sábado, 30 de diciembre de 2017

siendo honestos

Hace ya más de un par de años entré en mi quinta década de vida, y me vi enfrentado al hecho de que físicamente las mujeres sufren más el paso del tiempo y la gravedad que los hombres, por lo menos con los estándares estéticos y de atractivo sexual que imperan en esta época. Quizás haya sido así siempre, pero yo no estaba así que puedo hablar solamente por lo que pasa ahora.
Como sea, me atrae mucho más una nena de 20 años que una de 40. Estoy exagerando, obviamente, porque como decía mi padre, irse a la cama con alguien es fácil, levantarse a la mañana es el desafío. Lo que separa la paja del trigo, pun intended. Hace años que acepté las razones evolutivas en las diferencias entre hombres y mujeres, y no me torturo ni me siento culpable ni me doy asco por ser cómo soy. Al contrario, a pesar de mi programación genética me comporto bastante aceptablemente, lo cual es puro mérito mío y de mis valores morales. Empezando por la regla de oro (no hagas lo que no te gusta que te hagan) y el respeto por mí mismo y por los demás. El resto decanta solo. Eso no quita que aprecie un buen traste o un par de tetas, que me de vuelta a mirar, etc., pero no son un dictador de mi comportamiento, sino más bien una voz; fuerte, pero sólo una voz entre muchas otras dentro de mi cabeza (esto da para mucho, pero voy a tratar de seguir con la línea de lo que quería escribir hoy).
Tengo el desagrado de conocer hombres que consideran a las mujeres como estacionamientos públicos para sus penes, que creen que hay mujeres decentes y respetables (sus mamás y hermanas, dice el dicho), y "de esas", de las que valen menos, y por eso uno puede descargar sus instintos en ellas. Chicas que podrían ser sus hijas, que de hecho son las hijas de alguien, pero que son descartables, irrespetables, a las que uno puede explotar sin miramientos. Otra característica marcada en el perfil de estos ejemplares execrables es que se vuelven más inmundos con la edad, hasta el punto en que a medida que se van poniendo viejos van paralelamente bajando la edad de las mujeres a las que miran y dirigen sus esfuerzos. Esos son los hombres que hacen que me dan asco, que me hacen pensar que este es mi planeta y quiero que se bajen. Esos hombres que pueden llegar a hacerme sentir avergonzado de compartir el 99,9% de su carga genética. Larga vida al 0,1%.
Una vez superado todo este entramado de observaciones y sentimientos, mi cerebrito empezó a buscar explicaciones de por qué últimamente me atrae mucho la idea de encontrar una novia notablemente más joven que yo, como mínimo 10 años más joven, 15 ó 20 mejor. ¿Soy un cerdo? ¿Un decrépito que quiero demostrar que "todavía puedo"? ¿Un degenerado? ¿Un delirante, quizás? Puede ser, pero tengo otra teoría.
