miércoles, 28 de diciembre de 2022

feliz Navidad

Supongo que es natural a mi edad, casi medio siglo, ponerse a pensar qué hubiera sido mi vida si hubiera tomado tal o cual decisión o adoptado tal o cual actitud respecto a las cosas. Ya es sabido que no son las caídas y las vicisitudes lo que nos define, sino la forma en que las capitalizamos y nuestras reacciones. En mi caso, tengo que pensar un rato largo para encontrar cosas que no me gusten de mi vida, y estoy más o menos conforme con las decisiones que tomé en su momento en alguna bifurcación para llegar a este punto. Lo que sí detesto, y mucho, son varios de los rasgos de mi carácter que hacen que resulte una persona tan difícil para los demás: difícil de acceder, difícil de complacer, difícil de entender, de seguir mis razonamientos y mis reacciones. Ver a otras personas ser mucho más dulces que yo, más accesibles, volubles, complacientes... en cierta forma me parecen mejores seres humanos. No importa si no inventan la cura contra el cáncer o cómo bajar la inflación en Argentina, simplemente traen luz a este mundo, mientras que yo traigo un poco de obscuridad. Soy, o por lo menos me describen como, serio, formal, minucioso, estricto, exigente, y también inteligente, confiable, honrado, sincero, trabajador, sacrificado. Y todo eso es cierto. Cosas más positivas me dicen, pero con mi autoestima que ni el Trieste encontraría, ni me las creo ni las repito.
Como sea, tengo el profundo temor de que me voy a morir miserablemente solo, así que en mi intento desesperado de mejorar, pensando y pensado, creo que hay, por lo menos en este momento de mi vida, tres factores fundamentales para mirar con asco a la mayoría de los humanos.
Factor námber uan: Gabriel Levinas, un comentarista que está en Radio Mitre los viernes a la tarde/noche, creo, mencionó que cuando uno pasa por cosas terribles en la vida, pierde empatía con aquellos que se quejan por problemas más banales. Parece.. es lógico, pero cada uno tiene su vida y el problema más grande que tenga es un problema significativo, suficiente para amargase y quejarse y sentirse desafortunado. Una de las cosas que me hastiaron de mi mamá inmediatamente previo al episodio que me hizo decidir distanciarme, fue una queja sobre que su cocina era muy chica para que 6 personas se sentaran a comer, mientras esa mañana una señora mayor en Ucrania relataba cómo una bomba rusa voló la mitad de su cocina, con toda su familia incluida. El contraste fue demasiado para mi ya abusada paciencia por parte de ella, que en forma creciente hace de la queja una forma de vida. Y no, por más que este sea mi espacio para, entre otras cosas, justamente quejarme y pueda dar esa impresión, yo no soy así. Pero el asunto es que pasé por cosas feas: la depresión, emigrar nada menos que a Alemania y disfrutar de esa cálida recepción, los esfuerzos gigantes para obtener mi título universitario... tengo pocas ganas de escuchar quejas estúpidas, de quien sea; tengo poca empatía. Por si no es claro, no es que no entiendo de qué se quejan. Sí que entiendo, y justamente por eso me hastía.
Factor námber chú: los argentos y su descerebro. Siempre menciono el tema de cómo se ignora el Código de Tránsito y no voy a explayarme otra vez ahora, pero es un buen caso testigo para analizar y cuyas conclusiones se pueden extrapolar al resto de nuestra vida como ciudadanos. Una sociedad es una máquina que requiere un orden, para lo cual hacen falta reglas y un ente que se encargue de hacerlas cumplir. Eso es todo. Esa necesidad abarca seguridad y educación, con todo el aparataje de un sistema de Justicia. Si, aunque opcionalmente, le sumamos un sistema de salud, tenemos un Estado. Chiche bombón. Y en Argentina tenemos none of that. Nunca fue nuestro punto fuerte, y los degenerados a cargo del desgobierno durante el 51,5% de los últimos 76 años han sido muy exitosos en desmantelar, tanto del Estado como de las mentes de las masas, los conceptos de meritocracia y respeto a las instituciones. El voto de un cabeza de termo acostado a la sombrita del techito hecho con la chapa que se robó de alguna obra sin vigilancia porque pensó que "se lo debían", vale lo mismo que el de un médico que se rompió el alma para lograr su título y está acostumbrado a esforzarse por sí mismo y por los demás. La diferencia está en el costo de esos votos. Bienvenidos al populismo.
Anécdota: para no decir demasiadas estupideces, tengo la costumbre de buscar la definición y la etimología de las palabras, la historia de los conceptos, y las explicaciones de cómo funcionan las cosas. Una vez se me ocurrió buscar todo lo que tuviera que ver con "populismo", y me encontré con diatribas y delirios filosóficos de varios calibres y pretensiones. En mi opinión, se trata simplemente de usar la ignorancia de los votantes mentalmente más indefensos para enquistarse en el poder. Ejemplo de esto, prueba, se diría, es el hecho de que los peronistas jamás han gobernado bien y sin embargo son una máquina de ganar elecciones. El cómo es tan obvio como triste, vergonzoso y repugnante. El resultado es que hoy por hoy no se puede festejar una victoria deportiva, cruzar la calle o postularse a un trabajo en alguna dependencia estatal y apelar al sentido común, el Derecho o el mérito respectivamente para lograr lo que se busca. Nada de eso tiene aplicación en Argentina 2022. Esto no era tan así hace 20 años cuando me fui, y aunque no me engrupí en cuanto a lo que me iba a encontrar al subirme al avión para dejar Alemania, sí que subestimé la magnitud que había adquirido el tema y el efecto que iba a tener en mí, sobre todo magnificado por mi evolución en sentido contrario. Se les puede criticar bastante a los alemanitos, pero son civilizados, y a pesar de que (me da vergüenza admitirlo) me resistí, afortunadamente yo me civilicé.
Factor námber zri: Perro. Y qué flor de perro. Yo pensaba que los bichos estos eran poco más que un florero con patas. Y pelos. Muuuuuchos pelos, en el caso del mío. Cuando veía una persona hablando con su perro, pensaba que era un idiota delirante. Cuando alguien me contaba que su perro sabía como se sentía, igual. Si alguien insistía en que su perro tenía personalidad, o que le gustaba tal o cual cosa (fuera de algo para comer), pensaba que tenían que conseguirse una vida, coleccionar estampillas o ayudar en un orfanato. Hasta que conocí a perro. O mejor dicho, hasta que Perro ya no esté conmigo. Con eso quiero decir que Perro me enseña todos los días algo. No es que el día que lo incorporé a mi vida dejé de ser un ignorante, ni siquiera puedo jactarme al día de hoy de tener noción de lo profunda que puede ser la relación con uno de estos ángeles con pelos en lugar de plumas. Perro no solamente me enseñó un montonazo, sino que también me enseñó a esperar lo mejor de él, y que lo que me falta conocer es bueno, es para ilusionarse, para frotarse las manos y contener el aliento, porque debe ser tanto o más hermoso que lo que ya me mostró. Es mi primer y último motivo para resignar una salida en moto y así disfrutar más tiempo de él.
En mi cabeza despelotada, estas tres cosas se dan cuerda mutuamente y me complican la existencia, pero en perspectiva me temo que funcionan apenas como condimento de lo que es el plato principal: mi fracaso para encontrar el amor de mi vida. No es solamente el no tener novia. Tampoco, aunque más grave, la cada vez más notable ausencia de esperanza de que la voy a encontrar en este cóctel de feminismo delirante, exigencias de princesa y simple estupidez bovina. No, lo peor es mi convencimiento de que soy infumable, y ese convencimiento se refuerza diariamente. En mi fuero íntimo, creo que el universo está protegiendo a alguien manteniéndola fuera de mi alcance; soy como un dios cruel aunque sin poderes, con algún que otro encanto pero en el fondo horrible, por el que de vez en cuando ese universo sacrifica una cabra en mi nombre pero no me da a su hija, y lo bien que hace. Si pudiera dejar de mirarme como me enseñaron a mirarme, y empezara a apreciar lo que algunas personas dicen que tengo para apreciar, tendría el mundo a mis pies, como cada vez que me enfrenté a alguna dificultad. Me pregunto si no es demasiado tarde. Y me aterra la respuesta.

domingo, 18 de diciembre de 2022

mi guía

 "Serás lo que debas ser, o no serás nada." - Gral. José de San Martín (1778-1850)

Primero, entonces, uno tiene que saber qué quiere ser, ¿no? ¿Y de dónde sacamos eso? Mirando para adentro, por ejemplo. Ok, suponete que la tenés, que sabés lo que querés ser. ¿Y si lo que querés ser es una burrada, malo, ridículo, irrelevante? Por eso uno tiene modelos a seguir. Para un hombre, la primera alternativa sería Batman, obviamente, o el padre (no el de Batman, el de uno). En mi caso, fue mi abuelo materno. Y es demasiado poco, porque uno no puede cotejar y elegir. No tuve contacto ni con mi padre ni con su familia. Mi abuelo era el único hombre presente en mi vida. Tuve un tío, buen tipo, pero no figuraba. Soltero, sin hijos (que hayamos sabido), traumado; sí debo admitir (empiezo a recordar ahora mismo mientras escribo) que alguna que otra vez se sentó a aconsejarme, y aunque haya sido en dosis homeopáticas o no haya estado del todo de acuerdo con lo que me dijo, me hizo bien. Pero el gran rol ahí lo jugó mi abuelo.
Como decía, el problema fue que era un personaje particular, específico, con algunas características que yo no tuve con quién cotejar para filtrar y quedarme con lo que me pareciera bueno y descartar lo que no. Tampoco, al no tener otros modelos, podía contar con alternativas que llenaran los huecos de lo que no quisiera adoptar de mi abuelo. Ejemplo: alguien me insulta. ¿Le devuelvo el insulto, le pego, sigo caminando? Mi abuelo le hubiera pegado, y eso es algo con lo que yo no comulgo, pero eran otras épocas y esa era fácil de distinguir. Ahora bien, ¿qué hacer? No sé, no tuve nunca de dónde sacar alternativas. Al día de hoy me cuesta mucho lidiar con agresiones, no sé para dónde agarrar. No entiendo cuándo huir, cuándo pelear, cuándo hacerme el muerto. No sé (sí sé, pero no encuentro mucho quorum) cuándo tengo que pedir por favor y cuándo no. Para colmo, soy inteligente, así que las demás personas en general me parecen estúpidas, y no tengo la paciencia para aguantar cuando se cagan en el prójimo y andar con delicadezas y explicar con pedagogía. Mi abuelo era machista (mi abuela, más) y a mí eso no me va. Poner a una persona en un altar o tratarla como discapacitada por ser mujer (votás, manejás un vehículo, ganás lo mismo por igual actividad... quedate con la orquesta y cedeme tu asiento en el próximo bote salvavidas), o exigirle más y adjudicarle determinadas responsabilidades a otra persona por ser hombre, me parece absolutamente ridículo. Más ridículo me parece el sentido de sororidad o que alguien salte a defender a una mujer sin más argumento que el "es una dama". O que piense que las diferencias se dirimen a las trompadas. Mi abuelo era de esos. Yo soy de los que creen que sos un adulto y los adultos se hacen cargo de las consecuencias de sus actos. Opinión poco popularizada, soy consciente.
Pero mi abuelo era una gran persona. Con defectos, pero nunca faltaba a sus creencias y tenía honor y lealtad a sí mismo y a su familia, a la que protegió y proveyó en todo momento y más allá de lo que se le podía exigir.
Me pegó. Me pegaba, porque fue más de una vez. Pero nunca lo hizo por bronca, sino porque lo consideraba su deber. Él creía en esa alternativa o forma de "educación". También muchas veces me llamó para hablar, para decirme lo que sabía de alguna situación en mi vida (si me mandaron una nota del colegio, si me peleé con mi hermana... cosas así) y me explicaba su forma de ver el tema, y siempre cerraba diciéndome que tomara lo que me sirviera y descartara el resto. Nunca me hizo demasiados halagos, pero no escatimaba en elogios cuando hablaba de mí con mi mamá.
Quizás un poco extrañamente, la persona a la que más extraño es él. Al no tener padre, él fue la roca, el amarre, perfecto o no, al que uno podía ir a buscar puerto seguro en cualquier tormenta. Cuando murió, el agujero que dejó fue enorme. Cada uno se lo habrá tomado a su manera en función de su relación con él; pero a mí, más que mi abuelo, se me murió mi guía, la única persona con la estatura que yo necesitaba para decirme cómo mierda navegar en la vida. Mi mamá todavía se queja (con razón) porque muchas veces me dio un consejo y después, cuando mi abuelo me dijo exactamente lo mismo, ahí lo acepté del todo.
Hoy en día encuentro casi todos los aspectos de la vida en Argentina como inferiores a lo que podrían ser. Esta mañana pensaba que podría escribir una novela de un tipo que se levanta a la mañana, desayuna, y en el instante en que sale de su casa atraviesa un portal temporal y retrocede 200 años, o 500, o lo que uno necesite cuando se pone a pensar en detalle en las diferencias que quiere resaltar como escritor. Ese portal, en mi vida, fue el LH510 del 5 de septiembre de 2018. Hace un par de siglos la gente descargaba la palangana del baño (o como mierda se llamara) tirando el contenido por la ventana, sin siquiera avisar. Los médicos no se lavaban las manos después de ir al baño y antes de operar. Ahí estaban los yacimientos de bauxita y hierro, y sin embargo la gente andaba a caballo en lugar de usar aluminio y acero para hacer autos. El litio y las ondas electromagnéticas existen desde el origen mismo del universo, y por mucho tiempo la paloma mensajera fue la versión más rápida de WhatsApp. Pues acá estoy yo, pretendiendo que la gente respete la senda peatonal o los horarios de descanso. O que razonen.
Una típica situación donde necesito un criterio para ver si estoy en lo correcto o no, es cuando alguien se comporta como un imbécil o una porquería de persona, y reacciono con pocas pulgas. Cuando alguien me dice que reaccioné muy fuerte, a mí en realidad me parece que me quedé corto, que debería haber sido más. Ejemplo: una vieja de mierda señora mayor estaba para pagar en un negocio. Le tocaba tercera, yo estaba segundo, y delante de ambos estaba un chico ya pagando. La caja queda en una esquina del negocio y la persona que está pagando queda arrinconada. La señora estaba respirándole en la nuca al pobre flaco (con los casos de COVID cuadruplicándose semana a semana), lo cual también implica que se metió delante de mí. Finalmente, cuando el que pagó quiso irse, no hubo forma de que la vieja, con la esbeltez de una bolsa de 120 kg de manteca semiderretida, se moviera y lo dejara pasar. El flaco pidió permiso, la cajera le explicó a la vieja que esperara su turno, y finalmente yo le pedí que moviera. No había caso. Finalmente el chico logró zafarse y salir, y como todavía no se había movido, le dije a la vieja que se corriera. Ahí es cuando la imbécil de la hija (de tal palo...) me espetó que tenía que pedir "por favor". El resultado del breve intercambio de palabras fue muy satisfactorio pero no hace falta reproducirlo. Lo que me interesa destacar es mi postproceso de la situación, y mi legítima duda de si me comporté correctamente, de si usé el tono, las palabras y la actitud adecuadas. De estas situaciones tengo 10 al día.
¿Dónde estás, abuelo?

