vos" y siento una puntada en el estómago y sigo caminando, tratando de sacudirme cualquier pensamiento optimista sobre la doña en cuestión... o sobre cualquier otra. Repito: triste.

domingo, 7 de febrero de 2021

la tortura

Frederick Forsyth es un cerdo imperialista en el más rancio sentido de la palabra. Cree que la corona británica es un faro de razón y títulos (autoasignados, of course) y está destinada a gobernar a las miserables plebes que son el resto de las naciones y disponer de sus vidas. El consentimiento de esas plebes es irrelevante.
Nada de eso le quita que el tipo sea sencillamente un brillante escritor, y desde el "good morning" es un placer escuchar cómo arma oraciones, hilvana anécdotas y termina escribiendo libros sensacionales. Hay una palabra en inglés que una vez un crítico le inventó como adjetivo, de esas que se inventan los críticos porque saben que no pueden compararse con el objeto de sus críticas: unputdownable. Coincido.
El Fede, entonces, contaba en uno de estos libros que el arte de torturar no es físico sino mental. El conocer la naturaleza humana es fundamental, y el truco no es tanto provocar dolor en el pobre ñato que no quiere contarnos algo, sino meterle miedo a lo que se viene si no lo hace. El dolor que uno pueda o quiera causar a otro ser humano nunca va a ser tan feo como el que el propio tipo se imagine que le van a causar. El procedimiento es, decía Forsyth, entrar con un martillo o pinza en la mano al torturódromo donde esté el tipo atado y romperle un par de falanges, machacarle algo, etc., todo en completo silencio, e irse. Después de un rato volver con una caja de herramientas y empezar a hacer preguntas. La imaginación del tipo debe haber hecho su trabajo. Es como el protagonista de Alien: el 8vo pasajero, que no tiene ojos. Su diseñador, el suizo Hans Rüdi Giger, sabía muy bien que los ojos son la ventana del alma, eso que de alguna manera nos permite adivinar las intenciones de una criatura, y con eso en mente privó a la suya de esa ventana, esa lucecita de aviso de lo que estaba pensando hacer, a quién pensaba arrancarle el mate a continuación. Apelaba, de nuevo, a la imaginación más que a la amenaza explícita para provocar terror. Y funciona.
Inversamente, no es tanto cuando nos pasan cosas malas que no sentimos mal sino cuando creemos que la racha de mierda no se va a pasar, que la situación no va a mejorar, que no vamos a salir del pozo en que estamos. No es tanto lo que nos pasa sino lo que imaginamos que nos va a pasar. Resumiendo: cuando perdemos la esperanza.
Los embates de Doctora atacaron precisamente sobre ese punto: mis esperanzas. Mis esperanzas de ser potable, atractivo, interesante para alguien. Con un cincel en una mano y un martillo en la otra (su lengua y su enojo) procedió a desmontar cualquier idea que yo tuviera de que soy un hombre que pueda o merezca encontrar amor en una mujer. Y eso me hizo polvo.
Es una teoría, por supuesto, pero basada en lo que siento y en lo que me dijo. No me dijo algo tipo "no me gustás" y se fue, sino que se dedicó con ahínco a atacar todo lo bueno que yo pudiera pensar de mí. En algún momento, y sin buscar ninguna respuesta en particular, le pregunté "¿qué me ves?", porque sinceramente no podía imaginarme qué hacía ahí conmigo en el mismo código postal. A la hora de acallar mis quejas recurrió a la ironía o respuestas tipo "necesitás que te halaguen todo el tiempo". Gracias, sos divina. Una preguntita: ¿quién te enseño a ser tan empática? ¿Cujo?
Y acá estoy, tarde lluviosa de domingo en uno de esos rincones-barra-refugio que voy encontrando en mi ex-hermosa ciudad, capuchino y sfogliatella mediante, dedicándole otra vez pensamientos y energía a una tarada que logró calar demasiado. En mi defensa, la conocí y codicié por casi dos años y cuando por fin nos besamos el proceso llevaba ya bastante más de lo que sugiere el tiempo de... ¿relación?... que tuvimos. Qué ganas de agarrarme los huevos con la puerta de la heladera, no tanto por lo que pasó sino por lo que me dejó: lo que creo que va a pasar. Te felicito, hdp.

jueves, 4 de febrero de 2021

I'm Batman

En el 2012 logré superar varios miedos y por fin llegó el momento en que me subí a la moto y me di una vuelta por las Islas Británicas: 6760 km en 17 días, donde la moto consumió 414 lt de combustible. Y un par de años antes ya había hecho una primera experiencia yendo al sur de Francia en una escapada de 2475 km en 6 días y 153 lt de combustible. Esta misma moto es la que hace 27 meses bajé del contenedor en la Aduana de Buenos Aires, con la que llevo recorridos 3885 km y consumidos 319 lt. En una palabra: patético. Considerando el costo de adquisición, el seguro, repuestos, mantenimiento, combustible y algún "varios", tener esta moto me cuesta un promedio de €400 al mes, es decir, más de lo que gasto en todo lo demás junto; el doble, para ser precisos. Y eso hace que se me ocurran ideas por las que en otras épocas me hubieran atado a un poste y quemado vivo, como por ejemplo venderla. No, no, tampoco la pavada. Justamente para esos casos de emergencia es que tengo dos pulmones, dos riñones, dos córneas...


