domingo, 31 de marzo de 2019

monas con hacha

En los últimos meses, desde que volví a Argentina, empecé a experimentar algo de lo que se habla grita en los medios: el victimismo feminista. A ver...
En octubre fui a Buenos Aires a hacer un trámite, y cuando me subí al colectivo tuve el atrevimiento de preguntarle al conductor si efectivamente iba a donde yo necesitaba. Detrás mío, una mujer me empujó tratando de tirarme a un lado (lamentablemente no estoy exagerando) para pasar, al tiempo que me insultaba. Cuando me di vuelta para mirar qué estaba pasando y ponerme en situación, me miró desafiante a los ojos y me volvió a insultar y amenazó con llamar a la policía por violencia de género, algo que en su mente yo estaba cometiendo. Nunca llegué a emitir palabra o hacer ningún movimiento, no tanto por el prospecto de su amenaza sino por lo anonadado que estaba.
Esta semana iba paseando con Perro, y en algún momento olió una pared donde un perro había hecho pis e hizo lo que los perros hacen, echar su chorrito. Es algo que en general trato de evitar, eso de que haga en alguna pared (prefiero los arbolitos), pero a veces sucede antes de que me dé cuenta. En todo caso no hace daño a nadie y se va con la primera lluvia. En eso vino una vieja de mierda (hoy no estoy para eufemismos) de un quiosco de revistas a ladrarme porque ahí había gente trabajando (no la había, era un paredón), el perro era un maleducado (mejor que ella, por amplio margen), yo era un estúpido (ahhh... insulto), ella era una jubilada (1ro que estaba trabajando, y 2do... ¿qué carajo tendrá que ver una cosa con la otra?) y por pararme ahí a mirarla sacó el teléfono para llamar a la policía por amenazarla y pegarle (yo estaba parado, con las manos en los bolsillos, y ella se me vino encima y me empujó). Podría dar más detalles, pero todos se mueven en el mismo acotado rango que va de imbécil a ridícula en el lado triste, patético y vergonzoso del espectro de comportamiento humano.
No podía ser de otra manera. Hay machitos de esos que creen que las diferencias se solucionan sometiendo al oponente a las trompadas, como intentó enseñarme mi abuelo. Buen hombre, recto como el láser, pero profundamente equivocado en algunas cosas. Todos, hombres y mujeres, hemos sido víctimas de estos ejemplares en algún momento. Y hay histéricas, estúpidas o cual sea la palabra que englobe el menú de idioteces que un excesivo porcentaje de las mujeres cultiva como necesario para ser mujer, y que abarcan el no escuchar lo que no quieren, victimizarse, tomarse todo personal, ser irracionales, discutir basándose en opiniones o sentimientos en lugar de hechos, hablar por los demás, no hacerse cargo de sus cagadas, o sentirse habilitadas para atacar a otros de todas las maneras que se les antoje (lo cual ya es una mierda de tener en el carácter de una persona) pero con el detalle de que sea una calle de una sola mano. Esta descripción no es exhaustiva pero más o menos menciona los puntos que han logrado hacer del feminismo una fuerza divisora, ensordecedora, destructora y viciosa de lo que en su momento fue lo que contribuyó a poner a las mujeres en igualdad de condiciones para alcanzar lo que su potencial le permita. Afortunadamente cumplió su objetivo, aunque hubiera sido para beneficio de todos que hubiera ocurrido antes, pero ya ocurrió y no puedo más que alegrarme. Todos salimos beneficiados.