viernes, 2 de diciembre de 2022

de autoestima

Siento necesidad de retomar y explayar un tema que toqué en el último párrafo de la entrada anterior, un ovillo muy grande del que quiero tirar de la punta: "Una criatura que apenas cumplió los 4 años cuando su vida explota, crece pensando... que uno es defectuoso e inmerecedor de amor". Supongo que la motivación viene de querer solucionar el asunto o aunque sea mejorar, y se dice que conocer el porqué de algo apunta hacia dónde hay que ir. A su vez, el tema viene de que es cada vez más evidente que mi incapacidad de encontrar pareja se debe a mi bajísima autoestima, que siempre me hace sospechar que cualquier mujer que salga conmigo es porque le conmutaron la pena por algún vandalismo o delito menor, y le dieron a elegir entre limpiar los baños de una estación de tren o salir conmigo por un par de meses. Con esa mentalidad, en mi cabeza tengo el rechazo asegurado y para qué entonces siquiera invitarla a salir si me va a decir que no. O debería.
El otro día alguien tocó tangencialmente algo que me había mencionado más en profundidad mi terapeuta, respecto a que cuando una madre se divorcia y tiene un hijo varón, proyecta en él sus pedos (bien o mal, buenos o malos). El resultado es un chico que siente una profunda necesidad de diferenciarse de su padre como hombre ante su madre y, más adelante, ante las mujeres en general. Yo no soy peligroso, no soy un jugador, no soy un acechador. En inglés dicen que marca la diferencia entre a good man y a nice man. A good man simplemente es bueno, sin vidriera o publicidad, mientras que el otro necesita que lo validen y pone mucho esfuerzo en diferenciarse, haciendo cosas por las mujeres para que lo aprecien, al punto de que sus propias necesidades quedan siempre supeditadas a las de su pareja. Y todo producto de querer ver a su madre feliz, cosa que no va a lograr porque a) no es culpa de él y por eso no depende de él, y b) las mujeres son estúpidas a la hora de digerir un divorcio, que de por sí es difícil de procesar.
El otro factor que me hizo crecer con una autoestima en dosis homeopáticas fue mi abuela materna, que se ocupó de despreciarme minuciosamente. No hay mucho más para agregar, ya lo hablé otras veces y no es mucha ciencia: si tenés 4... 5... 6 años de edad y nadie te dice que tenés algo de bueno, y sí tenés a alguien que se ensaña con explicarte en detalle y seguido por qué sos una mierda inaceptable, el resultado no es muy mistificante. Esto es tremendamente influyente, al punto que cuando pienso en esto siento una presión en el pecho difícil de ignorar. Me influye de una forma muy, muy patente, para nada sutil, algo que uno no se da cuenta y pasa en el trasfondo. No, no... es bien evidente. Y duele. Duele lo que me hizo, duele el efecto que tiene, duele el verme al espejo y, dependiendo el día, sentirme asqueado o apenado o avergonzado. Rara vez me complace lo que veo. ¿Cómo esperar que una fémina sí lo haga? Ridículo.
Se le sumó lo que hoy de puro chetos se denomina bullying (el viejo y querido acoso, para los que todavía hablamos castellano), que me dispensaron mis compañeros en la escuela elitista a la que iba; en su defensa, la verdad es que nunca encajé fácilmente (ni difícilmente) en ningún lado.
Y respecto a encarar un mujer, surge la pregunta: ¿soy tímido, como siempre pensé, o es que no me tengo fe? Porque para ser honesto, salvo algún episodio aislado, cuando me gustó una chica y logré encontrar la veta por dónde "atacar", mal no me fue. Es cierto que hoy en día, y me refiero a hoy literalmente, fines de noviembre de 2022, estoy en un ambiente, Mar del Plata, Argentina, donde la mayoría de las mujeres tienen caca en la cabeza, mezcla de princesas con pura y simple ignorancia y mucha estrechez de mente. Para hacerla más difícil, no cuento con un pool (iba a poner suministro, pero yo también soy cheto) donde conocer candidatas nuevas y poder elegir: mi trabajo funciona casi como una orquesta unipersonal y así también lo prefiero, además de que mis clientes son casi inherentemente de otras ciudades, así que por ahí no va a surgir nada. Tampoco voy a la universidad así que no tengo compañeras de clase, y en el curso de italiano que tomá hace un año, la más joven tenía 20 años más que yo. Cuando salgo con perro puede surgir algo, como ya pasó, aunque haya salido mal. En este punto me surgen las excusas, que no son tal: la edad, la situación socioeconómica (que influye mucho lo cultural y la probabilidad de gustos comunes), la formación, etc., pero en definitiva vuelvo al comienzo: el mercado es una bosta y yo tengo muy poca iniciativa, por el tema de la autoestima.
¿Cómo carajos salgo de esta situación? Es más, en realidad ni siquiera quiero salir de esta situación, sino simplemente encontrar y conquistar el amor de mi vida: linda, inteligente, buena. Esencialmente quiero tanto conversación como sexo de calidad, en proporciones variables en función del día. Hace rato que tomé la frase "lo que no te mata te hace más fuerte" y le agregué mi editorial: no me interesa ser más fuerte, me interesa ser más feliz. También hay otra frase, algo así como que uno, antes de esperar encontrar a la persona adecuada para ser feliz, tiene primero que aprender a ser feliz solo. Y mi editorial: andá a cagar. Eso es una soberana imbecilidad, sobre todo desde que conviví con dos novias y realmente la vida es mejor de a dos, punto. El compartir la intimidad, en cualquiera de sus facetas, es una maravilla. Si la vida es un viaja hacia la felicidad, o por lo menos a ratitos de felicidad, hacer ese viaje solos o de a dos es la misma diferencia que ir de Mar del Plata a París en canoa o en 747. No jodamos. Eso de andar engrupiéndose con frases baratas, por más que la prosa suene divina, no me parece muy inteligente. Prefiero decepcionarme un poco con la verdad y así poder corregir el rumbo, que vivir en una nube de pedos.
La autoestima... ¿Cómo hago?
Rizando el rizo, voy a describir mi realidad en este momento: tengo parientes, pero no familia. Tengo casa, pero no hogar. Tengo dinero y soy pobre. Y en lo profundo pienso que no me merezco más.

domingo, 20 de noviembre de 2022

más conozco a mi perro...

