miércoles, 22 de diciembre de 2010

¿qué te doy, el pescado o la caña?

Cuando tenía unos 20 años fui a comer a la casa de un amigo de mi hermana y, por unas lluvias bastante fuertes de la semana anterior, surgió una discusión respecto a lo que había que hacer para ayudar a los que tenían la casa bajo el agua por las inundaciones. Uno de los presentes comentaba que apenas se conoció la noticia salió a buscar colchones para los que no tenían dónde dormir; era parte de una organización que hacía ese tipo de cosas. Por mi parte, dije que me parecería mejor construir los desagües necesarios para que las inundaciones no pasen. Hubo un intercambio de argumentos y ahí quedó. Hoy, después de muchos años, entiendo que en un mundo ideal esas canalizaciones estarían hechas y solamente en casos extremos sería necesario salir a buscar colchones. Claro, no estamos en un mundo ideal. Pero, ¿por qué? ¿de qué depende que el mundo en el que estamos se comporte en la práctica tan lejos de la teoría que, desde un escritorio, con una computadora (o calculadora, o diccionario, o lo que sea) podemos ponernos a planear? La respuesta es demasiado simple para ser simple de digerir, valga la redundancia. La respuesta es: nosotros.
Dicen que el genoma de un mono y el de un ser humano difiere en menos del 0,1% y sin embargo los resultados saltan a la vista. Lo mismo pasa con la Ley en países como Argentina y Suecia, por ejemplo. Son muy similares. Espeluznantemente similares, y sin embargo los resultados saltan a la vista. Una vez más, el factor determinante somos nosotros. Tres ejemplos:
  • pagar los impuestos,

  • cumplir con el código de tránsito,

  • la cultura del mantenimiento.
Las primeras dos son demasiado claras, pero la tercera no es tan obvia cuando no hay con qué comparar. ¿Cuántas veces vemos que hacen una paradas de colectivos nuevitas y lindas, con señales iluminadas y publicidad, y un mes después ya no iluminan? Sí, hay vandalismo, pero también hay cero mantenimiento. En Alemania, los reyes del mantenimiento ponen unas calcomanías en los postes de alumbrado público con un teléfono al que llamar si la lámpara no funciona, y el que llama participa en un sorteo por un par de miles de euros. Parece cuento, pero es así. Sería lindo que las cosas duraran para siempre, pero eso no sucede, y además tendría la desventaja de que nunca cambiaría, con lo cual se haría aburrido, por lo menos para mí, que me gusta de vez en cuando renovar un poco. Sin embargo, sería lindo que cuidásemos más lo que tenemos, y eso incluye mantenerlo. Una manito de pintura, un programa de lubricación, consumibles, repuestos y renovación de la maquinaria es esencial. No es un lujo, o algo deseable o lucrativo: es una necesidad. Y además es más barato mantener las cosas funcionando que arreglarlas. Leí una vez una situación análoga en el campo de la salud, donde un estudio sobre distintas enfermedades comunes descubrió que resulta 400 veces más barato prevenir que curar. Cuatrocientas veces es mucho, pero cambiarle el aceite a mi moto cada los 6000 km que me recomienda Kawasaki me sale 70 euros, y un motor nuevo sale 3500 euros. Con una relación de apenas 50 a 1, todavía me quedo con cambiar el aceite.
Esta cultura del mantenimiento tiene muchas ventajas que vienen como efectos colaterales al simple de hecho de mantener algo funcionando:
  • profesionalización, capacitación, especialización, que pueden usarse a la hora de perfeccionar lo que ya existe. La gente que se dedica al mantenimiento aprende dónde es mejor invertir esfuerzo, tiempo y dinero en mejorar una máquina o sistema,

  • movimiento económico fluido, constante y predecible, generado por la compra planificada de insumos. Esto ocasiona una circulación de dinero importante que favorece al Estado y a la industria de insumos y repuestos,

  • puestos de trabajo, que además son puestos profesionales en los cuales la gente involucrada, guiada inteligentemente, mejora, aprende y cultiva conocimiento, que es la base de cualquier sociedad que funcione.
Pensándolo un poco más, este concepto del mantenimiento tiene que ver con la constancia, palabra tétrica en el léxico argentino. Como ejemplo se me ocurre este fenómeno del uso del cinturón de seguridad que cada dos por tres se le sube a la cabeza a alguno y empiezan a controlar un poco el tema. A los dos meses todo se evapora y de los 15 millones de autos que circulan en el país, un 1% más lleva cinturón de seguridad. Esto no solamente no es eficiente, ni siquiera es efectivo. No hay que ponerse de cuco de los automovilistas, con estaciones de control en donde se les arruine el día. Hay que hacer entender al ciudadano que debe cumplir la ley, que vive en un estado de derecho, y que uno puede hacer lo que se le dé la gana pero dentro de ciertos límites. Esos límites tienen que ser claros (la Ley), conocidos (la Educación) y aplicados (la Policía). Hasta ahora solamente tenemos el primer punto cubierto, mientras que la Educación hace lo que puede, y la Policía en su función de contralor es inexistente. Sería millonario si me dieran un centavo por cada vez que veo a una pareja de policías paseando patrullando y pasan caminando por al lado de las motos estacionadas en las veredas angostas de Mar del Plata, o de sus conductores sin casco (creo que en Mar del Plata está prohibido usar casco mientras se maneja moto), o de autos estacionados en las sendas peatonales. Si no se exigen estas pequeñas cosas de nosotros, queda pavimentado el camino para el viva la pepa. No es que haya cosas más importantes y yo estoy esperando que se ocupen de estas gansadas; es que estas cosas son reflejo y derrame de otros ámbitos en los que las consecuencias sí que hacen la diferencia. Y de todos modos, tampoco son tan “gansadas”: hoy por hoy, ya calentando motores para el fuerte de la temporada, caminar un par de cuadras en Mar del Plata viene a ser algo así:
  1. caminar esquivando las motos estacionadas en la vereda, alternando entre el lado de la calle y el de la pared (en un pasado no muy lejano también había que andar con atención por el tema de los regalitos de los animales que sacan a pasear a sus perros, pero eso ya está mejorando mucho),

  2. llegar a la esquina, donde hay una motito atada al poste (de esos con el cartel del nombre de la calle) atravesada de lado a lado,

  3. buscar un hueco por delante o por detrás del auto estacionado en la senda peatonal. Generalmente hay que pasar por el lado de la calle porque el imbécil lo estacionó cerca del último auto bien estacionado, así que hay que pisar por donde corre el agua,

  4. esperar al semáforo en verde para empezar a cruzar,

  5. recular, porque un retrasado apuró el ritmo y pasó con el semáforo ya en rojo,

  6. empezar a cruzar, tratando de que los que doblan ejerzan su obligación de dar prioridad al peatón,

  7. al llegar a la otra vereda, empieza otra vez el slalom de aventura.
El otro día escuchaba una entrevista a Marcos Aguini en la que se explayaba en el tema de la educación, y en cómo influye en el progreso de un país. Los beneficios de invertir en educación son tan obvios y triviales que, como que 2 más 2 son 4, es difícil explicarlo. Hay dos formas básicas de obtener orden en una sociedad: imponerlo o pedirlo.
Venir a casa una vez cada 6 u 8 meses tiene la ventaja de que veo los cambios en el país sin pasar por el día a día. En lugar de ser una rampa son escaloncitos y veo las diferencias y puedo apreciar que el país se mueve. Ese movimiento representa progreso en muchos casos (hasta hace 5 años era impensable cruzar la calle y que los autos frenaran, y hoy se está convirtiendo en la norma) y en otros un retroceso (la gente que no tiene dónde vivir, en un país que tiene 15 veces menos habitantes por km² que Alemania, o 35 veces menos que los Países Bajos.
En fin, una de esas tardes en que tengo un rato para delirar...