Empecemos por lo obvio: lo que se ve. La juventud es más bella que la vejez, y si encima uno es predominantemente visual y estético, esto pesa. Yo soy fotógrafo de alma, soy un enamorado de la luz, los colores y las formas, y vivo mirando al mundo a través de la cámara aunque no la tenga conmigo en ese momento. Pero hay otras métricas más objetivas que resultan de la juventud, como agilidad, fuerza o velocidad, aunque tengo que reconocer que me importan un bledo. Ver algo o a alguien lindo me produce placer. Una amiga me dijo recientemente la clave de por qué, pero a pesar de que eso también da para un artículo completo, quisiera concentrarme en el asunto acá. Tiene mucha importancia.
Soy una persona sensible, y cuando mi mundo se derrumbó durante mi infancia, me las vi negras y sin elementos para absorber lo que pasaba. Era demasiado y nadie tenía tiempo para tomarme de la mano y acompañarme, hacerme de guía y ayudarme. Necesitaba una figura que me dijera qué estaba pasando (y qué no), hacia dónde ir, y cómo sobrellevarlo. Como cualquier chico de 4 años me eché la culpa a mí mismo, me hice responsable de las cosas que pasaban a mi alrededor sin mi participación, pero yo eso no lo sabía. A medida que fui creciendo, miraba siempre hacia atrás tratando de ver qué fue lo que salió mal y en dónde se había originado, y ver cómo podía evitarlo en mi vida. Así fue como empecé a tenerle miedo a todo, a ver cómo las cosas, si las dejaba estar, podían derivar en algo catastrófico. Todo esto es la explicación de lo que me dijo esta buena amiga: le tengo miedo a las pequeñas máculas que ensucien la perfección y pureza de mi realidad. Me pasa con las personas, con las cosas, con las situaciones, con las relaciones.
Por un lado sé que soy exigente, que pido mucho, empezando por mí mismo, y que exijo mucho de los demás en términos de rendimiento y de paciencia, porque también los pongo a prueba. Por otro lado estoy perfectamente al tanto de los temas de mi infancia. Pero lo que no había hecho hasta ahora era unir los puntos, establecer una relación causa efecto entre estas dos cosas. Ahora la tengo.
Lo que sucede, entonces, después de algunas relaciones fallidas y mi edad, es que me doy cuenta que subconscientemente estoy buscando una chica joven para tener la sensación de empezar de nuevo. No solamente busco la piel que una mujer de mi edad no puede ofrecerme, ni tetas que desafíen la gravedad o evitar los pedos típicos de quien está en su segunda vuelta, y probablemente con hijos. Busco reivindicarme y contar con la inocencia que creo que tiene una chica de veintitantos y sentirme a salvo y cuidado. Es que tengo la sensación de que desde que me gustan las mujeres y busco lo que busco, nunca lo encontré realmente y debo confesar que todavía quiero vivirlo; como si no hubiera crecido mentalmente, lo cual dicho sea de paso, es mi creencia que no lo hice y no creo que tenga nada de malo. Es casi estúpido, pero es lo que es y no me da vergüenza admitirlo, porque como dije, no estoy buscando una muñequita que se abra de piernas sin complicaciones: busco una compañera para mi vida que pueda ofrecerme una luz de bondad, pureza y menos cinismo, que es inevitable desarrollar cuando uno acumula años, experiencias, y ya se decepcionó un par de veces.