Es medio vox populi que si alguien va en una dirección y un millón van en la otra, probablemente el millón tenga razón.
Nunca suscribí a esa idea. Yo lo veo así: si alguien va en una dirección y un millón van en la otra, es que hay algo que ese único individuo sabe y el millón no, o al revés.
Es más: mirando varios ejemplos, casi que da para pensar que es al revés, o por lo menos que esas dos variables (quién tiene razón y cuántos opinan lo mismo) están desacopladas. ¿Cuáles serían esos ejemplos? Hasta hace apenas unos siglos, la gente sabía que la tierra era plana. En este mismo momento, el 85% de la población humana sabe que hay un dios (o varios, de una clase u otra) mirando cada pedo que se tiran, y la mayoría de las religiones (el 95% como mínimo) se contradicen entre ellas, lo cual significa que la mayoría están patéticamente equivocadas.
Pero hay situaciones donde uno piensa una cosa y la mayoría otra, y no está de más prestarle atención a dónde apunta esa mayoría, porque puede servir de indicador de que hay algo que a uno se le escapó y puede marcar la diferencia.
Dejé de seguir lo que hacía la mayoría antes de saber leer y escribir. Los humanos son desconsiderados, hirientes, jodidos, egoístas, estúpidos y necios. Buscar tener razón es narcisismo, pero también es idiotez cuando toma precedencia frente a buscar la verdad, proceso que implica que a lo mejor, quizás, uno no es infalible. Buscar la verdad es una postura típica de ingenieros porque uno está diseñando algo que tiene que cumplir una función, y defender sin argumentos una idea es una mala práctica que se abandona pronto. Creo, o por lo menos eso es lo que a mí me pasa, que esa postura se extiende a la vida personal, fuera del tablero de dibujo o de las relaciones con los colegas.
Hace poco me distancié de mi mamá. En un arranque no atípico de ella, me hirió y no se disculpó, y como no es la primera vez y yo no soy de goma, tomé distancia de seguridad. No hubo pelea, ni drama, ni gritos, ni recriminaciones; solamente distanciamiento, y ella no ha hecho ningún esfuerzo siquiera por averiguar por qué. Y basado en experiencias previas, tampoco da para esperar que lo vaya a hacer. Simplemente no está en su menú de opciones. En varios puntos en los últimos meses revisé la situación y la postura que adopté, y en cada ocasión y con ayuda de otras voces llegué a la misma conclusión: si tomo el primer paso para "solucionar" esto, no estoy "solucionando" nada, sino que estoy condenándome a que se repita, estoy puenteando el problema subyacente y dejándolo pasar, invitándola a seguir como está. Salvando las diferencias, si se tratara de una pareja en lugar de mi madre, y yo volviera a reiniciar el contacto, el diagnóstico unánime de amigos y familiares sería "sos un estúpido". Lo hice antes y acá estoy: con suelas de zapato marcadas en la jeta.
Sin embargo, estoy distanciado de muchas, demasiadas, otras personas: parejas, familiares, amistades, vecinos, compañeros de trabajo o de estudio, conocidos, en un 99% debido a mi propia decisión de no dejar a esa persona que siga cerca de mí. Los que sobreviven a los exámenes y la purga constante coinciden en que soy exigente, y tienen razón. Algunos ejemplos:
- mi mejor amigo en Alemania, un mejicano, que tardaba semanas en reaccionar a un mensaje, y eso incluye cuando le dije que me volvía a Argentina. No sé, hubiera pensado que si mi mejor amigo me dice que no voy a verlo nunca más, quisiera hablar con él. Se juntó con el hecho de que cada vez me rompía más las pelotas la neurótica de la mujer, que no dejaba de burlarse de mi acento argentino, a pesar de que a) ella no habla español (por lo menos, no nativo), y b) que de lo que ella se burlaba es, por lo menos en número de hablantes, la forma en que habla la mayoría.
- mi compañero de departamento en Múnich, que una noche, muy tarde, estaba mirando televisión con su nueva novia a la que quería impresionar y cuando le dije que me iba a dar una vuelta y después me iba a dormir, y si podía bajar el volumen, explotó y empezó a insultarme.
- una vecina a la que intenté explicarle que cada uno ve el mundo con sus propios "anteojos" (metafóricamente hablando) y no con sus anteojos (los de ella), con lo cual dejó de saludarme.
Tengo infinidad de ejemplos así en que, hasta donde mejor y más honestamente recuerdo, alguien tuvo una reacción o una actitud de mierda. Obviamente yo he cumplido con ese rol, con la diferencia que mucho menos porque no creo tener razón siempre, y en cada caso que vi mi error me disculpé, salvo que la otra persona me importara un bledo, pero fueron pocas veces, casi ninguna. Igual, por la simple cuestión de números y mi impresión de que tengo problemas para llevarme medianamente bien con demasiada gente, prefiero pensar que de alguna manera soy yo que estoy meando muy fuera del tarro con mis posiciones y mi sensibilidad.
En mi defensa, juraría que tengo buenos motivos, al margen de mi versión sobre lo que pasó en cada caso individual. En la vida hay personas que deberían querernos incondicionalmente, y resulta que una de esas personas, al que le tocaba el título provisorio de "padre", simplemente se fue, me dejó, me abandonó. Y la familia que me quedó ofrecía un amor muy condicional (portate así, no hagas esto, no seas como...) o simplemente no sabían cómo demostrar su amor. Una criatura que apenas cumplió los 4 años cuando su vida explota, crece pensando dos cosas: que uno es defectuoso e inmerecedor de amor, y que las personas son pedorras y hay que filtrarlas muy cuidadosamente antes de dejar que se acerquen y dedicarles tiempo y emociones. En dosis saludables, estas dos características son perfectamente normales y asoman en todos, y yo no soy ni de lejos lo peor que he visto, pero estoy bastante tocadito. Del 1 al 10, un 8, supongo. Por encima de mí están los que dicen haber sido abducidos por extraterrestres, con un 9, y los asesinos seriales, con un 10. Es agotador, y de la misma manera afecta mi capacidad para formar pareja. Creo que haber incorporado a Perro a mi vida, aunque se superpone con mi vuelta a este manicomio y es difícil distinguir una causa de otra, ha profundizado mi aversión a conectarme con las personas. "Más conozco a la gente, más quiero a mi perro", dice el refrán. "Más conozco a mi perro, menos quiero a la gente", digo yo.

sábado, 5 de noviembre de 2022

puto asteroide

Hace unos días iba cruzando la calle y del otro lado, en sentido opuesto, venía una familia que desde mi punto de vista, de izquierda a derecha, eran: nena, papi, mami, nene. Manteniendo la trayectoria, Perro y yo pasábamos entre mami y nene. El problema, para variar, era que mami estaba en otra, parloteando de quién sabe qué (porque papi hace rato que la catalogó de tinnitus y no estaba escuchándola), desplazándose como un tanque de combate con la torreta a 90° de la marcha, sin mirar a dónde iba, cruzando la calle sin mirar tampoco si venían autos o a lo mejor alguien caminando alrededor de ella. You get the picture. Nene, muy amablemente (e incluso diría que tratando de compensar al mundo por la estupidez acérrima de mami) se corrió para hacer espacio para Perro y para mí, que realmente no teníamos a dónde maniobrar y lo único factible fue disminuir la velocidad. Mami siguió su rumbo ciego y la física hizo el resto. Y la física cuenta que si una masa chiquita (mami) se encuentra con una masa grande (yo), masa chiquita va a cambiar su trayectoria significativamente y probablemente algo dentro cruja y duela. La predecible reacción de esta luminaria: "¡que bruto! ¡ni disculpas, pidió! ¡qué idiota!" a los gritos al marido esperando que el pobre pagara el cheque de estupidez que ella escribió. Hasta acá los hechos. Ahora el análisis.
Lo triste es doble: la acción, ya sea el cagarse en el prójimo o el ser estúpida, vaya uno a saber, pero a fin de cuentas provocar un accidente, y la reacción, el no hacerse cargo de su error y culpar a otro, lo que deja cero posibilidad de mejorar; después de todo, no hizo nada mal, ¿no?, así que no hay nada para cambiar. No hay introspección, autoanálisis, reflexión. Nada. Casi la definición del antónimo de vivir. Existir y punto, yéndose a la cama tal cual y como se levantaron y dejando al mundo igual o peor.
En esta Argentina en la que hace 4 años y un mes me depositó un LH510, esa actitud no es nada excepcional. Casi como en Alemania, fue la esperable desde todo punto de vista, pero no por eso más aceptable. Los alemanes por lo menos se esfuerzan en hacer las cosas bien, mientras que estos imbéciles no tienen la menor idea de lo que es eso. Evidencias sobran. Basta caminar un par de cuadras y cruzar las correspondientes esquinas para ligarse una letanía de puteadas por tener el descaro de cruzar por la senda peatonal sin parar aunque vengan autos, cuando no hay semáforo. Hace años que soy de la opinión de que el tránsito refleja muy bien el carácter de una sociedad, y el nuestro parece el garabato con crayones de un nene de 3 años, mientras que el de Alemania o Suecia podrían equipararse al plano de un CPU. Por otro lado, esos países tienen educación y policía, cosas ambas que nosotros no.
Vivir Intentar vivir así es un constante intento de adivinar qué es lo que va a pasar al realizar las accionas más nimias y cotidianas, y por una cuestión de puro instinto de supervivencia errar por ser excesivamente cuidadoso, es decir, perder tiempo. Gastar más esfuerzo en cuestiones inútiles y perfectamente predecibles.
A pesar de esto, y quizás en un espíritu algo misógino, no quiero meterme demasiado en el aspecto social de lo que venía escribiendo sino en el detalle de que la idiota cruzando la calle como si saliera de la ducha era una mujer de edad aceptable para mí como pareja. La estupidez demostrada, lo poco excepcional de esa estupidez, las expectativas totalmente desacopladas de la lógica, las lecturas totalmente distorsionadas de la realidad, la arrogancia, la ignorancia... son todas cosas demasiado comunes en las mujeres. La moraleja es que me va a pegar un asteroide en la cabeza antes de conseguir pareja. Resulta que con tanto viaje por Europa adquirí la puta costumbre de esperar un cierto uso del  cerebro por parte de las personas de las que me rodeo. No creía que era tanto pedir. Esta mañana, un auto salió a 10 km/h de un estacionamiento manejado por una de estas orgullosas portadoras de encefalograma plano, que iba mirando para un lado y andando para el otro, en la salida de un estacionamiento que tiene un campo visual nulo hacia los lados. Aunque parezca poca velocidad, si viene un nene por la vereda, o un perro (Perro, por ejemplo), es lo mismo que 100 km/h. Y si uno va mirando hacia otra lado, 200 km/h. O sea, estimada hija de mil putas: ¿quién te regaló la licencia de conducir? ¿y por qué la agarraste?
Estas mismas anancefálicas se juntan un día de semana a las 3 de la tarde a abrevar en un café para quejarse del patriarcado y de lo dura de sus vidas porque se les terminó el esmalte (uno de los 11 frascos que tienen) y es importado y no lo consiguen, mientras que familias ucranianas tienen un superávit de importación de misiles rusos. Critican a los hombres por una lista patética de cosas que no le llega a los talones a las idioteces que se mandan ellas, mientras se lastran 6 medialunas con el café con leche... con edulcorante, para cumplir con su faroleo de estar a dieta.
De ese catálogo se supone que tengo que darme por satisfecho si una baja de su nube y me permite pagar las salidas, como si su tiempo fuera intrínseca e infinitamente más valioso que el mío.
La estupidez es como la muerte: el muerto no sufre, sufren los que están alrededor.
Debo confesar algo que es un poco íntimo pero probablemente muchas personas jamás se enfrentaron a esta circunstancia: nunca hice el amor con alguien que hable castellano. Nunca dije "te quiero" o "qué lindo culo" o cualquier otra cosa por el estilo a alguien en mi idioma y en su idioma. No es menor. El idioma nativo se aloja en un área del cerebro aparte de los idiomas que aprendemos después, y eso afecta la forma en que sentimos tanto lo que expresamos como lo que nos dicen. Y visto lo que veo desde que llegué, parece que tampoco lo voy a experimentar. Y eso me llena de una tristeza especial.

martes, 18 de octubre de 2022

monoaminooxidasa A (MAO A)

Todo empezó porque necesitaba cortar por un día o dos la letanía que escucho a la mañana mientras me hago el desayuno, de los noticiosos de radio argentinos y sus informes de lo que están haciendo los degenerados que tenemos en el gobierno. Empecé a buscar alguna emisora por internet que tuviera algo más atemporal; científico, por ejemplo, y así encontré un español contando sus hallazgos en el tema de neurotransmisores y esas cosas. Todo empezó, contaba el hombre, cuando la revista Science, en su edición 5582 del 2 de agosto de 2002, publicó un artículo sobre un estudio hecho en Nueva Zelanda, donde se intentaba correlacionar una cuestión genética con un comportamiento agresivo.
La alteración genética en cuestión implica una deficiencia en la producción de monoaminooxidasa A (MAO A). Esta enzima regula la degradación por oxidación de aminas como la serotonina (involucrada en modular cosas como la ansiedad, el ánimo, el sueño, el apetito y la sexualidad), norepinefrina (influye el sueño y el estado de alerta, y se cree que también con la respuesta pelea-o-huída bajo estrés) y dopamina (involucrada en comportamientos como la motivación, el premio, el refuerzo y las adicciones). Excesos de estas aminas, provocados por deficiencia de la MAO A, pueden provocar agresividad, impulsividad o ansiedad. Inversamente, si hay mucha producción de MAO A se produce un consumo excesivo de las aminas nombradas, causando depresión, tendencias suicidas y otras ternuras. En este último caso, los inhibidores de la monoaminooxidasa son eficaces entonces para tratar la depresión.
La alteración genética que lleva a una deficiencia de MAO A se produce sobre el cromosoma X, y como las mujeres tienen dos de estos cromosomas, cuando uno de ellos está alterado, la copia sana es la que se encarga de un correcto funcionamiento del mecanismo MAO A. Que ambas copias del cromosoma presenten esa alteración es extremadamente improbable. Por eso es que los hombres, que solamente tienen un cromosoma X (el otro es Y), tienen muchas más probabilidades de verse afectados por esta cuestión. También es interesante remarcar que la deficiencia (o el exceso) de MAO A no alterna entre dos valores sino que fluctúa en un espectro. No hay personas agresivas o no agresivas, sino que los hay no agresivos, un poquito agresivos, un poco más, muy, recontra y súper agresivos, y cualquier valor entre medio.
Todo esto es fascinante desde un punto de vista fisiológico o bioquímico, pero acá viene lo que para mí es lo más relevante. Como señalaron los investigadores neozelandeses, se observó que el tema de la agresividad no siempre se presenta en función de la alteración genética y la correspondiente deficiencia de MAO A, sino que, si bien hay correlación, faltaba algo más. El factor clave, descubrieron, era la combinación de este defecto genético con la presencia de violencia y maltrato durante la temprana infancia. Observaron que personas con historia de abuso físico, sexual y/o mental en la niñez, sumado a la deficiencia de la monoaminooxidasa, desarrollaban comportamientos violentos. En los grupos con similares historias de abuso pero sin el defecto genético, el desarrollo de estos comportamiento era mucho menor y menos frecuente. Se observó que en caso de ausencia de los tipos de abuso mencionados, los sujetos con bajos niveles de MAO A tenían las mismas probabilidades de desarrollar agresividad que los sujetos con niveles normales. Pero en caso de historia de abuso, las probabilidades de desarrollar comportamientos agresivos aumentan enormemente, en un factor de casi 6. Sobre un grupo de más de 1000 sujetos observados se detectó un 12% de sujetos con deficiencias de MAO A, a los que se les documentó el 44% de los casos de agresión.
El mecanismo por el que un déficit en la producción de la MAO A genera agresión no solamente no está confirmado, sino que no está tampoco claro cómo se relacionan esas dos cosas. Una teoría es que la norepinefrina, el neurotransmisor sináptico implicado en la respuesta simpática y la ira, no tiene cota y desborda la capacidad de autocontrolarse a la hora de responder a una situación estresante. En términos científicos: una cagada.
Por otro lado, una psicóloga me explicaba hace poco que las tensiones suelen acumularse en las entrañas, lo que podría explicar bastante fácilmente el desastre que estoy sufriendo con mi hígado o lo que parece ser el hígado y que en realidad se produce en mi cabeza. LRPMQLP.

jueves, 6 de octubre de 2022

lecciones

Amor.
Humildad
Paciencia.
Lealtad.
Nobleza.
Gentileza.
Sinceridad.
Consuelo.
Delicadeza.
Compañía.
Generosidad.

