miércoles, 24 de abril de 2024

Propaganda

No, no como en "publicidad", sino el grupo musical alemán de los '80 donde cantaba la estadounidense Betsi Miller, que en 1990 sacó el tema Wound in my Heart y nos rompió la cabeza a todos por dos motivos: porque era hermoso, y porque los que no hablábamos inglés perfectamente entendimos la mitad de lo que la guacha esa decía. Incluso hoy (esta tarde, de hecho), con la letra en la pantalla, no lograba cazar varias cosas. Es que pronuncia raro, como Sting, que tampoco se le entiende un choto. En fin, me perdono.
¿De dónde viene todo esto? Como me mudé al departamento de mi niñez, me encontré con cosas de mi niñez/adolescencia, como unos casetes de música Grundig y Aiwa con temas de aquellos años. Si bien hoy en día Heaven de Brian Adams es una de las canciones más hermosas que conozco, Wound in my Heart le andaría cerca. Al margen de la calidad pedorra que tiene un casete comparado con CD o un archivo de MP3 bien hecho (de 320 kbps para arriba), y más un casete grabado hace 40 años, el asunto es que hoy con internet se puede bajar la música de cualquier grupo, cantante, autor o época, de un concierto, disco, película o lo que sea. Va a sonar mejor y se puede guardar toda la producción discografica humana (se estima en 18,75 millones de canciones) en el espacio de un paquete de 1 kg de azúcar.
La pregunta, entonces, es: ¿los tiro? La respuesta, claramente, es sí, y de hecho ya los tiré, pero no quiere decir que no haya generado en mí ciertas dudas existenciales. Cuándo no...
Soy un tipo nostálgico, me gustan las historias y las anécdotas y saber quién hizo qué, cuándo, por qué, para quién, cómo. Imaginarme el proceso para fabricar algo, para diseñarlo, la motivación, la tecnología disponible en ese momento. Hermana es diferente. Ella mira para adelante y más o menos se caga en el pasado y en la historia de las cosas. Si hoy le sirven, bien, si no, tacho y move on. Y ella no se deprime.
Así que yo, que me deprimo, aprendí a imitarla a veces, no siempre, pero a veces. Eso, sumado a que desde que me mudé a este departamento y se me juntaron mil cosas, me agarró el ataque minimalista y quiero sacarme de encima lo que en inglés le dicen clutter: esas cosas innecesarias en la vida y que no hacen más que ocupar lugar. Peor, embarullan nuestra vida, requieren limpieza y traen caos. Reducen nuestro espacio, nos sofocan, y nuestros herederos se las van a meter en el orto, además de llevarles días enteros deshacerse de todo eso.
Tengo un ejemplo muy lamentable: el martes pasado un ex-compañero de la secundaria fue al médico por unas molestias. Le detectaron cáncer con metástasis hasta en la sombra. Murió ayer a la mañana, una semana más tarde. ¿Qué se llevó? ¿Qué dejó de hacer para acumular esas cosas? ¿Disfrutó esas cosas? ¿Las van a disfrutar los que lo sobreviven? Sus hijos, sus padres, su esposa...
Sin embargo, por muy insalubre que sea, mi personalidad nostálgica no es algo a lo que yo pueda meterle un tiro en la nuca y enterrar donde nadie la encuentre. Me gusta lo que me gusta. No puedo andar tirando todo, pero puedo "des-cluttear" un poco mi vida, tanto en casetes como en muchas otras cosas, incluidos mis pensamientos. Me encanta algo que escuché que dijo Marie Kondo, de lo que no sé mucho más que esto, parafraseado: if it brings joy to your life, adentro, y si no, chau. Que, ahora que lo pienso, me suena a esa frase que dice que edites tu vida sin asco; es tu única vida. Poné lo que te parezca, y sacá lo que te perjudique de cualquier manera. Es algo bestia y probablemente egoista, pero me pregunto: si hay que pecar, ¿para qué lado conviene? ¿Mejor dar y dar y sacrificarse, o mejor cuidarse, resguardarse? En este mundo, probablemente los segundo, sobre todo si uno está solo, como yo. Pero una vocecita en mi cabeza me dice que mejor todavía es encontrar el equilibrio y saber cuándo es mejor aguantar y cuándo mandar a la mierda algo o a alguien. El arte de vivir, resumiría yo.

domingo, 14 de abril de 2024

revolcarse en la vida

Es moda, o pérdida, o absoluta estupidez pensar que la parte física es la esencia de una relación de pareja. Sin embargo, y sin sorpresa, esa es la opinión predominante. Como despotricaba Omar Alfanno en Amores como el nuestro, de sábanas mojadas hablan las canciones. Pareciera que todo se reduce a una buena revolcada y eso es todo el compromiso e inversión a los que las personas están dispuestas. De construir, ni pío. De conocer al otro, de abrirse, de darle la llave a nuestras peores facetas y arriesgarnos al rechazo, nada. Lo peor, para mí, por lo menos, con mi medio siglo, es el ejército de pelotudas (que ya vienen un poco idiotas de fábrica) queriendo demostrarse a sí mismas, a las amigas, al ex y a la sociedad lo deseables que todavía son, pero que no lo son, aunque ellas lo saben y no lo quieren asumir. La infección de la autopercepción vs realidad no se limita al género, al punto que hoy, a 90 años, el tango Cambalache recobra vigencia y "lo mismo un burro que un gran profesor" se reescribe (sin rimar, lo sé) como que vale lo mismo la opinión de alguien que invierte años y se rompe el lomo, los ojos y el coco estudiando un tema, que la de un mocoso de 34 años con el pelo verde, pollera y un teclado, que mientras todavía está en 2do año de alguna "carrera" de la facultad de sociales se pone a regurgitar estupideces ajenas; y esa descripción de lo que es el mocoso es exhaustiva aunque no hable del cerebro, no por falta de detallismo, sino por falta de cerebro.
Hay una chica en la plaza, con 2 perras tipo salchicha pero sobredimensionadas. Nada sobre lo que detenerse a hablar, pero la cara y los ojos de la chica, sí. Así que eso es lo que hice, y muy amablemente lo primero que hizo fue aclararme que se separó del "padre" de las perras y los problemas de pago de alimento (literalmente, porque es para las perras) y cosas así. El cuerpo todavía es una incógnita porque la muy desconsiderada no usa ropa aunque sea un poquito ajustada. Con eso en cuenta, el otro día me la encontré casi en la puerta de la casa así que hicimos unos metros con una charla ligera pero agradable, que tuve que interrumpir porque yo iba en una dirección y ella en otra. Para mi satisfacción, pareció algo decepcionada de no seguir conversando y me dijo que otro día me contaba lo que sea que me estaba contando. Admito que no estoy seguro de si me olvidé o si no le estaba prestando atención.
Al margen de cómo siga esta historia en particular, un lujo al que puedo acceder yo en mi especial situación laboral y financiera es el tiempo. Tengo tiempo para leer (que lo hago, y mucho), para aprender a tocar el piano (cosa que no estoy haciendo), estar con Perro y cultivar nuestra relación y mi carácter, y varias otras cosas que uno normalmente tiene que esperar a estar bastante viejo, cachuzo y jubilado para encarar. Y con ese tiempo libre viene la contemplación y, combinada con buenos libros, se suceden las observaciones de las cosas de la vida y algunas conclusiones útiles y no tan útiles. Lo que viene no sé bien en qué categoría cae, pero es esta: en lugar de tanto revolcarse en la cama, como busca la mayoría, parece, yo busco revolcarme en la vida. A tal punto, y he tenido el placer de tener ese tipo de compañía, aunque sea parcialmente y por períodos no lo suficientemente largos, que hoy me he vuelto más exigente. Las marcas de agua que esas personas han dejado en diferentes aspectos me mostraron a lo que uno puede aspirar, y resignarme a menos se me ha vuelto aparentemente imposible. Lo cual, dicho en términos clínicos, es una reverenda cagada, y más considerando que me vine de Europa, efectivamente el centro o por lo menos la cuna de la civilización occidental, y Argentina, apenas un apéndice irrelevante del Polo Sur, lleno de pingüinos y otras criaturas en mi opinión no tan inteligentes y definitivamente muy faltos de criterio, como los argentinos.
Revolcarme por la vida: salir a caminar, charlar, sentarnos en algún café y contarnos nuestros pensamientos, miedos, necesidades, gustos y anécdotas, hacer planes juntos, viajar, dormirnos juntos, mirar una peli, y sí, tener sexo. Casi en ese orden.

martes, 2 de abril de 2024

volviendo a casa

A pesar de haber amputado el 80% de la estadía en Buenos Aires, el hecho es que pasé 36 horas (desde el jueves a la mañana hasta el viernes a la tarde) fuera de Mar del Plata sin Perro, que lo dejé con una amiga que además cuida perros, o una cuida perros que además nos estamos haciendo amigos. Ella también tiene su mundo interior algo resquebrajado y Perro (no un perro: Perro) por supuesto hizo su magia, así que en lugar de ir a buscarlo cuando llegué, me aguanté hasta el domingo. Más o menos. Porque como se fue con la pareja a Sierra de los Padres, fui con la moto (otra muy buena terapia) hasta allá a verlo/s. Me quedé un par de horas solamente y me volví para almorzar en familia, y ya más a la tarde sí lo recuperé definitivamente.
Recapitulando, se lo llevé el miércoles a la noche y supuestamente me lo tenía que dar el lunes a la tarde, una vez que dejara el paquete en Ezeiza y volviera, pero como las cosas resultaron tan pedorramente pedorras, yo también necesitaba mucho de la magia de Perro. Como sea, esas 86 horas fueron el período más largo que estuve sin verlo en los últimos 4 años y un mes, desde que se lo dejé 9 días a mi mamá cuando me fui a dar una vuelta por El Calafate.
El tema de estar sin Perro en casa fue totalmente raro. Me podía mover sin que él me mirara fijo a ver si iba a atreverme a salir sin llevarlo. Podía ir al baño solo, un lujo con el que no contaba desde hacía 6 años, cuando lo traje a mi vida. Podía estirar las piernas abajo del escritorio mientras usaba la computadora. O pasar de la cocina al lavadero sin llevarme puesto el plato de agua. No tenía que salir a las 11 de la noche a dar la última vuelta. Podía manejar como se me daba la gana, doblando y frenando a lo bestia, como debe ser ;) También podía pasar de la cocina a las habitaciones sin tener cuidado de pisarlo, porque le gusta acostarse exactamente en el medio del paso. Incluso pude ir a dar una vuelta en moto y a tomar un café, sin la culpa de abandonarlo en el medio del Sahara por un mes, sin agua o comida; o por lo menos eso es lo que leo en sus ojos cada vez que salgo sin él. Y sin embargo...
¿En serio tengo que explicarlo? Es que me vine a un café con la compu, me puse a escribir, disfruté de mi desayuno, seguí escribiendo, miré con cara de orto al gordo nefasto que se viene a ver videítos a todo volumen en su teléfono, seguí escribiendo, le hice mimos a perro, escribí un poco más, y llegué a este punto donde de pronto se me hizo tan obvio que si un improbable lector llegó hasta acá, no creo que haga falta deletrearle lo idiotamente chata que es la vida sin Perro. No es que no pueda vivirla, ni que no valga la pena, o que le falte sentido, o que sea lo que le da alegría al asunto; es que Perro es un amplificador de cosas lindas y un reductor de cosas feas. Con él, salir a caminar pasa de ser un simple ejercicio saludable a ser toda una aventura, a reírse de cosas que antes ni siquiera veía, y alegrarle la vida a todos los que nos cruzamos. Mezcla de payaso, ángel y bebote, no puedo pedir mejor compañero.

