miércoles, 28 de diciembre de 2022

feliz Navidad

Supongo que es natural a mi edad, casi medio siglo, ponerse a pensar qué hubiera sido mi vida si hubiera tomado tal o cual decisión o adoptado tal o cual actitud respecto a las cosas. Ya es sabido que no son las caídas y las vicisitudes lo que nos define, sino la forma en que las capitalizamos y nuestras reacciones. En mi caso, tengo que pensar un rato largo para encontrar cosas que no me gusten de mi vida, y estoy más o menos conforme con las decisiones que tomé en su momento en alguna bifurcación para llegar a este punto. Lo que sí detesto, y mucho, son varios de los rasgos de mi carácter que hacen que resulte una persona tan difícil para los demás: difícil de acceder, difícil de complacer, difícil de entender, de seguir mis razonamientos y mis reacciones. Ver a otras personas ser mucho más dulces que yo, más accesibles, volubles, complacientes... en cierta forma me parecen mejores seres humanos. No importa si no inventan la cura contra el cáncer o cómo bajar la inflación en Argentina, simplemente traen luz a este mundo, mientras que yo traigo un poco de obscuridad. Soy, o por lo menos me describen como, serio, formal, minucioso, estricto, exigente, y también inteligente, confiable, honrado, sincero, trabajador, sacrificado. Y todo eso es cierto. Cosas más positivas me dicen, pero con mi autoestima que ni el Trieste encontraría, ni me las creo ni las repito.
Como sea, tengo el profundo temor de que me voy a morir miserablemente solo, así que en mi intento desesperado de mejorar, pensando y pensado, creo que hay, por lo menos en este momento de mi vida, tres factores fundamentales para mirar con asco a la mayoría de los humanos.
Factor námber uan: Gabriel Levinas, un comentarista que está en Radio Mitre los viernes a la tarde/noche, creo, mencionó que cuando uno pasa por cosas terribles en la vida, pierde empatía con aquellos que se quejan por problemas más banales. Parece.. es lógico, pero cada uno tiene su vida y el problema más grande que tenga es un problema significativo, suficiente para amargase y quejarse y sentirse desafortunado. Una de las cosas que me hastiaron de mi mamá inmediatamente previo al episodio que me hizo decidir distanciarme, fue una queja sobre que su cocina era muy chica para que 6 personas se sentaran a comer, mientras esa mañana una señora mayor en Ucrania relataba cómo una bomba rusa voló la mitad de su cocina, con toda su familia incluida. El contraste fue demasiado para mi ya abusada paciencia por parte de ella, que en forma creciente hace de la queja una forma de vida. Y no, por más que este sea mi espacio para, entre otras cosas, justamente quejarme y pueda dar esa impresión, yo no soy así. Pero el asunto es que pasé por cosas feas: la depresión, emigrar nada menos que a Alemania y disfrutar de esa cálida recepción, los esfuerzos gigantes para obtener mi título universitario... tengo pocas ganas de escuchar quejas estúpidas, de quien sea; tengo poca empatía. Por si no es claro, no es que no entiendo de qué se quejan. Sí que entiendo, y justamente por eso me hastía.
Factor námber chú: los argentos y su descerebro. Siempre menciono el tema de cómo se ignora el Código de Tránsito y no voy a explayarme otra vez ahora, pero es un buen caso testigo para analizar y cuyas conclusiones se pueden extrapolar al resto de nuestra vida como ciudadanos. Una sociedad es una máquina que requiere un orden, para lo cual hacen falta reglas y un ente que se encargue de hacerlas cumplir. Eso es todo. Esa necesidad abarca seguridad y educación, con todo el aparataje de un sistema de Justicia. Si, aunque opcionalmente, le sumamos un sistema de salud, tenemos un Estado. Chiche bombón. Y en Argentina tenemos none of that. Nunca fue nuestro punto fuerte, y los degenerados a cargo del desgobierno durante el 51,5% de los últimos 76 años han sido muy exitosos en desmantelar, tanto del Estado como de las mentes de las masas, los conceptos de meritocracia y respeto a las instituciones. El voto de un cabeza de termo acostado a la sombrita del techito hecho con la chapa que se robó de alguna obra sin vigilancia porque pensó que "se lo debían", vale lo mismo que el de un médico que se rompió el alma para lograr su título y está acostumbrado a esforzarse por sí mismo y por los demás. La diferencia está en el costo de esos votos. Bienvenidos al populismo.
