martes, 27 de junio de 2023

de vez en cuando

El cielo es donde la policía es británica, los chefs son italianos, los mecánicos alemanes, los amantes franceses y todo es organizado por los suizos. El infierno es donde la policía es alemana, los chefs británicos, los mecánicos franceses, los amantes suizos, y todo ello organizado por los italianos.

Evidentemente, los argentinos somos tan inútiles que ni siquiera nos incluyen en un dicho así. A ver si puedo poner esto en contexto.
Tengo muy poco para hacer porque estoy trabado por un problema que tengo en trabajo, así que estoy casi completamente ocioso. No puedo aceptar más trabajo hasta no tener eso solucionado, y no puedo tener eso solucionado porque dependo de mano de obra argentina, que no tienen la más pálida idea de que existe una conexión entre tomar un trabajo e ir y hacerlo, incluso después de haberse comprometido y de haber prometido la cura para el cáncer, la solución al hambre y el fin de las guerras. No me prometieron solucionar lo del populismo (ahí hubiera arqueado una ceja), pero en cualquier caso no interesa lo que prometieron porque no movieron un dedo, ni para una cosa ni para otra. Las promesas son gratis, parece. Las mías, no, y tengo la muy puta costumbre de creerle a la gente, así que pagué una buena parte por adelantado. Un genio.
Hoy fui a la playa. Por lo de estar ocioso. La sensación de que estoy durando y transcurriendo es corrosiva y tengo que hacer algo, así que libro, Perro, pelotas de tenis y a la playa, aprovechando que salió el sol y hacía unos más que llevaderos 16°C. Entre pelota y pelota que le tiraba a Perro pensaba que tengo que lograr una forma más saludable de lidiar con la frustración, haciéndole caso a algo que escuché el otro día atribuido equivocadamente a Morgan Freeman, sobre que el autocontrol es fortaleza pero la calma es maestría. Obvio que quisiera no tener nada que controlar o reprimir o con lo cual lidiar; idealmente, uno no siente frustración, no porque todo vaya como uno quiere sino porque uno tiene esa calma interna y esa sabiduría que hace que se tome las cosas en la dimensión adecuada y no se caliente al pedo y tenga constantes batallas internas. Inevitablemente, cuando suceda la chispa adecuada vuela todo a la mierda. Yo estoy lejos de estar sosegado. Exhibit B: mi hígado. Exhibit A sería una resonancia magnética de mi de cerebro.
Hace un rato le pregunté a una amiga cómo hace ella para lidiar con la frustración. A propósito, la frustración se origina en que las cosas no salen como uno quisiera. Hay varias maneras de expresarlo, pero en esencia es eso. La cosa que esta chica me decía que ella no ve forma de resolver el tema intelectualmente, sino que recomienda encarar algo que nos canse físicamente, cosa que quede poca energía para alterarse cuando uno se frustra. En mi caso, gracias a un árbol que tuve que hacer cortar, me quedaron 2500 kg de rodajas de tronco que tengo que trozar con el hacha para que sirva de leña en la salamandra. Con eso voy descargando la bronca de todo lo que no sale como debería y bajo los niveles de frustración. Lo poco que queda, estoy demasiado cansado para calentarme. Esta mañana pasé por el hacha apenas 50 kg y cuando volvía a casa manejando (11 km) sentía una extraña calma, muy agradable. No sabía por qué era que estaba tan pachorro y contento, no excitado sino sólo satisfecho, pero en cualquier caso me sentía agradecido, aunque un poco con la sospecha de que estaba en el ojo de la tormenta. Tiempo al tiempo. Ahora que descubrí esto de quemar energía con alguna actividad física, espero que sea cuestión de hacer de esto un hábito y mejorar mi calidad de vida. Que todo lo que no anda en este pobre país, en lugar de que se me vaya al hígado, se vaya en leña. Quisiera pensar que no hace falta el Amazonas. Tampoco pienso que descubrí la pólvora ni que hasta ahora haya hecho una vida totalmente sedentaria, pero además de moverme como lo hago cuando saco a pasear a Perro, necesito una actividad donde pueda poner a buen uso la violencia que tengo dentro y aflora cuando me frustro. Como ya conté, cualquier pavadita me detona, me siento estúpido y mal conmigo mismo, y no está bien.