Tema mujeres, o novia: puedo decir que en Buenos Aires hay mujeres extraordinariamente lindas, igual que en Mar del Plata y más, pero además con un poco más de mundo, no tan pueblerinas desubicadas. Ahora cómo hago, es la pregunta, para engancharme con una... no sabo. Pero por lo menos eso quedó establecido, cosa que antes no sabía. Algo es algo. No sé si voy a poder aprovechar ese conocimiento, pero ahora sé que están, que existen.

sábado, 30 de marzo de 2024

querida Buenos Aires

Jueves ida, a llevar a un amigo y pasar unos días con él, y viernes vuelta en lugar de lunes vuelta. Es que aparentemente soy un prick, un asshole y un dick. Esas son las que me acuerdo.
Vino un conocido/amigo/ex-compañero de trabajo a visitarme. Es de Luxemburgo y ahora vive ahí, pero nos conocimos en Múnich mientras trabajábamos en F1. Hace unos 10-12 años el contacto casi murió, aunque de vez en cuando nos mandamos algún mensaje por WhatsApp.
El año pasado se mudó de Oxford, donde estuvo trabajando para el equipo de Mercedes, a su Luxemburgo natal, y esa mudanza fomentó algo más de charla, incluidos audios de hasta 15 minutos. Es un tipo muy agradable y una persona normal enseguida se siente cómoda con él. Una persona normal. Yo, no. Algo, en algún lugar de este laberinto mental tamaño sistema solar que tengo por cabeza me decía que prestara atención. Freud decía que "the more perfect a person is on the outside, the more demons they have on the inside". Y aunque Freud, al que le debemos muchos avances en el tema de la salud mental, no es santo de mi devoción, en mi opinión eso que dijo es un mantra.
Volviendo a mi visitante, vino hace 10 días y se queda hasta este lunes. Nos pasamos una linda semana en mi ciudad, tomando café y en general rascándonos, visitando algún museo, muchos restaurantes y paseando con Perro. Para cerrar, organicé que pasáramos los últimos 4 días en Buenos Aires, la imperdible. Tigre, Teatro Colón, the lot.
El jueves al mediodía, entrando con el auto a Buenos Aires, a punto de cruzar el Riachuelo, se le ocurrió agarrar mi celular para guiarme. Le expliqué que no era necesario, que viví en BsAs varios años y, en una ciudad o conglomerado de 15 millones de habitantes y una superficie más de 5 veces mayor a la de Luxemburgo, el lugar al que íbamos a pernoctar quedaba a 26 metros del departamento de un amigo de la universidad y debo haber ido 200 veces a esa dirección. No lo aceptó. No quería que nos perdiéramos, aparentemente. La realidad es que desde el primer momento, desde que se bajó del LH510, empezó una campaña creciente de críticas a mi persona y algo focalizadas en mi manejo. Que soy agresivo cuando voy en auto (y cuando respiro) no lo discuto; al contrario, me disculpo y trato de bajar el ritmo para no incomodar a mi pasajero. Pero entonces empezó a criticar la distancia a la que dejaba mi costado del auto a la columna de la cochera donde lo guardo. Y la distancia de su lado al auto de al lado. Y al auto de adelante cuando lo dejaba en la calle. Y si ponía el guiño muy sobre la esquina donde iba a doblar, o con demasiada anticipación. Y aparentemente el ángulo de mi espalda (demasiado inclinado hacia adelante, resultó) no era el correcto, e indicaba unívocamente mi agresividad. El hecho de que me encanta inclinarme hacia adelante, que lo hago para ver mejor por los espejos, y que me relaja la espalda donde, además de concentrarse mis muchas tensiones, tengo una operación que me salvó de una vida en silla de ruedas y sin coger, no es relevante. Él me vio manejando 3 segundos y desculó todo lo que hay para saber sobre mí. A la gente le gusta tener de qué agarrarse (y defenderlo a capa y espada) mucho más de lo que les interesa saber la verdad sobre las cosas. Me incluyo, y lo evito todo lo que puedo.
Volviendo a las críticas, las toleré. No me interesa. Me jode que no confíe y se relaje, me rompe las bolas con tanta crítica y comentario sobre cada vez que respiro y me gustaría que se deje llevar y ya, pero si no puede lo comprendo, y tolero que me rompa las pelotas. Más que manejar todo lo tranquilo que me sea posible, no puedo hacer.
Así que mientras me advertía de cada auto cambiando de carril (que en la autopista entrando a BsAs es un millón de veces por minuto), los perros sueltos, las hebras de pasto y las salidas o desviaciones, le pedí que no lo hiciera más, que yo sabía a dónde íbamos y no había ni de qué preocuparse, ni necesidad de indicaciones. Además, hacía rato que no entraba en Buenos Aires y quería demostrarme que podía llegar a donde iba sin ayuda. Que siguiera el navegador, si quería, que me monitoreara, pero que no me diera indicaciones. El sistema de tránsito en Argentina es mucho más tolerante que el europeo cuando uno comete errores. Allá uno se pasa una salida y termina en otro país, acá simplemente das la vuelta en algún lado y perdiste 10 minutos, nada más.
Pero no hubo caso. Le pedí mi teléfono y dijo que no. Extendí la mano para que me lo diera, y lo alejó. Lo que me resultó rarísimo fue que le estaba pidiendo que me diera mi teléfono, no el de él o el aparato de un tercero. Mi teléfono. Así que lo tomé. Se enojó, empezó a decirme cosas muy floreadas y a los gritos. Le pedí que no me insulte y le aclaré que yo no era las cosas que me estaba diciendo, y que prefería que no siguiera en esa línea de comportamiento. Un momento ideal para callarse y repensar el asunto, incluso para que pidiera disculpas por irse de boca. Pero no: prefirió redoblar la apuesta. Ahí me quedó claro lo que piensa realmente de mí y me callé la boca.
Acá me conviene aclarar dos cosas.
La primera, que situaciones así se reducen a que la mayoría de nosotros nos enfrentamos a la decisión entre recular de lo que dijimos y redoblarlo. La gente cree que es su opinión, no que la opinión y uno son dos cosas diferentes. Una vez exteriorizada esa opinión, sienten que estarían perdiendo algo (no sé qué) dando marcha atrás, a tal punto que el pensamiento crítico se les apaga, si es que alguna vez estuvo encendido.
La otra aclaración tiene que ver con el enojo y lo que hace que digamos. La mayor parte de la gente, cuando se enoja, recurre a los insultos, a herir, a atacar a la otra persona. Se sale de lo que efectivamente piensa del otro y abre un cajón donde guarda cosas hirientes, y las blande sin miramientos. Hay (habemos) otros que cuando nos enojamos no recurrimos a ese cajón (que lo tenemos, pero elegimos no abrirlo), aunque podemos llegar a abrir el cajón de cosas que sí pensamos, que sí opinamos de la otra persona y las creemos verdaderas y reales y descriptivas de lo que son o hacen, pero que en condiciones normales no mencionamos porque pueden resultar hirientes, porque no aportan a la interacción o, simplemente, porque no vienen al caso. Eso de andar (hablando mal y pronto) revolviendo mierda para ganar una discusión, mencionando alguna ofensa de hace 7 años y que encima ya se resolvió con una disculpa, una corrección y hasta una compensación, no porta nada. Solamente abre heridas y es un perfecto ejemplo de lo que se diría tóxico. Gracias a una rubia novia que tuve hace 15 años, aprendí a ser mejor que eso. Realmente lo aprendí; no es arrogancia ni voy a recurrir a falsa modestia. Ella me lo enseñó y yo fui lo suficientemente piola de prestar atención, y no ha hecho más que rendir frutos. A costa de haber sido vapuleado muchas veces, esta última incluida, puedo jactarme de no haber herido a otro ser humano gratuitamente refregándole cosas que no vienen al caso o que no reflejan lo que verdaderamente opino de esa persona. Un corolario de esta actitud es que nunca me arrepiento de algo que dije, sino a lo sumo de haberlo dicho. Pero si lo digo, el contenido es real y lo puedo conversar, no necesito desdecirme. Enorme diferencia.
Una tercera cosa que aclarar, una yapa, típico de mí, que me acuerdo de cosas a medida que escribo otras: en 2010 (de los detalles me acuerdo por haberlo charlado anoche con un amigo que lo conoce) fuimos a Italia, a Milán, en un viaje de trabajo. A la vuelta, llegando a Múnich, no recuerdo cuál de los dos iba manejando, él tenía dolor de cabeza y a mí se me ocurrió encender la radio y explotó (él, no la radio). No recuerdo si me insultó, pero me trató bastante para la mierda de alguna manera. Unos días más tarde, algo ayudado por el hecho de que lo evité en la oficina, lo admitió y me pidió disculpas. Ese episodio me vino a la cabeza cuando me dijo que venía a Argentina a visitarme por 12 días, disparó algunas alertas y despertó mi escepticismo.
Total, que llegamos al departamento (sin ayuda del navegador, quisiera destacar) que había reservado, me fui a caminar un rato, me lo crucé un par de veces entrando o saliendo, y cuando verifiqué mi sospecha de que no iba a haber vuelta atrás, decidí irme. No es que no consideré disculparme, sino que de todo corazón no logré descular qué hice tan mal para semejante explosión y abuso verbal. El tema es que la estadía estaba arruinada y no soy tan frío o maduro o lo que sea para seguir compartiendo un lugar con él y lograr disfrutar mi tiempo en Buenos Aires, y no me iba a gastar plata que no tengo en alquilar otro alojamiento, además de que no tenía sentido. Así que disfruté de una cena, una noche de pésimo sueño, un hermoso desayuno acompañado por la mujer más mujer que he visto en meses (aunque sentada en otra mesa, que no supo que existo, y que llegó con el novio, marido o lo que fuera el cerdo cochino ese), junté mis cosas, me subí al auto y me volví a casa, no sin antes dejarle pesos para que se mueva y coma, y organizarle el traslado al aeropuerto el lunes. También le mandé un mensaje explicándole cómo manejarse y que me contacte si necesita algo, y buen viaje.
Buena vida, macho, te envidio muchas cosas menos a vos.

sábado, 9 de marzo de 2024

R 1100RT

En algún momento entre 1995 y 1997, pasé caminando por el que probablemente fuera el único concesionario de motos BMW en Argentina, obviamente en Buenos Aires. Estaba sobre la Av. Libertador, en alguna esquina cerca de Av. Callao, si no me equivoco. En la vidriera de la calle lateral (¿Rodriguez Peña?) había una R 1100RT plateada, que bien podría haber sido un X-Wing, para el efecto que tuvo. Yo iba con un amigo que vivía cerca del Cementerio de la Recoleta. En aquella época uno salía a caminar de noche sin demasiados resquemores a ser asaltado o peor, y con este amigo en particular solíamos hacer justamente eso y charlar del universo. Era tarde, pasamos por el concesionario y vi la moto. Con la ñata contra el vidrio, como cantaría Edmundo Rivero en el Cafetín de Buenos Aires de Discépolo, sentencié con toda la convicción de la que fui capaz que NUNCA iba a tener una de esas, ni nada que se le parezca, para el caso. Esas indulgencias de la vida eran para otra clase de personas, hombres de otro calibre.
A ese amigo hoy no lo veo más. Era tremendamente inteligente pero, como todos, en realidad, inteligentes o no, también era su peor enemigo. Y un enemigo tan inteligente hacía mucho daño. El tema es que con su ejemplo y su influencia me llevaba hacia una senda que al día de hoy me alegro de no haber transitado. Ya es suficiente con mi forma distorsionada de ver la vida, y no hubiera sido bueno dejarme influenciar por la de él. Pero otro amigo, uno contemporáneo, me decía el otro día lo difícil que debe ser para alguien como yo conseguir pareja. Relacionarse conmigo es en general difícil, entre otras cosas porque pienso demasiado, contemplo los aspectos de la vida desde muchos puntos de vista y muchas posibilidades, soy analítico, inteligente y observador. Por eso, es raro que alguien me mencione una posibilidad que no haya considerado. Pasa, por supuesto, pero no es la regla. Y él conjeturaba que si le sumamos mis experiencias (viajes, idiomas, estudios, trabajo, culturas...) es muy complicado encontrar a alguien a mi altura. Y que esté buena. Olvidate.
Por esto y mucho más, hace unos meses tomé una decisión: me iba a resignar a no encontrar novia. Una soberana mierda, pero pensé que si lo aceptaba, si de alguna manera llegaba al punto en que perdía, deponía, toda esperanza, iba a poder disfrutar del resto de los aspectos de la (por lo demás excelente) vida que tengo. Con sus bemoles, sus altos y bajos, pero flor de vida que tengo. Tengo mis dos piernas, ambos brazos, desde la última vez que me senté a escribir sigo sin tumores detectados, el cerebro (a su manera) funciona, tengo techo, comida y, en general, salvo lo que tenga que ver con sexo, la pirámide de Maslow está bastante cubierta. No todo, pero más que suficiente, diría, por lo menos teniendo en cuenta el contexto, es decir, el hecho de que vivo en Argentina, que con todas mis observaciones y quejas, no es Sierra Leona.
Volviendo a mi decisión, sabía que no iba a ser fácil. En los últimos años, cuando veía una mujer linda en la calle o en otra mesa en un café, por poner un ejemplo, primero me temblaban las rodillas, se me daba vuelta el estómago, empezaba con una letanía de escenarios posibles para hablarle, mientras simultáneamente una vocecita dentro de mi cabeza me decía que no tenía caso mirarla, que era inútil, no había nada que hacer. Ni era lo suficientemente bueno para ella, ni sabría cómo encararla. Hoy en día, con el mismo libreto pero cada vez más claro y fuerte, esa vocecita me dice que eso no está en las cartas. No importa lo que me esfuerce, lo bueno que sea, las virtudes que cultive y los defectos que me mate por corregir, no soy merecedor de una mujer de calidad. Cuando salí con una novia linda por fuera y por dentro, creo que en mi cabeza la actitud era la de aprovechar mientras dure, porque el destino iba a corregir el desvío de las cosas y devolverlas a su cauce natural y justo. Tuve una novia que tranquilamente podía ser la hermana linda de Alice Eve, y cuando fui descubriendo y asumiendo el hecho de que era muy, pero muy puta, y en mí no había ni iba a haber forma de digerirlo, a pesar del dolor del descubrimiento sentí también alivio por lo que significaba casi como la respuesta a un misterio: el de por qué había conseguido semejante belleza a mi lado. Al día de hoy, veo alguna mujer más linda que ella cada 5 años, con suerte. Realmente extraordinaria, que lamentablemente usaba su vagina como un banco de donación de esperma. Al día de hoy, también, no logro digerirlo, y me gustaría cortarles el pito a todos los que se masturbaron con ella. Porque resulta, también, que era una maravillosa persona. Pero esa es otra historia.
La cosa es que, si bien estoy embarcado en este proceso de asumir las cartas que tengo y no dar cabida a delirios de amor, no es fácil, y sigo sufriendo cuando veo una mujer que me gusta. Se ha hecho algo más llevadero, pero no estoy seguro de si voy a llegar a buen puerto. Tengo miedo de que se me dispare por otro lado, de volverme demasiado cínico, o pesimista, o cosas así. No sé el precio de lo que elegí, pero no me imagino que va a ser agradable. Lo que me empuja a seguir es esta especie de táctica de aceptar que no voy a encontrar algo y por eso no gastar enormes recursos en buscarlo. Choto, estoy de acuerdo, pero no sé qué otra cosa hacer.

