domingo, 14 de octubre de 2018

ya es hora

Hasta donde me da la cabeza, en el circuito normal del dinero uno cobra su sueldo por su trabajo, lo gasta en productos o servicios que hacen empresas o personas, y el precio que uno paga va a la fabricación de esos productos o gastos de esos servicios y así se puede seguir fabricando y pagando sueldos, con lo que vuelta a empezar. Obviamente en el camino quedan impuestos con los que se cubren educación, salud y seguridad. Hay muchas variantes, desviaciones y perversiones de este circuito, pero en definitiva de eso se trata.
Una crisis económica consiste en que algunos de esos pasos se pervierten y hay una fuga, con lo que se empieza a perder empleos, impuestos para cubrir lo que no es privado, y así se empieza una espiral descendiente que hay que parar y revertir. Básicamente, disminuye lo que entra, aumenta lo que sale, o una combinación de los dos. Y acá se pone bueno, porque los economistas, por lo que pude entender del tema en mi corta vida, se pueden clasificar en dos escuelas: los que dicen que hay que aumentar la obra pública, para lo cual no queda otra que endeudarse (porque la recaudación bajó), y los que dicen que hay que ponerse austero, eliminar todo lo que pueda catalogarse de superfluo y esperar a que la tormenta pase. O sea, el primero es proactivo y busca inyectarle movimiento a la rueda de la economía, mientras que el segundo método suena más racional aunque pasivo.
Como dejo entrever, entonces, la economía es para mí una cuestión que pertenece a la misma estantería de la biblioteca donde uno guarda los libros de "Harry Potter" o de "Alicia en el País de las Maravillas". Es magia negra, y hablando con gente que vive del tema y se compra Ferraris más seguido de lo que mi mamá se compra corpiños, tengo razón. De las dos escuelas de pensamiento uno encuentra gente muy inteligente y que aporta datos estadísticos o anecdóticos, válidos o estúpidos, para inclinarse por incrementar o disminuir el gasto del estado buscando promover el eslabón del empleo, con lo que se espera aumentar la recaudación y reasumir el buen curso, o disminuir los gastos y esperar a que las cuentas cierren.
Yo, que nací en 1973, lo vengo escuchando alternativamente de distintos ministros de economía y a veces hasta del mismo. O sea: nadie tiene la más perra idea de cómo sacarnos del horno.
Adelantando el reloj a 2018 me encuentro en Mar del Plata, Argentina, después de una estadía de 16 años en lo que se acostumbra llamar el primer mundo, donde la gente vive un poco mejor, dicen. Y en algunas cosas es indiscutible que así es. Y como yo no soy ministro de economía, ni siquiera un dotado financista, ni Merlín, no voy a intentar decirle a nadie qué podemos hacer para revertir la ensalada en la que estamos. No puedo siquiera empezar a discutir cómo puede curarse el cáncer, o eliminar la corrupción, el hambre o la guerra. Estas utopías tan deseables están fuera del alcance de alguien sentado al teclado de la computadora con la intención de encontrar un amor que le dé mariposas en el estómago, ir a comer con la familia, pasear al perro por la costa cuando sale el sol, y andar en moto si encuentra el rato. La vida es demasiado corta y hay que elegir las batallas. Algunos tienen la vocación política; yo no. Tampoco, aunque sé la solución, me voy a meter en temas de los que hay forma de mejorar pero requieren inversión. Ejemplo fácil: mejorar las calles. Hace falta dinero para pavimentar y no hay.
Pero hay algunas cosas en las que sí puedo contribuir. Hay cosas que son gratis y, mejor todavía, no cuestan siquiera un esfuerzo extra. Limpiar una plaza puede hacerse (y se hace) con una convocatoria en feisbuc o alguna de esas idioteces sociales que, así como un reloj roto da la hora correcta dos veces al día, también pueden usarse de forma útil. Pero eso hay que hacerlo, y las cosas a las que me voy a referir cuestan mucho menos, o a veces nada, o el resultado es enorme comparado con la inversión de tiempo y trabajo. Es una lista cortita de cosas que pasan en mi ciudad, por ejemplo, y que lo único que hace falta es querer hacerlas, como llegar puntual. Cuesta exactamente el mismo trabajo llegar tarde que llegar temprano, y una vez que uno se acostumbra, llegar a tiempo. Así que acá voy, sin orden particular.