Secretaría de la Mujer, Maratón de la Mujer, Día de la Mujer, Oficina de la Mujer, Ley de Violencia de Género, y todo un abanico de idioteces políticamente correctas para sociedades que no tienen la menor idea (ni ellas ni ellos) de cómo ni dónde empezar a aplicar la igualdad de posibilidades.
Dos hechos voy a mencionar y la corto, porque esto da para mucho y tengo mejores cosas que hacer que calentarme con gente de encefalograma plano:
- en alemán, el singular del artículo definido depende del genero, igual que en castellano: der es el, y die es ella. El plural (nuestros los y las), en cambio, ya sea masculino o femenino (los y las, en castellano), es die; sí, sí, igual que el femenino singular. ¿Alguien escuchó a los (hombres) alemanes quejarse? Nop, esos también tienen mejores cosas que hacer. En castellano, el hecho de que en plural se use el masculino, puede darse vuelta y decirse que los hombres no disponen de artículo propio y unívoco, mientras que las mujeres sí, con lo cual están en (una muy imaginaria y paranoica) ventaja. Creo que queda claro por dónde me paso el lenguaje inclusivo.
- es imaginable lo que pasaría si festejáramos el día del hombre (19 de noviembre, ya que preguntás), inauguraran la Secretaría del Hombre, organizaran cualquier ámbito en el que no se permitieran mujeres, y cosas por el estilo. Y esto no es invento: el año pasado, el Consulado argentino en Fráncfort organizó una recepción para mujeres residiendo en Alemania. A mí no me estaba permitido participar. Todos, con nuestros impuestos, pagamos por los canapés, y yo, exclusivamente por mis genitales, tuve que quedarme afuera. ¿Qué pasaría si lo hubieran hecho solamente para hombres?
La expresión mono con navaja se refiere a cuando alguien tiene a su disposición medios muy por encima de su intelecto, y es peligrosamente capaz de hacer daño porque no sabe, ya sea por resentimiento, falta de capacitación o simple y subestimada estupidez, hacer un buen uso de lo que está a su alcance. Si todas gritan, las verdaderas víctimas no reciben la ayuda adecuada al haberse diluido los medios finitos con los que cuenta una sociedad para reaccionar a los problemas y necesidades de los que la componen y aportan para que existan esos sistemas (que son caros) de estudio, prevención y reacción a los problemas. Recordemos que, según los últimos datos, las mujeres viven hasta los 80,3 años y los hombres hasta los 72,8, pero las mujeres se jubilan 5 años antes, a los 60. Esto significa que si ambos empiezan a trabajar a los 25, la mujer aporta 35 años y con eso el Estado tiene que pagarle 20,3 años (1,72 años de aporte por año de jubilación). El hombre aporta 40 años y el Estado solamente le paga durante 7,8 años (5,13 años de aporte por año de jubilación). Traducido: cada jubilada cuesta el triple que cada jubilado. No escucho a las feministas protestando por esta desigualdad, oh casualidad, real. Parecería que esas no les resultan tan relevantes.
Las feministas de esta camada, además de estar jodiendo por joder, no solamente están jodiendo a buenos hombres, sino que (y de esto ni en pedo se van a hacer cargo) están dañando a las mujeres que realmente necesitan ayuda extra.
Más que darles navajas a los monos, les estamos dando hachas a las monas.