sábado, 18 de diciembre de 2010

23 horas en Buenos Aires

Llegué ayer al mediodía, después de haber salido casi 2 horas tarde de Múnich (Nieve 1 – Luthansa 0) y casi otro tanto de San Pablo (la pxxx que los Parió 1 – TAM 0). Cuando aterrizamos en Ezeiza, los chistosos de control dirigieron el avión (un Boeing 777 con cerca de 400 personas) a estacionar a 200 km de la terminal, más cerca de Chivilcoy que de Buenos Aires. Nou problem. Casi a las 2 horas de aterrizar enseguida nos asignaron un micro que vio su última mano de pintura en la Guerra de la Triple Alianza. El tipo venía, juntaba 50 pasajeros y, con una habilidad impresionante para esquivar completamente la senda marcada para vehículos, manejaba hasta la terminal, se vaciaba y volvía para buscar la siguiente tanda. Yo tuve suerte y bajé relativamente rápido así que en la tercera tanda ya me tocó. Pero no tan rápido, porque cuando llegamos al mostrador nos dimos cuenta de que TAM no nos proveyó del formulario de inmigración, y en el mostrador donde normalmente hay unos pocos para rellenar, no había ninguno. Ni lapiceras. Al final un empleado escuchó lo que pasaba y salvó el día.
Sin más novedad conseguí un taxi que me llevara al hotel que reservé hace 3 semanas, donde fui recibido con un “ehhh... resulta que sobrereservamos así que le conseguimos otro hotel”. A ver, revisemos: reservé este hotel (Le Vitral Baires, Ayacucho 277, Capital) porque quería quedarme en otro hotel. Mmm. Tiene sentido. Como también tiene sentido que en 3 semanas no hayan tenido tiempo de contactarme por teléfono personal o celular, correo electrónico o tradicional. Sí tuvieron tiempo de confirmar mi reserva y tomar los datos de mi tarjeta de crédito.
El hotel al que me mandaron (Best Western, Junín 351, Capital) no tenía ni las comodidades, ni el lujo, ni la atmósfera, ni el desayuno (malo, malo y, esteee... malo). Pero sí tenía el precio. Muchas gracias.
En fin, me duché y me fui a pasear y de paso a conseguir el pasaje en micro para ir a casa al día siguiente. Enfilé para el centro y en algún momento aterricé en Lavalle y Cerrito, donde había un cochecito de bebé con un nene que tendría un año como mucho, y otro más grande parado enfrente de él y jugando con un globito a tocarle la cara. El nene en el cochecito sonreía. Ninguno de los dos tenía zapatos, ni un baño en los último 3 días, por lo menos. Y me pregunté si iba a ir a la escuela, o si iba a dormir abajo de un árbol en Plaza Lavalle. Seguí caminando, y cuando estaba entrando en la estación iba un señor con una nena en brazos, de unos 2 años, caminando delante de mí. Eran de tez obscura y definitivamente no les sobraban los recursos, pero tampoco pasaban hambre. Se veía que no la alimentaban muy generosamente, pero no estaba flaquita ni sucia. Iba mirando para atrás. Tenía el ceño fruncido y miraba a su alrededor y se le notaba miedo. No era capricho ni buscar atención; de veraz escudriñaba el entorno y se sentía amenazada por los ruidos y la gente, pero a la vez protegida de estar en brazos del padre. Tenía una mirada muy linda y dulce, y era chiquitita para la edad que tenía.
Seguí caminando y, en mi camino por encontrar la boletería que necesitaba (generalmente la que está más lejos de la entrada, casi llegando a San Isidro) fui interceptado unas cinco veces por diferentes grados de pedidos de plata con diferentes excusas/razones. Quién sabe.
Cuando volvía al hotel pasé por El Ateneo, en Santa Fé y Callao, para por fin visitar la librería que aparece en todos los documentales sobre Argentina que veo en Alemania. Los documentales son una raza aparte en la fauna que es la televisión. Muestran una parte de la realidad, pero como son “documentales” uno se queda con una imagen que no se ajusta realmente a lo que sucede en un lugar. Pero en esto los alemanes son muy objetivos y sobretodo bien documentados, valga la redundancia. Si dicen algo, es porque hay fuente. Si no, ni lo mencionan. Si bien no resuelve la limitación primordial (la de no poder abarcar todo), por lo menos no dicen gansadas. Y por eso, en mi opinión, son una maravilla haciendo documentales.
Al final volví al hotel a las 10 de la noche y me fui a dormir. Para el desayuno opté, lamentablemente, por el que estaba cruelmente incluido en el precio de la habitación. Ojalá hubiera tomado agua del desagüe y comido sobras de la basura, en lugar de ese potaje disfrazado de café con leche y esas buñuelos de murciélago queriendo hacerse pasar por medialunas. Me fui a caminar y lo primero que hice fue comprarme una gaseosa para sacarme el gusto de la boca. Aunque me hubiera conformado con chupar la bolita de un ratón en un cibercafé. Seguro hubiera tenido mejor gusto que esas medialunas.
Me pasé un buen rato en el centro tratando de cambiar 50€. Aparentemente los bancos sólo cambian a clientes, las cajas de cambio no sé porque no encontré ninguna, y los arbolitos me querían dar 25 centavos menos por euro que lo que decían las pizarras, con una imaginativa diversidad de excusas. Como el colectivo a Mar del Plata salía a las 12 del mediodía, a eso de las 10 me tomé un taxi al hotel que me costó 20 de los últimos 50$ que me quedaban, de los 300$ que saqué de la máquina expendedora en Ezeiza y que me cobró 16$ de comisión. Llegué al hotel 10:45 y le dije a la chica de la recepción (“Florencia, front desk” decía la chapita en su teta izquierda) que me hiciera la factura y me llamara un taxi, que en dos minutos bajaba con las valijas. Dicho y hecho, las pelotas. Terminé subiéndome al taxi a las 11 y cuarto. Excusas, falta de profesionalidad, de integridad, de iniciativa y, sobretodo, mucho más interés en el feisbuc que en atender a un cliente.
Finalmente, llegué a Retiro a las 11 y 40, porque el conductor del taxi resultó ser uno de esos delirantes que usaba el giro para indicar cuando quería cambiar de carril o doblar en la esquina. Que dejaba pasar a los peatones que cruzaban. Y que respetaba los límites de velocidad. Walter, que así se llamaba este formoseño de 34 años y que estuvo 15 años en el ejército, cuando llegamos a la terminal de colectivos de Retiro me dio la mano, me deseó felices fiestas, y cuando vio que no tenía más pesos (el viaje me costó esos últimos $30 que tenía) sacó $2 de su bolsillo y se los dio al chico que me estaba ayudando con las valijas. Quise darle €2 en agradecimiento por el gesto, y se negó rotundamente y me deseó que lo pase lindo y me dio la mano. Este hombre me recordó porqué amo tan profundamente a mí país y porqué siento un dolor físico cuando veo cómo andan las cosas por falta de saber encarrilar el esfuerzo. “Argentina” y “hambre” son dos palabras tan antónimas como “honestidad” y “corrupción”. No deberían estar en el mismo libro, mucho menos en la misma oración. Y gente como Walter agregan cada día ese pequeño granito de arena que hace que este bote que está haciendo agua no se hunda definitivamente. Adoro a Argentina, adoro a los argentinos, aunque algunos me pongan los pelos de punta, somos buena yerba, y por más que algunos se empeñen en tirar para abajo y no mirar más allá de la punta de su nariz, quiero creer que somos más y vamos a mejorar.
Al que crea que irse es la solución, que recuerde que el hogar es donde a uno lo extrañan. El resto es comodidad. Que no tiene nada de malo, pero no hace feliz.
Cuando llegué a Mar del Plata estaban mi mamá y mi tío esperándome y me abrazaron y me besaron. Todo valió la pena.

miércoles, 8 de diciembre de 2010

bully off

Esta es la traducción de algo que escribió un conocido y que me tocó de cerca, así que le pedí permiso para ponerla acá. Para pensar...

Esto es hacer un poco de catarsis por algo que tengo adentro, traído a colación por una serie de menciones en los medios locales e internacionales. El servicio normal será resumido a su debido tiempo. La referencia al hockey sobre césped es más bien por accidente. Cuando estaba buscando una foto relacionada con hockey me enteré que "bullying off" ya no es como empieza un partido. Obviamente no juego hockey desde hace varios años.
Es bueno ver que muchas escuelas hoy en día parecen interesadas en publicitar una tolerancia nula a los bravucones. Semejante política no existía cuando iba al colegio, hace mucho tiempo. En aquellos días, en los años de Life on Mars y Ashes to Ashes, los matones de escuela eran simplemente un hecho de la vida. De todas formas me resulta un misterio cómo este tema es controlado hoy en día. Seguramente el famoso "te espero a la salida" sigue vivito y coleando.
Una serie importante de compañeros de clase hicieron de mi vida en la escuela una especie de purgatorio por cerca de 14 años. Probablemente un efecto colateral de mi buen rendimiento académico pero un total fracaso en lo deportivo. Hablar refinado nunca ayuda, como tampoco el ser hasta un año más joven que el resto de mi clase. El tormento era constante y sin tregua, desde ataques físicos con puños, patadas y palos de hockey, comentarios hirientes, robo de mis pertenencias, hasta escribir obscenidades en mi libro de ejercicios y, en una ocasión, saboteando mi bicicleta para que no tuviera frenos mientras bajaba por una calle, sin poder frenar en un cruce con una avenida.
"Hacete valer", decía mi padre, "los matones son cobardes: devolvé el golpe y te van a dejar tranquilo".
Así que eso hice. Lamentablemente, en el mundo real el famoso Lobo Grande Malo no se va corriendo para siempre. Lo que pasó fue que me metí en problemas por pelear, y después me llenaron la cara de golpes los mismos matones que tenía por compañeros de escuela. Así que nunca lo intenté otra vez. El problema es que siempre pienso más allá de la satisfacción inmediata de romperle la nariz a mi oponente, y hasta el inevitable momento de su dolorosa venganza. No devolver el golpe tampoco hace desistir a los matones; una víctima que no se resiste es una víctima atractiva.
Todo esto estaba agravado por algunos miembros del personal de la escuela. En frente de una clase, un maestro una vez me planteó que era homosexual por preferir bádminton en lugar de fútbol. Sobrevino mucha burla. Otro parecía disfrutar particularmente destruyendo mi autoestima, ridiculizando mi trabajo en frente de toda la clase, una y otra vez. ¿Si se lo hizo a otros? Nunca lo vi. Las burlas de los maestros y profesores eran repetidas por mis compañeros por semanas, meses e incluso años después.
¿Qué hice al respecto? Me recluí en un mundo privado y ligeramente ingrato, cumplía con mis obligaciones escolares, estudiaba muchísimo para los exámenes, y tenía pocos amigos y ninguna vida social. Me resulta muy sorprendente que no me haya rendido y abandonado la escuela.
¿Qué debería haber hecho al respecto? Hacerme amigo de mis torturadores, quizás. Ah, sí, eso seguro funciona: el capitán del equipo de fútbol de la escuela (11 años de edad) y sus ciegos secuaces seguro quieren relacionarse conmigo. ¿Quizás rendirme a mis deseos de violencia, en lugar de suprimirlos? Me hubiera vuelto uno de esos sociópatas que hicieron mis días de escuela una miseria. Contarle a un profesor o a un padre produjo poco en términos de empatía, y si uno de estos matones era llevado a la oficina del director, eventualmente se pondría al día conmigo. Al final, todo inútil.
Por suerte, el abuso físico cesó hacia 1980. A cualquiera que haya leído hasta este punto y sufrió o sufre lo que yo pasé, le puedo confirmar que eventualmente las cosas sí mejoran. Por lo demás, me temo que no tengo ninguna respuesta.
Para mi vergüenza e irritación, no puedo simplemente olvidarlo y dejar que lo que pasó, pasó. Treinta años después, y se requiere muy poco para que me inunden un montón de recuerdos desagradables, como si hubieran pasado apenas ayer.
Las injusticias sistemáticamente cometidas sobre mí o sobre otros son probablemente la razón por la cual detesto la injusticia en todas sus formas.

