lunes, 28 de febrero de 2022

puesta al día

Hace un par de años ya que me volví a este psiquiátrico a cielo abierto. No ha sido fácil. Lo que más me cuesta, por si no se notó, es adaptarme a la desidia y la obsesiva determinación de los argentinos por vivir como la mierda y, en lo posible y lo inimaginable, empeorar día a día.
Corría el 2020 y en la plaza donde voy habitualmente con Perro para que... se explaye como perro, conocí a Odontóloga. En aquel momento estaba en pareja y con dos border collie, una hembra típica blanca y negra, y su hijo con pelaje llamado azul. Al tiempo se separó y en la división de bienes se quedó, además de sin pareja, sin el cachorro, que reemplazó con una hembra casi totalmente negra. Reservada y antisocial, apenas cruzábamos un "hola" y cada muerte de obispo algún comentario. Después de un tiempo y básicamente de la nada, me pidió mi teléfono por si en el futuro se nos ocurría cruzar a Perro con su cachorra. En algún punto comentó que ella iba mucho a la playa con las perras y como yo hago lo mismo, le mandé un mensaje a ver si quería que fuéramos juntos. Con un lacónico "no gracias" quedó zanjado el tema. Ok. Un par de semanas después me dijo que castró a la perra. Borré el número. Si no es por los perros, no puedo hacer ninguna actividad con vos y sos tan cerrada, no me servís. No hay despecho, ni sobrerreacción ni nada: puro (aunque admito: algo frío) pragmatismo.
Seguimos con nuestros "holas" semanales y breves pero interesantes charlas bimensuales, hasta que el año pasado tuve un tema con un diente y se lo mencioné, y me ofreció pasar por su consultorio y revisarme. Dicho y hecho, bastante más relajada pero yo mantuve distancia. En esas charlas me di cuenta de que es una persona con muchas dificultades emocionales en su historia y que explican y justifican plenamente su personalidad y la actitud que guarda para conmigo, no sé con el resto, así que con paciencia y respetando a rajatabla sus tiempos, he logrado que se acerque un poco, incluso que me interrogue acerca de mi vida. Después de todo, sus mambos no la hacen menos atractiva o inteligente.
El otro día, todo este proceso tuvo un hito: le estaba recomendando uno de los cafés que me gustan y que se puede ir con perros, y al rato me dijo que ya podríamos empezar una amistad y la podría invitar a ese café. Como soy una persona que perdona pero no olvida, cuando me dijo lo de la amistad le pregunté si no iba un poquito rápido, pero cuando me dijo que podía invitarla a tomar un café la miré muy serio y le dije, sin ambigüedad, que no, a lo que enseguida se rió y se ofreció a invitarme ella.
Esto fue hace unos diez días y, honestamente, no creo que pase nada más. Incluso el otro día me la encontré y le dije que quería tomar ese café con ella, como para allanarle un poco el camino; no dijo nada relevante. No pensaba presionarla ni sacar el tema, pero hablándolo con una amiga que la conoce, también de la plaza, coincidimos en que si bien sería lo "correcto", el tema es que para alguien como Odontóloga lo que hizo ya es un logro enorme y no lleva a nada apelar al orgullo; es más productivo encontrarse a mitad de camino.
A diferencia de Odontóloga, que tiene mi edad o poco menos, hace unas semanas conocí, también en la plaza, a la dueña de Ame, a la que voy a llamar... Ame. Diseñadora industrial, 33 años, tiene un trabajo formal y un emprendimiento. Inteligente, sabe escribir, sabe pensar, pero dispersa como toda mujer. A pesar de que durante semanas estuvo viniendo a la plaza yo nunca realmente la "vi", en el sentido que no hizo pip en mi radar. Y de pronto hace cosa de un mes hizo pip. No sé qué fue. La siguiente vez que me la crucé me puse a mirarla con más atención y no me pareció llamativa, sobre todo para mi gusto típico. Ni cuerpazo, ni ojos particularmente llamativos, ni cara, ni yo qué sé. Pero parece femenina y delicada, sin llegar a ser frágil tipo Audrey Hepburn. Y es fina. Lamentablemente, no hemos pasado del contacto perruno y alguna charla sobre nuestros emprendimientos, pero voy a tratar de charlar más. La buena noticia es que me pasó el perfil de Instagram de lo que hace (mochilas, mallas...) y se la ve en bikini, y está pipí cucú. Mucho más no tengo para contar, pero lo que hay es positivo. Ahora falta que se me prenda la neurona y logre acercármele. Entre nos... lo dudo, pero me debo el intento.
Quizás dando un giro más pesimista, me rompe el corazón ver a este tipo en el espejo y pensar que se va a quedar solo. Tengo mucho para dar, y con todos mis defectos creo que soy un activo muy valioso en la vida de los que me rodean. No de todos, por supuesto; con los que me caen mal debo ser infumable, pero mis ex-novias que no deberían estar en un psiquiátrico me aprecian y no tiene ningún reparo en decírmelo. Y se los agradezco. Me hace bien escucharlo. Ya lo escribí otras veces, formulado de una u otra forma: necesito que mi novia me bese con hambre, hambre de mí. Me falta eso y punto Como andar en moto o sacar fotos o el dulce de leche o estar en Sicilia.