miércoles, 27 de marzo de 2019

la hed-

uqasion

Usualmente se despotrica por el pobre uso que las personas hacen de cosas como el sentido común o el respeto, importantes, sin duda, pero poco se menciona el desuso en el que han caído cosas como el diccionario. La disponibilidad de procesadores de texto parece que otorga a las publicaciones escritas una especie de inmunidad diplomática, o incluso mejor: ni siquiera alcanza con agarrarlos con las manos en la masa para tener derecho a reclamarles algo. Por ejemplo, la diferencia entre aun y aún, si y , conciencia o consciencia se les escapa, así como separar una palabra en sílabas o saber por qué presidenta es una aberración, todo lo cual es lamentable pero nadie nace sabiendo. Lo que da tristeza es la reticencia, holgazanería e irresponsabilidad que exhiben al no consultar en un diccionario, pero para eso parto de la base que en la cabeza del que escribe existe algún rincón donde esté guardada la imagen de esas palabras con y sin acento, por decir algo, bifurcación que al momento de elegir le origine la duda al autor y se ponga a averiguar cuál es la diferencia. Esa actitud es la que hace que una sociedad tenga a la mediocridad como límite superior de desarrollo al que puede aspirar. A partir de ahí surgen hábitos que incluyen la impuntualidad, el hacer las cosas a medias, el sentirse fuera del alcance de las reglas y joyitas por el estilo, cosas con las que si todos comulgáramos no surgirían vacunas, satélites, bomberos voluntarios o estúpidos como yo que cuando tengo la oportunidad junto la caca de un perro ajeno.
Esta es la gente que va a un restaurante con sus crías (porque de cría a hijo hay una distancia nada irrelevante) y las deja correr entre las mesas, gritar sus caprichos, mirar videos en el celular a todo volumen, golpear y empujar las sillas y mesas de otros clientes, y se enojan horrorizados cuando alguien les pide que aflojen un poco, con una actitud de desafío directamente proporcional a su ignorancia. Y esta gentuza, esta chusma inmunda que no puede y, más importante, no quiere salir del lodo, o peor todavía, nos quiere arrastrar al resto hasta su nivel, está amparada por los responsables de los locales que, si uno reclama, argumentan que no pueden decirles nada porque después van y vomitan sus quejas en feisbuc.
Y mientras me agacho al piso para juntar los pedazos de mi mandíbula me pregunto: ¿y si las veinte personas que teníamos las manos tapándonos los oídos nos vamos a feisbuc a quejarnos de la falta de respeto a la que fuimos sometidos?
Al margen de mis tendencias políticas, que son pocas y muy difusamente definidas, cualquier primate puede ver que la década ganada dejó un tendal difícil de justificar, es cierto, pero en defensa de lo indefendible puedo recordar que, aunque en mucha menor escala que la actual, la materia prima ya estaba ahí y de eso se aprovechó para metastatizar como lo hizo y dejar la herencia que dejó: la mitad de la población del país no sabe de la relación entre esfuerzo y recompensa, no conoce la dirección de una biblioteca, no tiene un diccionario en su casa, ni escuchó hablar de ese principio hermoso que dice que mis derechos terminan donde empiezan los de los demás. Eso, hay que recalcar, también se aplica a los otros, es decir, yo también tengo derechos y sería bueno que los otros los respeten. Pero el principio básico es el original y, en un delicado cóctel literario de cómo se expresarían Roca y mi abuelo, se traduce en esto: mientras no joda a los demás, cada uno puede hacer lo que se le cante la calandria.
Es difícil contestarle a la gente por qué me volví de Alemania, pero es mucho más fácil cuando me preguntan por las diferencias. Muchos creen que manejar autos alemanes, el idioma y el respeto a las reglas son equivalentes al paraíso, pero pocos quieren escuchar que todo eso está al alcance de nuestras manos. Lo único que tenemos que hacer es extirparnos esa mentalidad de mierda por la que las cosas salen como salen y, o no vale la pena el esfuerzo por hacerlas mejor, o sabemos más que el que redactó la regla y podemos hacer las cosas como nos parezca. Un secreto...: así no funciona.
Hay que leer más, esforzarse un poquitito más (de veras, no es mucho) y de a poco todo va a mejorar.