11 palabras. Un número primo, que siempre me gustan, esos. Las palabras en esa lista representan apenas algunas de las cualidades de Perro, y son las primeras que se me ocurren cuando pienso en él y en su carácter y en todo lo que me da. Pero lo más importante que hace por mí cada día es lo que dice la del título: me regala lecciones. Con su imposibilidad de comunicarse verbalmente (salvo algún ladrido para avisarme que la peligrosísima vecina asesina y devora-ovejas acaba de entrar a su departamento), todo lo hace con hechos, no palabras. No disimula su alegría cuando vuelvo del supermercado, o sus ganas de que lo mime cuando me da patazos® en la pierna o el brazo, ni su miedo cuando se me caen las llaves, porque no está seguro de si es uno de mis días pedorros y voy a detonar, o, demasiado excepcionalmente, no va a pasar nada.
Al margen de si me despierto temprano por algún asocial que pasó con su motito de mierrrda a las 6:37 am, como todas las mañanas, o con dolor de cabeza porque se me alteró el hígado por millonésima vez esa semana, o lo que sea que esté compitiendo en ese momento para cagarme la existencia, mi día empieza con Perro viniendo a mi pieza al menor indicio de un cambio de ritmo en mi respiración y pidiendo mimos, moviendo la cola, trayéndome un juguete y sonriéndome con esa dulzura diabética que parece imposible de meter en un paquetito de apenas 24 kg.
Tengo días en que le pido perdón por haberlo adoptado yo y no haber dejado que lo adopte otro, más normal, menos agresivo, menos inestable. Tengo muchos otros días donde le digo "gracias", así, en voz alta, por estar ahí, acá, en mi vida. Por tolerarme... más que eso, por mirarme como me mira, por esperarme, por cuidarme, por ser él. No hay Borges que pueda expresar a Perro en palabras. Y me quiere a mí. Me eligió a mí, y me elige cada día.
Absolutamente increíble.
Me es claro que lo mínimo que puedo hacer es honrar eso y hacer todo lo posible por merecérmelo. Por eso es que trato de mejorar mi carácter, de construir un mejor yo. No es cuestión solamente de hablarle con vos dulce como si no pasara nada: tiene oído demasiado fino y es demasiado vivo para caer en esa trampa infantil. Me empuja a trabajar en mi esencia, mi núcleo, casi diría mi alma, pero no es eso. Estoy tratando de traducir del inglés la palabra que en realidad describe lo que quiero mejorar: mi core. No soy malo o defectuoso (quizás un poquito... de ambos), pero soy un desastre a la hora de digerir eventos. Mi sistema para lidiar con las cosas es un manojo de cables pelados haciendo cortocircuito y largando chispas. Me doy pena. En mi psique comparten residencia un montón de cualidades con fantasmas enterrados hace mucho, y el resultado, que mantengo bien en secreto, hace que una novela de Stephen King parezca un episodio de Los Pitufos. Pero cada vez que me encuentro en lo peor de todo eso, miro para abajo y ahí mirándome con amor está Perro sentado, sonriendo (¿sabías que un perro puede sonreír?... porque yo no tenía idea), esperando que me calme un poquito nomás para venir a apoyar su cabeza en mí, y todo lo malo se disipa. No sabía que existía eso, y ojalá alguien me hubiera avisado antes así salía corriendo a buscar uno de estos ángeles con pelos en lugar de plumas. Probablemente estaría bastante más sano mentalmente, quizás incluso hubiera soportado seguir en Alemania, y en este momento estaría mucho mejor económicamente y, quiero pensar, en pareja. Pero quién sabe, es perder un poco el tiempo pensar en eso y realmente no me tienta. Estoy donde estoy y prefiero aprovechar la vuelta en esta calesita y preparar un nuevo comienzo en otro lado, down under o donde sea.
Perro me enseña con el ejemplo. Me enseña a ser paciente, a no frustrarme, a aceptar las cosas sin obsesionarme con lo malo que ya pasó sino vivir el presente. No todo funciona y no todo puedo hacerlo como él, pero es la luz al final del túnel hacia la que voy como una polillita. Quizás con pesimismo respecto a mis propias limitaciones, quizás con admiración hacia su carácter, sé que esa luz es simplemente mi guía, no mi destino. Y eso ya es mucho.

lunes, 26 de septiembre de 2022

Chuck Lorre Productions, #620

People prefer to be right. Right feels good. It's empowering. Wrong feels awful. And this is by design. Evolution rewards being right and punishes being wrong. The foraging monobrows who looked up from the berry bush and said “That’s a predator, run away”, had a better chance of passing on their genes than the Alley Oops who said “No, it’s just a big pussycat with an unfortunate overbite”. (They were more likely to become virgins tartare.) In other words, wrong equals death. If you’re wrong enough, you get excused from the planet. This explains why it’s almost impossible to change people’s minds. In order to have a shift in perspective, one must first admit to being wrong. That’s extremely hard to do. History is filled with people who chose to cause unbelievable carnage rather than consider the possibility that they’ve misjudged a situation (I’m talking about you Imperial Japan, Deutschland über alles, and The Confederate States of America). Which is why I fear for our future. None of us are willing to be wrong. The very idea of it is inconceivable. Unless, of course, some enlightened soul came along and proposed an alternative to the polarity of right and wrong. Perhaps the idea of Neither. A middle way leading to peace, serenity and joy. And if we were again to use history as a guide, we would most likely decide the Enlightened One was wrong, then we would kill Him, then we would worship Him, the we would kill anyone who didn’t agree that ours was the true faith. Which would allow us to be… yep, you got it… righteous.
Resulta que Chuck Lorre es un productor que ha regalado a la humanidad genialidades como The Big Bang Theory (la serie de televisión, no la teoría; ese fue un físico ucraniano que se llamaba Georgiy Gamov) y The Kominsky Method. La primera es una de las pocas series que no recurre al sexo para hacer humor (como Friends, que se volvió tediosa) y tiene como uno de sus protagonistas a un personaje que con sus muchos defectos, y quizás precisamente por ellos, es un modelo de ser humano, mientras que la segunda contiene algunos de los mejores diálogos dichos frente a una cámara en la historia de las cámaras (digamos 1816).
En The Big Bang Theory, al final de cada capítulo pasan los títulos (actores, camarógrafos, etc.) y al final de eso, muy fugazmente, ilegible, una lámina con texto que parece escrito a máquina. Y el tipo las numera. Esta que reproduje es la # 620, a un par de capítulos del final de la serie, que duró 13 temporadas y podría haber seguido.
O sea, un genio el Chuck.
Tejido en lo que escribió está mezclado mi visión de que, si bien errar es humano y por eso se asume como inevitable, la verdad es que siempre me sonó a excusa para no esforzarse por mejorar y en lugar de eso dejar que el mundo cargue con nuestra pereza. Con el tiempo aprendí que en realidad errar es parte esencial del proceso de aprendizaje, y lo más inteligente es capitalizar los errores. Pero esto no nos exime de lidiar con las consecuencias y de pedir disculpas; lo que es más, es una soberana imbecilidad enojarse con quien nos llama la atención de nuestro error. Respetar una regla de convivencia no es respetar unas gotas de tinta impregnadas en celulosa y agua: es respetar a otros seres humanos. En Argentina no se ve (no nos enseñan a ver) la relación entre un daño a otro ser humano y una regla ignorada, con la consecuencia de que cuando uno le llama la atención a un argentino por no seguir una regla en aquellas ocasiones en que no pasó algo, te miran como si fueras marciano y con suerte sólo eso.
Cada vez más vemos cómo las reglas se ignoran, la autoridad se disipa y
se cultiva la arrogancia de pisar al prójimo, regla o no regla. En particular, hoy en día vemos cómo algunos, en posiciones de poder bien abusadas y violadas, en lugar de darse por satisfechos, meter en una canasta todo lo que se robaron y retirarse, se encaraman a sus fueros y en el proceso de atrincherarse contra las penas previstas si los agarran, hacen mierda las instituciones que simplemente hacen su trabajo. Asistir a este espectáculo me está matando. Y cuando uno vivió en países donde su población hace siglos que tiene esa relación (romper regla causar daño consecuencias) grabada en la cabeza, vivir en estas condiciones es natación mental en dulce de leche. Y yo no me llevo bien con el estrés, por decirlo suavemente.
En el pasado, acumulada por factores que pertenecen a la vida misma,
la frustración hacía que cada 5 años rompiera un teclado de computadora. El teclado es lo más barato, el equivalente a u$d 10 en un equipo de u$d 500 o 1000, así que en un dejo de racionalidad en mis momentos de furia, siempre tuve el tino de agarrármela con ese componente y no con el CPU, por ejemplo. Sería mucho más pobre si no hubiera sido el caso. Varios teclados han visto mis berrinches desde la más desfavorable de las plateas.
Desde que volví a Argentina, junto con los problemas de hígado, estas cosas han ido haciéndose más y más frecuentes, al punto de que, para mi vergüenza y a pesar de mis mejores esfuerzos en controlar el asunto, pueden llegar a pasar varias veces en un día. No rompo cosas, o no muchas, no caras, pero en mis accesos de furia he llegado a lastimarme. En este momento tengo problemas para tipear la coma y la barra espaciadora en el teclado porque involucra doblar el dedo mayor  o apoyar el costado externo del pulgar, que los tengo vendados gracias a una discusión que tuvieron con la mesada. El mármol, descubrieron mis dedos, es más duro que la articulación entre las falanges media y proximal, por ejemplo. Si se me cae un poco de agua cuando le lavo el bebedero a Perro, o se me vuela un papelito, o la solapa del abrigo está dada vuelta... infinidad de pequeñeces parecen detonar un Vesubio interior y me supera. Es triste y denigrante, y por más que me esfuerce en calmarme no hago más que acumular, y Perro, que es el ser más gentil, humilde y noble que conozco, un ángel de cuatro patas, al menor respiro que no coincida con mis expectativas se transforma en receptor de mi locura. No es que me vuelvo violento con él, al menos no físicamente, pero he llegado a gritarle. A ver... tiene que hacer algo mal, no es que me invento su falencia, pero es una cuestión de proporción: él hace cosas "mal" de vez en cuando, como alejarse de mí mientras cruzamos la calle o no responder cuando lo llamo, pero el problema es mi reacción nuclear a cosas que no deberían pasar de una mirada recriminatoria.
Afortunadamente, creo, estoy entrenado para funcionar como ingeniero, lo que implica una dedicación a encontrar la verdad y no lo que me haga sentirme superior. Un ingeniero plantea ideas a sus colegas para encontrar los puntos débiles y corregirlos, no para impresionarlos. Esta filosofía de la búsqueda de la verdad se traslada al resto de mi vida, y desde ese punto de vista, lo que me está pasando es claramente un problema mío, no de Perro ni de los detonantes con los que me cruzo. Soy una bestia execrable, un violento irredimible, una porquería imperdonable.
No. Error. No soy tan malo como creía.
Hace algunas semanas me sometí a una pericia psicológica. Estoy litigando legalmente con una empresa y mi abogado quiere demostrar que el tema, además de consecuencias objetivas, cuantificables en dinero, también tiene severas consecuencias en mi estado de ánimo y mi calidad de vida. Ergo: pericia psicológica, que consistió esencialmente en
diversas pruebas y dos entrevistas con una profesional, que me explicó que mi (o la de cualquiera) capacidad de absorber estrés tiene un límite, y está mayormente ocupada por este problema que generó el litigio legal. Los problemas cotidianos y perfectamente manejables encuentran la pileta casi llena y la desbordan demasiado fácil. Los desbordes que yo veo no son porque soy un imbécil, intolerante, incapaz, sino porque soy humano y por más actitud positiva que tenga no voy a conseguir vaciar mi mente como si fuera un inodoro, que uno aprieta el botón, usa el agua, y vuelta a empezar. Podré tener menos capacidad que otros para aguantar problemas, pero no soy mala persona, o violento, o inútil. Esto es muy serio y tiene consecuencias terribles. A pesar de que lo hablé con amigos y confesaron hacer lo mismo, hace tiempo que vengo despreciándome por este asunto y socava mi exigua autoestima.
Pero, y esto me trae a escribir hoy acá, en los últimos tres años se ha vuelto cada vez peor lo de mis ataques de furia, y proporcionalmente creció lo mal que me siento conmigo mismo por mi estado emocional y mi ineptitud a la hora de lidiar con el estrés, con el nada pequeño detalle de que me siento peor por la forma en que afecto a Perro. Él no merece esto, todo lo contrario. Y ni siquiera se queja, pero veo (no estoy seguro de que esté ahí, pero yo lo veo) en sus ojos el miedo que me tiene a veces, demasiadas veces. No es un miedo a lo que le pueda hacer a él, porque sabe que no le voy a hacer nada malo, pero sí miedo a mis ataques de locura. Eso no le puede gustar a nadie, y él es muy sensible y se asusta, y tengo la teoría de que sobre todo sufre por mí, porque me ve mal. Y las veces en que no ha sido solamente espectador sino que, por ejemplo, lo he retado más de lo justificable, después de un rato es él el que viene y me pone la patita o el hocico y busca reconfortarme. Puede estar despertándose de una borrachera, con dolor de cabeza, vómitos y diarrea, y todavía va a ser más empático de lo que yo puedo soñar con ser. He aprendido más de él a ser humano que de casi la totalidad de humanos que conocí en mi vida, y ese casi es una cortesía difícil de fundamentar.
Gracias a él y a mi profundo compromiso y dedicación a cincelar mi persona, es que estoy logrando avances y aprendiendo a navegar las tormentas emocionales y mentales que sufro. Difícil, complicado y frustrante, y lleno de errores, pero de a poco voy evolucionando hacia algo más potable. Dos cosas no ayudan: el estado de las cosas en Argentina, que además de no haber luz, tampoco se la ve al final del túnel, y el litigio ese que comentaba, que quizás valga la pena mencionar que se trata nada menos que del lugar donde vivo, un departamento hecho a los hachazos por estúpidos incompetentes mal pagos,
construido con materiales de descarte, dirigidos por un mono capuchino que se desayunaba con psicodélicos, y vendido (promocionado y cobrado) como si fuera Versalles. Y ese se supone que es mi castillo, mi cueva, mi refugio, donde puedo olvidarme del mundo exterior y relajarme. Y eso no funciona. En términos académicos, es lo que se llama una soberana mierda.