Anécdota: para no decir demasiadas estupideces, tengo la costumbre de buscar la definición y la etimología de las palabras, la historia de los conceptos, y las explicaciones de cómo funcionan las cosas. Una vez se me ocurrió buscar todo lo que tuviera que ver con "populismo", y me encontré con diatribas y delirios filosóficos de varios calibres y pretensiones. En mi opinión, se trata simplemente de usar la ignorancia de los votantes mentalmente más indefensos para enquistarse en el poder. Ejemplo de esto, prueba, se diría, es el hecho de que los peronistas jamás han gobernado bien y sin embargo son una máquina de ganar elecciones. El cómo es tan obvio como triste, vergonzoso y repugnante. El resultado es que hoy por hoy no se puede festejar una victoria deportiva, cruzar la calle o postularse a un trabajo en alguna dependencia estatal y apelar al sentido común, el Derecho o el mérito respectivamente para lograr lo que se busca. Nada de eso tiene aplicación en Argentina 2022. Esto no era tan así hace 20 años cuando me fui, y aunque no me engrupí en cuanto a lo que me iba a encontrar al subirme al avión para dejar Alemania, sí que subestimé la magnitud que había adquirido el tema y el efecto que iba a tener en mí, sobre todo magnificado por mi evolución en sentido contrario. Se les puede criticar bastante a los alemanitos, pero son civilizados, y a pesar de que (me da vergüenza admitirlo) me resistí, afortunadamente yo me civilicé.
Factor námber zri: Perro. Y qué flor de perro. Yo pensaba que los bichos estos eran poco más que un florero con patas. Y pelos. Muuuuuchos pelos, en el caso del mío. Cuando veía una persona hablando con su perro, pensaba que era un idiota delirante. Cuando alguien me contaba que su perro sabía como se sentía, igual. Si alguien insistía en que su perro tenía personalidad, o que le gustaba tal o cual cosa (fuera de algo para comer), pensaba que tenían que conseguirse una vida, coleccionar estampillas o ayudar en un orfanato. Hasta que conocí a perro. O mejor dicho, hasta que Perro ya no esté conmigo. Con eso quiero decir que Perro me enseña todos los días algo. No es que el día que lo incorporé a mi vida dejé de ser un ignorante, ni siquiera puedo jactarme al día de hoy de tener noción de lo profunda que puede ser la relación con uno de estos ángeles con pelos en lugar de plumas. Perro no solamente me enseñó un montonazo, sino que también me enseñó a esperar lo mejor de él, y que lo que me falta conocer es bueno, es para ilusionarse, para frotarse las manos y contener el aliento, porque debe ser tanto o más hermoso que lo que ya me mostró. Es mi primer y último motivo para resignar una salida en moto y así disfrutar más tiempo de él.
En mi cabeza despelotada, estas tres cosas se dan cuerda mutuamente y me complican la existencia, pero en perspectiva me temo que funcionan apenas como condimento de lo que es el plato principal: mi fracaso para encontrar el amor de mi vida. No es solamente el no tener novia. Tampoco, aunque más grave, la cada vez más notable ausencia de esperanza de que la voy a encontrar en este cóctel de feminismo delirante, exigencias de princesa y simple estupidez bovina. No, lo peor es mi convencimiento de que soy infumable, y ese convencimiento se refuerza diariamente. En mi fuero íntimo, creo que el universo está protegiendo a alguien manteniéndola fuera de mi alcance; soy como un dios cruel aunque sin poderes, con algún que otro encanto pero en el fondo horrible, por el que de vez en cuando ese universo sacrifica una cabra en mi nombre pero no me da a su hija, y lo bien que hace. Si pudiera dejar de mirarme como me enseñaron a mirarme, y empezara a apreciar lo que algunas personas dicen que tengo para apreciar, tendría el mundo a mis pies, como cada vez que me enfrenté a alguna dificultad. Me pregunto si no es demasiado tarde. Y me aterra la respuesta.