domingo, 10 de marzo de 2019

el día de la mujer

En la introducción que escribió Paul Theroux para el libro "On reading", del fotógrafo Steve McCurry, decía en un punto que "leer rápido un buen libro no es una virtud". Yo agregaría que es, incluso, una estupidez. Uno no engulle un plato gourmet, ni navega el laberinto del Louvre para llegar a la Monalisa, sacarse una fotito con el celular y seguir.
Soy de esas personas que disfrutan más un de DVD que de Netflix, y del cine más que un DVD. Prefiero un e-mail a WhatsApp, y una carta a un e-mail. Tampoco disfruto teniendo sexo con una mujer que apenas conozco, por el solo hecho de que tiene buen lomo. Prefiero mil veces una buena conversación, de esas que se alargan porque parece que los temas de interés mutuo no se terminaran nunca y uno tiene cada vez más hambre de la mente de la otra persona. Pero esa comunión mental lleva tiempo, hay que cultivarla.
Por eso, al día de hoy todavía no entiendo para qué sirven las redes sociales, salvo quizás para un pequeño parche de ego, algo adictivo si uno tiene la madurez de una quinceañera. Y lo pongo así, en femenino, porque considero que los hombres dejamos de madurar a los 4 años, y me gusta así. No creo que haga falta más. Si bien encuentro aceptable la observación que dice que la diferencia entre un hombre y un chico está en el precio de sus juguetes, la diferencia entre una mujer y una nena de 4 años no es la diferencia de delirios de princesa. Conozco pocos hombres, es decir, varones que además de comprar juguetes más caros también hayan desarrollado madurez, sentido de la responsabilidad, ética de trabajo, etc. Pero conozco también pocas mujeres, chicas que se hagan cargo de sus estupideces y evolucionen. Me acuerdo cuando era adolescente y las viejas repetían el corito de que las chicas eran más maduras que los chicos, como si llevar tacos, tampón y maquillaje elevara a un ser humano por encima de otro que prefería los juegos electrónicos. Algo que sí distingue a cualquier persona, sin importar el sexo, es su capacidad para retrasar la satisfacción, tomándose el tiempo de disfrutar el camino sin hacer un escándalo, ponerse agresivo o histérico cuando las cosas no salen como dictaban sus expectativas o creencias. Esos que llegan a un punto en la vida en que entienden que los preconceptos son algo personal y cada uno ve el mundo según su propio sesgo cognitivo.
De esa línea de pensamiento, donde los hechos dejan lugar a los sentimientos y la realidad se ajusta a las opiniones, la sociedad hace ya un par de años dio vuelta la hoja y, en lugar de evolucionar de cuestiones arcaicas como la discriminación infundada y prejuiciosa, basada en los miedos e inseguridades personales, se desplazaron esos miedos y prejuicios hacia el otro plato de la balanza.
En estos tiempos de feminismo delirante y con el verde bastardeado hasta el aposematismo, algunos tenemos que acordarnos de cosas tan elementales como que las íes llevan punto. Cómodamente acurrucados casi en el fondo de la cadena evolutiva de la ciudadanía, a demasiada gente le hace falta aprender que la cantidad de veces y el volumen en que dicen su opinión no determinan su validez. En un escalón más alto están los que interrumpen, lo cual ya es un lujo porque por lo menos dejaron a otros empezar siquiera una oración. A estos les siguen los que, imbuidos del más elevado concepto de sí mismos, interponen ironías que asumen tan inteligentes que les hacen olvidar los más básicos principios de una conversación no ya constructiva, pero por lo menos civilizada, y no solamente de forma (¿alemán, alguien?), sino de fondo. Están más preocupados en refutar que en escuchar, y ni hablar de considerar los argumentos con los que uno supone que no va a coincidir. La imagen mental del interlocutor es mucho más importante que lo que dice.
Así llegamos al día de las víctimas. Nací hace (invierno más, invierno menos) medio siglo y me crié con mujeres igual, menos o más capaces que un hombre, dependiendo de a qué par considerara. En la facultad de ingeniería jamás noté ni el más mínimo sesgo de sexismo más que para decidir a qué baño entrar en las pausas, y en todos los trabajos que tuve se le pagaba a cada persona por su capacidad, no sus genitales. Esa es mi experiencia, y es lo que observo a mi alrededor. Me resulta fuera de toda comprensión el porqué me tendría que interesar en lo más mínimo si el profesional que me toma el pulso, me arregla el auto, o me enseña matemática tiene testículos u ovarios. Simplemente no lo