sábado, 26 de febrero de 2022

argentos sueltos

Con nuestra ("nos [...] el pueblo de la nación argentina") baja autoestima y near zero idea del mundo y sus rincones, de las alternativas que existen, y del esfuerzo y los beneficios que implican, no es raro ver en la tele o el diario historias de argentos, argentas, argentes, argentxs, argent@s que se fueron a Timbuktu (echale la culpa a Katie Melua, si querés, pero me gusta mucho más el nombre en inglés que en castellano), pusieron un negocio de bombillas veganas y, contra viento y marea, tuvieron éxito: abrieron sucursales, empezaron con las franquicias, etc. O los becaron para ir a Francia y llegaron a directores de algo relevante en el CERN o mandando robots exploradores a Marte, o trasplantando corazones a presidentes en EE.UU.
Esas historias suelen ser bastante constructivas, no pintan un paraíso ni nada, y apuntan a lo triste del hecho que Argentina tiene un potencial humano desaprovechado, básicamente por la incapacidad estructural de fomentar y aprovechar el talento humano. Eso, la corrupción, la incompetencia y el desorden son quizás los cuatro grandes pecados que mantienen en el piso a lo que de otra manera sería un país espectacular. A esa gente se los ve como a una especie de modelo al que aspirar, personas que contra viento y marea llegaron alto en su campo de actividad.
De lo que se habla menos es de los que quedan en el camino de las oportunidades. Un cartonero que sale a las 5 de la mañana y vuelve a las 11 de la noche para poder juntar 2 pesos para mandar a sus hijos a la escuela y asegurarles un futuro mejor. El almacenero que no se toma vacaciones en dos décadas para que a su esposa no le falte el medicamento que necesita por lo que sea que tenga y el seguro médico se borró. El albañil que no tiene la más mínima idea de lo que es un domingo libre porque quiere tener su casa propia. En lo personal, creo que estas personas son admirables.
Pero de lo que no se habla en lo absoluto es de los héroes de este país que deciden hacer algo por los demás de otra manera, una más sutil y más peligrosa, pero también más perdurable y que nos beneficia al resto. Los que cruzan por la senda peatonal cuando les corresponde (casi siempre). Que pasean con su perro por una plaza y cuando viene un energúmeno en su motito le piden que se baje. Que tiran el papelito en el tacho de basura o se lo guardan en el bolsillo hasta que vuelven a su casa. Que llegan a horario. Que devuelven las cosas como se las prestaron. Los que no tocan bocina cuando van a buscar a alguien y no tienen ganas de bajarse del auto a tocar timbre para avisar que llegaron. Esencialmente, no solamente hacen las cosas como se debe sino que predican con el ejemplo y, además (y acá está la clave) le hacen frente a la desidia y el decaimiento moral en el que está sumido mi país haciéndole frente activamente, no solamente en charlas de café. Son los que no subscriben al viva la pepa, y encima lo hacen con la resistencia de los demás, que a veces llega a la violencia, la humillación, el insulto.
La decencia debería actuar como cimiento de una solidez medieval sobre el cual construir un país, sus instituciones y basar el comportamiento de una nación, desde lo más cotidiano hasta lo más relevante. En lugar de eso, en Argentina hoy en día es apenas una carpa de tela vieja, agujereada y mal vista; y esos héroes de los que no se habla hacen de estacas. Cuando vengo por la derecha, no se trata de pasar primero porque soy más que el otro: se trata de guiar al otro suplantando con mi determinación la niebla mental y confusa en la que vive por falta de educación. No es superioridad moral o intelectual, es simple sentido común que hay que esparcir. Es un deber cívico. Nadie duda en decirle a un chico de 5 años por dónde cruzar la calle; por qué dudarlo si a ese chico le sumamos 30 años desaprovechados. A pesar de lo que me dijo un pobre tipo cuando le pedí que levante la caca de su perro, nadie es lo suficientemente viejo para no necesitar consejos. Que somos latinos y descendientes de italianos/españoles es una excusa barata de vagos ignorantes, orgullosos de su mediocridad o incapaces de aspirar a algo mejor y hacer lo que haga falta para lograrlo.
El mundo está lleno de gente de mierda, seres humanos que tendrían que haberse quedado en un preservativo y un tampón. Lo último que necesita es gente que contemporice, y lo que primero es gente buena y que predique con el ejemplo, a pesar de la resistencia activa y hasta agresiva de los otros. Las reglas no son una expresión de deseo, ni se hicieron para romperse. Son una genialidad que tenemos para regular nuestras interacciones. Cuando hablamos de países desarrollados no se trata de que sus autos son más caros y sus calles tienen mejor pavimento y los tranvías están limpios o los intereses de los préstamos hipotecarios son más bajos; esas son consecuencias, no razones, de su desarrollo. La causa: el respeto a las reglas, de los que tienen que seguirlas (todos) y de los que las redactan, pero ese ya es otro tema.
A veces no me da vergüenza ser humano.

