domingo, 27 de enero de 2019

desayunando

Tengo miedo de quedarme solo y que nadie me llore cuando me muera, ni me extrañe aunque sea alguna vez al año.
Esta mañana recibí un e-mail de Instagram mostrándome a alguien a quien conozco en una de sus fotos de realidad idílica, wishful thinking, esas fotos que publica la gente en las redes sociales para convencer(se) de lo linda que es su vida. "Mirá dónde estoy", "mirá lo que estoy haciendo", "mirá lo que tengo", "mirá lo feliz que soy"... "y vos no". Esto último, el "y vos no", no es una proyección mía, es lo que dicen los expertos en la materia de porqué la gente se idiotiza tanto con estas cosas y qué es lo que tienden a publicar y todo eso. Porque ahora hay expertos en redes sociales, obviamente.
Este amigo en particular es probablemente el tipo más conflictuado que conozco. Hace 15 años que somos amigos, bromance a primera vista. Nos entendimos enseguida y desde entonces nuestra amistad ha sobrevivido a muchas cosas, incluso a la distancia. Pero hace cosa de tres años conoció a una estúpida (su especialidad, porque es de esos tipos que parecen tener un imán para esa clase de taradas) que ya a las pocas semanas besó a otro aduciendo que estaba drogada, pretende que la traten como princesa, que demás está decir, no lo es, además de otras cualidades.
Y sin embargo ahí están, felices ellos en la foto.
Mientras tanto estoy corriendo entre trámites estúpidos y redundantes que implican estar trabajando para el Estado y pagando como si el Estado trabajara para mí, solo, sin pareja, sin amigos, casi sin familia, viviendo en una choza de mierda pero que pagué como si estuviera hecha de californio, sin poder usar mis vehículos y sin la menor idea de qué hacer con mi vida. Ni la más tenue noción de dónde buscar inspiración, siquiera. Y con una pierna al 20%, porque hace unos días, tratando de evitar que un perro con dueña estúpida se masticara a Tobi, hice un mal movimiento y me fracturé el 5to metatarsiano con esguince de tobillo. Hasta donde me acuerdo, la última vez que lloré fue cuando mataron a la mamá de Bambi; pero en la sala de espera del hospital no me quedó otra que zambullir la cara entre las manos y llorar de dolor. Lo que los demás no sabían, mi mamá sentada a un metro incluida, es el alivio que sentí por poder canalizar la tristeza y la depresión que siento hace semanas y que no sé cómo sacudírmelas. Ayer miraba a Bruce Willis en Unbreakable contando cómo se despertaba todos los días desde hacía décadas con una tristeza y me sentí tan identificado. No es que me cure automáticamente, pero poder poner el dedo en los síntomas de lo que uno siente ayuda a poder concentrar los esfuerzos para mejorar. Y si algo tengo es tiempo para dedicarme a tratar de mejorar, o para practicar origami, llegado el caso. Pero como le decía a un amigo por teléfono: no puede ser que el highlight de mi vida en este momento (y en el futuro previsible) se reduzca a lograr completar un trámite de inscripción de la moto. Es el equivalente al idiota ese del Chef Ramsay cuando critica a alguien diciéndole que su comida es una "mierda". Es comida, pedazo de hijo de puta; en caso de que vivas en una lata de atún, hay muchos millones de chicos que vivirían una semana más por eso que vos llamás "mierda".
En esa línea, hace un mes vino a visitarme una amiga de Alemania y justo el día antes de despegar, la madre se sentía un poco mal y tuvo que ir al médico. Cuando esta chica aterrizó en Ezeiza, lo primero que hizo fue llamar a la mamá para ver qué era: cáncer de páncreas. Para los que no lo saben: es una sentencia de muerte de 3-4 meses. ESO es mierda, no una comida mal preparada ni un pie un poco machacado.
Pero lamentablemente me siento como me siento y sigo extrañando el olor del champú de una mujer en la almohada, una ocupación que me dé de comer sin sacarme las ganas de vivir y... honestamente, no mucho más. Quizás, y seguramente se haga más notorio una vez logradas esas dos cosas, pueda agregar un departamento que no se sienta como que se va a desarmar en cualquier momento. Por lo demás, estoy bien, con pata rota y todo.
Algunos me preguntan si estoy pensando en volver a Alemania, medio conteniendo el aliento por miedo a la respuesta, sobre todo porque hace años me escuchan despotricar contra esos guachos de los que huí despavorido. Irónicamente, no, lamentablemente no es una opción; si lo fuera, aunque sea tendría un plan B, que hasta eso me falta en este momento. Sí tengo un C, pero prefiero dejarlo en el horno todavía.
Voy por el segundo capuchino y su reglamentaria medialuna.

lunes, 21 de enero de 2019

...

