lunes, 20 de diciembre de 2021

Juan

En realidad no sé el nombre, no sé cómo se llama. Pero en la plaza donde voy siempre con Perro a veces pasa un señor que es difícil adivinar la edad porque seguro que tiene menos de lo que aparenta, y en la infancia debe haber sufrido alguna desnutrición porque es chiquito. Lleva ropa vieja pero limpia y muy prolija, y zapatillas con agujeros pero con los cordones bien atados. Tiene estrabismo, y va empujando una silla de ruedas donde está su esposa, que lleva a un nene de unos 3 años a upa. La señora también tiene estrabismo. Tiene las piernas bastante flacas, no atrofiadas pero flacas y con algunas cicatrices que no parecen nuevas, no sé si de heridas u operaciones, así que debe llevar unos años en silla de ruedas. El nene no parece tener ningún problema: es curioso, simpático, limpio y bien educado.
El señor lleva una mochila enorme con forma de cubo, de esas que llevan los repartidores en motito o bicicleta que se han multiplicado en los últimos tiempos, sobre todo desde la cuarentena. Y en la mochila lleva budines (de coco, de chocolate, de limón), magdalenas, bizcochitos, o lo que sea que hayan preparado ellos mismos en su casa. O lo que sea el lugar donde viven, que no me imagino que es un quirófano de limpio.
Y cada vez que los veo les compro algo, que lo toman con las dos manos y me lo dan envuelto y me saludan y me agradecen con tanta humildad y respeto como casi no queda. Y saludan a Perro, y me preguntan de qué es el libro que estoy leyendo, o cómo estoy (no ese "¿cómo estás?" automatizado que se usa en Argentina y que ni siquiera espera respuesta, sino que realmente quieren saber cómo estoy). Parecen, y seguro lo son, más felices de lo que yo, con 1000 veces más patrimonio, chances y suerte, lo puedo estar.
Una amiga que además de quereme mucho y tener excelentes intenciones es sumamente inteligente, me decía la última vez que hablamos que parece haber gente genéticamente indispuesta (o lo que sea lo contrario de predispuesta) a ser feliz. Personas particularmente inteligentes y nostálgicas caen en esto y seguramente muchas otras, pero esas son dos características muy comunes entre los que encajan en esa teoría. Tenemos, llevamos, una obscuridad interna que parece succionar la energía positiva de todo lo bueno que nos pase o logremos y nos deja con un vacío inllenable, imposible de satisfacer y que así las cosas buenas empiecen a derramarse sobre nuestra vida. No hay suerte, lotería, mérito, premio o Everest escalado que nos deje un sabor duradero de felicidad. Como una canilla que por mucho que uno la abra, el desagote se lo lleva todo. Esto excede la típica insatisfacción humana con cualquier situación estacionaria. Me acuerdo de chico estar perfectamente contento con mi televisor blanco y negro de 11 pulgadas en la cocina donde miraba El Correcaminos. Hoy de pronto "necesito" un LCD de 55 pulgadas, lo cual sé perfectamente que no es cierto y simplemente por disponibilidad de recursos corro con los tiempos. O los 41 CV de mi primera moto, una Kawasaki 440 Ltd, que hoy apenas me subirían el pulso si los comparo con los 160 CV de mi moto actual. No, no se trata de esa necesidad de más rápido, grande, lejos... sino de una incapacidad de ser feliz que viene de una sombra que yo proyecto sobre toda mi vida, sin importar lo que mi vida proyecte sobre mí.
El otro día estaba haciendo una especie de balance de este año que llevo con mi negocio en marcha, y mirando los números veo que me ha dado más ganancias de las estimadas en su momento cuando me decidí a hacerlo. Y sin embargo, mirando esos mismos números es difícil no ver que en 2 o 3 meses en Alemania trabajando de ingeniero ganaba lo mismo que gané en estos 12 meses; si bien también trabajo menos, la inversión fue enorme. No sé. Realmente no sé qué pensar.
Y esto me trae a evaluar qué puedo esperar de mi vida acá, y que mire las dos cosas que más me pesan en el alma en este momento: la falta de pareja, y la incivilización en donde vivo. El compartir mi vida, querer y sentirme querido, y poder hacer cosas tan básicas como cruzar la calle sin arriesgar ser mutilado... quién diría que son más exóticos que vacaciones en Marte. Y aunque ambas cosas parecen haberse caído en picada desde que llegué, no soy tan estúpido como para olvidarme de por qué vine. En un balance hay cosas de los dos lados. La depresión, esa misma que me estaba matando, tiene algunas ventajas, y una de ellas es calibrar un poco mejor eso de que "el pasto es más verde del otro lado", así que ya antes de venir estaba al tanto de que esto no iba a ser el paraíso. Donde la cagué monumentalmente fue en creer que las mujeres acá tenían cerebro, y en pensar que el grado de civilización que dejé en 2002 todavía estaba. El populismo, se ve, no se limita a destruir instituciones: también destruye la civilización. Lo cual ahora que lo escribo me doy cuenta de lo obvio que es.
Estoy viendo a dónde ir. La temporada de mucho trabajo dura hasta abril y por un par de meses se muere. Buena época para tantear el horizonte laboral, que parece que con o sin pandemia pinta bien.
Mi rebautizado Juancito no parece tener estas dudas.

lunes, 6 de diciembre de 2021

de las dificultades de encontrar novia en un país donde se cultiva la estupidez

"Negativo", dirían algunos. "Realista, resignado, asumido" sería más descriptivo, creo. Vengo de una cultura donde se cultivan los sentimientos (genial, pulgar para arriba) a costa de la razón (pulgar para abajo). Entiendo que son difíciles de combinar, pero no es imposible. Uno puede ser empático, sentimental, romántico, y no por eso volverse un imbécil fanatizado que se desentiende de la realidad y busca validación en personas que no son capaces de pensar diferente, cayendo asquerosamente en el sesgo de confirmación. Eso es inmadurez, incapacidad de asumir la responsabilidad por los propios actos, vagancia mental, y es cuestión de dejarse estar un poco para pasar a ser deshonestidad intelectual condimentada con chantaje emocional. Lo que el DSM-5 llama "una mierda".
Quisiera pensar que hay algunas mujeres, muchas, incluso, que las veo sentadas en la ventana de un café, detrás del mostrador de un negocio, caminando con su perro por la costa, atendiendo a un paciente en la guardia de un hospital o enseñando biología en la universidad, que tienen algo más que pochoclo entre las orejas. Que pueden articular su punto de vista, que no recurren a la victimización a la primera oportunidad para justificar sus deficiencias, que son lindas en la superficie y debajo, que tienen modales y, sobre todo (y esto es por lejos lo más difícil y exótico) autoestima, que no toleran que no se las trate como seres humanos.
Ayer meditaba sobre lo que nos lleva a ser como somos. Todos tenemos una historia, genética y ambiental (nature and nurture) que determina, creo, en lo que nos convertimos. Por mi amor a la matemática, tiendo a representar en mi mente la parte genética como una especie de asíntota, algo así como el límite de nuestro potencial, los 9 segundos en los que un ser humano puede recorrer los 100 m llanos. Algunos, sin importar cuánto entrenemos, nunca lo vamos a poder hacer en menos de 10 o 15 o 20 segundos. La mayoría de nosotros no va a jugar bien al ajedrez, no vamos a tener la capacidad de ver más allá de un par de jugadas. Ni podemos orientarnos en una ciudad, o recordar una cara, o lo que desayunamos esta misma mañana. Nuestro hardware simplemente no nos permite volar batiendo los brazos. Un Michael Phelps apenas puede nadar a una velocidad que a una sardina le daría calambres en el estómago de la risa. Podemos, con práctica, alcanzar nuestro límite, explotar todo nuestro potencial. El problema es que raramente tenemos siquiera la posibilidad de explorar ese potencial. Una persona que nazca en Bolivia probablemente no llegue a ser astronauta, no importa lo ideal que sea para el puesto.
La victimización consiste esencialmente en echarle la culpa a algo o a alguien (los padres, el patriarcado, las corporaciones, el racismo, el viento, la marea...) de que uno no alcanza, ni siquiera explora, su potencial; lo principal es desacoplarse de la responsabilidad y es fundamental para eso encontrar una alternativa. Uno podría atribuir la mentalidad de princesa de la mujer argentina típica al medio, a la cultura en la que creció, y así pasar la página y seguir con otra cosa. Pero con un poco más de profundidad en el análisis se puede también ver que muchas eligen ser así, que adoptan esa actitud, y hay que reconocerles cierto mérito propio por preferir comportarse como idiotas que son. Esta elección podría asociarse con algo de personalidad e inteligencia, pero en realidad es el resultado de que su naturaleza resuena con el estímulo. Son, en definitiva, las primeras a descartar como posibles parejas en su definición original de par, igual. Las que eligieron ser así son las más idiotas, las que tuvieron las posibilidad de ser algo más y se quedaron con esa otra, la de princesa, que les resulta más cómoda. Las otras por lo menos tienen la legítima excusa de falta de opciones.
Me borré de Tinder, Happn, Bumble, y no sé si tenía alguna otra. Salvo Tinder, el resto no tiene difusión en Argentina, y todas son una plaga menospreciada, por lo menos comparado con lo que se acostumbra en Alemania. En un lugar donde las relaciones humanas son tan exóticas como el cumplimiento de las normas en Argentina, la gente aprovecha la mano que les da una plataforma donde llenan un formulario y de alguna manera se lanzan a intentar conocer posibles parejas. Se lo toman, como todo, en serio. Ponen información de sí mismos, leen lo que el otro escribe, se juntan a tomar algo y ven a partir de ahí. Acá no escriben nada, ponen una foto del culo, trompita, un paisaje, y no aclaran detalles como que tienen 3 hijos. Algo falla, indefectiblemente.
Las de la calle, las fiestas, las amigas de amigas, sacan cada tanto la nariz del celular, miran con asco a los hombres porque, mientras ellas se ponen ropa que no deja ninguna duda de dónde tienen piercing, les molesta que las miren: somos todos unos cerdos. Más de una te espeta, a modo de "mujer independiente", que se cansó del sexo casual y ahora (que ya le entra un LP) quiere sentar cabeza. O que además de votar, ganar lo mismo y fastidiar con cuanta idiotez se le ocurre que uno está haciendo pésimo, tenés que pagar la cuenta de lo que sea que hagan juntos y abrirle la puerta.
Váyanse todas a cagar.

