jueves, 30 de abril de 2020

consecuencias

Si usa cualquier cosa que tenga un estampado de leopardo: zapatos, ropa interior, capucha, cartera, tapizado, cinturón... lo que sea.
Si no tiene sentido del humor.
Si no escucha.
Si no piensa.
Si come con la boca abierta.
Si es gorda.
Si es promiscua.
Si no sabe, puede o quiere pedir disculpas cuando debería.
Si es feminista.
Si es machista.

Estoy leyendo un libro italiano, en parte para practicar el idioma, en parte porque me encanta. Es una especie de compendio de historias de viaje, tomando de la mano el viaje interior al viaje geográfico del protagonista de turno. Seguro que hay mucho romanticismo de mi parte, pero el hecho es que disfruto este libro como si saboreara una comida de a bocados chiquitos o el desvestir a una mujer si solamente en eso pudiera írseme la noche entera.
Al principio no fue voluntario: hay muchas palabras que no conozco y tengo que leer y releer (y en el interín buscar en el diccionario) y volver a leer para captar la esencia de las oraciones, de los párrafos y, eventualmente, de la historia. Y son historias hermosas, con párrafos muy bien escritos, y con oraciones simples y bellas. Lo bello generalmente es simple. A medida que avanzaba, de a 1 o 2 páginas por día, empecé a darme cuenta que el ritmo lento que llevaba era el motivo por el que disfruto tanto este libro. Era la diferencia entre tomarse el subte desde el Louvre hasta el Arc de Triomphe o ir caminando: el subte tarda 5 minutos, caminando puede llevar toda una vida.
Otro factor enorme que me hace difícil y lento leer libros en italiano es que tantas palabras suelen traerme recuerdos muy fuertes. En las 500 veces que fui a Italia, ya sea por un par de horas o por 3 meses, a rascarme el higo o a trabajar, casi no recuerdo cosas malas. Una vez, en Roma, un imbécil de la Guarda di Finanza (una descripción para nada específica, por lo que supe después con los años) quiso demostrar que tenía el pito más largo, pero fue una de esas cosas que uno olvida nada más dar vuelta a la esquina. Otra vez perdí la billetera, o mejor dicho me la dejé en el techo del auto mientras cargaba combustible, y cuando llegué al hotel... bue... digamos que no estaba más en el techo del auto. También me agarró una lluvia monstruosa en Verona y tuve que pagar €180 una habitación por una noche, porque había una feria de la industria del mármol y estaba todo ocupado. Honestamente no puedo acordarme de nada más para poner en la columna de los negativos, que ni siquiera lo fueron. Dimos vuelta la esquina y el bobo de la Guarda di Finanza desapareció para siempre; compré una billetera por €5 y reemplacé las tarjetas con un par de llamadas, y disfruté la vista del piso 14 en una de las habitaciones más lindas en las que he estado.
De atardeceres también me acuerdo. En general sobre la moto... siempre sobre la moto. Si manejaba medianamente hacia el este veía mi sombra, larga, acovachado atrás de la pantalla, complementando la silueta de la moto como si hubiéramos sido paridos juntos. A veces con mucho frío porque había salido varias horas antes y no llevé abrigo para la vuelta, y sin embargo traía conmigo el calor que solamente da el sentirme más rico interiormente por las experiencias del día. La cantidad de palabras que asocio a otras tantas anécdotas... creo que abarcan todo el diccionario.

A medida que pasan los días, la cuarentena y yo nos amigamos, e incluso Martín y yo nos amigamos, y charlamos (la cuarentena, Martín y yo) de algunas cosas que viví y me invade una nostalgia profunda, aunque no como la que lleva a uno a deprimirse, sino a inspirarse, a querer hurgar en los recuerdos y capitalizarlos de alguna manera: una nostalgia positiva. En lugar de ponerme triste por no estar allá donde andar en moto se siente como si hubiera nacido para vivir cada segundo, me hace pensar en lo que voy a hacer cuando todo esto pase y pueda ir una vez más. Incluso extraño cosas que no sabía que extrañaría, como la nieve (aunque no como para anhelar volver a verla jamás), o los supermercados en Alemania, tan surtidos, o la posibilidad de estar en un café lleno hasta el traste y de todos modos poder concentrarme en un libro porque todos hablan un idioma ajeno. Creo que son cosas que un argentino no puede encontrar en Argentina, ni siquiera en Buenos Aires.
Algo más que trajo la cuarentena fue el virtualmente anular la posibilidad de conocer a alguien en plan romántico. Para alguien tan inútil y negado como yo en el campo de conocer nuevas personas, y tan desesperado por encontrar mi mejor mitad, esto es algo serio. La cosa ya venía de mal en peor y que de pronto nos digan a todos que no nos acerquemos, que no hagamos cursos o exhibiciones o competencias de nada... te caga todo un montón de posibilidades de conocer gente, mujeres en particular, de edad apropiada, con cerebro, atractivo estético de mi gusto particular y alguna que otra cualidad que tiene que tener y alguna otra que no.
Es normal que al conocer a una chica que me atrae un poco, al punto de darme curiosidad, busco crear la situación donde pueda bucear en ella un poco más para eventualmente descubrir que no es lo que yo esperaba. Como en cualquier proceso de aprendizaje, cada vez que esto sucede es necesario destruir una pequeña parte de mi entendimiento de las mujeres y del mundo, para reemplazarlo con algo más ajustado a la realidad con lo que proceder mejor la próxima. Un ciclo de este tipo tiene la desventaja de ser lento, absorbente y caro emocionalmente. La inversión es mucha y el beneficio, hasta ahora, nulo. Como siempre digo: me importa un bledo que lo que te no te mata te hace más fuerte. Yo no quiero ser más fuerte, quiero ser feliz.