domingo, 18 de diciembre de 2022

mi guía

 "Serás lo que debas ser, o no serás nada." - Gral. José de San Martín (1778-1850)

Primero, entonces, uno tiene que saber qué quiere ser, ¿no? ¿Y de dónde sacamos eso? Mirando para adentro, por ejemplo. Ok, suponete que la tenés, que sabés lo que querés ser. ¿Y si lo que querés ser es una burrada, malo, ridículo, irrelevante? Por eso uno tiene modelos a seguir. Para un hombre, la primera alternativa sería Batman, obviamente, o el padre (no el de Batman, el de uno). En mi caso, fue mi abuelo materno. Y es demasiado poco, porque uno no puede cotejar y elegir. No tuve contacto ni con mi padre ni con su familia. Mi abuelo era el único hombre presente en mi vida. Tuve un tío, buen tipo, pero no figuraba. Soltero, sin hijos (que hayamos sabido), traumado; sí debo admitir (empiezo a recordar ahora mismo mientras escribo) que alguna que otra vez se sentó a aconsejarme, y aunque haya sido en dosis homeopáticas o no haya estado del todo de acuerdo con lo que me dijo, me hizo bien. Pero el gran rol ahí lo jugó mi abuelo.
Como decía, el problema fue que era un personaje particular, específico, con algunas características que yo no tuve con quién cotejar para filtrar y quedarme con lo que me pareciera bueno y descartar lo que no. Tampoco, al no tener otros modelos, podía contar con alternativas que llenaran los huecos de lo que no quisiera adoptar de mi abuelo. Ejemplo: alguien me insulta. ¿Le devuelvo el insulto, le pego, sigo caminando? Mi abuelo le hubiera pegado, y eso es algo con lo que yo no comulgo, pero eran otras épocas y esa era fácil de distinguir. Ahora bien, ¿qué hacer? No sé, no tuve nunca de dónde sacar alternativas. Al día de hoy me cuesta mucho lidiar con agresiones, no sé para dónde agarrar. No entiendo cuándo huir, cuándo pelear, cuándo hacerme el muerto. No sé (sí sé, pero no encuentro mucho quorum) cuándo tengo que pedir por favor y cuándo no. Para colmo, soy inteligente, así que las demás personas en general me parecen estúpidas, y no tengo la paciencia para aguantar cuando se cagan en el prójimo y andar con delicadezas y explicar con pedagogía. Mi abuelo era machista (mi abuela, más) y a mí eso no me va. Poner a una persona en un altar o tratarla como discapacitada por ser mujer (votás, manejás un vehículo, ganás lo mismo por igual actividad... quedate con la orquesta y cedeme tu asiento en el próximo bote salvavidas), o exigirle más y adjudicarle determinadas responsabilidades a otra persona por ser hombre, me parece absolutamente ridículo. Más ridículo me parece el sentido de sororidad o que alguien salte a defender a una mujer sin más argumento que el "es una dama". O que piense que las diferencias se dirimen a las trompadas. Mi abuelo era de esos. Yo soy de los que creen que sos un adulto y los adultos se hacen cargo de las consecuencias de sus actos. Opinión poco popularizada, soy consciente.
Pero mi abuelo era una gran persona. Con defectos, pero nunca faltaba a sus creencias y tenía honor y lealtad a sí mismo y a su familia, a la que protegió y proveyó en todo momento y más allá de lo que se le podía exigir.
Me pegó. Me pegaba, porque fue más de una vez. Pero nunca lo hizo por bronca, sino porque lo consideraba su deber. Él creía en esa alternativa o forma de "educación". También muchas veces me llamó para hablar, para decirme lo que sabía de alguna situación en mi vida (si me mandaron una nota del colegio, si me peleé con mi hermana... cosas así) y me explicaba su forma de ver el tema, y siempre cerraba diciéndome que tomara lo que me sirviera y descartara el resto. Nunca me hizo demasiados halagos, pero no escatimaba en elogios cuando hablaba de mí con mi mamá.