martes, 5 de marzo de 2024

admiración

Hay momentos, muchos, por suerte, en que me siento muy feliz con mi vida. Despertarme a la mañana y que antes de poder abrir las pestañas esté perro respirándome en la cara y haciéndome reír con sus boberías, tener cuatro clases de queso en la heladera, mermeladas de tres gustos diferentes, techo, electricidad, calefacción, estar sin tumores (detectados) y cosas así, son invaluables y las aprecio en su dimensión.
Había escrito este párrafo en la entrada anterior, justo antes de la última oración, pero quiero elaborar sobre el tema. Así como la dejé, esa entrada quedó quizás un poco pesimista, pero espero que esta aclaración la redima. Y a mí.
Es que no quiero dejar la impresión de ser un desagradecido con la vida. No lo soy. En lo peor de la depresión, cuando tomar conscientemente la primera bocanada de aire del día dolía del esfuerzo, la resignación de que tenía todo un día por delante y el montón de humanos que lo componían no conseguían voltear mi voluntad de vivir. En algún rincón tenía algo enterrado tan profundo que la depresión no llegó a arañar: mis ganas de vivir. De alguna manera, pensaba que en algún momento la depresión iba a pasar y esa chispa iba a provocar la llama que me iba a devolver a la vida. Por suerte fue así. Agradezco a los dioses del abismo que me arrastraron, o por lo menos a esa parte de mí, a su seno, fuera del alcance de la depresión, y me liberaron cuando pasó lo peor. Si suena ominoso, cataclísmico, es porque lo es. No hubo nada en mi vida con más consecuencias que la depresión. Nacer, podría argumentarse, y lo será morir. Pero en el medio de esas dos cosas: la depresión, sin dudas. Por lo menos hasta ahora. Y por mucha diferencia. El segundo puesto sería el descubrimiento de la moto, aunque muy, pero muy por debajo.
Algo que ha cambiado mi vida para mejor, y creo que yo estoy haciendo lo mismo por ella, es la señora que limpia en mi trabajo. Por empezar, le pago más del doble de lo que pagan en el centro de Mar del Plata y como mínimo el 50% más de lo que pagan mis vecinos. La trato con respeto, la escucho, le aconsejo (porque me lo pide). La historia de vida de esta señora es estremecedora.
Por empezar, cuando no había completado tercer grado, el padre la sacó, y ella y a las hermanas, de la escuela y la mandó a limpiar casas, donde la dejaban encerrada para irse a la playa mientras ella trabajaba. No pudo terminar de aprender a leer. Tuvo su primer (de 9) hijo a los 13 años y una pareja que la golpeaba. Y esa es la parte que me contó; supongo que la historia es más intensa pero no creo que disfrute publicándola. Con la pareja que está ahora vivía en lo de la madre de él, con quien el hijo hace un par de semana se peleó y los echó; la mayoría de sus cosas (ropa, muebles, enseres) quedó en esa casa y la mujer les hizo una denuncia que derivó en una orden de restricción. Después lograron que el juez les permitiera ir a llevarse sus cosas, pero fue la nuera (novia de uno de sus hijos) y la mujer llamó a la policía y terminó presa, y esta señora tuvo que ir a la comisaría a declarar. Además, ahora duerme en una casa con la consuegra (la mamá de la que fue presa) y como son demasiados, tuvo que comprarse una carpa usada y duerme afuera, en el terreno, porque no da para llamarlo jardín.
Es decir, esta mujer se toma un taxi (si pudiera pagarlo) y viajaría parada. Sé que no es motivo para alegrarse, por más que mi abuela materna siempre insistía en que uno tenía que hacerlo si había gente que estaba peor, pero sí me impulsó a apreciar la vida que tengo, con todos los lujos y privilegios, principalmente gracias a mi familia que pudo mandarme a un buen colegio y después pude ir a la universidad. Aunque me haya pagado la carrera yo, y la mitad de la carrera haya estado bajo mi techo (alquilado), la otra mitad, sin la cual no hubiera completado mis estudios, me la dieron ellos. Eso fue decisivo. Sin eso, nada. A tal punto estaba tranquilo con mi situación, que pude concentrarme en los estudios, sacarme buenas notas, y con eso empecé mi periplo de becas y títulos, idiomas y experiencias alucinantes que hoy, por más que no consiga ni una pobre boluda que me dé pelota y se enamore de mí, me hacen el bicho interesante que soy. Lo difícil no me lo sacó, pero la peloteo. Esa parte parece ser más tarea de Perro, pobrecito.
Para cerrar, hoy justamente estaba hablando con una amiga del tema de los efectos de tener perro: si bien me ha enseñado a ser más gentil, también me polarizó. Perro no entiendo folletos explicativos o instrucciones; entiende amor y comandos claros y hambre y sueño y todos mis sentimientos. Y me quiere a morir, como yo a él. Y entonces, los humanos, con su mierda y sus segundas intenciones, al lado de la honestidad de un perro, por más que no sea perfecto, quedan horriblemente mal parados. El Nimitz contra un kayak. Así nomás. Eso tiene el efecto de que no me hago ningún problema en ruthlessly edit the people in my life, como leí alguna vez. Se refería a editar la lista de gente en mi círculo interno y no a las personas en sí, obviamente, que no se pueden cambiar sino que eso tiene que venir de ellas. Ya no pierdo tiempo y esfuerzo intentando acomodarme a gente de mierda sino que directamente los paso. Todos los que quiero me provocan una dosis más o menos importante de admiración, y sin ese componente, no me interesan en mi vida. Al principio fue duro, hoy todavía un poco me cuesta y hasta me siento mal en ocasiones, pero vivo mucho mejor, con un círculo social más chico pero mucho más valioso.

sábado, 2 de marzo de 2024

libros

En la versión de 1995 de Sabrina, con Harrison Ford y Julia Ormond, hay un personaje, el padre de Sabrina Fairchild, del que nunca sabemos el nombre de pila y se lo conoce simplemente como el Sr. Fairchild. Representado por John Wood, aparece quizás 60 segundos en la pantalla, posiblemente ni eso. Este hombre está en la película para dos cosas: ser la roca a la que Sabrina puede volver y de la que sujetarse, y dar un ejemplo de vida digna a todo el que mire, no solamente a su hija. Con diferencias, me hace acordar a mi abuelo.
El Sr. Fairchild lee, lee libros, muchos libros. Fue su sueño en la vida: poder descansar y dedicarse a leer libros. No voy a hacerme el que responde a un fatalismo poético, pero a mí también me gusta muchísimo leer. Es un entretenimiento, por supuesto, pero es, principalmente, creo, un lugar a donde ir con la mente a descansar, no del trabajo sino de la realidad. Un lugar a donde escapar; ese sería entonces un mejor verbo. Uno se enfrasca en una historia ajena y disfruta las vivencias de otros, sin riesgos, decepciones, costos o arrepentimientos. No importa lo que uno empatice con un personaje, siempre se puede cerrar el libro y salir a caminar. Con perro, obviamente.
En mi caso, al haber agotado la mayor parte de los libros de fotografía en venta en Mar del Plata y varias otras ciudades a ambos lados del Atlántico, encontré otra veta en libros que en lugar de hablar del arte en sí, tratan sobre sus protagonistas, los fotógrafos: un Henry Cartier-Bresson, Robert Doisneau, Brassaï y otros, y se enfocan ya sea en su obra como en su biografía. Y esto último me llevó a empezar a comprar libros que incluyen minibiografías de muchos grandes fotógrafos y apenas un par de fotos famosas de cada uno. Una vez que terminé también con ese tipo de libros, tuve un pequeño impasse y, después de un par de meses, en un acto de desesperación llegué a mis últimas dos adquisiciones: un libro de fotos de nada menos que Buenos Aires, con texto de nada menos que Borges, y otro con minibiografías esta vez de grandes escritores, fotografiados por grandes fotógrafos. En este último me desayuné, por ejemplo, que Doisneau era medio queso sacando retratos. Quién lo hubiera dicho.
En este nicho de vida que me encuentro, trabajando pocas horas por semana y ganando lo suficiente y un poco más, tengo tiempo libre al punto de que me siento entre culpable y ocioso. Sé que puedo hacer cosas más productivas con ese tiempo, pero mientras tanto lo disfruto muchísimo leyendo libros, tomando café y paseando con Perro. Tengo también tiempo para pensar, aunque el material que me presenta la realidad es bastante pedorro: guerra en Israel/Franja de Gaza, guerra en Ucrania, los personajes involucrados, el estado de destrucción de Argentina, perpetrado por los degenerados peronistas, el desmoronamiento de la moral de la gente, mi soledad, mis muchas dificultades para tolerar a los humanos, para encontrar pareja, para aceptarme, para dormir. Mientras tanto envejezco, y más lejos parece estar la posibilidad de tener una novia como a mí me guste (sin detenerme en eso ahora), o de volver a disfrutar de viajes en moto por lugares alucinantes como los Alpes.
Y extraño a mi abuelo.

jueves, 22 de febrero de 2024

de putas y beneficio personal

 


En 1694-95, el pintor Luca Giordano hizo una obra sobre la historia del Rey Salomón y su famosa decisión. Muy resumida, la historia dice que dos prostitutas se peleaban por un bebé; ambas decían que era suyo. El rey pidió una espada y dijo que iba a cortar el bebé a la mitad y darle un pedazo una a cada una, a lo que una de las mujeres reaccionó gritando que le diera el bebé a la otra, pero que no lo mate. La otra, mientras tanto, decía "está bien, ni para ti, ni para mí". El rey guardó la espada y le dio el bebé a la mujer que le había implorado, justificando su decisión en que una madre haría todo por su hijo, incluso perderlo, con tal de que estuviera bien.
Nuestro nuevo presidente está intentando, por medios subóptimos, estoy seguro, mejorar la situación del país. Mientras tanto, la prostituta, al no estar en el poder, prefiere partir a la Argentina al medio con tal que otro no tenga éxito. Me siento tentado a escribir que lo más triste es que nunca quiso que a la Argentina le fuera bien, sino que simplemente la usó para beneficio personal. Pero no es cierto. No es diferente a casi la mitad de la población argentina, que desde hace ya casi 80 años piensan que lo mejor para un peronista es otro peronista, o que primero el movimiento. Sí, ya sé que el inciso 8 de Las 20 estupideces peronistas dice otra cosa, pero ese "bidecálogo" dice muchas cosas y, entre imbecilidades, delirios, mentiras, atrocidades y palabras que no significan absolutamente nada, uno no puede evitar hacer sus propias interpretaciones, sobre todo después de 80 años de ver cómo las han interpretado, aplicado, burlado, ignorado o utilizado a piacere, sin otra ética que el beneficio personal.
Solamente pido que, en algún puto momento antes de que mi vida cumpla su ciclo, Dios (o algo así) y la Patria se lo demanden.