sábado, 24 de junio de 2023

revelación (después de medio siglo)

Hace casi 48 horas (46 y 24 minutos, para ser exactos) los días dejaron de acortarse y empezaron a alargarse. Por algún motivo que todavía es un misterio para mí, en lugar de empezar el verano, o aunque sea la primavera, empezó el invierno. Y empezó en serio, con temperaturas que ameritan calzoncillos de cuarzo a batería. Así y todo, ayer hizo 16°C y me animé a sacar la moto. Lamentablemente, no me animé a disfrutarla un poco sino que solamente me limité a ir a un lugar que debía ir y volví a casa, sin otro motivo que porque dejé solo a Perro, que no es poco.
Hace un par de semanas tuve una epifanía, que ahora que lo pienso debe estar relacionado con lo que escribí acá. Me apareció, como por arte de magia, el pensamiento de que soy bueno. Que soy buena persona, buena yerba. Estaba acurrucado en las frazadas, en ese sopor lindo de la mañana, esos minutos que la mente necesita para pasar de dormido a despierto, y me invadió ese pensamiento. La sensación fue como la que uno tiene cuando estaba soñando con algo y se despierta, que no te acordás lo que estabas soñando pero persiste el sentimiento. Puede ser de angustia, enojo, o agitación, como cuando soñás que te caés por un precipicio o que te persiguen. También puede ser bueno, como cuando soñás con esa persona que amás y que está lejos, o que ya no está, o con un lugar que te provoca algún tipo de paz. Algo así fue lo que experimenté: me sentí muy bien conmigo mismo, conforme con mi naturaleza como ser humano, así dañado y a veces reventado. No soy el tipo más gentil ni el de mejores reacciones, ni de lejos, pero soy bueno. Soy, sobre todo, una roca de la que cualquiera de mis personas importantes pueden agarrarse cuando la corriente es demasiado fuerte y necesitan un sostén. Quizás no puedo solucionar el problema, pero puedo sostenerlos, ayudarlos con algo, distraerlos, o lo que haga falta para darles tiempo a recomponerse. Lo he hecho muchísimas veces y cada una estuvo bien, incluso aquellas donde después la relación se perdió, por lo que sea.
Al contrario de lo que me temía, no fue un sentimiento pasajero. Es como que alguien bajo y actualizó los controladores en mi cabeza y ahora puedo proponer y aceptar que soy buena yerba. Tardó casi 50 años, pero por fin sucedió. Mejor tarde que nunca, dicen. Lo hablaba con una amiga (la única persona a la que pude mencionárselo) y me decía algo muy lógico y que ya escuché antes: no podemos esperar que alguien nos ame si no nos amamos primero. No es que no pueda pasar que alguien nos ame, es que uno mismo no puede creer que vaya a pasar, y ahí aparece eso de las profecías auto-cumplidas. Así que acá estoy, con mi nuevo y fascinante conocimiento: soy bueno. No es poco. Ahora solamente falta encontrar el amor de mi vida. Aparte de Perro y Moto, obvio.
A ver... repasemos: que no fume, que tenga cerebro y dignidad, que esté buena... y ya está. Y que sea lo suficientemente estúpida para tenerme ganas y actuar en consecuencia. Si me queda vuelto, que esté loca. No de estas estúpidas como la que ya tuve pero que me dejó a los pastores australianos, sino loca linda, artística y con buena autoestima, en lo posible; que le hable a la escoba si se le da la gana, y que no se fije si la están mirando y qué pensarán. Que hable idiomas. Sarcástica. Pelirroja. Todo eso y más, por más que los que están a mi alrededor piensen que a esta altura tendría que conformarme con que fuera mujer y que lo único que puedo pedir que tenga es pulso. Váyanse todos a cagar. Ahora que lo pienso, creo que esperan que me conforme con el primer blip que aparezca en el radar para que ellos no queden tan mal. Nou fáquin uei.
Pero volviendo al motivo por el que me senté hoy a escribir: tengo bondad en mi corazón. Y eso me hace sentir sorprendentemente bien y hasta un poco conforme conmigo mismo. No pasa seguido.