Me gustaría encontrar una metáfora más romántica, más floreada, algo que me haga sentir mejor conmigo mismo, pero esto es lo que se me ocurrió: soy una radio rota. No encuentro la sintonía en qué funcionar, ni hablar de encontrar un programa que me guste. Dadas las cosas que me están pasando, estoy muy introspectivo estos días, más de lo acostumbrado, y lo que veo asusta. Si agarro una agenda de hace 10 ó 15 años y miro la lista de personas que ya no están en mi vida y, lo más importante, el porqué, la cosa se me complica. Por más honesto que me ponga, hasta donde alcanzo a ver no puedo decir que estuve mal, que debería haber pedido disculpas o cosas por el estilo. No es intransigencia, sesgo u obstinación. Con la personalidad fuerte que tengo y la delicadeza de locomotora que a veces se me escapa, estaría solo y nadie podría dirigirme la palabra si no hubiera aprendido, como mínimo, a intentar reconocer mis equivocaciones y disculparme, que lo he hecho y en abundancia, incluso años después, por el simple placer de hacer a alguien sentirse mejor al ofrecerle las disculpas debidas. Especialmente significativo para mí fue cuando me disculpé con 3 ó 4 personas a las que traté con saña cuando estaba en lo peor de la depresión y ellos no se lo merecían. Después de años, cuando me sentí mejor y salí de ese horror, me puse manos a la obra y las contacté y expliqué lo que me pasaba y que no eran ellos los que hicieron algo malo, que era yo, etc., y les ofrecí mis más sinceras disculpas. En cada caso fue un peso enorme que me saqué de encima pero, más significativo, ellos se sintieron valorados y pudieron disponer de una explicación para mi comportamiento que no incluyera necesariamente el que yo fuera una mierda.
Pero de lo que hablo ahora es otra cosa. Esas situaciones en las que decidí sacar a alguien de mi vida fueron cosas en las que sinceramente no encontré en dónde fallé y por eso no me disculpé, y a la vez consideré que la otra persona actuó con malicia o simplemente no llenaba lo que yo busco en un ser humano y que necesito para dejar que se me acerquen. Soy muy selectivo cuando elijo con quién paso mi tiempo y, por experiencia, en la única dirección en la que voy a mover esos criterios es para arriba. Más de una vez relajé esos filtros y lo único que obtuve fue soplamocos de diferentes calibres. Bob Marley decía que "todo el mundo te va a lastimar, sólo tienes que encontrar por quién vale la pena sufrir".
Este paso que tomé para venirme de Alemania a Argentina está tornándose muy caro en términos emocionales. Sabía que no iba a ser fácil, pero a pesar de todos los recaudos tengo que reconocer que estoy sufriendo el cambio más de lo que había previsto y no sé ni cómo va a evolucionar la situación, ni cómo voy a lidiar con ella. Me está sobrepasando. Un estado construido para exprimir al ciudadano sin contraprestación, una sociedad que, a pesar de tener buen corazón, está muy atrasada e incivilizada, y mi estructura social de efecto homeopático, hacen que las cosas cuesten más de lo que deberían y a veces más de lo que uno tiene fuerzas para resolver. Todo esto me está llevando a interpelarme a mí mismo y las decisiones que tomé durante todo el año pasado y que me llevaron a esta situación, e incluso las que abarcan el proyecto que tengo en marcha para la construcción de la propiedad a alquilar. Realmente, no sé dónde estoy parado ni a donde puedo ir.
Como no puedo lidiar con todo lo que me está pasando sin sentirme aplastado, opto por refugiarme en varias cosas. Número uno en esa lista está andar en moto, cosa que no es posible, así que paso a la que le sigue, ubicada en el puesto 743: leer. Los libros, sobre todo novelas como las que escribe Frederick Forsyth, son un escape de la realidad, donde los buenos y los malos se diferencian por sus creencias y sus amos más que por sus métodos o la nobleza de sus objetivos. En el puesto 744, muy pegadito al anterior, está el sacar fotos, cosa que con la nada sutil naturaleza de mi equipo se me hace muy arriesgado y por eso lo tengo relegado. Una pena. En la semana que me pasé en Buenos Aires y el día en Colonia del Sacramento pude retomar un poco eso, pero me hubiera gustado más. Hubiera necesitado más. Mar del Plata, hay que admitirlo, no es la Toscana o Sicilia.
Como sea, esta radio necesita encontrar una estación donde quizás pasen una música decente, los locutores no griten y no se interrumpan todo el tiempo, no rompan con políticas idiotas donde se vayan de mambo para intercalar palabras como "inclusivo", "empoderar", "feminista", "todes", "aborto", y toda esa verborrea de moda de gente que no son la velita más brillante de la torta y por frustración, ignorancia y discapacidad cognitiva prefieren agarrar la primera bandera que les pasa por delante antes que ejercer el peligroso ejercicio de pensar. No sé si todo eso tiene que estar en la estación que yo sintonice, pero en cualquier caso aunque sea me gustaría tener con quién escucharla, aunque sea su radio. Más que nada, necesito no volver a caer en la depresión (como estoy cayendo) y lograr encausarme sin volverme loco. Hace meses que no duermo 2 horas seguidas. Las cosas que he estado destapando de mi madre y sus mañas y la influencia en mí, mi personalidad, mi destino, mi capacidad para lidiar con la realidad... no son lo que se dice alentadoras. Eso, y el no poder deshacer mi equipaje, el no poder sentarme a tomar un café con un amigo; básicamente la sensación de que no pertenezco acá o, de hecho, en ningún lado. No es la primera vez que lo siento, pero las otras siempre tuve una moto en la que sentarme y anestesiar el sufrimiento que me producía el no encajar, el no sintonizar con nada, nadie, ni ningún lugar.
En este punto, y como es un blog y me gusta alardear de mis talentos como escritor, buscaría cómo cerrar esto elegantemente, pero igual que con la metáfora con la que abrí, no estoy de ánimo.
Hasta la próxima.