sábado, 17 de febrero de 2024

anatomía de mi desconexión

Caso de estudio: tengo novia, y hace un tiempo, 2-3 años, que estamos juntos. Ya pasamos la etapa más pasional y el embelesamiento va dándole lugar al amor perenne. Compañera de trabajo nueva, o de natación, o empezó a ir a la plaza con el perro. Alguien a quien veo regularmente. Atractiva. Inteligente. Disponible. Y atraída por mí, y me lo deja saber.
Uno sabe lo que está bien y lo que está mal, de eso no hace falta hablar. Somos grandecitos y sería insultar la inteligencia de mi hipotético lector.
Pero mis sentimientos... esos están tan accesibles como el centro de la tierra. Que está en otro sistema solar. En una galaxia muy, muy lejana. Surgida en otro universo.
Rebobinando un poco, siendo muy analítico, podría ver que el asunto está estratificado y analizarlo por capas: la primera es la de la simple atracción, esa que te genera ganas de reventarla contra la mesada de la cocina. Simple, previsible, manejable para los que, como me gusta pensar, somos más evolucionados que una bacteria. La siguiente capa es la de atracción mutua, genuina, la misma que sentí al principio por esa novia hipotética con la que empecé este ejercicio. La capa que le sigue es la que aún, quisiera pensar, tengo con novia y que se gestó a las pocas semanas de empezar a salir y ver que era realmente una chica a tener en cuenta para mi futuro. La última capa, que tengo ahora con esa novia y a la que aspiro a largo plazo, esa obviamente está bien a salvo en el castillo de nuestra relación, en la cima de una montaña que crece con el tiempo y las vivencias juntos. Y ahora cae esta terrorista y me tiemblan los cimientos de mi estructura. ¿Qué hago? ¿Qué hacer?
Así que vuelvo a lo de los sentimientos. Lo sexual lo manejo, eso no es misterio. Sé reconocer cuando siento atracción sexual por alguien pero no hay trasfondo, substancia, más allá de eso. Pero lo que le sigue, si se desarrolla en el tiempo, es lo que pone a prueba mi compromiso en la relación que tengo. Uno empieza a preguntarse si lo nuevo no será mejor que lo "viejo". Influye el misterio, lo desconocido. Inevitablemente, la cabeza teje y construye hipótesis y es injusto porque es una comparación entre realidad y fantasía. Pero además de injusto es inevitable. Lo que queda, entonces, es ver lo que uno siente. Porque por más subjetivo que sea, es lo que importa. Creo que, por más filosóficos que seamos, por más ánimos de justicia y todo eso, lo que uno quiere es ser feliz por sobre ser sabio u objetivo. Lo que uno siente es inapelable.
Ahí es donde cagué. Resulta que desde que tengo memoria no logro, más que en contadísimas ocasiones, acceder a esa habitación de la casa que es mi cabeza. Como si no tuviera la llave, no sé. En ocasiones muy contadas y excepcionales he logrado espiar por la cerradura, casi sin quererlo. Pero la generalidad de las veces me es un misterio saber qué siento, y en una situación de prueba como la que describí, no sabría qué hacer.
Por un lado, no confío en mi juicio subjetivo. Simplemente no logro decidir internamente qué quiero más. Termino apelando a métricas para ver si puedo inclinar la balanza para un lado o para el otro, pero parece soldada. Por otro lado, la depresión pone un velo sobre esos sentimientos que sé que están ahí, aunque no logre escucharlos.
En la madrugada, o cuando estoy (más) sensible, o en un estado emocional especial que no sabría describir (si supiera, lo cultivaría)... no sé, en situaciones muy especiales, donde no me siento amenazado, o si me siento particularmente en paz, logro breves momentos de visión y claridad acerca de lo que siento y quiero y necesito. Es absolutamente hermoso. Pero se me escapan, son prácticamente aleatorios, algo así como los eclipses para un mono. Es frustrante. Y como desde hace mucho me reprimo, todo el tiempo, me es difícil apagar ese chip que me implantaron cuando era chico donde todo lo que sentía era feo o malo. Sentía el dolor y la tristeza de las peleas de mis padres y el divorcio en que desencadenó el proceso y no sabía qué estaba pasando y nadie me lo explicaba, o cuando expresaba algo de lo que sentía me decían que estaba mal. Mi abuelo insistía en que los hombres no lloran, por decir algo, aunque hay ejemplos mucho más sofisticados y hasta difíciles de identificar. Como sea, eso de sentir lo que uno siente, valga la redundancia, es una habilidad que nunca cultivé, al contrario: me instruyeron para que me olvide de eso. No hacía falta, mejor no.

miércoles, 14 de febrero de 2024

San Valentín

Cuenta ChatGPT que el 14 de febrero las personas "expresan su amor y aprecio hacia sus seres queridos, especialmente parejas románticas, a través de"... gastar plata. Desde mi cínico punto de vista, gastan dinero para hacer algún gesto de lo que se supone que sienten desde el 15 de febrero del año pasado, hasta hasta el 13 de febrero de este.
¿Yo? Me vine a tomar un café con Perro, mi ser humano preferido, como hago casi todos los días. Es nuestra salida, nuestro momento juntos, ese momento que empieza... que empezó hace casi 6 años, un 15 de marzo de 2018, cuando fui a una granja 30 km al sureste de Múnich y lo conocí a él y a sus 7 hermanos. Si hubiera sabido lo que este saco de pelos iba a hacer conmigo, no me hubiera vuelto a Múnich para volver 3 semanas más tarde a buscarlo; me hubiera quedado ahí, acampando afuera, durmiendo en el piso, si hubiera hecho falta, besando la tierra y agradeciendo cada minuto a partir de entonces, como lo hago ahora. Cada día lo quiero más y mejor, cada día me enseña cómo superarme, cómo priorizar mis sentimientos, cómo uso mi tiempo y cómo tratarlo a él y a los demás. Y además aprendí que lo quiero un poquito menos que mañana. Lo sé y me regodeo en el sentimiento.
Me despierto de una noche de mierda, llena de pesadillas, transpirado, con dolor de cabeza, puteando todas las alarmas y los argentinitos que las pusieron... y lo veo a él y se me dibuja una sonrisa inevitable. Me alegro de que empiece mi día porque lo voy a vivir con él. TODAS las mañanas, y en las ocasiones en que duermo una siesta, también a la tarde. Me siento el tipo más afortunado del universo. Ya ni me interesa si me lo merezco: lo agradezco, lo aprovecho, le doy todo el cariño que puedo, y listo. Lo miro mientras duerme, e gasto lo que haga falta en darle el mejor alimento posible, dejo de andar en moto para pasar más tiempo con él, salimos a caminar juntos, juego con él, dejo lo que esté haciendo cuando me pide mimos, y 32 mil etcéteras todos-los-putos-días, no solamente el 14 de febrero.
Él es el primer y hasta ahora único motivo por el que creo que el universo no me tiene tanto asco. Sentí algo parecido con alguna novia, pero fue una trampa. Quizás la trampa esta vez sea el tiempo, pero por lo menos en esta ocasión está en el contrato.
Hace una semana fue su cumpleaños número 6. Pero la fecha más relevante para mí es el 4 de abril, porque ese día me lo llevé a casa. Lo secuestré, diríamos, y es válido. Realmente, en retrospectiva, así fue, pero él fue el último de la camada en irse de la casa. La dueña, muy inteligente, organizó para que todos, los 8 cachorros, se fueran el mismo día, para que no pasaran una noche solos.
Hoy es el día de los enamorados, dicen los que venden cosas de esas que una secretaria elige. No me consta si en el invento previeron amores platónicos; calculo que les da lo mismo con tal de vender, pero yo lo festejo con el ser que, fuera de mi familia, es la relación más larga y hermosa que he tenido. Agradezco cada segundo. Les deseo una relación de pareja que sea la décima parte de linda que esta que encontré yo con Perro. Me lo deseo a mi también.

domingo, 11 de febrero de 2024

oh, boy

Hice otro descubrimiento.
Estaba hablando con una amiga en la plaza mientras caminábamos, y una vieja de mierda insistió en hacernos saber con su cara lo imperdonable de nuestra existencia, o mejor dicho, de la existencia de nuestros perros. Por lo cual la puteé un poco. No explícitamente, pero no dejé dudas ni lugar a ambigüedades sobre lo idiotamente repugnable que era su actitud.
Como sea, esta amiga me retó porque según ella fui agresivo. En realidad lo de amiga le queda grande, es una persona que no conozco ni hace mucho ni muy profundo, pero me cae muy bien. Le cuida las 3 perras a otra chica que conozco, y en un par de meses le voy a dejar a Perro por unos días porque me voy a Buenos Aires, así que nos vemos en la plaza para que él y ella se hagan amigos. Tenemos buenas charlas, y si ella tuviera 20 o 25 años menos (debe andar en los 60) seguro me gustaría como mujer. Así como está, me gusta como persona y listo.
El tema es que me pegó su crítica. No estoy de acuerdo. De hecho, si de algo me arrepiento es de haber sido benévolo, suave con mi reacción. Vieja de mierda, tendría que haberla tirado en un tanque con ácido. Como si faltaran viejas con cara de ojete y perros alucinantes como el mío. La puta que la parió. Pero bueno, me quedé pensando en por qué me afectó tanto su opinión de mí, y me di cuenta de que no es que me preocupe tanto lo que ella piense, y además lo puedo charlar e intentar aclarar, sino que en mi cabeza se formó la siguiente cadena: si ella, que me conoce poco, piensa eso, otra, que sí me interese romántica y sexualmente, puede caer en el mismo error y formarse la misma opinión y con eso se evaporarían mis ya bastante flacas posibilidades de gustarle. Y no me sobran candidatas ni me faltan defectos, como para andar tirando las pocas que me surjan por defectos que no tengo. En retrospectiva, ahora que lo escribo se me acaba de ocurrir que lo que quiso decirme ese amigo hace unas semanas cuando me criticó de baboso, es otro ejemplo de esto, si bien eso fue distinto porque él sí me conoce, o debería conocerme, y lo que me dijo me afecta porque me desilusiona. Pero el miedo a que una mujer que pueda gustarme también llegue a esa conclusión, existe. Mmmm...
En fin, otra ramificación de mi falta de autoestima. Y van 782 millones, novecient..