viernes, 26 de noviembre de 2010

malditos pedófilos

Para mí, practicar fotografía significa interpretar una de las tantas técnicas disponibles para transmitir un mensaje, una visión, un estado de ánimo, produciendo una imagen; pero algunas veces implica caer en situaciones que como mínimo pueden catalogarse de curiosas. Como la vez que le saqué una foto a una nena de 2 años que me estaba saludando en la calle, en el centro de Múnich, y un tipo me vino a interrogar. Como no sabía quién era se lo pregunté, y cuando me dijo que era el padre de la nena le sugerí que si amaba a su hija se suicidara. Era, de lejos, lo mejor que podía darle a su hija.
Pero en otras ocasiones el rarómetro simplemente explota. Como se puede ver en esta nota, la estupidez alcanza niveles estratosféricos y parece que no hay marcha atrás.
Pareciera ser que en algunas partes del mundo la gente está tan paranoica con vaya uno a saber qué, que piensan que cualquier foto en la que aparezca su imagen le roba de alguna manera intimidad. En alguna selva de este planeta hay una tribu que no les gusta que les saquen fotos porque creen que les roba el alma. En una ocasión le estaba sacando una foto en perspectiva a una valla de un jardín, y de la nada salió un hippie y me interpeló con que si él aparecía en alguna de las fotos. Además de la apariencia de haber derrochado su vida concienzudamente desde hacía rato, el pobre imbécil olía a murciélago fermentado y en la mano tenía una botella grande de cerveza a medio tomar. Cuando escuché la pregunta lo único que atiné a responder fue para qué quería saberlo, y me dijo que yo no tenía derecho a sacarle una foto. Realmente yo no tenía la menor idea de si él estaba o no en una foto, porque el sujeto que estaba fotografiando era la puta valla y si él estaba o no, me interesaba menos que el clima en Cambodia. En cualquier caso, más tarde en la computadora lo borraría o directamente lo recortaría.
Durante algunos meses le dediqué algunos ratos a pensar sobre el asunto de las fotos en la calle y fotografiar a personas con un teleobjetivo o un lente común, y si alguien tiene un real derecho a preocuparse por el asunto. Por un lado, como aficionado a la fotografía, intento ejercer un respeto a la intimidad y más que nada a la tranquilidad del sujeto. Si hay alguien en la mesa de al lado en un restaurante y la luz es perfecta y todo lo demás, pues me muerdo el mantel de mi mesa, me tomo el agua del florero y me la aguanto. No le puedo andar poniendo la cámara en la nariz a alguien solamente por alimentar mi afición. Pero si alguien está a diez o veinte metros de mí y se me canta apuntar la cámara, sin molestarlo (y me refiero de veras a no molestar, por más que sea "un segundito"), tengo todo el puto derecho a hacerlo. Lo que no tengo derecho en ningún caso es a lucrar con esa foto donde está la imagen precisa e identificable de esa persona (a menos que sea un contraluz o algo así donde no se la reconoce, por supuesto; o que me haya firmado el correspondiente papelito que no sé cómo se llama en español pero que en inglés le llaman waiver).
Lo gracioso de todo esto es que en la mayoría de los lugares del mundo que tuve la suerte de visitar, si quise sacarle una foto a una persona en forma evidente (más o menos el 0,1% de mis fotos), simplemente levanté mi cámara en gesto interrogativo y con una sonrisa, y el 99,999999% de las veces me devolvieron la sonrisa con gesto afirmativo. Si uno aproxima al sujeto con respeto, en la mayoría de los casos se siente halagado por haber despertado la atención de un artista, que en cualquier caso no interfiere en lo más mínimo con su vida. Y cuando digo "artista" me refiero a la intención, no al talento o mérito.
Hasta ahora, en mi experiencia, en dos lugares (y sé de uno más: EE.UU.) las personas se comportan como paranoicos: Alemania e Inglaterra. Y en mi experiencia, no es tanto una función del miedo a que les pongan las fotos de los hijos en una página pornográfica o algo así, sino pura y simple arrogancia esquizofrénica. El puro y bajísimo placer de imponer en los otros mi voluntad. Así veo el mundo, y los demás deben comportarse de acuerdo a mi visión. Entiendo que en esto de los blogs no andemos poniendo números de cuentas del banco y cosas así, pero estamos en un punto donde ni siquiera publicamos fotos de nuestras vacaciones. Y después, en Feisbuc, ponen hasta el diámetro de los agujeros de la nariz.
En definitiva, gracias a yanquilandia y sus excursiones petrolíferas donde mandan hordas de nenes de 18 años armados con una M-16 que pueden comprar en la esquina de su casa, pero no cerveza hasta 3 años más tarde, cada vez que tengo que volar a casa me tratan de terrorista con un equipo que incrementa en un lindo porcentaje el valor de mi certificado de sardina pasaje.
Gracias a los pedófilos no puedo practicar una actividad (que no hace nada a nadie) sin que me miren con asco. Aunque para ser honesto, lo único que hay que hacer por acá para que te miren con asco es ponerse en el campo visual de alguien. Y eso antes de que tengas la oportunidad de decirles que sos extranjero, en cuyo caso te miran como si les hubieras dicho que tenés ébola.
Gracias a los hijos de puta que esperan a la salida de los bancos en una 600 robada, resulta que mi ya pecaminoso gusto por las motos no solo me convierto en motoquero (término imbécil si los hay) sino también en motochorro, según un diario de demasiada circulación que literalmente se caga en el idioma. Esto se traduce en que en el centro de Buenos Aires no puedo ir a un restaurante con mi novia en moto, y en cualquier caso se supone que tengo que andar con un chaleco con el número de patente de mi moto, como en otros tiempos.


frustrado...

Que quede claro: adoro a la gente. Las motos están muy bien, los paisajes son muy lindos. Pero sin la gente que nos rodea, la vida sería un lugar muy miserable. Cada vez que fotografío a alguien, aunque sea un desconocido, estoy homenajeando ese concepto, y en mi experiencia así sucede con la gran mayoría de los que disfrutan saliendo a la calle con una cámara a ver qué encuentran.

viernes, 12 de noviembre de 2010

Clarín (entre otros) y la estupidez

Aparentemente, hablar sí cuesta una mierda y no trae ningún beneficio. En esa línea, me imagino un artículo de Clarín de acá a un par de años:

En el día de ayer la presidenta Fristina Cernández elogió el actuar de la agenta de Policía, la oficiala Ramírez, y su colego el agento Sánchez. El policío relató a este diario cómo, casi al terminar su turno, observó el actuar de un delincuento en una farmacia de la zona de Lomas de Zamora. “Me considero un atleto”, observó el oficialo, “y decidí perseguirlo a pie”, afirmó. Momentos antes, una estudianta de medicina que trabajaba como cadeta repartiendo remedios para la farmacia, fue interceptada por el malviviento y tomada de rehéna. Un detectivo de la comisaría 432, luego de interrogar al conserjo del edificio adyacento, determinó los hechos. Una testiga agregó datos al afirmar que el mencionado delincuento poseía un arma de pequeño calibre.
El capatazo de una obra lindanta también declaró que el agento Sánchez reaccionó muy oportunamente, reduciendo al ladrón antes de que éste pudiera escapar. “La delincuencia no es contrincanta para semejante profesionalo”, recalcó. Un ordenanzo de las oficinas en el edificio donde la farmacia está ubicada, y que observó los hechos desde una ventana, recordó: “Fue una experiencia muy fuerta. No me extrañaría que un psiquiatro tenga que atender a la pobra chica”, dijo, refiriéndose a la aterrorizada cadeta.
Consultado, el Intendento de Lomas de Zamora afirmó que tanto él como el Gobernador y la Presidenta están al tanto de la situación de inseguridad y buscan implementar soluciones. Consultados vecinos de la zona, entre ellos prominentas figuras como la modela Valentina Mazaza o el poeto Lorcía Garca, también afirmaron sentirse inseguros. La Cónsula de la República Bananera, cuyas oficinas funcionan en las cercanías de donde sucedieron los hechos…



Castellano, español y demás verduras: QEPD.

miércoles, 27 de octubre de 2010

ciccioli frolli

Cuando estuve en Italia hace algunas semanas visité una zona llamada Emilia Romana, que comprende ciudades como Módena, Boloña (la capital) y Parma. Como en este lugar están instaladas marcas como Ferrari, Lamborghini, Ducati o Maserati, no me quedó tiempo para pensar en mucho más, excepto por tres temas fundamentales en Italia: la gente, el paisaje y la comida. Y como una Ferrari no entra dentro de mi presupuesto, concentré mi despliegue económico en un buen salame y algunas otras cosas, pero no mucho porque al ir en moto tampoco era que sobrara lugar para traerme todo lo que viera.
Pero hete aquí que uno de los chicos con los que viajé volvió la semana pasada por un viaje de trabajo, y tuvo la acertada idea de traerme más salame, parmesano, mortadela y una cosa que nunca vi en mi vida: ciccioli frolli. Y como todo lo que venga de Italia es rico por definición, por más que la cosa no se veía muy apetitosa le hinqué el diente igual. Mmmm. Raro. Grasoso. Crocante. Mmmm. Un poco salado. Mmmmhhhmmm. Mmmm. Sip. Me gusta.
Pero igual. El asunto es que no tenía idea de lo que estaba comiendo así que le pregunté a google y ya está. La descripción no es que pinte un cuadro tentador que se diga, pero en la realidad, de a pedacitos, es algo que se deja comer muy bien.
Para no ser menos y transpirar algo de argentinidad, con Novia nos volcamos a la tarea de dominar el arte de hacer medialunas. Las empanadas hace rato que las tenemos: ella saber hacer la masa (o te pensabas que en Alemania vas al almacén de la esquina y te pedís una docena de tapas para empanadas por 1€) y yo hago el relleno. Pollo, jamón y queso, carne, humita, verdura. Lo que venga. Pero lo de las medialunas hacía rato que le venía esquivando el bulto porque mi mamá siempre me decía que hace falta mano y paciencia. Por ahora, estos son los resultados...