martes, 8 de febrero de 2022

cuatro años y un día

Ayer Perro cumplió 4. Mi maestro Jedi, mi mejor amigo, compañero, number one fan y viceversa, el que se quedó a mi lado cuando tuve COVID, la criatura más gentil que conozco, mi víctima, mi caja negra.
Cada equis años me surge la fantasía de a qué punto de mi vida regresaría si tuviera una máquina del tiempo o, mejor todavía, si pudiera rebobinarla: cuando decidí ir a un bar donde terminé conociendo a una chica que después se convirtió en mi novia y 2 años más tarde me rompió el corazón, cuando manejé 5 km/h demasiado rápido y me encontré con otro objeto más grande y duro, cosas así. Últimamente, el momento número 1 a candidato para volver sería el día que me dieron a Tobías en Nürnberg y en lugar de ponerlo en la caja sobre el asiento delantero del acompañante, a mi lado, donde pudiera verlo y cuidarlo, lo puse en el baúl como me dijo la señora que me lo vendió y en quien yo, en mi ignorancia, confié pensando que ella sabía. Cuando llegué a Múnich, 140 km y 1 hora 45 minutos después, vi por primera y última vez un perro verde grisáceo de la descompostura, asustado hasta la médula y que no sabía quién era yo, su secuestrador. Cuando finalmente subí a mi departamento y lo puse en el piso, se sentó y se quedó así durante 25 minutos sentado y sin moverse, probablemente porque el piso para él todavía se movía. Lo haría todo, TODO (juntar su caca y su vómito, limpiar su pis del parqué, sacarlo 3 veces a la noche para que aprenda a hacer afuera, gastar el equivalente a un auto en veterinario, juguetes y alimento) solamente para reescribir esa primera parte de nuestra relación. Y para tratarlo mejor, sobre todo con más comprensión y empatía. Paciencia tuve, igual que pedagogía, pero soy un desastre cuando estoy frustrado.
Pero acá estoy, estamos, disfrutando la vida juntos. Él definitivamente haciendo mi vida mejor. No me las doy de Nostradamus pero fue precisamente la razón número uno para comprármelo. Mi crianza no fue óptima (quién podría presumir de eso) pero se juntaron algunos factores que ya los discutí acá mismo en más de una ocasión. El resultado fue, soy, una persona con... dificultades emocionales. Así están las cosas y parte de la solución es aceptar las circunstancias y aprender a maniobrar con lo que es, no lo que debería ser. Pero por haber compartido mi vida con un pastor australiano (el de mi ex), se me hizo claro que un bichito de estos iba a ser una contribución gigante a mi persona. No me equivoqué. De hecho, puedo afirmar sin ninguna vergüenza que me quedé corto en mi predicción. Excelente.