domingo, 28 de noviembre de 2021

los votantes

No creo que hagan falta crayones de colores para explicar claramente que el asunto de votar para elegir un dirigente político es más un concurse de popularidad que una selección de la persona más idónea para el puesto. El que use mejor dentífrico, el que tenga mejor campaña publicitaria, el que enardezca más. Algo así como elegir al ganador de una carrera de motos en función de la simpatía de cada piloto; quién llega primero es anecdótico. Si bien la etimología de la palabra democracia es un primor, el sistema con el que intentamos implementar la voluntad del pueblo es una ridiculez.
En muchos países, cuando uno quiere adoptar la ciudadanía, se exige, entre otros requisitos, un examen de conocimientos cívicos donde se evalúa si la persona tiene una pálida idea de los principios sobre los que se organiza el país en cuestión: cuántos miembros tiene el congreso, cuándo y de quién se independizaron, quién era tal o cual figura histórica. En Alemania, por ejemplo, para prepararse para ese examen existe un catálogo de unas 300 preguntas y más o menos una décima parte entran en la prueba. Lo interesante de esto es que la amplia mayoría de los alemanes nativos no pasarían ese examen, y sin embargo están habilitados para votar. Supongo que la presuposición es que, si bien se les escapan los detalles, en algún momento los aprendieron y, sobre todo, son en su esencia alemanes y no tienen que demostrar lo que alguien de otra cultura sí. Mmm... hasta ahí bien. En este punto creo que viene al caso mencionar que el voto en Alemania no es obligatorio.
Hace unas semanas se votó en Argentina. La ciudadanía argentina es... espiritualmente me gusta lo que veo, pero intelectual y cívicamente... decir que hay potencial para mejorar es subestimar groseramente la situación. No solamente no estamos preparados para elegir a nuestros gobernantes en un sistema ya de por sí malo desde el vamos, sino que ni siquiera estamos preparados para tomar decisiones de un nivel muchísimo más básico. Prueba de esto fue lo que se vivió en los lugares de votación el domingo 14 de noviembre, donde las filas para el cuarto oscuro eran una persona a 20 cm de la otra. Flashnews: estamos en pandemia. Sí, sí... desde hace unos 18 meses (no minutos: meses) hay un virus matando seres humanos de a millones y la medida n°1 para combatir su propagación es el distanciamiento social, que consiste en guardar 1,5 m con el prójimo. Así que, mi estimado, si cometiste la estupidez de ponerte a respirarle en la nuca al imbécil que llegó antes que vos y que también le está respirando en la nuca al imbécil adelante de él, y así sucesivamente, creo que lo más decente que podés hacer es pegar la media vuelta, volver a tu casa y seguir jugando con feisbuc, porque no estás ni mínimamente preparado para emitir tu opinión acerca de quién tiene que gobernar el país. Punto.
Pero no: en Argentina es obligatorio ir a votar. Y se nota. Y más en un país donde hace 70 años una resentida caprichosa y deshonesta sentó las bases del resentimiento institucionalizado con la estupidez de "donde hay una necesidad, nace un derecho". El 30% de la gente, herederos y exponentes culturales de esa depravación, "piensa" que estos degenerados que tenemos tendrían que seguir. El otro 70%, suponiendo que tuvieran cerebro, se vieron obligados a elegir entre un hato de estúpidos, degenerados, o una combinación de ambas donde está más que demostrado que ser un fino ejemplar de una de esas características no limita qué tanto puede tener de la otra.
Ahora, un pequeño ejercicio. Supongamos que queremos educar a la gente, al pueblo, al ciudadano. No me refiero a la tabla del multiplicar, a leer El lazarillo de Tormes o saber la capital de Namibia, sino a educar ciudadanos, ciudadanos argentinos, convertirlos en gente que sepan lo que es una sociedad, las reglas, y los beneficios de seguirlas, los procedimientos para cambiarlas si así se desea, cómo dirimir desacuerdos, etc. Después, que hagan lo que quieran; pero educados. Y si alguien cree que a él no le hace falta que lo eduquen, que ya es civilizado... olvidate; bajate del caballo porque en mayor o menor medida todos lo necesitamos. Y si te queda alguna duda, asomate a la ventana y mirá dónde están estacionados los autos en tu cuadra. Sí, incluido el tuyo. ¿Tenés tus impuestos al día? ¿Puteaste a alguien en la cara esta semana por el pecado de atreverse a pensar diferente?
Para educar a los 45 millones de incivilizados que somos tendríamos que contar con una fuerza docente preparada. Según una estimación (porque por más increíble que suene, no hay datos concretos a disposición del público) en Argentina hay unos 800.000 docentes parados frente a alumnos formándoles la cabeza. Así que aprovechemos ese ejército de gente que ya tienen alguna formación en el asunto de educar, y metámosles esos contenidos raritos y revolucionarios que mencionaba arriba. Para seguir con la relación de alumnos por docente de unos 56:1, si hay que formar esos 800.000 docentes necesitamos a su vez 14.200 personas que sean capaces de educar a los docentes que se van a parar frente a la masa inútil de argentinos para intentar civilizarlos. Y a su vez, a esos 14.200 hay que formarlos, y para eso hacen falta 250 personas, a las que también hay que formar, para lo que hacen falta 5.
Pregunta: ¿de dónde sacamos 5 (cinco) personas en argentina que sean civilizadas?
Esto no tiene arreglo.

domingo, 31 de octubre de 2021

el lobo, la vaca y el caballo

"El esclavo no sueña con ser libre; sueña con ser amo."

Probablemente la frase más jugosa que conozco. Algo que debería ser enseñado antes que la mismísima tabla del 2, y sin embargo pocos la conocen y menos la recuerdan. Y ni hablar los 2 o 3 que la entienden, así que como hace frío y está nublado, quiero ver si puedo darle un par de vueltas.
En psicología se usa un término, la introyección, que es el proceso por el que se hacen propios rasgos, conductas u otros fragmentos del mundo que nos rodea, especialmente de la personalidad de otros sujetos. Lo opuesto es la proyección, o sea, asignar rasgos propios a otros. Un ejemplo típico es el del padre que cela a su hija de los chicos que se le acercan; esencialmente, el tipo fue/es una larva y asume que el resto de los hombres también lo son.
Si uno es ajeno a este fenómeno, los errores en los que uno cae pueden ser graves, como cuando se afirma que recurrir a la violencia es signo de que no se cuenta con argumentos. Eso presupone que el interlocutor es racional, permeable a la lógica o de cualquier forma receptivo a lo que uno quiere transmitirle. Esto no siempre es así (qué forma más delicada de ponerlo) y a veces acorrala a personas buenas entre dos males: resignarse a ser pisoteado, o tomar acciones que por ilegales no dejan de ser justas o, quizás más apropiado, necesarias. Es un camino resbaladizo, obviamente (el pobre Batman se la pasa lidiando con esto), pero en demasiadas ocasiones quedamos abandonados a nuestros propios medios. Los ejemplos sobran: vecinos ruidosos, políticos corruptos, víctimas profesionales, leyes injustas. Es decir, no es que uno no tenga argumentos, sino que se le terminaron; ya probó con argumentos y razonar con la otra parte no funcionó. Antes de llegar a este punto, elegir hablar con alguien implica optimismo; pasado ese punto ya es ser necio. O idiota.
El populismo que carcome a mi querido país desde hace siete décadas hizo básicamente dos cosas: demonizar a los empresarios y robar a mansalva. Era necesario demonizar a los empresarios porque un enemigo común siempre une a grupos que de otra forma no se unirían para formar la masa crítica necesaria para tomar y sostener el poder. La demonización alcanzó tal punto que hoy en Argentina tener un auto que tenga cierre centralizado es ser un oligarca que obtuvo sus riquezas robando y exprimiendo a los de abajo, a los "trabajadores". Pero la cleptocracia que es el peronismo hizo que para avanzar en sus filas había que adoptar e interiorizar el sistema por el cual el mérito no cumple ningún rol, sobre todo comparado con la capacidad de establecer alianzas y chanchullos, donde cualquier ejercicio de un poder del estado en cumplimiento de sus deberes es una oportunidad para un rédito económico o de poder.
Churchill, ya lo cité alguna vez, dijo que "muchos miran al empresario como el lobo al que hay que abatir; otros lo miran como la vaca a la que hay que ordeñar, pero muy pocos lo miran como el caballo que tira el carro". Un concepto tan elemental y que a cualquier organismo multineuronal le alcanza con leerlo una vez para que la nariz se le empiece a mover sola de arriba para abajo, es a la vez tan incómodo para el populismo argentino (acá me permito por un minuto no mirar más allá de mi ombligo). Y sin embargo, todos esos rasgos que los peronistas, consciente o inconscientemente, proyectan sobre los empresarios son justamente los que ellos poseen, así que matan dos pájaros de un tiro: desvían la atención de sus actividades y fabrican un enemigo común. Pero, y esta es la clave, el daño se extiende más allá: los empresarios se van. Cierran, hacen las valijas y se van a otro lado a emprender sus actividades, a mover capitales, productos y servicios, y a dar trabajo y pagar sueldos e impuestos. A tirar del carro.
Felicitaciones, muchachos, lo lograron. Han remachado inseparablemente el concepto de empresario con el de alguien ruin, aprovechador y que tiene la sola intención de robarse todo explotando a los que lo rodean. Mmmm... me suena a algo, y no es a empresario. En la Argentina de hoy, y van ya varias décadas, alcanzar una posición económica holgada es sinónimo de pecado, mientras que "donde hay una necesidad hay un derecho", ese mamarracho de dogma tan borroso e indefinido que les permite justificar las barrabasadas que hacen, originó lo que hoy es la sociedad argentina: una manada insostenible y creciente de bebés de pecho y un esquema impositivo cada vez más abusador e injusto y, contra todo instinto de supervivencia, desgastante.

Tan triste como suena todo esto, una de las cosas que más inducen al vómito es escuchar a los que con su trabajo, y no con dádivas, logran progresar, pero piensan que es gracias al gobierno populista porque así los convencieron. La meritocracia erosionada desde el vamos. Esos pobres inimputables, cuando llegan a estar en posición de emprender algo por sí mismos, tener empleados y, en definitiva, ser empresarios, combinan todos los rasgos que demoniza la ideología populista. Ellos hacen todo lo que criticaban y más, y lo hacen peor; pero incluso en este punto no ven la realidad. Y si uno intenta mostrársela, dan vuelta la cara, se tapan los oídos y canturrean el arroz con leche... o la marchita.

viernes, 29 de octubre de 2021

la vida

Repito: ¿cuándo fue que dos personas tuvieron sexo por primera vez estando enamorados el uno del otro? La respuesta exacta, con años, días, horas y minutos: demasiado. No consigo encontrar números de cuántas parejas se forman cada año, pero en 2020, en el mundo occidental se casó un 1% de la población. Lo que sí hay es porcentajes de cómo se conocen las parejas (independientemente de si se casan), y a grosso modo la mitad se conocieron en internet.
No faltan los que festejan esto. Yo mismo tuve mis dos relaciones más largas (5 y 3 años) con dos personas fantásticas que conocí gracias a internet. However... eso parece funcionar bien en lugares donde la gente es abierta, donde (no sé los hombres) las mujeres no se consideran premios de un valor incalculable a las que los hombres debemos adorar y presentar la dote que estamos dispuestos a sacrificar con tal de obtener el inconmensurable placer de su compañía, el insuperable honor de que nos permitan pagarles la comida y el transporte, y recién después de ejercer todos los derechos que según ellas les corresponde a su autoproclamado título de princesas, se abran de piernas. Me pregunto dónde más se usa eso, en qué otro contexto alguien requiere un estímulo material para acceder a proporcionar prestaciones sexuales... mmm... ah, sí, creo que ya me acuerdo.
Algo triste es que ese título no es unilateralmente autoproclamado: hace falta un ejército de imbéciles pitoparados haciéndoles el juego. Y yo no les hago el juego.
Me causó mucha tristeza lo que pasó esta semana. No solamente el hecho de haber salido a tomar algo con una chica que conocí en Tinder y que tuviera esas expectativas, sino que cuando se lo conté a un par de personas me explicaron que "acá es así" y, por si no capté el mensaje, agregaron "te vas a morir solterito". No jodas... ¡¿en serio?! Así que es mi culpa por no arrastrarme por una persona que no tiene palabra, decencia, o siquiera un atractivo que mínimamente dé algún tipo de justificación a sus expectativas. Como hombre es mi obligación traer un paquete completo a la mesa y esperar nada a cambio.
En retrospectiva, me parece perfecto tener esas expectativas, siempre y cuando el cociente intelectual esté por debajo de 81, lo que las fuerzas armadas de EE.UU. cataloga como "inutilizable". Pero si a esa mitad de la población que históricamente se la trató como débil (que si bien es real desde el punto de vista físico, a partir de la revolución industrial ha perdido, que no desaparecido, importancia), hoy en día votan, manejan y ganan lo mismo que un hombre. Así que, fiera, pagame el puto café. ¿O no disfrutaste de mi compañía? ¿Qué es lo que te impide hacérmelo saber, hacerme sentir valorado? ¿En serio que lo único que se te ocurre ofrecer es tu culo? ¿Sabés dónde te lo podés meter? Ah, ah, ah... ¿que querías coger? Perdón, interpreté mal: pensé que buscabas a alguien que te tratara como un ser humano. Pues vas a tener que arreglarte con un pepino o seguir buscando, porque yo sí quiero que me traten como un ser humano.
Este sistema de selección a base de hacerse la estrecha tiene solamente desventajas, al punto de que no solamente dificulta que suceda algo favorable, sino que promueve que suceda algo desfavorable. Por ejemplo, la famosa táctica de hacerse rogar para la primera salida, el primer beso, la primera tocada de teta, el primer polvo, etc., llegó a tal extremo y ridiculez, que los hombres desarrollaron la táctica no de ser pacientes, sino de mojar en otro lado mientras le hacen el juego a la que se hace rogar. Ojo, no digo que tienen que ir a los bifes de entrada (creo que ya dejé en claro que pienso lo contrario); digo que el método de hacerse rogar es malo. Es harto probado malo. Lamentablemente, la sexualidad de unos y otras es diferente, tiene diferentes tiempos y diferentes intensidades, y cada uno las lleva como puede, probablemente ajeno a lo que uno quiere, y seguramente ajeno a lo que el otro quiere. Comunicación. Charla. Paciencia. Respeto. Tan passé. Una pena.
Una de las ventajas de haber pasado el cenit físico de mi vida es que mis niveles hormonales, en particular el de la testosterona, sumado a la edad y la experiencia que acompaña, es que puedo ver una mujer sexualmente atractiva y eso no anula mi capacidad de juzgar todo el conjunto, es decir, su inteligencia, sus valores morales o cualquier otra cosa. A los 20, un buen culo es prácticamente un torniquete mental. El chiste ese de que hay una cantidad limitada de sangre en el cuerpo masculino y no alcanza para irrigar simultáneamente el pito y el cerebro parece tener su dosis de realidad. Esa queja de las mujeres de que el hombre piensa con el pito es muy real, pero lo que parecen ignorar es que así como pensamos con el pito, también así cojemos con el cerebro. Y eso significa que pasado el flashazo inicial de un buen culo, o dicho más delicadamente, la atracción física, cualquier tipo que se precie va a empezar a necesitar encontrar algo de personalidad para que se le despierte un interés verdadero, profundo y duradero. Y en esta era de pulgarcitos para arriba, esperar substancia parece equipararse a pedir que tenga el aspecto de Kate Upton, un premio Nobel en física, uno en literatura y otro de la paz, y sea virgen. Cansa.
No soy perfecto, no soy virgen, ni siquiera soy lo que me gustaría ser. Tengo un temperamento explosivo, desconfío de otros seres humanos, tengo depresión, soy maniático... no sé, un montón de cosas que sin ninguna connotación se les llama defectos. Con el tiempo, y muy a pesar del excelente trabajo que hizo la destructora de autoestimas que era mi abuela, logré, principalmente gracias a una querida amiga, aprender a quererme no solamente a pesar de esos defectos, sino justamente por ellos. Sin esos pedos (y tengo una table hecha en Excel donde los colecciono) no sería yo. Es mi versión de ese dicho hermoso que sostiene que la vida no es esperar a que la tormenta pase, ni es abrir el paraguas para que todo resbale… la vida es aprender a bailar bajo la lluvia.
En eso estoy.