lunes, 19 de junio de 2023

cáncer de colon

No, no lo tengo, creo, o por lo menos no me lo han diagnosticado, pero sí a una amiga. Es una vecina mía, señora ya grande, de la misma cosecha que mi mamá. A veces le hago algún favor como ir a pagarle una cuenta, o hacerle una compra, o arreglarle una canilla. Pero sobre todo, charlamos y le llevo a Perro para que lo acaricie. A cambio, si es que hiciera falta, ella me soborna con comida casera. El famoso uin/uin. Hasta que te dice que tiene cáncer.


Mientras tanto, el Frente de Nadie ahora es Unión por el Huevo Frito; mismo perro, diferente collar. Genial. El techista que tiene que arreglarme el techo para que cuando llueve afuera, llueva solamente afuera, tiene mucha de mi plata y yo tengo muchas de sus promesas. El auto, diésel, sigue mostrando la lucecita que en principio significa que el calentador de la cámara de combustión anda mal, aunque entre las tres vacaciones pagas en el taller (un mes en total) llevo gastados el 5% del valor del auto. Mis compatriotas tienen la educación cívica de un organismo unicelular en las profundidades de Europa (la luna de Júpiter, no el continente). Y anoche todo eso perdió importancia protagonismo en mi cabeza por la noticia del cáncer de mi amiga. Esta mañana, sin apelar a ningún tipo de originalidad, me levanté con dolor de cabeza y sin ganas de comer: el hígado. Por suerte tuve que trabajar y eso me dio propósito, ocupación, y la cabeza casi no tuvo tiempo de andar rumiando, aunque sí para doler.
Cosas como esta, en lugar de deprimirme, me inspiran a apreciar más todavía cada minuto de vida. Llegué a los dos tercios de mi esperanza de vida como argentino (algo menos de 72 años); me acuerdo que hace 5 minutos estaba por la mitad. Esta mañana miraba al de BTS with DTS echarle el guante a una F50 por alguna ruta de EE.UU. (creo que California) muy similar a las que yo usaba para volar con mi moto en los Alpes o en el centro de Italia, sobre todo. Todo esto me empuja a no desperdiciar el tiempo en nostalgia o anquilosarme, cosa que me está pasando desde que terminó el verano y la vorágine en mi trabajo, que es netamente turístico. Necesito mudarme, organizar un par de cosas y empezar a moverme otra vez. El invierno hace bajar el ritmo pero lo mío ya es demasiado. Ok, me afectó la muerte de mi mamá y me modificó cosas, pero la mayoría para bien. En realidad, lo único negativo de que se haya muerto mi mamá, es que se murió mi mamá. En casi todo los demás aspectos, me dio más libertad de movimiento, que es muy bienvenida en mi vida en la Argentina de hoy, donde pienso más y más en irme. La alienación social (no