sábado, 3 de febrero de 2024

emigrar

Hay tantos motivos para emigrar como gente que emigra. En el último libro que estoy leyendo está lleno de ejemplos. Es un libro con muy breves biografías de escritores, de apenas una página, la de la izquierda, y en la página derecha una foto del escritor en cuestión, hecha por un fotógrafo famoso: Henri Cartier-Bresson, Robert Doisneau, David Seymour, etc. O sea, no escatimaron para nada. El libro es italiano y cada biografía está escrita por una de 8 personas, 2 hombres y 6 mujeres, todos también italianos. Interesantísimo libro, un orgasmo literario y con fotos que acompañan perfectamente el texto sin robar protagonismo, sino que humildemente ensalzan lo escrito. Quizás la única excepción, para mí por lo menos, son las fotos de HCB. Ahí es como cuando algún actor (quien sea) y Anthony Hopkins comparten una escena: el otro desaparece.
Como uno esperaría en la profesión de escritor, hay muchos que emigraron, en particular, parece, de la Alemania pre-nazi y la Rusia pre-revolución, mayormente a Francia (París, generalmente) o a EE. UU. Obviamente, la mayoría huye de la persecución ideológica, aunque algunos simplemente como expresión de descontento y oposición. También los hay que buscan otros horizontes, personales o artísticos. O por razones médicas, como respiratorias, asociadas al clima. Hay gente que emigra por razones familiares, o para escapar del servicio militar obligatorio, o de la guerra, o de la posibilidad de que ocurra. Hay quienes buscan más o mejores posibilidades laborales. Los que buscan aventuras. Por amor. Por desamor. Para escapar de las consecuencias de un crimen que cometieron, o de alguien que quiere cometer un crimen contra ellos.
Aunque el libro tiene más de 500 páginas y apenas voy por la 88, lo que no encontré hasta ahora es un escritor que se haya ido de su patria huyendo de sus conciudadanos y su estupidez, su egoísmo, su visión infantil, su cagarse en el prójimo y su resistencia ultrahumana a hacer las cosas mejor.
Me encantaría poder mirar para otro lado, o que no me afecte (tanto), o tomarlo como irremediable, que dicen que ayuda a aceptar las cosas. Muchas personas, desde los que adoran el sonido de su propia voz, los que se creen cualquier consejito de Instagram escrito al pie de una foto con un viejo o un perro, y más sabia todavía si es en blanco y negro, hasta los que simplemente hablan por el culo sin tener la más puta idea de que pensar es, a veces, útil. Muy, pero muy raramente, los hay que honestamente están interesados en ayudar y le dedican tiempo al asunto, aunque lleguen a conclusiones equivocadas. Lo que no hay, o mejor dicho, hay pocos, es gente que entienda que con 4 alarmas a metros de mi dormitorio, borrachos y drogadictos en cada esquina, algunos ejerciendo política, manejando un vehículo en la vía pública o en uniforme de policía, y una población que insiste en ignorar o lisa y llanamente romper las reglas, es difícil ser feliz, sin importar la "buena onda" que uno ponga. De hecho, está todo tan pervertido y patas para arriba, que la mayoría de los argentinos ya ni saben lo que es normal y creen que lo que hay que hacer es contemporizar con esas cosas, adaptarse, hasta hacerles lugar, incluso, y no mover un puto dedo en corregirlas.
La felicidad o un mínimo grado de satisfacción en la vida (más allá de pequeños pseudologros que se olvidan al día siguiente, como haber conseguido un descuento en un par de zapatillas) son inalcanzables en semejantes condiciones, y es importante entender que no consisten en que esté todo bien, sino en que estén bien las condiciones para vivir. Una vez ordenada la sociedad, puestas en práctica las leyes y demás infraestructura, todavía quedan el cáncer, los desacuerdos, los terremotos, las dificultades para encontrar pareja, haberla pifiado al elegir la carrera y cosas así. Y para enfrentar eso con algo de resto primero tenemos que lograr ponernos de acuerdo en las cosas más básicas y respetar esos acuerdos. Nada de eso ocurre en Argentina.
En otros lados, sí.

lunes, 29 de enero de 2024

otra parte

Oscar Wilde dijo que los placeres sencillos son el último refugio de los seres complicados. Eso es lo que obtengo cuando logro hacer nido en algún café donde encuentro 3 o 4 cosas diferentes que me gustan, para ir rotando y no cansarme. Y más vale no perder ese pequeño placer, porque como viene la mano, es todo lo que voy a tener en ese rubro.
No voy a encontrar pareja otra vez. Y no es por molestar con la semántica, pero voy a corregirme: no voy a encontrar pareja. "Otra vez" implicaría que ya conseguí, y lo que tuve fueron candidatas. En el proceso de selección, todas quedaron descartadas por una razón u otra. Recapitulando:
candidata #1 - éramos chicos y fue simplemente una etapa, cumplió su función
#2 - histérica y llena de mambos
#3 - fría
#4 - molesta y paranoica, y, la verdad, un poco pelotuda
#5 - puta, muy puta
#6 - interesada y hasta mala persona
#7 - tonta, y lo digo con el mayor de los cariños que guardo por ella, pero el efecto principal era que no había comunicación posible
#8, #9 y #10 - no sé, simplemente un error, el resultado de la atracción inicial y el dejarme llevar por la peor de las consejeras y muy amiga del miedo: la soledad
#11 - histérica, princesa
#12 - fría
#13 - momento y lugar equivocados, no pudo ser
#14 - desquiciada mental
#15 - una cagada de mujer

En una entrevista con el diario El País, allá por 1981, Borges (hoy la tengo con los escritores) dijo: "No estoy seguro de que yo exista, en realidad. Soy todos los autores que he leído, toda la gente que he conocido, todas las mujeres que he amado. Todas las ciudades que he visitado, todos mis antepasados..." Como la mayoría de las veces que apoya la pluma en el papel, tiene razón, y las pocas veces que no la tiene, a uno se le pasa porque se pierde en la belleza de la forma en que escribió la gansada de turno. En mi caso, hay demasiado ruido en mi cabeza y demasiada frustración y paciencia abusada y bronca acumulada gracias al pisoteo e invasividad de los argentinos y sus ruidos y su falta de palabra y su efusividad sin substancia. Todo eso atenta contra querer volver a mis raíces. Ahora, en lugar de raíces, las veo más como un estado primordial a partir del cual un argentino, idealmente, evoluciona y supera lo que lo rodea. Claro que si tuviéramos un mínimo espíritu de superación no estaríamos así. No seríamos así.

Volviendo a la lista de esas 15, por el motivo que sea siento que tengo que aclarar que no es que tuve sexo con cada una para que esté en la lista. Y a dos de ellas, curiosamente las que fueron las relaciones más largas, las conocí a través de alguna plataforma de citas. Al resto las conocí en fiestas, eventos, amigas de un conocido, frecuentar lugares en común, cursar algo juntos, en fin, circunstancias de la vida, coincidencia en tiempo y lugar. NADA de eso hago hoy en día. No tengo amigos con amigas solteras, no atiendo a eventos de ningún tipo, y más que a pasear con perro no salgo consistentemente. No piso un bar hace muchos años y no lo extraño en lo más mínimo. De hecho, prefiero quedarme en casa viendo Rocky 14 antes que ir a un bar, salvo quizás que vaya con amigos y, en lo posible, con Perro, cuya compañía me es mucho más agradable que la de casi cualquier humano. Creo que ese tipo de salidas las hago, en promedio, una vez por año desde que llegué a Argentina, aunque cada vez menos. Conozco dos a priori candidatas, vecinas en el edificio donde viví hasta el año pasado, ambas alrededor de los 40, bastante potables físicamente pero que no salen de la reencarnación, el horóscopo y el "soy independiente".
Es decir, me voy a morir solo. No voy a conocer a nadie, simplemente porque no voy a lugares en común con mujeres de 30-40, y estoy tratando de hacerme a la idea. No es fácil, y no sé cómo hacerlo, pero no veo otra. No es que no vea mujeres lindas, es que eso no es lo que busco. Que sea linda, fina, sexualmente atractiva, es apenas una condición lamentablemente sine qua non para que me genere interés conocerla. Tranquilamente cambio una 10 pelotuda por una 7 interesante, pero ahí reside el problema: estoy cada vez más desesperanzado de que haya una X interesante. Y eso, lo digo una vez más, me entristece profundamente.

viernes, 26 de enero de 2024

una parte

Siempre, y se que a mucha gente le pasa, deseé tener tiempo para hacer lo que se me cante. Diseñé mi vida, sobre todo la parte económica, para poder acceder a ese lujo, renunciando a otros, estudiando mucho, tomando decisiones estratégicas como la de mudarme de Alemania a Argentina, cosas así. Ya tenía esta vida en Alemania cuando renuncié a mi trabajo en 2015, pero era bastante diferente porque mi mente estaba en otra situación de pareja y de depresión, y recién en 2017, con lo de la venta de mi departamento en Múnich, accedí a un montón de plata con la que encarar el proyecto que terminé encarando: las cabañas para alquiler temporario.
Abracé ese proyecto específicamente por dos motivos: primero, porque me gustaba el rubro, el prospecto del trato con la gente y el crecimiento que tanto necesitaba y sigo necesitando en ese aspecto, cierta autoridad en el lugar, la libertad creativa, etc. Si uno tiene un número limitado de unidades, gana lo suficiente pero no está tan ocupado y tiene tiempo libre. El otro motivo era la independencia: me permite gestionar mis tiempos. Si se me da la gana, paro, no tomo más reservas, o dejo un lapso despejado. Y casi todo depende de mí, lo cual para mi manera de ver, lo hace muy satisfactorio. En una empresa como la que yo estaba, era un engranaje ínfimo que apenas podía aspirar a que se enteraran de si me moría, pero nada más; ni hablar de que tuviera algún efecto sobre la marcha de ningún proyecto. Mi depresión tampoco me permitía ser un gran valor para la empresa.
En estas semanas tengo el lugar lleno. Se va uno y a las 4 horas llega el siguiente. Esto sucede una vez por semana y con la suerte de que se coordinaron las dos cabañas, así que esencialmente voy un día, lo paso allá limpiando, cambiando sábanas y toallas, alguna lamparita, despidiendo y dándole la bienvenida a huéspedes, y el resto de los días me quedan libres. Por supuesto que siempre surge algo con internet, o alguien pierde una llave, o se corta la electricidad por una tormenta, o un aire acondicionado se pone rebelde o un paño de pared necesita una mano de pintura, pero en general dispongo de mi tiempo. Un sueño, ¿no? No.
No estoy mal, pero con el estilo de vida que llevo, que incluye una moto que ya en Alemania era una bestia, y que acá, por más que la use poquísimo, los gastos fijos son tremendos, no logro siquiera tener un resto para pagar un seguro de salud. Esto, a los 50, no es demasiado grave, pero con la edad van a aparecer cosas que van a hacer necesario contratar uno y no sé de dónde puedo sacar el presupuesto para eso. También suelo patear otros gastos para adelante, como hice con el cambio de aceite, que lo pospuse un año. Y tengo que ir al dentista. Obviamente que ese no lo pospongo por lo económico sino más que nada porque es el dentista. Como sea, tengo que ir y el dinero que tengo que destinar a eso sale inevitablemente de ahorros que preferiría no tocar.
Tampoco me compro ropa. Ni nada, en realidad. Tuve que hacerle un par de cosas mecánicas al auto para que siga andando, pero las estéticas las tengo ahí, y van acumulándose por la forma en que se maneja y que se hacen las cosas en general en Argentina. Y también porque sé que si hoy le doy una repasada a la pintura, la semana que viene a más tardar tengo 4 marcas nuevas.
Uno de mis escapes a la tranquilidad es irme a un café lindo, donde tengan cosas ricas para desayunar o merendar, y mandarme algo. Soy dulcero y concentro mis salidas en eso. No voy a una pizzería, no tomo alcohol y no tengo con quién salir, así que lo de ir a un café y leer un libro o escribir en la computadora va perfecto, sobre todo ahora que cambió la reglamentación y en muchos lugares se puede entrar con perro. Eso fue un golazo. Dentro del mamarracho impresentable que es Argentina en casi todos los aspectos que dependen de sus ciudadanos, ese está bien.
Por lo demás, no puedo dormir. No con 4 alarmas sonando a metros de mi dormitorio, más Kevin, Brian y Jonathan con sus motitos con escape libre, los imbéciles que se turnan o se coordinan para hacer sus fiestas, etc. Y no es que uno va tranquilo a la cama si no sabés si mañana el precio de la nafta no se duplica, si los depravados del teniente general elucubraron alguna otra cagada para ponerle el palo en la rueda al nuevo gobierno (no vaya a ser que le vaya bien y la vida en Argentina mejore), o si el mayor logro de tu semana es comprar un paquete de pañuelitos descartables con un 30% de reintegro con la tarjeta del Banco Moco, porque es martes de un día primo del mes, con luna llena, y caminaste 72 cuadras para ir al único negocio de la ciudad que tiene esa promoción y te comiste 45 minutos de fila. Sin contar el mega logro que significa volver a tu casa sin que te hayan asaltado, pisado con un auto, o que tu casa todavía esté ahí cuando volvés, y con todo adentro.
Mientras tanto, veo a mis amigos en Europa celebrar el cumpleaños de un hijo, o un nuevo logro en el trabajo o algún emprendimiento de la ciudad donde viven (un puente, un parque renovado)... me pregunto... no, no me pregunto por qué acá no. Si ya sabemos por qué.
Los libros se han transformado en mis amigos. YouTube, a pesar de mi resistencia más simbólica que real, también. Lo mismo que Instagram. Este es más difícil de dosificar porque lo uso por trabajo y lo miro permanentemente a ver si tengo una consulta que derive en reserva. Perro es el gran elemento en mi vida, lo valoro y lo atesoro y a él sí que no le escatimo ningún esfuerzo ni difiero ninguna necesidad que tenga. Desde hace semanas, meses, mi día consiste en despertarme, bañarme (aunque no siempre a la mañana), un rico desayuno, los días de descuento hacer las compras, pasear con Perro hasta que se hace la hora del almuerzo, siesta (ahora empecé a evitarla, a ver si ayuda a dormir mejor a la noche), voy a un café a leer un libro o escribir en la computadora, más salida con Perro, cena, última salida con Perro y a (intentar) dormir. Entre medio, usar la computadora para registrar gastos y perder tiempo en YouTube. Mi asignación de 40 millones de minutos que tenía cuando nací, de los cuales me quedan solamente 13 millones, se ve desperdiciada en por lo menos un 10% en esto de la computadora. Y me olvidaba de que también veo películas, una por día, supongo, probablemente menos.
Eso es todo. Estoy sin proyectos, y a pesar de que tengo tiempo en las manos, no sé en qué usarlo. Lo intento, juro que intento pensar qué puedo hacer, pero es como mirarme al espejo buscando la respuesta de por qué no consigo novia. Sé que podría, simplemente no lo hago. Es especialmente choto cuando uno sabe que la respuesta a un problema está dentro de uno y no puede encontrarla. Sé que la depre está jugando su parte, pero no quiero excusas.
Quiero irme. Estoy muy agradecido por todo lo que tengo, por tener sed y que baste con estirar la mano y mover una perillita y que salga agua potable, o porque tengo un techo propio en una zona no sísmica, o porque Putin no me está tirando con nada. En serio. Pero quiero ir a hacer algo, algo de lo que estaba haciendo en Europa (nada original: ganar plata y viajar y hacer cosas), y en lugar de eso estoy estancado como nunca y con los pies hundiéndose en el barro. No es bueno. Tengo miedo de que la depre tome impulso. No voy a sobrevivir otra vuelta, y cada vez que pienso en la muerte me es cada vez más plausible que no voy a morir de causas naturales. No voy a aguantar.
Eso es una parte de lo que tengo dentro hoy.