miércoles, 6 de octubre de 2021

hígado mío

En 1996 escribía Umberto Eco a Carlo Maria Martini, obispo de Milán: "... me parece evidente que para una persona que no haya tenido jamás la experiencia de la trascendencia, o la haya perdido, lo único que puede dar sentido a su propia vida y a su propia muerte, lo único que puede consolarla, es el amor hacia los demás, el intento de garantizar a cualquier otro semejante una vida vivible incluso después de haber desaparecido." A continuación enumera un par de excepciones y agrega "La fuerza de una ética se juzga por el comportamiento de los santos, no por el de los ignorantes cuius deus venter est." Estimo que lo de venter no se circunscribe a vientre sino que hace referencia a cualquier instinto, pero por más que me atraiga despotricar al respecto, voy a tratar de no detenerme demasiado en esto. Me interesa más lo primero, que cristaliza muchas cosas que me han venido surgiendo en las últimas tres décadas, desde que me bajé del bote de la religión e hice puerto en la razón.
El libro de donde saco la cita se llama "¿En qué creen los que no creen?" y es la recopilación de un intercambio epistolar de ocho cartas entre el escritor y el obispo, ambos representando en cierta forma la posición laica y (no versus) la religiosa, la creyente. El libro agrega "las voces... de dos filósofos, dos periodistas y dos políticos". Trata, entre otras cosas, de la validez de las pretensiones de la Iglesia como brújula moral, y de sus discursos y expectativas sobre las personas. Desde mi punto de vista, la definición de religión es justamente esa: la de adoptar firmemente una posición sin la suficiente evidencia, basándose en fe y en dogmas inoculados por autoridad o tradición. Es decir, no la veo necesariamente relacionada a la creencia en una entidad sobrenatural, un dios creador, personal, etc. Tener una religión es creer en algo y usarlo como paradigma para vivir la vida sin plantearse honestamente si coincide con la realidad.
Para cumplir con el anhelo humano de descubrir y postular verdades, la ciencia, con su método basado en el estudio sistemático de la evidencia, se opone de alma a las religiones. La coexistencia de ambas es una de tolerancia, la que implica malestar; el barato consuelo que pueda ofrecer apelar a celebrar la diversidad, es entrar a un cul de sac moral y resignar la búsqueda de la verdad por la de la coexistencia pacífica. Como diría alguien con un doctorado en filosofía: una soberana mierda.
Y eso es el peronismo, en esencia: una religión. Es otras varias cosas, pero para los que no lo comprenden, esa hilacha es la que tienen que agarrar y tirar para empezar a deshilvanar el porqué, en un mundo que recién empieza a despertarse de las religiones para entrar en la ilustración, todavía quedan parches de tejido necrótico de ese calibre. No hay que ser Nostradamus para pronosticar que Argentina todavía tiene proyecto de Peronia para rato: dogma, verticalismo, caudillismo, autoridad. Y mucho chanchuyo y acomodo, y cero meritocracia. Si los masturberos mentales quieren plantearse el porqué el peronismo duró tanto, dándole vueltas a conceptos como el populismo, redistribución, hegemónico, oligarquía, tercera posición o el ciclo de apareamiento del unicornio, asunto de ellos. Solamente espero que lo hagan en voz baja y usen métodos anticonceptivos.
A consecuencia nada indirecta de lo anterior, el valor de la Ley decayó más que el de nuestra moneda. Cruzar la calle por la senda peatonal y con semáforo verde representa más probabilidades de visitar a un traumatólogo que cruzar corriendo la Str. des 17. Juni en Berlín un día de semana a las 8 am. Con los ojos cerrados. La Policía en Argentina no tiene ninguna función de policía, en el mejor de los casos. Además de usarse para bajar el desempleo a costa de nuestros impuestos, sirve de empleados a diferentes mafias. ¿Que eso pasa en todo el mundo? Ajá. ¿Y?
Por otro lado, no consigo novia. Novia como concepto, no como persona. Un concepto que engloba el encontrar una compañera, una cómplice y una degenerada sexual, que tenga hambre de mí en todos los niveles. Una vez desmalezado el campo de posibles candidatas, descartando extremistas políticas, drogadictas y princesas, recién ahí entramos en el ya complicado escenario común al universo femenino en cualquier otro lado, donde una mina apta para un tipo de mi edad tiene celulitis, hijos y pedos propios de cualquiera que no haya crecido en el gimnasio en el sótano de su casa. Y no es parte de este análisis el considerar mis pedos y defectos.
Teniendo estas tres cosas en consideración (la situación socio-política y el pronóstico que se desprende de mi querida patria, lo lejos que estamos de vivir en un Estado de Derecho, y lo solo que me siento estoy), no es raro que algo en mi cuerpo proteste de alguna manera, y ese algo, desde hace dos años, es mi hígado. Con el tiempo no ha hecho más que agravarse, al punto de que tengo que tomar mis 40 gotas de Hepatalgina si pienso pasar por la puerta de un local de Havanna. Dolor de cabeza, malestar general, malhumor, fotosensibilidad, irritabilidad... es horrible, y estoy constantemente medicándome contra los síntomas, o sea, haciéndome polvo el estómago.
A diferencia de la depresión, que puede rastrearse a cuestiones que pasan dentro de la cabeza, lo que está pasando con mi país es muy real, igual que el peligro que significa hacer las cosas más banales y cotidianas como cruzar una calle, repito, por la senda peatonal y con semáforo para mí. Ni hablar la tristeza que me invade cada vez que veo una pareja agarrada de la mano o cualquier cosa similar.
En estos dos años en que empecé con estos síntomas pasé por el proceso de rastrearlos hasta mi hígado, y de ahí a eliminar comidas grasosas y chocolate, intentar estar hidratado, y evitar alimentos ultraprocesados. También intento los conflictos, cosa que es difícil si estoy paseando a mi perro en la plaza y pasa una moto a 30 km/h. Realmente se me cae el alma al piso de pura lástima por nosotros mismos, por mi país, por mis compatriotas, cuando veo a una pareja de viejitos parados en el costado de la calle esperando para poder cruzar, con un profundo miedo en los ojos, porque ni ellos ni los irresponsables que manejan oyeron hablar del artículo 41 del Código de Tránsito. No estoy hablando de ponernos a discutir si Kant representa fielmente la Ilustración o Göthe tenía razón en sus observaciones al respecto. Estoy hablando de algo que regula la interacción entre nosotros millones de veces al día en cada ciudad del país. Y no tenemos idea de eso, mucho menos de a quién votar, o por qué. Y mi hígado parece ser el fusible de mi cuerpo. Antes era la depresión. Tengo que admitir que prefiero esta situación, pero... qué mierda. A dónde vamos a ir a parar como país, como sociedad, y yo como hombre, que no es difícil vaticinar que voy a terminar solo. Chiche bombón.

viernes, 24 de septiembre de 2021

Stardust

Ya había visto esta película y todo lo que recordaba era que trabajaba Michelle Pfeiffer haciendo de algo parecido a una bruja, pero nada más. Ni el guion, ni los personajes, ni un puto fotograma... nada. Y como Netflix a veces no tiene algo que me llame la atención, no tengo ningún problema en ver algo repetido.
Un dato fundamental que no recordaba, y creo que más que un problema de memoria fue de interpretación, es que a pesar de la ambientación medieval, magiosa, principesca, caballeresca, damsel in distress, se trata sobre todo de una historia romántica, de cómo aflora el carácter de una persona en situaciones difíciles, y de cómo tantas veces lo que creemos que es una cosa resulta ser otra. Y como seres humanos con tantas ilusiones pinchadas que se van acumulando a medida que vivimos, es difícil mantener una dosis saludable de ingenuidad y al mismo tiempo cultivar un poco de cinismo, pero no demasiado. Una nos permite permanecer abiertos a las sorpresas positivas, y el otro evitar las negativas. La macana surge cuando pasa lo inverso, porque un exceso de ingenuidad nos hace vulnerables a que nos estafen, mientras que demasiado cinismo nos insensibiliza también a las cosas lindas. Ese equilibrio que es tan difícil de alcanzar se parece al de los sentimientos que nos invaden ante las experiencias que vamos viviendo, y cómo ante demasiado sufrimiento empezamos a cerrarnos para protegernos, sin saber que uno no puede ser selectivo a la hora de cerrarse y arriesga el llegar al punto donde ya no siente nada, ni lo bueno ni lo malo. Depresión. La ausencia de sentimientos. La pérdida de color en la vida, todo se vuelve gris e indistinguible.
Siempre que veo una película romántica no puedo evitar ponerme a tratar de descular por qué estoy solo. No es que sea un gran misterio: soy un hincha pelotas que pide demasiado para lo que evidentemente no ofrezco en suficiente medida. Aunque admito que esa es una conclusión demasiado simplista y, basado en lo que me dicen mis amigas y las novias que tuve, tampoco muy ajustada a la realidad. Pero desde cuándo la falta de autoestima se basa en la razón.
Como sea, hacia el final de la película ya estaba muy encantado con Yvaine y la forma en que trataba a Tristan, algo que me faltó casi completamente en mis últimas relaciones. De hecho, en una de mis estancias en Cefalù disfruté de la atención de una chica muy pero muy linda, y sin embargo lo que me quedó fue la forma en que me trataba y la ternura que me dispensaba. Fue tan notable que me abrió los ojos a lo que me faltaba en mi pareja de ese momento y precipitó la ruptura porque me di cuenta de que lo que venía sintiendo y reprimiendo, pensando que era una demanda excesiva mía, en realidad era totalmente legítimo, al punto que es lo que más atesoro en una relación. Volviendo a la película, al mismo tiempo que envidiaba a él por la ternura de ella, también empecé a darme cuenta de que ella estaba muy en su papel de damisela en apuros y no parecía muy proactiva. En ese punto de la historia fue cuando ella lo miró a los ojos, lo abrazó fuerte y se hizo cargo de la situación, salvando a los dos haciendo lo que ella podía hacer. Aplausos y más envidia, ya no solamente por su calidez sino también por su carácter. Y que la mina estuviera buena, muy buena o fuera una hembra irresistible me resulta bastante irrelevante.
Películas como esta salen al cruce de la realidad, mucho más descorazonante. ¿Cuándo fue la última vez que dos personas se fueron a la cama por primera vez estando enamorados? ¿Se acuerdan de esa palabra: enamorado? Aparentemente esas cosas pasan mucho más seguido en esos mundos mágicos que en este, y eso explica un poco mi deseo de escapar, sea mirando películas como Stardust, sea yirando en moto por países que veo y fotografío pero apenas toco; me bajo a dormir, comer, ducharme, usar el baño y sacar fotos, y de vuelta al asiento de la moto. A los Alpes, a las curvas, donde esa máquina que se transforma en un miembro más de mi cuerpo responde casi telepáticamente a mis deseos y me libera, expandiendo los límites de mi lenta humanidad. Es como volar. Es como hacer el amor... con la ropa puesta. Y sin embargo, aunque no estoy totalmente seguro de esto, me animo a afirmar que cambiaría la moto por una Yvaine, que se enamore de mí, que tenga hambre de mí, que me proteja tanto de los demás como de mí mismo (no hace falta protección de ella, porque jamás me haría daño). Casualmente es lo mismo que yo tengo para ofrecer, pero en este mundo parece que, además de yo ser un tremendo inútil buscando y tener expectativas delirantes, no hay candidata interesada.
Decir que me frustra es como decir que Kate Beckinsale "no es muy fea".