Quizás un poco extrañamente, la persona a la que más extraño es él. Al no tener padre, él fue la roca, el amarre, perfecto o no, al que uno podía ir a buscar puerto seguro en cualquier tormenta. Cuando murió, el agujero que dejó fue enorme. Cada uno se lo habrá tomado a su manera en función de su relación con él; pero a mí, más que mi abuelo, se me murió mi guía, la única persona con la estatura que yo necesitaba para decirme cómo mierda navegar en la vida. Mi mamá todavía se queja (con razón) porque muchas veces me dio un consejo y después, cuando mi abuelo me dijo exactamente lo mismo, ahí lo acepté del todo.
Hoy en día encuentro casi todos los aspectos de la vida en Argentina como inferiores a lo que podrían ser. Esta mañana pensaba que podría escribir una novela de un tipo que se levanta a la mañana, desayuna, y en el instante en que sale de su casa atraviesa un portal temporal y retrocede 200 años, o 500, o lo que uno necesite cuando se pone a pensar en detalle en las diferencias que quiere resaltar como escritor. Ese portal, en mi vida, fue el LH510 del 5 de septiembre de 2018. Hace un par de siglos la gente descargaba la palangana del baño (o como mierda se llamara) tirando el contenido por la ventana, sin siquiera avisar. Los médicos no se lavaban las manos después de ir al baño y antes de operar. Ahí estaban los yacimientos de bauxita y hierro, y sin embargo la gente andaba a caballo en lugar de usar aluminio y acero para hacer autos. El litio y las ondas electromagnéticas existen desde el origen mismo del universo, y por mucho tiempo la paloma mensajera fue la versión más rápida de WhatsApp. Pues acá estoy yo, pretendiendo que la gente respete la senda peatonal o los horarios de descanso. O que razonen.
Una típica situación donde necesito un criterio para ver si estoy en lo correcto o no, es cuando alguien se comporta como un imbécil o una porquería de persona, y reacciono con pocas pulgas. Cuando alguien me dice que reaccioné muy fuerte, a mí en realidad me parece que me quedé corto, que debería haber sido más. Ejemplo: una vieja de mierda señora mayor estaba para pagar en un negocio. Le tocaba tercera, yo estaba segundo, y delante de ambos estaba un chico ya pagando. La caja queda en una esquina del negocio y la persona que está pagando queda arrinconada. La señora estaba respirándole en la nuca al pobre flaco (con los casos de COVID cuadruplicándose semana a semana), lo cual también implica que se metió delante de mí. Finalmente, cuando el que pagó quiso irse, no hubo forma de que la vieja, con la esbeltez de una bolsa de 120 kg de manteca semiderretida, se moviera y lo dejara pasar. El flaco pidió permiso, la cajera le explicó a la vieja que esperara su turno, y finalmente yo le pedí que moviera. No había caso. Finalmente el chico logró zafarse y salir, y como todavía no se había movido, le dije a la vieja que se corriera. Ahí es cuando la imbécil de la hija (de tal palo...) me espetó que tenía que pedir "por favor". El resultado del breve intercambio de palabras fue muy satisfactorio pero no hace falta reproducirlo. Lo que me interesa destacar es mi postproceso de la situación, y mi legítima duda de si me comporté correctamente, de si usé el tono, las palabras y la actitud adecuadas. De estas situaciones tengo 10 al día.
¿Dónde estás, abuelo?