entiendo. Como tampoco me interesa la tonalidad de su piel o sus preferencias sexuales. Haciendo un poco de esfuerzo en recordar, si una sombra de machismo puedo evocar es la de las mujeres sentenciando a los hombres a abrir una puerta, pagar una cuenta o cargar cosas pesadas; pero la que más me irrita es la afirmación de ser incapaces de hacer o sobre todo de entender algo por el solo hecho de ser hombre. Trabajé en casas de ropa, mensajerías, correos, pizzerías, restaurantes, hoteles, oficinas, inmobiliarias... y nunca, ni siquiera en conversaciones exclusivamente entre hombres, escuché a alguien decir que una mujer no podía hacer algo por ser mujer. Que las mujeres en general eran mejores o peores que los hombres en general para alguna tarea, sí. Chistes también, de mujeres y de hombres, sobre mujeres y sobre hombres. Curiosamente, mirando atrás, sí recuerdo mujeres escudándose en su sexo para arrogarse facultades, prebendas, privilegios y prioridades. A la mayoría nos gustaría tener un Maserati en lugar de un VW Polo, pero pocos asumen el hecho de que el juego de discos de freno cuesta €2500 en el primero y €110 en el segundo.
Y acá estamos. Hace dos días se celebró (?) el día de la mujer y todavía hay artículos en los diarios haciéndoles el juego a esas víctimas profesionales, que son capaces de escribir que un micromachismo es cuando, en un restaurante, al traer la cuenta, se la dejan al hombre y no a la mujer, porque él es el proveedor y ella una mantenida. Está bien suponer cosas, elucubrar posibilidades, sopesar teorías. Lo que es soberanamente estúpido es asumir que esas suposiciones son ciertas, sin lugar a error. Otra interpretación igual de válida es pensar que a él le imponen la obligación de pagar y ella se aprovecha. Una más sería que él intenta impresionarla con su estatus y ella vende su compañía y favores. O sea, se prostituye. Si ella disfruta de la compañía de él, es irrelevante. Ella es la princesa y él debe matar dragones y agradecer a los dioses por el honor de pasar dos horas escuchándola criticar los zapatos de Mirtha Legrand.
Por supuesto que el análisis del párrafo anterior no es objetivo e inapelable, sino una exageración de negarse a considerar otros puntos de vista, a partir de los cuales podemos ponernos a discutir la validez, seguramente no absoluta, de cada alternativa.
Hace poco se discutió en el parlamento argentino el tema del aborto, y afuera del Congreso se juntaron grupos a favor o en contra, a la postre tan anancefálicos unos como otros, con argumentos paupérrimos y que no contribuyeron en absolutamente nada a lo que uno, como ser pensante, pueda agarrarse para educarse y formarse una opinión. Los que mirábamos a los reporteros tratando de sacarles algo medianamente razonable a unos y otros, quedamos como estábamos al principio de todo el circo.
Las primeras esgrimían el derecho a decidir sobre su cuerpo, cosa que jamás estuvo en discusión. Es cosa tuya si querés hacer de tu culo un jardín y dejar que un desconocido se masturbe con tu cuerpo, pero tus acciones tienen consecuencias. ¿Cómo? ¿Que el padre se borró? Hubieras elegido mejor antes de abrir las piernitas, corazón. ¿Que estabas borracha? ¿En serio te tengo que explicar?
Los segundos, mientras tanto, recitaban padrenuestros, lo que a mí me resulta equivalente a esos documentales de la National Geographic donde unos africanos con taparabos destripan un pollo, se pintan la cara con la sangre y bailan alrededor de una fogata con el fin de hacer que llueva. ¿Querés creer en duendes y hadas? Power to you, pero en privado. No me impongas tus creencias infundadas y obligues a los demás a basar las políticas de Estado en tus delirios.
Otra de las muchísimas gansadas que surgieron como consecuencia de este sinsentido es la idea de priorizar la diversidad por sobre los méritos, exponente máximo de lo cual son los cupos, en los cuales mujeres estúpidas e incapaces de acceder a un puesto son discriminadas e impuestas en tal posición; una especie de premio por participar, un comunismo de género. No importa tu mérito, importan tus genitales. Si estoy volando y por la ventanilla veo un motor incendiándose, me interesa el culo de una mosca si al frente del aparato está un hombre, una mujer o un mono capuchino: quiero a alguien capaz de aterrizar de una pieza. Y creo que hasta algo como Leonor Silvestri estaría de acuerdo. Espero no estar sobreestimándola, -lo, -le... Y por ahora dejo el tema de la ideología de género, el lenguaje inclusivo y demás pestilencias.