estoy seguro de que ese sea el término correcto) que estoy experimentando es tremenda. Empezó en Alemania por el obvio motivo de ser extranjero, pero cuando volví a Argentina simplemente fue por mérito propio de los argentinos, que insisten en vivir lo peor posible y que los demás los acompañen en su caldo de estupidez. No es saludable vivir así, ni para ellos ni para mí, por supuesto, pero a mí se me suma esa alienación que decía, donde me siento cada vez más ajeno y distanciado. No coincido con casi nada de lo que hacen, como la forma en que manejan, cómo tienen disociada la palabra de los hechos, la ignorancia de las reglas, o el empeño en invadir la privacidad ajena. Denominador común: respeto, or lack thereof. Típica situación: la gente ve un perro lindo, a Perro, por ejemplo, y se zambulle a acariciarlo sin preguntar nada, siquiera con una mirada. Te ven en un café concentrado leyendo un libro o escribiendo en la computadora, y asumen que esa mañana te levantaste con unas ganas incontenibles de responder dudas cinológicas y estás ahí para atender consultas. Y si uno intenta hacer valer su derecho a estar tranquilo, lo confunden con antipatía. Los descoloca y los confunde. Cada vez me cuesta más tolerar ese pisoteo. En Alemania huía del trato de los alemanes subiéndome a la moto y escapándome a los Alpes, a Italia. Acá, no solamente las rutas son un bodrio (cuestión geográfica) sino que son peligrosas (creo que no hace falta repetir por qué) y no hay a dónde ir. Y para redondearla, no tengo ganas de que me roben y hasta me maten en el proceso.
Sé que todo esto es muy negativo, y repito mi habilidad para apreciar cada minuto de vida, incluso en este contexto. Estoy muy agradecido de todo lo que tengo, pero por más que esté recontra decidido a disfrutarlo, no logro relajarme. Es demasiado. No puedo. Me encanta lo que hago, mi trabajo, estar con Perro, tener la moto aunque pueda apenas disfrutarla. Estar cerca de mis únicos 3 familiares. El mar. Algunos argentinos, que en las condiciones adecuadas me hacen reír como nada en este mundo. Los atardeceres, que no conozco así en ningún otro lado. Los hay tan especiales (la Costa Amalfitana es intoxicante), pero no más lindos. Y sobre todo, ningún otro lugar es casa. Sólo Mar del Plata es Mar del Plata. Así destruida como está, es mi lugar. Pero no estoy encontrando pareja, estoy estancado y no me lo voy a permitir. Lo que deje pasar ahora no lo recupero en la próxima, la vida no da cupones, no hay próxima vuelta. Es esta o es esta. Quiero dormirme de la mano de mi amor y envejecer con ella molestándonos e inspirándonos mutuamente. No deseo mucho más.

