sábado, 16 de abril de 2022

Perro y sus efectos secundarios

Me gusta mantener un cierto tono de anonimato, misterio e ironía. Porque sí. Porque es un poco mi personalidad. Por llamar la atención. Por prosa. No sé. La cuestión es que cuando escribo sobre alguien de mi entorno uso seudónimos, elegidos para que de alguna manera representen a la persona. Alguien que me conoce en la vida real podría inferir muy rápido a quién me estoy refiriendo en cada caso.
Siempre quise un perro en mayor o menor medida, pero incluso cuando estaba en los picos del querer nunca me animé porque pensé que no estaba a la altura o que no iba a encajar con mi forma de vida o qué sé yo. Y era cierto. Pero entonces salí con una chica que tenía un pastor australiano y cuando nos separamos prácticamente tuve que tener uno. Fui yo el que decidió que nos separáramos, y en lugar de extrañarla a ella, extrañé al charco de pelos mirlo rojo que tenía, llamémoslo Pietro, y todas sus locuras, su amor, su dulzura, su nobleza, su... bue... ya me embalé otra vez.
Al final, como pasa con tantas buenas decisiones que uno toma, lo único que lamento es no haberla tomado antes. Pero de perro hablo seguido y hoy no es el tema. Uno de los temas de hoy es qué seudónimo le pondría a esa ex. ¿Loca? Tilde verde. ¿Chiflada? Otro tilde. ¿Delirante? ¿Trastornada? ¿Paranoica? Tilde, tilde, tilde. Parachiflatrastonoide, entonces. Obviamente, condimentada efusivamente con severos trastornos alimenticios y los acostumbrados daddy issues. Ídem la hermana. Fue una relación como mínimo difícil que me dejó dos consecuencias principales: Perro, que ya mencioné y estoy infinita y eternamente agradecido a la vida, y una intolerancia a las acusaciones infundadas. Por esa no siento tanto agradecimiento, por lo menos no mientras el ser humano promedio insista con tanto énfasis en ser un monumental imbécil.
Y ahora sí, por fin, llego al motivo de sentarme a ponerme a escribir hoy. Cuando conocí a Parachiflatrastonoide me resultó evidente y hasta chocante su fuerte animosidad hacia la humanidad. Cualquiera que me lea sabe que yo también siento animosidad pero en menor medida: discurre principalmente dentro de mi cabeza y generalmente se limita a aflorar en mis charlas con amigos íntimos, en mi humor o en situaciones extremas, además de que también se mezcla con sentimientos positivos hacia mis prójimos. En el caso de ella era solamente negativo y no se molestaba en camuflarlo, incluso en situaciones sociales donde no está de más pasar más desapercibida. Al contrario, le gustaba manifestarse, provocar y antagonizar a esos humanos a los que despreciaba.
Un día, terminada la lista de sus motivos para pensar y comportarse así, empecé a buscar qué más podía haber en el asunto, y empecé a sospechar de Pietro. El asunto es que su nobleza y, después aprendí, la de la mayoría de los perros, contrasta tremendamente con la naturaleza humana, más ventajera y errática. No sé quién inventó a los pastores australianos, pero está allá arriba en la sección VIP del paraíso, jugando al ajedrez con el inventor de la moto, mientras que la Berlin de Rhona Mitra le sirve otra Piña Colada al inventor del lavarropas.
El problema es que si uno pasa demasiado tiempo* con un pastor australiano, que son especialmente apegados a su amo, se mal acostumbra a una calidad de relación que entre humanos es imposible. No hay media naranja, pariente o vecino que tenga la humildad de esta raza, o su adoración por su humano, o su tolerancia. No se puede estar a su altura, punto. Y uno empieza a resentirse cuando alguien cercano y en el que uno confía comete un error, y si encima no se disculpa, peor. Ahora que yo disfruto de un ejemplar de pastor australiano, veo a los perros en general de una forma totalmente distinta a como los veía antes, apenas algo más evolucionados que un pez dorado que podía aprender su nombre. Y si son pastores australianos específicamente, son simple y llanamente ángeles. En mi cabeza no hay desviación de esto. Ángeles. Merecen automáticamente todo mi amor, respeto y cuidado.
No sé si ahora, después de 4 años ya desde que Perro llegó a mi vida, soy tan diferente a mi ex. Siento que sí, que aunque un poco se degradó mi opinión de la humanidad, mantengo los pies cerca de la tierra. Pero también me es difícil saber si la degradación no se debe mucho más a que volví a mi patria y me encontré con esta ensalada. Seguro es una combinación, y espero ser lo suficientemente objetivo (o lo opuesto) para saber qué es qué y no llegar al estado en el que estaba ella, que era horriblemente infeliz y derramaba sobre los que la rodeábamos.

*como vi hace poco en un videíto de esos de Instagram: nunca vas a mirar atrás y decir "pasé demasiado tiempo con mi perro."

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