viernes, 8 de marzo de 2019

conduciendo a Mr. Daisy

Perro es, ante todo, pastor. Su instinto es cuidar un rebaño, y eso consiste en avisar cuando hay un ruido raro. Es su trabajo, y andá a explicarle otra cosa. Puede aprender a dar la pata, le encanta traer la pelota y tiene un vocabulario impresionante, pero él tiene su trabajo. No hay feriados, o huelga, o licencia por enfermedad. Ni siquiera cuando cierra los ojos se apaga totalmente. Pero lamentablemente faltan ovejas. O vacas. O cabras... lo que sea. Falta un rebaño, bah.
Ahhh... pero hay un humano: moi. Soy su rebaño de uno. Y hay un departamento y hay vecinos, y cuando alguno se suena la nariz ahí va él a la puerta gruñendo y despotricando, y si la cosa no le gusta, echando algún ladrido. Hay que verlo tan chiquito, dulce, osito de peluche, gruñendo como el mastín de los Baskerville, refunfuñando y mirándome para asegurarse de que me llegó el memo. Porque Perro no es un pastor de los Cárpatos, que con 80 kg está diseñado para encarar osos. No. Perro es un tiernito pastor australiano de 22 kg que lo que hace es avisar. No es un CIWS sino una alarma. Una alarma dotada con unos sensores increíbles, capaz de distinguir el pedo de un ratón a 300 metros mientras yo miro una película con explosiones y él duerme profundamente al lado del televisor.
Y hablando de dormir, esto funciona así: cuando Perro está cansado, duerme. Cuando Perro no está cansado, no dormimos. Y si yo quiero dormir cuando él quiere jugar (o sea, cuando está despierto), jugamos. Esas raras ideas mías de hacer algo en la computadora, cocinar, ducharme o hablar por teléfono tendrán que esperar los 14 años que le quedan de esperanza de vida. Ubicate, macho.
La vida con Perro definitivamente tiene sus ventajas y desventajas, las primeras más perrunas y humanas que las segundas, que caen más en esa peligrosa categoría de cosas calificadas como innecesarias en una sociedad que apunta a hacernos unidades de consumo, donde lo emocional cede a lo económico. ¿Quién quiere perder tiempo jugando a la pelota en la playa con el perro si se puede pasar páginas en Amazon hasta encontrar algo para comprar? Algo, cualquier cosa.
Un aspecto en el que estoy fallando estrepitosamente con este canino es el tema de viajar en auto. NO-LE-GUS-TA. Menos medicarlo, probé de todo. Mientras estaba en Alemania se la había pasado bastante. Una vez hicimos un viaje largo, unos 2000 km, y al rato de salir de Múnich, pasando por Stuttgart, nos encontramos con uno de esos embotellamientos de decenas de km tan típicos allá, y con el constante arrancar y frenar su estómago dijo basta y me devolvió lo poco que le quedaba sin digerir de la cena del día anterior. Menos mal que contaba con un episodio así y no le di de desayunar. Si no, todavía lo estaba puteando y mientras sigo limpiando el auto. La única víctima fue la mochila, que cuando llegué a mi primer destino la metí en el lavarropas de mi anfitriona. Lo interesante fue que hasta ese día Perro siempre fue infeliz en el auto, pero a partir de ese episodio se mostró mucho más a gusto en el auto, y el resto del viaje y los sucesivos podría decirse que casi los disfrutó.
Entonces llegó el momento de la gran mudanza y estuvimos casi dos meses sin andar. Cuando se subió al auto después de esa pausa fue como empezar de cero, con baba por todos lados y una cara de traste que rajaba la tierra. De a poco se está relajando, pero muy de a poco. Es frustrante, y no sé si puedo hacer algo por él. Porque al margen de lo que me complica el trámite de ir a algún lado en auto por el hecho de tener que estar controlándolo, me rompe el corazón que sufra y me encantaría que se acostumbre de una vez así podemos ir a lugares que sé que le van a encantar: el campo, una laguna, el mar, pueblos alrededor... incluso algún viaje al sur o a la cordillera. Este es un país grande y si quiero viajar un poco el auto es inevitable. Pero si va a ser una tortura para él, no puedo. No quiero.
Y no lo culpo. Cuando lo compré, yo vivía en Múnich y la señora que tenía a los padres vivía cerca de Núremberg, a 130 km, y el día que lo fui a buscar llevé una caja para meterlo y poner la caja en el asiento del acompañante. Pero a la doña alemana no le pareció y me dijo que lo pusiera en el baúl. Yo, que no sabía nada y ella aparentaba tener más experiencia, le hice caso. Me dijo que maneje directo a casa sin detenerme. Cuando llegué a Múnich y abrí el baúl, había una perrito verde, vomitado y hecho caca, con una cara de terror que no se me borra de la memoria. Después de eso no puedo culparlo si le tiene asco al auto. Y sospecho que es a mi auto, que encima es diésel y tiene un sonido particular. Lo tengo que llevar a dar una vuelta en un naftero o aunque sea en otro auto para ver si reacciona igual y se siente mejor, pero no he tenido la oportunidad. Porque el viaje de 15 horas en avión de Fráncfort a Buenos Aires se lo aguantó perfecto, y del aeropuerto de Ezeiza a Mar del Plata creo que también.
Mañana tenemos un viajecito de un poco más de 150 km y me va servir de oportunidad para tantear cómo se siente en la ruta. Sé que por su dedicación a su rebaño de uno se va a subir al auto sin protestar, pero de ahí a que lo disfrute... Creo que Morgan Freeman la tenía más fácil llevando a la viejita rompiendo la paciencia.