martes, 26 de diciembre de 2017

10... 3... veremos

Desperdiciando mi vida mirando videos en internet encontré uno que proponía un desafío: consistía en hacer 100 lagartijas durante 30 días, y sacarse una foto antes y después. Básicamente, la idea es mostrar resultados concretos en un tiempo relativamente corto y con eso entusiasmar a la plebe como yo, los cerdos que como todo deporte ejercitamos el pestañeo.
Así que manos a la obra. El 24 hice... 10. No, no 100 como decía el desafío, pero es que llegué a 7 y las cosas se pusieron interesantes. Interesantes como en "me duele todo y mis brazos están de huelga" interesantes. La 8 y la 9 las parí, y la 10 no sé de dónde la saqué. Llegó el 25 y descubrí lo difícil que puede ser levantarse de la cama si uno no puede usar los hombros, la espalda o los brazos. Es realmente un desafío. A la tarde se me había pasado un poco el dolor y las contracturas así que decidí intentar otras 10 lagartijas.
Nop.
No hay brazos. Siguen en huelga.
Ok, a la noche, cerca de la media noche, de hecho, hice 3. Entonces descubrí que por más que los libros de medicina digan que tenemos 639 músculos, yo conté 4000, de los cuales me dolían 3999. Me fui a dormir. Eso fue anoche, y por cómo me siento creo que hoy me voy a "olvidar" de probar.
Espero mañana recuperar un poco de mi dignidad y lograr las 10 que debería. A este ritmo, las 100 lagartijas diarias van a tardar un poco en llegar.

viernes, 22 de diciembre de 2017

in loving memory

Ya sé, lo podría haber escrito en castellano, pero aguántenme un cachito que me invento un par de excusas.
Estoy catalogando mis fotos, todas las fotos desde septiembre de 2001 que tuve a mi alcance por primera vez en una cámara digital. Tengo algo de 40 000, de las cuales muchísimas (más de la mitad, creo) son basura y las voy borrando. Ya voy por mayo de 2012 y borré unas 10 000 fotos.
La cosa que en aquel momento andaba por el Reino Unido con la moto y observé en algunos parques una linda costumbre. Por ejemplo en Cardiff, Gales, o en Edimburgo, Escocia, hay bancos de plaza con plaquitas dedicadas a algún ser querido fallecido. Supongo que será un hábito de la gente por esos lados, y la verdad que se leen carteles muy lindos y que transpiran amor y nostalgia por el ser que se fue. Algunos son simplemente profundos, otro también hacen mella extra porque me llegan de una manera persona, apelando a algo que me está sucediendo en este momento. En ese viaje fotografíe algunos que me tocaron más personalmente, y hoy encontré este:


