viernes, 21 de enero de 2022

After life

Pocas cosas tan eficientes como las redes sociales para perder el tiempo. Pero de vez en cuando nos cruzamos con cosas con las que resonamos y nos dejan dándole vueltas durante días, como esta: donde el alma sonría, ahí es. Mágico.
Es que mi alma anda llorando por los rincones porque no encuentro mi lugar en el mundo, ni geográfica, ni mental, ni emocionalmente. O sea, de atrás para adelante: no encontré el amor, ni paz en la cabeza, ni me parece aceptable el despelote que es mi país. Y en esto último me quiero concentrar.
Este psiquiátrico a cielo abierto, además de su lado para mí familiar y que siento mi hogar, está plagado de ejemplos de lo que no hay que hacer si uno quiere... no digamos progresar como sociedad, sino siquiera funcionar. Aunque aplicado a Argentina, pretender que funcione implica que progrese, porque esto así no va. A ningún lado. O a ningún lado bueno.
Por otro lado, el lugar que dejé, Alemania... no, no dejé el lugar, dejé la sociedad. De eso salí corriendo, de los alemanes como pseudo-seres humanos, no del lugar geográfico, que es muy lindo, o de lo político, que con todas las fallas que un alemán te pueda detallar, está siglos por delante de la payasada que es mi país, payasada mezcla del Pennywise en la novela It de Stephen King, y el Krusty de Los Simpsons. Pero volviendo a la idea, dejé el-lugar-donde-están-los-alemanes-o-sea-Alemania porque me estaba muriendo. Mi alma se estaba marchitando mal y si seguía ahí iba a terminar estampando la moto contra un Actros.
Siguiendo con lo que escribí la última vez, y a riesgo de ser repetitivo, mi vida en este momento está tan vacía de sentimientos, y se me hace tan inconsecuente para el resto del planeta, que la única métrica que puedo mirar para ver si estoy logrando algo es ese numerito que me dice dónde estoy parado económicamente: si estoy ganando o perdiendo con mi emprendimiento. Mis relaciones personales se limitan a dos personas en el mundo con las que comparto sangre, y un grupo más de gente que en su mayoría están en otra placa tectónica y solamente la tecnología las mantiene artificialmente en mi vida. Ni siquiera vemos las mismas estrellas cuando alzamos la vista de noche. Y los extraño terriblemente. Ellos son el resultado remanente de haber conocido miles y miles de personas y haberlas rechazado a todas por una cosa u otra, excepto a esas 10 o 20. Son inteligentes y determinados, comparten mis valores, me quieren y es mutuo. Son mi tesoro en la vida, la versión humana de mi moto o Perro.
Ricky Gervais es un tipo que además de muy inteligente, coincido con él en muchas cosas, y una de sus últimas creaciones es la serie After Life. Cada temporada, demasiado corta para mi gusto, nos ofrece diferentes presentaciones del mismo problema existencial del protagonista para digerir lo que le pasó antes de que empezara a contarse la historia. En la tercera temporada, el estilo es una revolcada en lo mismo que se mostró antes, con algunas buceadas en asuntos hasta de mal gusto, para finalmente en el cuarto capítulo dedicarnos una caricia en el alma con una mezcla de ejemplos de humanidad, consejos y palabras de aliento. Me acuerdo que cuando lo vi, hace un par de días apenas, tuve esa sensación hermosa que uno experimenta, si presta atención, cuando se da cuenta de que crece como ser humano. Cuando le cae la ficha de algo trascendente y que no sabía antes, que lo tenía a mal traer. Hay que verla, hay que pasar por la montaña rusa de sensaciones para finalmente disfrutar ese capítulo como se merece.
Me gustaría tener algo más positivo para escribir, no por la audiencia, que es ínfima, sino por mí. Lo que escribo es un reflejo de uno u otro aspecto mi vida, y si siento que mi vida no me ofrece proyectos, futuro, alegrías, sentirme realizado... es difícil venir acá y escribir cosas lindas. Me pregunto, por supuesto, si el problema no soy yo más que el lugar donde estoy. Probablemente, o quizás no, pero este lugar es uno de esos donde uno, por intentar mejorarlo, termina jugándose la salud mental de una manera que es difícil de justificar. La retirada, el probar en otra parte, parece ser la única alternativa sensata.