sábado, 18 de septiembre de 2021

amiga mía

Tengo una amiga, Grecia, que está... no sé cómo describir nuestra relación o el sentimiento que ella tiene por mí... iba a decir "enamorada", pero es platónico, algo así como lo enamorado que yo estoy de Perro, aunque incluso más puro porque no está ese sentimiento de agradecimiento que yo tengo hacia él. Ella me quiere y se siente conectada conmigo de una manera que me resulta halagadora y muy constructiva. No sé si se nota en lo que escribo, pero estoy tratando de plasmar en palabras, quizás por primera vez, una relación que es difícil de describir. Quizás, para ayudar a entender, valdría la pena aclarar que el hecho de que ella sea mujer y yo hombre es circunstancial y afecta poco y nada lo que tenemos. Yo no la veo de esa manera, y aunque ella a mí sí me vio, más que nada al principio, creo que hoy la relación creció mucho más allá de la atracción sexual, leve o no. Por suerte ella parece haber encontrado su otra mitad y eso me relaja a la hora de abrirme, cosa que nunca me es fácil, y generalmente ni siquiera posible. Por suerte, acordarme cuándo nos conocimos es fácil porque fue en el Mundial de Fútbol en Alemania, concretamente en Hamburgo, el día que Argentina se enfrentaba a Costa de Marfil: sábado 10 de junio de 2006.
Este sábado, después de varios meses de silencio de radio, cosa que no afecta la relación en lo más mínimo, estuvimos una hora y media charlando y poniéndonos al día de las vidas de uno y otro, proyectos, andanzas y novedades. Pude contarle de mis aventuras con alguna que otra de Tinder y la inseguridad que me provocó el haber salido con tres mujeres en los últimos meses, más la estúpida cardióloga de la plaza, y salvo por esa chiflada el resto no se sintieron atraídas. Será estadístico, será lo que quieras, pero uno empieza a ver patrones y el denominador común, el que debe tener la "culpa" de ese fracaso, tiene que ser ese que está ahí en el espejo. Algo debo estar haciendo mal, y las posibilidades que se me ocurren son desalentadoras.
Por empezar, mi aspecto, aunque ahí ni tengo mucho en mi poder, ni estoy tan desconforme. Y con lo locas que están las mujeres y el rango de gustos que tienen, como que mucho no me preocupa no gustarle a alguna en particular. Me han dicho suficientes veces que soy bastante potable a la luz del día así que sigamos con otra cosa.
¿Qué otra cosa? No sé. Algo que seguro me juega en contra es mi habitual falta de atracción por la persona que tengo enfrente, y eso se proyecta. Dos de esas tres con las que hablé no me inspiraron nada. Ahhh... esa palabra, inspiración. Es algo que siempre busco y no es fácil de explicar. Al ser lo primero que uno ve, suele ser algo físico: un ejemplo fácil sería un cuerpo espectacular, pero en mi caso suele ser algo más sutil, como una cara dulce, la sonrisa, la comisura de los labios como los de Rhona Mitra, la forma de la mandíbula... Al ir conociéndola pasa a ser algo menos superficial, como el sarcasmo, inteligencia, la fortaleza mental, hambre de progreso... son todas cosas que en cuanto las detecto me atraen. Por eso lo físico ayuda, porque en lo que esas cosas tardan en manifestarse, lo superficial mantiene el interés y permite puentear el lapso que tardan en aflorar los sentimientos. Aparentemente, sin embargo, si, como me han dicho mis amigas y ex-novias, no soy feo ni carezco de atractivo, entonces en las mujeres esto no funciona de la misma manera.
De las tres chicas con las que salí de Tinder, una de ellas sí me resultó muy atractiva pero yo a ella no, o algo así. Probablemente no hubiera funcionado, es decir, al conocerla más ella hubiera dejado de resultarme interesante, y me baso en lo que vi después en sus publicaciones en redes sociales para darme cuenta de que estaba en otra cosa. Ni peor ni mejor, simplemente en una "onda" diferente a la mía. Sin entrar en detalles para no criticarla gratuitamente y que aparente (o transparente) rencor por el rechazo, me pareció algo más superficial de lo que yo busco, pero tampoco llegué a conocerla tanto y es solamente una impresión, admito, probablemente teñida por ese rencor que pretendo no sentir.
Sea lo que sea, estoy solo y no consigo atraer a nadie. Ni siquiera estoy cultivando amistades. Soy muy serio, siempre con una mirada crítica a esta sociedad y los que la componen, y es algo que me cuesta horrores apagar o aunque sea poner en pausa de vez en cuando. Eso debe asustar un poco a los que me escuchan, que seguramente tienen sus mambos y querrán relajarse un poco.
Estos fracasos de mis últimos intentos en encontrar novia se suman a los cráteres en mi autoestima, y el resultado es que necesito escarbar en mi círculo de amistades y encontrar a alguien que sea capaz de levantarme un poco. Las personas que tienen la capacidad de hacer eso son pocas, y Grecia no solamente me da un boost sino que me edifica la autoestima. Cada palabra intercambiada con ella es especial, es significativa. No hablamos del clima, ni de los precios, ni de todas las huevadas que invaden la cabeza de simples mortales. Hablamos del origen de la bondad, de la relatividad de los valores morales o de si la improbabilidad del surgimiento espontáneo de la vida justifican ser religioso.
Una de las cosas más bellas y útiles que me ha dicho es que mis defectos son endearing, o que en lugar de quererme a pesar de ellos, me quiere más justamente por ellos. Por eso digo que no es que me alegra el día a pesar de ser tan execrable, sino que logra hacerme entender que realmente no soy execrable, e incluso que soy lo contrario. Y el otro día agrego algo fantástico: que algunas personas, en ausencia de problemas que representen una amenaza a nuestra existencia, aun así no somos felices. Algo así como una predisposición genética a hacernos problema por algo, a sentirnos que algo falta, o sobra, o está mal. Miedos, supongo. Y es así, y punto. Y cuando uno logra plantear claramente algo, no es que signifique automáticamente una solución, pero curiosamente la mente humana de pronto se libera un poco de lo que lo afectaba, se aliviana el problema. No sé, es raro, pero estoy convencido de que es así.
Como siempre, Grecia me deja pensando durante días, a veces semanas, en lo que hablamos. Además de reconfortarme profundamente su cariño, y como la admiro mucho me siento afortunado de ser blanco de ese cariño, las cosas que me dice echan luz sobre un montón de aspectos que antes me eran confusos, o incompletas las conclusiones cuando intenté analizarlas. Si algo la caracteriza es su inteligencia, y cuando se trata de mí, la pone a mi servicio junto con su corazón. Le deseo a cada ser humano tener a alguien así en su vida, al alcance de una llamada.

jueves, 9 de septiembre de 2021

casco en bicicleta

Nada de aborto, populismo o ponerle mayonesa a una hamburguesa. No, no. Tema contencioso si los hay, lo de usar casco para andar en bicicleta es una de esas cosas que, si bien no desafía la lógica, cuando uno quiere analizar el tema hay que escarbar mucho y verlo desde muchos puntos de vista para ver si de verdad sirve o mejor ni calentarse.
Para empezar, los cascos para andar en bicicleta, o los que se venden como tales, no tienen nada que ver con los que se venden para andar en moto. Resumiendo: son una basura... en comparación. En sí mismos, por supuesto que darle a un cordón de la vereda con 2 cm de poliestireno para absorber lo más que pueda del impacto, o con el marote pelado, son dos cosas bastante diferentes. A igualdad de todo lo demás, mejor con casco. A pesar de lo que sugiere el prontuario y tremendo catálogo de estupideces que los humanos tenemos por historia, algo de inteligencia se aloja en nuestros cráneos y vale la pena intentar protegerlo. Un ingeniero puede ayudar a producir un casco más resistente, más liviano, o más barato (elegí 2, dirían en Boeing), pero un ingeniero también tiraría a su hijo para salvar 2 hijos de otro. Es decir, hay otros factores en esta cuestión que un ingeniero no es el más apropiado para preguntarle. Veamos...
Hay una veintena de países desarrollados donde se elaboran estadísticas del tema, como km en bicicleta realizados, cantidad de accidentes, muertos, tipos de lesiones, etc., y acá es donde alguien que sepa de estadísticas puede echarnos una mano. Uno pensaría que cada uno de esos países tiene su tasa particular de uso del casco y su tasa de muertos por accidentes en bicicleta, y que esos dos números tendrían alguna correlación. Sin embargo, no es así. Para nada. EE.UU. tiene 45 muertos por cada mil millones de km recorridos y Holanda 11, y sin embargo en EE.UU. el 55% de los ciclistas usan casco, mientras que en Holanda nada más que el 1%. La diferencia, dicen, reside en que en Holanda hay una infraestructura fenomenal de bicisendas que se combina con una cultura ciclística muy desarrollada, que hacen que las pocas veces que esos ciclistas se suben al auto, vean las bicicletas con mucha más empatía y mejor predisposición para compartir el espacio en las pocas ocasiones en que se superponen. En EE.UU. no es para nada el caso. En otros países (Finlandia, Francia, Alemania, Japón, Australia, Reino Unido) las estadísticas revelan números intermedios en cuanto a accidentes y uso de casco y con la misma falta de correlación obvia, pero que combinados con una idea de la infraestructura, más o menos respaldan las conclusiones de más arriba.
Más o menos. Hay más factores. Por ejemplo, es razonable esperar que mientras menos gente maneje en bicicleta, menos muertos. Pero no. Un sociólogo nos explica que mientras más gente anda en bicicleta, más presentes están los ciclistas en la mente de sus mayores y más letales enemigos: los conductores de autos. Con ese efecto, las bicicletas se transforman en parte del tránsito y no en algo inesperado, impredecible y fastidioso, y se compenetran y aceptan más una y otra forma de transporte.
Otro ejemplo: uno creería que al margen de las lesiones en la cabeza, la tendencia de la tasa de muertos debería haber empezado a bajar cuando se aprobaron leyes que obligan a usar casco. Y no. "WHAT!?" exclamará usted. No, no bajaron. De hecho, en los países en que había una tendencia a la baja, cuando se hizo obligatorio el uso del casco las muertes se estabilizaron. "Why?" preguntará usted. Pues ni un ingeniero, estadístico o sociólogo pueden estrictamente responder esa pregunta. Hace falta un loquero psicólogo. Resulta que cuando uno empieza a usar medidas de protección, se siente más a salvo, más invulnerable, y aumenta la predisposición a asumir riesgos. Y a los riesgos les interesa un bledo tu predisposición. Si hacés idioteces, tarde o temprano te la ponés y sos otra entrada en alguna planilla.
Como se ve, es difícil aplicar ceteris paribus cuando se quiere analizar aisladamente el efecto de usar casco. Una a favor de usarlo es la tasa de lesiones de cabeza comparadas con lesiones de los miembros superiores, esos que uno extiende antes de aterrizar, y con casco disminuyen a la mitad, más o menos. Eso es todo. Mucho más de eso no se puede asegurar con los datos disponibles, sin entrar en niveles de seriedad típicos de la homeopatía, astrología o discursos de políticos antes de las elecciones.
Y hablando de elecciones, el domingo (en 3 días) en Argentina se vota algo más o menos irrelevante en la teoría (elecciones de medio término, creo que les llaman) pero que sirven de termómetro al partido gobernante y los otros para saber si el escroto de la población ya toca tierra o todavía pasa un hámster caminando por abajo, y yo quisiera analizar las posibles políticas que adoptarían cada una de las corrientes que se postulan para el tema del casco en bicicleta:
- los peronchos regalarían a todos los, las, les, lxs y l@s pobres, pobras, pobros, pobrxs y pobr@s, binaries o no, cascos de pésima calidad, dándole el contrato para su fabricación a algún amigo y por cifras impublicables.
- el resto... no sé.
Ya está, ese fue mi análisis. Porque como en tantas ocasiones (todas desde que nací, si me pongo a pensarlo) vamos a ir a votar no por la mejor opción, sino contra los psicópatas que gobiernan o amenazan con gobernar. Básicamente, el asunto se reduce una vez más a elegir entre gente que no tiene muy claro qué hacer para encausar un poco el país, y gente que sabe muy bien lo que está haciendo pero que no tiene nada que ver con ayudar al país ni a sus habitantes.