Este banco en especial estaba en el Calton Hill, en el caminito que va subiendo del lado del observatorio, un lugar donde uno tiene vistas muy lindas de Edimburgo y de las sierras que la rodean. Algo que le envidio a John, entonces, son dos cosas: que encontró paz, y que la encontró en un lugar en particular, un lugar concreto al que él podía volver, supongo. Tan así sería que su familia estaba al tanto de ese lugar, y los habrá llevado alguna vez. Lo busqué en google, a John, pero no encontré nada. No me maté, lo reconozco. Sin embargo lo envidio y espero encontrar mi paz, en lo posible dentro de mí.
Mejor me voy a caminar.

[varias horas después...]
Llovió como la gran p... Me tuve que refugiar en un café. El capuchino estaba increíble.

jueves, 21 de diciembre de 2017

4, 7 y 11


Uno de mis mejores amigos en Argentina, de esos que uno puede llamar las 24 hs sin ninguna vergüenza ni miedo a recriminación, tenía un hermano. El viernes a la tarde se pegó un tiro. La mezcla de un arma a su disposición, alcohol y una depresión sin detectar fue más fuerte que tres hijas y una familia de adultos que no saben cómo llenar semejante vacío. Porque uno, como ser humano, está diseñado para enterrar padres y abuelos, no hijos, hermanos o amigos (no de 42 años).
En otro contexto esto ya sería una noticia devastadora, algo que a uno lo sienta de culo y lo deja ahí tirado hasta que... no sé hasta qué, recién pasó y ahora estamos todos mirándonos las caras sin saber siquiera cuándo parar de llorar. Pero en mi caso hay un detalle más: yo también tengo depresión. Ver un ataúd a dos metros de mí y a toda la familia llorar alrededor, no pude más que pensar que ese podría haber sido yo, y esa podría haber sido mi familia. Mirando atrás con la mayor honestidad que puedo, recuerdo todas las veces que pensé que nada valía la pena. Había momentos en que vivir dolía. Las tareas más minúsculas, como respirar o ducharse, parecían superfluas y sin sentido, que no valían la pena el esfuerzo, y que si todos íbamos a ser comida de gusanos, para qué molestarse. La comida no tenía sabor y el sueño era el único momento de descanso en el que podía quedarme inconsciente y olvidarme de que estaba sumergido en semejante miseria. Llorar, en ese contexto, llorar de dolor, o de tristeza o por empatía, era una promesa de un lujo que me parecía más lejano que una Ferrari (o una galaxia, para el caso) para mi cumpleaños.
Hoy todo eso es historia, fresca, pero historia. El miedo a una recaída existe, y por buenos motivos, pero tengo un arsenal a mi disposición para que no ocurra. Si ocurre, no sé lo que va a pasar; siempre predigo que una segunda vuelta no sobrevivo, así que hago todo lo posible para no verme enfrentado a eso, para no llegar a esa posibilidad.
Algo que contribuye a catalogar el 2017 como un año de mierda fue Novia, la cual me consumió esfuerzo, tiempo y recursos que podría haber puesto a disposición, si no mía, aunque sea de los que amo, o aunque sea podría haberlos dilapidado sin más en lugar de haberlos tirado en alguien que se llevó mi energía que tanto necesito sin siquiera darse cuenta del daño que provocó.
Prueba de esto es el mensaje de audio de 15 minutos que recibí ayer. Durante prácticamente la totalidad de la relación, unos 7 meses, fui su respirador artificial, su techo y su comida. La mantuve lejos de drogas, malas influencias, de matarse, de comer demasiado o de no comer en lo absoluto por días, la ayudé con cosas que no podía pagar o encontrar a alguien que las hiciera por ella, pagué por cosas que ella necesitaba o cubrí su parte en cosas que hacíamos juntos, y un etcétera bastante considerable. Todas cosas que para alguien que mira desde afuera hubieran dejado un cabeceo aprobatorio muy atrás en el espejo retrovisor, para adentrarse en el territorio de la pena y el preguntarse si no seré medio idiota, hasta llegar a la certeza de que soy bastante idiota y me estoy dejando usar.
Hay básicamente tres motivos por las que uno puede sospechar que alguien lo usa: porque la otra persona está verdaderamente usándolo, y con malicia; porque lo está usando sin darse cuenta; o por un malentendido. Decidí desde un principio descartar la primera posibilidad y asumir que la verdad reside en algún punto entre la segunda y la tercera opción.
En el mensaje de ayer se ve una persona que asume una pelea, un desentendimiento entre dos personas pensantes y centradas. No ve el reguero de destrucción que dejó a su paso, el costo emocional que tuve que pagar para sobrevivir a semejante montaña rusa (voy a ignorar el económico, que haciende a varios miles de euros, o el de tiempo y esfuerzo). Me habló una persona que cree que nos podemos sentar a hablar y aclarar las cosas, o que yo puedo acercarme a ella a un radio de menos de 1000 km sin que me corra un frío por la espalda.
No.
Es.
El.
Caso.
Voy a tomar toda la distancia que pueda, voy a tratar de reconstruirme como pueda, asimilando las lecciones que pueda, y voy a tratar de cuidarme más la próxima vez, si es que el universo me tira un hueso.
Algo me dejó dando vueltas en la cabeza el funeral de ayer, y no será muy original pero vale la pena reflexionar al respecto, a riesgo de sonar redundante o estúpido: la vida es corta, y no disfrutarla dentro de las posibilidades es una irresponsabilidad. Es faltarle el respeto a aquellos que la tienen mucho más difícil y no bajan los brazos. No sé por qué se mató este muchacho, probablemente nunca lo sepa, pero sí estoy agradecido de que mis propios pseudo intentos no se concretaron y estoy acá para levantar cabeza y seguir tratando de disfrutar el tiempo que tengo y dejar un buen recuerdo a los que me rodean.