martes, 13 de junio de 2023

resignación

Hay algo que la depresión me obligó a mirar: la muerte de mis sentimientos. Suena dramático, ya sé, pero no es menos cierto. Siempre me costó empatizar con el mundo y sus demonios, un poco por la intolerancia que me cultivaron, y un poco por ineptitud basada en miedo, a su vez basado en experiencias traumatizantes.
El Patrick Bateman de Christian Bale en American Psycho, al margen de sus tendencias asesinas (que están en la película más para dar contraste y un argumento atractivo sobre el que montar la historia, que porque reflejen la personalidad de los psicópatas), intenta insertarse al mundo por imitación, no porque realmente experimente alguno de los sentimientos que el mundo inspira. Es incapaz de ver el hogar en una casa, o la compañía en una persona. Las cosas no tienen valor, sólo precio. Algo así como describir un ser humano por su peso y altura, dos números que dicen poco y nada de la persona en sí, la que habita ese cuerpo.
Esta semana está haciendo un frío que te raja el alma, con viento y esa lluvia finita de a ratos, fría y de costado que te hace entrecerrar los ojos para no llevarte puesto un poste de alumbrado. Eso roe el ánimo de cualquiera, y ni hablar de los que tenemos depre. Sobreviví el fin de semana con ayuda de Perro y esa caja de herramientas que instaló mi terapeuta en Múnich. Sin esas dos cosas no sé qué hubiera hecho, pero el prospecto es más que dramático: es espantoso, aterrador. Pero me tengo que preguntar: ¿por qué bajó mi nivel general de felicidad y de todos modos no me deprimo? Estaba hablando de mi estado general con un amigo y me surgió el que realmente soy menos feliz acá. Miraba unas fotos de Cefalù y pensaba en la inmensa cantidad de cosas que hacía ahí y lo bien que estaba en general, con muy poco. Tenía mi capuchino con alguna sfogliatella, clase de italiano, almuerzo liviano, moto por la costa siciliana, encuentro con alguien a la tarde (playa, museo, café), y cena en algún lugar de esos que te alimentan el alma. Casi sin tele, casi sin internet, muchas fotos, mucha moto, mucha comida italiana.
Hoy no logro interesarme por nada. Es más, no veo la finalidad de las cosas. Me baño más esporádicamente. Por más que sea invierno, y por más que respete el límite mental de 48 hs que alguna vez me puse, es una señal. Hace meses que no me pongo un pantalón de jean, ni hablar un traje; me limito a unos de esos jogging (lo lamento, en Argentina a los vaqueros les decimos jean y a los pantalones deportivos elastizados de entre casa los bautizamos jogging... y sí, me da vergüenza). Tenía dos grises, uno se gastó y ahora compré uno negro para reemplazarlo. Tampoco me afeito, ni me molesto en tener perfectamente limpio mi departamento de 0,2 m². El hecho de que literalmente se caiga a pedazos me desanima a malgastarme en mantenerlo bonito. Sería como preocuparse por si anda la radio en un auto que lo partió un tren a la mitad.
El golpeteo es constante. Veo una pareja y me afecta. Veo una chica linda (señorita, ¿señora?... ya casi cumplo 50) y me afecta. Veo una mano sobre otra, y me retuerzo de ganas de que una de esas sea la mía y la otra la de una mujer que quiera todo lo que tengo para dar. Que se apoye en mí para levantarse cuando estamos sentados en el cordón de la vereda charlando, aunque no necesite apoyarse en nada para levantarse. Lo hace porque aprovecha cada oportunidad de la vida para tocarme, sentirme, asegurarse de que estoy ahí con ella. Que disfrute haciéndome enojar con mis locuras (tengo una lista, como guardar la leche en la heladera con la etiqueta para adelante). Alguien con quien hablar de mis defectos y me haga crecer, corrigiéndolos o aceptándolos. Que le guste perderme de vez en cuando para encontrarme después. Que quiera, no que tolere, que quiera que me vaya a andar en moto para relajarme y aproveche para salir con sus amigas, con la plena confianza mutua y el placer de saber que el otro está disfrutando su día haciendo lo que le gusta.
Por supuesto, es inteligente preguntarme si caigo en la creencia de que eso me haría feliz. No tengo un buen prontuario cuando se trata de sentirme mejor con esto o aquello, aunque ahora que lo pienso, sí puedo mencionar un par de cosas que definitivamente mejoran mi vida: la fotografía, las motos, los amigos, Perro, pero con el tema pareja no he tenido mucho éxito. Miro en retrospectiva y no me imagino habiendo digerido las cosas que me hicieron decidirme a separarme de esta o aquella novia. Con el diario del lunes, sostengo mi decisión. No por orgullo ni por obcecado, sino porque genuinamente creo que no hubiera funcionado, no llenaban mis necesidades. Y estoy tan harto de escuchar que me digan que mis expectativas son altas, que por supuesto hace rato que empecé a dudar de si ese era el problema. La experiencia me dice que no y acá estoy, sigo buscando. Sigo pensando en ese texto cortito que vi alguna vez: Do you not understand? I will not settle for anything less than a soul-deep, electrifying connection.

