miércoles, 12 de mayo de 2021

Stefy

Busco una partner in crime, como le dicen en inglés, una cómplice, una mujer que me inspire. Por otro lado, agradecería que no despierte al monstruo que llevo dentro o en su defecto que aunque sea sepa hacerle los mimos que hagan falta. Que me acompañe y prefiera mi compañía. Busco conexión, más que nada, aunque eso no está circunscripto a mis relaciones románticas sino que me resulta fundamental en cualquier relación que encaro, sin importar su naturaleza. Y en más o menos palabras, eso es lo que intento transmitir en mi perfil de Tinder. Por supuesto que me queda claro que estoy yendo a un restaurante de comida rápida e intento encontrar un plato gourmet. Clarísimo, pero la situación es chota y me cuesta cerrarle la puerta a cualquier posibilidad, por remota que sea la probabilidad de que dé frutos.
Todo eso no precluye que algunas veces sea literal en mi reacción de arrastrar el dedo a la derecha cuando veo la foto de alguna que sé que no va a llenar mis expectativas pero que simplemente... básicamente... se parte de buena. Ladies and gentlemen: meet Stefy. No voy a andar con eufemismos o delicadezas: la realidad es que con 29 años tiene unas nalgas excelentes, suculentas y crocantes, con fantástica cintura, piernas y espalda, y aunque no mucho busto queda fuera de toda duda que lo poco que hay refleja un absoluto estado de perfección y un obstinado desafío a la fuerza de gravedad. La cara, a todo esto, no amerita mayores comentarios, ni positivos (no es memorable) ni negativos (tampoco es vomitiva). Es, en una palabra, tentadora. Pero las fotos que publica en su perfil (esencialmente en ropa interior hecha de algo demasiado caro como para andar desperdiciando tela) y el corto diálogo que intercambiamos reflejan la característica que más identifica a Stefy: es barata regalada. Busca coger y poco más. Es clara y concisa al respecto, sin disimulos, sin andar pidiendo permiso ni disculpas. ¿Querés garchar? Esto es lo que hay. Chiche bombón.
Al margen de cualquier juicio de valor sobre el aspecto moral o algo así, lo primero que me surge son las palabras de un sabio pelotudo que conocí hace mucho: acostarse con alguien es fácil, despertarse es lo difícil. Y la verdad es que después de un esfuerzo titánico pero exitoso para someter mis nada despreciables instintos básicos, lo que finalmente inclinó la balanza fue el saber positivamente que no iba a acercarme a lo que busco: conexión, de esa que surge a un nivel íntimo entre dos personas que están desnudas una frente a la otra incluso con la ropa puesta. Otra frase que escuché, esta vez hace poco: hoy en día es más fácil sacarse la ropa que desnudar el alma café de por medio. Lapidaria. Y tristemente cierta.
A medida que pasaron los días después de ese diálogo me iban surgiendo repercusiones, y la que más me afectó fue la pregunta de si esto iba a ser todo lo que podía esperar encontrar de acá en más, como si hubiera llegado a un punto en que la inocencia de mis expectativas dieran paso al cinismo de la edad, cediendo cualquier aspiración romántica a la realidad del mercado. Me imaginé yendo a tomar algo con esta chica, probablemente a cenar, y todo el tiempo dándome vueltas en la cabeza el saber en qué iba a terminar eso. El deseo sexual llena los blancos, hasta que uno descarga. Y ahí es donde los blancos, lo que no sabemos de la otra persona, e incluso lo que intuimos, se convierten en el lugar perfecto para que aterricen nuestros miedos. Pero incluso sin miedos, quedamos en silencio con nosotros mismos y acompañados de alguien con quien ya no tenemos qué decir ni hacer hasta el próximo polvo. Alguno se sentirá menos cohibido que otro, le restará importancia, se habrá convencido de que es "normal", pero la zanja está y el puente no.
No. Me. Gusta.
Hay quienes se sienten cómodos masturbándose con otro ser humano en lugar de usar la mano. Yo no. Me parece horrible, y el consentimiento mutuo me resulta una razón tan legítima como cualquier otra excusa donde se evita hablar del verdadero centro de la cuestión: el valor de un ser humano. Como si la falta de autoestima y respeto por sí mismo que pueda tener una persona nos habilita al resto a usarla libremente. Desde el momento en que alguien extirpa el sexo del hecho de compartir la intimidad con otro ser humano, desde el momento en que el sexo deja de ser reflejo de la conexión romántica entre dos personas y lo convierte en una actividad aislada, autónoma, un fin en sí mismo, algo equiparable a un deporte... una vez lograda esa transición, todo lo demás es coherente con la postura de Stefy. Yo no logro esa transición, esa disociación, y si bien no estoy convencido de mi postura, la realidad muestra una y otra vez que es la más valiosa y la más trascendente. Es la diferencia entre despertarse e irse con un "nos hablamos", y quedarse en la cama acurrucados, sintiéndonos bendecidos por la vida y honrados por la compañía. Me pregunto a qué se llegará mentalmente, a qué conclusiones, y qué autoconvencimientos uno adoptará después de hacer repetidas veces lo que hoy tan elegantemente se denomina sexo casual.
Así y todo, sigo preguntándome si no estoy equivocado, si no soy cabeza dura, antiguo, mojigato, si no me estoy perdiendo de algo, y una larga lista de cosas que pensé o escuché durante toda mi vida. No sé si el tiempo dirá o es solamente una muletilla y me moriré sin haber aclarado el tema.