miércoles, 7 de septiembre de 2022

puntos de vista

Laboratorio, dos científicos, una jaulita de acrílico con dos ratones. Uno de los científicos señala con orgullo la jaula y le dice al otro: "Mirá cómo tengo entrenado a este ratoncito. Cuando tiene hambre, tiene que tocar el botón rojo para recibir comida." Mientras tanto, en la jaula, un ratón le dice al otro: "Mirá cómo tengo entrenado a ese señor del delantal blanco. Cuando tengo hambre, aprieto este botón rojo y me da de comer."
El conductor promedio ve el trasladarse de un punto a otro como un montón de rectas donde se siente a gusto y seguro, interrumpidas y a la vez concatenadas por curvas. Los que amamos andar en moto vemos las curvas como orgasmos interrumpidos por esas molestas rectas, que por lo menos nos indemnizan dejándonos acelerar como si no hubiera un mañana.
Para algunos, la mayoría, supongo, la vida transcurre en los momentos de vigilia; empieza a la mañana cuando se levantan y dura hasta que se van a dormir, a descansar. Cierran los ojos y se terminó el día. Pero para otros, dormir, soñar, aunque sea despiertos, les permite moldear y sobrellevar el día y se interrumpe solamente por la insoportable realidad que toca a la puerta y pasa sin pedir permiso. En el mejor de los casos, la vida consiste en pequeños momentos de tranquilidad apenas espolvoreados sobre lo que parece ser un fondo permanente de despioles de todos los calibres.
En este punto, la moraleja cae sola: las cosas son una cuestión de perspectiva. Y de actitud. El dicho más elegante y contundente que encontré al respecto dice que en la vida es mejor no esperar a que pase la tormenta, sino aprender a bailar bajo la lluvia. En mis peores pozos depresivos pensaba en esta y otras frases que generalizan tirando la responsabilidad al que sufre, cuando a veces eso es simplemente una animalada (Anne Frank, anybody?). Pero hoy, ya mejor y con ganas y fuerza para las cosas más elementales como respirar, abrir los ojos cuando me despierto a la mañana e incluso levantarme, reconozco y abrazo con entusiasmo la validez del concepto, que aunque no sea universal, sí es una buena forma de encarar la vida.
Por más que quisiera pensotear sobre cosas más... ¿cómo llamarlas?... existenciales, no puedo evitar gravitar hacia el tema de estar sin pareja. Es algo que me duele, me falta. No parece ser una de esas cosas a las que conscientemente pueda renunciar, una picazón a la que le gane no prestándole atención, algo sobre lo que yo pueda decidir. El motivo no es siquiera mi repetida y no por eso menos válida razón de que la vida de a dos es simplemente mejor, donde lo malo es la mitad y lo bueno el doble. Es, simplemente, que me falta. Me falta el dar y el recibir amor, el calor en la cama, el abrazo de atrás cuando me estoy cepillando los dientes. La sal alcanzada, el plan para el fin de semana, la frenada anticipada, el jugo de naranja compartido. El chiste machista, el perfume, la llamada de 3 horas a las 2 de la mañana.
Una amiga de Alemania que revisó mi currículum, me preguntaba hoy si realmente estoy pensando en ir otra vez para allá, y le explicaba que a pesar de las cosas y las personas que extraño, me aterroriza la idea de caer otra vez en la depresión. Tengo la teoría de que no sobreviviría una segunda vuelta. Están Australia, EE.UU., Luxemburgo... Italia (sobre todo el norte). No sé qué tengo para ofrecer a los tanos que no encuentren entre los suyos, pero las ganas están. La inercia, también. Es que acá, con todo lo que anda mal, tengo una vida bastante idílica, con mucho tiempo libre y costa donde pasear y cafés para sentarme a leer un libro o escribir esto mismo, pero hay variables duras y objetivas que no son promisorias: no tengo seguro de salud, no parece que vaya a encontrar pareja, no logro despegar financieramente, no puedo cruzar la calle sin que equivalga a necesitar ese seguro de salud. Estar por encima del 90% de la gente en cuanto a estándar de vida (después de todo, tengo electricidad, agua potable y comida) no es poco y estoy genuinamente agradecido por ser así de afortunado, pero apenas me pone en el primero de los 5 niveles de la pirámide de Maslow. Nada más. Con o sin razón, mantengo relación con poca gente de mi familia y los de afuera, la sociedad, por un motivo u otro me resultan poco atractivos. En el extranjero aunque sea está la curiosidad. Acá, la vergüenza, el aburrimiento y la frustración.
Vivo al lado de un estacionamiento donde hay un cuidador las 24 hs que a la noche cierra, y me rasco la cabeza preguntándome por qué alguien que viene a medianoche, en lugar de bajarse, caminar dos pasos y tocar el timbre, hace sonar la bocina y despierta a todo el mundo 100 metros a la redonda. En mi mente, eso es incomprensible, como la física cuántica o la capacidad olfatoria de mi perro. Simplemente se me escapa, como debería escapársele a todos. Y ese ejemplo es demasiado común. Y a nadie le calienta un bledo. A veces me pregunto si no seré yo el que está muy, pero muy equivocado.
Ayer se cumplieron cuatro años desde que un LH510 me trajo de vuelta a... ¿casa? Sí, todavía lo veo como casa, aunque una versión deshidratada, escuálida, despojada, violada, mutilada y saqueada de casa.

lunes, 29 de agosto de 2022

angustia

Me dijeron que tengo demasiada angustia y eso es lo que me está haciendo trizas hepáticamente hablando. "Me dijeron"... me lo dijo una profesional del tema a la que tuve que responder muchas preguntas. Angustia, ligada a un proceso que estoy llevando a cabo contra un estafador. Me estafó económicamente vendiéndome algo que no era lo acordado ni en cantidad ni en calidad, lo que lo hace una porquería casi inusable y que afecta negativamente mi calidad de vida. Más la sensación de haber sido estafado, más la frustración por la situación y por sus respuestas ante mis reclamos, más las mentiras... que aborrezco con toda el alma. Maldito laberinto judicial argentino, que convierte un tema que se soluciona en 45 minutos (incluyendo los 10 minutos de ida y de vuelta al juzgado) en algo que lleva ya casi 4 años y mucha plata al absoluto pedo. Y lo mío es una soberana idiotez comparado con... no sé... corrupción, arreglos, sobornos, estafas al Estado y cosas así, por decir ejemplos al azar.
Tomando un poco de distancia en el tiempo, supongo que en unos años voy a recordar esto como lo que probablemente es, más que como lo estoy viviendo ahora: algo sin tanta importancia. No porque se solucione a mi favor sino más bien porque la resignación ya se va a haber asentado, y los desastres sociopolíticos que están minando a los argentinos (de los que somos cómplices) van a haber minimizado lo del juicio. El hato de mafiosos degenerados que tenemos a cargo del timón político no tiene ninguna intención de atender a sus empleadores, nosotros. Su prebendalismo es prioridad absoluta y sin segundos lugares y no pueden ver por fuera de eso ni siquiera para salvarle la vida a sus propios hijos; todo vale, sobre todo las mentiras. Incapaces de trabajar, de organizar, de construir algo, en fin, de crear, cada cosa que tocan lo convierten en oro para sus bolsillos o el de sus secuaces, o, como los ejércitos en retirada, lo queman todo para que nadie más se beneficie, por ejemplo sus legítimos dueños. Ni al escritor peor intencionado, más rencoroso y con más talento podría habérsele ocurrido el libreto macabro que están ejecutando contra todo sentido común, y cargándose todo lo que hace posible la convivencia en una sociedad civilizada, en particular sus instituciones, la ética y la moral. Más aún, cultivan el fanatismo, el personalismo y el deponer las facultades de razonamiento en favor de mamar lo que se les dé, constituyéndose así en un ejército de famélicos intelectuales cuyo argumento de mayor calidad es apenas el estar armados con palos, o peor. El resultado es obvio y el desenlace, inminente.
Por eso, antes de que suceda, quiero irme. Es decir, no quiero irme, pero es lo más prudente. Hay que saber reconocer cuando el barco se hunde irremediablemente y no andarse con sentimentalismos ni patriotismo inútil. Y por más que usar esta analogía dé pie a comparaciones con ánimo de insultar (y tan poco imaginativas como injustificadas e ignorantes) las ratas no son estúpidas. Y me gusta pensar que yo tampoco, así que acá estoy, sacándole brillo a mi currículum. Al que se quiera quedar le deseo lo mejor y le mandaré una postal.
Para ser un poco más honesto no puedo dejar de mencionar el factor que inclinaría la balanza para quedarme: la pareja. Como mencioné muchas veces, no es el no tenerla sino más bien el haber perdido las esperanzas de encontrarla acá. No hay una forma delicada de expresarlo: el pool del que uno dispone para encontrar algo es chico y malo. Como resumió un amigo: hay que hacerse a la idea de estar tratando con infantes semiretardados mentales. En general, las mujeres en Argentina cultivan la mentalidad de princesa: se ven como víctimas, se creen muchísimo más de lo que son tanto por dentro como por fuera, y se arrogan derechos delirantes mientras que tiene una capacidad nula o muy distorsionada de ofrecer algo a cambio, y no me refiero a ver la pareja como algo transaccional sino al simple hecho de estar dispuesto a aportar algo a la relación. Repito: lo cultivan. Y yo no puedo, no sé y no quiero lidiar con eso.
Hace ya meses que me pasó lo que me había pronosticado un conocido que vivió una historia parecida a la mía, aunque con esposa e hijos, que volvió un par de años antes que yo: me desenamoré de Argentina, y sobre todo de los argentinos, ese crisol de ignorantes que nos dejamos engañar por hijos de puta de cuarta. Hace décadas que los que tienen dos neuronas funcionando votan la opción menos peor, y el resto a... bueno... a los que dejó formados y enquistados el generalísimo. El resto acá estamos, con angustia, jodiéndonos o yéndonos.