¡¡¡Y encima estaban ricas!!!

jueves, 21 de octubre de 2010

Melba

El 13 de octubre del 2008 traje a casa dos hámsteres de la raza Campbell. Melba, casi blanca y con una raya en el lomo, y Nikita, más tirando a plateada y también con una raya, aunque más sutil. Estos bichitos viven por lo general 2 años, y cuando las compré Melba tenía ya 8 semanas y Nikita 6. Hace unos meses el ánimo de Melba empezó a decaer y ya no usaba la rueda, y la panza le empezó a crecer. A principios de septiembre la llevamos a la veterinaria y la chica nos explicó que se la veía muy bien para la edad que tenía, pero que tenía un tumor en el hígado, normal en estos animalitos. Como en la naturaleza viven poco (1 año o algo así), cuando uno los tiene en cautiverio y bien cuidados en general mueren de un infarto (de puro viejos) o de un tumor en algún punto del aparato digestivo. Esto último es lo que le tocó a ella. El domingo a la mañana, mientras hablaba con mi mamá por teléfono, Novia vino llorando. Le dije a mi mamá "te llamo después", colgué, y Novia me explicó que fue a ver cómo estaban los hámsteres y Melba no respiraba. Fui a mirar y estaba hecha un bollito, como durmiendo, pero sin moverse. La toqué y estaba fría.

Melba (arriba, en foco) y Nikita

En el momento, consolar a Novia y disponer del cuerpito de Melba me llenaron la mente, pero a la tarde me empezó a entrar la tristeza y todavía me siento así. Y cada vez que la voy a ver a Nikita tengo el corazón en la boca con miedo a que ella no responda. Siempre asoma el hocico por la puerta de su casa cuando le hablamos, pero ahora anda medio triste (supongo) y la mitad de las veces no sale.
Melba vivió conmigo por 2 años y 5 días.

viernes, 1 de octubre de 2010

hoy lloré =)



Qué lindo es ser argentino. Aunque tantos se esfuercen en exprimir a los de abajo, negarles sus derechos, aprovecharse de la ignorancia y hasta fomentarla... a pesar de esos, quiero ser argentino, de esos que hacen al país un poquitito mejor, de los que se animan a ser puntuales, cumplir con su palabra, pagar sus obligaciones, respetar los derechos del prójimo (aunque ese prójimos los desconozca), hacer sacrificios, y todas esas cosas que definen eso que llamamos "buena yerba". Espero poder ser así.
Un ejemplo que se me viene a la cabeza es el de cierto señor aficionado a manejar autos, así como quien no quiere la cosa. Era medio chueco y un poco pasado de años para dedicarse a correr, pero igual hizo un pequeño intento. Por casualidad el otro día estuve en Italia y pasé por Módena y había un galponcito donde unos pibes están tratando de aprender a hacer autos, y me encontré con esto:





PD: por si alguno quiere también escuchar la letra del himno...

miércoles, 22 de septiembre de 2010

pfffff...

La vida me duele. Así de fácil. Esta guerra contra la depresión es una sucesión monótona de derrotas y casi ninguna victoria. De hecho, ninguna que recuerde en los últimos meses. Me siento mal, bastante mal, pero no tremendamente peor. Podría decirse que se transformó en una guerra de trincheras, donde ninguno de los dos bandos avanza. Aunque en realidad, este es uno de esos casos donde permanecer estático significa retroceder, porque la vida sigue y yo estoy a la vera del camino preguntándome cuándo puedo volver a la acción.
Como síntoma, como efecto que puede ser percibido por el observador casual, la relación con Novia es lo que más sufre. De la piel para adentro requiere más poder de observación, y además me afecta a mí solo y no jodo a nadie. Y puta que me afecta. La mayor parte del tiempo no tengo ni ganas de comer, y a veces la tristeza es tan profunda que raya las ganas de llorar, pero no me sale. Solamente me siento mal, pero sin emociones. Eso sería un lujo. La falta de energía para encarar las tareas más simples es increíble. A veces termino de comer y no me puedo levantar de la silla. No es falta de energía física, es mental. No necesito moverme. No me interesa. Me podría dejar morir ahí donde estaba sentado.
Pero lo que me preocupa mucho es Novia y cómo mi depresión la afecta a ella, que en definitiva su único pecado es quererme. Pobre. Ya en estado normal soy un desastre, no me imagino lo que debe ser aguantarme ahora, y ella elige voluntariamente estar conmigo. En mi caso, no elijo estar con ella. Más bien no elijo no estar con ella. No elijo nada. Como dijo Nietzsche, estoy en esa situación del perro frente a la carnicería: no avanza por miedo, y no retrocede por deseo. En mi condición, todo ofrece desventajas y ninguna ventaja. Por supuesto que no es el escenario sino el espectador, yo, el que está para tirar a la basura y dejarlo que se termine de pudrir. No tengo horizonte. Estoy totalmente desconectado del mundo. No logro sentir, engancharme, siquiera ponerme al rebufo de algo. Nada me interesa o excita o estimula. Todo es demasiado y así no funciona. Yo no funciono. Me está agarrando la chiripiorca de irme a casa y no sé de qué disfrazarme para luchar contra esta necesidad y aguantar hasta diciembre. Me molesto con Novia, que me irrita por estar ahí, pobre, al lado mío para venir a lavarme los pies a la menor insinuación. Y yo no quiero. Lo que quiero es bajarme de este mundo por un tiempo, el suficiente hasta que mi corazón empiece a latir otra vez, entre otras cosas porque ella se merece a alguien mejor, y no este residuo patológico en el que me convertí en los últimos dos años.
La semana anterior fui por tercera o séptima vez a Ámsterdam. Esta vez con los padres, el hermano y la cuñada de Novia. Ámsterdam es hermosa hasta con los drogadictos y esas pobres prostitutas y, por primera vez, el clima feo que nos tocó. Pero no importa. A pesar de la depresión y de estar con gente con la que no me siento conectado, tuve algunos momentos para mí y me quedo con eso. Hasta encontré un libro de un autor que me encanta en la biblioteca del hotel y me leí las casi 400 páginas en los tres días que estuve. Aunque sea me distrajo del dolor perforante que siento cada vez que me acuerdo de cómo era cuando no tenía esto y me sentía vivo.
Y esto es lo peor: me siento tan pero tan mal, que ya no sé qué es lo que siento por Novia. Hace mucho que la depresión, típico síntoma, borró mis sentimientos. No disfruto buenos momentos pero sí sufro los malos. Eso, que lleva meses pasando, hace que simplemente a veces me pregunte qué es lo que hago con ella, por qué estoy con ella. Le veo sus defectos pero no sus virtudes. O mejor dicho, le veo sus defectos y me abruman, y le veo sus virtudes pero no me provocan un sentimiento agradable. Es una mierda. Hablar de esto incluso con amigos cercanos es dificilísimo porque no falta el estúpido que me dice que todos tenemos defectos, "incluso vos, Martín". Gracias, no lo sabía. Si hay algo que me rompe, depresión o no, son las frases hechas. Justo lo que necesito. Respuestas de catálogo. Frases célebres que, como corbatas blancas, son lindas pero no sirven para nada.
Muchas veces tengo ganas de cortar mi relación, aunque sea por no robarle el tiempo a ella y que pueda hacer so vida con alguien que le pueda dar lo que se merece, y no que tenga que estar arrastrándome a mí, que soy un desastre. A veces también pienso que en realidad nunca me sentí enamorado en el verdadero sentido de la palabra, con mariposas en el estómago, extrañándola hasta que duele, contando los segundos hasta verla de nuevo. Siento que nos falta conexión, complicidad, entendernos sin palabras. Quisiera ser capaz de discernir si soy yo que no puedo ser feliz o es ella que no puede darme lo que busco (sea lo que sea), en cuyo caso tenemos que separarnos. Cuando veo otras mujeres en la calle no puedo evitar preguntarme si alguna será capaz de hacerme feliz. Como peor opción, a veces pienso si no será justamente esta relación frustrante lo que me deprime, o por lo menos que contribuye a la depresión, y entonces me pregunto si estando con otra persona, o incluso solo, no estaría mejor. Y ahí es donde vuelvo al principio y se reduce a si la depresión me inhibe sentimentalmente o si es que ella no es la mujer correcta para mí y de todos modos insistí en la relación y ahora me alma se resiente. Desde el primer día supe que ella no era del tipo académico, esas personas inteligentísimas que sorprenden con comentarios sagaces y ocurrencias anecdóticas, pero también fue claro que no hay muchas personas en este mundo de su calidad: es simplemente una maravilla. Y sin embargo, no hay diálogo, o no el que necesito. Pero para ser honesto, me falta diálogo con la mayoría de las personas que conozco, y sé que en otras épocas eso no hubiera sido problema. El dolor que tengo en el pecho es tan grande que a veces solamente quiero llorar y refugiarme en el regazo del que tengo al lado, sea un amigo, un extraño sentado al lado mío en el colectivo, la cajera del súper, no sé, no me importa mientras no me agreda. Y ahí entran en juego los alemanitos, cuya principal característica pareciera ser ignorar activamente al prójimo, y solamente hacer una pausa para explicarle cómo, dónde y cuándo tiene que respirar. Pero no quiero irme de tema.
La realidad es, que estoy al borde de la desesperación. No tengo ni la menor idea de para dónde agarrar ni tampoco quién me puede ayudar. Los medicamentos parece que se los estuvieran dando a Lindsay Lohan porque a mí no me hacen nada, salvo para los efectos secundarios como falta de sueño durante la noche, exceso de sueño durante el día, aumento de peso y de agresividad, y todo un menú hermoso de opciones para elegir.
En fin, mañana me voy unos días a Italia en moto y eso tendría que hacerme bien. Además, Melba, que estaba enferma, parece que se recompuso y ya come y camina. Y eso que teóricamente vive de yapa.

viernes, 6 de agosto de 2010

¡cómo crece el pasto!