A upa de esta Kawa y su antecesora recorrí 40 países, y en cualquier momento le agrego Uruguay. Si bien hay vehículos con más prestaciones, la realidad es que los de 4 ruedas cuestan 20 veces más como mínimo, y los de 2 ruedas no ofrecen la combinación de practicidad y confiabilidad de esta. No es una moto particularmente linda pero no duele a la vista y es imponente. A mí se me cae la baba al verla, no por su estética sino por lo que sé que puede hacer. De hecho, es justamente ese poder que carga consigo que hace que cuando la estoy manejando me sienta poderoso: siento que puedo ir a donde quiera y que no hay nadie que pueda llegar antes. Es espectacular. Me da superpoderes, me hace importante, imponente, poderoso. Vuelo por encima de la plebe. Soy Batman.
Por supuesto que no permito que nada de eso se me suba a la cabeza o me hagan creerme nada, pero sí me dejo disfrutar el momento y que mi chico interior se sienta a sus anchas. Me da un poco, pero solamente un poco de vergüenza admitirlo. Lo llevo bien, con la humildad que se adquiere cuando uno tuvo que esforzarse y sacrificarse para comprar lo que tiene y sabe que, en parte, también es una cuestión de suerte y eso no me convierte en mejor que nadie en ningún aspecto. Sí, soy Batman; esa es una buena descripción de cómo me hace sentir, y no solamente cuando la manejo sino incluso de verla estacionada en la cochera, soberbia, calma, inofensiva... y con una bomba nuclear entre las ruedas y el detonador en el puño derecho. Alucinante.
Como con todo, a veces me pongo a elucubrar por qué me gusta tanto andar en moto, y creo que la respuesta es obvia: me desenchufa. Y no hablo de que me relaja de los despioles cotidianos o del estrés, sino que estar arriba de la moto es donde quiero estar, comparado con estar con los pies sobre la tierra, literalmente. El mundo, mi vida, la sociedad, el estado... no me gusta cómo están las cosas y busco lugares y situaciones donde pueda sentir que la vida vale la pena ser vivida, donde haya una medida saludable de orden, previsibilidad, amor, belleza. Donde pueda estar sin miedo, sin ruido, sin idiotez. En Alemania era triple: huía de los alemanes (lo demás estaba bueno); y como estaba en Europa, con todo lo lindo que tiene para ir a ver, me llevaba a lugares hermosos; finalmente, me daba un lugar donde sentirme excelente (la moto misma). Estar sobre la moto era genial sin necesidad de ir a algún lado en particular.
Desde que llegué a Argentina noto cómo esto cambió: ahora, andar en moto es una especie de ruleta rusa (más de lo que ya es de por sí como actividad peligrosa), donde se juntan un ejército de ignorantes al volante con los que tengo que compartir una red vial paupérrima, y distancias exageradamente grandes sin nada interesante entre medio como curvas, paisajes, ciudades... pampa, pampa y más pampa. No tengo problema en estar muchas horas encima de la moto, obviamente, pero es tan monótono que uno se duerme. Y los lugares lindos quedan, además de lejos, fuera de donde llega la red vial. Tampoco tengo demasiada necesidad de "huir" de la sociedad; con todos nuestros defectos, todavía somos bastante tolerables. No tengo esa alergia a los argentinos que sentía en Alemania hacia los locales. Están chiflados, son estúpidos y no tienen idea de casi nada, pero tienen muchas cosas positivas y eso, incluso para alguien tan arruinado mentalmente como yo, los hace queribles. "Entrañables", creo que le dicen a lo que quiero expresar.
En fin, la moto cambió su función pero no varió en mucho lo bien que me siento en ese microuniverso que es estar manejándola. Como la fotografía, que también produce recuerdos hermosos, sigue abstrayéndome del mundo y de las frustraciones de la vida diaria. Y como es tan potente comparada con los que circulan alrededor, desde esa visión infantil de la cosa que decía antes me coloca en una situación como "importante". Cosa que me falta a montones. Me suena a que es una forma de contrarrestar la frustración de intentar hacer las cosas bien en Argentina, para darme una y otra vez contra la pared de la desidia y la estupidez.