domingo, 4 de julio de 2021

the game

¿Cómo hago para convencer al pobre ñato que habita en mi interior, de que valgo dos centavos? En serio. ¿Cómo hago? Me acuerdo una vez, charlando con mi primer terapeuta en Alemania de mi aversión a los alemanitos, que me dijo que él podía hablar de las bondades de sus compatriotas hasta que se le secaran las cuerdas vocales, pero mientras yo no saliera e hiciera buenas experiencias, nunca iba a cambiar mi opinión. Así que salí y experimenté. Y mi opinión cambió... para peor. Y con los años se cementó. Onda hormigón armado, bah. Costó años, sangre, sudor y lágrimas, darse contra la pared, decepcionarse, desilusionarse, asquearse. Cuando uno observa, capta, acepta y asume la realidad, evita todo eso. Lo digo por enésima vez: la decepción es proporcional a la diferencia entre realidad y expectativas. Esa diferencia puede deberse a expectativas ridículas o a una realidad horrible, pero generalmente cae en algún lugar en el medio, una combinación de las dos.
Lo mismo la semana pasada con Arquitecta. Tengo, sabemos, una opinión baja de mí mismo, y cuando deslicé a la derecha pensé que se trataba de una de esas que, o eran irreales, o eran inalcanzables. Cuando 4 días más tarde nos encontramos para tomar algo me di cuenta de que era inalcanzable... para alguien como yo, por supuesto. Si ella hubiera aceptado salir otra vez y me hubiera mandado una macana (meterme el dedo en la nariz hasta el húmero, gritarle al mozo, patear un gatito, limpiarme la boca con la manga de la camisa) podría putearme de pies a cabeza justificadamente. Pero no hice nada de eso, sino que fui realmente un delight, mi mejor versión, top of my game. Y no le gusté. Y la única explicación es porque soy feo, poco interesante o alguna de las miles de cosas que me hacen inaceptable.
Desde que soy chico vengo intentando que alguien, alguien me quiera. A eso se reduce mi existencia. Con los años descubrí y sigo descubriendo las cosas que me hacen feliz e intento hacerlas, y simultáneamente intento cincelar este desastre que creo ser como ser humano y hombre, y transformarme en algo más potable, más tolerable para mis congéneres. Creo que la naturaleza humana no es muy mutable, pero uno puede potenciar ciertas cosas y aplacar otras, y aprender cosas nuevas, y creo que uno puede y sobre todo debe hacer el esfuerzo. Después de todo la vida es corta, hay mucha miseria, y alguien en mi situación (dos piernas, dos brazos, córneas, techo, comida, estudios, agua potable, electricidad, sin guerra, y un montón de cosas más que, puestas juntas, me ubican cómodamente en el 1% más privilegiado de la población humana) debería agradecer y aprovechar. Por respeto a sus congéneres menos afortunados, por la propia dignidad, porque nos permite disfrutar más la vida. Porque tuve depresión y sé lo valioso que es cada segundo y cada aliento. Y porque el prójimo no tiene por qué aguantar mis pelotudeces.
Y ahí quizás radique el agravante, lo fuerte que me pega cuando alguien me rechaza. "Lo que Pedro dice de Juan, dice más de Pedro que de Juan" será muy sabio, muy útil, suscribo totalmente, pero no soy de teflón. Arquitecta me gustó, eso está, pero me gustó en un contexto muy pobre, donde encontrar un par de neuronas juntas en la cabeza de una mina linda, hoy por hoy, es como encontrar un político honesto. Entonces la ilusión no es fácil de contener. No es que caigo en un engaño, que mis expectativas se alejan de la realidad, sino que se juntan el deseo acumulado y el estar al tanto de las probabilidades de encontrar una candidata así. Sería un imbécil si no valorara la oportunidad. Me la paso encontrando estúpidas más o menos explícitas que prefieren tener sexo y no tomarse el tiempo de conocer a alguien. A la mierrrda el amor, a la mierrrda tomarse el trabajo de buscar a alguien especial, y eso significa a veces dejar pasar "oportunidades" que solamente nos desvalorizan. Ese comer sin hambre, solamente porque está ahí en el plato y no hay que hacer más, no hay que ir a buscarlo, no hay que pagarlo, no hay que nada. Como dijo una comediante: en algún punto mirás para atrás, sacás la cuenta, y el resultado es chocantemente repugnante.
Quisiera que alguien me espere en algún lado, quisiera sostener su mano, esconder un regalo para ella, cuidarla cuando se enferma, escucharla cuando se desespera, mirarla mientras duerme, contener la respiración sin darme cuenta cuando sale de la ducha. Estoy harto de Tinder, de regaladas, de huecas, de princesas, de ignorantes, vagas, arrogantes, desubicadas, fanáticas, drogadictas.
Y me voy a morir solo.
Y me está agarrando la depresión otra vez y se me están acabando las excusas para sobrevivir, empujarme a salir de la cama, comer, seguir intentándolo.

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