domingo, 7 de febrero de 2021

la tortura

Frederick Forsyth es un cerdo imperialista en el más rancio sentido de la palabra. Cree que la corona británica es un faro de razón y títulos (autoasignados, of course) y está destinada a gobernar a las miserables plebes que son el resto de las naciones y disponer de sus vidas. El consentimiento de esas plebes es irrelevante.
Nada de eso le quita que el tipo sea sencillamente un brillante escritor, y desde el "good morning" es un placer escuchar cómo arma oraciones, hilvana anécdotas y termina escribiendo libros sensacionales. Hay una palabra en inglés que una vez un crítico le inventó como adjetivo, de esas que se inventan los críticos porque saben que no pueden compararse con el objeto de sus críticas: unputdownable. Coincido.
El Fede, entonces, contaba en uno de estos libros que el arte de torturar no es físico sino mental. El conocer la naturaleza humana es fundamental, y el truco no es tanto provocar dolor en el pobre ñato que no quiere contarnos algo, sino meterle miedo a lo que se viene si no lo hace. El dolor que uno pueda o quiera causar a otro ser humano nunca va a ser tan feo como el que el propio tipo se imagine que le van a causar. El procedimiento es, decía Forsyth, entrar con un martillo o pinza en la mano al torturódromo donde esté el tipo atado y romperle un par de falanges, machacarle algo, etc., todo en completo silencio, e irse. Después de un rato volver con una caja de herramientas y empezar a hacer preguntas. La imaginación del tipo debe haber hecho su trabajo. Es como el protagonista de Alien: el 8vo pasajero, que no tiene ojos. Su diseñador, el suizo Hans Rüdi Giger, sabía muy bien que los ojos son la ventana del alma, eso que de alguna manera nos permite adivinar las intenciones de una criatura, y con eso en mente privó a la suya de esa ventana, esa lucecita de aviso de lo que estaba pensando hacer, a quién pensaba arrancarle el mate a continuación. Apelaba, de nuevo, a la imaginación más que a la amenaza explícita para provocar terror. Y funciona.
Inversamente, no es tanto cuando nos pasan cosas malas que no sentimos mal sino cuando creemos que la racha de mierda no se va a pasar, que la situación no va a mejorar, que no vamos a salir del pozo en que estamos. No es tanto lo que nos pasa sino lo que imaginamos que nos va a pasar. Resumiendo: cuando perdemos la esperanza.
Los embates de Doctora atacaron precisamente sobre ese punto: mis esperanzas. Mis esperanzas de ser potable, atractivo, interesante para alguien. Con un cincel en una mano y un martillo en la otra (su lengua y su enojo) procedió a desmontar cualquier idea que yo tuviera de que soy un hombre que pueda o merezca encontrar amor en una mujer. Y eso me hizo polvo.
Es una teoría, por supuesto, pero basada en lo que siento y en lo que me dijo. No me dijo algo tipo "no me gustás" y se fue, sino que se dedicó con ahínco a atacar todo lo bueno que yo pudiera pensar de mí. En algún momento, y sin buscar ninguna respuesta en particular, le pregunté "¿qué me ves?", porque sinceramente no podía imaginarme qué hacía ahí conmigo en el mismo código postal. A la hora de acallar mis quejas recurrió a la ironía o respuestas tipo "necesitás que te halaguen todo el tiempo". Gracias, sos divina. Una preguntita: ¿quién te enseño a ser tan empática? ¿Cujo?
Y acá estoy, tarde lluviosa de domingo en uno de esos rincones-barra-refugio que voy encontrando en mi ex-hermosa ciudad, capuchino y sfogliatella mediante, dedicándole otra vez pensamientos y energía a una tarada que logró calar demasiado. En mi defensa, la conocí y codicié por casi dos años y cuando por fin nos besamos el proceso llevaba ya bastante más de lo que sugiere el tiempo de... ¿relación?... que tuvimos. Qué ganas de agarrarme los huevos con la puerta de la heladera, no tanto por lo que pasó sino por lo que me dejó: lo que creo que va a pasar. Te felicito, hdp.

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