Hasta se lo puede escuchar. Es que en las últimas semanas nadie escribe. Parece que están todos de huelga o de vacaciones. Así que decidí escribir algo para romper la monotonía. No tengo la menor idea de qué escribir, para ser honesto, pero voy a esforzarme.
Una de las cosas en las que siempre pienso es la continua lucha y la inevitable reinvención de la espada y el escudo en lo que hace al tema de la inseguridad, en particular en Argentina, pero podría tratarse de cualquier lado. Día por medio leo el diario en internet, y veo cómo siguen los asesinatos, robos, asaltos y todas esas manifestaciones de un mismo problema: la distancia entre lo que es y lo que debería ser. Como loros idiotas, periodistas, políticos y Doña Rosa y su marido repiten que hay que endurecer las leyes, poner más policías, comprar alarmas, instalar rejas, etc. Mmm...
En una sociedad, aquellos que operan dentro de la ley y aquellos que no, son análogos a una masa inamovible y una fuerza irresistible. Per se, ninguno de los dos va a cambiar el status quo; unos u otros podrán endurecerse, pero no van a cambiar al otro. Nunca en la historia de ningún estado, establecer la pena de muerte disminuyó la tasa delictiva. (Quizás no esté de más aclarar que estoy a favor de la pena de muerte, pero por otros motivos que la de buscar disminuir una estadística.) Una ladrón roba como modo de vida y pasar un tiempo en la cárcel, perder un compañero, eventualmente herir o matar a alguien, son gajes del oficio. De la misma manera que ladrones de guante blanco afinan sus métodos para no ser atrapados, ninguno piensa en detenerse en vistas a la remota posibilidad de un castigo (analizar si la cárcel reeduca o castiga, o si sirve para algo en comparación a otras opciones, ya es otro asunto). El que pasa por esos trances es el que roba por hambre, el ladrón circunstancial, el que está en la base de la cadena alimenticia que va desde la desesperación a la alienación de un ser humano, hasta que se pasa del lado de la ley al lado de "hago lo que quiero, en mi beneficio".
Vivir en Suecia y ahora en Alemania, haber viajado algo (por Europa, por lo menos) y venir de un país como Argentina, hace un coctel interesante. Tarde o temprano uno se da cuenta de que lo que más tensiona a una sociedad, lo que más la corroe y la expone a exabruptos y problemas, son dos cosas: las desigualdades socioeconómicas y la riqueza natural. Empezando por lo segundo, mientras más rico es un país, más son las oportunidades de que aparezca la ambición, a la vez motor de emprendimientos y cegadora a las necesidades y derechos ajenos. Atendiendo a lo primero, si una sociedad responde al famoso esquema 80/20 (el 80% de la riqueza está en manos del 20% de la gente) o peor, no hay mucho que uno pueda hacer para luchar contra el crimen. Como humanos, simplemente nos sentimos olvidados, robados, pisados. Y eso no le gusta a nadie. Construir muros y rejas, poner alarmas, arrestar, juzgar y encarcelar, sería como intentar construir burbujas en las cuales movernos, con miedo, tensión y conflictos permanentes. A esto es a lo que tiende una economía de mercado pura, en la cual un ser humano vale lo que cuesta reemplazarlo, en la medida de su producto per cápita. El estado, que no es más que la suma de nuestros representantes, es el que timonea y a veces hasta impide este proceso que de otra forma sería darwiniano. Sí, el Discovery Channel muestra lo tiernos que son los pajaritos y las florcitas, pero en la realidad, cuando se apagan las cámaras, es comer o ser comido. Y eso es lo que, como seres humanos (ostensiblemente algunos escalones evolutivos por encima de los mamíferos) buscamos.
El truco, entonces, no es lograr un policía en cada esquina, sino que ese policía no sea necesario. Que el grueso de la población tenga sus necesidades básicas cubiertas y que las redes de contención social funcionen, de tal manera que la menor cantidad posible de individuos llegue a un punto en su vida en que se vea enfrentado a la tentación de delinquir. Como ejemplo siempre me viene a la cabeza un partido de fútbol en Gotemburgo entre la selección sueca y la portuguesa, en la que había, en un estadio de 28.000 espectadores, 3 policías. Tres. En total. Y sobraban.
Si mal no recuerdo, hay algo así escrito en el Preámbulo de la Constitución sobre el "bienestar general". El ex-presidente Alfonsín dijo en algún momento que creo tuvo que ver con el Pacto de Olivos, que la Constitución argentina es "de la época de las carretas". Peligrosa aseveración, y creo que quedó más que suficientemente demostrado que los que redactaron la Constitución no eran ningunos idiotas. Siempre me pregunto, cuando veo las bases por las cuales se toman ciertas decisiones en la esfera política, qué pasaría si una mosca se les posara en la nariz a esa gente. Si la verían. No creo. Y lo peor es que esa gente no son extraterrestres, extranjeros, dueños de corporaciones internacionales con obscuras intenciones o qué sé yo; son vecinos, compañeros de escuela o de universidad que crecieron prácticamente al lado nuestro. Y no la vimos venir. O lo ignoramos. O se parecen mucho a nosotros mismos pero les fue mejor (en el sentido de que consiguieron más poder). Cuántos de nosotros protestamos en voz bien alta sobre la corrupción y al mismo tiempo evadimos impuestos o tiramos papeles en la calle o nos llevamos una lapicera de la oficina (que el otro día leí que en inglés los contadores le llaman shrinkage, achicamiento/encogimiento, que hace referencia a las disminuciones de inventario, sin explicación aparente). Mi mamá me enseñó a siempre guardarme el derecho a protestar y nunca, nunca, nunca cederlo. No siempre lo logro (a veces la tentación de "resarcirme" es grande) pero trato, porque hasta donde sé, cada Carnaghi de este mundo en su idiota cabeza está convencido de que el universo le debe lo que está tomando, que sus estrellas no brillan como lo hacen para otros y tiene que tomar cartas en el asunto; equiparar. Hacer justicia. Como si supieran de qué se trata.

miércoles, 14 de julio de 2010

una de esas tardes

En el verano de 1879 Friedrich Nietzsche escribió "El caminante y su sombra". Entre mucha letra, la mayor parte interesante, uno encuentra su pensamiento número 25, que dice:

25. Cambio y equidad.- Sólo puede hacerse un intercambio honrado y conforme a derecho, si cada una de las partes exige lo que cree que vale el objeto, teniendo en cuenta el trabajo que le ha costado conseguirlo, su rareza y el valor moral que se le atribuye. Cuando se determina el precio en función de la necesidad del otro, el acto se convierte en una forma sutil de robo, de cobro injusto y violento.
Si lo que se cambia es dinero, hay que tener en cuenta que una moneda cambia de valor según esté en manos de un rico heredero, un labrador, un comerciante o un estudiante: para cada uno de ellos podrá valer más o menos, según cuánto trabajo le haya costado adquirirlo. Esto es lo equitativo. Pero en la práctica, sucede todo lo contrario. En el mundo de las finanzas, la moneda de un rico perezoso produce más que la del pobre trabajador.


Cuando era chico e iba a la escuela era muy dedicado. Los deberes para hacer en casa eran un desafío y lo asumía con placer, como una oportunidad de mejorar y evolucionar y desarrollarme. Salvo en matemática, física y cosas así, en el resto de las materias tenía notas mediocres, porque me concentraba en lo que me gustaba y el resto solamente me lo sacaba de encima. Hacía todo el esfuerzo que hiciera falta para no repetir ninguna materia, y en lo que me gustaba realmente me mataba. En la universidad, a diferencia de la escuela, la carrera la elegí y el 99% de lo que tenía que estudiar sabía que me iba a hacer un mejor ingeniero y me puse las pilas para todo lo que se me cruzara. Durante dos tercios de lo que me llevó recibirme de ingeniero mecánico trabajé unas 10 horas por día de lunes a viernes, después iba a la facultad hasta las 10 u 11 de la noche y a casa a bañarme y dormir.
Ya durante la secundaria trabajé en una pizzería muy conocida de Mar del Plata preparando pizzas y hamburguesas y limpiando la cocina. Trabajé en el correo, en el depósito de un local de ropa, en 3 hoteles (primero llevando equipaje y estacionando autos y después en la recepción), y en alguna otra cosa que no me acuerdo. Mientras fui a la universidad trabajé como administrativo en una empresa de supermercados y en un restaurante de comida rápida atendiendo al público, preparando la comida o limpiando baños. No tenía casi nada de plata, pasé hambre y frío, vivía extenuado. Era feliz.
El fin de semana lo dedicaba a estudiar. Mentiría si dijera que hice algún sacrificio: es cierto que me privé de todo lo que uno se puede privar (hasta de usar la calefacción en invierno para no tener que pagar mucho gas) pero también es cierto que no lo hice por algo que me disgustara. Al contrario. Estudiar era mi placer, me fascinaba lo que estaba haciendo y era una aspiradora de conocimientos. Todo me atraía. Leía libros de matemática o mecánica como otros leen las historias de Hercule Poirot. Y como sabía que los ingenieros tienden a ser... cómo decirlo... peculiares, trataba yo mismo de complementar mi formación leyendo sobre economía, derecho, psicología, literatura. En fin, todo lo que pudiera.
El resultado de esto fue que me recibí con el mejor promedio de mi promoción. Nunca me consideré mejor que el juanito de al lado por eso. Las notas expresan la capacidad de uno para sentarse a dar un examen, y la relación que guarda con los conocimientos adquiridos y, sobre todo, con la capacidad para aplicarlos, no es del todo directa. Hay genios que simplemente no tienen oportunidad de estudiar, y hay idiotas a los que les salen las cosas. A la suerte no hay con qué darle. Lo mejor que uno puede hacer es estar preparado.
Cuando me recibí comenzó en Argentina una de nuestras crisis así que postulé para una beca en un par de rincones del mundo totalmente sin relación con mi vida hasta ese momento: Suecia y Nueva Zelanda. El primero me dio la beca antes que los kiwi, así que metí todo lo que pude en dos valijas y me fui allá por un año y medio a hacer una maestría en ingeniería automotriz. Para seguir con la costumbre, hice poco más que estudiar desde las 7 de la mañana hasta pasada la media noche. Ese poco más incluyó muchos amigos desde Islandia hasta Chile. En una clase eramos 28 y había 22 nacionalidades. Decir que fue un período enriquecedor sería como decir que el USS Nimitz es un bote.
Cuando terminé la maestría, mi tutor en el trabajo final me postuló (sin avisarme) para que la universidad me otorgara el título con honores, y me lo dieron. Con esto bajo el brazo, la empresa alemana en donde hice ese trabajo final me ofreció una posición para hacer un doctorado. Era una decisión difícil porque yo estaba ya mentalmente preparado para volver a Argentina, establecerme y empezar mi vida con un poco de mundo en la cabeza, satisfecho de haber tenido experiencias, haber viajado un poco, etc. Pero la oferta era buena, por lo menos en papel, y en aquel momento tenía una novia en Alemania y ya conocen el dicho de los bueyes. Después de tres años, la universidad que me dio el título de doctor también me lo dio con la máxima calificación y con honores, citando mi dedicación al proyecto, mi esfuerzo, mis circunstancias (extranjero, no dominar el idioma, etc.), mis capacidades, mi contribución, etc. Mientras el decano de la facultad decía todo esto, un amigo mexicano le traducía a mi mamá y la gansa lloraba a moco tendido. Flojita pa'emocionarse, la doña. Yo, por mi parte, que en aquel entonces no hablaba mucho alemán, no entendí ni medio así que no se me movió un pelo.
Terminada mi historieta académica, juré then and there que no iba a dar un examen nunca más. Quería ganar plata y producir, poner en práctica todo lo que tenía en la cabeza. Quería ser útil y ayudar al mundo a ser mejor. Quería casarme y tener hijos. Y que fueran honestos y buenos y trabajadores. Quería querer y ser querido. Quería volver a Argentina y devolverle algo de lo que había recibido en la facultad, pagado con los impuestos y las espaldas de todos los argentinos. Pero me quedé en Alemania. Una empresa automotriz con un equipo de Fórmula 1 me hizo una propuesta que no pude rechazar. Ganaba bien, el trabajo era un sueño, todo bonito. Conocí a Novia y ahora vivimos juntos. Compré un departamento.
Me deprimí.
Quién sabe cuándo comenzó. Seguro que no en el último año. Más bien hace 3 ó 4 mientras todavía estaba haciendo el doctorado y este país hizo de mi alma lo que cualquier vaca con pasto seco: masticarlo y vomitarlo cuatro veces, y después cagarlo.
Y acá estoy. Hace cosa de año y medio mi ánimo se deterioró tanto que empezó a afectar mi trabajo. Ya no me dedico, ya no me atrae, no me importa. Soy una sanguijuela en cuanto a que cobro mi sueldo pero no produzco. Y como no puedo vivir con mi conciencia haciendo eso, me puse a pensar y llegué a la errónea conclusión de que mi trabajo no era excitante y me busqué otra cosa, siempre dentro de la misma (y gigante) empresa, porque como empleador es excelente. Un mes después de que me cambiara a mi nueva posición, la empresa se retiraba de la Fórmula 1 y todos los empleados (unos 350) fueron reubicados en otros proyectos o tareas. Y ahora, en esta nueva posición, me quiero cortar las pelotas por las estupideces que tenemos que hacer. Este trabajo sí que es aburrido y desagradable. No tiene casi nada que ver con lo que estudié y es ridículamente innecesario. Estoy mucho más infeliz que antes y no sé qué hacer. Y en cualquier caso, hago menos. Soy una ameba, voy con la corriente, no tengo voluntad propia. Nada me atrae ni me excita. No soy ni la sombra de lo que era. No tengo dedicación, soy un vago, me la paso perdiendo el tiempo con internet en lugar de trabajar. Y me avergüenzo. Y no sé qué otra cosa hacer. Y ya no confío en mi criterio y no estoy seguro de que sea mi trabajo sino la depresión. No quiero creer que de pronto me volví un inútil, un vividor, sinvergüenza, un rico perezoso.