lunes, 23 de agosto de 2021

cuánto cuesta tu cariño

Hola, me llamo Martín, y nunca tuve un perro. Y entonces compré a Perro, un pastor australiano que, dicen, es la segunda raza con más energía. Mucho perro, poco dueño. Pero si puedo medianamente dominar una Kawasaki 1400 de 300 kg, no me va a ganar una bola de pelos y mimos de 24 kg, ¿no?... ¿No?...
En algún lado encontré un artículo que usaba un número para comparar razas: los km diarios que podía correr un perro típico de cada raza. El único perro no pastor en la lista era, justamente, el número 1: el husky siberiano, que puede correr la obscena cantidad de 80 km por día, todos los días, y el doble de eso si se lo deja descansar. ¿Segundo? Los Aussies, que pueden correr 30 km. Otras razas similares (Border Collie, ovejero alemán...) andan en los 20-25 km por día, y todos perros de trabajo, específicamente pastores. Tal es la fama de los pastores australianos, que en cualquier artículo sobre el tema usan fotos de uno para ilustrarlo. Y además porque son los bebotes más lindos que hay, claro.
Esos y muchos otros artículos hablan de si un perro de una raza babea, o pierde pelo, o es agresivo, o tiene tendencia a la displasia de cadera. Pero lo que no dicen los artículos es el amor que tienen los perros adentro listo para dedicárselo a la persona que ellos adopten como su amo. En los tres años y medio que hace que llegó a mi vida este angelito, además de limpiar vómito y caca en todas sus consistencias, entendí que decir que un perro es una compañía equivale a decir que el Titanic es un bote. En mi cabeza, lo que yo antes pensaba que era algo un poco más animado que un florero se ha convertido en un ser que merece toda mi admiración y agradecimiento, y cuando escucho que existen cosas como el Festival de Yulin, en China, me da una vergüenza de escala tectónica pertenecer a la misma especie que esos animales hijos de puta. Un perro, mi perro, por ejemplo, es al amor lo que un balde de polonio a la radiación, y se le suma una fuente inagotable de humildad, dedicación, atención y todo lo que un alma necesita para sentir que la vida tiene sentido en las situaciones más desfavorables. Y si eso parece poco, también me enseña con el ejemplo a ser mejor ser humano, más empático, más paciente, más respetuoso, más comprensivo, más todo un montón de cosas que simplemente me hacen más valioso como persona. Me estoy replanteando cosas profundamente enterradas en mi personalidad y que siempre me han saboteado en mi vida y no sabía cómo cambiarlas, y peor, no sabía qué era lo que estaba haciendo mal, qué tenía que cambiar, y en qué dirección cambiarlas. Me ilumina el camino, mi propia alma, y mi existencia. Y todo por una bolsa de alimento balanceado cada mes y medio. Y la atención que necesita (salidas, juego, cepillado, etc.) que antes pensaba que eran parte de mis obligaciones, ahora entiendo que son un honor y un privilegio y algo que disfruto más que casi todo lo que se me ocurre hacer con mi vida. Incluido andar en moto.
Haciendo un poco de historia, y sin revelar números pero respetando la escala, cuando decidí comprar un pastor australiano descubrí que era una de las razas más caras. Un perro bastante equivalente en capacidades y carácter es un border collie, que a mi juicio tiene el mismo valor (pastor, inteligente, compañero, amigable, esperanza de vida, tamaño) y sin embargo el precio es unas 10 veces menor que el de un pastor australiano. Inexplicable. Por si esto fuera poco, desde que empezó la pandemia de merda que tenemos circulando, el precio de estos bichitos hermosos prácticamente se triplicó. En febrero de 2018, cuando lo compré, pagué €9, y hubiera sido unos €3-4 más si fuera un idiota que lo hubiera querido con papeles para ir a desperdiciar mi vida haciendo que se pare como idiota delante de unos idiotas y colgar idioteces con brillitos en la pared de mi casa. ¿Cuánto piden hoy en día? €27. ¿Por qué? Por qué cuando uno habla con criadores se arrogan el mérito de tener la cura para la superpoblación, el hambre, el cáncer, los terremotos y las guerras en todo el mundo, ellos solitos y con una mano atada en la espalda. Son la "ocupación" más autoendiosada que conocí en mi vida, peor que los escribanos o las influencer. Por supuesto que hay que tener conocimientos, por supuesto que hay que testear padre, madre y cachorros por diferentes cuestiones genéticas propias de la raza, por supuesto que hay gastos. ¿Pero hay 10 veces más de estos costos que para un border collie? No. Así que la respuesta pasa por otro lado, tan asqueroso como el de las farmacéuticas que fabrican y manejan los precios de cosas como la insulina en EE.UU.
Una vida sin Perro me resulta simplemente inimaginable. La vida antes de él era una nube de ignorancia. Es una de esas cosas que cuando las probás por primera vez despiertan áreas de tu alma que no sabías que tenías, resuena con ellas, las siembra con flores y lavanda y vainilla y sombra tranquila y sol calentito y ruido a arroyo manso con piedritas en el medio y nubes con formas simpáticas. Y estos hijos de puta criadores controlan la válvula aumentando exorbitantemente sus ganancias mientras la gente, como idiotas, pagan el precio que piden por algo que no aumenta su costo y tampoco (no puede ya más aumentar) su valor.
Entiendo el tema del mercado, oferta y demanda, etc., pero incluso en ese paradigma hay cosas que se salen de la norma y por buenas razones. Espero que alguien (y no descarto que sea yo) eche por tierra este modelo de negocio de esta gente y se largue a criar estos angelitos a precios razonables.

sábado, 31 de julio de 2021

veritasium

En iutub hay un canal de divulgación científica de uno de esos locos de mente curiosa e inquisitiva que se llama Derek Muller. Ve algo que le llama la atención y se pone a investigar por qué es así y no de otra forma, sin dejar que sus preconceptos, intuiciones o preferencias tiñan el proceso de adquirir conocimientos. Es decir, se contenta mucho más descubriendo la verdad que esgrimiendo gansadas que no resisten el menor análisis, y comparte lo que va aprendiendo sin querer convencer a nadie. Al contrario, invita a que si alguien ve alguna incongruencia o le puede aportar algo, que le avise y en lugar de gritar más fuerte, le da el micrófono. Un muerto de hambre, si se dedica a la política en un lugar como Argentina.
Este muchacho partió un día hacia otra tierra y conoció a la que hoy es su esposa y con la que tiene dos hijos hermosos. Entiendo lo sesgado de mi visión, pero nadie puede culparme por sentir que algo en mi camino no salió como yo esperaba. Quizás esperaba algo ridículo, quizás el camino fue una mierda. No sé exactamente y a esta altura no me importa: solamente quisiera encontrar algo de felicidad para mi alma.
En mi anterior vida (y no me refiero a reencarnaciones, sino simplemente a cuando vivía en Europa) me levantaba una mañana en Múnich, me subía a mi moto, me pasaba todo el día disfrutándola y me iba a dormir en París, o Roma, o Venecia, o Viena, o Liubliana. Tenía un trabajo donde había un respeto tanto del empleado a la empresa como viceversa. Mi sueldo era digno, y si bien el Estado se comía una parte substancial (la mitad, más o menos), no solamente lo que me restaba era más que suficiente, sino que lo que me sacaban lo devolvían en servicios e infraestructura: salud, seguridad, caminos, puertos, investigación y desarrollo, educación. El Estado alemán (y el sueco, el suizo, el finlandés, y un pequeño etc. de esos países a los que, ni curiosa ni casualmente, les va muy bien) es un obsesionado por el bienestar de los alemanes, y se nota apenas uno se baja del avión.
Y del otro lado está Argentina. Sí, sí... ya sé...hay otros países en nuestra situación o peor, pero yo soy argentino y quiero hablar de Argentina. Los otros, con toda la empatía y solidaridad que pueda sentir, no son objeto de mi dolor. Será egoísta, obtuso, pero si no me limito, no tengo forma de empezar a encarar esto.
Ayer fui con Perro a la plaza Colón, acá en Mar del Plata, y me encontré con un muchacho y su perro que ya tengo vistos de otra plaza, y por primera vez cruzamos más que un "hola". Interesantísima conversación con un ser humano con una mentalidad y una formación de vida diametralmente opuestas a las mías. La familia vino de Posadas, Misiones, y desde hace 3 años él trabaja embarcado en  barcos pesqueros. Para el que no sabe del tema, lo poco que yo sé es que es un trabajo tremendamente exigente con el cuerpo, la mente y el alma. Por empezar, salen durante meses, en barcos malolientes, con camarotes compartidos, casi sin higiene, sin intimidad, con personas desconocidas y comparten letrinas (porque a eso no se le puede llamar "baño") y hasta literas, y lo que más me espanta a mí es el tema de los horarios de sueño, que además de ser escasos, son esporádicos y aleatorios, y mientras uno trata de dormir hay otras personas en el camarote escuchando música o jugando a las cartas o discutiendo a los gritos, y en las pocas ocasiones en que pegan un ojo con tranquilidad es muy probable que venga alguien a despertarlo para hacerle una pregunta o directamente pedirle que vaya a ocuparse de algo. El trabajo en sí, ademas de requerir fuerza física, es muy peligroso: se pueden caer al agua, de noche, o lastimarse con las trampas o con los cabos, o resbalarse y caerse y golpearse la cabeza o romperse un hueso. No ven a su familia por períodos prolongados, a veces ni siquiera tienen contacto con ellos. Creo que con esto (tampoco es que sepa mucho más del tema) alcanza para un pantallazo del asunto. Sí creo que vale agregar que ganan un buen dinero, para lo que sea que eso cuente.
La conversación, como me pasa muchas veces cuando la gente quiere saber de mi experiencia en Alemania y cómo se compara con Argentina, se orientó al tema de las reglas, de su aplicación y su control por parte de los que ejercen la autoridad. Lo que siempre reduzco a que el problema no es la falta de reglas, sino la falta de control y de cultura. El problema no está en la teoría sino en la diferencia entre la teoría y la práctica. Una vez que uno educa a los ciudadanos y tiene establecidos los mecanismos de control del cumplimiento de las reglas, ahí se puede mejorar la teoría, y la práctica va a acompañar. Eso, en Alemania, funciona. En Argentina... ni siquiera sabemos deletrearlo. Nos esta tan ajeno y lejano como La Guerra de las Galaxias. Decirle a un argentino que tiene que hacer algo de una forma u otra, o no hacer algo, porque lo dice una regla, es como explicarle a un ateo que tiene que ser buena persona porque lo dice un libro de miles de años escrito por gente que no sabía ni que la Tierra era redonda. Un argentino aprende de chico que no solamente no interesa la teoría, sino que para lo único que puede usarse es para cultivar la diferencia con la práctica, como si fuera una especie de mérito hacer lo que a uno se le canta, sin entender que las reglas son en beneficio de todos y tienen sus porqué, y que nuestro deber no es entender esos porqué sino respetarlas. Pero para llegar a eso, el poder legislativo tiene que cultivar una confianza con la gente, cosa que... bueno... para qué abrir ese tacho.
However... la parte que me fascinó de la charla fue algo mucho más prosaico: la capacidad de este muchacho para dormir en condiciones... sub-óptimas. Viene al caso y me interesa mucho por mis circunstancias actuales, donde alarmas que suenan sin motivo, vecinos con televisor o música o gritos a cualquier hora, ascensores mal instalados (o sea, ruidosos), escapes de motos, bocinazos, y un largo etcétera que se resume básicamente en gente que se caga en el prójimo, se combinan con mi hipersensibilidad a cualquier sonido y una paciencia bastante desgastada, por no decir "tengo las pelotas llenas", que queda feúcho. El resultado es que suelo dormir para el traste, con todas sus consecuencias, incluyendo las obvias (cansancio, mal humor, mal desempeño, baja concentración) y otras no tanto pero clínicamente demostradas, como la bendita depresión.
El tipo este, entonces, me dio la idea de que si él (y seguramente muchos otros) pueden dormir en esas condiciones, yo podría desarrollar esa capacidad. "Te curtís", dijo él justamente, y en la cabeza se me combinó con una conversación que tuve con una amiga mexicana que era vecina mía en Múnich, que comparaba los chicos de su país con los alemanes y cómo la vida difícil te hace duro, y la vida fácil te hace blandito. Los famosos copos de nieve, millenials, woke, autopercibidos, víctimas profesionales y toda una fauna inútil que estamos criando en este caldo ridículo en el que se ha convertido la sociedad, y del que yo también soy producto; no es que me siento en mi pedestal a criticar, como si fuera inmune al tema.
Así que anoche me senté y tuve una seria conversación conmigo: mirá macho, vas a bajar un cambio, te vas a relajar, vas a tratar de acostumbrarte a donde estás y las condiciones en las que te toca vivir, como cualquier hijo de vecino, y te vas a dejar de romperte las pelotas y autosabotearte. Dale... que hay cosas peores. Escuché atentamente, asentí con mi mejor cara de tenés-razón-lo-voy-a-intentar, y me fui a dormir.
No sé si de realista, pesimista (también conocido como optimista bien informado), o que ya llevo un tiempo viviendo en esta piel, pero tuve que superar un buen montón de escepticismo y sacar de donde no tengo una buena dosis de fe/inocencia/credulidad/estupidez, cerrar los ojitos y esperar lo que salga. Si tengo tres títulos universitarios en tres países diferentes, sin haber robado nada ni que me lo regalaran, quiero pensar que es porque sé superar dificultades y lidiar con problemas. Y este es un problema y no sé si lo voy a solucionar, pero pienso intentarlo.
Ampliaremos.