miércoles, 9 de enero de 2019

made in Germany

Algunos sueñan con caminar con gigantes e impresionarlos con sus logros (títulos, autos, casas, parejas...); otros con caminar con los más chicos y hacerlos reír con sus ocurrencias o con servir a los demás de alguna manera. Yo y mi puta manera de ser necesitamos acordarnos más seguido de eso y poner mucha, mucha atención a cómo me relaciono con mis sobrinos, por poner un ejemplo. Es casi un hecho que no voy a tener hijos, por muchas razones; así que o me pongo las pilas, o me quedo rascándome la cabeza una vez más pensando que el mundo no tiene lugar para mí.
Cuando me fui a Suecia en agosto de 2002, no estaba buscando mi lugar en el mundo, o mejor dicho, no era eso lo que me motivó a irme. Lo que buscaba era salir a tomar aire y ver qué otras formas había de vivir un amanecer, un atardecer, y (aunque no necesariamente en ese orden) todo lo que está en el medio. Lo disfruté mucho porque los escandinavos son gente muy introvertida, respetuosa y ordenada, con lo que uno puede concentrarse en la gran tarea de encontrarse a sí mismo; y como dice en la pared de una pizzería en Mar del Plata, ese puede ser tu mejor momento o la más amarga de tus horas. Fue algo en el medio, pero más que nada fue un tiempo de tranquilidad. Me levantaba a las 6 y monedas para ir los 6 km del mi casa a la universidad en bicicleta, entre la nieve, con 20 grados bajo cero. Estudiaba lo que me gustaba, conocía gente de rincones del mundo que jamas figuran en los diarios (Mongolia, Islandia, Nueva Zelandia, Suecia) y comía rollos de canela y pizzas con albóndigas. Y aprendí a contar hasta 20 en 12 idiomas.
Un año y pico más tarde aterricé en Alemania y casi inmediatamente empecé a disfrutar de la asquerosidad que dispensan los teutones tan generosamente a los cuatro vientos. Y empecé a deprimirme. En los únicos lugares en que me recibían con una sonrisa era donde trabajaban extranjeros, y ellos también tenían sus propios conflictos y luchas internas. Como todos los inmigrantes, parecería, nos unía la falta de raíces, pero en el caso de Alemania se sumaba no sólo la intolerancia a lo foráneo, sino la insistencia en que lo foráneo es inferior. "Nada cambió, solamente falta la chispa adecuada", me decía mi jefe, alemán él.
Intento ser de esas personas que se esfuerzan para no morir en mi zona de confort, sino expandir mis horizontes y eliminar la intolerancia de mis prejuicios y estructuras internas Pero hay cosas que, si bien pueden haberse originado por los motivos equivocados, la experiencia me ha demostrado con muy poco margen de dudas que a veces simplemente hace falta ser exigente, intolerante o down right rompepelotas. En un país como Suecia, por ejemplo, ser puntual es una necesidad. Si uno llega tarde, el otro se congela, listo. Así que está bien ser puntual y pedir puntualidad. En Argentina, por lo menos donde yo vivo, no será tan terrible tener que esperar 10 minutos, pero es un tema de respeto, algo que nos falta en cantidades industriales; como también nos falta entender que hay una relación entre la teoría y la práctica y que no es cuestión de despotricar porque los demás no se ajustan a las reglas, sino que podemos predicar con el ejemplo. Y eso cuesta. Cuesta llegar a esa conclusión, cuesta intentarlo, cuesta mantener la conducta cuando la marea va en la otra dirección. Y cuesta más en el contexto político de la última década, donde el gobierno se encargó de desmantelar la relación entre esfuerzo y beneficio en la mitad de la población. Y cuesta más todavía en una cultura donde, si bien no es que cada uno sea un copo de nieve, la gente se toma las cosas demasiado personal y les nubla el juicio. La histeria, las anécdotas y el orgullo se anteponen a la razón y se interponen entre el nosotros y el estar mejor. Y, honestamente, decir que esas cosas se anteponen a la razón ya es optimista, rayando en lo delirante: en la mayoría de los casos la arrasan, si es que alguna vez siquiera la hubo.
Después de década y media aterrizo de nuevo en casa y, estoy seguro, no soy la misma persona que se fue. Evolucioné en muchos aspectos y me volví peor en otros. Lo peor es la depresión, indiscutiblemente, pero la poca paciencia para la mediocridad es una bendición o una maldición, depende a quién le pregunte. Estoy más dolido por haber conocido el lado obscuro de la naturaleza humana, ese que hace creerse superior a los demás y cagarse en el prójimo como su consecuencia más directa. Lebensraum viene a la cabeza.
Y acá estoy, tratando de entender por qué cuando le pido a alguien en un café, a 5 metros de distancia, que trate de que su hijo no grite tanto (con disculpame, por favor, sonrisa y todo eso) porque no escucho siquiera lo que me dice la persona con la que comparto la mesa, y me dan vuelta los ojos; o por qué cuando no puedo pasar caminando por una vereda porque alguien dejó su auto atravesado de cordón a pared, con espacio de sobra en la calle para estacionar, le toco el timbre y le pido que lo corra (con disculpame, por favor...) me grita "conchudo". O cuando un taxi llega a la entrada de un hospital y un auto bloquea la entrada, y cuando el taxista le pide de muy buena manera que no estacione ahí le contestan "¡¿por qué no venís y me lo hacés sacar?!". Algo está mal, y honestamente me cuesta entender qué es lo que tengo que hacer diferente si tengo la osadía de no elegir joderme.