sábado, 10 de julio de 2010

¡aguante Uruguay!

Espero que los uruguayos se pongan las pilas y le aguanten a la locomotora alemana, carajo.

domingo, 27 de junio de 2010

ahora se puso feo...

Estimadísimos: gracias de nuevo. Por haber recuperado el honor con dos buenos goles como se debe, y aunque un error del árbitro nos puso en ventaja, que sea por mérito propio que se gane el partido.
Y porque tengo amigos mejicanos a los que quiero mucho: felicitaciones. En ningún partido sufrí tanto como en este contra ustedes, Señores.
Ahora se vienen los teutones, y yo en Toulouse en el casamiento de un amigo, sí, el sábado a las 4 de la tarde hora europea, exactamente cuando empieza el partido. Merde! Pute!

martes, 22 de junio de 2010

lo logramos

¡Gracias, muchachos!

lunes, 14 de junio de 2010

Praga

El cambio de estación siempre significa algo. Uno sabe que el clima cambia, y ya sea que el cambio sea bienvenido (el calor de la primavera, los colores, las horas extra de sol) o no (la nieve, entrar y salir del trabajo a obscuras), el proceso de adaptación involucra algún tipo de cambio interno. La primavera se hizo rogar este año, y aunque en esta región de Alemania llueve bastante en los meses cálidos, de todos modos los días se alargan y la temperatura sube. Esto viene acompañado de un mejor estado de ánimo y, sinergéticamente, de más oportunidades de usar la moto.
Pero este año vino con un regalo: la empresa para la que trabajo tiene que probar motos, y tiene una lista de empleados que reúnen ciertos requisitos, a los cuales se les da vehículos para que se los lleven de un día para el otro o para todo el fin de semana, con combustible pago. Hace unas semanas pasé a formar parte de esa lista, y hasta ahora tuve la suerte de manejar algunos bichos bastante interesantes. Andar en moto por andar en moto. La única condición es hacer 150 km por día. Qué terrible.
En fin. El fin de semana fui con Novia a Praga. Desde Múnich son nada más que 350 km y se pasan rápido. Como siempre, un par de fotos:

Un señor que aparentemente hace muchos años que toca la trompeta en Staré Město, frente a la iglesia de San Nicolás.

Staré Město, la plaza principal del centro viejo de Praga.

Una farola.

Mucho para contar del viaje no hay. Fue una escapada de fin de semana. Estuve un par de veces en Praga pero igual me encanta ir ahí, y me hace gracia que cada vez que voy fotografío casi las mismas cosas, sin querer. De ánimo estuve bastante bien, no como ahora.
Espero que este dolor de alma se me vaya, porque pesa mucho.

martes, 18 de mayo de 2010

en el fondo

Venir al trabajo es como los 110 metros con obstáculos, excepto que son 4,7 km que con la ayuda de mi japonesa amiga los he transformado en 6 minutos 30 segundos. Y sin pasar semáforos en amarillo, que conste. Ahora bien, en ese corto tiempo y esa relativamente corta distancia dejo atrás a cientos de conductores alemanes que, como el gas, ocupan todo el espacio disponible. Y ya te imaginás de qué clase de gas hablo.
A la vuelta es lo mismo. Y cuando voy al cine. O a tomar un café. O al parque, al lago, a las montañas. Al centro comercial, el restaurante mongol, la pileta, Stuttgart, el supermercado, al baño, a estacionar el auto, al médico, a la cantina del trabajo, a alquilar una película, a hacerme cortar el pelo... o a lo que sea. Siempre, siempre está lleno de alemanes.
La parte positiva de esto es que en el fondo los quiero mucho. La ya famosa simpatía de estos seres, su aspecto bonachón, su semblante relajado y afectuoso, siempre dispuestos a ayudar, siempre agradecidos y, sobre todas las cosas, su humildad infinita que los hace siempre ceder el paso. Y ni hablar de su paciencia, ya que son perfectamente conscientes de que viven en el primer mundo y hay gente que está realmente jodida y por eso no se quejan nunca. Una masa vivir acá, un deleite, un placer. Orgasmo social. Jolgorio y algarabía sin límites ni restricciones. Y no quiero terminar este párrafo sin mencionar la típica flexibilidad y adaptabilidad que los caracteriza.
En fin, a pesar de todo esto, quisiera por un momento tomar mi motito y dirigir los 160 caballos hacia algún destino (en un radio de 20 km, como mucho) que me permita relajarme y disfrutar de mi vida sin recibir recriminaciones o que me estén respirando en la nuca. Se aceptan sugerencias.

domingo, 16 de mayo de 2010

su real culo

Como americanos, la realeza y sus derivados se nos hacen casi payasezcos. Una vez en Estocolmo pasaba por la puerta de uno de los palacios caminando con unos amigos brasileños, y por educación evitamos reírnos en la cara de gente estirada bajando de autos con chofer, con bandas azules cruzadas al cuello y medallas en la solapa, condes, barones, príncipes y sus derivaciones femeninas, mirándonos como si sus deposiciones no olieran (a veces me sorprende lo fino que soy). Sin embargo, en Europa esto es algo aceptado, en algunos casos con orgullo, en otros con resignación, como si de un mal necesario se tratase. Hace unos años Gasalla comentaba en un monólogo que la corona inglesa se desprendía del avión real para achicar los gastos, por lo cual la Reina desde ese momento iba a tener que conformarse con poner su real culo en los asientos de primera clase de la British Airways. El tipo, con su eventual cara de piedra, siguió hablando mientras mi mamá y yo llorábamos de la risa en la cocina de casa. Después, cuando me iba a dormir, me puse a pensar qué clase de sociedad mantiene lo que una cierta Laura llama "parásitos sociales", es decir, la realeza. Eso, sumado a otros eventos que han interlazado la historia de Argentina e Inglaterra, me llevaron a la solemne promesa de algún día visitar esas tierras para poder formarme una impresión más acabada y realista que la que se puede extraer de los libros.
Y finalmente se dio. El jueves de la semana anterior tomé el Lufthansa de Múnich a Heathrow con la intención de pasarme 4 días y 3 noches en Londres, a modo de primer viaje introductorio en la tierra de los ingleses. Curiosamente, todo el jueves y hasta el viernes al mediodía el clima estuvo espectacular, rozando los 20 grados y con cielo despejado. El resto de los días hasta el domingo que nos fuimos fue el típico clima lluvioso y frío que uno espera de Londres.
Algunas fotos...

El parlamento...

Un desayuno...

Las famosas cabinas telefónicas...

o el autobús...

El Royal Albert Hall...

El viejo y querido Tower Bridge, a veces erróneamente referido como el Puente de Londres (que existe, y está 600 metros río arriba, pero es horrible)...

Uno de esos soldados que tiene que estar parado como un muñeco en la puerta de algún edificio famoso, en este caso la Torre de Londres, donde se guardan las joyas de la corona, entre ellas el diamante Cullinan I, de 530 quilates...

El RR de la reina, pero esta vez transportaba a alguien más...