miércoles, 24 de enero de 2024

algo, en algún momento

Tengo auto, tengo cochera; a 130 m, pero tengo cochera. A veces, cuando salgo con el auto y vuelvo a casa, no estoy seguro de si voy a salir de nuevo y dependiendo de mi estado de ánimo, por ahí lo dejo afuera. Pero como no es seguido que hago eso, a veces me olvido de guardarlo y pasa la noche afuera, expuesto a los ladrones y los vándalos, como el caballero que me punzó la cubierta delantera derecha. Cubierta nueva. 40 días. Cara. Al margen del fastidio, el inconveniente, la bronca, la tristeza de que haya de esa gente, el tiempo y el dinero invertidos en solucionar el tema, no es fácil resistirse a la tentación de pensar en un karma o alguna idiotez así, en vista de lo que hice hace apenas unos días. Pero ojalá fuera eso. Creo que el mundo, sabiendo los humanos que un big brother nos vigila, sería un mejor lugar. Pero no creo en esas cosas, como no creo en ninguna religión ni en el horóscopo ni nada de eso. Los religiosos tienen un dicho: "There are no atheists in foxholes". O cuando llegamos al máximo con la dosis de morfina. Como sea, por ahora no llegué a ese punto. Además, lo que hice yo fue, si se quiere, injusto, pero no por bestia sino al revés: porque me quedé corto. La mierda de tipo que dejó el auto ahí bloqueando la vereda no tiene lugar en nuestra sociedad. Tendríamos que usarlo para desarrollar curas contra el cáncer o cosas así. Como a tantos otros. Demasiados. Lo que me hicieron, además de destructivo, fue sin motivo. El auto estaba perfectamente estacionado: sin molestar a nadie, sector público, sin estacionamiento medido, sin salida de cochera... nada. Es probable que lo haya hecho el "cuidacoches" (que se sobreentiende que no hace honor al apelativo) por rencor, porque no le di ni la hora cuando estacioné, como siempre que hay un quiste de esos. Unas muy pocas veces saludo, pero son las menos. Y este episodio no cambia nada. Es más, probablemente vuelva a la costumbre de sacarles foto si vienen a romperme las pelotas cuando dejo el auto. Para acordarme cuál era y que sepan que lo tengo registrado.
Pero el hecho es que vivir en Argentina implica un gasto anímico y económico que no se refleja en nada. Uno paga los impuestos de países como Dinamarca o Singapur, y no hay contraprestación alguna. La esperanza de vida en 1950 era de 68 años. O sea que si algún pobre idiota nació en esa fecha, se hizo peronista, obviamente, y murió en 2018, jamás vio a Argentina mejorar gracias a las ideas nefastas que implantó el teniente general en la minúscula mente de tanta gente, condenándolos a la miseria a ellos pero arrastrando al resto de nosotros, los infieles.
Sábado a la mañana se me rompió el lavarropas. Llamé al técnico, vino enseguida, se llevó el pifucio roto (la cerradura de la puerta) y me dijo que el lunes me llamaban para decirme cuánto costaba. No llamó nadie. Llamé el martes, y después de varias veces me dijeron alguna excusa y que iban a hacer algo en un momento específico. Ajá. Cuando corté, o incluso antes, ya no me acordaba lo que me dijo que iba a hacer, ni cuándo. Dos días más tarde, después de que incumplió lo que dijo, volví a llamarlo y se repitió. Otra vez el lunes. Al final el martes vinieron con el pifucio nuevo y ahora tengo lavarropas otra vez. Aleluya.
Pero el hecho es que mi cerebro ya no presta atención cuando un argentino dice que va a hacer algo, ni cuándo, ni nada que implique que yo dependa de eso. Es tirar neuronas y tiempo, y no me sobran ninguna de las dos cosas.

domingo, 21 de enero de 2024

Baya Negra

El que yo considero el mejor café de Mar del Plata se llama Baya Negra, y si tuviera que señalar un defecto, algo que me gustaría modificar, es que el servicio es un poquito demasiado formal. Y sin embargo, ese es un punto distintivo positivo del servicio, y esencialmente es lo "peor" que me sale decir sobre el lugar. De lo que sirven, lo más distintivo es la pastelería. El café también es supremo, pero hay dos lugares más (Tempo y Nat) que también tienen muy buen café; en cambio, las tortas que hacen son únicas de ellos, nadie más en toda la ciudad hace cosas de esa calidad. Tengo que pensar en Austria (Viena, Salzburgo) para aspirar a encontrar cosas mejores. Y el precio es apenas un poco más alto que en otros lugares, y a veces ni eso.
Como voy semiregularlmente, terminé conociendo al personal y ya sea que venía al caso o que intenté llamar la atención, mencioné mi haber vivido en Alemania y haber visitado otros países con una muy fuerte tradición pastelera. Esto siempre vino a colación de los elogios que les hago, que no quiero que pasen desapercibidos. No es lo mismo que el Cholo, que tiene un Renault 12 y una vez manejó una F100, te alabe el auto que te compraste, a que lo haga Mika Häkkinen.
Por otro lado, es una línea delgada la de no andar mencionando el tema cada vez que voy, como esos que van 7 días a Miami y cuando vuelven se hacen los que se olvidaron de algunas palabras en castellano, y cada vez que alguien habla de las cosas menos relacionadas, se las arreglan para mencionar que en 1982 estuvieron en Miami, o te cuentan cómo es cualquier aspecto posible de EEUU, todos, y de cada uno de sus 300 millones de habitantes. Esto está bien presentado en The Big Bang Theory con Howard Wolowitz cuando vuelve de la ISS. Validación, reconocimiento, prestigio.
Lo mismo pasa con Perro. Él está conmigo el 99% del tiempo. Solamente me despego de él un par de horas por semana, cuando salgo a andar en moto hasta donde me permite la culpa. Entramos en un café, nos acomodamos en un rincón, él dormita, y no falta el imbécil que desde otra mesa le chista o le chasquea los dedos. El pecado de Perro parece ser no validar la autoestima de cada idiota que se cruza. Nunca lo había notado o puesto en foco, pero alguien una vez me lo mencionó y es una de esas cosas que no puedo desver: la gente subscribe a eso de que los perros distinguen la "calidad" de un ser humano y sí o sí no quieren pasar desapercibidos por ellos y buscan su aprobación lo más pública posible. Si se me permite, quisiera agregar una observación, un matiz que noté: los hombres se ajustan más a ese fenómeno, mientras que las mujeres son simplemente desubicadas, típicamente pretendiendo que Perro pare y les dé atención cuando vamos cruzando una avenida de 32 carriles y empezó a titilar el hombrecito rojo, o cuando hay una jauría de cane corsos sueltos, o cuando llevo un piano en brazos. Pero el colmo, y acá sí se divide 50/50, es cuando estoy ensimismado, sea leyendo un libro o planeando la dominación mundial. A estos les dedicaría una motosierra desafilada. Lástima que sea ilegal. Y que me impresione la sangre. Y que yo sea bueno.
No sería justo cerrar sin aclarar que sí estoy perfectamente consciente de que el trabajo de Perro se limita a hacerle mimos a autoestima, validarme a y a nadie más. Que conste.

viernes, 19 de enero de 2024

convicción

En la película Sicario, el espectador acompaña a Kate Macer, el personaje de Emily Blunt, mientras ella a su vez cree que acompaña a Alejandro (Benicio del Toro) a matar al jefe de una banda de narcos que mató a su familia. En algún punto, a pesar de la dureza de Alejandro, uno empieza a entender lo siguiente: a veces, para derrotar al verdadero mal no alcanza con ser impecablemente bueno. En determinados casos hay que ensuciarse, hacer cosas malas, duras, crueles, destructivas, viles, pero que parecen ser el único modo de conseguir destruir un mal muy fuerte y aparentemente intocable. El famoso el fin justifica los medios. Esta es una píldora que no es fácil tragar, porque es necesario tener la valentía o lo que sea que haga falta para aceptarla; pero lo que no se puede discutir es la validez del argumento. Quizás al final de la discusión ese argumento se refute, pero en principio es válido y tiene su peso.
Sin ir más lejos, a alguien a quien respeto muchísimo, el general José de San Martín, se le puede achacar haber recurrido a hacer cosas que en función del contexto pueden ser calificadas de deplorables, como matar. Él lo hizo en el curso de la guerra por la independencia y no creo que alguien se lo pueda recriminar legítimamente.
En la esquina donde vivo hay, a media cuadra, una casa que supongo que se la habrán alquilado por el mes de enero a un grupo de chicos jóvenes, en sus veinte, parece. Cada 3-4 días hacen alguna fiesta que dura toda la noche, con música fuerte, cantando a los gritos, y dejan autos estacionados en la vereda impidiendo completamente el paso peatonal. En la vereda de enfrente hay 2 edificios con alarmas de un tipo u otro, o chicharras, o cosas que están diseñadas para hacer ruido y ahí están instaladas, las 24 horas del día metiéndose en los tímpanos de los 500 seres humanos que vivimos en un radio de 50 metros. En ese edificio también hacen fiestas, aunque menos seguido. Mientras tanto, pasan autos con la música a todo volumen y motos con el escape tan ruidoso que a 300 metros impiden la conversación dentro de la casa de uno. Seguramente hay alguna otra cuestión que me estoy olvidando, pero creo que se entiende la idea. La contrapartida de esto, el oponente, si se quiere, el limitante, el mis derechos terminan donde empiezan los de los demás, no existe. El Estado. El servicio de Tránsito de la municipalidad. O, siendo más aventurados, la educación.
Como dijo Borges, sueño con un mundo donde no haga falta el Estado sino que la inteligencia y la ética lo hagan redundante. Lamentablemente, estamos lejos de eso. El Estado, hasta que no se extingan el me cago en el prójimo, el no me da la cabeza y el no sabía, hace falta. Pero en Argentina no está. Y entonces nos jodemos; en particular, nos jodemos los que nos importa el prójimo, nos fijamos y ponemos algo de esfuerzo en no joder, sino en vivir nuestras vidas minimizando nuestra huella salvo para aportar algo al mundo, para cada noche dejarlo ever so slightly better que si no nos hubiéramos levantado de la cama ese día. Nos jodemos porque nos fijamos en respetar al prójimo pero no podemos dormir, cruzar la calle ni tener una conversación en nuestra propia cocina, y no hay a quién mierda recurrir.
¿Y entonces?... Hace unos días salí de mi casa y a la media cuadra alguien había dejado su auto en la puerta de una cochera, cruzado por completo en la vereda. El conductor estaba ahí, entrando al edificio, y le pregunté si iba a dejar el auto ahí. Dijo que sí. Le pregunté si estaba seguro. Dijo que sí. Esperé a que se fuera, y le desinflé completamente una rueda. Simplemente saqué la tapida puse el dedito en la válvula unos 30 segundos. Si hubiera tenido más tiempo y menos ansiedad le hubiera desinflado las 4, y si estuviera más convencido de que el fin justifica los medios, no hubiera usado la válvula para que escape el aire, le hubiera hecho un corte a cada cubierta. Merecido lo tenía, legal o no. Como nos contó mi profesor de derecho en la secundaria sobre su discurso a estudiantes de abogacía cuando estaban por recibirse: si alguna vez se veían forzados a elegir entre Ley y Justicia, que eligieran la última.
Creo que a pesar de que más de uno, que no tiene la menor idea de qué habla, me diría que estuve mal (por haberme excedido), en realidad me quedé corto. Pero todavía no llegué ahí con mi hartazgo ni mis convicciones.