jueves, 4 de agosto de 2022

el dolor

Estaba tirando mi tiempo una vez más con una red social, la de las fotos, y me topé con el perfil de una chica/señora en Londres, donde en algún lado aparecía su perro con una bandera argentina en la boca. Claramente emigrante de este garabato de país, y aunque seguramente habrá tenido alguna experiencia previa, también estaba desayunándose con lo que es vivir en una sociedad civilizada, y eso considerando los no pocos pecados de la historia de los ingleses.
Este cruzarme con la experiencia de esta persona, experiencia que yo ya pasé, viene a tiempo con una serie de imágenes que mi memoria le hace burbujear a mi mente, vaya uno a saber por qué. El hecho es que desde hace unos días recuerdo situaciones específicas, lugares, personas, conversaciones, detalles... no sé, como que la memoria ha decidido hacerle una especie de guerra de guerrillas a mi cerebro para que me lleve otra vez a Europa, a la civilización.
Los catalizadores son obvios: la amenaza constante de anarquía (que, para ser honestos, no estoy muy seguro de que implique necesariamente estar peor de lo que estamos), la ausencia de un estado de derecho, la inseguridad, y en los últimos meses se está sumando la creciente falta de ciertos productos. Hace unos días se me rompió un plato de un juego de 10, y de la fábrica me dijeron que los pigmentos son importados y no entran más. De las ensaladas que compro hechas, la de atún no está más por el aumento del precio. Entiendo el sentido de perspectiva que hay que aplicar al quejarse de los trastornos que trajo la guerra en Ucrania a los que estamos a medio mundo de distancia de las verdaderas víctimas, pero cosas como azúcar o cubiertas de autos no son lujos, ni su falta culpa de los oligarcas especuladores. En Alemania aprendí lo que es la democracia en el sentido que quería decir ese francés que no recuerdo, y que fiel a su costumbre parafraseó Churchill cuando dijo que "es el peor sistema de gobierno, a excepción de todos los demás". En Europa, y puedo hablar particularmente por Suecia, Alemania y Suiza, y en menor medida Italia, los gobiernos están obsesionados por el bienestar de sus ciudadanos. Cosa rara, deduciría uno al mirar las caras de los argentinos cuando les digo esa frase. Como si esos tres países y medio fueran alguna suerte de excepción que confirma una regla que dice que la corrupción es normal, que traducido significa aceptable, al punto de que quejarse de eso implica ser tildado de loco, de intolerante. Pero a esta altura yo no me refiero a corrupción en el sentido económico, sino en el sentido de que todo parece haber sido corrompido: no queda institución o normal moral básica en pie, y eso derrama sobre todos los aspectos de la vida. Y para joder más todavía, las ideas geniales del populismo y la autopercepción tiñendo la ya bien podrida capacidad de razonamiento de demasiados.
Estos días conocí otra cara de lo que se denomina inseguridad jurídica, ese concepto que intenta expresar el hecho de que la inestabilidad en Argentina también se extiende a las reglas de juego, aunque se puede argumentar bastante bien que la inestabilidad también es consecuencia del constante cambio de reglas. Pero volviendo a mi descubrimiento, empecé a vivir en carne propia la locura de imprimir en la Ley el victimismo de las mujeres, no de todas, pero sí de las que gritan más fuerte y han sabido metastatizarse en los que digitan nuestros destinos.
Un perro de raza bóxer mordió al mío. En el municipio donde vivo, esa raza está considerada potencialmente peligrosa, los famosos PPP. Como mi perro tiene la agresividad de un azucarero (salvo que se lo tires por la cabeza a alguien), y como este perro en particular no es la primera vez que ataca a otro perro, ni fue la primera vez que ataca al mío en particular, mi reacción fue intervenir inmediatamente. Por suerte atiné a poner en práctica lo que me dijeron entrenadores: patada al costado del perro que ataca, cosa que se replantee si quiere seguir haciendo daño a costa de recibir daño. Revolearle una patada es mucho más seguro que intentar agarrar a la víctima o al que ataca, exponiendo los brazos, más delgados y fáciles de morder, y sobre todo las manos. Cuando por fin pude revisar a Perro, no encontré nada. Unos días más tarde mostró señales de dolor y volví a revisarlo, pero no pude encontrar nada. Por fin hace un par de días le encontré la herida y lo llevé al veterinario: punzadura de colmillo de 1 semana, claro como el agua. ¿Qué hizo la irresponsable del bóxer? Me denunció por lesiones leves. Y yo que pensaba que los alemanes eran incapaces de ver que ellos también pueden equivocarse, como los humanos. Acá también hay de esos. Excepto que en Alemania la Ley no hace distinciones entre hombres y mujeres: un humano es un humano, no interesa si es víctima o victimario.

Mirando apenas esto y por las dudas no mucho más para los costados, no cabe más que preguntarse: ¿qué hago acá? Y la historia me cuenta que cada vez que me pregunté eso (una relación, un trabajo, un hotel) me fui. Más tarde o temprano, me fui. Así que estoy revisando mi currículum y mirando posiciones en Alemania, Australia y EE.UU. Quedarme sería de necios, y la necedad es de estúpidos. Y a pesar de mis varios defectos, quiero pensar que no soy estúpido.
Lo que me amarga es volver a estar lejos del lugar donde me crié y, esta vez, además de extrañarlo, voy a llorar su desaparición. Antes, cuando todavía no había vuelto para intentar vivir acá, podía volver de vacaciones por unas semanas y la degradación en la que nos han sumergido los que blanden la batuta no llegaba a empañar la imagen que guardaba en mis archivos mentales. Ahora, esa imagen está arruinada. Lo que era no es más, y ni siquiera estoy seguro de que fuera lo que yo recordaba. Siento que estoy soltando amarras y el puerto se hunde atrás de mí. Ya conté alguna vez que lo que nosotros llamamos vivir (en algún lado) en alemán tiene dos traducciones: wohnen, que se refiere simplemente al lugar donde residimos, nuestro domicilio o vivienda, y leben, que se refiere al hecho de estar vivos, trabajando, estudiando, divirtiéndonos, cultivando relaciones y progresando material y espiritualmente. En Argentina se ha hecho muy difícil lo segundo, y están haciendo lo imposible por defenestrar también lo primero.
Mierda. Duele.

viernes, 15 de julio de 2022

κάθαρσις

Por tercera, o cuarta, o quién sabe cuál vez, vuelvo sobre el tema de por qué escribo acá. No es que me guste martillar con el tema, sino que realmente no sé para qué lo hago, pero me da curiosidad. Como ingeniero tengo ese instinto de desarmar la lapicera y ver cómo es que apretando la punta de atrás con el pulgar, se mete y sale la otra punta. Y así con el resto de las cosas. Por qué el papel higiénico "lujoso" es de 3 o incluso de 4 capas, en lugar de ser de una sola capa, pero más gruesa.
En fin, para qué escribo. Para ser influencer seguro no es, o por lo menos no está funcionando a la escala que debería para que influya en algo. Me leen tres gatos por mes y no dejan un comentario ni aunque regale pasajes y estadía con pensión completa en Bali. Y por eso mismo es que no me sirve para buscar consejo. Pero para ser honesto, tampoco lo quiero.
Creo, por enésima vez, que encontré el verdadero motivo que me trae acá a volcar, vomitar, regurgitar pensamientos acumulados, cosas que me llaman la atención, quejas varias, frustraciones, y también cosas lindas que veo o experimento. Por un lado es porque me gusta escribir, pure & simple. Pero eso es una parte. La otra creo que es para hacer catarsis. Nuestro amigo el diccionario menciona varias acepciones, entre ellas estas, que creo que describen mi situación:
- método de desahogo de emociones que las personas experimentan al manifestar todos los sentimientos que se encuentran reprimidos en su interior.
- eliminación o expulsión de sentimientos, pensamientos y emociones tóxicas que se encuentran dentro de la persona y puede realizarlo consciente o inconscientemente mediante rituales, acciones, palabras o reflejos automáticos, lo cual resulta en una suerte de depuración mental, almática y hasta física.
Es, entonces, una forma de volcar en algún lado todo lo que ocupa mi cabeza y necesito poner en blanco sobre negro para ordenar mis pensamientos, pero también para purgarla, ordenarla, liberar recursos. Siento, muy acertadamente, creo, que si lo escribo puedo liberar mi cerebro del esfuerzo de retener todo y quedarme solamente con lo importante, lo que me hace avanzar y no trabarme dando vueltas sobre lo mismo. Y, repito, me encanta escribir. Me encanta pensar en formas de escribir las cosas elegantemente, con claridad, con metáforas, ironía, creatividad, con un léxico cultivado leyendo. Es un poco de alarde, lo admito sin timidez. Y ojalá inspire. Sobre todo en estos tiempos de correctores mucho más falibles de lo que la gente cree y mensajes de texto que parecen escritos por criaturas de jardín de infantes con... necesidades especiales. Leí hace poco que quien no sabe escribir no sabe pensar, y quien no sabe pensar, alguien va a pensar por él. Muy serio, el asunto.
También disfruto escribir porque me ayuda a aprender a expresarme. Escucho algún programa de radio donde dos locutores/periodistas charlan y exponen sus pensamientos y usan cualquier palabra que tienen más a mano y que no dice ni de rebote lo que quieren expresar, en lugar de buscar el vocablo adecuado y no uno que suene parecido o vaya a saber qué otra estupidez los hace hablar así, pero dan lástima. Uno de los ejemplos que más se repiten es cuando dicen complicado en lugar de difícil, o las neologías tipo bizarro cuando quieren decir raro. Tarados que pretenden hablar inglés (y lo hacen muy mal) y no saben siquiera hablar español. Y para peor, la RAE (una mera escribanía) toma nota sin más y uno se queda pensando para qué moco se llama Academia. Una de las muy pocas contribuciones que hizo en el último tiempo fue la de rechazar el lenguaje "inclusivo".
En fin, para eso escribo. Se siente bien, hace bien, me ayuda a sentirme mejor, es un buen ejercicio mental y, algo que no mencioné, es una rutina que adoro la de venirme a un café, tomar algo rico y filosofar, todo en la soledad de la multitud y el anonimato de publicar mi intimidad.

sábado, 9 de julio de 2022

boccato di cardinale

A veces Siempre me preguntan por qué volví.
Por estúpido.
Por los afectos.
Por Mar del Plata.
Por Argentina.
Por las argentinas.
Por la gente.
Por los alemanes.