miércoles, 14 de julio de 2021

lograr cosas buenas

Asfalto, baldosas, pasto, tierra, nieve, piedras, barro, ramitas, hojas secas, caca de paloma, ramitas, papelitos, charco, arena... Perro se hecha sobre cualquier cosa; lo único que le importa es estar cerca de mí, como si mi existencia fuera la de él, su O2 y su H2O y sus croquetas-de-quién-sabe-qué-y-mejor-no-saber. Cuando me siento mal me consuela, cuando me siento bien me festeja, cuando me voy a dormir se acuesta a mis pies y cuando estoy solo me acompaña. Y me educa. Con mi paciencia de C-4 y más o menos el mismo efecto, se necesita una buena autoestima y saber cuándo pararse enfrente y cuándo dejarme solo, un arte que ni yo mismo domino. A veces realmente me voy a dormir para no tener que aguantarme.
Hace unos días tuve una tormenta perfecta, esas ocasiones en que se junta gente de mierda, mala suerte que las detona y hace que muestren sus verdaderos colores, y frustraciones acumuladas. ¿Y quién estaba ahí, respirando? Pobre Perro. Mi víctima indefensa preferida, siempre a mano, siempre manso y humilde y dependiendo de mí. Sí, hizo una macana, algo que en condiciones normales amerita un reto, pero no los gritos que le pegué y el susto que le di. ¿Se ofendió? ¿Se alejó de mí? ¿Se negó a mirarme, siquiera, por el resto del día? Por supuesto que no. En cuanto me bajó la adrenalina y lo llamé, vino derecho a recibir mimos. Nos juré, a él y a mí, que no debe pasar nunca más. Como sea. Debo ser una mejor versión de mí mismo.
De chico nadie me enseñó a lidiar con la frustración o el enojo, no tuve guía que me mostrara las diferentes opciones además de la agresividad, y el cableado quedó echado. Ahora no es lo mismo, no puedo deshacer el daño, desmontarme y volver a armarme "correctamente". Es como cambiarle las ruedas a un Fiat 500 para que pueda andar a campo traviesa. Pero lo que puedo hacer es entender mis limitaciones, saber qué opciones hay, y como el Kitai de After Earth, rodilla al piso, respirar hondo y pensar con calma qué hacer. Tengo que lograr que se vuelva rutina, reflejo condicionado, para evitar llegar al punto en que pierdo el control y cuando lo recupero y se despeja el humo tener que pasar a modo control de daños. Es horrible ver a Perro asustado de mí, con todo lo que lo quiero. El 99,9% del tiempo tenemos un vínculo increíble, que llama la atención y provoca admiración en todos los que nos ven juntos. Lo que más me molesta es que sea tan indefenso; y para peor, no es indefenso porque no pueda arrancarme un brazo con esa mandíbula formidable que tiene, sino por lo que me adora, que hace que sea impensable para él hacerme daño. Perro tiene en mí el mismo efecto que tiene empezar una relación con una mujer: me inspira a ser mi mejor versión, y por eso le estoy infinitamente agradecido. Pero claro, me siento terrible cuando fallo en mi intento y me odio, mi autoestima se agujerea, y sobre todo me aborrezco por tratarlo mal.
Lo bueno es que sí estoy mejorando. Diría que desde antes de tenerlo, incluso. Haberlo conocido con 5 semanas de vida y encontrarme con el prospecto de ser responsable por su bienestar hizo que me enfrentara a mí mismo con dosis iguales de terror y determinación, y con el tiempo la determinación aumenta y el miedo se difumina. El premio es doble: que él esté mejor y que yo sea mejor. Excelente.
Mi única preocupación (y esto es algo que preví ya antes de decidir tener perro) es que él sea el que pague el costo de mi proceso. Todo muy lindo, pero él no tiene por qué sufrir mis idioteces. No se lo merece en lo absoluto.

domingo, 4 de julio de 2021

the game

¿Cómo hago para convencer al pobre ñato que habita en mi interior, de que valgo dos centavos? En serio. ¿Cómo hago? Me acuerdo una vez, charlando con mi primer terapeuta en Alemania de mi aversión a los alemanitos, que me dijo que él podía hablar de las bondades de sus compatriotas hasta que se le secaran las cuerdas vocales, pero mientras yo no saliera e hiciera buenas experiencias, nunca iba a cambiar mi opinión. Así que salí y experimenté. Y mi opinión cambió... para peor. Y con los años se cementó. Onda hormigón armado, bah. Costó años, sangre, sudor y lágrimas, darse contra la pared, decepcionarse, desilusionarse, asquearse. Cuando uno observa, capta, acepta y asume la realidad, evita todo eso. Lo digo por enésima vez: la decepción es proporcional a la diferencia entre realidad y expectativas. Esa diferencia puede deberse a expectativas ridículas o a una realidad horrible, pero generalmente cae en algún lugar en el medio, una combinación de las dos.
Lo mismo la semana pasada con Arquitecta. Tengo, sabemos, una opinión baja de mí mismo, y cuando deslicé a la derecha pensé que se trataba de una de esas que, o eran irreales, o eran inalcanzables. Cuando 4 días más tarde nos encontramos para tomar algo me di cuenta de que era inalcanzable... para alguien como yo, por supuesto. Si ella hubiera aceptado salir otra vez y me hubiera mandado una macana (meterme el dedo en la nariz hasta el húmero, gritarle al mozo, patear un gatito, limpiarme la boca con la manga de la camisa) podría putearme de pies a cabeza justificadamente. Pero no hice nada de eso, sino que fui realmente un delight, mi mejor versión, top of my game. Y no le gusté. Y la única explicación es porque soy feo, poco interesante o alguna de las miles de cosas que me hacen inaceptable.
Desde que soy chico vengo intentando que alguien, alguien me quiera. A eso se reduce mi existencia. Con los años descubrí y sigo descubriendo las cosas que me hacen feliz e intento hacerlas, y simultáneamente intento cincelar este desastre que creo ser como ser humano y hombre, y transformarme en algo más potable, más tolerable para mis congéneres. Creo que la naturaleza humana no es muy mutable, pero uno puede potenciar ciertas cosas y aplacar otras, y aprender cosas nuevas, y creo que uno puede y sobre todo debe hacer el esfuerzo. Después de todo la vida es corta, hay mucha miseria, y alguien en mi situación (dos piernas, dos brazos, córneas, techo, comida, estudios, agua potable, electricidad, sin guerra, y un montón de cosas más que, puestas juntas, me ubican cómodamente en el 1% más privilegiado de la población humana) debería agradecer y aprovechar. Por respeto a sus congéneres menos afortunados, por la propia dignidad, porque nos permite disfrutar más la vida. Porque tuve depresión y sé lo valioso que es cada segundo y cada aliento. Y porque el prójimo no tiene por qué aguantar mis pelotudeces.
Y ahí quizás radique el agravante, lo fuerte que me pega cuando alguien me rechaza. "Lo que Pedro dice de Juan, dice más de Pedro que de Juan" será muy sabio, muy útil, suscribo totalmente, pero no soy de teflón. Arquitecta me gustó, eso está, pero me gustó en un contexto muy pobre, donde encontrar un par de neuronas juntas en la cabeza de una mina linda, hoy por hoy, es como encontrar un político honesto. Entonces la ilusión no es fácil de contener. No es que caigo en un engaño, que mis expectativas se alejan de la realidad, sino que se juntan el deseo acumulado y el estar al tanto de las probabilidades de encontrar una candidata así. Sería un imbécil si no valorara la oportunidad. Me la paso encontrando estúpidas más o menos explícitas que prefieren tener sexo y no tomarse el tiempo de conocer a alguien. A la mierrrda el amor, a la mierrrda tomarse el trabajo de buscar a alguien especial, y eso significa a veces dejar pasar "oportunidades" que solamente nos desvalorizan. Ese comer sin hambre, solamente porque está ahí en el plato y no hay que hacer más, no hay que ir a buscarlo, no hay que pagarlo, no hay que nada. Como dijo una comediante: en algún punto mirás para atrás, sacás la cuenta, y el resultado es chocantemente repugnante.
Quisiera que alguien me espere en algún lado, quisiera sostener su mano, esconder un regalo para ella, cuidarla cuando se enferma, escucharla cuando se desespera, mirarla mientras duerme, contener la respiración sin darme cuenta cuando sale de la ducha. Estoy harto de Tinder, de regaladas, de huecas, de princesas, de ignorantes, vagas, arrogantes, desubicadas, fanáticas, drogadictas.
Y me voy a morir solo.
Y me está agarrando la depresión otra vez y se me están acabando las excusas para sobrevivir, empujarme a salir de la cama, comer, seguir intentándolo.