La mayoría de las motos hacen ruido, no porque así salgan de fábrica, sino porque los asociales que las compran porque no pueden pagarse un auto (a nadie le fascina andar en moto en invierno o cuando llueve) resulta que sí se pueden gastar plata al reverendo pedo en cambiarle un escape nuevo y perfectamente funcional, que cumple con las normas medioambientales y acústicas, por una mierda de tubo sobrevaluado, sin verificación técnica, sin el menor rédito en términos de potencia (y si lo tuviera, es tan ínfimo en las prestaciones como usar medias más finas para ahorrar peso) pero que hace un ruido infernal y priva al prójimo en 100 metros a la redonda de tener una conversación, dormir en la privacidad de su casa, o pensar en disfrutar de un momento de paz. Y la solución es controlar. Estoy en el punto en que creo que la policía tiene órdenes de no hacer su trabajo, no hacer cumplir la ley, no preocuparse por si el ciudadano común recibe aquello por lo que paga, ese ciudadano que sangra los impuestos y con eso el sueldo de los legisladores que votaron las leyes y el de los policías que deberían hacer que se cumplan. Si nos ponemos a pensar, con tanto policía tomando mate o revisando el último chistecito que recibió por uatsap, la solución es tan simple que la furia me inunda. Para colmo, no solamente tiene el beneficio de que pararíamos esta locura, sino que se recaudaría preciados recursos en multas, además del efecto secundario pero casi más importante que es meterle en la cabeza a esos imbéciles con la motito que Argentina es un lugar donde la mayoría queremos vivir en un estado de derecho, donde las leyes se hacen para regular la convivencia y sin ellas y el respeto que merecen la cosa no funciona. Es decir, aplicar los recursos ociosos en ocuparse de este tema tiene el triple efecto de solucionar un tema inmediato, mejorar el futuro (educando) y mejorando los recursos disponibles. Basta sentarse en la peluquería a esperar el turno, ponerse a hablar con el que está al lado, que resultó que era policía de la provincia, para que mencione que se les da 4 litros de combustible por patrulla por día. Es decir, si van a robar un banco lleven tanque lleno y listo, el botín es suyo. LRPMQLRMP. Y esto sin mencionar que en los ratos de inactividad del turno de un policía, se le da una tarea que además de mantenerlos ocupados y ganarse el sueldo, les da un sentido de utilidad y orgullo en su trabajo.
Resumiendo, es una medida que no cuesta nada y beneficia como se la vea. No tengo idea de los números, pero seguro que en un día de implementar esto en Mar del Plata se labrarían 1000 infracciones. Un decibelímetro arranca de los USD 20 (uso esa moneda para que esto no pierda vigencia al día siguiente de su publicación) y se pueden comprar 10 de esos y calibrarlos seguido con un procedimiento muy simple. Entiendo lo que explican normas como la IRAM 4071/73 y lo relativamente complicado de su implementación (que en realidad no lo es), pero de lo que estoy hablando acá es de niveles insoportablemente fastidiosos, no del número exacto de dB. E incluso en ese escenario, la VTV (otra que hay que controlar) lo puede hacer tranquilamente. Conclusión: no hay razones para no hacer esto, solamente excusas que no valen ni la saliva con la que se dicen.
Tengo otra: las alarmas. ¿Cuántos de nosotros no escuchamos 50 veces por día la famosa "pi pi pí, X28 activada"? ¿Y para qué, digo yo? Y no apenas audible, más bien tipo sirena de bombardeo de la Segunda Guerra Mundial. En Europa, por ejemplo, está completamente prohibido el ruido al conectar o desconectar una alarma. En Alemania, pionera en este tipo de cosas, el artículo 38 del código de tránsito estipula esa prohibición. Entiendo que esto no es tan fácil eliminar por el simple problema de la oportunidad de un policía de pasar justo cuando alguien cierra su auto, pero todavía está la VTV o cualquier oportunidad en que un auto es inspeccionado. En esto, todavía más que con los escapes, la legislación está atrasada. Y ni hablar las falsas activaciones, ya sea por viento, por una puta moto que pasa cerca con el escape libre, o por el pedo de un ratón. Para no andar repitiendo lo que a esta altura es vox populi, acá un articulito (en inglés) para despuntar el vicio al que le interese.
Y ya sin entrar en detalle y extrapolando a partir de los ejemplos que dí: los autos mal estacionados (sobre todo los que están en la vereda), la vigencia o falta de VTV (que incluiría el control de ruido), el uso del cinturón de seguridad/casco, el no uso de celular al manejar, la basura, los perros en la playa... Hoy por hoy la policía, vista desde afuera, parece pasiva, imperturbada y desinteresada en estas cosas. No tienen derecho a eso. Se les paga por ser exactamente ellos los que se ocupen de traducir las leyes en realidad para los que se cagan en las normas. Esa es la barrera de defensa que organizamos los que sí queremos vivir civilizadamente. Sobre todo en una Argentina que viene de más de una década de anestesiado, desmantelamiento o desarticulación de los organismos de control, no es optativo, ni una función más: es el motivo por el cual existe el poder de policía. Es hora de que se vayan enterando.