sábado, 16 de diciembre de 2017

tormenta de verano

Todos tenemos una historia para contar y todos queremos contarla. Y eso significa que necesitamos una voz. En mi caso, a falta de algo mejor (un púlpito, un micrófono) esa voz es este blog. Empezó hace ya 10 años, un mes y dos días, y apenas si alguien sabe que existe, igual que apenas si alguien sabe que yo existo.
Son las 5 de una tarde de tormenta en Mar del Plata. Almorcé con mi hermana, mis sobrinos y mi mamá, y todo indica que eso es lo más cerca que jamás voy a estar de una familia propia. En donde resido desde hace más de una década, la soledad es un flagelo auto-infligido, y donde hay una necesidad hay alguien tratando de lucrar con la desesperación del prójimo. Así es como pululan como hongos sitios de citas donde uno subscribe, publica su foto y algún detalle de su persona, y espera que alguien lo contacte mientras estudia el perfil de las posibles candidatas. Soy vegetariana, voy a escalar o hago cerámica son apenas una muestra de las idioteces con las que uno tiene que torturar sus ojos para muy, muy de vez en cuando llegar a alguien que se salga de la foto 10x15 de la que son capaces los alemanes de pintar de sí mismos. Entiendo la ley de rendimiento decreciente y que, como los que viajan mucho, cada vez es más difícil sorprenderme, pero realmente es patético el estado de la humanidad.
Hay que reconocer que entre toda esa masa de almas solas se distinguen bien fácil las diferentes mentalidades: están los que buscan sexo, los que no quieren estar solos, y los que buscan un genuino compañero de vida, y todos los estados intermedios. Almas perdidas en su mayoría, gente como yo que o no se cruza en su día a día con posibles candidatos, ya sea por su profesión, su lugar de residencia, timidez o lo que sea, o que simplemente han sido decepcionados a tal punto en el pasado que prefieren un poco de filtro antes de comprometerse con alguien, una barrera de formalidad que les ayude a deshacerse de falsos positivos.
Por un lado quisiera tomarme mi tiempo para volver a intentar una relación. Siento que sería lo mejor y que lo necesito, por respeto a mí mismo, incluso, y para darme tiempo a digerir la tragedia que fue este año y empezar con más optimismo la próxima relación, sin tanto equipaje. Además, simplemente no tengo fuerza para más locuras. Estoy exhausto. Pero por otro lado necesito la compañía, sacarme el sabor amargo de la boca; distracción, si se quiere. Suena feo, pero es así. Quizá podría llamarlo ayuda.
Por lo pronto no estoy haciendo nada, no me voy a subscribir a esas páginas, pero la idea está y el miedo (a la soledad), sabemos, es el peor de los consejeros.
Lo que sí estoy haciendo es uniendo los puntos. ¿Lo qué? Los puntos, las cosas que parece que no tuvieran conexión pero en mi cabeza la tienen. Pensaba por ejemplo en la lluvia y en cuánto me gusta, y en que me inspira a reflexionar. Ese ruido blanco que hace y que se ve tanto como se oye... La tormenta que hay afuera, por una cosa o por otra, me inspiró a escribir esto. Y miraba la tele y cómo la protagonista se muda de ciudad y todos en el trabajo se despedían diciéndole algo a una cámara hogareña que uno de los compañeros del trabajo llevó a la oficina, y yo pensaba que para hablarle al aparatito, la única forma de que funcione es poder olvidarse de la cámara y una de las formas es hacer una introspección en los sentimientos, sacarlos y ponerlos en palabras. Y se me ocurrió, ya que tantas veces me pregunto por qué escribo acá, que eso es precisamente lo que hago: observar qué siento y... bueno, sentirlo. Una de las cosas que me llevó a la depresión y a la que tengo y tendré siempre tendencia es mi desconexión de lo que pasa adentro mío. Empezó cuando era chiquito y mi universo se estaba deshaciendo en migajas delante de mis ojos, y cuando uno no puede lidiar con lo que siente se repliega, se aleja de los sentimientos malos. Lamentablemente el proceso no se vuelve selectivo: uno simplemente deja de sentir, o mejor dicho, de prestarle atención a lo que siente. Es un mecanismo de supervivencia, pero la línea que nos conecta con nuestro interior no es fácil de restablecer.
Así que acá estoy, en una tarde de tormenta en Mar del Plata, escuchando a Bryan Adams y escribiendo en mi blog.