viernes, 4 de enero de 2019

el silencio dentro

Esta guacha de Laura Pausini canta que me desarma. Cada vez que la escucho dejo de hacer lo que sea (salvo manejar) y cierro los ojos para que no se me escape ni una nota que salga de su boca. Me encanta.
A lo que vine. Hace un par de días una amiga que me conoce un poco (no es un eufemismo, realmente no me conoce demasiado) le dio al clavo de lleno cuando me decía que no sabía si yo podía ser feliz en algún lado. Es que es alemana y estábamos tratando de comparar objetivamente nuestros respectivos países, sin caer en la crítica fácil de lo que ya es conocido, como que en Argentina hay inflación y en Alemania la gente es puntual. Uno se acostumbra a esas cosas, pero queríamos llegar más allá de eso y a cómo nos afecta, incluyendo la parte de conseguir pareja.
Algo que me enferma de estar en Argentina es que si decido ir a otro lado no sé cómo llevar mi capital sin escuchar todas las protestas, peros, amenazas, mordidas y lagrimeos de la agencia recaudadora de impuestos. Me rompe las pelotas dar explicaciones, pero sobre todo me revienta que me limiten sin una buena razón, por el gusto de joder. La mismísima definición de AFIP. Y de los alemanes, para ser honestos. Poder, estatus, dominación. No es que automáticamente me quiera ir, pero dado todo lo que estoy escuchando, la opción tiene que permanecer abierta y, si es posible, ya estudiada, para no andar con sorpresas.
Y ya que menciono lo de "todo lo que estoy escuchando", el otro día me puse a mirar una lista de países por deuda externa, el porcentaje del PBI que representa y la deuda por habitante. En Argentina ese es un tema que se menciona constantemente, como si fuéramos el único lugar de la tierra que tiene deuda externa. Pero basta mirar esa lista para darse cuenta de que tan mal no estamos, ni siquiera (en realidad, mucho menos) comparados con países que uno los tiene por sólidos y poderosos. Como argentino, un servidor debe USD 4400 al mundo, con un producto de USD 21 000. ¿Un alemán? Debe 66 000 y gana 53 000. ¿Se entiende? Un caso de locos es el de un luxemburgués: gana 111 000, lo cual sonaría divino si no fuera porque debe 6 980 000. WTF!? Sip, así es, no me equivoqué con los ceros. No lo entiendo pero estoy buscando a alguien que me lo explique. ¿España? Ganan 40 000 y deben 44 000. Evidentemente, me estoy perdiendo de algo. Entiendo que en economía no es tan importante cuánto uno debe, sino las probabilidades de que pague lo que debe. Pero volviendo al principio, los argentinos no tenemos este tema en la boca por la cuestión de si pagamos o no, sino netamente por la magnitud de la deuda, y según entiendo es una estupidez.
