lunes, 19 de junio de 2023

cáncer de colon

No, no lo tengo, creo, o por lo menos no me lo han diagnosticado, pero sí a una amiga. Es una vecina mía, señora ya grande, de la misma cosecha que mi mamá. A veces le hago algún favor como ir a pagarle una cuenta, o hacerle una compra, o arreglarle una canilla. Pero sobre todo, charlamos y le llevo a Perro para que lo acaricie. A cambio, si es que hiciera falta, ella me soborna con comida casera. El famoso uin/uin. Hasta que te dice que tiene cáncer.


Mientras tanto, el Frente de Nadie ahora es Unión por el Huevo Frito; mismo perro, diferente collar. Genial. El techista que tiene que arreglarme el techo para que cuando llueve afuera, llueva solamente afuera, tiene mucha de mi plata y yo tengo muchas de sus promesas. El auto, diésel, sigue mostrando la lucecita que en principio significa que el calentador de la cámara de combustión anda mal, aunque entre las tres vacaciones pagas en el taller (un mes en total) llevo gastados el 5% del valor del auto. Mis compatriotas tienen la educación cívica de un organismo unicelular en las profundidades de Europa (la luna de Júpiter, no el continente). Y anoche todo eso perdió importancia protagonismo en mi cabeza por la noticia del cáncer de mi amiga. Esta mañana, sin apelar a ningún tipo de originalidad, me levanté con dolor de cabeza y sin ganas de comer: el hígado. Por suerte tuve que trabajar y eso me dio propósito, ocupación, y la cabeza casi no tuvo tiempo de andar rumiando, aunque sí para doler.
Cosas como esta, en lugar de deprimirme, me inspiran a apreciar más todavía cada minuto de vida. Llegué a los dos tercios de mi esperanza de vida como argentino (algo menos de 72 años); me acuerdo que hace 5 minutos estaba por la mitad. Esta mañana miraba al de BTS with DTS echarle el guante a una F50 por alguna ruta de EE.UU. (creo que California) muy similar a las que yo usaba para volar con mi moto en los Alpes o en el centro de Italia, sobre todo. Todo esto me empuja a no desperdiciar el tiempo en nostalgia o anquilosarme, cosa que me está pasando desde que terminó el verano y la vorágine en mi trabajo, que es netamente turístico. Necesito mudarme, organizar un par de cosas y empezar a moverme otra vez. El invierno hace bajar el ritmo pero lo mío ya es demasiado. Ok, me afectó la muerte de mi mamá y me modificó cosas, pero la mayoría para bien. En realidad, lo único negativo de que se haya muerto mi mamá, es que se murió mi mamá. En casi todo los demás aspectos, me dio más libertad de movimiento, que es muy bienvenida en mi vida en la Argentina de hoy, donde pienso más y más en irme. La alienación social (no estoy seguro de que ese sea el término correcto) que estoy experimentando es tremenda. Empezó en Alemania por el obvio motivo de ser extranjero, pero cuando volví a Argentina simplemente fue por mérito propio de los argentinos, que insisten en vivir lo peor posible y que los demás los acompañen en su caldo de estupidez. No es saludable vivir así, ni para ellos ni para mí, por supuesto, pero a mí se me suma esa alienación que decía, donde me siento cada vez más ajeno y distanciado. No coincido con casi nada de lo que hacen, como la forma en que manejan, cómo tienen disociada la palabra de los hechos, la ignorancia de las reglas, o el empeño en invadir la privacidad ajena. Denominador común: respeto, or lack thereof. Típica situación: la gente ve un perro lindo, a Perro, por ejemplo, y se zambulle a acariciarlo sin preguntar nada, siquiera con una mirada. Te ven en un café concentrado leyendo un libro o escribiendo en la computadora, y asumen que esa mañana te levantaste con unas ganas incontenibles de responder dudas cinológicas y estás ahí para atender consultas. Y si uno intenta hacer valer su derecho a estar tranquilo, lo confunden con antipatía. Los descoloca y los confunde. Cada vez me cuesta más tolerar ese pisoteo. En Alemania huía del trato de los alemanes subiéndome a la moto y escapándome a los Alpes, a Italia. Acá, no solamente las rutas son un bodrio (cuestión geográfica) sino que son peligrosas (creo que no hace falta repetir por qué) y no hay a dónde ir. Y para redondearla, no tengo ganas de que me roben y hasta me maten en el proceso.
Sé que todo esto es muy negativo, y repito mi habilidad para apreciar cada minuto de vida, incluso en este contexto. Estoy muy agradecido de todo lo que tengo, pero por más que esté recontra decidido a disfrutarlo, no logro relajarme. Es demasiado. No puedo. Me encanta lo que hago, mi trabajo, estar con Perro, tener la moto aunque pueda apenas disfrutarla. Estar cerca de mis únicos 3 familiares. El mar. Algunos argentinos, que en las condiciones adecuadas me hacen reír como nada en este mundo. Los atardeceres, que no conozco así en ningún otro lado. Los hay tan especiales (la Costa Amalfitana es intoxicante), pero no más lindos. Y sobre todo, ningún otro lugar es casa. Sólo Mar del Plata es Mar del Plata. Así destruida como está, es mi lugar. Pero no estoy encontrando pareja, estoy estancado y no me lo voy a permitir. Lo que deje pasar ahora no lo recupero en la próxima, la vida no da cupones, no hay próxima vuelta. Es esta o es esta. Quiero dormirme de la mano de mi amor y envejecer con ella molestándonos e inspirándonos mutuamente. No deseo mucho más.

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