jueves, 8 de junio de 2023

vender, donar o tirar

Hace unos meses murió mi mamá y estoy en el proceso de desechar todo lo que no me sirva de su departamento y mudarme ahí. El primer paso fue repartirnos todas las cosas útiles con mi hermana, y separar el resto en tres pilas: a vender, a regalar y a tirar. Lo que quede de eso, que es bastante poco, va a pasar a formar parte de mi vida.
Como suele ocurrir en estas situaciones, el proceso es iterativo y ya vendimos, donamos o tiramos todo lo que había para vender, donar o tirar a primera vista, así que ahora hay que repetir el proceso con cada objeto que sigue en el departamento y eso requiere algo de esfuerzo y análisis porque hay sentimientos adosados a muchas de esas cosas. Por ejemplo, hoy revisé una bolsa en un ropero que supuestamente estaba vacío y encontré ni más ni menos que tres diplomas fechados en 1969, año en que se recibió de profesora de inglés, de piano y de dibujo. A los 14 años empezó a fumar y dejó la secundaria, decisión aprobada por su padre, quien pensaba que una mujer no necesita educación formal sino saber cocinar, coser y lavar. Esos diplomas son el resultado de talentos desaprovechados de mi mamá que necesitaban ser atendidos. Quizás hubiera estado bueno si hubieran atendido también lo del cigarrillo, que 62 años después la mató. Pero esa es otra historia.
Mientras separaba el marco de los 3 cuadros, los reducía a varillas más cortas, rompía el vidrio con cuidado para no lastimarme, no dejar astillas que pueda pisar Perro, y poder envolverlo sin que el pobre basurero se rebane una mano, pensaba en lo que deja un ser humano en este mundo, en el resultado neto de haber vivido toda una vida y de pronto desaparecer.
¿Que quedó? ¿Qué diferencia hizo en el mundo? ¿Somos mi hermana y yo todo? En lo personal, no me considero tan maravilloso ni relevante, y si bien quiero muchísimo a mi hermana, no sé qué va a dejar ella al mundo. Es tentador pensar en mis sobrinos, pero es también, admito, un poco delirante y optimista. Volviendo a mi legado, probablemente se resuma en un par de propiedades, es decir, algo traducible a dinero, para mi sobrinos, para que puedan estar más relajados cuando salgan al mundo laboral, o tener un puntapié inicial para algo que emprendan. Realmente, eso es todo. Con mucha, mucha suerte, alguna foto mía que pueda haber tocado a alguien especialmente o que tenga algún valor artístico. Me cuesta admitir que soy tan bueno. Y ya está. Con más suerte todavía, mis sobrinos en especial no van a acordarse de las veces que los traté mal; pocas, y siempre con razón, aclaro, pero sin mucha pedagogía. Como cuando fui a tomar un café con Sobrinito y se sentó frente a mí, y me pateó varias veces a pesar de haberle pedido que no lo haga. El patearme era sin querer, pero el no prestar atención, no. Así que le pegué una patada, y ahí sí, casualmente, empezó a prestar atención. En retrospectiva, me parece bien lo que hice. De hecho, debería olvidarme del asunto, y si soy honesto, darme una palmadita. No será una pedagogía positiva, pero sí efectiva a largo plazo para encarar el mundo. En otra ocasión, Sobrino (y esta es la peor que hemos tenido) tenía la nariz tan enterrada en el celular que me ignoró cuando lo fui a buscar al colegio y me paré al lado y le hablé. Lo que siguió fue esencialmente un tratamiento estricto y consecuente: le saqué el celular por lo que restó de la tarde y el se empacó y no me habló, a lo cual no le hice ni el menor caso. De nuevo, cuando lo pienso, estoy seguro de que hay margen para mejorar, pero lo que hice fue muy correcto. Que a él no le haya gustado en lo más mínimo no es una medida de mi incompetencia. ¿Se olvidarán de eso? ¿Me recordarán con cariño, agradecimiento, algo de admiración? Ni puta idea. Ojalá, sobre todo porque genuinamente me lo merezco. En más de una ocasión les he comprado (con no poco esfuerzo) cosas que los padres no podían por falta de medios, o no sabían porque tenían (y tienen) las prioridades mezcladas.
De todas las cosas que mi mamá aprendió, solamente quedan sus dibujos, algunos enmarcados, otros en una carpeta. Esos los guardamos, en eso coincidimos con mi hermana. Los diplomas, ciertos recuerdos y objetos, adornos, esas cosas... no. Ocupan lugar, juntan mugre y nos entristecen. Pero eso no hace más fácil la tarea de desprenderse de ellas. Cada revista de crucigramas, cada diploma, portaretratos, adorno que vendemos, regalamos o tiramos, es como echarle otro poquito de tierra sobre el ataúd, y se siente como sacarse una curita del antebrazo, de la parte con pelitos, pero más cerca del corazón o, por lo menos, de la boca del estómago.
Lo otro que va a surgir en los próximos meses, veremos con cuánta fuerza, es el tema de vivir ahí donde ella estaba viviendo. Con qué pensamiento retorcido y triste me va a asaltar mi cabeza, esa parte donde se sientan la depresión, la nostalgia y los traumas a brindar y jugar al póker y charlar de cómo me pueden cagar la existencia.
Quiero novia. Quiero esposa, o compañera, o como se llame esa persona que hace que las alegrías sean el doble de lindas y las tristezas la mitad de feas. Que me ayude a ser mi mejor versión. Que me elija. Que me lea. Que me pare y que me empuje, lo que toque, cuando no puedo solo.