martes, 16 de enero de 2024

pseudosnob

Pintora. O escultora. Pero me quedo con pintora, no sé por qué. Creo que porque es menos mugre. Y por la luz; la pintura es más parecida a la fotografía aunque a priori menos técnica y más artística, creo, pero le da las herramientas para criticar mi fotografía con cierta autoridad y dominio del tema. Pero no fotógrafa; si es mejor que yo, sería demasiado para mi ego bonsai, y si no es tan buena, me daría cierta fantasía de superioridad. O podría ser mejor que yo en ciertos tipos de fotografía, como retratos, y no tan buena en otros, como patrones.
Que no le caiga bien cualquiera; eso le sube el precio a su atención. Y que hable francés. No me importa si es nativo o aprendido. Pelirroja. Que lea. Que no fume. Y si se va a dormir temprano, mejor.
Fina.

Hace unos días estaba hablando de mujeres con mi herrero amigo y me contaba de su novia, lo copada que es y por qué. Me contaba eso de que no le cae bien cualquiera y que se va a dormir temprano y varias otras cosas. Fue un recordatorio de lo especiales que son las mujeres valiosas, y me hizo pensar en dos novias en particular de las que extraño un par de cosas, de una en especial. En cuanto a las mujeres en general, ojalá ellas supieran lo especiales que son, pero hoy en día pasamos de princesas a putas sin intermedios; se creen especiales, pero por todos los motivos equivocados. Por supuesto que siempre hubo putas y quedan princesas, igual que hay pobres en Luxemburgo y millonarios en Etiopía. Mi pregunta sobre la moral de las mujeres, o mejor dicho, sobre el principio que las polariza: ¿irá atado a lo que pasa con las clases socioeconómicas? No me refiero a que haya relaciones tipo causa-efecto entre la clase social o económica y los principios morales, sino al hecho de que ambas cuestiones parecen polarizadas. La clase media está desapareciendo en Argentina y las minas con un poco de valores y que no se la crean, también. Si es que alguna vez existieron. Estoy lejos de entender qué mierda está pasando. O peor: a lo mejor estoy muy cerca. Eso me asusta más.

Estaba mirando uno (varios) de esos videos que empezaron a surgir hace apenas meses sobre las pretensiones de las mujeres y la falta de reciprocidad entre lo que piden y lo que ofrecen. Hasta hace poco, los videos en los que sus creadores resaltaban lo desubicadas que están las mujeres hoy en día en cuanto a lo que demandan, por un lado, y lo que valen ellas mismas por el otro; pero no habían indagado en la tercera pata de ese esquema: qué es lo que ofrecen ellas a la relación. Es decir, sos linda y tenés pulso... ¿y?
Ya sabemos que la pregunta #1 de una mujer a una amiga que acaba de conocer a un hombre es "a qué se dedica", pero lo que no había surgido era qué es lo que ellas piensan que nosotros deseamos de ellas al margen de alguna expectativa visual, y con cuánto estamos "obligados" a conformarnos, y finalmente, cuánto valen ellas. Básicamente, con esta estupidez de ser independiente que se les metió en la cabeza en las dos últimas décadas (como si alguien, mujer u hombre, fuera independiente), se la pasan teorizando sobre sus expectativas y sus demandas pero en ningún momento se las ve deteniéndose por un momento a ver que es lo que ellas ofrecen, realmente ofrecen, a una relación. Peor todavía: algunas abren la boca sobre el tema y dicen tal sarta de estupideces que es difícil no pensar en el dicho ese de "mejor callarse y que los demás piensen que sos estúpido, en lugar de abrir la boca y sacarles la duda".
Siendo simplificativos y exagerados, que ellas busquen un proveedor que les aporte seguridad y ellos una ama de casa potable a la luz del día, o como dijo Barnabas Collins en Dark Shadows, que tengan "birthing hips", son producto de la evolución y es natural que tengan prioridad, pero creo que ningún hombre que valga 2 pesos se conforma con una bimbo, salvo que a) tenga pensado cubrir el resto de sus necesidades (intelectuales o de la naturaleza que sea) en otro lado o b) que no tenga más expectativas, es decir, que el tipo no vale ni esos 2 pesos. Las mujeres, por su parte, parecen más dispuestas a negociar otros aspectos con tal de conseguir a un buen proveedor. A lo mejor estoy pecando de eso que justamente estoy criticando, pero no me es claro que hayan entendido que los hombres esperamos algo más, sobre todo hoy en día. Votás, manejás, ganás lo mismo o más que un hombre en idéntica situación, tenés menos obligaciones y más derechos, y esencialmente con una inversión de unos 1000 dólares tenés todos los electrodomésticos que en 15 minutos hacen lo que hace 100 años las mujeres se pelaban el lomo 10 horas por día para resolver en un hogar. Creo que esperar que uses un poco el cerebrito no es demasiado. Eso de por sí ya es un problema. El otro es de autopercepción, tan de moda: la mayoría piensa que su mera existencia es suficiente. No tienen ni la más pálida idea de lo que queremos y, en especial, de lo que valen, que lo tienen completamente distorsionado. Y ni hablar de los delirios que les agarra con la edad, las lecturas propias de una criatura de 4 años que hacen de la realidad.

Y acá estoy, bien solo, metiéndome en el culo mi pseudointelectualidad snob desubicada.

martes, 9 de enero de 2024

la puta comunicación

Soy "sensible", lo entiendo. En serio. Ya sé que es la palabra delicada para evitar decirme que soy un rompepelotas nuclear, igual que "detallista" o "perfeccionista". Me han dicho cosas muchísimo peores, nou problem. Pero la estupidez me saca.
Hace unos días me encontré con un amigo a tomar un café. Sonó el teléfono y, mientras contestaba, una chica pasó caminando por la vereda y la miré de reojo. No la vi realmente, fue una reacción automática por una sombra que vi pasar, no más que eso. Cuando termino la llamada, mi amigo de casi 30 años comenta "sos un baboso, no cambiás más". Mmmhhh...
Pues no, resulta que no soy baboso. Así que se lo dije, y empezó a explicarme que por hacer eso podía dar una mala impresión si una posible interesada me veía mirando así a las mujeres. Como él tiene la elasticidad del mármol, y la una velocidad tectónica para cambiar una opinión que se le haya metido en la cabeza, hice un esfuerzo razonable y decidí dejarlo. Parte del esfuerzo consistió en explicarle que si a veces miro directamente a una mujer, sin disimulos, no es por baboso sino porque siento realmente cero-coma-nada-y-bajando respeto por las boludas rogando atención, dispuestas a mostrar y hasta a entregar el culo con tal de que las validen. Dicho eso y poco más, lo dejé.
Pero no soy bueno "dejándolo" (sí, muchas comillas, hoy). Así que nos encontramos ayer en el mismo lugar y le dije de nuevo que estaba equivocado, a lo que empezó a explicarme que él no piensa que soy baboso (bien), sino que entiende que por el motivo que sea a veces puedo dar la impresión de que lo soy y, en un mercado tan seco como este, puedo llegar a perder la atracción de una mujer que valga la pena, que justo me estaba mirando. Y estoy perfectamente de acuerdo con eso. Pero no es lo que dijo inicialmente y a lo que me resistí a aceptar, con toda la razón del mundo: dijo que soy baboso. Eso es lo que dijo, no otra cosa. Y como le expliqué a cada mujer con la que estuve en una relación: no sé lo que pensás, no sé lo que querés decir, no sé lo que querías decir; sé lo que decís. Ni más, ni menos. Para eso tenemos comunicación verbal, para decir lo que queremos. Como las luces de giro en un auto, que no hay ninguna razón para andar adivinando si va a ir a la izquierda, a la derecha o seguir como venía, tampoco nadie tiene que andar adivinando lo que tenemos en la cabeza. Pretender otra cosa es idiota, infantil o delirante. O masoquista, o sádico. Y definitivamente innecesario y una enorme pérdida de tiempo. Y desgastante. Soy un firme creyente de que la vasta mayoría de los problemas entre humanos se debe a una mala comunicación: algo mal expresado, no expresado, mal entendido, etc.
Su conclusión después de la charla aclaratoria fue que él tenía razón en lo que pensaba y yo estoy de acuerdo y se lo dije, pero todavía no entendió que lo que dijo no fue lo que pensó, y que mi defensa fue contra lo que dijo, no contra lo que pensó y que recién ayer me aclaró. Y encima me acusó de cerrarme. Andá a cagar. Ya estás grandecito: aprendé a hablar o dejate de joder.
No es que esté demasiado enojado con él, sino con el hecho de que se pierden tantas oportunidades de avanzar en la vida por malentendidos como este. En lugar de cultivar una buena charla, hay que andar... no encuentro la metáfora apropiada... desandando camino, arreglando estupideces, para poder volver al presente y concentrarse en lo importante. Y eso si alguien lo detecta. Si yo no hubiera insistido sobre el tema, él se hubiera quedado con que soy cerrado (y se quedó, lo sé) y que no tengo idea de lo que estoy haciendo (que resulta que sí sé), y yo me hubiera quedado con la tristeza inmensa y la frustración de creer que mi amigo, que debería conocerme mejor después de 30 años, piensa que soy baboso. Ahora sé que no piensa eso; solamente que soy estúpido.
Pero lo que sí me hace enojar es que no es el único que funciona así, pensando que dijo lo que había que decir y que el otro es un estúpido y cerrado. Vuelvo una y otra vez al concepto de "proyección". La gente vive en sus errores pensando que es el otro el equivocado. Estar consciente de este fenómeno no nos hace inmunes al problema, pero ayuda un montón a prevenirlo. Hace que uno pueda dar un paso atrás y rever el asunto con más humildad, rever no solamente al otro sino, y esto es la clave, a uno mismo. Creo que es la mejor manera de mejorar lo que uno hace y la huella que uno deja por la vida. Por lo menos eso es lo que yo intento. No sé si a lo mejor no estoy proyectando.