jueves, 9 de abril de 2020

soy feminista

Quién lo hubiera dicho... Lo descubrí anoche mientras volvía a casa con Perro y esquivaba controles policiales como si fuera Pablo Escobar con una mochila llena de merca. Hice compras para mí, para mi mamá y saqué al pobre bicho que se está oxidando de no hacer nada. Es como tener el Octubre Rojo reposando en el comedor; no está hecho para eso.
El COVID-19 tiene estadísticas interesantes, si entendemos como "interesante" que te disparen en la rodilla. Pero yendo a los números, tiene una mortalidad de alrededor del 5%, y varía por país en función de cuánto hace que están lidiando con el problema, la tasa de pruebas, la capacidad sanitaria, cuestiones culturales, etc. Por ejemplo, por nombrar dos países que geográficamente son muy cercanos pero en todo lo demás podríamos hablar de antípodas, Italia tiene una mortalidad del 12,1% mientras que Alemania el 1,2%: 10 veces menos.
También hay disponibles estadísticas de las muertes por edad, que muestran muy claro que cuanto más viejo el paciente, más probabilidades de morir. Esto se junta con la forma en que actúa el virus, que es básicamente una gripe de mierda que afecta nada menos que la respiración. Así que si uno es viejo, lo usual es que acumule durante su vida alguna afección, y el virus, si no te mata solito, se alía y potencia lo que ya tenías para mandarte a tocar el arpa. De lo que no se habla tanto, aunque se sabe (pero no el porqué), es que si bien afecta a ambos sexos por igual, por cada mujer que muere por el virus, mueren 3 hombres. Esto es claramente discriminación sufrida por las mujeres por el COVID-19. Lamentablemente, opciones como fusilar dos mujeres por cada tres hombres que mueren por este virus podría ser interpretado como una bestialidad en algunos círculos, ya sea que se trate de una mujer sana o de una que ya esté en terapia intensiva. Quizás sería algo más tolerable para las sensibilidades establecer cupos de acceso a los respiradores; algo así como los cupos a gerencias en las empresas o en los poderes legislativos, o a cualquier lugar donde se le dé prioridad a las mujeres, incluso en inferioridad de idoneidad para el cargo basándose en algo tan ridículo y patriarcal como un currículum o, peor todavía, los méritos objetivos de les candidates. De esta manera obligaríamos a ese virus machirulo a ponerse las pilas y tratar a todes por igual. Punto 1.
Punto 2: en Argentina, la esperanza de vida de las mujeres es de 80,3 años, mientras que la de los hombres es 72,8. Contra toda lógica, sin embargo, las mujeres se jubilan a los 60 y los hombres a los 65. Esto significa que actualmente las mujeres representan el triple de costo para el sistema previsional. Una solución muy simple para corregir semejante injusticia provocada por el patriarcado sería triplicar las retenciones previsionales para las mujeres, o disminuir a un tercio el monto de sus jubilaciones; o una combinación de eso que equipare la relación aportes/beneficios a la de los hombres. Un gran paso en pos de la igualdad de géneros y en la eliminación de la omnipresente misoginia, y al mismo tiempo un empujoncito nada despreciable a las arcas del Estado. Win-win. Una opción más tierna para los espíritus delicados sería que las mujeres trabajen más años (hasta los 71 y 3 meses, decimal más, decimal menos), cosa de equiparar la relación entre tiempo aportando y tiempo gozando beneficios.
Punto 3: por cada mujer que muere asesinada, mueren 4 hombres. Es decir, los asesinos son claramente misóginos. Pero con la ayuda abnegada por la causa que nos pueden prestar las miembras integrantas de nuestro movimiento, seguro lo logramos: por cada 4 hombres que mueren asesinados, 3 participantas de las marchas de niunamenos se paran en una palangana, la llenan de cemento y se tiran al río, mar o ciénaga de su conveniencia, con tal de que tenga como mínimo 2 metros de profundidad. Hasta podemos organizar colectas populares para cubrir el flete para aquellas que no vivan cerca de alguna de esas tres cosas. Siempre queda la opción de fusilarlas, claro, para lo cual podemos poner una línea de atención telefónica para que se comuniquen las voluntarias a sacrificarse por la igualdad de género.
Punto 4: aunque las mujeres intentan suicidarse unas 3 veces más que los hombres, las muertes por suicidio son 3 veces más altas en los hombres. O sea: el suicidio es androcentrista y misógino, negando a las mujeres la libertad de tomar decisiones sobre sus vidas. Después de todo, ellas luchan por su derecho a echarse un polvo con quien y cuando se les cante (literalmente) la cotorra, y exigir un aborto legal, seguro y gratuito, o sea, asesinar a la vida que llevan gestándose, y la intervención debe ser pagada por el resto de la sociedad en lugar de despilfarrar los impuestos en abastecer hospitales, escuelas y comisarías. Entonces, la forma de contrarrestar semejante injusticia en las tasas de suicidio me parece demasiado obvia, pero revisando el historial de la capacidad de análisis de más de une, mejor explayarse: hay que hacer demostraciones, pintadas, gritos y protestas en cada foro que exista para que el Estado garantice el suicidio legal, seguro y gratuito, proveyendo a las voluntarias con sogas (de buena calidad, con perfumito a almendra o nectarina, confeccionadas en algodón de cultivos renovables, con terminación suavecita que no dañe la piel del cuello), navajas (afiladas, desinfectadas, con mango hipoalergénico), edificios altos (con alfombra roja a puntos de salto claramente señalizados, quizás un fotógrafo de turno para inmortalizar el evento) o cualquier otro medio que la mujer de turno necesite para terminar con su vida en forma efectiva y eficiente, y así avanzar hacia la tan elusiva igualdad. Quizás dictar cursos sobre métodos efectivos e indoloros, porque se ve que muy claro no lo tienen. Métodos como tirarse adelante de un tren deberían ser desalentados, porque provoca retrasos y otras complicaciones, además de necesitar mucho limpiavidrios.