Obviamente la respuesta no es una sola de esas opciones sino una mezcla, en las proporciones que mi cabeza recuerde que me afectaban en aquel entonces. Depende el momento me acuerdo que estaba solo, que estaba depre, que extrañaba el mar, o las reuniones, o que no me miren como si mi respiración fuera radioactiva.
A pesar de que tenía bien presente el viejo dicho de que "no siempre el pasto es más verde del otro lado", uno no puede decidir ser objetivo. Pero sí se puede intentar serlo. Algunas de esas cosas ahora veo que no eran tan así, o que me quedé corto, o que directamente había otros factores que no incluí en el análisis. Pero siempre traté de no ignorar lo malo que veía cuando venía de vacaciones, ni olvidarme o no apreciar todo lo bueno que tenía en Alemania, que era mucho. No voy a repetir qué había en un grupo u otro de cosas porque me la paso escribiendo del tema y no viene al caso, pero esta semana tuve un buen recordatorio de por qué me volví, qué buscaba con la movida que armé y con todo lo que dejé. Qué esperaba que me esperara al llegar. No me alcanza para cambiar mi postura pesimista actual, pero tengo que apreciar el evento y atesorarlo, además, porque con mi encantadora personalidad no me encuentro en esas circunstancias muy a menudo.
Alquilé una de mis cabañas a un equipo de filmación que está haciendo una serie de cortometrajes sobre la dualidad de la vida de los que presentan una existencia idílica en las redes sociales para después caerse a pedazos cuando se apaga la cámara. En mi ignorancia y prejuicio, aunque (en mi defensa) basado en mi experiencia de lo que predomina en Argentina, creía que iban a ser 3 o 4 aficionados con un rejunte de equipo tipo una cámara, un par de luces y listo. Pero en lugar de eso vinieron 14 personas, equipo como para el siguiente Voodoo Lounge Tour de los Rolling Stones, y llegaron puntuales. Tenían tantas luces que el lugar parecía Cabo Cañaveral cuando hay un despegue nocturno. Pusieron la casa patas para arriba, cambiaron todo de lugar (hasta los foquitos de las lámparas) y cuando se fueron no solamente dejaron todo exactamente como lo encontraron, sino además impecablemente limpio. El productor, el responsable de ese equipo de gente tan profesional, es un tipo que me causó admiración no solamente por su ética de trabajo sino por su capacidad para encontrar y reclutar gente de ese calibre en un menú de opciones como el que ofrece esta sociedad. No easy feat.
Para coronar esta experiencia con ellos, me hicieron el honor de invitarme a la celebración que hicieron la última noche de filmación. Primero, tuve la oportunidad de estar ahí mientras hacían las últimas tomas y pude presenciar todo el proceso. Después, como este fue el 8vo y último capítulo de una serie de cortometrajes, hicieron una choripaneada de esas que te hacen matarte de risa de los restaurantes con estrellas Michelin. La mezcla de profesionalismo, camaradería y calidez humana me abrumaron. Casi no dije palabras en toda la noche, por una mezcla de mi típica timidez en esas circunstancias y admiración por esa gente, todo lo cual resultó en saber que eso que me empujó a volver no era un mito, una idealización, sino que realmente existe. Sí, es triste que exista en una proporción tan ínfima e insuficiente para timonear todo el barco, pero existe. Además de que lo aprecio, me llena de esperanza. Si esa gente todavía existe y hasta prospera en este caldo, todavía hay esperanza.
Quién podía pensar que un humilde choripán (por más que fuera con morrón y queso) con salsa criolla y una ensalada de rúcula pudieran ser tan ricos.

domingo, 29 de mayo de 2022

no entiendo

Siempre me dijeron que soy intolerante. Veamos...
Intolerante: que no tiene tolerancia.
Tolerancia: respeto a las ideas, creencias o prácticas de los demás cuando son diferentes o contrarias a las propias.
O sea, de intolerante no tengo un puto pelo. Más bien al contrario: podría decirse que soy demasiado tolerante y banco cosas que no debería. Y así me va, por estúpido.
Desde que me vine de la civilización a este psiquiátrico a cielo abierto, empecé con problemas que creo que son de hígado. Argentina todavía no ha sido terraformada. Un amigo (algo demasiado religioso para mi gusto) me cuenta que la ira retenida se concentra precisamente en ese órgano, lo que explicaría que yo tenga crecientemente más problemas. Antes me comía cualquier cosa y no me descomponía; hace un par de años empecé con problemas esporádicos, y en estos momentos me estoy tomando medicamentos y soportando dolores de cabeza prácticamente una vez por semana. Es horrible. Fui al médico, me hizo hacer una batería de estudios, me hizo decir 33 mientras me auscultaba, me preguntó unas cuantas cosas, me cobró una obscenidad, me atendió 87 minutos más tarde de la hora del turno que el fósil que tiene por secretaria me dio con un mes y medio de anticipación, y resulta que estoy espectacular para mi edad. Pero el hecho es que cada tengo que ser cada día más cuidadoso con lo que como: las grasas, el chocolate, los aceites... Creo que en este momento no como por mes la cantidad de chocolate que comía hace 5 años por día.
Supongo que mi incompetencia a la hora de lidiar con los sentimientos llevan a acumular la frustración y la ira. Cosas que me irritan soberanamente son, por ejemplo, la falta de respeto por el prójimo y por las reglas de convivencia, también conocidas como Leyes.
Ley: 1. Cada una de las relaciones existentes entre los diversos elementos que intervienen en un fenómeno. 2. Precepto dictado por la autoridad competente, en que se manda o prohíbe algo en consonancia con la justicia y para el bien de los gobernados.
En ningún lado aparece capricho. Las leyes regulan las interacciones. En cierta forma, y si uno quiere manejarse con un piso de respeto y fluidez de funcionamiento, las hacen posibles. Cuando no hay reglas, los elementos no adhieren a nada que prediga qué es lo que van a hacer o cómo van a reaccionar a lo que hagan los demás. Es muy, muy frustrante navegar en una sociedad que hace un esfuerzo tan descomunal en desconocer neciamente algo tan básico, donde sus integrantes hasta reniegan de la existencia de reglas, un lujo y una arrogancia que a mí se me escapan. Y no toco de oído, no es wishful thinking: lo viví. Estuve viviendo muchos años en sociedades que comprenden esto y lo cultivan, para el bien común e individual. Acá prefieren seguir ajenos a la razón.
Cuando estoy enojado por algún incumplimiento o por lo que veo que pasa con el tránsito, por ejemplo, no falta el que me diga una idiotez como "esto no es Alemania". A ver: llegaste tarde, me robaste mi tiempo. ¿Quién mierda te creés que sos? Otros, más preocupados por mi salud pero igual de imbéciles, me dicen que tengo que ser más tolerante y entender que acá es así, y "no hay que enojarse por cosas que no son tan importantes". Entiendo que esto del hígado se debe a mis pataletas y la frustración acumulada por calentarme con las cosas que veo, pero una cosa es que me enoje porque hace frío, que además de inmutable no es culpa de nadie, y otra muy diferente es que, además de enojado con el estúpido que dejó sonando la alarma a las tres de la mañana, no pude dormir. Es decir: no pude dormir. No me dejó dormir. Porque se le cantó. Por hijo de puta. Por más que pudiera ignorar eso, el hecho es que uno se levanta hecho mierda porque no durmió. Así de fácil. Y encima sabés por qué pasó y que es totalmente evitable. Salir a pasear el perro en Mar del Plata y pretender cruzar la calle es equivalente a salir a pasear el perro en Mariupol. Si me enojo o no, el hecho es que cada vez que tengo que cruzar la calle no sé si voy a llegar vivo a la vereda de enfrente. Llamo a un técnico por algún tema, me dice que pasa a una hora, dejo todo lo que tengo que hacer para abrirle la puerta, y me quedo esperando. Sistemáticamente.
No se puede vivir así. Uno gasta energía en nada. No soy intolerante, soy víctima de gente que se caga en el prójimo. Así de fácil. Y esto no es victimizarse: es inaceptable. Pretender que me resigne a pasear por una plaza sin saber si me va a llevar puesto una moto (o partir en dos a Perro) no es aceptable. Comprar un producto y que me entreguen algo muy inferior a lo pactado, tampoco. O que me insulten, o me choquen, o me maten, por hacer lo que la Ley dice me corresponde y el otro la usa de papel higiénico (si supiera siquiera dónde está el rollo... o que existe).
En este punto, sale otra imbecilidad de la boca de alguno de estos tontos voluntariosos que se confunden cuando dicen que en Argentina esto es normal. No lo es. Es común, en que pasa habitualmente, pero no es normal, porque simplemente no funciona. Está mal y no solamente no debemos aceptarlo, debemos oponernos. No solamente no suman: restan. Y si restan, sobran. Y si sobran, ¿qué carajo hacen defendiéndolos, apañándolos y, en definitiva, alentándolos? A ver... dediquemos 4 segundos a analizar: si seguimos así, en un par de años, por decir algo, ¿vamos a estar mejor o peor?
El egoísmo, la estupidez, la arrogancia, la ignorancia y el prejuicio van de la mano y nadie es ajeno. Entiendo que alguien sea conformista y perezoso y prefiera no oponerse a la mayoría, de esos para los que la mediocridad ya sería un upgrade, pero ¿cultivarlos?... Eso ya indica egoísmo, necedad o maldad. Y de eso ya hay para hacer dulce.

jueves, 28 de abril de 2022

queridos humanos

Estoy solo. Solo, solo. Sin novia, casi sin amigos en el mismo huso horario, ni hablar el mismo código postal. La mayor parte de mi familia está muerta o no desarrollé, ya desde chico, relación con ellos, como todo lo que es la parte paterna. Mi padre se borró de mi vida cuando yo tenía unos 5 años, y mi abuela materna se dedicó todo el resto de su vida a envenenarme la cabeza, el alma y la existencia; a mí y a cuanto la rodeara. En realidad, "todo el resto de su vida" no es exacto: en algún momento me cansé de que me insultara y le pedí que no lo hiciera más, y como reaccionó como la imbécil que era y muy dramáticamente me dijo que me fuera de su casa, le pregunté si estaba segura, y cuando me dijo que sí, no volví a verla nunca más. Incluso después de años, cuando le consulté a mi mamá si valía la pena ir a visitarla, me dijo que no, que era una pérdida del tiempo. Nadie la lloró cuando se murió, y nadie la extraña. Un asco de ser humano, que lo poco de bueno que hizo por los demás se dedicó a recriminárnoslo (no puedo descular si esta palabreja realmente lleva acento).
Ese episodio fue la primera vez en mi vida, o por lo menos la primera vez relevante, que antepuse mi respeto por mí mismo a la necesidad de caer bien, a su vez originada en una autoestima destruida por, justamente, mi abuela.
Mi mejor amigo en el tiempo que pasé en Suecia, y algo menos después de que me mudé a Alemania, era un poco irresponsable con el contacto y terminé "divorciándome" de él. El detonante fue que cuando le dije que me iba de Alemania y volvía a Argentina, tardó 3 semanas en contestarme. Lo cual, según los último estudios científicos, son más o menos 2 semanas y 6 días más de lo recomendable. Aunque suena trillado: no fue la primera vez que hizo eso, pero sí la última. No me enojé, simplemente le expliqué que eso no me servía y le deseaba lo mejor.
Un flaco con el que compartía el departamento en Múnich me insultó por pedirle (de maravillosa manera, cabe aclarar) que baje un poco el televisor. Eran las 11 de la noche y con paredes de construcción en seco se escuchaba como si yo fuera un personaje más en la película. Esa sí fue la primera vez que lo hizo. También la última. Después de eso se comportó como una basura, evidentemente contenido durante los 3 o 4 años de emular un ser humano, o por lo menos esa fue mi teoría. Se dedicó a eructar muy alto a cualquier hora de la noche (cosa que me hacía reír mucho), dejaba cosas que se pudrieran en la heladera, dejaba la puerta del balcón abierta (con 4° bajo cero, nevada o lluvia), o guardaba ollas o platos sucios, sin lavar.
A principios de los 90, cuando salí de la secundaria, me mudé a Buenos Aires para empezar a estudiar en la universidad, pero no tenía otra forma de sostenerme que trabajando. Estaba en una oficina y había una compañera que en verano, con 37° afuera y 27° adentro gracias al aire acondicionado, insistía en abrir la ventana "para que corriera aire". Esto fue hace treinta años y todavía no le encuentro una explicación fuera de que tenía un cociente intelectual de un dígito o una resistencia titánica a usar el cerebro por dos segundos. Con esa no me peleé, pero pasé calor al divino pedo, y la peor parte es que ella también.
En la plaza donde suelo ir con Perro me encuentro regularmente con muchas personas, entre ellas uno que me vio cómo un perro sin dueño atacó al mío, y cuando intenté ahuyentarlo me mordió a mí también, lo que no me dejó otra salida que sacarlo de una patada, porque no había forma de que dejara de atacar y para no arriesgar a que me mordiera otra vez. La cuestión que el tipo se ofendió y se fue, y cuando me vio la siguiente vez me amenazó con pegarme, a pesar de que yo con toda la calma del mundo le expliqué que ese perro me mordió y estaba defendiendo al mío. Su veredicto: inventé la mordida. Supongo que me encantó pasarme tres días en cama con 38° de fiebre por la reacción a la puta antitetánica, y rogar que el perro no tuviera rabia porque esa vacuna sí es jodida. Como agregado, mientras el gorila ese me amenazaba, a un par de metros estaba uno mirando todo, con el que muchas veces charlé y me pareció de lo más agradable. Y no movió un puto dedo. De veras que no entiendo, no me entra en la cabeza.
Esto es apenas un rasguño de la lista de los ejemplares con los que me crucé en mi vida. De chiquito aprendí que estar solo es, como mínimo, menos arriesgado. El prejuicio y la arrogancia son hijas de la estupidez, y eso abunda más que el hidrógeno. Con mi capacidad de observación y sensibilidad (genial combinación) el miedo a los demás se instaló en mí desde muy chico, y me acompaña en todo lo que hago donde haya otras personas involucradas. Rara vez se me pasa y ahí está la magia cuando sucede. En una mujer, al margen de atraerme lo físico o las cosas en común o el cariño que pueda darme, el no sentirme amenazado, o todavía mejor, el sentirme protegido, a un nivel subconsciente me predispone mejor. Y supongo que no soy el único.
Como sea, cada mañana salir de mi dormitorio siempre significó un desafío, el de enfrentarme a seres que no dan la talla. Mi madre, como contaba, nunca tuvo que mover un dedo (ni la dejaron, pero esa es otra historia en la que ella fue víctima y, a partir de un punto más bien temprano que tarde, cómplice) para tener garantizado un plato de comida y un techo, y sin embargo se queja de cosas que no solamente no son motivo de queja sino de agradecimiento para el 99% de la humanidad. Mi hermana es prácticamente el motivo por el que hago tanto esfuerzo para aprender a discutir constructivamente, ella el 99% de los humanos. En las rarísimas instancias en que me encontré con gente más interesada en llegar a la verdad que en imponerse a los demás (confía en los que buscan la verdad, no en los que dicen haberla encontrado, dijo André Gide), me aferré a ellos y me adapté a sus imperfecciones, algo siempre difícil para este loco yo, algo en lo que trabajo constantemente. Miedo, miedo, miedo. ¿Qué pasa si acepto esas imperfecciones? ¿A qué me arriesgo? ¿Cuál va a ser el daño? ¿Cómo me protejo? Demasiado, siento.
Quisiera haber terminado esto con esa última oración, pero no puedo. Una vez más tengo que dedicarle algo a Perro, que una vez más (y van...) esta mañana me enseñó una lección de amor, humildad, nobleza, y me muestra con el ejemplo a lo que puedo aspirar. Gracias, bombón.