domingo, 4 de junio de 2023

otra de amigotes

Esta semana fue un poco demasiado argenta. Sí, ya sé que parece que ese es el tema últimamente, y he aquí una pista: ese es el tema últimamente.
Ayer organicé una mini juntadita con un par de amigos para tomar un café y putear a 360°, una catarsis con buen humor para diluir un poco el gusto amargo de los últimos encontronazos con inútiles; algo así como lo que vengo a hacer acá, armado con mi teclado, un poco más informal. De camino al encuentro, unos 20 minutos en auto, llamé por teléfono a otro amigo que vive en el sur, allá donde hasta hace históricamente poco ni siquiera era provincia. Es el típico tano que sube de revoluciones rápido y le cuesta calmarse y escuchar, pero es mi amigo y lo aprecio. Pero ayer me pudo. Tenía la esperanza de contarle un poco de lo que me pasó y que me ayudara a ponerlo en perspectiva, y en lugar de eso me tuve que comer 7 minutos sin pausa de palos e insultos por quejarme de que me caguen de arriba de un puente. Aparentemente, según él (que por lo que me contó, tuvo una semana peor que la mía y parece que decidió descargarse conmigo) debería habérmela aguantado porque lo que yo no entiendo es que esto es así y no va a cambiar. Que me entre agua por el techo no es importante y uno tiene que acostumbrarse.
Hay dos cosas que no sé si se las puedo adjudicar a lo de que es "un típico tano". Una es que prejuzga; para ser más precisos, llega a conclusiones con muy pocos elementos. La otra, también muy mala, es que cuando le llegan más elementos que contradicen la opinión que se formó, no la modifica. Así que el tipo, de algún lado que me es un misterio absoluto, llegó a la conclusión de que yo creo que con llamarlo para quejarme voy a lograr que el imbécil del techista haga lo que dijo y que me cobró, o que el tránsito de pronto se ordene, o que los empleados públicos (desde el barrendero, pasando por el policía y hasta el presidente) hagan su trabajo medianamente bien y sin robar. No es que lo llamo para descargarme, pedir su consejo o que me ayude con un problema o ver cómo haría él para lidiar con estos despelote. No, no: lo llamo para quejarme porque el mundo no es como debería ser y... no sé y qué.
Ok, por más traído de los pelos que sea, supongamos que sí lo llamé por eso que él piensa. ¿Tiene que molerme a garrotazos? ¿Mi amigo? En mi opinión, no. Y me jodió. Tanto que después, como ha hecho otras veces (sip, no es la primera), me mandó algunos mensajes explicándome que él solamente quiere lo mejor para mí y bla, bla, bla, pero la verdad que esta vez se pasó de la raya. Así que me voy a tomar una merecida pausita hasta que se me vaya un poco la cosa esta de enojado y herido que tengo, eso de proteger la dignidad y no aceptar que me traten para el orto, por lo menos sin consecuencias. Caí en la gansada esa de dejar los mensajes sin abrir, pero realmente no siento curiosidad por leerlos, no después de la perorata de ayer. De los 20 minutos que duró la conversación, esos últimos 7 de monólogo sobrepasaron por 4 o 5 los que por la amistad creía que tenía que tolerar. El resto fue elegancia mía y curiosidad para ver si por ahí decía algo que me ayudaba con mi problema; y algo de estupidez o de cabeza dura o esperanza, lo admito. Siempre que alguien me trata mal, pienso que me lo merezco. Si no es por lo que está pasando en el momento, por algo que hice en algún otro punto de mi vida. Después de todo, soy execrable.
Uno de los amigos que estaba esperándome en el café también lo conoce, incluso de antes que yo, que ya van 3 décadas, y me dijo que es envidia. No puedo creer eso. Pero no sé qué pensar. Esa por lo menos es una teoría, yo no tengo nada más que decepción y tristeza de no poder contar con un amigo. El otro al que podría llamar acaba de morírsele el padre, así que no me parece molestarlo, aunque capaz que me agradecería la distracción.
Humanos.