viernes, 2 de diciembre de 2022

de autoestima

Siento necesidad de retomar y explayar un tema que toqué en el último párrafo de la entrada anterior, un ovillo muy grande del que quiero tirar de la punta: "Una criatura que apenas cumplió los 4 años cuando su vida explota, crece pensando... que uno es defectuoso e inmerecedor de amor". Supongo que la motivación viene de querer solucionar el asunto o aunque sea mejorar, y se dice que conocer el porqué de algo apunta hacia dónde hay que ir. A su vez, el tema viene de que es cada vez más evidente que mi incapacidad de encontrar pareja se debe a mi bajísima autoestima, que siempre me hace sospechar que cualquier mujer que salga conmigo es porque le conmutaron la pena por algún vandalismo o delito menor, y le dieron a elegir entre limpiar los baños de una estación de tren o salir conmigo por un par de meses. Con esa mentalidad, en mi cabeza tengo el rechazo asegurado y para qué entonces siquiera invitarla a salir si me va a decir que no. O debería.
El otro día alguien tocó tangencialmente algo que me había mencionado más en profundidad mi terapeuta, respecto a que cuando una madre se divorcia y tiene un hijo varón, proyecta en él sus pedos (bien o mal, buenos o malos). El resultado es un chico que siente una profunda necesidad de diferenciarse de su padre como hombre ante su madre y, más adelante, ante las mujeres en general. Yo no soy peligroso, no soy un jugador, no soy un acechador. En inglés dicen que marca la diferencia entre a good man y a nice man. A good man simplemente es bueno, sin vidriera o publicidad, mientras que el otro necesita que lo validen y pone mucho esfuerzo en diferenciarse, haciendo cosas por las mujeres para que lo aprecien, al punto de que sus propias necesidades quedan siempre supeditadas a las de su pareja. Y todo producto de querer ver a su madre feliz, cosa que no va a lograr porque a) no es culpa de él y por eso no depende de él, y b) las mujeres son estúpidas a la hora de digerir un divorcio, que de por sí es difícil de procesar.
El otro factor que me hizo crecer con una autoestima en dosis homeopáticas fue mi abuela materna, que se ocupó de despreciarme minuciosamente. No hay mucho más para agregar, ya lo hablé otras veces y no es mucha ciencia: si tenés 4... 5... 6 años de edad y nadie te dice que tenés algo de bueno, y sí tenés a alguien que se ensaña con explicarte en detalle y seguido por qué sos una mierda inaceptable, el resultado no es muy mistificante. Esto es tremendamente influyente, al punto que cuando pienso en esto siento una presión en el pecho difícil de ignorar. Me influye de una forma muy, muy patente, para nada sutil, algo que uno no se da cuenta y pasa en el trasfondo. No, no... es bien evidente. Y duele. Duele lo que me hizo, duele el efecto que tiene, duele el verme al espejo y, dependiendo el día, sentirme asqueado o apenado o avergonzado. Rara vez me complace lo que veo. ¿Cómo esperar que una fémina sí lo haga? Ridículo.
Se le sumó lo que hoy de puro chetos se denomina bullying (el viejo y querido acoso, para los que todavía hablamos castellano), que me dispensaron mis compañeros en la escuela elitista a la que iba; en su defensa, la verdad es que nunca encajé fácilmente (ni difícilmente) en ningún lado.
Y respecto a encarar un mujer, surge la pregunta: ¿soy tímido, como siempre pensé, o es que no me tengo fe? Porque para ser honesto, salvo algún episodio aislado, cuando me gustó una chica y logré encontrar la veta por dónde "atacar", mal no me fue. Es cierto que hoy en día, y me refiero a hoy literalmente, fines de noviembre de 2022, estoy en un ambiente, Mar del Plata, Argentina, donde la mayoría de las mujeres tienen caca en la cabeza, mezcla de princesas con pura y simple ignorancia y mucha estrechez de mente. Para hacerla más difícil, no cuento con un pool (iba a poner suministro, pero yo también soy cheto) donde conocer candidatas nuevas y poder elegir: mi trabajo funciona casi como una orquesta unipersonal y así también lo prefiero, además de que mis clientes son casi inherentemente de otras ciudades, así que por ahí no va a surgir nada. Tampoco voy a la universidad así que no tengo compañeras de clase, y en el curso de italiano que tomá hace un año, la más joven tenía 20 años más que yo. Cuando salgo con perro puede surgir algo, como ya pasó, aunque haya salido mal. En este punto me surgen las excusas, que no son tal: la edad, la situación socioeconómica (que influye mucho lo cultural y la probabilidad de gustos comunes), la formación, etc., pero en definitiva vuelvo al comienzo: el mercado es una bosta y yo tengo muy poca iniciativa, por el tema de la autoestima.
¿Cómo carajos salgo de esta situación? Es más, en realidad ni siquiera quiero salir de esta situación, sino simplemente encontrar y conquistar el amor de mi vida: linda, inteligente, buena. Esencialmente quiero tanto conversación como sexo de calidad, en proporciones variables en función del día. Hace rato que tomé la frase "lo que no te mata te hace más fuerte" y le agregué mi editorial: no me interesa ser más fuerte, me interesa ser más feliz. También hay otra frase, algo así como que uno, antes de esperar encontrar a la persona adecuada para ser feliz, tiene primero que aprender a ser feliz solo. Y mi editorial: andá a cagar. Eso es una soberana imbecilidad, sobre todo desde que conviví con dos novias y realmente la vida es mejor de a dos, punto. El compartir la intimidad, en cualquiera de sus facetas, es una maravilla. Si la vida es un viaja hacia la felicidad, o por lo menos a ratitos de felicidad, hacer ese viaje solos o de a dos es la misma diferencia que ir de Mar del Plata a París en canoa o en 747. No jodamos. Eso de andar engrupiéndose con frases baratas, por más que la prosa suene divina, no me parece muy inteligente. Prefiero decepcionarme un poco con la verdad y así poder corregir el rumbo, que vivir en una nube de pedos.
La autoestima... ¿Cómo hago?
Rizando el rizo, voy a describir mi realidad en este momento: tengo parientes, pero no familia. Tengo casa, pero no hogar. Tengo dinero y soy pobre. Y en lo profundo pienso que no me merezco más.