martes, 5 de marzo de 2024

admiración

Hay momentos, muchos, por suerte, en que me siento muy feliz con mi vida. Despertarme a la mañana y que antes de poder abrir las pestañas esté perro respirándome en la cara y haciéndome reír con sus boberías, tener cuatro clases de queso en la heladera, mermeladas de tres gustos diferentes, techo, electricidad, calefacción, estar sin tumores (detectados) y cosas así, son invaluables y las aprecio en su dimensión.
Había escrito este párrafo en la entrada anterior, justo antes de la última oración, pero quiero elaborar sobre el tema. Así como la dejé, esa entrada quedó quizás un poco pesimista, pero espero que esta aclaración la redima. Y a mí.
Es que no quiero dejar la impresión de ser un desagradecido con la vida. No lo soy. En lo peor de la depresión, cuando tomar conscientemente la primera bocanada de aire del día dolía del esfuerzo, la resignación de que tenía todo un día por delante y el montón de humanos que lo componían no conseguían voltear mi voluntad de vivir. En algún rincón tenía algo enterrado tan profundo que la depresión no llegó a arañar: mis ganas de vivir. De alguna manera, pensaba que en algún momento la depresión iba a pasar y esa chispa iba a provocar la llama que me iba a devolver a la vida. Por suerte fue así. Agradezco a los dioses del abismo que me arrastraron, o por lo menos a esa parte de mí, a su seno, fuera del alcance de la depresión, y me liberaron cuando pasó lo peor. Si suena ominoso, cataclísmico, es porque lo es. No hubo nada en mi vida con más consecuencias que la depresión. Nacer, podría argumentarse, y lo será morir. Pero en el medio de esas dos cosas: la depresión, sin dudas. Por lo menos hasta ahora. Y por mucha diferencia. El segundo puesto sería el descubrimiento de la moto, aunque muy, pero muy por debajo.
Algo que ha cambiado mi vida para mejor, y creo que yo estoy haciendo lo mismo por ella, es la señora que limpia en mi trabajo. Por empezar, le pago más del doble de lo que pagan en el centro de Mar del Plata y como mínimo el 50% más de lo que pagan mis vecinos. La trato con respeto, la escucho, le aconsejo (porque me lo pide). La historia de vida de esta señora es estremecedora.
Por empezar, cuando no había completado tercer grado, el padre la sacó, y ella y a las hermanas, de la escuela y la mandó a limpiar casas, donde la dejaban encerrada para irse a la playa mientras ella trabajaba. No pudo terminar de aprender a leer. Tuvo su primer (de 9) hijo a los 13 años y una pareja que la golpeaba. Y esa es la parte que me contó; supongo que la historia es más intensa pero no creo que disfrute publicándola. Con la pareja que está ahora vivía en lo de la madre de él, con quien el hijo hace un par de semana se peleó y los echó; la mayoría de sus cosas (ropa, muebles, enseres) quedó en esa casa y la mujer les hizo una denuncia que derivó en una orden de restricción. Después lograron que el juez les permitiera ir a llevarse sus cosas, pero fue la nuera (novia de uno de sus hijos) y la mujer llamó a la policía y terminó presa, y esta señora tuvo que ir a la comisaría a declarar. Además, ahora duerme en una casa con la consuegra (la mamá de la que fue presa) y como son demasiados, tuvo que comprarse una carpa usada y duerme afuera, en el terreno, porque no da para llamarlo jardín.
Es decir, esta mujer se toma un taxi (si pudiera pagarlo) y viajaría parada. Sé que no es motivo para alegrarse, por más que mi abuela materna siempre insistía en que uno tenía que hacerlo si había gente que estaba peor, pero sí me impulsó a apreciar la vida que tengo, con todos los lujos y privilegios, principalmente gracias a mi familia que pudo mandarme a un buen colegio y después pude ir a la universidad. Aunque me haya pagado la carrera yo, y la mitad de la carrera haya estado bajo mi techo (alquilado), la otra mitad, sin la cual no hubiera completado mis estudios, me la dieron ellos. Eso fue decisivo. Sin eso, nada. A tal punto estaba tranquilo con mi situación, que pude concentrarme en los estudios, sacarme buenas notas, y con eso empecé mi periplo de becas y títulos, idiomas y experiencias alucinantes que hoy, por más que no consiga ni una pobre boluda que me dé pelota y se enamore de mí, me hacen el bicho interesante que soy. Lo difícil no me lo sacó, pero la peloteo. Esa parte parece ser más tarea de Perro, pobrecito.
Para cerrar, hoy justamente estaba hablando con una amiga del tema de los efectos de tener perro: si bien me ha enseñado a ser más gentil, también me polarizó. Perro no entiendo folletos explicativos o instrucciones; entiende amor y comandos claros y hambre y sueño y todos mis sentimientos. Y me quiere a morir, como yo a él. Y entonces, los humanos, con su mierda y sus segundas intenciones, al lado de la honestidad de un perro, por más que no sea perfecto, quedan horriblemente mal parados. El Nimitz contra un kayak. Así nomás. Eso tiene el efecto de que no me hago ningún problema en ruthlessly edit the people in my life, como leí alguna vez. Se refería a editar la lista de gente en mi círculo interno y no a las personas en sí, obviamente, que no se pueden cambiar sino que eso tiene que venir de ellas. Ya no pierdo tiempo y esfuerzo intentando acomodarme a gente de mierda sino que directamente los paso. Todos los que quiero me provocan una dosis más o menos importante de admiración, y sin ese componente, no me interesan en mi vida. Al principio fue duro, hoy todavía un poco me cuesta y hasta me siento mal en ocasiones, pero vivo mucho mejor, con un círculo social más chico pero mucho más valioso.

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