viernes, 5 de enero de 2024

pitufo

Hay una razón por la que México no manda su ejército a "recuperar" Texas, y que va más allá de cuestiones geopolíticas e históricas con EE. UU. No hay que ser Einstein para saber la razón: la capacidad de las fuerzas armadas de cada país. Como ejemplo, México tiene 225.000 efectivos contra 1,4 millones de EE.UU., y un presupuesto casi 58 veces más chico. EE. UU. tiene 5500 tanques de combate, México 0. Sí, cero.
Mi deseo, entonces, sería que los imbéciles que se compran un estúpido bulldog francés eduquen a sus carísimas (y cuando se trata de estos 10 kg de cagada, regalado es carísimo) criaturas para que, por ejemplo, no se le tiren encima y ataquen a mi perro. Y que cuando mi perro se defienda, se jodan, es decir, que asuman su responsabilidad en lugar de decir que todos los demás perros son malos y el suyo una víctima. Y que pidan disculpas. Y que no insulten. Y que pregunten si mi perro está bien. Pero si arrancaron siendo tan imbéciles como para tirar la plata en un bulldog francés, un bicho tan artificial y sobrecriado que no solamente no puede regular correctamente su temperatura, sino que ni siquiera puede hacer la tarea más elemental de cualquier ser vivo, respirar, ya da un perfil de persona que no sabe reconocer sus errores, y menos en vos alta. La estupidez es como la muerte: el muerto no se entera, y el resto lo sufre. Aclaro que no es que me molesten los bulldog francés, porque son perros y porque no tienen la culpa. Pero es una raza criada sin más fin que el de hacer compañía, en una época (mitad del siglo XIX) en que el bienestar animal estaba lejos de ser una prioridad, y salían cosas como estos pobres bichos que sufren de un par de problemas importantes, al punto de que en el norte de Europa ya no se permite su crianza. Este es un ejemplo de lo que tarda la sociedad en darse cuenta de sus errores y corregirlos.
Otro ejemplo. Al contrario de lo que se pregona a los gritos, como si los decibeles compensaran la falta de fundamentos, las mujeres parecen ser una parte de la población que como sociedad se nos fue de las manos. Como los bulldog franceses, los planeros o los azulejos verdes. Cuando yo era chico, y la mayoría de mis desplazamientos eran a upa de mi mamá y apenas estaba aprendiendo a hablar, le preguntaba a cada persona que me presentaban si tenía pito o perlita, que traducido quería decir que si era hombre o mujer, porque mi mamá y mi hermana usaban aros de perlas. Aprendí que la mitad de la población, la que generalmente llevaba aros, eran intocables, princesas, perfectas, inimputables, indefensas y, más allá de para atender una casa, prácticamente inútiles. Con mucho trabajo, tanto de mujeres descontentas y con una cierta visión, como de la sociedad en general, ese paradigma se deconstruyó y hoy esa sociedad se beneficia de un pool de personas para hacer descubrimientos científicos, pilotear aviones y manejar empresas que de otra forma nos perderíamos, independientemente de lo que tengan entre las piernas y más basados en lo que tienen entre las orejas. Además, un hombre puede ahora aspirar a encontrar una mujer que sirva para algo más que de florero para la casa. Porque, razoné, salvo una conexión profunda de almas todo lo demás se puede comprar: la limpieza, las comidas, el sexo, el criar a los chicos, el aconsejar una corbata... y todo sin tener que aguantar familia política. Entonces, y a pesar de lo que se mama en Instagram, si no ofrecés algo de valor, como una conexión, si no mejorás substancialmente la vida de un hombre, ¿qué esperás conseguir? No sos una reina, no valés nada en especial, y sobre todo no valés más que un hombre. Es increíble que haya que decirlo. Y sin embargo...
A pesar de lo que 20 segundos de razonamiento sugerirían, la Ley argentina (23.179, 24.632, 26.485 y 86, etc.) fue contaminada por una camada de desubicadas y resentidas, totalmente inconscientes de lo afortunadas que son, que lograron desquicios como que si un tipo mata a la esposa, la pena es mayor que si ella lo mata a él (artículo 80, inciso 11 del Código Penal). No solamente eso, sino que si un hombre mata a una mujer, en los medios enseguida lo catalogan como femicidio. Es decir, si una pelotuda cruza la calle por cualquier lado menos por donde le corresponde con el celular pegado a la nariz, y un conductor se la lleva puesta, ya es femicidio. Y en lo legal, si una mina le infla las bolas al marido por años, lo amenaza con llevarse a los hijos si respira fuerte, lo vuelve loco, lo acosa, lo sopapea, y el tipo osa defenderse y pedirle en un tono 2 octavas demasiado alto que largue el cuchillo que ella lleva en la mano, perdió. Todo perdió. Divino. Ella puede ir a una comisaría, sin testigos ni mucho menos, decir que él le pegó a ella y listo. En un mundo donde los pocos estudios sobre el tema revelan que en el 53% de los casos es la mujer la que inicia la violencia, mientras que otros muestran que el mayor porcentaje de violencia en las parejas se da en las homosexuales de mujeres, no en parejas de hombres ni en las heterosexuales.
Parece joda, pero es muy serio, y muy en serio. No solamente metieron la figura de la violencia de género, de por sí ya estupidísima (imaginate una persona que odie al sexo opuesto pero solamente le pegue, de pura casualidad, supongo, a una), sino que la hacen una calle de una sola mano. ¿A quién carajos se le ocurrió semejante idiotez? Y mucho más importante, ¿cómo es que eso pasó el Congreso? ¿Qué clase de imbéciles tenemos en el poder Legislativo más alto de la Nación? Aterrador no llega a rasguñar las implicaciones de esto. Las mujeres se victimizan, entre otras muchas estupideces dicen que los hombres no tenemos idea de lo que es, mientras que no entienden que en realidad el 95% de los hombres vivimos exactamente en la misma situación de miedo ante los pocos violentos, que es a los que hay que perseguir en lugar de a todos. Hay exactamente 2 grupos de personas que se perjudican con lo que están haciendo: ese 95% de los hombres que no tienen ninguna culpa, y las mujeres golpeadas, a las que la sociedad las está catalogando como hinchapelotas porque no puede distinguir los gritos de desesperación y pedidos de ayuda por sobre la oleada de gritos de las locas. Y yo ahora tengo que salir a explicarles a mis sobrinos adolescentes que ellos valen menos que otros seres humanos, por ser hombres. Y que son violadores. Y que se tienen que dejar pegar. Y que la presunción de inocencia con ellos no aplica. Una locura total.
Por suerte, en este mundo hay pastores australianos para elegir en lugar bulldog francés. Pero en Argentina, si uno quiere conseguir una mujer que piense, que aporte, que aprecie, que no tenga miedo a mejorarnos mutuamente, que sea easy on the eyes y en lo posible que no se regale (sí, también pido que tenga ciertos códigos morales), uno está condenado a estar solo.
Shit.
Y hay una cosa más que pido. Resulta que por muchas razones, o excusas, arranqué tarde. Tan tarde que arranqué en Europa. Nunca tuve una novia en todo su significado en Argentina. Una novia argentina. Y no es que ahora la quiera para tachar un ítem de mi lista, sacarme un gusto, curiosidad o algo así. Es otra cosa, y como no sé muy bien cómo explicarlo, voy a intentarlo con una metáfora: quiero una mujer a mi lado que llame "pitufo" a los pitufos. No "smurf", ni "schtroumpf", ni (por más que sea italiano y, por lo tanto, el premio consuelo número 1) "puffo". Hay cosas culturales en Argentina muy lindas, o muy mías, que es bellísimo tenerlas en común. Tanto esas como las diferencias son motivos de charlas entretenidas, pero las que uno tiene en común dan calidez y pertenencia. Y eso es irreemplazable.

lunes, 1 de enero de 2024

chau populismo (?)

Quisiera, creo, escribir sobre cómo me hace sentir el no encontrar pareja, pero cada vez que me siento en un café (porque no funciona de otra manera) con la computadora, me pongo en blanco. La sensación de añoranza, frustración y soledad actúan como una fosa rodeando el castillo donde está el teclado y en la cabeza se me mezclan con temas de trabajo, del país, de amigos. De hecho, en ese castillo hay varias otras cosas que me gustaría hacer pero a las que me cuesta encontrarles sentido si estoy solo. Ahí es donde la familia y los amigos no sirven, ni siquiera como placebo, y encuentro los límites hasta de Perro. Olerle el pelo, esperarla en la puerta de su trabajo, sentir la punta de su nariz en mi cuello, ver su nombre y su foto en el celular cuando me llama, mirarla mientras se duerme. A perro también lo miro cuando duerme y le huelo el pelo, y hasta puedo argumentar que es un sentimiento más puro, pero no sé si más lindo para este pobre hombre.
Soy asocial, y en algunos aspectos hasta antisocial, pero no soy de corcho. Y en una sociedad tan desquiciada como la argentina, la compañía indicada, que te funcione como isla de sensatez y contención... se extraña mucho. Ahora que releo esa última oración, lo de sensatez quizás no sea lo más inteligente buscar en una mujer, pero la suya sería insensatez sin agresión, sin tirarme el auto encima, cosas así. Supongo que ya me estoy olvidando la otra cara de la moneda de lo que es estar en pareja.
Esto me trae, desintencionadamente, a una observación que hice ya hace algunos años y no ando por ahí ventilándola porque es muy íntima, pero supongo que este es justamente el lugar que uso para escribir esas cosas: hace mucho, muchísimo, que no hago el amor. No me refiero a sexo, sino a hacer el amor. El sexo, además de vacío y solamente físico, es tomar, mientras que hacer el amor, además de involucrar muchos más aspectos, es dar. Hacer el amor contiene sexo, pero no a la inversa. Y si bien hubo veces que sentí amor por la persona con la que estaba teniendo sexo, el sexo en sí fue medio una cagada. Pedorro. Hasta malo. La doña en cuestión no sabía, o no me tenía ganas, o no lo demostraba; por el motivo que fuera, da lo mismo. Tuve una relación donde sí fue bueno el sexo y dejó la marca de agua a la que apunté después, y eso fue en 2006. De ahí para abajo, salvo alguna instancia puntual en que se alinearon los planetas por esa vez en particular o vaya uno a saber.
Lo triste, porque tiendo a mirar lo triste de las cosas, es que ahora tengo casi 20 años más y, hay que admitirlo, no es razonable esperar salir con una mujer de 30 o 35 años. No veo qué podría encontrar en mí, mientras que yo, el próximo cuerpo que encuentre (hablando crudamente) para tener sexo, simplemente va a estar más cachuzo y gordo y arrugado y áspero y qué sé yo qué, igual que el mío. Todo esto suena muy superficial pero no lo veo así. Si me preguntaban hace un par de décadas cómo esperaba que fuera esto de envejecer y que mi compañera envejeciera, me lo imaginaba juntos. Me imaginaba conociendo a alguien que me atrajera físicamente, que la atracción mutara en amor, y envejecer juntos. Arrugarnos, engordar un poquito, dolores de articulaciones y todo eso, hasta que, como dijo el guacho de Christopher Titus, estemos uno al lado del otro en un banquito o mecedora, con el tanque de oxígeno ahí cerca, sin dientes, agarrados de la mano, y expirar por última vez juntos. Nada de eso ocurrió y a medida que pasa el tiempo la idea es cada vez más improbable, pasa por la estación Viejo Verde, y se dirige a delirio. Es triste, pero real.
¿Qué hice mal? Varias cosas, y varias otras por las que no soy imputable. Crecí en una familia con varios pedos y los heredé. Tengo miedo. No me gustan los humanos. Soy sensible. Soy inteligente. Soy pelotudo. Carecí de ejemplos masculinos. Literalmente no sé exactamente lo que es ser un hombre; soy autodidacta y hago lo que puedo. Tengo varias pautas y códigos gracias a mi abuelo materno, pero también grandes huecos. Él nació en 1913 y era, por ejemplo, elitista y racista. De mi padre no pude sacar prácticamente nada útil más que "nunca pegarle a un hijo con enojo", cosa que aplico con Perro, no siempre con éxito pero cada vez más: éxito en cuanto al método, a frenarme, a controlar la bronca, no a los resultados, porque Perro es un santo y aprende como sea. Y el resto de los hombres generalmente me parecen demasiado bestias e insensibles. Mis 5 mejores amigos tuvieron padres de mierda o directamente no tuvieron padre.
Espero que 2024 traiga cosas nuevas. No pido que una extraterrestre tipo Rhona Mitra a los 30 me caiga en la cama bañadita y perfumada, pero aunque sea adquirir un par de herramientas para lograr entablar una relación y el ambiente apropiado para emplearlas, donde, por ejemplo, haya mujeres que valgan 2 pesos. Creo que nada de eso tengo en este momento.
Anoche terminó 2023 y, no es que haya sido un mal año, pero la caída del régimen de depravados que teníamos por gobierno no es para festejar sino para seguir corriendo sin mirar atrás. Ni siquiera podemos jactarnos de las lecciones aprendidas: no aprendimos nada que no supiéramos. Algunos apenas se habrán sacado las dudas y otros, los más estúpidos, cultivados y adoctrinados por ese régimen en los últimos 70 años, llorarán por los próximos 70 años. Y eventualmente (espero, por el bien de la raza humana) se extinguirán. Veremos qué logran hacer los nuevos. Les deseo lo mejor, a todos, aunque en mi cabeza estoy haciendo las valijas.