martes, 10 de noviembre de 2020

sueño pinchado

No tengo idea de cómo empezar a escribir lo que me motivó hoy a sentarme frente al teclado. Supongo que empezar por el principio es aceptable.
A los pocos meses de mudarme a Mar del Plata, hace ya 2 años, conocí en la plaza a mucha gente que también iba a sacar a su perro. Entre ellos había una chica que me impactó por la cara excepcionalmente linda que tenía; cardióloga ella, por supuesto que tenía novio y por eso jamás la registré como nada especial. Pero hace unas semanas me la encontré en la esquina de mi casa y me dijo que se habían separado. Con los días empezamos a hablar y me contó cosas que me pusieron en situación, que no las voy a escribir acá porque no hacen a la cuestión, pero digamos que no fue culpa de ella el haber tenido que separarse de él. Incluso podría decirse que le tomó demasiado tiempo. Y acá planto una banderita para retomar más tarde.
Un día, hace ya casi un mes, decidí no ser mi usual idiota y le pedí el teléfono con alguna excusa. Empezamos a mandarnos mensajes, al principio muy esporádicos, pero empecé a ir a la plaza a la hora que ella iba a la mañana y así empezamos a charlar, y un par de veces incluso la acompañé caminando a su trabajo, hasta que hace 10 días quedamos en ir juntos a la playa con los perros. Nos encontramos a las 10 de la mañana y después de casi 3 horas charlando fuimos a almorzar (sin los perros), y terminamos yendo a pasear en el auto y le mostré algo que estoy haciendo (un proyecto mío que prefiero mantenerlo aparte de este blog). A las 6 de la tarde la dejé en la casa. A las 9 de la noche me mandó un mensaje diciendo que estaba linda la noche. A las 9 y cuarto fuimos a tomar un helado y nos despedimos en la puerta de su casa a las 11.
El miércoles pasado vino a casa a cocinar y nos sentamos en el piso de mi comedor, escuchando a Ed Sheeran y Carlos Vives y charlando. A las 2 y media de la mañana la acompañe a la casa, 200 m, y sacamos a su perro a dar una vuelta manzana antes de despedirnos. En algún momento la abracé del costado y le dí un beso en la cabeza. No sé de dónde salió ese gesto, yo no toco a la gente, pero me pudo el momento.
Seguimos encontrándonos en la plaza y el sábado íbamos a ir a la Laguna de los Padres en la moto pero hubo un chaparrón y le dio miedo. Tuvimos una especie de malentendido, incluso, porque ella confundió mi frustración con enojo y yo su miedo con falta de interés. Oh, boy, was I wrong. En una demostración de madurez y actitud constructiva que me... sorprendió hizo sentir orgulloso de mí mismo, tipo 4 de la tarde pasé por la casa y le hablé abiertamente de que no era andar en moto lo que quería, sino pasar tiempo con ella. Increíblemente, me dijo que era recíproco, que ella también quería estar conmigo. En definitiva, me fui a dar una vuelta con Perro y a las 6 vino a casa. Nos sentamos en la terraza a tomar mate, charlamos por horas, vimos el atardecer parados uno muy cerca del otro, fue extraordinario. El cocktail de paciencia, frialdad, madurez, seriedad y buenas intenciones de ambos hace que estemos construyendo algo desde el mejor de los ángulos: el de conocerse antes de dar el siguiente paso. Es hermoso y no recuerdo haberme sentido tan compenetrado con alguien. Es maravilloso.
El domingo fuimos a la playa con los perros otra vez. Nos sentamos bajo la misma palmera (ya nos pertenece) y a cada minuto que pasaba nos sentábamos más cerca, hasta que nos tocamos con los cuerpos. Nos abrazamos un par de veces. En un momento me abrazó y me dio un beso hermoso en la mejilla. Supongo que le pasó lo mismo que a mí un par de días antes, que no se pudo contener. Lamentablemente, cuando estuvimos a centímetros de besarnos vi duda en sus ojos. Había deseo y hambre de mí, pero también había dudas de sí misma y miedos de cosas con las que yo no tengo nada que ver. Demasiado de eso, así que me eché para atrás. Literalmente tomé distancia, física, mental y emocional. A la noche hablamos por teléfono y me dijo que le pareció que la iba a besar, y me preguntó por qué no lo hice. Le dije que fue culpa de su perra, que rompía tanto la paciencia y se metía en el medio, pero eso fue cierto solamente 2 de las 500 veces que sentí ganas de besarla en el par de horas que estuvimos en la playa. Las otras 498 fue por lo que describí antes, pero preferí no decírselo. Me pareció que ella tiene que llegar a esa conclusión por sí misma, a tal punto que si ella me hubiera besado a mí, me hubiera hecho sentirme inseguro de la situación.
Retomo la banderita que dejé al final del segundo párrafo. Hablamos ayer a la mañana y le dije si nos veíamos a la tarde, pero me dijo que estaba ocupada. Una hora después me llamó para decirme que no puede seguir con esto, que no está lista, que necesita espacio.
Tengo una tristeza aplastante, porque a mi lado emocional le importa un reverendo bledo lo que diga mi lado racional. Y mi lado racional tiene razón, lo sé, lo acepto, pero me pone triste. Ella aúna tantas cosas que me gustaron y coleccioné de cada relación que tuve, que a todas ellas las hace ver como un ensayo de relación. Y es inimputable, no puedo honestamente echarle la culpa de sentirse así, las circunstancias lo ameritan completamente. Pero eso no la hace ni más fea, ni más estúpida, ni menos interesante.
Otra más que tendrá que pasar, pero esta dejó huella, una huella genuina que no está nublada por una belleza superficial ni por el contexto paradisíaco.