soñar, que es gratis

A veces me pregunto cómo hace la gente normal, digamos alguien de mi edad, cuarenta y algo, que pasó por la facultad, conoció a alguien, se casó y con un par de hijos (el más grande ya en la secundaria), y ahora se frota las manos pensando en la moto que se va a comprar y los viajes que va a hacer cuando los chicos por fin se vayan a la universidad. Esa persona no piensa en la soledad, ni en lo hermoso y embriagador que es el olor de la piel de la mujer que adora cuando se despierta después de haberse macerado toda la noche en las sábanas. No se le cruza por la cabeza la extensión y aridez de media cama vacía, ni se plantea la posibilidad de que así sea hasta el último día. Ni se detiene en lo patético que puede resultar desayunar escuchando la radio en lugar de charlando con alguien. La ausencia de chistes o juegos, de rutinas cómplices, de preguntas cuyas respuestas ya sabemos pero queremos simplemente sentirnos conectados con el otro. La soledad es lo mejor que hay cuando eso es lo que se necesita, pero es lo más cruel que existe cuando uno busca un compañero de ruta. Desde tirarse un pedito hasta reflexionar sobre los misterios de la vida en aquella esquina, desde decidir el color para pintar una pared hasta criar hijos en esta otra.
Dicen que uno no valora lo que tiene hasta que lo pierde. Pues uno será imbécil, porque lo que es yo, trato de valorar todo cuando lo tengo sin esperar a perderlo. Eso a veces me juega en contra porque me hago películas sobre lo que podría pasar o porque me impulsa a tolerar cosas que no debería, pero en general me hace apreciar mucho lo que tengo y ser agradecido con la vida.
Algo que siempre me faltó fue la motivación de acostarme con tantas mujeres como fuera posible. Nunca busqué sexo: hay gente que simplemente quiere masturbarse haciendo uso de otro ser humano como si fuera un palmito, donde para obtener kilo y medio comestible se tira abajo un árbol entero. Le importa un bledo los sueños, las ilusiones, la inocencia del otro, sus sentimientos... nada. Son gente que disfruta la caza, el engaño, la burla, la mentira, el personificar algo que no es, la marca al costado de la cabina. En mi caso, ni siquiera busco novia. Decir que busco esposa hace sonar alarmas, así que lo puedo describir como que busco más bien una compañera de vida, e idealmente de por vida. La historia con Novia empezó tan linda porque fue muy genuina: nada de sitios de internet con foto y "me gusta el sushi", sino pura y hermosa coincidencia en lugar y tiempo de dos personas que se atrajeron. Lamentablemente nuestros pedos se trenzaron, y por primera vez en mi vida debo dejar a un lado mi miedo a sonar apologista o a que estoy buscando excusas, y reconocer que sus pedos son tantos y profundos que es muy difícil que eso no le suceda a cualquiera que se meta con ella. Y cómo duele pensar en eso, caramba, como meter el alma en un rallador de queso. Porque cuando todo está dicho y hecho, la verdad es que llegué a quererla mucho y solamente quiero su bien. Me duele horriblemente admitir y aceptar que yo no tengo la fortaleza, la habilidad o lo que haga falta para sobrevivir al lado de semejante tornado emocional. Con sus altibajos anímicos, su agresividad, su pesimismo, su falta de análisis de las verdaderas posibilidades que la realidad le ofrece... un desastre esperando con ansias a que le suelten la correa. Todas esas características están presentes en todos nosotros, en mí quizás más que en la media y seguramente más de lo que me gustaría, pero en ella abundan hasta un nivel con el cual es muy difícil convivir.
¿Y ahora? Las opciones, sin ningún orden en particular, son quedarme en Alemania, o en Europa, o volverme a Argentina, o ir a cualquier otro lado. Buscar trabajo de ingeniero, insistir con los tours en moto, incursionar en la fotografía profesional, o cualquier otra cosa. Hay dos cuestiones que me marcan a la hora de tomar decisiones: el trabajo me tiene que inspirar además de dar de comer holgadamente, y lo que es más importante, no quiero quedarme solo. No es solamente miedo a la soledad sino que también es una decisión: quiero estar en pareja. Y no cualquier pareja: quiero encontrar el amor de mi vida. No tengo ninguna duda de que eso es lo que quiero. Despertarme con ella e irme a dormir con ella. Hacerle su café a la mañana y cepillarnos los dientes a la noche. Alguien que me valore, me lo demuestre, con quien pueda hablar y a quien disfrute mirando, y podamos planear un futuro juntos. Si me encontrara la lámpara y pudiera pedirle tres deseos al ñato embotellado adentro, es muy fácil: vivir en Mar del Plata, cerca de la única familia que tengo, encontrar una marplatense con cerebro, belleza y valores morales, un trabajo creativo que me permita administrar mi tiempo.
Por ahora estoy en un híbrido entre el limbo y el infierno, solo y sin lograr siquiera encontrar una ocupación rentable que no me dispare la depresión, que como rottweiler, mejor que siga durmiendo.