domingo, 7 de octubre de 2018

nubes de algodón

Paseando por Mar del Plata para sacarle el jugo al solcito, miré para arriba y ahí estaban unas viejas amigas: las nubes de algodón. En Alemania, hasta las nubes son feas. Son grises, no tienen forma definida, son como pútridas, sin alma, sin bondad, sin buenas intenciones casi, arrogantes. Acá (y para ser honesto, en muchos otros lugares) las nubes son lo que tienen que ser: esos cuerpos como de algodón y con formas de oveja, de galletitas, de países, de viejas narigudas y cosas así. Me acuerdo una vez en Jona, al sureste de Zúrich, que vi una nube que era una ballena azul. Pero volviendo a las nubes marplatenses, ellas vienen, nos dejan su lluvia y siguen su camino. Así las cosas, funcionan. Son nubes.


Lo interesante y relevante del asunto es que miré para arriba. A medida que pasan los días estoy logrando relajarme a un punto en que volví a mirar al cielo y a disfrutar el aire, el sol, las nubes... y cuando las noches no estén tan repodridamente frías, las estrellas. No puedo esperar a eso, porque hasta ahora no soporto el frío en cuanto se mete el sol o hasta cuando lo tapa una nube. Hace un frío que te parte, digamos.
Como un vampiro pero al revés, me escondo cuando oscurece y aprovecho todo lo que puedo del resto del día para cumplir mis funciones con Perro y que pueda pasear, hacer ejercicio, ir al baño y básicamente desentumecerse de estar la mayor parte del tiempo en un departamento, el pobrecito. Es un pastor, no fue hecho para mirar paredes.
Por mi parte, si bien me siento un poco ocioso, que como demasiado, o que no hago lo suficiente con vistas al futuro, en realidad estoy recomponiendo mi sistema nervioso después de la tunda que fueron los últimos dos meses previos a poner perro y culo en el avión. La ansiedad y los miedos fueron mucho más perniciosos que las complicaciones de esos estúpidos alemanes que, sin lograr cambiar mi opinión (al contrario, confirmarla), no hay que subestimar nunca su capacidad de cagarte el día.
Los temas para escribir acá se me amontonan en la cabeza, pero serenidad interior es lo último que tengo. Tanta cosa pasa, es un tiempo de tantos cambios, que me es imposible poner los patitos en fila y profundizar en algo en particular. Muy especialmente, y esto siempre es clave para tomarle el pulso a mi estado mental es la fotografía, y el hecho es que ni sé donde está la cámara en este momento. No me acuerdo ni dónde está guardada. No es preocupante per se, son etapas, pero es indicativo, aunque de nuevo el frío es un factor atenuante para no sobrestimar el síntoma.
En fin. Mi contenedor llegó al puerto de BsAs a principio de semana y ahora es cuestión de esperar que me llame el despachante para ir a hacer acto de presencia cuando lo abren. No entendí bien para qué pero da lo mismo. El proyecto de las cabañas sigue su curso, con la arquitecta tramitando los miles de permisos y aprobaciones ante diferentes organismos, proveedores de servicios y unas cuantas rémoras sociales, impositivas y burocráticas. Esto me da tiempo para pensar en los detalles, como por ejemplo el nombre del lugar, o los precios que me gustaría implementar, o la clase de servicio a ofrecer. Miro la competencia, busco ideas, dejo volar la imaginación, saco fotos de cosas que me parecen inspiradoras. De a poco, con paciencia, va tomando forma y me voy entusiasmando. Mejor que eso: voy recuperando la ilusión de hacer este proyecto, lo que me mueve desde hace años a tomar ciertas decisiones.
En el plano económico, si bien en algún momento (ya en el 2015) había hecho un borrador de plan de negocios, ahora las cosas van tomando forma y hay que ir definiendo detalles. No basta con tirar arena para arriba y ver para que lado se la lleva el viento, dárselas de arúspice o de economista; lo que llevo aprendido de tanto viaje es muy útil y esencial, pero no suficiente. Tengo que empezar a leer sobre el tema.Y si mi cabezota encuentra un poco de paz, casi como el ojo de un huracán, quién sabe... a lo mejor sale algo muy lindo.