En fin, cumplimos con todos los destinos tradicionales, excepto quizás el Museo Británico y el London Eye, que si bien lo vimos, no tuvimos la oportunidad de darnos una vuelta (en el sentido literal) porque había una cola que llegaba a Edimburgo, más o menos. Espero poder visitar Londres otra vez y cumplir con esas dos cosas.
El corolario de este viaje es bastante interesante. Los ingleses, a pesar de su incapacidad para entender conceptos bastante básicos y generalmente aceptados como "propiedad privada" y "no hagas lo que no te gusta que te hagan", son gente amable, educada, agradable. Lejos (a 2 horas en avión, para ser exactos) están los empujones al intentar salir del subte, la ignorancia activa, la arrogancia y el odio mutuo. Tienen, a la postre, todos los defectos que cualquier sociedad moderna tiene, y muchas de sus virtudes. Me imagino viviendo en Londres sin mucho esfuerzo. Es caro, pero lindo.
Lo peor de todo el viaje, como siempre, fue volver. No por la nube de cenizas que tenía cerrado el aeropuerto de Múnich y que nos obligó a volar a Stuttgart, alquilar un auto y llegar a casa a las 2 de la mañana en lugar de a las 5 de la tarde. No. Lo peor fue volver a estar entre criaturas que, en la escala social, se sitúan justo detrás del plancton. Esta vez hasta mis suegros, alemanes de pura cepa, estaban de mal humor de escucharlos quejarse, y Novia ni te cuento. Y yo... preguntándome qué cuernos hago acá, como si no supiera ya la respuesta.

viernes, 14 de mayo de 2010

cómo era...

...poner la música tan fuerte que no escucho mi propia voz y puedo cantar y gritar y sentir el aire en mis pulmones y la alegría de estar vivo.
...hacer el amor, sin preocuparme de las pastillas que me inhiben o me castran.
...oler el aire justo antes de llover, y disfrutar el aroma del pasto mojado después del aguacero.
...mirar al que está al lado mío en la parada del cole y que me mire con una sonrisa.
...sentirse considerado.
...creer que hoy puede ser un día que valga el esfuerzo de levantarse de la cama.
...equivocarse sin acusaciones ni humillaciones.
...no tener miedo de hablarle a los demás.
...tener prójimos.
...un gesto de amor entre extraños.
...compartir un ascensor sin sentirse incómodo.

Dicen que no ofende el que quiere, sino el que puede. Qué idiotez es pensar que uno puede vivir en un mundo interno sin verse afectado por lo que le rodea.

martes, 20 de abril de 2010

el todopoderoso

El tema de la depresión no es fácil. Hace más de dos años que me la diagnosticaron oficialmente, y quién sabe cuánto hacía que se venía cocinando. Ya probé 6 medicamentos diferentes y ahora entiendo esa frase de que a veces es peor el remedio que la enfermedad. O casi. Porque en realidad, ninguna de esas pastillas hicieron diferencia, más que joderme la relación con Novia en una u otra manera, y en algún caso casi me mataron. Literalmente.
Una de las características de mi depresión (no sé en otros) es que mis procesos cognitivos se volvieron más básicos, es decir, no elaboro tanto las cosas ni tengo la capacidad de abstraerme y sacar conclusiones o resolver cuestiones abstractas, y que en el pasado me encantaba elaborar y rumiar en mi cabeza hasta dar con alguna veta que me permitía avanzar en el conocimiento de lo que rodea, sea gente, cosas, naturaleza... lo que fuera. Lo noto, sobre todo, cuando leo cosas que escribía cuando empecé en el blog. Al margen de que todavía coincida con lo que escribí, o en cómo lo plasmé, me queda esa sensación de haberme hundido en un lodo de tristeza e inoperancia cuando intento escribir algo con ese nivel de profundidad o elaboración. La cabeza simplemente no me da. El alma no me da. Las ganas, la fuerza, la motivación, la inspiración; todo me falta. Ni me acuerdo cuándo fue la última vez que me ilusioné o excité con algo, o cuándo disfruté de una tarde, o de la compañía de alguien (siempre me siento incómodo y me quiero ir), o del lugar donde estaba, o la hora del día, o de la cama...
Una pregunta que me estuvo dando vueltas en la cabeza por unos meses es con quién hablar. Tengo buenos amigos, gente que ha pasado la prueba de carácter; del mío, porque a pesar de conocerme bien eligieron estar a mi lado y soportarme a cambio de disfrutar de lo que sea que ellos vean en mí. Pero de alguna manera en los últimos meses me siento inhibido de hablar con ellos, ya sea por la latitud de temas que normalmente tratamos, por la distancia, porque no quiero preocuparlos ya que sé que no pueden hacer nada, por los problemas por los que ellos estén pasando y no me da por complicarles todavía más la existencia, o simplemente porque tengo miedo de molestarlos o de que se cansen de mí y de mi depresión.
Hace pocas semanas me topé con un blog que me funciona como de catalizador, porque quien escribe tira preguntas al lector que en mí, en este momento, resultan ser las correctas. En general, el autor se contesta y de eso se trata el blog, pero en mi caso también hago el ejercicio de buscar las respuestas por mí mismo, en mí mismo. De alguna manera el esfuerzo es positivo y me mueve en la dirección correcta. O mejor dicho, me mueve, que ya es bastante.
En mis cavilaciones, me di cuenta de que perdí la fe en casi todo, síntoma propio de la depresión. Para qué hablar con un amigo, si no me va a poder ayudar. Para qué intentarlo, si no vale la pena. Para qué siquiera llamarlo, si seguro no me puede atender. Además, necesito encontrar a alguien todopoderoso, que sepa lo que vale la pena intentar y lo que no, que me conozca lo suficientemente bien, que sepa cómo estimularme y cómo persuadirme; que me entienda sin explicar tanto y que comparta mis puntos de vista, o si no, que los respete. Y que me pueda ayudar.
Pero nadie de mi familia, ni amigos, ni conocidos cumple con todos los requisitos. No soy religioso, por lo que no me sirve engrupirme.
Hasta que el otro día me desperté a la mañana y me quedé, como muchas veces, espantado de lo que veo en el espejo que está al costado de la cama. Tengo uno de esos armarios de pared a pared, con 6 puertas, de las cuales las dos centrales son un espejo de piso a techo; cuando me despierto y me siento en la cama para ponerme las medias, por ejemplo, quedo de frente y me veo en toda mi "plenitud". Ya con eso empiezo mi día. Como Novia se despierta antes para usar el baño a sus anchas y sin molestias, estoy solo conmigo mismo frente a mí mismo. No hay día que esta situación no me deprima, por la diferencia que veo entre lo que me mira desde ese espejo ahora y lo que veía hace nada más un par de años. Y no tiene nada que ver con la edad o el paso del tiempo. Ojalá fuera solamente eso, porque a falta de opciones sería más fácil de aceptar. Como el tamaño de la nariz, o el invierno. Muchas veces reflexioné sobre el abismo que separa mi imagen actual de la que veía antes de deprimirme, pero la pregunta de con quién hablar recién ahora encuentra su respuesta: conmigo. Nadie es todopoderoso, pero todos somos el todopoderoso propio. Aunque no lo sepamos, porque nunca nos pusimos a pensar en eso, porque nos metieron caca en la cabeza, o porque estamos en situaciones que nos impiden confiar en nosotros mismos y escucharnos. De la misma forma que el cerebro produce cosas como endorfinas o adrenalina para aliviar el dolor físico cuando se necesita, también construye un universo que es el resultado de procesar con la mente lo que percibimos con los sentidos y que para nosotros es la verdad. De la misma forma que cuando estamos sanos y con las defensas altas podemos soportar un poco de frío sin enfermarnos, una percepción positiva de la vida nos permite encarar las pequeñas batallas diarias sin desanimarnos. Pero si estamos cansados, pesimistas, y encima esas batallas no son tan pequeñas, la cosa se complica. La energía se va drenando y, no sólo no alcanza a reponerse, sino que encima la producción también va bajando. Y viene la gripe. O la depresión.
También puede suceder que en algunos casos nos pase un camión por encima, y con sistema inmunológico a toda máquina o no, nos hace pomada. Y necesitamos tiempo para curarnos y reponernos. Necesitamos que nos cuiden, que nos protejan, para que nuestro cuerpo tenga un respiro y pueda reconstituirse. La mente no es diferente. Y ahí es donde estoy vulnerable. Mi propia historia en términos objetivos, mezclada con mi percepción subjetiva, me han puesto donde estoy y no veo el camino. Estoy estático, sin necesidad, capacidad o ambición de moverme. Y se hace un círculo vicioso. Necesito una mano y no la encuentro, porque tampoco la busco, y los que me quieren y se preocupan por mí y podrían ayudarme, que son una masa considerable de gente puestos todos juntos, están lejos y desperdigados. Y los que están cerca, en demasiados casos, no sirven más que para hacer jabón.
Cuando pienso en todo lo que tengo que hacer para salir de esta situación, me siento como alguien tratando de armar una carpa de circo solo. Hay tantos temas que tratar, tantas decisiones que tomar y tantas cuestiones que cambiar o ajustar todas juntas, que no sé por dónde empezar y no me siento en condiciones de hacerlo. Lo peor de todo es que, además de sentir que se me pasa la vida, le estoy arruinando a Novia la suya, y eso no es justo (como si justo o injusto tuvieran alguna importancia en este mundo).
Me voy a almorzar.