lunes, 11 de diciembre de 2017

quizás la fiebre (ojalá)

Una cosa (bueno, muchas cosas) aprendí de la depresión: el sentido de la vida es una ilusión. Y sin esa ilusión nos sentimos para la mierda, no hay vuelta. Justamente la ilusión es lo que la depresión hace mierda (y viceversa), y si uno no presta atención también destruye la capacidad para ilusionarse, para entusiasmarse con cosas que no sabe si de hecho lo van a hacer feliz pero que seguro entibian el alma, como un simple viaje, una caminata, un helado. O una relación. Sin esa capacidad para ilusionarse uno no puede más que recurrir a variables objetivas: precio, peso, potencia, pros y contras... lo que sea. Muy triste.
Estoy enfermo. De la garganta, ya que preguntan. De qué otra cosa. La tristeza de que no haya funcionado con Novia es enorme, por ahora abrumadora. Las tensiones previas al viaje se cobraron su parte de mi sistema inmunológico, como siempre, y finalmente me quebré también físicamente. Estoy a ibuprofeno, té, sin hablar y tratando de no moverme mucho, aunque ayer acepté la invitación de unos amigos de mi mamá para ir a Balcarce a almorzar. La ruta es hermosa, pasando por Laguna de los Padres y Puerta del Abra, con un sol lindísimo y 20 grados. Para estar enfermo, no se podía pedir más.
Pero a la noche tuve un poco de fiebre y mezclada con la tristeza, la desesperanza que me invade estos días y la sensación de estar muy, pero muy perdido... es demasiado. Ayer me cayó la ficha de algo que ya había hablado con otras personas pero con Novia quedó más definido, como que antes era una posibilidad, pero ahora explica mucho: no tengo un objetivo. Al no ilusionarme, no tengo objetivos de ningún tipo. Con lo que pasó el mes pasado con el imbécil de pseudo socio que me había elegido y su preciosa capacidad para recibir crítica, pero más que nada con su reacción y las cosas que me dijo, como no soy de teflón empecé a pensar que de veras soy un inútil. Y con la patética imitación de autoestima que tengo, esta sensación es muy difícil de sacudírmela. Pero ayer no sé qué pasó, la cosa es que cristalizó en mi cabeza. Me dí cuenta que no es una cuestión de capacidad sino de dirección y motivación.
Ahora la pregunta es: ¿dónde encuentro esas cosas? La respuesta obvia es: dentro de mí. 'Ta, gracias. No me sirve. Ya sé que están ahí, la pregunta es cómo me pongo en contacto con ellas. De hecho, ahora que lo pienso, no estoy seguro de que estén ahí, a lo mejor están tan adormecidas como para no contar más que las ganas de tomarme un vaso de agua, y eso no es suficiente para tomar decisiones de vida.
En el pasado, una ruptura me hacía extrañar, lamentar decisiones, mirar hacia atrás con cariño y el futuro con esperanza. Hoy me encuentro cabizbajo, apaleado, triste porque estoy consciente de que Novia está sola, peleando por su vida con pocos elementos, o peor, con elementos equivocados. Me siento para la mierda por dejarla sola, pero tengo que protegerme. Me estaba arrastrando como un vórtice en el agua y me iba a hacer arruinarme la vida. Desde hace años le estoy huyendo a la depresión y por primera vez sentía cómo me estaba alcanzando. Fuera de maneras muy lentas de morir, no creo que le tenga más miedo a otra cosa. Y Novia necesita de ayuda más capaz que la mía, y yo necesito una persona más agradecida por mi presencia en su vida. Aunque supongo que su situación se define justamente por cosas como no ser capaz de valorar a aquellos que nos ayudan. No le funciona ese dispositivo IFF (identificador amigo/enemigo) que todos tendríamos que tener. Lo sé, estuve ahí cuando estaba con la depresión. Era un poco diferente, pero algo de eso había. La depresión vino, más que contra mi voluntad, sin preguntar, pero a base de voluntad me la saqué e hice algo muy inteligente: aprendí. Es lo mejor que uno puede hacer cuando le pasa mierda, y algo bueno me quedó. Pero así y todo no estoy a la altura de las circunstancias. No puedo con ella, y a cambio de poco voy a morir en el intento, lo cual es una pena.
Volviendo al asunto de qué hacer con mi vida, tengo que reconocer que nunca realmente me planteé grandes logros para mi 9-a-5 sino para lo que hago con el resto, un poco la mentalidad que tanto critican los franceses a los alemanes: los primeros trabajan para vivir, los segundos viven para trabajar. Pero ese 9-a-5 me estaba matando, y tengo miedo a errarla otra vez. Como pinta mi vida, muy probablemente sin hijos, y fallando estrepitosamente en encontrar el amor, mi 9-a-5 tiene que darme alguna satisfacción.
Y por ahora no me queda más que un susurrado "y en eso estoy".