viernes, 25 de junio de 2021

maldita profecía

Trato de no molestar con mi carácter y mi tilde de intolerante, pero cuando alguien hace fuerza para ser ignorante me es difícil callarme. Ya lo mencioné alguna vez: en inglés, ignorant se refiere sobre todo a una persona que activamente desconoce algo o a alguien, es decir, sabe que está ahí, que algo es así, pero decide no reconocer la existencia de eso que lo incomoda por algún motivo. En forma menos usual, se refiere también a aquel que simplemente no sabe algo porque nunca adquirió el conocimiento, lo cual es más literal y fiel a la etimología del verbo ignorar, que viene del latín ignorare y se forma con el prefijo in- (no) y gnoscere (saber). En castellano, en cambio, la palabra ignorante comparte las mismas acepciones que en inglés pero en orden inverso de importancia: lo más usual es para referirse a alguien que no se enteró de algo, y no es tan común usarla para alguien que decide simular que no se enteró. Algo por debajo de esta estaría necio, que es el que niega algo a pesar de ser enfrentado a la prueba de ello. En el espectro lingüístico que forman estas palabras, no sé dónde caería cabeza dura, terco u obstinado, pero si bien estoy seguro de que cada una tendrá su origen y explicación, no tengo ganas de filosofar tanto.
Tengo ganas de escribir de tantas cosas. De la estupidez de la gente, para lo cual el párrafo anterior serviría de introducción. O sobre lo mal que me siento en mi propia piel, por ser yo, tan inquerible. O de cómo me siento por no encontrar a mi media naranja y todas las cosas que haría si tuviera novia, desde prepararle el desayuno hasta discutir el nombre de un posible hijo. O de las cosas que extraño de vivir en la civilización y lo avergonzado que me siento de ser de la misma cuna que los argentinos.
Mientras tanto, sigo asqueándome de las mujeres, enojándome con mi incapacidad de ignorar detalles que ni siquiera estoy tan seguro de que haya que tenerlos en cuenta, y frustrándome con el estado de las cosas. Aparentemente, en esta nueva normalidad está bien que una mujer le diga a un hombre que demuestra un interés romántico en ella, que tuvo su etapa en la que la pasó bomba teniendo sexo pero ahora busca algo más en una relación. Si uno arquea una ceja, ella pregunta "¿vos no querés más en una relación?". Si no fuera por la seriedad del tema, un diálogo de borrachos sobre postes de luz que van y vienen sería más substancial.
Mi temor principal cuando analizo mis motivaciones y opiniones y los razonamientos que sigo para adoptar una posición, es que me voy a morir estando en lo correcto, habiendo defendido lo que creo que debe ser defendido... y solo. Quizás con mi perro, que es el único que se sube a mi cama conmigo. Quizás ni eso. Y peor: probablemente no venga nadie a mi funeral, como cuando le cayó la ficha al tío Albert en ALF. De alguna manera, en los últimos años, las mujeres decidieron que la igualdad significaba identificar todas las estupideces del otro sexo y, en lugar de pelearlas, imitarlas. Algo así como si cuando uno pincha una rueda del auto en la ruta, en lugar de arreglarla decide pinchar la del otro lado.
En su libro Con el cariño de tu abuela, Lidia María Riba escribió "Tiempo para soñar; tiempo para recordar y tiempo para alcanzar las estrellas. Tiempo para ser lo mejor de ti." ¿Cómo puede uno sobrevolar esas palabras sin querer aterrizar, aunque sea por un rato, a contemplarlas? En el estado en que estuvo mi cabeza por tantos años, y que un poquito sigue estándolo, soñar es un lujo envidiable. Y más en Argentina, donde uno pelea día a día para llegar a fin de mes comiendo todos los días. Las aspiraciones son tan básicas que alcanzar las estrellas no entra en el menú. Sí hay tiempo para recordar, y eso es lindo: recordar cuando se podía dormir porque no se habían puesto de moda las alarmas, a las que ya nadie escucha más que cuando es la hora de dormir. Recordar cuando un político tenía un mínimo de credibilidad, o cuando existía un Estado. O cuando se valoraba la educación y no el acomodo. ¿Tiempo para ser lo mejor de mí? Para eso siempre hay oportunidad, siempre que uno tenga pulso puede desplegar sus verdaderos colores. En eso sí puedo decir que estoy trabajando, para mejorar el "mí", y tengo la ayuda incondicional del mejor maestro que conocí jamás: Perro.
El fin de semana coincidí con una chica en una aplicación tipo Tinder y nos encontramos el martes con la excusa de ir a comer algo. Charlamos por más de 3 horas hasta que la realidad del trabajo al día siguiente nos mandó a cada uno a su casa. La pasé excelente, era muy atractiva, y en cuanto me subí al auto para ir a mi casa mi cerebro empezó:

No es para mí.

Ya se va a dar cuenta de lo que soy.

Es demasiado linda, no está a mi alcance.

Cuando se dé cuenta de lo que soy, me manda a freír churros.

No va a pasar nada.

No me la merezco.

¿Por qué salió conmigo?

No le puedo gustar.

Y no le erré. La llamé hoy, 3 días más tarde, para invitarla a salir otra vez, y me explicó que soy la octava maravilla, lo mejor que se ha inventado, justo debajo del batimóvil y arriba del lavarropas automático, pero (y mirá que le dio vueltas)... no sintió conexión. La entiendo y estoy de acuerdo: eso es algo muy importante, justamente lo que yo busco; pero no comparto el que tenga que darse espontáneamente a la primera. Hay Habemos personas que nos abrimos cada ventana de nuestra alma y la mostramos inmediatamente, que mantenemos algunos mecanismos de defensa que van cayendo de a poco con el tiempo y a medida que crece la confianza y se desvanece el miedo a ser heridos. Por supuesto que puede darse, y en mi caso debe darse, pero no es condición necesaria que sea instantáneo. De hecho, ni me interesa cómo surja: lo importante me es que se dé. Lo lindo que puedo rescatar de este episodio es que este aspecto de mis expectativas, si bien lo sentía intuitivamente incorporado en algún lugar de mi cerebrito, ahora lo veo claro y definido porque tuve que aceptar el desafío de lo que me dijo y ponerme a procesarlo en detalle.
Estoy bajoneadísimo, para qué tratar de minimizarlo. No sé cómo voy a hacer en los próximos días para no decaer porque encima el pronóstico dice lluvia hasta el lunes.
No caigo en la tentación de pensar que la guacha lo tiene fácil, porque el hecho de que sea tan linda hace que se le acerquen hombres que se esfuerzan por eso, pero que nada tiene que ver con su valor como hombres. Es decir, no la tiene tan fácil como me gustaría pensar para victimizarme. Lo malo de eso es que yo le deseo lo mismo que a cualquiera: lo mejor, que consiga a alguien, que encuentre a la persona indicada. Siquiera por empatía. Lo hermoso sería que fuera yo. Pero no va a ser.

sábado, 12 de junio de 2021

otros momentos

Difícil pensar y escribir con este frío. La inspiración, si la hay, queda enterrada y entumecida por los -3°C de sensación térmica que hacía por ejemplo ayer a la mañana. Perro, en cambio, no parece entumecerse demasiado; al contrario.
Hoy abrieron muchos negocios, incluido el café al que me gusta ir para disfrutar un momento con otros seres humanos. Las restricciones dictadas por el desgobierno están siendo acatadas con todo el rigor que se merecen, algo así como el nivel intelectual de quienes resultaron votados.
Yo sé que la vida, específicamente mi vida, sería mucho más fácil si yo fuera más estúpido o lograra ignorar de alguna forma lo que sucede alrededor de mí. Como vengo descubriendo desde que llegué, nuestro destino de piojosos no se debe a nuestras luminarias políticas sino que son mérito propio. Estacionar en la senda peatonal, no levantar la caca del perro o dejar sonar una alarma al soberano pedo son solamente una mínima muestra de lo que significa hoy ser argentino. Esta formulación se me ocurre después de leer fragmentos del libro The English, de Ian Berry, donde el autor vuelve a su Inglaterra natal después de una década y media viajando y viviendo en África y París. Ahí se pone a fotografiar y comentar lo que ve de una forma tácita, sin más palabras que un prefacio de media página, por el solo hecho de haber seleccionado esas fotos y no otras. Y se me ocurrió que yo podría hacer eso tranquilamente, bajo pena promesa de ser deportado. Algunos ejemplos:

Aparentemente no hace falta tirar las cosas en la basura; el viento, los duendes, o los impuestos que pagamos los demás para el sueldo de los barrenderos, y el estómago de bancarse este paisaje hermoso, son suficientes. Nada de andar estirando el bracito y arriesgar un esguince.

Cuando después del semáforo está completamente lleno de autos, no importa, siempre podemos avanzar y quedar sobre la senda peatonal o sobre el cruce, y que cuando cambie la luz, los peatones y los autos de la transversal aprendan a volar.


Hacer una cola en el medio de la vereda normalmente no tiene explicación, pero en época de pandemia creo que tengo un par de teorías. Y si bien la estadística dice que el cerebro de las mujeres pesa un 10% menos que el de los hombres (1198 gramos contra 1336, en promedio), el de un pastor australiano pesa unos 90 gramos (apenas la 15va parte). Y él se pone al costado.


También podemos estacionar en el medio de la vereda... sí, sí: estacionar en la vereda. Y en el medio. Feisbuc tiene prioridad. O en la senda peatonal. En ambos casos había personal policial y de tránsito a 15 metros, también ocupados con Feisbuc. Casi resulta normal que la moto de la derecha en la segunda foto no tenga ni chapa identificatoria, ni espejos, ni luces de ningún tipo. Pues resulta que no es normal.

También se puede parar en doble fila cuando hay un lugar para carga y descarga que paga el comercio que lo solicita. Lo paga. Y está ahí, desocupado. Pero sería alérgico a pensar, el imbécil del conductor del camión.

Hay otros ejemplos que no son fotografiables, como la imbécil de mi vecina que no sabe que su puerta tiene picaporte y simplemente la cierra pegando portazos, ya sea cuando entra o llega. O se droga con marihuana (es médica, lo cual lo hace doblemente estúpida) y me apesta tanto mi baño (por la ventilación) como el palier. O pone música a lo que se le canta la calandria a la hora que la calandria ya hace rato que se fue a dormir. O habla al volumen que se le antoja con sus intelectuales amigotes de temas profundos. O garcha a los gritos y mueblazos contra la pared, lo cual además agrega una pincelada al cuadro de su personalidad: no tiene un mínimo de decoro. O el tarado que vende collares para perro en internet y publica el largo de los collares, y dice que hay que medir el diámetro del cuello del animal para saber el talle. Le pregunté si no quiso decir la circunferencia, pero se ofendió y me bloqueó. Y la gente sigue preguntándole cómo calcular el talle y el tipo no se da por enterado.
En definitiva, sin invertir muchas neuronas en el análisis, resulta muy deprimente lo fácil que es darse cuenta de que el argentino típico es ignorante, le importa un bledo el prójimo, es irrespetuoso de los demás, de las reglas y hasta de las leyes más básicas de la física (como que dos cuerpos no pueden ocupar el mismo lugar al mismo tiempo), y arrogante por ignorancia, que es muy diferente a serlo por creerse superior a los demás, aunque los dos sean una obvia muestra de estupidez. Siempre me pregunto si somos inimputables por imbéciles, o doblemente imputables por hijos de puta.
Y lo de deprimente no es retórico. Mientras los noticiosos europeos discuten cómo proceder con la re-apertura de la actividad en lo que se vislumbra como el fin de la pandemia, por lo menos en términos catastróficos, discuten cuestiones culturales, climáticas, sociales y geopolíticas, en Argentina somos testigos de la maniobra más obscena para blindar judicialmente a una alimaña enquistada en fueros pervertidos. Una mitad de la población, que es culta y ajena a los fanatismos, es tan sumisa que roza lo cómplice, mientras la otra mitad celebra, embelesada y ajena, el desmantelamiento a hachazos de la República. Sumado a tener que escuchar las sandeces de un títere con cociente intelectual de un dígito, me dan ganas de clavarme un destornillador en los tímpanos.
Desde que me bajé del LH510, las charlas con mi entorno social consisten en navegar entre quejas de la situación socioeconómica y la desidia naturalizada como parte del ser nacional. Extraño las charlas sobre la existencia de un creador y la incompatibilidad entre omnisciente y omnipotente, o el origen de la vida, o qué pasa después de la muerte, o qué opinión merece Putin o los cambios de política energética, o a qué hora encontrarnos en un café para mirar a cuanta fémina nos convide con su existencia, en lo posible con tela ajustada y breve.
Regardless. Estaba caminando con Perro en este día otoñal y me di cuenta de que algunos árboles ya casi no tienen hojas en su copa. No pude evitar trazar el paralelismo con la vida: cuando somos jóvenes somos como hojas apretadas en un follaje y es facilísimo entrar en contacto con otros (y encontrar pareja, que a eso voy), pero a medida que uno avanza, las hojas son cada vez más escasas y al final apenas quedan una o dos en una rama entera de 10 metros. Tremendo.
Hace unos días me la crucé de sopetón a la Doctora y me saludó tan cool como forzada. Más allá de lo anecdótico, me revolvió todo lo que pasó y lo que me gustaría que pasara.
Recórcholis.

