sábado, 26 de febrero de 2022

argentos sueltos

Con nuestra ("nos [...] el pueblo de la nación argentina") baja autoestima y near zero idea del mundo y sus rincones, de las alternativas que existen, y del esfuerzo y los beneficios que implican, no es raro ver en la tele o el diario historias de argentos, argentas, argentes, argentxs, argent@s que se fueron a Timbuktu (echale la culpa a Katie Melua, si querés, pero me gusta mucho más el nombre en inglés que en castellano), pusieron un negocio de bombillas veganas y, contra viento y marea, tuvieron éxito: abrieron sucursales, empezaron con las franquicias, etc. O los becaron para ir a Francia y llegaron a directores de algo relevante en el CERN o mandando robots exploradores a Marte, o trasplantando corazones a presidentes en EE.UU.
Esas historias suelen ser bastante constructivas, no pintan un paraíso ni nada, y apuntan a lo triste del hecho que Argentina tiene un potencial humano desaprovechado, básicamente por la incapacidad estructural de fomentar y aprovechar el talento humano. Eso, la corrupción, la incompetencia y el desorden son quizás los cuatro grandes pecados que mantienen en el piso a lo que de otra manera sería un país espectacular. A esa gente se los ve como a una especie de modelo al que aspirar, personas que contra viento y marea llegaron alto en su campo de actividad.
De lo que se habla menos es de los que quedan en el camino de las oportunidades. Un cartonero que sale a las 5 de la mañana y vuelve a las 11 de la noche para poder juntar 2 pesos para mandar a sus hijos a la escuela y asegurarles un futuro mejor. El almacenero que no se toma vacaciones en dos décadas para que a su esposa no le falte el medicamento que necesita por lo que sea que tenga y el seguro médico se borró. El albañil que no tiene la más mínima idea de lo que es un domingo libre porque quiere tener su casa propia. En lo personal, creo que estas personas son admirables.
Pero de lo que no se habla en lo absoluto es de los héroes de este país que deciden hacer algo por los demás de otra manera, una más sutil y más peligrosa, pero también más perdurable y que nos beneficia al resto. Los que cruzan por la senda peatonal cuando les corresponde (casi siempre). Que pasean con su perro por una plaza y cuando viene un energúmeno en su motito le piden que se baje. Que tiran el papelito en el tacho de basura o se lo guardan en el bolsillo hasta que vuelven a su casa. Que llegan a horario. Que devuelven las cosas como se las prestaron. Los que no tocan bocina cuando van a buscar a alguien y no tienen ganas de bajarse del auto a tocar timbre para avisar que llegaron. Esencialmente, no solamente hacen las cosas como se debe sino que predican con el ejemplo y, además (y acá está la clave) le hacen frente a la desidia y el decaimiento moral en el que está sumido mi país haciéndole frente activamente, no solamente en charlas de café. Son los que no subscriben al viva la pepa, y encima lo hacen con la resistencia de los demás, que a veces llega a la violencia, la humillación, el insulto.
La decencia debería actuar como cimiento de una solidez medieval sobre el cual construir un país, sus instituciones y basar el comportamiento de una nación, desde lo más cotidiano hasta lo más relevante. En lugar de eso, en Argentina hoy en día es apenas una carpa de tela vieja, agujereada y mal vista; y esos héroes de los que no se habla hacen de estacas. Cuando vengo por la derecha, no se trata de pasar primero porque soy más que el otro: se trata de guiar al otro suplantando con mi determinación la niebla mental y confusa en la que vive por falta de educación. No es superioridad moral o intelectual, es simple sentido común que hay que esparcir. Es un deber cívico. Nadie duda en decirle a un chico de 5 años por dónde cruzar la calle; por qué dudarlo si a ese chico le sumamos 30 años desaprovechados. A pesar de lo que me dijo un pobre tipo cuando le pedí que levante la caca de su perro, nadie es lo suficientemente viejo para no necesitar consejos. Que somos latinos y descendientes de italianos/españoles es una excusa barata de vagos ignorantes, orgullosos de su mediocridad o incapaces de aspirar a algo mejor y hacer lo que haga falta para lograrlo.
El mundo está lleno de gente de mierda, seres humanos que tendrían que haberse quedado en un preservativo y un tampón. Lo último que necesita es gente que contemporice, y lo que primero es gente buena y que predique con el ejemplo, a pesar de la resistencia activa y hasta agresiva de los otros. Las reglas no son una expresión de deseo, ni se hicieron para romperse. Son una genialidad que tenemos para regular nuestras interacciones. Cuando hablamos de países desarrollados no se trata de que sus autos son más caros y sus calles tienen mejor pavimento y los tranvías están limpios o los intereses de los préstamos hipotecarios son más bajos; esas son consecuencias, no razones, de su desarrollo. La causa: el respeto a las reglas, de los que tienen que seguirlas (todos) y de los que las redactan, pero ese ya es otro tema.
A veces no me da vergüenza ser humano.

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