Otra estupidez con la que me crucé en mi peregrinación desde la moto en el contenedor hasta tener un vehículo debidamente registrado a gusto y satisfacción de la DNRPA es la siguiente: cuando pago una tasa o sellado o impuesto para avanzar con el proceso, el pago lo tengo que hacer en un banco en particular cuya sucursal más cercana queda a 15 minutos a pie. El registro en sí queda a 10 minutos a pie de casa. Gran fortuna la mía. Cada vez que el trámite avanza de un hito a otro, recibo una llamada del registro para ir a buscar un talón, con el que me dirijo al banco en cuestión y pago. Con el talón sellado vuelvo al registro, lo muestro, y me vuelvo a mi casa mientras el trámite sigue. Y esto cada dos semanas.
¿A qué viene todo este relato insípido? Rebobinemos un poco: ¿qué pasaría si cuando me llaman del registro directamente me dan un código para hacer el pago por transferencia desde mi casa? Analicemos:
- ir de casa al registro: 10 minutos.
- espera para ser atendido en el registro: 10 minutos.
- atención en el registro: 2 minutos.
- ir del registro al banco: 15 minutos.
- espera en el banco para acceder a la caja: 120 minutos (!).
- pagar en el banco: 2 minutos.
- ir del banco al registro: 15 minutos.
- espera para ser atendido en el registro: 10 minutos.
- atención en el registro: 2 minutos.
- ir del registro a casa: 10 minutos.
Para los fines de este cálculo hay que tener en cuenta, además, que en el registro suele haber cinco personas esperando antes que yo, lo cual significa que para el momento que me atienden hay otras tantas personas esperando a que las atiendan, las cuales a cada una les cuesta 2 minutos de su vida: 10 minutos.
En el caso del banco, el tema es terrible: cuando llego suele haber 100 personas adelante, y para cuando me atienden suele haber otras tantas después de mí, a cada una de las cuales les cuesto los 2 minutos que tarda el cajero conmigo: son 200 minutos.
También le cuesto a cada empleado con el que me encuentro el tiempo de atención que me dedica: 2 minutos 2 veces en el registro y 2 minutos con el cajero del banco.
Todo esto suma 10+10+2+15+120+2+15+10+2+10+10+200+2+2+2=332 minutos.
Supongamos que, en lugar de todo ese merengue, alguien del registro me manda un e-mail o me llama, y me pasa un código para que yo haga la transferencia desde mi banco por internet, el cual tarda 2 minutos en redactar el e-mail (o al teléfono) y yo por mi parte resuelvo la transferencia en 2 minutos: la diferencia entre una y otra forma es de 328 minutos.
Ahora bien, si una persona trabaja 40 horas a la semana, 48 semanas al año (entre vacaciones, enfermedad y otros pitos y flautas), son 1920 minutos. Si el PBI per cápita es de USD 21 000, los cuales se consiguen trabajando esos 115 200 minutos, la pérdida para el país por 328 minutos haciendo cosas al pedo es de USD 59,80. Hasta ahora, esta vuelta en la calesita la tuve que hacer tres veces, o sea que al país le costó USD 179,40. Creo razonable esperar que va a haber una cuarta vez. Y creo razonable estimar que habrá 1000 personas que inmigran a Argentina y traen un vehículo cada año. Eso suma USD 179 400.
¿Cuánto cuesta implementar un sistema para que me den el código para hacer la transferencia por banca en internet?