Tan ridículas suenan algunas de estas cosas, que es increíble que alguien haya llegado a este punto sin haberse dado cuenta de que es una sátira, pero más relevante es que no resulten obvios los paralelismos que tienen con la realidad, cosas que ya están pasando, aunque invertidas. En nombre de conseguir una supuesta igualdad (supuesta por dos motivos: porque no es eso lo que persigue hoy el feminismo, y también porque la igualdad hace décadas que fue conseguida) se cometen atrocidades y estupideces contra los hombres, a veces incluso rubricadas por poderes legislativos que deberían estar muy por encima de semejante idiotez, como si hubiera que desquitarse en lugar de luchar por algo con verdadero valor y que realmente aporte a nuestra evolución como especie. Es triste que haga falta la aclaración, pero estamos en una época donde los fanáticos irracionales y deshonestos intelectuales, y no solamente en este tema, en lugar de ir extinguiéndose y dejando lugar al progreso, tienen cada vez más cuña gracias a herramientas tan constructivas como gritar más fuerte, avasallar los derechos ajenos y aferrarse tenazmente a la ignorancia. Entre esas cuñas se incluye la censura a todo lo que no se ajuste a su cosmovisión, en lugar de plantear argumentos.
Basta con ver lo que pasa hoy en día en el Congreso argentino: la pelotudez figura de femicidio fue reconocida (si bien no explícitamente, lo cual no sé si es por sentido común o por evitar quedar como idiota tan patentemente) en el Código Penal por medio del Artículo 80 in fine, aumentando la pena por matar a una mujer en comparación a matar a un hombre. Esta pena era de 8 a 25 años en función de las circunstancias, pero ahora es reclusión perpetua cuando el asesinato se haya producido por un hombre y por el hecho de que la víctima sea mujer. Vale decir, si una mujer mata a un hombre porque es hombre, entonces la pena máxima sigue siendo 25 años, pero si es a la inversa, obligatoriamente es reclusión o prisión perpetua. Precioso.
Como ese hay, increíblemente, muchísimos ejemplos. Como la idiotez que viví en la empresa donde trabajé en Alemania, donde un día nos mandaron un memorándum, muy orgullosos ellos, explicando que a igualdad e incluso en inferioridad de calificaciones entre dos candidatos de diferente sexo, iban a elegir a la mujer... por ser mujer. El nivel de condescendencia que hay que tener para hacer eso no se le escapó a ninguno pero sí a muchas, que no solamente no dijeron ni pío sino que encima festejaban. Faltaba que le dieran un chocolatín a la nueva empleada, como al chico con síndrome de Down que hace un dibujo de mierda, más parecido a una paloma contra un tren bala que al perro que intentó dibujar, pero nadie se lo dice. Mi problema quizás sea que acostumbro tratar a la gente adulta como adultos, no como idiotas, independientemente de qué tienen entre las piernas; aunque no parece ser una costumbre generalizada.