viernes, 8 de diciembre de 2017

la historia más bella

o cómo el amor es solamente el 50% de una relación

Se terminó. Novia hermosa, herida, usada, descartada, confundida, rechazada y demasiadas pocas veces amada, finalmente logró que me sonara una alarma interior avisándome que esto iba a acabar mal si no la terminaba ahora. Nuestra relación, como tantas veces pasa, fue infectada por las heridas que ambos trajimos, esos miedos que uno adopta a medida que la vida lo va apaleando. Hay personas que siguen como si nunca les hubiera pasado algo malo; son como ángeles, almas especiales que siempre mantienen su inocencia. Pero ni Novia ni yo somos así. En mi caso, incluso, siempre me encontré con que yo era el más complicado en la relación, el que requería más paciencia del el otro, el que imponía más rigor y rigidez, el que daba más miedo a la ella de turno a decir o hacer algo que disparara una reacción desproporcionada de mi parte.
Sin embargo, tuve suerte. Siempre me amaron lo suficiente como para superar esa etapa de adaptación en la que la aprenden la mayor parte de las estupideces que me disparan y la relación se asienta en un nivel donde ambos podemos disfrutarla, gozamos de capacidad de maniobra y de los beneficios de estar con alguien en quien podemos, sobre todo, confiar; esa palabra es la clave que hace que uno baje la guardia, se relaje y le permita al otro ejercer su condición humana y cometer errores (que son inevitables), ser uno mismo, sacarse la máscara sin miedo al rechazo... amar y ser amado.
Pero a diferencia de otras veces en las que hubo incompatibilidades que me hicieron separarme, como en cualquier relación normal, esta vez nuestras locuras gangrenaron nuestro amor. Y cuando digo nuestras lo hago más con la intención y el deber de tomar responsabilidad por la parte que me corresponde, y no tanto porque realmente crea que si esa parte no hubiera estado hubiera hecho alguna diferencia. Por primera vez en mi vida siento que hice demasiado por ella en lugar de la acostumbrada sensación de que soy una mierda de persona y que no supe apreciar lo que tenía hasta que lo perdí. Es una nueva (ohhhh... la felicidad) clase de impotencia. La frase que tomó más vigencia a las pocas semanas de estar con ella fue: no importa lo que diga... no importa lo que haga... está mal, y eso se convirtió prácticamente en un sello de nuestra relación.
Novia tiene lo que se llama un flor de problema: está rota. La quebraron de chiquita, la arruinaron. Y cuando me la dieron en brazos hace unos meses fue evidente, no tardó nada en manifestarse. La tomé en mi seno, la abracé, la besé, comencé a amarla. Y llegué a amarla mucho, pero ella no supo qué hacer con eso e hizo lo que cualquiera hubiera hecho: desconfió, me combatió, me sometió a pruebas de todo tipo, me escudriñó, me atacó para ver si contraatacaba, me traicionó, insultó, torturó. Y si todo esto le suena a alguien muy mezcla de medieval y melodramático, ese alguien se puede ir a LPQLP. Que se tome el colectivo ese que vuelve 7 meses en el tiempo y se ponga en mis zapatos. Después hablamos.
Y en lugar de dejarla me sostuve al mástil del amor y la comprensión y capeé como pude sus embestidas, a veces con éxito, a veces no, pero siempre con cicatrices, moretones, fracturas. El hecho de que uno comprenda los mecanismos y motivaciones de los ataques de la persona que ama, no hace que esos ataques sean menos certeros e hirientes. Solamente ayuda con la rabia, pero no con el dolor.
Finalmente, el lunes a la noche, unas horas antes de tomarme el avión a casa, ese que me saca de Adolfland y me trae a mi delirio de paraíso (sí, Cristina y sus secuaces no pudieron sacarle eso), logró asustarme. Finalmente, la diferencia entre lo que uno no quiere hacer y lo que uno hace cuando lo empujan fue demasiado chiquita, tan chica que la distancia fue académica y ni vale la pena considerarla. Entra en el margen de error de la medición y todo se podría haber ido cuesta abajo muy, muy rápido. Falta de los instintos miserables son lo único que me mantuvo del lado recuperable de la situación, no tanto una sobrehumana capacidad para lidiar con ella o algún tipo de titánico autocontrol. Recomendación: tomar distancia. Ella se hunde y en sus manotazos de ahogada me va a llevar a mí para abajo. Sin quererlo, sin mala intención, pero va a terminar por arruinarme la vida hasta el punto en que ya no pueda volver. Por primera vez en los años que llevo en ese mierdero humano que es Alemania, quería subirme al avión no para ir a casa, sino para alejarme de Novia. Si me confundía de avión y terminaba en Kamchatka me hubiera dado exactamente igual. La malicia y la agresividad con las que me atacó no me dejaron opción y la única que me quedó fue hacer exactamente lo que sus miedos interiores temían: que la dejara. La eché de casa, la eyecté de mi vida, la expulsé. No más.
Y pensar que hace apenas medio año estábamos en un estacionamiento en Innsbruck dándonos el beso más lindo en la historia de la humanidad. Supongo que su apreciación de que no fue un verdadero beso porque no hubo lengua (eso es lo que evita como actriz) debería haberme dado la pauta de lo que me esperaba, pero no supe o, mucho me temo, no quise verlo. Maldita soledad y sus consejos.
La novia más inteligente que jamás tuve, una de las más hermosas a la vista, si no la más, y con la que compartimos muchos gustos... podría haber sido la historia más bella y en lugar de eso fue la más cruel. Y si no fuera por mi sentido común, podría haber sido la más destructiva.
La voy a extrañar. Ya la extraño. Los abrazos al acostarnos y despertarnos. El olor de su pelo. El prepararle la bolsa de agua caliente antes de ir a dormir. Sus opiniones de vegetariana. Sus análisis que tanto me ayudaron a esforzarme por verme a mí mismo desde una nueva óptica. Piet... Piet...