miércoles, 12 de mayo de 2021

Stefy

Busco una partner in crime, como le dicen en inglés, una cómplice, una mujer que me inspire. Por otro lado, agradecería que no despierte al monstruo que llevo dentro o en su defecto que aunque sea sepa hacerle los mimos que hagan falta. Que me acompañe y prefiera mi compañía. Busco conexión, más que nada, aunque eso no está circunscripto a mis relaciones románticas sino que me resulta fundamental en cualquier relación que encaro, sin importar su naturaleza. Y en más o menos palabras, eso es lo que intento transmitir en mi perfil de Tinder. Por supuesto que me queda claro que estoy yendo a un restaurante de comida rápida e intento encontrar un plato gourmet. Clarísimo, pero la situación es chota y me cuesta cerrarle la puerta a cualquier posibilidad, por remota que sea la probabilidad de que dé frutos.
Todo eso no precluye que algunas veces sea literal en mi reacción de arrastrar el dedo a la derecha cuando veo la foto de alguna que sé que no va a llenar mis expectativas pero que simplemente... básicamente... se parte de buena. Ladies and gentlemen: meet Stefy. No voy a andar con eufemismos o delicadezas: la realidad es que con 29 años tiene unas nalgas excelentes, suculentas y crocantes, con fantástica cintura, piernas y espalda, y aunque no mucho busto queda fuera de toda duda que lo poco que hay refleja un absoluto estado de perfección y un obstinado desafío a la fuerza de gravedad. La cara, a todo esto, no amerita mayores comentarios, ni positivos (no es memorable) ni negativos (tampoco es vomitiva). Es, en una palabra, tentadora. Pero las fotos que publica en su perfil (esencialmente en ropa interior hecha de algo demasiado caro como para andar desperdiciando tela) y el corto diálogo que intercambiamos reflejan la característica que más identifica a Stefy: es barata regalada. Busca coger y poco más. Es clara y concisa al respecto, sin disimulos, sin andar pidiendo permiso ni disculpas. ¿Querés garchar? Esto es lo que hay. Chiche bombón.
Al margen de cualquier juicio de valor sobre el aspecto moral o algo así, lo primero que me surge son las palabras de un sabio pelotudo que conocí hace mucho: acostarse con alguien es fácil, despertarse es lo difícil. Y la verdad es que después de un esfuerzo titánico pero exitoso para someter mis nada despreciables instintos básicos, lo que finalmente inclinó la balanza fue el saber positivamente que no iba a acercarme a lo que busco: conexión, de esa que surge a un nivel íntimo entre dos personas que están desnudas una frente a la otra incluso con la ropa puesta. Otra frase que escuché, esta vez hace poco: hoy en día es más fácil sacarse la ropa que desnudar el alma café de por medio. Lapidaria. Y tristemente cierta.
A medida que pasaron los días después de ese diálogo me iban surgiendo repercusiones, y la que más me afectó fue la pregunta de si esto iba a ser todo lo que podía esperar encontrar de acá en más, como si hubiera llegado a un punto en que la inocencia de mis expectativas dieran paso al cinismo de la edad, cediendo cualquier aspiración romántica a la realidad del mercado. Me imaginé yendo a tomar algo con esta chica, probablemente a cenar, y todo el tiempo dándome vueltas en la cabeza el saber en qué iba a terminar eso. El deseo sexual llena los blancos, hasta que uno descarga. Y ahí es donde los blancos, lo que no sabemos de la otra persona, e incluso lo que intuimos, se convierten en el lugar perfecto para que aterricen nuestros miedos. Pero incluso sin miedos, quedamos en silencio con nosotros mismos y acompañados de alguien con quien ya no tenemos qué decir ni hacer hasta el próximo polvo. Alguno se sentirá menos cohibido que otro, le restará importancia, se habrá convencido de que es "normal", pero la zanja está y el puente no.
No. Me. Gusta.
Hay quienes se sienten cómodos masturbándose con otro ser humano en lugar de usar la mano. Yo no. Me parece horrible, y el consentimiento mutuo me resulta una razón tan legítima como cualquier otra excusa donde se evita hablar del verdadero centro de la cuestión: el valor de un ser humano. Como si la falta de autoestima y respeto por sí mismo que pueda tener una persona nos habilita al resto a usarla libremente. Desde el momento en que alguien extirpa el sexo del hecho de compartir la intimidad con otro ser humano, desde el momento en que el sexo deja de ser reflejo de la conexión romántica entre dos personas y lo convierte en una actividad aislada, autónoma, un fin en sí mismo, algo equiparable a un deporte... una vez lograda esa transición, todo lo demás es coherente con la postura de Stefy. Yo no logro esa transición, esa disociación, y si bien no estoy convencido de mi postura, la realidad muestra una y otra vez que es la más valiosa y la más trascendente. Es la diferencia entre despertarse e irse con un "nos hablamos", y quedarse en la cama acurrucados, sintiéndonos bendecidos por la vida y honrados por la compañía. Me pregunto a qué se llegará mentalmente, a qué conclusiones, y qué autoconvencimientos uno adoptará después de hacer repetidas veces lo que hoy tan elegantemente se denomina sexo casual.
Así y todo, sigo preguntándome si no estoy equivocado, si no soy cabeza dura, antiguo, mojigato, si no me estoy perdiendo de algo, y una larga lista de cosas que pensé o escuché durante toda mi vida. No sé si el tiempo dirá o es solamente una muletilla y me moriré sin haber aclarado el tema.

martes, 20 de abril de 2021

cama para 1

Hay distintas versiones de esos momentos en la vida en que tenemos que tomar una decisión. Un proverbio chino dice algo así como que "si tiene solución, para qué preocuparse; y si no tiene solución, para qué preocuparse". El tema es que incluso en un mundo ideal, donde todos somos muy sabios y sensatos, hay muchos, muchos casos donde uno no sabe si el problema tiene o no solución. Entiendo ese consejo que dice que ser feliz es una elección, pero eso se cumple solamente hasta cierto punto, a partir del cual mantener una sonrisa en la cara cruza la raya que separa optimista de creepy. Sí es cierto que alguien con una actitud de mierda puede arruinar cualquier cosa sin importar qué tan buena o mala sea, pero la mejor actitud del mundo tiene la realidad como asíntota. Y mi realidad es que no encuentro el amor, lo mire como lo mire.
Están los que escuchan mis aullidos de lamento por lo que parece ser mi incapacidad para encontrar pareja y me sugieren opciones como contemporizar, cosa que ya intenté y resultó ser una mierda humillante y, sobre todo, inconducente. La otra que escucho mucho es que tengo que bajar mis aspiraciones, lo que me hace preguntarme si se supone que uno pueda controlar lo que le gusta como controla qué estación de radio escucha. Me gustan las tetas, no los pitos; y me gusta la inteligencia, no la estupidez. La lista es larga, es cierto, pero tengo tanto control sobre eso como sobre el clima. Y no, ese genial proverbio alemán ("no hay mal clima, sólo ropa inadecuada") no aplica. Y hablando de listas, hace poco se hizo viral el caso de un flaco que en su perfil de Tinder enumeró 21 cosas que no aceptaría de una candidata. Una amiga de esas que me sugiere agarrar lo que venga me mandó esa lista y después de mirarla me di cuenta de un par de cosas: de las 21 había 12 que me importaban un bledo, y las 9 restantes eran diferentes formas de decir que no quería una estúpida (aires de princesa, reina del drama, fundamentalista de cualquier denominación, etc.), sucia o drogadicta.
Tampoco puedo inmunizarme o insensibilizarme; ya sabemos a lo que eso lleva. Sentimentalmente hablando, tengo hambre. Hace años que experimenté, disfruté y adopté la filosofía de que la vida de a dos hace lo bueno el doble y lo malo la mitad. Y cuando uno va por la calle y es mediodía y ni siquiera desayunó, y ve una flor de pizza con jamón y morrón con humito saliendo porque recién la sacan del horno... que a uno se le retuerza el estómago es una reacción que lo raro sería no tenerla. Y si uno hace años que no comparte un momento trascendente con alguien... se me retuerce el estómago y el corazón cuando veo pasar una mujer que me parece atractiva. Quiero esa comunión de almas y obcecadamente no me conformo con menos. El lujo, una vez probado, se transforma en necesidad, aventuró Cyril Northcote Parkinson. Tenía tanta razón.
Tengo un departamento chico, una basura de construcción que maldito el día que caí en la estafa de los delincuentes que me lo vendieron. Pero es lo que tengo, y quisiera hacer el mejor uso del espacio. En mi dormitorio tengo una cama que me traje de cuando vivía en un lugar más del doble de grande, que mide 180 cm de ancho y me deja un marco de 70 cm alrededor para circular, moverme o poner otros muebles. Vista de arriba, mi habitación parece un cuadro con un marco finito y el colchón como lienzo donde no tengo nada para pintar. Duermo ahí, y punto. Y acá viene la decisión: cambio la cama por una individual o me sigo comiendo este elefante blanco ahí al reverendísimo pedo, pero con potencial para ser compartido si el planeta cambia de órbita o algo así.
¿Cómo hace uno para bajar los brazos con algo que se siente tan profundamente necesario? ¿Cómo le explico a mi estómago que no va a comer más, que de acá en más es apenas una solución nutritiva aplicada intravenosa, y a la mierda los sentimientos? No es que no sea fácil: no es posible. No puedo explicármelo porque no puedo aceptarlo, ni desentenderme de una necesidad tan íntima y que me define: compartirme y compartir mi vida con ese alguien especial. Miro para atrás y las parejas que tuve, y no lamento haberme separado de ellas; lo que lamento que es que ninguna era la indicada... the one, y sigo vagando en una neblina cada vez más densa y donde me encuentro cada vez con menos candidatas. Y en pandemia esa neblina es más como dulce de leche.
La vida es un viaje alucinante. Me la paso aprendiendo idiomas o perfeccionando los que ya aprendí. Saco fotos y me dedico a mi arte. Ando en moto. Charlo con gente. Me esfuerzo muchísimo en mejorar mi carácter. Leo de política y de historia y de muchas otras cosas. Es fascinante, pero a medida que uno aumenta su nivel cultural se hace más difícil entablar conexión con gente a la que simplemente no le interesa salir de los pocos caracteres que entran en la pantalla de un teléfono. También cultivo la disciplina y el respeto, cosa que en la sociedad argentina de 2021 significa ser un paria. Los factores se acumulan, multiplicando su efecto y bajando mis probabilidades de encontrar the one a niveles homeopáticos. Y no solamente en el tema pareja sino también en amigos en general. Hace ya un par de años que aterricé y no logro cultivar una amistad significativa. La gente está demasiado ocupada tratando no ya de progresar, sino de sobrevivir en un ambiente socio-económico diseñado y refinado para guillotinar a cualquiera que ose asomar la cabeza. No sé qué hacer.