Edición al día siguiente...
Ayer me quedaron un par de cosas por escribir pero no tuve tiempo en todo el día. Lo que quería era explicar un poco en qué consiste la depresión, más allá de las causas, curas y demás yerbas.
Una forma de explicarlo es compararlo con una separación amorosa. Cuando uno se separa de (lo que en ese momento cree ser) el amor de su vida, empieza un proceso en el cual hay que entender primero que la separación, el fin de la relación, efectivamente sucede. Esto toma un par de días porque es el tiempo en el que uno pueda dar vuelta atrás, agarrar el teléfono y mediante disculpas, llantos y lo que haga falta todavía salvar la relación. Pero este in crescendo tiene un límite y entonces viene el punto de no retorno, aquel donde nos cae la ficha de que esa persona ya no está más a nuestro lado. Durante unos días la vida pierde sentido, todo nos recuerda a la persona que ya no está, al vacío que quedó, y duele y perfora el corazón que se marchita. Con el paso de los días comenzamos a levantarnos de alguna manera, a rehacer o reinventar nuestra vida, a partir de lo cual el tiempo hace lo suyo.
A diferencia de la pérdida de un ser amado, la depresión es perderse a sí mismo y no saberlo. El efecto es el mismo pero más duradero. Estar deprimido es caer en ese estado entre el punto de no retorno del que hablaba más arriba y el momento en que empezamos a recuperarnos. En ese limbo espantoso se mueve uno por meses, años, sin saber siquiera por qué.
Desde hace unos días estoy con una recaída y no sé el motivo. Tengo una idea de posibles causas pero creo que en realidad es que todas contribuyen. Quizás el catalizador fue una estúpida alemana que me dedicó una ópera matinal por no haberme parado en la baldosa que ella consideraba correcta, supongo. O alguna otra terrible y condenable acción de mi parte. Un episodio que en otra persona más saludable hubiera sido simplemente empezar el día con la pata izquierda, en mí provoca estragos. La especialidad de estos animales alemanes es definitivamente hacer leña del árbol caído.
De cualquier forma, espero que este bajón pase pronto, porque ya estoy empezando a tener ideas raras.

martes, 13 de abril de 2010

frase del día

Dicen que esta frase la dijo el oncólogo brasileño Drauzio Varella*:

"En el mundo actual, se está invirtiendo cinco veces más en medicamentos para la virilidad masculina y silicona para mujeres, que en la cura del Alzheimer. De aquí a algunos años, tendremos viejas de tetas grandes y viejos con pene duro, pero ninguno de ellos se acordará para qué sirven."

* Por ahí (internet) circula que el tipo ganó el Nobel de medicina, pero en la página de los Nobel no figura, lo cual no hace la frase falsa. Y aunque el tipo no la haya dicho, o aunque los números no sean exactos, ni siquiera correctos, o aunque el tipo ni siquiera exista, me dejó pensando una vez más en las incoherencias que existen en el mundo, donde pasan cosas todavía peores que el tema al que hace referencia la frase de arriba. Por eso la puse.

Esta entrada la tenía escrita hace unos días, pero quería redondearla con comentarios míos sobre cosas que se me ocurre que están fuera de lugar y se relacionan con la frase. Lamentablemente tengo otras cosas en la cabeza y todos los ejemplos que se me ocurren son vagos y no los puedo volcar en letra como corresponde. Ando con la cabeza en otra cosa y escribir como por ejemplo lo hacía hace un año, directamente no me sale. La explicación, supongo, viene en otra entrada.

jueves, 8 de abril de 2010

por ahí

En Semana Santa en Alemania, en lugar de tener jueves y viernes santo, tienen solamente el viernes, pero a cambio también tienen el lunes feriado. En principio me quiero guardar la mayor cantidad posible de vacaciones para ir a casa, pero igual me tomé el jueves y el martes, y en total tuve 6 días libres que usé para irme en moto, solo, al sur de Francia. El viaje lo planeé con etapas de unos 400 km por día, cosa de poder disfrutar la moto un rato y las ciudades por las que paso otro rato.
El itinerario (donde hice noche) fue así: Múnich -> Besançon -> Le Malzieu-Ville -> Avignon -> Niza -> Sondrio -> Múnich. En el camino visité Lyon, Millau (donde está el viaducto), Aix en Provence, Saint Tropez, Cannes, Mónaco, Saint Moritz y vaya uno a saber qué más.
El mejor hotel de los 5 en los que estuve fue el de la segunda noche, en Le Malzieu-Ville, en un lugar que apenas figura en el mapa. Los dueños son un matrimonio jubilado, que después de tener hotel en París por 30 años vendieron todo y se mudaron a este lugar, compraron una granja con una casa vieja y la remodelaron y convirtieron en este hotelcito con solamente 6 habitaciones y lugar para 10 personas en total. No tienen empleados, son nada más que ellos dos, y nunca cierran, salvo para navidad para pasarlo con la familia. Cada habitación es una maravilla de gusto y dedicación y atención al detalle, y la comida es casera, del mercado local, y no tienen ni congelador ni microondas. Y se nota. Todo es espectacularmente fresco y rico. La habitación en sí no fue cara, 60€, pero la cena costó 26€, y valió cada centavo. Eso sí, el resto de los días me llené en el desayuno y comí apenas un sandwich o algo así. El presupuesto no era estrecho pero tampoco infinito. Como perla me sale mencionar que de postre esa noche comí un queso batido con crema y mezclado con mermelada casera de frambuesa. Mi paladar, después de eso, quedó en el séptimo cielo.
El navegador que compramos con Novia resultó una basura irritante que se salvó de terminar su corta existencia en la bahía de Saint Tropez porque me acordé que la mitad la pagó Novia, que si no ya estaría haciendo las funciones de coral. Tiene una pantalla táctil que interpreta lo que se le da la reverenda gana y hay que andar tipeando las cosas cinco veces hasta que se le canta entender a dónde uno quiere ir. Esta semana lo llevo a ver si me lo cambian por algo más útil, como una bolita de papel usado, por ejemplo. O una birome vieja.
Volviendo a lo del viaje, de los 6 días que estuve fuera, 2 llovieron, no mucho pero lo suficiente para molestar y que no hubiera posibilidad de sacar buenas fotos, y los otros 4 días me la pasé arriba de la moto disfrutando las rutas fantásticas del sur de Francia y la costa azul. Incluso hice videos con la cámara montada en el frente de la moto. A modo de muestra, acá van algunas de las fotos que saqué:

Unos km antes de salir de Alemania...


Un rato después de llegar al primer hotel en Besançon, Francia...
(¿se nota la diferencia? ¿eh? ¿eh?)


En el centro de Lyon...


En Pont du Gard, un acueducto construido por los romanos en el año 19 antes de Cristo. Mide como 250 metros de largo y unos 50 de alto. Es GRANDE. Es increíble que los tanos hayan podido hacer semejante obra hace 2000 años...


El famoso Puente de Avignon...


Un mercado en Aix en Provence... (¡ñam, ñam!)


Saint Tropez, con sus botecitos y yates de recontralujo, todos apiñados...


Mansiones en la costa azul (esta es chiquitita, más bien un ranchito; había otras...)


En el último tramo del viaje, el que va de Niza a Múnich, casi no saqué ninguna foto, por varios motivos: el paisaje no era tan interesante, por lo menos comparado con lo que llevaba visto; estaba cansado y quería nada más llegar; cruzando los alpes me caí en la nieve. A la moto no le pasó nada, apenas un rasponcito de nada, pero mi orgullo resultó severamente dañado. Cualquiera que se compre una moto y pretenda no caerse comete dos errores: vive una fantasía inexistente, y tiene la actitud incorrecta, lo cual puede matarlo. Por eso, cada vez que me subo a la moto soy consciente de que me puedo matar, y en consecuencia manejo con mucho cuidado. Pero por más que uno lo intente, hay situaciones desconocidas y que resultan de la acumulación de errores y factores, y ahí pasan los accidentes. En mi defensa, hace 15 años que no me caía en la moto por error mío, pero esta vez fue casi diría necesario. Para aprender, me refiero. Una vez más el navegador me mandó por donde se le dió la gana y yo subestimé el hecho de que no estamos en verano, sino apenas a principios de la primavera, así que cuando salí de Sondrio para hacer el último tramo a Múnich me encontré cruzando los alpes a 2200 m de altura, en lugar de a 1000 metros como lo había planeado, y encontré nieve en la ruta, nieve ya pisada por autos y por eso compacta y con cero agarre. Por suerte iba muy pero muy lento, unos 3 km/h (más lento no podía ir porque perdía el equilibrio), y apenas toqué la nieve me fui al suelo. Un camionero que venía atrás se bajó enseguida a ayudarme a levantar la moto, y después de recuperarme del susto seguí mi camino, esta vez a 1 km/h y con los pies abajo. El parche de nieve tendría unos 150 metros de largo, y tardé unos 20 minutos en cruzarlo, haciendo pausas y descansando, no solamente del esfuerzo físico de aguantar la moto, sino también de la adrenalina y el susto que tenía, porque la situación era bastante fea. Pero al final lo logré y pasé sin caerme. Me siento orgulloso de haber aprendido la lección y ahora sé que la próxima vez que encuentre nieve casi seguro que no me voy a caer. Pero mi orgullo herido sigue ahí =( En fin...
Por lo menos el accidente pasó en el punto más alto del cruce, así que sabía que era tan estúpido seguir como volver, y seguí, y no encontré más nieve. De hecho la ruta desde ahí hasta que crucé la frontera con Austria era una preciosura de curva y contracurva siguiendo el cauce de un río. Ahhhhh... nirvana motociclística... ¿qué más se puede pedir?
Eso, qué más. Por ejemplo, que la depresión no hubiera venido conmigo al viaje. Que se hubiera quedado en Múnich. O que se hubiera perdido. Pero no, ahí estaba, vivita y coleando. Es justamente en estas situaciones, cuando todo está bien, cuando el dinero sobra y las preocupaciones típicas de su falta se evaporan, uno está en un lugar lindo, sin extrañar nada, sin sentir que nada falta, cuando los planetas se alinean y uno por fin se encuentra a solas consigo mismo, es cuando se pone en evidencia lo que está mal. Y soy yo mismo lo que está mal. Estoy deprimido, sin posibilidades de disfrutar las cosas buenas que me pasan. Siento hambre, frío, sueño, y poco o nada más. Menudo descubrimiento. No es que no lo supiera, pero tenía la esperanza de que me diera un respiro con semejante viaje. Apenas lo tuve en el km 837, cuando iba a Avignon, que me puse a cantar, solo, a los gritos, con la voz retumbando adentro del casco. Me duró un rato y listo.
Pero valió la pena. Conocí lugares con los que soñaba algún día en estar, aunque sea de paso, y aunque sea sabiendo que no pertenezco a esos ambientes de glamour (palabra estúpida y sin sentido si las hay). Hice un viaje en moto de casi 3000 km y sobreviví, lo cual no es poco. Conocí cultura y gente y cosas grandes de la genialidad humana y de la naturaleza. All in all, un buen momento de mi vida.
Y sí, ya estoy planeando el siguiente... ;-)