viernes, 18 de mayo de 2018

4 escalones

Perro, mi amigo y compañero de 3 meses, está aprendiendo a lidiar con monstruos de todo tipo, desde chicos de 4 años que quieren tocarlo pero no saben medirse, hasta esos agujeros inconmensurables que se zambullen en las entrañas de la tierra: las escaleras. Y las rampas de entrada a estacionamientos subterráneos.
Primero vino 1 escalón: entradas de edificios o casas, desniveles, cordones de vereda, plazas, esas cosas. Incluso la puerta al balcón de mi departamento, que el marco sobresale unos 7 centímetros. Todo un desafío para un Godzilla bonsai como Perro.
Uno pensaría que un perro tiene que aprender a dar la patita, hacer sus necesidades afuera y no morder cables. Y es cierto. Pero mucho más importante es enseñarle a confiar en su amo, entender que nuevo no significa malo, y que siempre va a enfrentar las cosas de a dos: una bicicleta, un chorro de agua, otro perro, una escalera, un humano o un trueno. Con el tiempo aprenden que si al amo no se le mueve un pelo en determinada situación, al perro tampoco. Y en eso estamos. Tengo un amigo con el que me encuentro una vez por semana para almorzar, y me contaba cómo nota los cambios y la evolución en mi relación con Perro, cómo está mucho más pendiente de mí y de si voy o vengo. Aprendió que las entradas de cocheras subterráneas no ocultan dragones, o que caminar sobre una tapa de tormenta es irrelevante. Los respiraderos del subte son un desafío más grande (literalmente), pero va mejorando. También aprendió que cuando camino como un zombi (sin doblar las rodillas, los brazos extendidos, las manos colgando, gruñendo) se viene una tormenta de mimos y se pone loco de alegría. Lentamente va aprendiendo que no importa si vomita en la alfombra, que no lo voy a castigar. Cuando hace pis ahí sí me altero un poco, pero incluso entonces no dejo de ser civilizado con él y me limito a retarlo subiendo la voz. E incluso entonces sabe que no le voy a hacer daño y no me tiene miedo. Y cuando lo cepillo no tiene que moverse, o cuando me desvisto es porque me voy a duchar, y no tiene que llevarse mis chinelas.
Pero la moneda tiene dos caras, y Perro tranquilamente podría ser la reencarnación de Stephen Hawking por la capacidad que tiene de absorber cosas. Aprendió, por ejemplo, que cuando me pongo el pantalón de la moto me voy por tres horas y lo tengo que dejar en su cucha. Y que cuando agarro las llaves del auto vamos a... andar en auto, cosa que le revuelve el estómago, pobre. Eso también mejoró mucho, sobre todo desde que lo llevé en auto a ver caballos, a jugar en el campo, a un lago a meterse en el agua, y todas esas cosas que un perro adora. Pero si bien el miedo se le fue, el revoltijo de estómago se resiste, y por cruel que parezca la única solución es seguir metiéndolo en el auto y llevarlo a pasear.


Mientras tanto, esto que soy también aprende cosas que debería haberlas aprendido de chiquito pero no pudo ser: uno estaba con su cabeza en el culo (y todavía está), y la otra creciendo de sus propios pedos. Nada del otro mundo, pero el pato lo pagué yo. Así que ahora estoy empezando a aprender a controlarme, por ejemplo. La ira y la frustración no me ayudan en lo más mínimo cuando la cagada está hecha y tengo que concentrarme en ver cómo la soluciono, minimizo, o prevengo que pase otra vez. Si el perro hace pis en el comedor no es su culpa; no tiene malas intenciones, ni es vengativo, ni todo ese bagaje de idioteces que, tenemos que admitir, son muy humanas. Exclusivamente humanas, parece. Lo que el pobre perro tiene es pis, y lo que yo estoy aprendiendo a hacer es a mostrarle alternativas, educarlo, explicarle pacientemente a un ser que no entiende ningún idioma de los que hablo. Es un desafío alucinante y dependiendo mi buena predisposición, paciencia y trabajo, pueden resultar dos cosas: un perro chiflado y un dueño estúpido, o un perro alucinante y un dueño que logra crecer y evolucionar de sus propias limitaciones. Y creo que lo segundo es lo que está pasando, y  me alucina la alegría y el orgullo. Era algo que tenía pendiente hace tiempo y no sabía ni cómo abordarlo, y hay pocos jueces tan honestos como un perro.