Hay una frase que así como le implantan un chip a los perros, deberían tatuársela a los dueños: si el perro hace algo mal (sin entrar en detalles de la definición de "mal") la culpa es tuya. Así como, dicen los alemanes, "no hay mal clima sino mala ropa", no hay malos perros sino malos dueños. Esa es la frase que me cambió mi visión del tener un perro, y la que más me ayuda a tratarlo como se merece y no como me dicta el libreto que me da mi estupidez. De a poco voy mejorando, gracias principalmente al respeto que me inspira su devoción y su carácter: puro amor, dulzura, humildad, inocencia, nobleza... un montón de palabras que en Planeta Tierra 2022 van cayéndose del lenguaje para hacer lugar a chat (eso que hacemos con la nariz enterrada en el teléfono cuando estamos con otros seres humanos sentados a la misma mesa), compartir (aplastando el verdadero significado de esa palabra y suplantándolo por lo que en realidad quieren decir: mirá lo que yo tengo y vos no), amigo (potencial cliente/presa de rapiña), víctima (idiota con piel hecha de papel de arroz), género (mi opinión subjetiva es más importante que la realidad objetiva), y un montón de eufemismos para lo que es esencialmente una degradación de lo que significaba ser humano, de los avances logrados por los Galileo de todas las ramas de la ética, la moral, el derecho, la ciencia y demás tonterías.
Una de los denominadores comunes entre la gente que se deprime es la tendencia a la nostalgia y un gusto por sobreanalizar las cosas, aderezado con una pizca de inteligencia. Mala combinación. Perro, como todos los perros, según explican los que saben, vive en el presente. Para él, cualquier cosa que para pensarla haya que rebobinar más de 5 segundos, se le escapa, y el futuro es tan inescrutable como poco interesante. Su prioridad es estar conmigo, y de a poco, irresistiblemente, la mía es estar con él. Actividades como andar en moto están perdiendo posiciones en mi lista de preferencias, un poco ayudada por lo poco tentador que es manejar en línea recta por cientos de km, en calles y rutas que simulan campos de prueba de munición antipista JP233, y pululadas por sociópatas ignorantes furiosos kamikases asesinos. Ir a un café a escribir, como lo estoy haciendo en este instante, también va siendo reemplazado por paseos por la costa que incluyen bajadas a la playa. No un sacrificio agonizante, admito, pero a veces uno quiere cumplir con sus rituales, no cenar a París. Como sea, Perro, hoy, es el andamiaje de mi vida. Mucho para un perro, lo sé, pero sin novia, sin trabajo de 9 a 5 y sin suficiente vida social, uno se reclina donde hay sombra, y Perro no tiene ningún problema. Al contrario, pareciera.
Excelente.

domingo, 6 de febrero de 2022

cancelado

Es un buen día. Salió el sol después de varias jornadas de lluvia. Iba a escribir algo, pero mejor no. Mi abuela, con todo lo fea persona que era, me enseñó algunas cosas muy útiles, como que si no tenés algo bueno para decir, callate. (Ojalá ella hubiera subscripto a esa filosofía.)
Me voy a caminar con Perro.