sábado, 16 de abril de 2022

Perro y sus efectos secundarios

Me gusta mantener un cierto tono de anonimato, misterio e ironía. Porque sí. Porque es un poco mi personalidad. Por llamar la atención. Por prosa. No sé. La cuestión es que cuando escribo sobre alguien de mi entorno uso seudónimos, elegidos para que de alguna manera representen a la persona. Alguien que me conoce en la vida real podría inferir muy rápido a quién me estoy refiriendo en cada caso.
Siempre quise un perro en mayor o menor medida, pero incluso cuando estaba en los picos del querer nunca me animé porque pensé que no estaba a la altura o que no iba a encajar con mi forma de vida o qué sé yo. Y era cierto. Pero entonces salí con una chica que tenía un pastor australiano y cuando nos separamos prácticamente tuve que tener uno. Fui yo el que decidió que nos separáramos, y en lugar de extrañarla a ella, extrañé al charco de pelos mirlo rojo que tenía, llamémoslo Pietro, y todas sus locuras, su amor, su dulzura, su nobleza, su... bue... ya me embalé otra vez.
Al final, como pasa con tantas buenas decisiones que uno toma, lo único que lamento es no haberla tomado antes. Pero de perro hablo seguido y hoy no es el tema. Uno de los temas de hoy es qué seudónimo le pondría a esa ex. ¿Loca? Tilde verde. ¿Chiflada? Otro tilde. ¿Delirante? ¿Trastornada? ¿Paranoica? Tilde, tilde, tilde. Parachiflatrastonoide, entonces. Obviamente, condimentada efusivamente con severos trastornos alimenticios y los acostumbrados daddy issues. Ídem la hermana. Fue una relación como mínimo difícil que me dejó dos consecuencias principales: Perro, que ya mencioné y estoy infinita y eternamente agradecido a la vida, y una intolerancia a las acusaciones infundadas. Por esa no siento tanto agradecimiento, por lo menos no mientras el ser humano promedio insista con tanto énfasis en ser un monumental imbécil.
Y ahora sí, por fin, llego al motivo de sentarme a ponerme a escribir hoy. Cuando conocí a Parachiflatrastonoide me resultó evidente y hasta chocante su fuerte animosidad hacia la humanidad. Cualquiera que me lea sabe que yo también siento animosidad pero en menor medida: discurre principalmente dentro de mi cabeza y generalmente se limita a aflorar en mis charlas con amigos íntimos, en mi humor o en situaciones extremas, además de que también se mezcla con sentimientos positivos hacia mis prójimos. En el caso de ella era solamente negativo y no se molestaba en camuflarlo, incluso en situaciones sociales donde no está de más pasar más desapercibida. Al contrario, le gustaba manifestarse, provocar y antagonizar a esos humanos a los que despreciaba.
Un día, terminada la lista de sus motivos para pensar y comportarse así, empecé a buscar qué más podía haber en el asunto, y empecé a sospechar de Pietro. El asunto es que su nobleza y, después aprendí, la de la mayoría de los perros, contrasta tremendamente con la naturaleza humana, más ventajera y errática. No sé quién inventó a los pastores australianos, pero está allá arriba en la sección VIP del paraíso, jugando al ajedrez con el inventor de la moto, mientras que la Berlin de Rhona Mitra le sirve otra Piña Colada al inventor del lavarropas.
El problema es que si uno pasa demasiado tiempo* con un pastor australiano, que son especialmente apegados a su amo, se mal acostumbra a una calidad de relación que entre humanos es imposible. No hay media naranja, pariente o vecino que tenga la humildad de esta raza, o su adoración por su humano, o su tolerancia. No se puede estar a su altura, punto. Y uno empieza a resentirse cuando alguien cercano y en el que uno confía comete un error, y si encima no se disculpa, peor. Ahora que yo disfruto de un ejemplar de pastor australiano, veo a los perros en general de una forma totalmente distinta a como los veía antes, apenas algo más evolucionados que un pez dorado que podía aprender su nombre. Y si son pastores australianos específicamente, son simple y llanamente ángeles. En mi cabeza no hay desviación de esto. Ángeles. Merecen automáticamente todo mi amor, respeto y cuidado.
No sé si ahora, después de 4 años ya desde que Perro llegó a mi vida, soy tan diferente a mi ex. Siento que sí, que aunque un poco se degradó mi opinión de la humanidad, mantengo los pies cerca de la tierra. Pero también me es difícil saber si la degradación no se debe mucho más a que volví a mi patria y me encontré con esta ensalada. Seguro es una combinación, y espero ser lo suficientemente objetivo (o lo opuesto) para saber qué es qué y no llegar al estado en el que estaba ella, que era horriblemente infeliz y derramaba sobre los que la rodeábamos.

*como vi hace poco en un videíto de esos de Instagram: nunca vas a mirar atrás y decir "pasé demasiado tiempo con mi perro."

miércoles, 13 de abril de 2022

una lágrima en el pecho

Me gustaría que la depresión no fuera parte de mi vida. Quisiera que volviera a ser esa palabra de acepción errónea y mal usada para referirme a cuando simplemente estoy triste o bajoneado. La vida en blanco y negro es más pedorra, y a medida que pierde más contraste y el gris más obscuro y el más claro se acercan... peor todavía.
Una situación familiar me llevó a tener una muy necesaria charla con Hermana. El catalizador fue un cruce con mi mamá que derivó en distanciarme de ella precisamente unos días antes de que le dieran un diagnóstico de esos que te asustan.
Hermana es de esas personas que tienen como estacionamientos disponibles en la cabeza, y cuando un veredicto u opinión estaciona ahí, hecha raíces, no se mueve nunca más. Lo más rápido es tildarla de cabeza dura, pero ese término se queda corto, no llega a abarcar en qué medida influye en todo lo que piensa y en cómo procesa la realidad en función de eso. Sumado a un carácter explosivo y que, como yo, no aprendió a articular sus sentimientos constructivamente, sino que en primera instancia la abruman, eso se aúna para que resulta en una de dos: agresividad o llanto. No es misterio, entonces, que hablar con ella sea "difícil", un difícil del calibre del Schwerer Gustav. A pesar de todo esto, y a pesar de que no todo fue dicho, todo lo que se dijo fue escuchado y en mi caso lo viví como muy constructivo. Repito: ya he tenido alguna otra conversación como esta, con menos experiencia en hablar con ella, y a la siguiente vez que surgió algo que apelara a lo charlado y, pensé, aclarado, ella seguía pensando como antes. Así que no me hago muchas ilusiones.
Un ejemplo. Soy una persona inteligente. No es ego, es observación. Me lo han dicho, me lo han medido, me han dado becas, etc. Soy pensante, analítico. Y soy, con mucho esfuerzo para cultivarlo, articulado para expresarme. El solo hecho de haber tenido que aprender varios idiomas me inculcó el hábito de buscar las palabras que transmiten mejor lo que quiero comunicar. Y a la hora de emitir mis opiniones y conclusiones, lo hago con precisión, vehemencia, pasión y estructura, y eso las hace difícil de refutar. No es que crea tener razón, sino que en general le dedico bastante más que los otros a llegar a una posición y eso les es frustrante, aunque no lo sepan. Lo que sí creen saber es que yo pienso que soy dueño de la verdad, y prefieren (porque es más fácil) atacarme a mí y a mi presunta creencia de tener la razón, que a mi posición. Lo entiendo, es tentador, y yo también lo hago, aunque soy consiente del problema... y trato de evitarlo. Pero están proyectando. Ellos son los que creen que es verdad que yo creo tener razón, cuando en realidad estoy exponiendo mi posición lo mejor posible para que entiendan cómo llegué ahí, y también para que les sea más fácil atacarla y corregirme si ven algún error. Lo que me interesa no es tener razón, es llegar a la verdad. No hablar estupideces, no equivocarme sobre algo o alguien, y sobre todo no seguir estando equivocado. Progresar. Poniéndose observador: suponen algo (porque es más cómodo) y asumen que es verdad, y eso que hacen es justamente de lo que me acusan. Patético.
Pues Hermana, y no es la primera ni de lejos, me acusó de eso. Ufff... estimada... acabás de sacar carné de membrecía en un club muy grande de gente que en lugar de invertir 2 neuronas por 2 segundos, opta por quedarse con sus prejuicios y, peor, pensar que las cosas son como se las imaginan. Felicitaciones. Qué lástima no tener crayones de colores.
Y la parte que creo fundamental agregar, porque complementa todo esto, es que yo no pienso eso de ellos sino que los escucho con atención y trato de comprender qué piensan y cómo llegaron ahí, porque muy probablemente pueda aprender algo. Siempre asumo que pueden contribuir a mi visión de las cosas, ayudarme a mejorar.
Soy un imbécil.
La situación con mi mamá viene originándose en el hecho de que se ha transformado en lo que se puesto de moda denominar una persona tóxica: negativa, paranoica, criticona, victimista, arrogante. Tolerable en pequeñas dosis, corrosivo si es cotidiano. Esto me agota, va drenándome de energía de la misma forma que lo hace el estrés. Sumado a ciertos problemas que me estresaron realmente, las últimas semanas tuve una recaída en la depresión y se me estaba haciendo cada vez más difícil pasar tiempo con ella. Empecé a notar que me interesaba menos visitarla, por ejemplo. El distanciamiento que puse ahora, lamentable como es, no me viene nada mal. La pobre no se especializa exactamente en disculparse, ni en los pasos previos a eso, así que el reacercamiento probablemente depende de mí, y pienso tomarme el tiempo necesario. Autopreservación, me dijo uno; no ponerme otra vez en su línea de tiro, lo llamé yo. Como sea, estoy demasiado enclenque como para aguantar más agresión, y parte de mi chota personalidad y de mi fragilidad se las debo, ahora lo veo, a ella. No es una recriminación: es un hecho. Y hago bien en tenerlo presente.