jueves, 1 de junio de 2023

las Malvinas serán argentinas...

Las pobres islas Malvinas son, en mi poco relevante pero bastante informada opinión, argentinas. Supongamos que en el '82 las recuperamos. Como sea, por lo que sea. Sin entrar en el tema de las consecuencias de qué gobierno tendríamos ahora (una dictadura que se hubiera enquistado varios años más, por ejemplo) o por qué los piratas námber uan del planeta hubieran cedido el control sobre las islas, las tres alternativas para los británicos arrepentidos que están instalados ahí son claras: seguir como y donde están, rajar y ser suplantados con argentinos, o la intermedia: quedarse y soportar una oleada de argentinos instalándose ahí.
Primera alternativa: terminan yéndose. El gobierno pone a la Cámpora a gobernar las islas, nunca más se tapa un bache, ni llega una vacuna o un repuesto de nada, nunca más les llega un mango de las licencias de pesca o prospección de hidrocarburos, los pesqueros chinos se llevan todo lo que nade, y les aumentan los impuestos que tienen y les ponen nuevos.
Segunda alternativa: llegan los nuevos colonos argentinos, en su mayoría de Grabois & Cía., saquean todo lo que dejaron los ingleses que se fueron (algo así como reemplazar saqueadores de traje por otros más fuertemente pigmentados, digamos, haciendo caso al estúpido mito de que ser "negro" es algo malo), y cuando eso se acaba se cagan de frío porque nadie sabe ni quiere hacer nada. Un par de semanas más tarde, cuando eso se acaba, se quejan de los oligarcas que quedaron en el continente. Y si alguno osa mover un dedo para mejorar su situación, van a manguearle, cobrarle contribuciones y donaciones voluntarias a la causa nacional y popular. Hasta que ese se va, y los que quedan, cuando terminan de comerse las toallitas femeninas y copas menstruales que les regaló el gobierno, se mueren de inanición sin tener idea de por qué pero muy seguros de que fue culpa de otro.
Tercera alternativa: una variación del cuento de la hormiga y la cigarra. No hace falta un gran intelecto para adivinar cuál es cuál, con la diferencia que al final del cuento la cigarra argenta no va a aprender nada y le va a prender fuego la casa a la hormiga y denunciarla por oligarca o algo así de creativo e impredecible.
En fin, mis estimados piratas, sigan ocupándolas, aunque no sean suyas. Por lo menos así, aunque necesite un sello en el pasaporte, algún día podré visitarlas, en lugar de condenar ese robado pedazo de Argentina a ser contaminado por los argentinos.